• EDITORIAL – PARTITURA DO MARAVILHOSO: PARAGUAI
Tanto el concepto de “una isla rodeada de tierra” de Augusto Roa Bastos
referente al Paraguay responde a la situación de aislamiento que condena a la
poca difusión de su literatura y otras manifestaciones artísticas.
La obra editorial de Floriano Martins puede compararse con una tabla de
salvación durante un naufragio, la que posibilita que nuestra palabra llegue al
resto del mundo. No quiero excederme sobre los resultados negativos de esta
situación que golpeó al Paraguay desde los tiempos coloniales, cuando la
Provincia del Paraguay fue dividida por el gobernador español, perdiendo
consecuentemente su costa al mar y la posibilidad de estar en contacto
directamente con el resto del mundo, gozando de las ventajas que hubiera
mantenido si la conservaba.
Para cerrar estos hechos históricos que me duelen debido a sus
consecuencias, les invito a leer el artículo “Insularidad y ostracismo”, el
cual demuestra que estas circunstancias fueron una constante de la historia
paraguaya. Hago votos para que nuestro apreciado editor siga publicando obras
paraguayas y de otras latitudes, las cuales difícilmente tienen acceso a las
bibliotecas y librerías diseminadas por el mundo. [RF]
RENÉE FERRER |
Insularidad y ostracismo,
una constante de la historia paraguaya.
La tendencia a borrar fronteras en aras de intereses económicos y unidades
regionales en diferentes áreas del planeta no ha logrado totalmente su
objetivo. Si se confunde la globalización con una tabla rasa en la cual se
pretende limar, indiscriminadamente, las diferencias en aras de la similitud
caeríamos en el error. Paradójicamente, la falta de una comunicación real entre
los pueblos y los individuos sigue sin ser superada en este mundo global
contemporáneo.
El aislamiento del Paraguay desde los tiempos de la Colonia, la dictadura
de José Rodríguez de Francia, las presidencias de Carlos Antonio López y su
hijo el Mariscal Francisco Solano López, la guerra de la Triple Alianza, 1864 a
1870, y la de la Guerra del Chaco, 1932 a 1935, así como las post guerras,
sumadas a las incontables revoluciones y las dictaduras más cercanas de Higinio
Morínigo y Alfredo Stroessner, sumadas a la mediterraneidad, han dado por
resultado la concentración del país en sí mismo. Prisionero del autoritarismo y
de las circunstancias nefastas, sus habitantes desarrollaron un sentido de
silenciosa independencia y resignada aceptación de las situaciones adversas.
No bien llegaron los conquistadores al sitio, posteriormente llamado
Provincia del Paraguay, constataron que no contaba con del oro y la plata,
llamado “El Dorado”, al cual ansiaban llegar. Este hecho condenó al futuro
Paraguay a un destino más humilde, olvidado de la Corona de España, no tanto
por la lejanía sino por la falta de posibilidades de enriquecimiento rápido. Su
situación geográfica y la revolución de los Comuneros condenaron a la Provincia
a la ley del “Puerto preciso de Santa Fe”, dificultando la libre navegación.
Pero la referida incomunicación, sufrida aún antes de ser nación, lleva en
su interior un archipiélago de aislamientos, sean éstos sociales o
individuales. Con el avance de los españoles el indígena se repliega a zonas
más seguras y abandona su hábitat preguntándose “¿De qué paraje vienen? / ¿De
qué lugar sin nombre? …/Sin nombre para mí, que diferencio/ los mínimos matices
de la selva?”, y resiste la agresión con hosco silencio, en tanto las “…Lanzas
entrejuntas golpean el tambor tirante de la tierra …/ al sentirse desposeído de
la gran fogata / y desgajado, /”. El indio padece el destierro en su propio
territorio, pues la marginalidad se centra en la separación y el abandono de
sus tierras.
La insularidad finalmente acaba por imponerse y el indígena se repliega “…para permanecer en el centro de
interminables distancias marginales, / más allá de la puesta de los dioses”,
sin otra alternativa que la sublevación o el consentimiento. Desde lejos
“atisbará su ajetreo/ y desde los campamentos recientemente saciados/ le
llegarán voces/ cuyo sonido no reconocerán sus ojos”. Extraño en su propio
territorio, cada uno se convierte en una isla trashumante, desde la cual “Comprenderá que no entiende. / Algo fuera
de sí/ respirará con la fuerza del desconocimiento” / y aceptará
finalmente que “Las deidades que
cuidaron su infancia se quedaron sin rostro/ en el mismísimo vértigo de sus
orígenes/, “Desheredado de su canto / escuchará al extranjero./ Conocerá el
exilio.”
Si bien el ostracismo, como castigo superlativo, tiene largas raíces en la
Historia, la expulsión de un ciudadano se sigue utilizando hasta el presente. A
este individuo, la incomunicación con su origen lo vuelve un desposeído de su
tierra, un errante un buscador de ausencias. Aunque goce de los oropeles de una
metrópoli o la placidez de cualquier poblado, siempre será una isla que extraña
a la madre tierra y se identificará con ella, padeciendo el dolor de la
distancia. Esta congoja es recíproca. Tanto la tierra prohibida como el
desterrado se añoran mutuamente, o por lo menos así la vive el poeta cuando
dice: “Soy la tierra que llora. Un regazo vacío que abre su tibieza/ para
acunar tu ausencia. / Una espera infinita. / Soy el lecho de un sueño
desvalido, /el puerto de algún barco que se fue / con su mástil radiante/ hacia
el olvido.
Si el exilio atormenta al individuo, la tierra personalizada se queja y
requiere la presencia de ese hijo tan huérfano como ella: “Soy la tierra que llora/
la voz de tu palabra silenciada. Soy tu madre/ y te quiero aquí conmigo, / sin
réplica / o demora, / porque sin ti soy una vida/ atrozmente incompleta.” El
alejamiento forzoso es una situación de ida y vuelta, y tanto el expulsado de
su lar como el sitio abandonado sienten que entre ambos se ha abierto un mar de
silencio que los separa y los llama desde ambas orillas. Pero el exilio no solo
se presenta con el desalojo perentorio de la patria, también puede darse en la
intimidad del ser. Así como una gran parte de la población del Paraguay ha sido
víctima del destierro, otro sector lo fue de las mazmorras de la dictadura, en
las cuales el hombre o la mujer sufrieron, por imperio de la persecución y la
soledad, un hondo sentimiento de insularidad.
Mirar las luces de su ciudad, desde la lejanía obligada del encierro sin
poder acercarse; saber que la amada espera, o tal vez no, en ese hogar antes
compartido, transforman al prisionero en un islote de silencio y resentimiento
pensante. Entonces manifiesta su impotencia: “los ruegos son manzanas de otro
tiempo, / frutos que la vida ha podrido;/ la caricia se bate se retirada / o ni
siquiera se insinúa; / un monosílabo rebota en la quietud, / en la irrevocable
ausencia”. La expatriación es un castigo más espiritual que físico, en el que
“El presente enceguece, como una navaja clavada entre las cejas desde este lado
del mar”, / y se siente que “En todos los jarros de hojalata /las luces
intocables amargan el café.”
Tanto en las prisiones del Paraguay, como en Alcatraz o en el Archipiélago
Gulag, el detenido es un desheredado de su presente y de su identidad; una isla
en el medio de la nada, en donde “aquellas luces/- láminas de sol en las
ventanas enrejadas-/ se han puesto a girar como carruseles de donde arrojaron
su nombre”. / (12). No solo en el Paraguay sino en el resto de América Latina,
y en todos los países víctimas del totalitarismo, la población ha corrido el
riesgo de convertirse en una isla rodeada de púas, con barrotes en lugar de
arena, y grilletes en vez de espuma, por la que vagan las mentes torturadas por
la sospecha y la desconfianza, las bocas clausuradas por el temor a la delación
y a la arbitrariedad del que manda.
Ante una amenaza permanente de persecución cada individuo siente en el
fondo de sí mismo que: “A través de un arenal sin perímetro/ deambulan despojos
insulares, / la fiebre abominable de, / la roja llama del amor, / la
inconfesada mordedura del desaliento zafándose del miedo para pensarse entero”.
“El hermetismo sitia la lengua”. “El agobio de fingir nos transfigura” /, nos
pone a traficar con lo sonrisa devaluada / de un llanto en quiebra”. Es lógico
que el Paraguay, donde se ha vivido en permanente estado de sitio de
insoportables represiones, la gente se repliegue en sí misma, volviéndose islas
rodeadas de denuncias, torturas, desaparición y muerte.
En tiempos dictatoriales el exilio presenta dos facetas: una nos revela el
extrañamiento lejos de la patria; la otra se convierte en un “exilio interior”,
provocando en el individuo una insularidad igualmente aberrante: “Cuando el
hacha raja el arco sonoro de la canción;/ cuando sazona la pólvora los
suntuosos sabores de la promesa;/ cuando el candado es capaz de estrangular la
respiración del ramaje;… y se abandonan los cuerpos a merced de las lluvias;
entonces/ el alma/ se recoge en un cántaro/ a beber su destierro.” Ante tantas
iniquidades el hombre solo puede refugiarse en sí mismo, tratando de pasar
desapercibido, movido por el instinto de conservación. O puede arriesgarse a
pecho descubierto, sacudiéndose el peso del exilio interior, a sabiendas de que
las consecuencias son la deportación o la muerte para ambos sexos.
Los oprimidos vagan como islas abandonadas en corrientes lamidas por una
imperiosa autocensura, el extrañamiento o la marginalidad. Los campesinos
perseguidos por el sistema opresor se convierten en parias, llegando a ser “En
su misma nación:/ extranjeros. / Huérfanos de la miel que aroma / el escondido
corazón del monte./ Sin tierra, / sin cántaro,/ sin helechos tapizando por
dentro la intimidad del pozo./ Con hambre,/ sin pan,/ con la duda abierta y la
certeza avara frente a las enredaderas trashumantes./ Agredidos,/ trasegados,/
arrastrados/ hacia las secretas islerías del desconcierto. / Desheredados de la
roza ardiente, / desgajados, arrojados / a un páramo en destierro”.
Gobiernos como la dictadura de Alfredo Stroessner tuvieron profundas
consecuencias en los ciudadanos, en quienes se quiebra la confianza y la
comunicación sincera, convirtiendo la convivencia en un bloque de silencio. La
palabra amordazada es más real que cualquier confesión, por más espantosa que
se la piense. “El silencio, ¿no nos convierte acaso en cómplices ominosos de
cualquier acto, evitando que escarbemos en la raíz del misterio que explicaría
lo fácil, lo placentero, los opulentos beneficios de las acciones perversas?”.
Ante el apeligro de perder las dádivas, se origina la reserva y la precaución:
muralla protectora, aunque asfixiante ante el poder arbitrario.
Tanto la falsa complacencia con el régimen como la indiferencia ante él
propician el “exilio interior” y la falta de sinceridad, pues es más cómodo
adaptarse al statu quo o permanecer insensible a las leyes que no se cumplen, o
se promulgan legalizando los vejámenes de la autoridad. El inventario de
delitos fabricados para involucrar a los enemigos del orden público ha sido tan
corriente que uno se pregunta “…. ¿Cómo podrían imaginarse semejante cosa
viviendo en una jaula de cristal?” ¿Qué es una jaula de cristal sino una isla
de indiferencia que nos distancia de la realidad, haciéndonos creer que lo que
sucede no está pasando?
A veces la insularidad está hondamente entroncada con la engañosa ilusión
frente a una “Orden superior”. En el Paraguay del siglo XVIII, cuando el
Gobernador Agustín Fernando de Pinedo ordenó el reclutamiento de gente para ir
a poblar la frontera norte de la Provincia, dando lugar a la formación de “una
población desguarnecida” en torno al casco de la Villa Real de la Concepción.
Muchos “colonos” fueron forzados al traslado, pero otros partieron empujados
por la ilusión de la tierra propia, a pesar de saber que “…ir al Norte era
meterse en la boca misma de la muerte, con las penurias apretadas entre los
dientes a lo largo de esos parajes desalentados por el abandono”. Aquellos
campesinos de existencia paupérrima, llamados “vagos sin tierra y mal
entretenidos” en los documentos de la época, vivían como arrendatarios de las
tierras de la Corona o en las asignadas a los pueblos de indios, y partieron al
norte por obligación o tras la quimera de poblar “esa tierra ávida de cerco y
sementera, disputada palmo a palmo al infiel”. La gente, establecida en
“aquella cantera desamparada de Dios y de toda civilidad; protegida nada más
por el olvido”, se convirtió en un archipiélago de ranchos solitarios
desperdigados por la campiña abandonada, formando pequeños enclaves sin
comunicación ni posibilidades de apoyo.
La ilusión del enriquecimiento en los yerbales fue otro motivo de
insularidad voluntaria de numerosos colonos. Atraídos por mejoras económicas,
firmaban una “contrata” por seis meses para trabajar en los beneficios de
yerba, pero volvían de esos campamentos alucinantes, después de varios años, con
los bolsillos vacíos o no retornaban jamás. La partida de los varones creaba un
doble aislamiento: Por un lado, el del “mensú”, hombre sujeto a condiciones
miserables en un lugar del cual no podía regresar, ni tampoco evadirse sin
enfrentar la muerte. Por otro, las mujeres abandonadas y los hijos
sobrellevaban una existencia de subsistencia mínima, los riesgos fronterizos,
la quemazón de sus ranchos, la violación y el secuestro por parte de los
chaqueños mbayaes, en tanto repasaban “el inventario de los inviernos sin el
hombre, las sementeras agonizantes, los malones”.
La colonización norteña puede identificarse con islotes desconectados del
núcleo principal de la Villa Real de la Concepción, la colonia de Tevegó,
fundada en el periodo independiente con “pardos libres, presidiarios,
mujerzuelas, malvivientes de toda laya, acollarados o sueltos según la
proporción de sus delitos…”, constituye el ejemplo más terrible de una isla
perdida en la inmensidad de la tierra deshabitada. Aislada por la distancia y las
penurias “la colonia de Tevegó se convirtió al poco tiempo de su
establecimiento en un reducto de aparecidos”, en donde aquellos sentenciados
evitaban “susurrar frente al fuego por temor al Maligno” y “se debatían entre
la bravura de los indios, la apatía del gobierno, sorbidos por el infortunio y
la orfandad, sin más alternativa que la muerte”.
Volviendo a la situación actual de nuestros países, encontramos que la
insularidad no solo se presenta entre pueblos discrepantes, también está ligada
a un sentido de identidad y pertenencia cuando se exacerban las dificultades
políticas o las persecuciones, la opresión o las razias que provocan el odio y
la desesperanza. Ante el caos, la incomprensión y la falta de amparo, el
individuo “de su cárcel desespera, / de la cárcel de los hombres desespera. /
Los barrotes del odio lo tienen prisionero. / Mas que el hierro o el fuego, /
el egoísmo. / Más que el estruendo suicida, los hornos cremasueños/” se siente
perturbado por “la pavorosa incapacidad de amar/.
Tal vez el aislamiento genera, nada más y nada menos, esa “pavorosa
incapacidad de amar” y el interés en los propios intereses. Quizás, la única
manera de superarla sea el olvido de sí mismo y una honda comunicación con el
otro, recuperando de esta forma el sentido fraterno de la vida, al respetar la
igualdad “en cada hombre, / en cada vuelo, / en cada nervadura”. Muchas veces,
la causa de esta insularidad que nos agobia no solo se basa en la posición
geográfica, sino en la falta de una relación libre de odio, autoritarismo,
codicia del poder, intransigencia, racismo, prejuicios e injusticia. No solo el
Paraguay es “una isla rodeada de tierra”, hay otras islas rodeadas de mar en
las que también se siente el peso de la insularidad, más que geográfica,
ideológica y sus habitantes, en vez de tener el mar como apertura al mundo lo
tienen como cerrojo. La otra orilla no es sino “una bisagra silenciosa entre la
gente y la sonoridad oceánica / con sus barcos lejanos que se acercan llamando
a despedida”. Tanta es la presión espiritual del aislamiento que incluso la
muerte es preferible al encierro, haciendo que el isleño “Desde el cinturón de
piedra de la isla escudriñe el horizonte / rumiando una oscura aparición de
fantasmas sobre el descalabro de las balsas.” El aislamiento está más
relacionado con las circunstancias que coartan la libertad que con la situación
geográfica. Puede haber “islas rodeadas de tierra” e islas abrazadas por el
mar, pero en ambas se siente el candado del silencio, si carecen de la
posibilidad de pensar y expresarse libremente.
Como vemos el mundo está lleno de insularidades. Allí donde se desarrolle
un terrorismo de estado, donde prospere la marginalidad y la persecución
racial, política, social o ideológica, tendremos guetos y desesperanza. Islas en
las cuales no se escuche “el siseo desarmado de la espuma”. Resta decir que la
insularidad no es privativa de este país considerado el corazón de América del
Sur, ni es una prerrogativa del tiempo actual. Desde siempre han existido
poblados “desperdigados por los campos”, etnias irreconciliables, diferencias
sociales y raciales aberrantes, que propician distanciamiento, persecución y
rechazo a la diversidad.
Parecería un contrasentido hablar de la insularidad de un país
mediterráneo, cuando el campo semántico de la palabra isla nos relaciona con la
apertura, sin embargo, esa falta de mar confina enormemente a los pueblos,
sobre todo si sus coordenadas son proclives al enclaustramiento. Cercado por
una frontera fluctuante hasta la guerra del Chaco (1932-l935), por el lado de
Bolivia, y por dos estados poderosos en cuanto a recursos y ambiciones, como lo
fueron Argentina y Brasil durante la Guerra de la Triple Alianza (1964-1870),
el Paraguay mantuvo porfiadamente su solitaria existencia a despecho de las vicisitudes
pendulares de la política y la economía del Cono sur, aunque pagó por ello el
alto precio que demanda la autonomía como nación. El Paraguay se replegó sobre
sí mismo luego de la hecatombe del 70, la cual terminó con su situación
ventajosa del siglo XIX, dejándolo despoblado y exánime, para continuar con su
existencia a contracorriente de la adversidad con los nuevos desafíos de la
Historia.
La anarquía primero y “la paz de los cementerios” propugnadas por la
dictadura de Alfredo Stroessner, después, aislaron aún más a la gente pensante
del Paraguay y al pueblo mismo. De esta “isla sin mar” partían a congresos y
conferencias, sobre todo individuos favorecidos por la “dedocracia” del
sistema, quienes utilizaron tales tribunas como plataforma para la propaganda
gubernamental. Algunas golondrinas salimos a volar, sin embargo, más allá de
las fronteras, llevando la imagen de ese otro Paraguay que palpitaba bajo el
peso del despotismo y la censura. Pero una golondrina no hace la luz en las
tinieblas, y se pierde entre las sombras de una imagen negativa. Ya lo decía el
Gobernador de la Provincia del Paraguay, Don Agustín Fernando de Pinedo, en su
Memorial al Rey de España, escrito en el siglo XVIII: “Necesita, Señor, de
redención el Paraguay”.
Ciertamente, el Paraguay necesita de redención, para que se nos conozca no
solamente por el sufrimiento o las perversidades que nos infligió la Historia,
sino por el trabajo honesto y talentoso de sus hijos. Esta circunstancia de
encierro no solo perjudicó a la población opositora al régimen, también a los
artistas, músicos, escritores, quienes fueron enviados al exilio o se quedaron
sufriendo “el exilio interior”. Una de las razones primordiales del
desconocimiento de la literatura paraguaya en el exterior es la falta de
difusión y apoyo para integrarse a los centros de cultura, exposiciones,
editoriales, que posibiliten la valoración de nuestro trabajo artístico.
Si el MERCOSUR, en sus inicios prometió derribar fronteras, ha demostrado
con los años cuán ineficaces son los buenos proyectos cuando no hay voluntad
solidaria, ni probidad de parte de los gobiernos de turno. Por supuesto que la
integración es, a todas luces, la mejor forma de salvar los obstáculos del
aislamiento, siempre que ella venga acompañada de un tratamiento equitativo por
parte de los estados poderosos y del respeto al valor de cada pueblo que debe
primar en la presente globalización.
Como conclusión propongo una interrogante: ¿Seguirá siendo el Paraguay “una
isla rodeada de tierra” en este nuevo milenio? Politólogos, historiadores,
sociólogos y economistas, posiblemente, sean capaces de sugerir una respuesta.
El arte, asimismo, es capaz de aportar una aproximación a la realidad, en ocasiones más profunda y certera que la misma ciencia. Pero esa lectura del futuro, sin esgrimir pruebas contundentes, solo puede basarse en el ejercicio constante de la imaginación, la línea y los colores, el sonido y la voz, el movimiento, la actuación, la palabra, la alucinada clarividencia del artista.
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A publicação deste número de Agulha Revista de Cultura, dedicado a aspectos diversos da cultura no Paraguai, abre o ano de 2021 afirmando nosso propósito de fortalecer ao máximo os laços culturais de nossa revista com toda a América Hispânica. Ao final do ano passado montamos, juntamente com os editores da revista Acrobata, um dossiê intitulado Atlas Lírico da América Hispânica, inicialmente com a presença de 57 poetas, cada um deles com uma breve mostra de poemas traduzidos ao português. Agora inauguramos outro projeto, complementar, Conexão Hispânica, que começa com uma mostra de 190 estudos críticos sobre destacados poetas nos 19 países que conformam a América Hispânica. Ambos projetos serão atualizados periodicamente, para que seja possível uma permanente integração entre nossas culturas. Como nos orgulhamos de dizer, o Itamaraty é aqui. A presente edição conta com a obra seminal de Ricardo Migliorisi (Paraguai, 1948-2019), pintor, ceramista, cenógrafo e muralista paraguaio cuja morte recente lamentamos. Nossos agradecimentos a uma ampla irmandade, espalhada pelo mundo, que desde 1999 tem nos ajudado a fazer a revista e outros projetos paralelos. Viva a nova vida que flui em nossas veias a cada instante.
Os Editores
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• ÍNDICE
ANA MARTINI | El Paraguay y el COVID-19:
entre el temor y la oportunidad
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/ana-martini-el-paraguay-y-el-covid-19.html
ESTELA APPLEYARD DE ACUÑA | El bilingüismo en el Paraguay
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/estela-appleyard-de-acuna-el.html
ESTHER GONZÁLEZ PALACIOS | La mujer
víctima y transgresora de sistemas de poder en voces de la literatura paraguaya
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/esther-gonzalez-palacios-la-mujer.html
JOSÉ ANTONIO MORENO RUFFINELLI | Breve recuento del derecho en el Paraguay
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/jose-antonio-moreno-ruffinelli-breve.html
JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO | En memoria de Josefina Plá (1909-1999)
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/jose-vicente-peiro-barco-en-memoria-de.html
MARGARITA MORSELI | Políticas culturales en Paraguay
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/margarita-morseli-politicas-culturales.html
MARIBEL BARRETO | El Guaraní subyacente en la literatura
paraguaya en castellano
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/maribel-barreto-el-guarani-subyacente.html
MARIO RUBÉN ALVAREZ | José Asunción
Flores, genio creador de la Guarania
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/mario-ruben-alvarez-jose-asuncion.html
RENÉE FERRER | Treinta años de
transición democrática. Literatura y
libertad
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/renee-ferrer-treinta-anos-de-transicion.html
TERESA MÉNDEZ-FAITH | Teatro paraguayo del siglo xx: Hacia una selección representativa de
cien años de dramaturgia
nacional
https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2021/01/teresa-mendez-faith-teatro-paraguayo.html
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 163 | janeiro de 2021
Curadoria: Renée Ferrer (Paraguai, 1944)
Artista convidado: Ricardo Migliorisi (Paraguai, 1948-2019)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
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Atlas Lírico da América Hispânica
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