Aún muy joven, conocerá también
la existencia del libro Nadja, de André Breton, el cual marcará su devenir.
Hemos de sumar otro libro más: Las hijas del fuego, de Gérard de Nerval.
Y, de inmediato, Kafka y Lewis Carroll, ascendentes insoslayables. Hay que decir
que estas lecturas se enmarcan dentro de una pasión por la misma y la posibilidad
de llevarla a cabo.
Por otro lado, el mismo Peuchmaurd
escribe que “un breve encuentro con Breton iluminó mi decimosexto cumpleaños” (Entrevista
con Olivier Hobé en Quimper.es poésie, 2000, publicada en Tremalo en 2009).
Coincidirán, en otro instante, en la Galería Iolas. Cabe decir, sin embargo, que
Breton nunca le invitó a participar en la actividad del grupo. Esto último lo sabemos
por medio de Georges-Henri Morin, a partir de la entrevista sostenida con Gilles
Bounoure, titulada Pierre Peuchmaurd, la poésie et “le peu de realité”
(Contre Temps, pág. 145-155). Y como el propio poeta expresa, su paso tuvo
lugar en un momento histórico de profunda crisis interna del surrealismo, tras la
muerte de André Breton, en 1968. Muy poco tiempo después participó, momentáneamente
y “sin entusiasmo” (G-H. Morin), en la revista Coupure (Corte) de Jean Schuster.
También contribuyó, con más decisión en este caso, a las éditions Maintenant,
animadas por Radovan Ivsic, Annie Le Brun, Georges Goldfayn y Toyen. Aún así, no
necesitó, a tenor de sus palabras, pertenecer a “un ambiente” para conservar su
fidelidad a este pensamiento e interiorizar su espíritu de por vida. Esto sucede
terminando la década de los sesenta y en el primer lustro de los años setenta. En
1976 abandona la capital francesa para instalarse en Corrèze (en 1984 lo haría en
Brive), lo que supone un alejamiento de la actividad colectiva “de facto”. Sin embargo,
no parece que esto fuera para siempre, ya que conservó el contacto con numerosos
surrealistas (y no), ligados estos a una actividad colectiva en fase crítica. Y,
aunque tuvieran que pasar 18 años -y considerada la parcial distancia geográfica-
contribuyó en 1994 a la creación de la revista Le Cerceau [El aro], junto
a Nicole Espagnol, Alain Joubert, Anne-Marie Beeckman, François Leperlier y François-René
Simon. Le Cerceau es un “lugar de intercambios subjetivos en los que la referencia
al surrealismo es constante” (G-H. Morin).
Desearía continuar mi artículo
poniendo de relieve un hecho que me parece ser consustancial a Pierre Peuchmaurd:
el maridaje entre vida y poesía y la actitud que las une. Puede sorprender lo que
acabo de manifestar, sobre todo en un amplio contexto, porque mucho me temo que
hoy está bastante instalada la idea de la separación entre obra y vida. Esto no
deja de ser, a mi espíritu, más que la evidencia de una impostura literaria que
se satisface en esa forma de indiferenciación, de tal modo que la actitud quede
subyugada a la obra sin importar lo que podría ser la inmoralidad del autor. No
es mi propósito desarrollar este asunto aquí, porque, además, el objetivo de este
texto es otro. Sin embargo, me parece oportuno recordarlo de cara a sostener la
relevancia que en nuestro poeta tiene la unión de las dos esferas, en contra de
su división y desdén.
Es por esto que se me vuelve necesario
señalar que, de la ética de ese pensamiento, Peuchmaurd ha aprendido que la disolución
de los contrarios constituye una de las tareas fundamentales del poeta, orientada,
desde la individualidad insobornable a la colectividad pertinente -y aun dicho a
grandes rasgos- a la emancipación del ser humano, tanto en el plano mental como
en el social. La ética, digo, si bien para él el surrealismo fue, y siguió siendo,
“su eje moral”, y, sin ser exclusiva, fue una de sus grandes pasiones a lo largo
de su vida. Hago uso de sus palabras.
Nada de lo que acabo de apuntar
reduce la autonomía e independencia de una y otra (la actitud y la obra; la vida
y la obra), pero la pereza intelectual, la literaturización del genio y de la rebeldía,
la industrialización cultural, contribuyen a la separación denunciada. ¿Resulta
excesivo sospechar que de tal manera se orienta el espíritu de negación inherente
al alto pensamiento poético a su aburguesamiento?
Peuchmaurd es un hombre inspirado
que no deja de reconocer la inspiración delegada. Así es alentado como poeta que
corresponde con una obra (una tarea) en mi opinión inspirada. En este punto, además
de la erudición, resulta que una de sus mayores delicadezas consistía en traducir
la experiencia de la aparición (a través del paseo, la contemplación…). Esta era
una fuente primordial, según su confesión, de estímulo mayor. Desearía, para dar
prueba del mismo -antes incluso de que nos fijemos en las palabras-, detenernos
en sus actos. Servirá ello para reafirmar mi primera manifestación de que, al menos
para el surrealista, la separación entre sueño y acción es un artificio consentido,
ajeno a él. Conviene hacerlo para tratar de comprender el salto dialéctico que la
poesía dio, desde hace un siglo, con el advenimiento del surrealismo. Pues para
comprender esta concepción de la poesía, hemos de recordar que la poesía se realiza
por otros medios que no son solamente los del poema. Será así más fácil entender
que la realización de las ideas-fuerza del surrealismo, desde 1919 hasta 1968, encontraran
en la revolución de mayo de este último año su expresión más elevada, en la medida
en que la fuerza de la imaginación y la fuerza de los hechos sociales, la convergencia
del deseo de un individuo y el deseo de las colectividades, conjugan su contenido
subversivo para convertir la realidad en su experiencia superior, en la surrealidad
enunciada por los surrealistas: en mayo del 68, por fin, el sueño encontró en la
acción a su más bella pareja de baile, y la poesía, como he dicho un poco antes,
se materializó en la vida cotidiana en su expresión más inalienable, más ígnea,
más celebratoria, más amenazante. Veamos en esto, por lo tanto, una de las grandes
manifestaciones de la verdad práctica de la poesía.
Teniendo conocimiento de esta disposición,
de esta actitud, es posible que se comprenda el espíritu, fundamentalmente libertario,
que de ahí rezuma, lo que, dando un gran salto cronológico, explica un poco más
la participación del poeta en una serie de publicaciones que, a finales de los años
ochenta y en el largo y fecundo curso de los noventa, se caracterizarán por reunir
el espíritu libertario de una creación que establece una bella sinergia entre la
inspiración surrealista y el activismo anarquista (no me atrevo a hablar de militancia,
en su caso, por simple desconocimiento). Afinidades electivas, por tanto. Así pues,
no es casualidad que, al margen de una comunidad de hombres y mujeres con enorme
conciencia de la refracción, la mayor parte de las publicaciones carezca de principio
literario (“la poesía y la literatura son de naturaleza diferente”, manifestaba
Breton), perfectamente insuficiente de cara a expresar el ardiente deseo de transformación
revolucionaria del hombre, de la realidad, de la sociedad, e incluso de la civilización.
Los nombres de algunas de las revistas
y fanzines aludidos -y reduzco la lista- son La Crécelle noire, subtitulada
La revue des lépreux de la littérature; Camouflage, Hotel Ouistiti,
Le Chateau-Lyre, GRID, Le Cerceau, Les Cahiers de l’Umbo.
Y algunos de los nombres de las personas que conformaron una camaradería y un compañerismo
ardientes fueron Jimmy Gladiator, Guy Girard, Nicole Espagnol, Jacques Abeille,
Alain Joubert, Anne-Marie Beeckman, François Leperlier, Esther Moïsa, Alice Massenat,
Jean-Yves Bériou, Martine Joulia, Jean-Pierre Paraggio, Laurent Albarracin. (Debo subrayar que este último
escribe el epílogo de la antología Pierre Peuchmaurd. Donde baila el polvo amarillo,
recientemente editada, y selecciona los poemas de la misma).
Hago mención a unos nombres y otros
y caigo en la cuenta de que el lector se puede sentir legitimado a pensar que no
realizo más que un ejercicio curricular que desactiva los profundos contenidos de
tal asociación de publicaciones y personas. Me apresuro, por tanto, a evitarlo,
y, para ello, he de poner el acento sobre el hecho de que unos y otros son algunos
de los leprosos de la literatura, náufragos sociales (unos más que otros), impenitentes
divergentes (algunos reincidentes), “surrealistas individualistas”, me gusta presuponer
con recato, como si se tratara de una corriente propia en el marco del surrealismo
(por analogía con la que existe dentro del anarquismo). Unos y otros conforman una
“comunidad relativamente secreta, muy apartada… de las preocupaciones dominantes
y de las diferentes tendencias generalmente censadas, estudiadas, traducidas, alabadas
o criticadas”. A esta comunidad se refiere el inspirador de este volumen, Jean-Yves
Bériou, en el prólogo al mismo. No son pocos los componentes de esta comunidad que
siguen manteniendo en alto el nombre del libre escribir, del libre decir, del libre
pensar, del libre actuar, del libre negar, del libre editar, del libre vivir, del
libre amar, del libre morir cuyo depósito, el de la libertad color del hombre,
se quisiera disolver en el espantoso cenagal de nuestra época; no son pocos los
componentes de esa comunidad que mantienen en alto el nombre de Pierre Peuchmaurd
como uno de aquellos que pusieron la actitud al servicio de la fidelidad a los deseos
de juventud y no la defraudaron (al menos, hasta un límite decible y/o conocido).
Escribo todo esto y una nube muy
oscura me ronda la cabeza, creyéndome estar al borde de la clandestinidad que viene.
¿Exagero? En todo caso, quiero hacer notar la existencia de esas publicaciones,
en todas las cuales participó Pierre Peuchmaurd, lo que planteo como el recordatorio
de una pérdida sustancial, como es, justamente, la pérdida de la proliferación de
publicaciones revolucionarias cuyos profundos contenidos no vacilaban en poner de
su parte lo necesario, lo desesperado, lo negativo y lo afirmativo para sostener
la libertad de la edición autónoma.
Peuchmaurd, él mismo editor independiente
(Myrddin, -Brive, 1990-; La Machine à feuilles – Limoges, 2000), e igualmente editado
(incluso por la Nouvelle Revue Française, si no resulta demasiado naíf la
mención), experimentaba quizá la tensión de este conflicto, y tal vez supo sobrevivirle
con la dignidad de quien también supo conservar, a pesar de la presión sistémica,
el apartamiento (la divergencia) en medio de la trampa del privilegio, la vanidad
y el prestigio.
Nada de lo que he dicho se aleja
-creo- de la escritura de Peuchmaurd. Más bien pienso que la actitud refractaria
y la sensibilidad poética dejan de ser percibidas contradictoriamente (ya lo he
apuntado), pues ese era uno de los objetivos -entre perseguidos y azarosos- del
poeta, se diera esto en el marco del pesimismo, de la hostilidad e incluso del escepticismo.
*
Después de extender esquemáticamente
este suelo de índole socio-política en el que se fragua el devenir poético y el
espíritu transformador de Pierre Peuchmaurd, desearía andar -con una parcialidad
obligada- por el suelo que sostiene su escritura poética. Este no es otro que el
de la misma materia, haciéndome eco de sus propias palabras, y siguiendo él a Maurice
Blanchard, de cuya poesía Peuchmaurd fue amador e intérprete. “La poesía es una
propiedad de la materia”, escribió Blanchard. Ese anillo lo llevó Peuchmaurd en
el dedo de por vida. El título de la antología de la que ahora nos hacemos eco,
el cual es debido a Martine Joulia, nos lo reconfirma: “donde baila el polvo amarillo”.
¿Qué quiero decir con esto? Que aquello que impulsa la poesía de Peuchmaurd es,
en una gran medida, la vida sensible, esto es, la vida exterior, la cosa tangible,
el mundo material, lo que existe en lo que se da en llamar realidad, y cómo esto
toma cuerpo, en su caso, agudamente en el poema. (Entre paréntesis: materialismo
poético es el sesgo teórico, de acuerdo con el carácter discursivo y reflexivo caro
al pensamiento poético, que a tal experiencia se abre el Grupo surrealista de Madrid
desde hace largos años; lo menciono porque la poesía de Peuchmaurd es de las pocas,
en el marco del surrealismo, que evidencia, en el poema, la atención a esa materialidad…
de la exterioridad).
De lo que se trata, en buena medida,
para nuestro poeta es de lo siguiente: “hay que crear lo que existe”, según lo expresa
el poeta belga Louis Scutenaire, aforismo que me recordaba hace poco mi amigo Ángel
Zapata y que me parece resonar en la poesía de Peuchmaurd.
He mencionado el título de pasada
(“Donde baila un polvo amarillo”), y, sin embargo, debo detenerme un rato en él,
pues podría ser que en el mismo se concentrase una parte relevante de la apuesta
de Peuchmaurd. No obstante, debo antes retroceder hasta un lugar con el que se encuentra
nuestro poeta, el cual fue el de la gran revelación, que no le abandonó jamás. Ya
lo he adelantado, se trata de Nadja, el libro de André Breton. Este libro
tuvo para Peuchmaurd un carácter, no solamente inaugural, en el sentido iniciático
del término, sino persistente. En lo que a mi propósito se refiere, quisiera pararme
en un rincón del mismo, por lo que tiene de simpatía con el título dado por Martine
Joulia a la antología de Peuchmaurd; un título que, conviene aclararlo ya, es un
verso extraído del largo poema “Historia de la Edad Media”: “como la hacanea del
día en la sala silenciosa / donde baila un polvo amarillo…” El rincón del libro
de Breton ante el que me detengo es aquel en el que este escribe, refiriéndose a
Flaubert, “que, según su propia confesión, sólo quiso, con Salammbó, ‘dar
la impresión del color amarillo’, y con Madame Bovary sólo quiso ‘hacer algo
parecido al color de ese moho de los rincones donde hay cucarachas’…”. Bella coincidencia
atmosférica, cromática, memorable, incluso espacial. Además del sesgo extraliterario
de tales preocupaciones -o por eso mismo-, no dejo de tener en cuenta el modo en
que representa esta atención a lo descuidado uno de los núcleos de la poesía de
Peuchmaurd: un elemento en apariencia menor (el polvo amarillo en el espacio referido),
reúne la potencia de una realidad externa que es observada, eso sí, con penetración
alucinada, de tal manera que puede decirse que ha tenido lugar aquí una operación
de la visión con significativo sesgo alquímico, ya que se transmuta el estado vulgar
en que se halla lo que es llamado realidad; una operación que, por sublimación de
la palabra poética, desata los cabos de una realidad fijada a significaciones predeterminadas,
fuente de estancamiento y de disminución de la experiencia que de ella pueda llegar
a tenerse. No insistiré demasiado en que surrealidad es el nombre que adquiere tal
obrar sobre la realidad dada; un concepto -una experiencia- que, así como se define
por la unión del sueño y la vigilia y sus efectos en la vida despierta -que conducirían
a tener una experiencia superior de la realidad- valdría, tal vez, trasladarlo al
de la palabra poética cuando esta se erige en la unión de la palabra durmiente (la
palabra en sueño) y la palabra en la vigilia (la palabra en día);
un enlace que ha de equivaler, en términos dialécticos -o, por lo menos, analógicos-,
a la surrealidad de la palabra.
La poesía no elude la realidad,
bien es cierto, al igual que no puede detenerse en reproducirla a riesgo de dejar
de ser poesía. “Hay que crear lo que existe”, repito. Y aquí, ahora sí, cito las
siguientes palabras de Peuchmaurd cuando expresa que “el poeta, bastante lleno está
de la realidad del mundo, y del transmundo que existe y no; y, sin embargo, existe”
(Entrevista con Olivier Hobé, en verano de 2000, publicada en abril de 2009 por
Tremalo). Intuyo que, de este modo, cuando la palabra inicia un proceso de
liberación de lo que a ella también la ancla en sus significados inamovibles, la
realidad siente que su destino prefijado comienza a removerse, que su evidencia
es defraudada, porque su sentido es interpelado con la fuerza de un lenguaje que
no la deja intacta, a la vez que le muestra su solidaridad. Sí, creo que la poesía
de Pierre Peuchmaurd tiene la virtud de conciliar la vida exterior sensible, expresada
en ocasiones -a pesar de todo- de forma incluso descriptiva, con unas palabras que,
aun obedeciendo puntualmente a esta función, tienden a dar el salto, y con
él, descubrir el vacío de lo que nombra funcionalmente la realidad externa. De ser
así, no dejará esta de desprenderse de la fatalidad de un destino artificioso, al
que no ha de profesar ninguna obediencia. Principio de correspondencia: principio
imbatible, inactual, un órgano inmaterial de la poesía del que hace uso Peuchmaurd
y le confiere a su poesía presencia. Yo tendría en cuenta, de hecho, que
a través de la correspondencia se crea lo que existe, y que la realidad se concilia,
sí, con su propia dificultad de ser aprehendida, de ser dicha, de ser enunciada.
Queda aquí arrojado el guante,
como una especie de radical desafío: el análisis, el discurso serán siempre insuficientes;
válidos, desde luego, pero secundarios ante el poder del poema y la capacidad que
este tiene de exasperar lo que se da en llamar realidad y que esta, antes de que
razone, resuene; de que en el poema se concilian la apariencia y el entre-en-medio
de la realidad, o sea, la profunda presencia de la apariencia; y de que el poema
es la prueba -nada fácilmente soportable-, de que lo que existe puede ser creado
(antes que conceptuado).
Sé bien que mi artículo está caracterizado
por un importante impresionismo, de tal modo que queda fuera de foco algo más que
dos o cuatro asuntos cruciales relativos a Peuchmaurd, como pueden ser su pesimismo,
su apartamiento de la capital, su inclinación a la soledad, etc… Pero esto no es
un ensayo. Entre libros y plaquetas, se cuentan cien sus publicaciones. Se comprenderá,
por tanto, mi limitación. Confío, no obstante, que para el público español menos
informado este texto sea un umbral e incluso un pasillo que lleve directamente al
libro en el que, dejándose uno imbuir, se encontrará frente a las facetas de un
poeta que -antes que afirmar yo que pertenece a ella- frecuenta la comunidad del
hombresolo (del hombre-en-lo-solo), esa especie en el exterior de la especie cuyo
vínculo con la naturaleza reproduce el eco de un instinto de vida (de un anhelo
de exterioridad) que resuena tan fuertemente en su poesía; una poesía, valga subrayarlo,
en íntima correspondencia con la interioridad. Aludo al hombresolo para señalar
la importancia que este tiene, y lo que tiene de necesario su existencia, cuando
menos para intuir lo que el hombre no-es-aún-él (en concordancia con María Graciela
Llansol); un ser, una comunidad en archipiélago en posesión de la conciencia extralúcida
del desamparo al que puede conducir el alcanzar una conciencia extralúcida de la
poesía como una épica inútil, y, por eso mismo -es decir, bajo un estado de abandono-
poner lo venidero a prueba de lo que ha dejado de ser, y de lo que aún no es.
EUGENIO CASTRO (España, 1959-2024). Poeta y ensayista. Ha publicado H (Pepitas, 2006) y La flor más azul del mundo (Pepitas, 2011), y los libros colectivos Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo (2006), Crisis de la exterioridad. Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras (2013) y Pensar, experimentar la exterioridad (2018). El Gran Boscoso… es eso (2017) reúne parte de su obra poemática que hasta ese momento era inédita. Su libro de poemas más reciente es Elocuencia de lo sepulto (2019). Desde 1979 participa de las dinámicas y actividades del Movimiento surrealista internacional y de sus publicaciones desperdigadas por el mundo. Es cofundador del Grupo surrealista de Madrid y coeditor de su revista Salamandra. Intervención surrealista. Imaginación insurgente. Crítica de la vida cotidiana. Entre otros, ha traducido a Gherasim Luca, Joyce Mansour, Jan Švankmajer, Ernesto Sampaio, Marqués de Sade, Paul Éluard y, con Isabel Gómez Rodríguez, a António José Forte. Ensayo originalmente publicado en la revista Caravansari, España, 2024.
FRANKLIN CASCAES (Brasil, 1908-1983). Folclorista, ceramista, antropólogo, gravurista e escritor. Dedicou sua vida ao estudo da cultura açoriana na Ilha de Santa Catarina e região, incluindo aspectos folclóricos, culturais, suas lendas e superstições. Usou uma linguagem fonética para retratar a fala do povo no cotidiano. Seu trabalho somente passou a ser divulgado em 1974, quando tinha 66 anos. A Universidade Federal de Santa Catarina mantém um arquivo com a obra de Cascaes, aproximadamente 4.000 peças em cerâmica, madeira, cestaria, gesso, gravuras em nanquim e desenhos a lápis, além de um razoável conjunto de escritos que envolvem lendas, contos, crônicas e cartas, todos resultados do trabalho de 30 anos do escritor junto a população ilhoa coletando depoimentos, histórias e estórias místicas em torno das bruxas, herança cultural açoriana. Por sugestão de Elys Regina Zils, Franklin Cascaes é o artista convidado da presente edição de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 261 | junho de 2025
Artista convidado: Franklin Cascaes (Brasil, 1908-1983)
Editores:
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ARC Edições © 2025
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