1.- Introducción
Si se trata de pasiones humanas, es común
designar al amor, el odio, los celos, la traición. Y el racionalismo ilustrado reafirmó
la pasión por saber, con su consecuente: el conocimiento aplicado. La pasión es
una emoción intensiva, que genera acciones y a menudo, controversia. Es fuente de
inspiración de escritores y dramaturgos.
La pasión por saber
no lleva necesariamente implícita el saber sobre las pasiones. Basta con recorrer
la historia de las ideas para advertir que el sujeto más refinado y culto puede
incurrir en falacias o paradojas en su discurso y hasta ignorar las cuestiones más
obvias. Es recién a partir del Siglo XIX cuando el sujeto se preocupa por investigarse
a sí mismo. Y con el advenimiento, retomada la Retórica aristotélica, del materialismo
y la hermenéutica de Gadamer, la semiología y de los estructuralismos en todas sus
formas, el fenómeno del lenguaje se convirtió también en objeto de análisis.
De todas las pasiones
humanas se ocupan la literatura, la filosofía, el psicoanálisis, las religiones,
las neurociencias y la política. Pero de una pasión se ocupa en profundidad solo
el psicoanálisis: la pasión por no saber. Esta consiste en negar hechos, cosas,
ideas, colectivos o personas, a sabiendas o inconscientemente.
La negación a sabiendas
opera habitualmente por razones de ideología, por intereses económicos o sociales
–hay sujetos que piensan, hablan y votan conforme les fue, sin importarle hacer
vínculo social con el otro–. Es el caso típico de los países en los que sus ciudadanos
pudientes los habitan como si estuvieran en tránsito, no oblan sus impuestos, infringen
las leyes de tránsito y se violentan cuando los telones de la vida se les vienen
encima por no haberlos domeñado a tiempo. Como si diferir los problemas, no registrarlos,
les evitara el malestar de la civilización y les permitiera ser felices en su burbuja.
Este no saber, no querer saber, lleva implícita también una negación –consciente–,
bien contraria a la Lógica. Para confirmarla, nada mejor que aferrarse a principios
atemporales, vaciados de contenido, dejando que circulen discursos sociales de un
Als ob –de un como si fuera–, pues se
reduce la palabra a mero significante.
Esta suerte de negación
es bien receptada en las sociedades histéricas, en las cuales el pensamiento permanece
como mero discurso argumentativo y se da a conocer a los ciudadanos para enrolarse
en un colectivo que, ni por asomo, refleja su identidad. En síntesis, lo que se
niega una y otra vez es la ontología al relativizarla, porque se les acuerda existencia
solo a los hechos interpretados (aunque no fuera esta la intención de Nietzsche
cuando afirmara: “no hay hechos; solo interpretaciones”. Él quería suscitar polémica
frente a los idealismos de su época).
La pasión por no saber,
no querer saber, la imposibilidad auténtica por saber adquiere hoy dimensiones impensadas,
en contraste con la ciencia, que sobrepasó el horizonte subjetivo al materializar
la emoción y sorteó fronteras. La ciencia se debe siempre a un objeto observable
y lo procesa mediante reglas claras y palpables, incluido el sujeto (psicologías,
psiquiatría, neurociencias), su cuerpo (las ciencias médicas y sus derivados; la
biología etc.) y la conducta social (sociología, antropología, etnologías médicas
etc.). Cada sujeto se ha ido transformando, así, en la muestra de una serie objetivada
y medible.
Pero el sujeto no es
solo materia y energía. Se encuentra inscrito en el lenguaje y como tal, participa
de sus dificultades, pues nace en y no, de él. Y habida cuenta de esta dificultad
es que, a menudo, la pasión por no saber viene camuflada hasta en los pliegues de
la de un saber cierto: el del conocimiento derivado de las actividades de resultado,
como la ciencia, el derecho, la economía, etc. Las especializaciones fragmentaron
el saber, que dejó así de articular con otras áreas, y, aunque hoy estén de moda
los estudios culturales e interdisciplinarios, la hiper simbolización cognitiva
que los sostiene suele provocar un distanciamiento de la realidad, volviendo al
conocimiento autorreferente.
2.- El sujeto en la sociedad globalizada
La globalización [1] ha instalado en el sujeto una especie
de falsa certeza, que bordea lo psicótico. Hoy, esta se encuentra en crisis y como
consecuencia, advienen nuevamente las fragmentaciones, los nacionalismos extremos,
los prejuicios y las falacias. Las ciencias lograron que se pueda viajar a todas
las latitudes del planeta y la tecnología inventó verdaderas prótesis cognitivas
como el celular: en las redes sociales, así, el sujeto se cree universal, ciudadano
del mundo, y las economías, solidarias por vinculadas. Sin embargo, el postcapitalismo
globalizado nos enseñó a expulsar la sustancia humana, ya que todo lo uniformó y
objetivó, tornando la subjetividad en un asunto menor. Como contrapartida, empero,
surgieron territorializaciones, hoy muy en boga: individualismos insulares, nacionalismos
proteccionistas, fanatismos religiosos y políticos irracionales. Y los medios masivos,
aliados indiscutibles del fenómeno, introducen su propaganda: hay que hacer como-si
no pasara nada, ya que Occidente sigue pleno y seguro, en sus sociedades panópticas.
No importa, pues, que los atentados, el resurgimiento en África y América Latina
de enfermedades que se suponían extinguidas como la fiebre amarilla o que la muerte
provocada por el hambre y la deshidratación, las paupérrimas superpoblaciones urbanas,
que la violencia doméstica contra niños y mujeres y la institucional de la corrupta
ineficacia expongan a sociedades enteras a la prueba diaria y contundente de que
nada es para siempre; no hay seguridad, han desforestado bosques y selvas, se mata
por dos pesos. La comunicación masiva, en cambio, insiste en la posibilidad de estatuir
paradigmas que democratizan: la arquitectura, la gastronomía, los diseños del entretenimiento,
la tiranía de la moda, el bombardeo de noticias y spots publicitarios; se inculca al ciudadano la imprescindible tenencia
de mercancías, propiedades, estéticas que manipulan el cuerpo y lo someten a autopuniciones;
total (se creerá), la angustia y la compulsión al goce deben de ser desgracias ingobernables,
de las que se ocuparán la familia, la escuela o el nosocomio.
Los hombres son tan necesariamente locos que
habría que estar afectado por otro giro de locura para no estarlo, decía Pascal,
en el Siglo XVII. En su época, ya encontraba él razonamientos paradójicos y falaces
en los eruditos, quienes se devanaban entre los dogmas teológicos y las reglas de
la ciencia.
Pero si los científicos
se alzaron entonces, temerarios, frente a toda creencia, buscando métodos para lograr
el conocimiento auténtico, desprovisto del soplo divino, hoy resulta que el indiscutible
prestigio de estos, divulgado masivamente, ha hecho que el sujeto quede bajo la
férula de su neurosis prepotente. Pululan los medicamentos preventivos y correctivos,
se trata de uniformar en la escuela, en la universidad, por todas partes. La subjetividad
queda reducida a una cifra estadística, siempre dispuesta a seguir las instrucciones
rápidas de la tele (compre más, viaje ya),
a los manuales que otorgan felicidad y si no, de última, al rivotril, al prozac. Lo cual responde a una lógica de laboratorio: si una emoción
se localiza en el cerebro, el medicamento adecuado va a remediar el dislocado desorden.
La ciencia, combinada con la banalidad de la existencia, hace que se viva hoy esta
suerte de alienación extrema que es considerar a la salud como una tirana obligación
y no, como un derecho. Ello, mientras la pobreza urbana y de las regiones más inhóspitas
del planeta no es paliada ni con campañas generales de vacunación ni con la asistencia
puntual de médicos pertenecientes a organizaciones no gubernamentales. Allí, el
Estado no llega nunca a tiempo, y los trabajadores informales no cuentan con ninguna
obra social.
Y son precisamente estas ansias de certeza y cerrazones
cognitivas las que se erigen como defensa superlativa contra la locura. Acaso debido
al hartazgo social de esta, como si la normalidad pudiera alcanzarse… Pero no debe
culparse del todo a la coartada científica. La búsqueda de alguna verdad ha sido
siempre manía socrática y facilitó vientos libertarios. El problema de evitar o
paliar la locura, sin embargo, no solo requiere de costosos laboratorios, sino más
bien, de esfuerzos decisivos por el Estado mediante la asignación de presupuesto
suficiente para las políticas de salud y de reconocer en colectivo que decir verdad (no, una verdad ni la verdad),
aquella a la que refirió Freud al descentralizar al sujeto con sus estudios sobre
el inconsciente, es también historizar a la persona desde su presente en su pasado,
devolviéndole la dignidad de su propia e inexpropiable ficción. Toda verdad, en
definitiva, tiene estructura de ficción: la que cada sujeto se construye con su
matriz familiar y la sostenida por la creencia del sujeto y de la sociedad en el
sistema político y científico que elija.
Pero, hoy, la sociedad,
en vez de contentarse con los resultados científicos e insistir por ello en la actitud
de renovable conocimiento de la ciencia, la ha ideologizado según intereses extranjeros
al sujeto social, que, entregado así a la inteligencia artificial, ha ido perdiendo
su lengua y lo más importante, mató inadvertidamente su metáfora. A su vez, la ciencia,
hiper metaforizada por las reglas de validación que supo conseguir para sus sistemas,
divulgada superficialmente a la audiencia lega, termina por autorreforzarse, perdiendo
de vista que el mismo científico que la ejerce es también el sujeto que la sostiene,
expuesto a todos los avatares del malestar provocado por sociedades injustas y gobiernos
ineficientes.
Y el Derecho –al regular
y tipificar conductas–, en lugar de ocuparse del sujeto, otrora atravesado por el
deseo y dividido hoy por el puro goce o rabioso por la frustración constante de
no realizar sus proyectos, insiste en el sujeto del saber absoluto, como si Descartes
y Kant nos arrojaran, aún en el Siglo XXI, a la nuda existencia (la Geworhenheit de Heidegger) con la herramienta
de la sabia y responsable conciencia. Por si fuera poco, en la comunicación no se
previene al sujeto de los efectos colaterales de reducirlo todo, incluso a él, al
dato de Carnap. [2] Los sujetos se nos manifiestan en porcentajes.
3.- La pasión por no saber. Algunas versiones literarias
La literatura y el cine ofrecen ejemplos
variados sobre la pasión por no saber. En estas disciplinas es posible realizar
el cruce social de los personajes con la época y asistir a sus renovadas versiones
conforme lecturas retroactivas. Refiriéndose al teatro, Freud, en Personajes psicopáticos en el teatro, manuscrito
inédito en alemán, de 1904, pág. 988, decía: Si, como desde los tiempos
de Aristóteles viénese admitiendo, es la función del drama despertar la piedad y
el temor, provocando así una catarsis de las emociones, bien podemos describir esta misma finalidad expresando que se trata de
procurarnos acceso a fuentes de placer y de goce yacentes en nuestra vida afectiva.
(…) Es así tarea del dramaturgo transportarnos dentro de la misma enfermedad, cosa
que se logra mejor si nos vemos obligados a seguirlo –refiere al personaje– a través
de su desarrollo. Esto será particularmente necesario si la represión no se encuentra
ya establecida en nosotros y si, por consiguiente –refiere ahora al espectador–,
debe ser efectuada de nuevo cada vez, lo cual representaría un paso más de Hamlet
en cuanto a la utilización de la neurosis en el teatro. [3]
El nihilismo, una versión
moderna de los nominalistas, puede observarse en las últimas palabras de Timón,
Timón de Atenas, de Shakespeare. Todo
allí concentrado: en el deseo de suprimir el lenguaje, en la negación de la causalidad,
que conlleva a un abismo subjetivo inevitable; hasta una incitación al exterminio
de cuanto existe o posee alguna forma de vitalidad, proclamando una suerte de discurso
suicida que no incluye al otro, de pulsión de muerte –análogo al que sugiere– sin
ejecutarlo – el Mefistófeles de Goethe. Se trata en este personaje shakespeariano
de provocar al espectador un discurso febril, propio del sujeto que idolatra la
nada.
And nothing brings me all things […].
Lips, let four words go by, and language end.
What is amiss, plague and infection mend.
Graves only be men’s works, and death their gain
Asimismo, en el Rey Lear, Shakespeare lleva a su personaje
a la tensión máxima e impiadosa debido a una mala elección al dividir su reino entre
sus hijas y a la tormenta desatada por sus errores. Tambalea, así, frente a la locura
simulada de un astuto Edgard y a las palabras grotescas del bufón que terminan por
tomar valor de verdad en contraposición a las de él, un rey que, desde el poder,
no alcanza a percibirla.
La negación se encuentra
también en el Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, y reaparece en la novela
moderna: la identidad humana parece inasible a través de personajes que, por deambular,
viajan a ninguna parte, viven de un pasado ineficaz o sueñan con un futuro ilusorio.
Se lee en S. Beckett: (…) No hay yo, no hay
hacer, no hay ser, no hay nominativo, no hay acusativo, no hay verbo. No hay nada
para continuar. [4]
Y, en la película argentina
El ciudadano ilustre, hacia los finales,
el protagonista, escritor, se dirige a su auditorio, triunfante y soberbio, exclamando
la citada frase de Nietzsche: no hay hechos,
solo interpretaciones. Claro que los guionistas, probablemente, hayan utilizado
esta vuelta de tuerca, para permitirle una estrategia superadora, habida cuenta
de los ataques violentos y envidiosos que aquel había debido soportar en su pueblo.
En la vida real, los
hechos se presentan en todo su peso, y la subjetividad se pone en riesgo, como sucedió
con el Rey Lear.
4.- Acerca del lenguaje
El sujeto es lenguaje, y todos los fenómenos
vinculados a él se apoyan en el registro de la interpelación, el reconocimiento
del otro, el desafío de incorporar, al percibir la naturaleza y el estado social
de las cosas, el mundo aquilatado por la propia experiencia. Por tanto, lejos de
las hiper metáforas impuestas en la Ciencia y el Derecho, en los discursos de las
teorías críticas y culturales y lejos también, de la tiranía de las metonimias,
que interpretan los hechos a su modo y nos hacen deglutirlos, fáciles y sin razón,
el lenguaje habla por nosotros y nosotros lo hacemos gracias a él. Sin sujeto no
hay lenguaje y este no existe sin el primero.
Por el contrario, la
imperiosa necesidad de una certidumbre y resultado estadístico, que reniega de la
vivificación social, presentifica psicosis, pues la realidad no deja de ser enigmática,
en tanto se renueva como las aguas que fluyen en el río y es bastante más compleja
que una cifra uniforme para todos. El psicoanálisis, si se le acuerda la entidad
también de filosofía de la sospecha, logró descentralizar al sujeto devolviéndole
su ficción enmudecida a través de sus fallos, sueños y en el chiste. El inconsciente
transcurre y se muestra en un presente continuo, pero la pulsión de muerte –Trieb, en Freud–, [6] siempre articula y se debe a su época: no pulsaba del mismo modo
una mujer del siglo XVII que una contemporánea, a quien se le impone el goce, exhibiéndole
un mercado inagotable de viajes, mercancía y servicios y está muy lejos de la culpa
diseñada por el Otro religioso de la primera. Hasta el concepto de otredad ha ido
actualizándose.
Naturaleza y cultura,
sociedad y política pertenecen a la antropología del sujeto y requieren de una arqueología
que nos territorialice en nuestro pasado historizado y en nuestro presente retroactivo
para disminuir el malestar en la cultura.
En cambio, la pasión
por no saber, sea inconsciente y neurótica o consciente y maliciosa, aprisiona y
enmudece al sujeto. En esta negación a la que refería Freud en 1925, [7] directamente asociada a la existencia
de lo negado, se reprime el trauma, lo que conlleva el síntoma que repite.
Freud separa analíticamente
aquí lo subjetivo de lo objetivo, afirmando empero que ambos operan en el sujeto
como una representación. Re-presentación que reproduce porque vuelve a presentar
(nunca literalmente) un hecho, un objeto, una persona, una situación –todo, sobre
la base de lo percibido y la experiencia–. No es que haya que cotejar la incoincidencia
entre imagen percibida y objeto representado para diagnosticar una negación, sino
más bien observar que el sujeto no cree o decide
neuróticamente no creer en esa representación: la paciente que, contenta, niega
a su analista dolores de cabeza, cuando los análisis clínicos dan cuenta de migrañas.
Dime de qué alardeas y te diré de qué careces; dime qué niegas con tanta contundencia
y te diré qué reprimes. Por eso la clínica - psi, a diferencia de otras disciplinas
positivistas, omite concentrarse en la operación misma que hace el sujeto y atiende
a las asociaciones que surgen en su propio lenguaje, que habla por él desde el inconsciente
(lalengua).
La negación no constituye
solamente una manifestación sintomática del sujeto o de una sociedad histérica.
En tanto seres de lenguaje, el fenómeno lingüístico mismo acusa de esta operación,
a menudo maliciosa o ignorante y espontánea. Así, en las discusiones sobre ideas
o acerca de dispositivos profesionales suelen existir la fallacia non causae ut causae (tomar por fundamento lo que no es), la estratagema 10, consistente en confundir
al adversario que niega algo en su locución; la 22, mediante la cual si nuestro
adversario nos conmina a admitir el meollo del problema a discutir, intentamos confundirlo
afirmando que introduce una petición de principios; la 27, propia de quien irrita
a su contrincante de modo de sacarlo de circulación fácilmente y, sobre todo, la
28: se intenta hacer pasar por válido aquello cuya invalidez solo reconocería un
experto. [8]
Como es francamente
imposible que en todos los ámbitos y estrados se encuentren avezados en estas cuestiones
lingüísticas, ni las mismas se enseñan en las escuelas o se divulgan en los medios
masivos, la pasión por no saber irá en aumento, aun cuando disciplinas enteras estén
a disposición del ciudadano para evitarlo. Es que la razón es también un producto
social compartido, porque “pensar es hablar consigo mismo, y hablamos cada uno consigo
mismo gracias a haber tenido que hablar los unos con los otros”, decía Unamuno.
[9]
Vuélvase a Pascal: habría
que estar loco para negar la locura humana y pretender mundos perfectos. Lo que
no disminuye el malestar, sin embargo, de quienes niegan menos y prefieren transitar
sus pasiones, sabiendo algo de ellas. Esto, en lugar de entregarse al drama del
secreteo de las represiones, de la manipulación de la falsa propaganda, la exhibición
obscena del goce o de la rabiosa y violenta frustración de quien no puede superar
su destino y, por ende, elige agredir al prójimo, expeliéndose del lenguaje.
5.- Conclusión
La pasión por no saber como negación
sintomática del sujeto y del sujeto social encuentra ejemplos en la literatura universal,
anuda en algunos nihilismos, que pretenden reducirlo a una cifra debido a la ideologización
de la ciencia, y se encuentra sostenida hoy, consciente o inconscientemente, en
el colectivo merced a los medios masivos –principales aliados de la globalización,
hoy en crisis y a punto de transformarse en una fragmentación–, que pretenden a
veces expulsar al sujeto de su lenguaje, de su metáfora. La literatura universal
brinda ejemplos de dislocaciones lingüísticas y negaciones y continúa siendo una
herramienta adecuada para resistírsele, en un camino superador por conocer –y saber–
acerca de ella. La idea positivista que se niega a distinguir hechos de interpretaciones,
la idea de lo concreto y a-histórico prescindente del lenguaje es una convicción
que puede producir malestar y violencia. La literatura, como estética contraria
al goce de esa palabra que solo circula obscenamente, puede devolverles su historia
inexpropiable a la sociedad y al sujeto. Porque la verdad, al fin, siempre comparte
estructura con la ficción, es dicha a medias y se historiza en un viaje continuo.
Lo cual no es lo mismo que permanecer en la posición del que no sabe, en la del
que, como el Rey Lear, desbarranca por completo desinterés del otro, negado de sí
mismo, y fuera del lenguaje.
Bibliografía
Carnap, Rudolf. La construction
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Freud,
Sigmund. Obras completas, III, Editorial Biblioteca Nueva: Madrid, 1968 (Revisión,
traducción y prólogo de Ramón Rey Ardid, catedrático de psiquiatría y psicología
médica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza).
___.
La negación. En Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu, 1996. Recuperable
en: www.teebuenosaires.com.ar/biblioteca/trad_08.pdf (consulta
del 4.3.17).
Lacan, Jaques.
Clase 1, 13 de enero de 1954: Introdución
a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud (Seminario 1, Buenos
Aires: Paidós, 1984). Recuperado en: http://psicopsi.com/Seminario-1-Clase-1-Introduccion-comentarios-escritos-tecnicos-Freud
– Consulta: 3.3.2017.
___. Du “Trieb” de Freud
et du désir du psychanalyste. Ver también Introduction au commentaire de Jean Hyppolite
sur la “Verneinung” de Freud. En Écrits. Paris: Éditions du Seuil, 1966.
Mélèse, Pierre. Beckett. París: Seghers,
1966
Shopenhauer,
Arthur. El arte de tener razón. Buenos Aires: Quadrata, 2005.
Unamuno, Miguel. Ensayos 2 volúmenes.
Madrid:
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Winkler, Paula. La
globalización y la construcción social de la apariencia. Una lógica del sujeto como
objeto. Revista Consecuencias, Instituto Clínico de Buenos de la Escuela de
Orientación Lacaniana argentina. Ejemplar de setiembre de 2009, También en: CDI,
Revista Internacional de Diseño Industrial, número especial, mayo de 2014, Facultad
de Diseño de la Universidad Tadeo Lozano, de Bogotá, Colombia. Recuperable en: www.youkali.net/Youkali7-7a1b-PaulaWinkler.pdf (consulta
realizada el 4.3.2017)
NOTAS
Este artículo aparece, en su primera versión, en el ejemplar nº 45 de abril/junio de 2017, ISSN 1886-2519
de la revista Narrativas.
1. WINKLER, Paula. La
globalización y la construcción social de la apariencia. Una lógica del sujeto como
objeto. Revista Consecuencias, Instituto Clínico de Buenos de la Escuela de
Orientación Lacaniana argentina. Ejemplar de setiembre de 2009, También en: CDI,
Revista Internacional de Diseño Industrial, número especial, mayo de 2014, Facultad
de Diseño de la Universidad Tadeo Lozano, de Bogotá, Colombia. Recuperable en: http://www.youkali.net/Youkali7-7a1b-PaulaWinkler.pdf
(consulta realizada el 4.3.2017)
2. CARNAP, Rudolf. La construction logique
du monde, Vrin: París, 2002
3.
FREUD, Sigmund. Obras completas, III,
Editorial Biblioteca Nueva: Madrid, 1968 (Revisión, traducción y prólogo de Ramón
Rey Ardid, catedrático de psiquiatría y psicología médica de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Zaragoza).
4. MÉLÈSE, Pierre.
Beckett. Editorial Seghers: París, 1966.
5. LACAN, Jaques.
Clase 1, 13 de enero de 1954: Introdución
a los comentarios sobre los escritos técnicos de Freud (Seminario 1, Buenos
Aires: Paidós, 1984). Recuperado en: http://psicopsi.com/Seminario-1-Clase-1-Introduccion-comentarios-escritos-tecnicos-Freud
- Consulta: 3.3.2017.
6. LACAN, Jaques. Du “Trieb” de Freud
et du désir du psychanalyste. Ver también Introduction au commentaire de Jean Hyppolite sur la “Verneinung” de Freud.
En Écrits. Paris: Éditions du Seuil, 1966.
7. FREUD, Sigmund.
La negación. En Obras completas, Tomo XIX, Buenos Aires: Amorrortu, 1996. Recuperable
en: http://www.teebuenosaires.com.ar/biblioteca/trad_08.pdf
(consulta del 4.3.17). Ver también nota anterior, comentarios de Lacan.
8. SHOPENHAUER,
Arthur. El arte de tener razón. Buenos Aires: Quadrata, 2005.
9. UNAMUNO, Miguel. Ensayos II.
PAULA WINKLER (Argentina, 1951). D doctora en Derecho y Ciencias Sociales, Magíster en Ciencias de la Comunicación y está especializada en estudios semiológicos de la cultura. Miembro de número del Instituto de Derecho Administrativo de la Academia Nacional de Derecho y Cs. Sociales desde 1986. Narradora y ensayista, sus cuentos con premios nacionales y extranjeros, se incluyen en antologías. Ha publicado un libro objeto (libro de artista), varias novelas, cuentos, viñetas y poemas. Se encuentra en prensa su próxima novela histórica. Es colaboradora permanente de Letralia y del diario digital Siglo XXI.
LEILA FERRAZ (São Paulo, 1944). Poeta, fotógrafa, artista plástica, ensaísta e tradutora. Junto com Paulo A. Paranaguá e Sérgio Lima formou o trio responsável pela organização da Exposição Internacional do Surrealismo de São Paulo (1967), bem como pela edição de sua revista-catálogo, A Phala. Nessa época viajou duas vezes para Paris, convivendo intimamente com muitos dos membros do grupo surrealista francês. Na década de 1970, inaugurou a galeria Pindorama, em São Paulo, com Eduardo Lunardelli e outros, onde foram realizadas exposições de inúmeros artistas brasileiros, iniciativa que mais tarde se transformou na criação da Cooperativa de Artistas Plásticos de São Paulo. Publicou dois livros de poesia: Cometas e Poemas Plásticos. Está agora a preparar um livro com Floriano Martins, de poemas, colagens, fotografias. Ao lado da escultora Maria Martins, não há dúvidas em apontar seu nome como as duas maiores expressões femininas do Surrealismo no Brasil. Leila Ferraz é a artista convidada da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Número 246 | dezembro de 2023
Artista convidada: Leila Ferraz (Brasil, 1944)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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