hacia mil ochocientos
cincuenta,
Herman Melville decide
escribir una novela
sobre un hombre que
alimenta
las ganas de matar
una ballena.
todo el espacio y
la ruindad de su país
pasan por la forma
y la esencia criminal
de una ballena llamada
Moby Dick.
en Cuba no tenemos
ballenas,
mucho menos balleneros,
pero si mortíferas
especies que suelen
alimentarse de los
peces más pequeños.
no soy un criminal.
tampoco me entretienen
los rodeos de Melville.
pero bien me subiría
a algún pesquero,
solo por matar a
un ejemplar
de esas especies.
Me di cuenta de que escribo sobre libros y nunca sobre
un poema en particular: privilegio el conjunto por encima del texto. Así pensé hacer
ahora, hasta que me indicaron sacar uno solo del matorral de la escritura. ¿Cómo
elegirlo, o por qué?
En su primer párrafo
el poema describe lo que trata un libro de Olson en referencia a otro de Herman
Melville que no se nombra más que en el título, pero que intercambia el nombre del
personaje por el suyo: el autor del poema se convierte así en Ismael. Y ¿quién es
Ismael? Un personaje del ballenero de Melville que va a la captura de la ballena
blanca.
Entre las líneas
del segundo párrafo aparece una concisa descripción de un país en forma de ballena
y viceversa: una ballena criminal con la alusión a Moby Dick.
En el cuarto párrafo
se mueve la geografía completamente, y se traslada a Cuba donde no hay ballenas,
o las ballenas llegan muertas a las orillas producto de algún desorden natural,
pues el calor de nuestras costas no lo permitiría. La reflexión utiliza a la ballena
y –a los barcos balleneros que tampoco hay en la isla–, para aludir a las especies
que se tragan otras. Pero aquí ya no se trata de animales, sino de depredadores
humanos, volviéndose el poema una reflexión ética.
El interés de Oscar
Cruz no es en sí mismo literario, sino que usa la literatura como herramienta para
otro fin. Su poema quiere extender esa frontera. Por eso, menciona de forma casi
peyorativa, los regodeos de Melville que no le interesan. Así, en el cuarto párrafo
entra tajante: “no soy un criminal”, asevera. Defendiéndose de una presumible acusación.
¿Quién lo acusa? ¿Por qué se siente culpable o de qué? Huye de literaturizar la
atmosfera sobria, ríspida del poema, que no requiere los despojos de un lenguaje
que utiliza solo como información para recolocar su propuesta: que se subiría a
algún pesquero para matar “a un ejemplar de estas especies”.
“Llámame Oscar” es
un poema-perdigón -los llamo-, que usa al yo para tomar una posición (política)
y lanzar algo. (Aquella tuerca del “Stalker” de Tarkovsky). El texto trae una voz
cruda, cortante, sin metáforas, y la rudeza de una mano que golpea –como ocurre
dentro del libro donde lo hallamos–: “Mano dura, una indicación”.
“Llámame Oscar” es
la deriva de un texto leído en otro. Lo recoge extrapolando tiempo y lugar, que
es lo que lo define como poema, al fin y al cabo: su intención, su recolocación,
a partir de su procedencia en otro contexto. Donde se ve un ancho mar sin nombrarlo,
y donde recordamos la historia de la ballena blanca y de ese mundo donde los hombres
pujan por su supervivencia. Igual que el poeta lucha por la suya al demostrar -a
quien sea que lo juzga y lo tiene en la mira-, que no es un asesino. Aunque con
este gesto no mermen sus deseos de matar.
Oscar Cruz, “el jibaro”
ha querido homenajear a Charles Olson y también por extensión a Herman Melville,
convirtiéndose en un personaje dentro de voces que lo anteceden. Es su pretensión
demostrar como un autor mide sus fuerzas, sin jerarquizar, al tragarse a otros.
Así el sentido y la hechura de “Llámame Oscar” están en el momento presente donde
el poema-ballenero navega rumbo al mismo compromiso que tuvo en el siglo XIX para
denunciar los estragos sociales que no son explícitos, pero que atan el rumbo de
un marinero anónimo con su (engañosa) descripción realista.
Si en el conjunto
de poemas que conforman “Llámame Oscar”, se critican las “naderías” con las que
se trata la literatura, se refutan con este aún más, para crear como un cierre:
su poética. El poema es un resultado que proviene de un encabalgamiento para obtener
una posición, a través de la extrapolación consciente de otros momentos de la historia
y también, de la literatura. Y donde solo está presente la noticia, la situación,
lo demás: lastre.
Ha cortado las amarras
logrando un contrapeso eficaz, entre la palabra y su función. El texto como acto.
La historia como protagonista. Hacía tiempo que nos habíamos olvidado en la literatura
cubana, de que la poesía puede servir para algo más que decoración o ritmo.
Oscar Cruz devenido
Ismael en el Pequod es un sobreviviente – igual que otro del Essex en Moby Dick
donde todos han muerto. Sabe que la pesca de la ballena “como frontera y como industria”
sería la única solución, pero para él es una alegoría. Aunque el poema no sea –por
fortuna–, alegórico. Igual que Olson, igual que Melville, estudiando los siete volúmenes
de Shakespeare detrás para analizar las tragedias del hombre, uno indaga sobre el
otro, un trayecto que provoca, una ruta.
La impotencia del
escritor en cualquier caso es que solo puede hacer “su declaración de la libertad
del hombre para fracasar” – dice Olson en “Llámame Ismael”.
Así como los peces grandes devoran a los pequeños, esta es una guerra donde la imaginación de un autor nutre a otro, y el poema es la potencia adquirida en esa puja que viene desde muy atrás. Es un recorrido que se abre ante “Llámame Oscar” cuando una isla le sirve de barco y el pasa por entre las rocas y las bestias que esperan devorarlo.
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SÉRIE PARTITURA DO MARAVILHOSO
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 177 | agosto de 2021
Curadoria: Reina María Rodríguez (Cuba, 1952)
Artista convidado: Ángel Ramírez (Cuba, 1954)
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