LAS
VANGUARDIAS EN HONDURAS
HU | Los escritores de Honduras, hasta muy avanzado el siglo XX (décadas del
sesenta y setenta), en términos generales, todavía se movían dentro de las
viejas fórmulas románticas, modernistas y criollistas. Sin faltar la aplicación
del realismo social muy apegado a la ortodoxia marxista. La vanguardia, que ya
había despuntado en Nicaragua y Guatemala, parecía sumamente lejana, pese a que
una mujer, Clementina Suárez (1902-1991), hacia finales de la década del
cincuenta, ya había publicado poemas con una tónica novedosa. Al principio
deudora de las grandes poetas sudamericanas, encontró su propia fórmula
expresiva en la que, con el ingrediente erótico o amoroso en fuertes dosis,
supo trascender hacia planos en donde lo social, no mimético sino desde la
búsqueda de la imagen o del símbolo, revitalizó sus versos. Fue una mujer que
se adelantó a su época. Iconoclasta, fue signo de contradicción en la pacata
sociedad de principios del siglo XX. Sin embargo, en su momento (probablemente
los lastres machistas), su aporte poético fue soslayado o invisibilizado. En
justicia, tendría que considerársela como una precursora de la renovación
poética posterior.
Óscar
Acosta (1933) publicó Poesía menor (1957) y El arca (cuentos, 1956). En el
primero, se despojó de retoricismos y, sin llegar a la iconoclasia, entregó una
poesía con un lenguaje de sabor cotidiano. De voz íntima, bastante directa y
aparentemente sencilla. En El arca, se alejó de la problemática de corte
realista en cuentos brevísimos que bordean los linderos de lo maravilloso y
fantástico. Una ruptura completa con sus coetáneos. Por décadas, también el
silencio cayó sobre ambos libros. Sin seguidores inmediato.
Hacia
fines de los sesenta, en La Ceiba, una ciudad provincial, un grupo de jóvenes
se aglutinó en torno a la figura de Nelson Merren (1931-2007), escritor que
sabía inglés y cuya posición económica le permitió viajar y obtener libros en
el exterior. Él publicó, en periódicos y revistas, una poesía que se apartaba
de lo tradicional. No fue un autor complaciente. Cuestionó tópicos sacralizados
por la costumbre (el papa, los formulismos burocráticos, etc.) mediante el uso
de figuras insólitas (vr. gr., hablar de “un huevo frito” en uno de sus versos)
y del lenguaje conversacional. Formalmente diferente al estilo prevaleciente en
los poetas de su entorno. Además publicaba comentarios sobre la obra de poetas
extranjeros y mostraba aspectos novedosos. Sus dos libros (1968, 1971), en
términos generales, fueron ignorados. Su revalorización fue muy tardía (a
mediados del ochenta). A partir de entones, muchos poetas, de tendencia
iconoclasta (Rigoberto Paredes, Ricardo Maldonado y otros), se han reconocido
deudores de su poética.
Nombre
imprescindible es el de Roberto Sosa (1930-2011), un poeta de gran fuerza
lírica. En dos de sus libros iniciales (1969, 1971), supo despojarse de las
adherencias de la retórica manida y accedió a una poesía muy refinada en la que
incorporó formas del Creacionismo y del irracionalismo poético (especialmente
del Surrealismo) en donde la palabra se aparta del significado “normal” y
adquiere connotaciones insólitas cuya decodificación representa un reto para el
lector. Una poesía que acude a la imagen de factura exquisita pero cargada de
resonancias semánticas que nunca se pierden en el vacío: aterrizan en una
problemática terrena, real, que hiere a la mayoría. En esta forma su poesía se
aposenta en el espíritu y se torna orientadora de una manera de percibir el
mundo. El poeta, pues, como maestro de un pueblo. Con un puente muy firme que
lo unió a la colectividad.
Pompeyo
del Valle (1929) combinó la poesía de intención política, dentro de una
tendencia de izquierda claramente expresada en la que, con frecuencia, daba un
salto lírico mediante imágenes de fino acabado. Combinó lo social con poesía de
carácter intimista. Tuvo lectores entusiastas pero las corrientes académicas
predominantes, regidas por grupos políticos contrarios, lo excluyeron e
invisibilizaron. Tardía ha sido su unánime aceptación. Desde Comayagua, Antonio
José Rivas (1924-1995) y Edilberto Cardona Bulnes (1935-1991) constituyen dos
casos especiales, especialmente porque tuvieron una vida bastante aislada.
Rivas, en su único libro publicado en vida (Mitad de mi silencio, 1964), hizo
derroche de metáforas de gran acabado. Una especie de neobarroquismo que le
ganó el respeto de muchos lectores. Otros juzgaron que el libro, apartado de la
problemática social, expresaba el encerramiento en una torre de marfil. Cardona
Bulnes, en su libro más importante (Jonás, 1980, que además circuló muy poco
porque la edición completa se perdió), es deliberadamente oscuro pero sumamente
denso. Quizá inaccesible para el lector común y corriente, su poesía todavía
tiene que estudiarse más.
Las
anteriores son las voces más renovadoras en las primeras siete décadas del
siglo XX. Actualmente, se les reconoce su calidad de maestros. Nombres
importantes a partir de esa generación: José Adán Castelar, Tulio Galeas, José
Luis Quesada, Juan Ramón Saravia, José González, Efraín López Nieto, Amanda
Castro, José Antonio Funes, Galel Cárdenas, Geovanni Rodríguez, Gustavo Campos,
Fabricio Estrada, Lety Elvir, Ana María Alemán, María Eugenia Ramos…
En
narrativa, la situación era similar. Hacia la mitad del siglo XX (y aún en
décadas posteriores), a lo más que se llegó fue al realismo social (Ramón Amaya
Amador, 1906-1966), criollista o costumbrista. Sin embargo, se había dado un
antecedente que careció de continuadores, probablemente, por la muerte
prematura de Arturo Martínez Galindo (1903-1940), motor del grupo “Renovación”
cuyo centro de acción fue la ciudad de Tegucigalpa. Incluso, elaboraron una
revista con ese nombre. Martínez Galindo, desde la década del veinte, en
periódicos y revistas, publicó varios cuentos en los que había superado las
fórmulas romántico-modernistas. Con perspectiva cosmopolita y en lenguaje
directo, abordó temas a los que no se había atrevido ningún escritor en el país
(homosexualismo, lesbianismo, paidofilia…). Muy joven, fue asesinado y, durante
años, sus cuentos quedaron refundidos en revistas y periódicos. No tuvo
continuadores inmediatos.
En
los años finales del sesenta, la situación de inercia se superó gracias a la
labor de escritores que accedieron a estudios universitarios, especialmente en
las carreras de letras, tanto en el país como en el exterior. Hablamos de
Eduardo Bähr (1940), Julio Escoto (1944), Roberto Castillo (1950-2008) y Marcos
Carías Zapata (1938). Con ellos, la narrativa dio el viraje definitivo.
Incorporaron las técnicas que los grandes narradores latinoamericanos venían
produciendo desde hacía varios años. Todavía, con la excepción de Castillo,
muerto en forma prematura, ellos siguen trabajando.
Desde
la década del ‘90, la vida cultural apegada a los cánones que maneja el mundo
occidental, dejó de circunscribirse a la ciudad capital. En las principales
ciudades de provincia, hay grupos de escritores que se relacionan entre sí con
propósitos de superación. Creo que uno de los núcleos más destacados reside en
San Pedro Sula. Algunos son profesionales de las letras. En sus conversaciones,
no como esnobismo sino con un gran acervo de lecturas, amén de los clásicos
consagrados, afloran los nombres de Roberto Bolaño, Villoro, Vila Matas, Rey
Rosa, Castellanos Moya, Halfon… Hablo de Mario Gallardo, Armando García,
Giovanni Rodríguez, Jorge Martínez, Gustavo Campos, Marta Susana Prieto… Desde
Nueva York, Roberto Quesada, a través de columnas periodísticas, lucha por
mantenerse vinculado a la vida cultural y política del país. En La Ceiba y
Choluteca también hay mucha inquietud y se han publicado bastantes libros. Sin
embargo, en estos dos últimos casos estimo que todavía la exigencia formal no
ha calado en profundidad.
FM | Los movimientos locales, ¿estaban de acuerdo con las ideas de las
vanguardias europeas correspondientes o acaso agregaban algo distinto?
HU | Con relación a la vanguardia, en Honduras, no hubo un grupo fuerte y
cohesionado, capaz de hacerse oír a nivel nacional. Hasta bien entrado el siglo
XX, los escritores de más prestigio como Froylán Turcios (1874-1943), Marcos
Carías Reyes (1905-1949) y Rafael Heliodoro Valle (1891-1959) se mantuvieron
alejados de la renovación vanguardista. Arturo Mejía Nieto (1900-1972), aunque
emigró a la Argentina y enviaba sus obras y trabajos a las revistas del país,
tampoco asumió a plenitud las tendencias contemporáneas. El grupo Renovación
feneció en 1940, junto con su adalid, Arturo Martínez Galindo. La voz
convocada, pese a que publicó un libro que recogió parte de la producción de
sus integrantes, se disolvió antes de que algunos de sus miembros lograsen
cuajar en el medio cultural (Merren, Galeas, Castelar y José Luis Quesada). Más
que labor de grupos, el trabajo ha sido desde perspectivas muy individuales.
Quizá habría que destacar la gran labor que, durante casi todo el siglo XX,
desarrollaron las revistas literarias. En casi todas las cabeceras
departamentales hubo revistas de amplia difusión. Incluso, los colegios, las
organizaciones civiles y las dependencias oficiales tenían su correspondiente
órgano de difusión. Asimismo, cada periódico se ufanaba de sus páginas
culturales. Esta situación duró hasta la década del ochenta e hizo crisis hacia
finales del siglo. Actualmente, en sentido estricto, se carece de ese tipo de
canales de difusión.
FM | ¿Qué relaciones mantenían estos mismos movimientos con las corrientes
estéticas de los demás países hispanoamericanos?
HU | En las primeras décadas del siglo XX, los contactos entre escritores
fueron bastante fuertes. Entre 1924-1925 vivió en La Ceiba Porfirio
Barba-Jacob. El guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, en 1917, gracias a la intervención
de Turcios, trabajó en un periódico de Tegucigalpa. Desde México, Rafael
Heliodoro Valle y Arturo Mejía Nieto desde la inquieta Argentina, estaban en
contacto con Honduras y, de alguna manera, eran un estímulo para los escritores
del interior del país. En Guatemala vivieron o visitaron, por largas
temporadas, Medardo Mejía, Ventura Ramos, Clementina Suárez, Alfonso Guillén
Zelaya, Argentina Díaz Lozano, Paca Navas y otros. Por su parte, el salvadoreño
Alberto Masferrer, especialmente con el teosofismo, ejercía un amplio
magisterio en toda Centroamérica. El trabajo de Miguel Ángel Asturias era
ampliamente valorado. Quizá, para ilustrar mejor este aspecto valga la pena
citar al poeta guatemalteco César Brañas, quien traza un animado cuadro sobre las
dos primeras décadas del siglo XX en Guatemala: “La Guatemala de entonces
preocupábase intensa, febrilmente, por las bellas letras; se discutían los
versos casi con tanto calor como las óperas o los toros… o –sotto voce– los
desmanes de la dictadura o los deslices de bellas mujeres de la recatada y
rigurosa sociedad metropolitana; se excitaban los elementos intelectuales al
contacto, en la convivencia, con las vibrantes y ávidas juventudes
Centroamericanas, predominantemente hondureñas y nicaragüenses, que Guatemala,
y su desarticulada pero aún influyente universidad –decapitada por la dictadura
de Barrios, artificiosa y efímeramente recompuesta para lucimiento de la
dictadura de Estrada Cabrera en 1918–, albergaba y sobornaba con su prestigio
tradicional. Son memorables los nombres que, en montón, saltan al recuerdo:
entre ellos José María Moncada (nicaragüense), Antonio Barquero (salvadoreño),
Andrés Largaespada (salvadoreño), Virgilio Zúñiga (mexicano), Alfonso Guillén
Zelaya (hondureño), Gustavo A. Ruiz, Salvador Ruiz Morales, Hernán Robleto
(nicaragüense), Ramón Ortega (hondureño), Hernán Rosales, Roberto Barrios,
Julián López Pineda (hondureño), Juan Ramón Avilés (salvadoreño), Heberto
Correa, Manuel Andino (salvadoreño), Andrés Vega Bolaños (nicaragüense), Mario
Sancho (costarricense), y tantos más (…) El ambiente literario guatemalteco de
1914, con sus veladas poéticas, sus concursos literarios y las reuniones
estudiantiles atraían a la capital de Guatemala muchos de los escritores y
poetas de los demás países de América. Había una alegría y una camaradería
literaria que jamás se había visto antes. (…) Se discutían los nuevos
movimientos de literatura, sus propias obras literarias y las filosofías de
Darwin, Comte, Marx, Freud y Nietzche.” (Hugo Cerezo Dardón, Porfirio
Barba-Jacob en Guatemala y en el recuerdo, 1995: 47-48).
FM | ¿Qué aportes significativos de las vanguardias fueron incorporados a la
tradición lírica y cuáles son sus efectos en los días de hoy?
HU | Una clara conciencia de que la poesía es, sobre todo, trabajo formal.
Cuidado extremo del lenguaje. De ahí, la preocupación por elaborar una poesía
atenta a manejarlo al margen de las fórmulas sumamente gastadas del
romanticismo o modernismo. Está, también, la línea iconoclasta, cuestionadora
del statu quo. La poesía conversacional. La anti poesía. La imagen
creacionista. El Surrealismo (lo onírico, el irracionalismo poético, a lo
Bousoño). El culto a la metáfora. La búsqueda deliberada de la oscuridad
semántica.
FM | Los documentos esenciales de las vanguardias, ¿se han recuperado?, ¿es
posible tener acceso a ellos?
HU | Aunque no hemos profundizado en este aspecto (puede ser que en las
numerosas revistas exista algo al respecto), la impresión que tengo es que no
hubo manifiestos o expresiones teóricas al respecto. Por lo menos, ningún
crítico o estudioso ha dicho algo al respecto. Sin hipérbole, en Honduras, a
nivel investigativo y crítico, está todo por hacerse.
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Escritura Conquistada – Poesía
Hispanoamericana reúne ensayos, entrevistas, encuestas y
prólogos de libros firmados por Floriano Martins, además de muestra parcial de
su correspondencia pasiva.
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Floriano Martins
ARC Edições | Agulha Revista de Cultura
Fortaleza CE Brasil 2021
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