segunda-feira, 15 de fevereiro de 2021

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Los fantasmas fieles de Francisco Pérez Perdomo

 


En alguno de los años de la década de los sesenta, anduve varios días acompañado de un delgado libro ilustrado con unos grabados del año 1500 que representaban a una hermosa ballena furiosa acompañada de pequeños descendientes suyos, y en la portada se ve en diapo a otra ba­llena atacando y hundiendo a un barco. Se trataba de una de las famosas ediciones, de El Techo de la Ballena en un agresivo y hermoso color mora­do. Los títulos de los poemas correspondían a la letra inicial de cada texto, el cual además estaba escrito en prosa. Su autor: Francisco Pérez Perdomo. Advertí allí un lenguaje nuevo, donde Rafael Cadenas nos decía en un prólogo que éste era “un libro para paladares fuertes”. En efecto, algo de aquello necesitaba yo a mis veinte años: sensaciones fuertes que me sacaran de las rutinas líricas y de las disertaciones académicas. No podré olvidar versos como “Mi mujer y yo nos estiramos / y sacamos la cabeza de la urna del sueño /sin recursos de magia / Y puestos ya en la superficie / seguimos aquella larga conversación sin causa.” O: “Echa espuma en mi boca / Una suprema nostalgia lo hace babear entre mis labios / Cae al suelo abrazado conmigo /acaso víctima también de mis propias veleidades”. Aquella poesía me hacía pensar, me dejaba instalado en medio de estados mentales producidos por la ofuscación, la soledad o la separación. Las costumbres obsesionantes, objetos viscosos asomados a ciertas superficies, la piel y los huesos jugando roles reales en la cotidianidad, los deseos ladrando a la luna y otras desacostumbradas visiones estuvieron formando parte de las mías. Le di al texto, no al cuento o al poema, preeminencia, y con él, a la escritura, por encima de las clasificaciones genéricas. inclu­so Pérez Perdomo se toma la licencia de incluir un cuento en su libro, cuyo comienzo me parece uno de los más hermosos de toda la literatura: “Saliendo de la melodía tibia de la almohada, cuando apenas frisaba los treinta y dos años de edad, el hombre bajó por el cordón umbilical y siguió en las callejuelas astrosas los pasos de su amada”. Pocas veces ha­bía visto yo en poesía a una mujer tan involucrada en la angustia de un hombre. El título del libro: Los venenos fieles, editado en 1963.


En su segundo libro, La depravación de los astros, publicado en 1965, las situaciones no son menos tensas y desgarradoras, aunque tratadas con más recursos: el diálogo, más uso del verso (el verso, que no es sino una convención rítmica, se siente en este libro como una necesidad, y no una manera de “ser poético”). Precisamente, en uno de estos textos en verso se alude a una de las imágenes dilectas del poeta, los fantasmas: “Una calle blanca o, mejor aún, neutra; / una calle sola y a la vez reco­rrida / por transeúntes sí no enteramente extraños / en todo caso con algo de fantasmas: una mueca, una señal o una fatalidad…”. Podría señalarse en este libro una apertura hacia los espacios sombríos y brumosos, o hacia la noche como espacio de reclusión: “Hacia la alta noche desperté confinado dentro de mí, circuido por un ritual sombrío”. Este ritual de sombras será luego ceremonia o rito secreto, vocablos que en plural servirán para dar título a dos de sus libros. Sería pretencioso exponer aquí cómo se ha cumplido este proceso ritual en la palabra del poeta. En el libro Ceremonias (1976) el poema “Tiempo muerto” expresa de modo sintéti­co todo el tiempo del libro. Aparecen en él una serie de elementos y personajes que son dominantes en esta fase de la poesía de Pérez Perdo­mo: las aves, las presencias afantasmadas, las luces y las sombras, los árboles y la vegetación. Este texto es como una llave para penetrar en “Aquel tiempo muerto / resucitaba inmortal / y por las colinas crepusculares / se tendía el arco iris…”. El ahorcado, las ánimas, la dientona, el jinete de la medianoche y los aleteos pavorizantes son sólo algunos de los elementos que componen el poema y que aparecen a lo largo del libro desdoblados en damas misteriosas, caballeros de ne­gro, difuntos, hombres solitarios o cejijuntos, errabundos y otros que ayudan a restaurar la identidad por la memoria, llamando a “seres desa­parecidos / que al evocarlos al azar / se reconstruyen en sus antiguas trazas”; éstos al principio “viven sobre la superficie de la vida” y lue­go al final “se incorporan, suben a la tierra / y restauran su borrosa identidad”.
A partir de Ceremonias Pérez Perdomo insiste en un gran ejercicio memorioso, tanto en Círculo de sombras (1980), como en Los ritos secretos (1988). En este último libro, el poeta confiesa su “gracia” en una especie de autobiografía donde se entreteje lo real a lo fantástico en una proporción verdaderamente equilibrada. El poeta viene dando algunos “datos” de las circunstancias de su nacimiento: fechas y lugares exactos, hasta que días después de su llegada al mun­do unas lechuzas y unas serpientes lo secuestraron y lo ocultaron en un recodo de los campos. Así continúa el texto inicial de este libro (“Ese es mi nombre”), alternando estos datos reales con los de la rea­lidad poética. Una de las constantes en este libro es ese trayecto desde lo profundo hasta la superficie en un intento por hacer regresar el tiempo, para detener ese círculo que desea cerrarse para cumplir su ciclo necesario. El poeta interviene aquí como un demiurgo que intenta recuperar estos espacios antiguos y estos personajes que parecen ser visitantes permanentes de su recordar y de sus sueños.

Sería intermi­nable la lista de ejemplos donde estas apariciones tienen efecto, esos “Huéspedes nocturnos” (así tituló Pérez Perdomo una antología suya) que merodean constantemente en torno de su ser y su palabra. Podría llegar a afirmarse que buena parte de estos personajes no son sino versiones anímicas de la propia personalidad del poeta, desdoblada en diversas voces existenciales, en variables del inquirir matizadas por la sugerencia de la fábula. Uno de los mejores retos para un estudio sistemático de la poesía de Pérez Perdomo consistiría en ir haciendo un inventario analítico de estos seres para asociarlos con los mitos y leyendas populares de los Andes, pues es evidente que en esa tierra trujillana, en esa “tierra de nubes” hay un substrato muy rico de interpretaciones mágicas donde pueden hallarse claves importantes de acercamiento no sólo en la poética de este autor, sino en todo el inconsciente colectivo andino que se traduce de modo tan variado en la literatura. Para citar sólo a un ejemplo paradigmático, la obra de Ramón Palomares ha alcanzado trascendencia precisamente porque expre­sa un conjunto de valores míticos en la lengua oral, la cual es mane­jada en toda su musicalidad y poder encantatorio. Ese “Paisano” trujilla­no de Palomares habla desde la esencia profunda del imaginario andino, y lo resuelve en códigos fantásticos que muchos han emparentado con los procedimientos del realismo mágico. Palomares va directo al meollo del lenguaje del campo para recrearlo en sus mitos, y encuentra en éste brillos inusuales. El procedimiento verbal en la poesía de Pérez Perdomo es, por lo contrario, de ceñimiento y contención. El método es más bien narrativo y descriptivo. Se sitúan al tiempo y al personaje en un registro es­cueto, más dominado por presencias que vigilan desde afuera y van volcándose progresivamente en el discurso. En este sentido, Pérez Perdomo ha sabido evadir una probable influencia de Palomares, para mirarse en el espejo de un lenguaje moroso y casi argumental, ese que de algún modo había estado presente desde el comienzo en los textos escatológi­cos sobre la ciudad.

Es una lástima que Pérez Perdomo no haya insisti­do un poco más en esta veta ontológica, que no le haya sacado partido a través de recursos como los del humor negro y el absurdo, con lo cual probablemente hubiese realizado grandes aportes a la lírica de tema éntico‑metropolitano. Sobre todo en los textos en prosa, el poeta había encontrado un mundo muy propio, distinto y tan renovador corno las Prosas de Rafael Cadenas. El autor se decidió por la narración en verso, la cual ha continuado trabajando en su volumen El sonido de otro tiempo (1991), donde es precisamente el decurso temporal el que se impone sobre cualquier otra tentativa y hasta “El coloquio de los muertos / se oye confuso alrededor de un árbol”. Otra vez aquí las presencias y latencias de antes regresan en un discurso similar al de los libros anteriores. Lo más peligroso de esta reiteración no es sólo su insistencia temática, sino su insistencia lingüística, ese tiempo verbal del pretérito imperfecto que a veces se hace cacofónico y ter­mina por agotar las posibilidades verbales. No conozco los libros re­cientes o inéditos de Pérez Perdomo (El límite infinito), pero es posi­ble que a partir de sus innegables posibilidades escritúrales podamos asistir a la construcción de una nueva fase lírica en este poeta, que ha alcanzado ya más que una fidelidad a su mundo fantasmal de la in­fancia. Yo creo posible un retorno a sus viejas obsesiones existencia­les, donde no se descartaba el cortejo de sus espectros familiares. En el texto 18 de La depravación de los astros dice en tono ramosu­creano: “Mi origen rural encendió en mí una devoción ciega por los magos. Me inquietaba el futuro. Una noche de marzo un nigromante me vaticinaba infortunios”. Y en otro se cansa de su memoria y dice “Ca­rezco de recuerdos. / A nada me debo en este mundo. Ahora, en este instante”.

Preveo en él una posibilidad de encontrar nuevos mundos en ese poder de construcción oblicua donde se depende menos de la evocación y más de la recreación de los mundos sensibles, merced a la inteligen­cia y, sobre todo, a la gran sensibilidad lectora de la que es dueño Pérez Perdomo (presente en su libro Lecturas, 1995), observador exigente de Beckett, Kafka y de otros grandes prosistas contemporáneos. Su mundo sombrío y agotado expresamente en el tiempo puede experimen­tar, lo sé, nuevos brillos, es capaz de adentrarnos en un universo de sugerencias mayores. Yo soy su lector fiel, desde aquel primer libro de venenos morados.



*****


Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 165 | fevereiro de 2021

Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

logo & design | FLORIANO MARTINS

revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

ARC Edições © 2021

 

Visitem também:

Atlas Lírico da América Hispânica

Conexão Hispânica

Escritura Conquistada

 


 

 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário