Poco
antes de la defenestración del dictador, electo en 1954, ya se había producido un
quiebre definitivo en el Partido Colorado, que originó el atraco a la Asociación
Nacional Republicana, liderada por el llamado “Cuatrinomio de oro”, compuesto por
cuatro jerarcas: el Ministro de… Domingo
Montanaro, el secretario del dictador Mario Abdo Benítez, el… y el…, quienes objetaban
el liderazgo del Dr. Julio César Chaves, presidente de dicha Asociación, el… Ese
acto fue el quiebre de la unidad “republicana”. Desde algún tiempo antes de este
giro de timón, ya se hablaba de la desconformidad de un sector de correligionarios
colorados y la paulatina debilidad del gobierno del Gral Stroessner, hasta el punto
de que la población esperaba su caída en cualquier momento. Incluso una noche se
llegó a festejar con anticipación entre intelectuales contestatarios, reunidos en
una librería-editorial, la noticia falsa de un golpe estado. Quizás la declinación
del poder del dictador sea la clave que explique la disminución del rigor aplicado
al control de la población y a los límites de los comportamientos permitidos. Si
bien, las persecuciones y torturas no dejaron de existir, se hablaba con mayor fluidez
contra el gobierno, la gente joven se reunía a pesar de las prohibiciones más allá
de la hora aceptada, los autores vedados se leían con más frecuencia, la guardia
urbana comenzó a perder fuerza, o la población la ignoraba con mayor facilidad.
Así como la lectura se volvió más permisiva, la música prohibida de Epifanio Méndez
Vall comenzó a escucharse nuevamente en los bares, las tertulias, cenas y almuerzos,
la visita de Elvio Romero fue recibida con aplausos en el Centro Cultural de España
Juan de Salazar, a pesar de que él tenía vedada la entrada al país. No obstante
esa inesperada laxitud, la población no olvida a los desaparecidos, los arrojados
desde los aviones, las cámaras de torturas, las muertes en las cárceles, los desaparecidos,
las dispersiones violentas de las manifestaciones y la dureza contra los estudiantes,
solidarios con los obreros, durante la huelga de 1958-59, cuando la policía montada
entró con caballos a la Universidad Nacional y colegios, el Internacional entre
otros, dando latigazos a los jóvenes y apresando a estudiantes universitarios. Tampoco
se puede dejar de citar la lucha contra la nominada guerrilla, cuando un grupo de
exiliados en Buenos Aires, contrario a la tiraría intentó invadir el Paraguay y
fue violentamente rechazado, o la disolución violenta de las Ligas Agrarias de los
campesinos o la permanencia de los detenidos en la Cárcel de Emboscada y otros puntos
de reclusión. El comunismo estaba severamente perseguido y el temor a ser fichado
como tal se sentía en el ambiente. Asimismo, los homosexuales fueron hostigados
al punto que el gobierno hizo pública una lista de 108 nombres. Tanto era el temor
a la represión que algunos de los citados, luego de verse incluidos en la lista,
prefirieron asilarse en Buenos Aires u otros sitios lejanos, huyendo de peligro
a ser vilipendiados, en una época en que la homosexualidad y el lesbianismo no eran
aceptados en el Paraguay.
Al
dictador lo envolvía un aura de mitos sangrientos, que atemorizaba a la población,
aunque no se correspondieran siempre con la realidad. Las madres de niños en edad
escolar, si sus hijos demoraban a la salida de la escuela, temían que los esbirros
del presidente los hubieran raptado para utilizar su sangre, que se decía este utilizaba
para algún propósito insólito como la conservación de la juventud. Las madres cuyos
hijos se demoraban a la salida de los colegios o escuelas públicas, se paraban incluso
a las esquinas, mirando fijamente el horizonte, hasta vernos llegar.
Otras
historias, sin embargo, eran reales por muy dantescas que parezcan. Como a la mayoría
de los dictadores al del Paraguay también le gustaban las mujeres, sobre todo las
niñas púberes. Era famosa una casa antigua del barrio Sajonia, en la que se reunía
a una serie de niñas y adolescentes vírgenes, algunas cedidas por sus madres, para
que las disfrutara el dictador. También se sabía de quintas alejadas en las cuales
la plana mayor se solazaba con esta clase de macabros abusos. Lo que para las víctimas
era una tortura para los jerarcas era un delirio, según cuentan las voces anónimas
que nunca faltan. Naturalmente estos delitos, esta corrupción, estos abusos contra
la población femenina joven no aparecían en los diarios, ni se difundían por “La
voz del coloradismo” en la “Cadena paraguaya de radio difusión”, a través de la
cual solo se resaltaban las obras de gobierno, que no faltaron, y el supuesto paraíso
debido al “Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas
de la Nación”.
No
creo que la población del Paraguay haya desmejorado después del cambio de gobierno
y que los delincuentes, corruptos y violadores hayan proliferado por la falta de
castigos ejemplares. La diferencia pudo generarse en que durante la dictadura se
los controlaba por medio del terror y amedrentamiento a las consecuencias si eran
descubiertos. O simplemente algunos tenían el visto bueno de obrar corruptamente
siempre que respetaran la discreción necesaria y fueran fieles. En cambio, la delincuencia
generalizada puede deberse, más bien, al hecho de confundir libertad con libertinaje,
sumado a la impunidad.
Lo
que sí es absolutamente necesario en la actualidad es luchar contra la inmunidad,
limpiar de corruptos las instituciones del Estado y administrar justicia sin demora
contra los ladrones, violadores y asesinos. Actualmente, luego de una generalizada
protesta ciudadana, el Parlamento y la Justicia están escuchando la voz del pueblo
y encarcelando a senadores y diputados y funcionarios del poder judicial, lo cual
indica un viraje en cuanto a la aplicación de las leyes y el respeto a la Constitución
Nacional.
Posiblemente
la causa de que la “transición” no haya finiquitado todavía, se deba a la dificultad
de asumir un sistema totalmente contrario al depuesto y tenga su origen en el hecho
de que el golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 no se debió a una decisión de la oposición
del Partido Liberal y otros grupos menores, sino a los propios colorados descontentos,
quienes formaron el nuevo gobierno y habían pertenecido al gobierno anterior. De
alguna manera la conservación de cierto statu
quo y la duda de si los golpistas pudieran desprenderse de comportamientos habituales
largamente mantenidos, quizás, expliquen la razón de que la corrupción, la violencia
y el terrorismo delictivo hayan proliferado en todo el país. La corrupción, la violencia
y los delincuentes ya existían, pero en la dictadura la corrupción era permitida
a ciertas personas; la violencia estaba refrenada con violencia y la delincuencia
era combatida silenciosamente. Había crímenes, salvo algunos casos, tenía poca difusión.
Si
bien el país recibió con optimismo el derrocamiento del régimen que nos tuvo sentenciados
al silencio por tanto años, la certeza de que los sucesores del dictador pertenecían
al primer anillo de su gobierno, desalentó inicialmente las esperanzas sobre la
posibilidad de una vida digna e independiente en forma inmediata.
Por
otra parte, es sabido que la libertad mal entendida puede tener consecuencias nefastas,
cuando se la confunde con el libertinaje o se democratiza la deshonestidad y la
violencia, conducta que se ha incrementado últimamente por falta de una sanción
rigurosa de parte de la Justicia. Si se hace un recuento de la situación actual
vemos que la agresión se ha convertido en un suceso cotidiano. Crímenes, robos,
violencia familiar, feminicidios, violaciones, peleas callejeras, abusos, pedofilia,
proliferación de hurtos, abigeatos y secuestros, son las noticias diarias divulgadas
por la prensa escrita y televisiva. Esto no significa que anteriormente estuviéramos
mejor, de ninguna manera, sino que la democracia conquistada tiene, además de permitir
el ejercicio de la libertad, el deber de sanear la sociedad desterrando la impunidad
a fin de desalentar la delincuencia y hacer cumplir las leyes.
Volviendo
a la época de la dictadura, me permito meditar sobre la influencia que esta tuvo
sobre la literatura y la libertad creativa. Muchos escritores, artistas y músicos
paraguayos sufrieron el exilio, la cárcel o la muerte. Varios fueron perseguidos
por sus obras, lo cual limitaba la escritura y el desenvolvimiento de las artes;
otros no estaban en la lista negra y pasaban desapercibidos. Sin embargo, aún en
estos casos, el escritor de cualquier sexo se sometía a una autocensura debido al
peligro que representaba sentar una posición contraria al sistema de gobierno.
Recuerdo
que cuando escribía mi primera novela Los
nudos del silencio, a pesar de que el tema principal se centra en el sometimiento
de la mujer en una sociedad machista y autoritaria, me sentía presionada por la
posibilidad de ser descubierta, ya que la misma cuenta con tres capítulos referentes
a la dictadura, pues el personaje masculino, ya casi al término de la obra, se independiza
y decide ser un torturador de la época de Stroessner. El libro apareció en octubre
de 1988, cuatro meses antes del golpe, pero el miedo de que se tomara alguna represalia
contra mi persona fue real, porque el temor era una manera adquirida de sobrellevar
la tiranía. Lo que quiero significar es que se vivía con el temor permanente de
caer en las garras del gobierno, pues apenas aparecía la policía en las cercanías,
se temía que nos estuvieran controlando. Una mañana que vi por la ventana dos agentes
armados en la esquina, recogí mis papeles, subí la escalera y los escondí bajo llave
en el rincón más velado de la casa, para librarme de una detención o algo peor.
Tantos años aprisionado por aquella atmósfera amenazante condicionó la mente y las
reacciones del pueblo paraguayo, al punto de temblar ante cualquier circunstancia
imprevista.
La falta de libertad de expresión, en general,
nos perseguía en todo momento por sus influencias negativas. Los escritores sentimos
permanentemente el peligro ante el papel en blanco. Muchos siguieron escribiendo,
pero dejaron de publicar para evitar el riesgo de la confiscación de la edición
completa o las demoras en alguna comisaría, en las cuales se llegaba a torturar.
El temor es más intenso cuando se escribe en prosa, pues la narrativa justamente
es el género en el cual hay que decir las cosas por su nombre. No como la poesía
que, si bien lo dice todo, se puede amparar en la metáfora.
Es
sabido que escritores paraguayos emblemáticos, como Elvio Romero, Rubén Bareiro
Saguier, Juan Manuel Marcos, Augusto Roa Bastos y varios otros, tuvieron que refugiarse
en la Argentina, los Estados Unidos e, incluso, en Europa, para salvarse de la persecución
y ejercer la creación sin las barreras impuestas por el poder absoluto. El exilio
fue la única salida para los artistas perseguidos. No solo tenían prohibida la entrada
a su país de origen, además, como si la lejanía fuera un castigo menor, la inclusión
oficial de sus obras en los programas de estudio no estaba permitida en los colegios.
Afortunadamente, hubo profesores lo suficientemente valientes como para desoír semejante
prohibición. Ese ambiente de restricción y demonización de los libres pensadores,
paladines de la libertad, significó un peso muy duro para los que amamos la escritura,
sea literaria o periodística, pues no faltaron periodistas que fueron castigados
por decir la verdad y radios clausuradas por emitir denuncias contra el gobierno.
Escritores
reconocidos han definido muy bien el aislamiento en que vive el Paraguay. Augusto
Roa Bastos lo ha llamado “una isla rodeada de tierra”; Juan Bautista Rivarola Matto
lo definió como “la isla sin mar” y Carlos Villagra Marsal, como el “pozo cultural”,
dando una clara idea de lo que significa vivir sin disfrutar enteramente de los
beneficios del reconocimiento más allá de las fronteras y lejos de las oportunidades
que brindan otras latitudes.
La
diferencia entre escribir durante la dictadura y en democracia fue fundamental debido
a la seguridad de no estar condicionado por el poder. Luego de la destitución de
Alfredo Stroessner sentí esa liberación en dos ocasiones. La primera mientras escribía
el poemario Viaje a destiempo sobre la
dictadura, durante la cual mi mente tuvo la libertad de poetizar las nefastas situaciones
que vivió el pueblo paraguayo durante aquella negra noche. Posteriormente, escribí
la novela La Querida sobre el mismo tema,
luego de una investigación basada en las entrevistas a los partidarios y a los opositores,
publicadas por los diarios ABC Color y Última Hora, los datos sobre el Archivo del
Terror, la bibliografía existente y el testimonio de alguno detenidos y ejecutores.
La
literatura paraguaya cuenta que un buen número de escritores de ambos sexos que
han ganado renombre por su dedicación y constancia, sea el cuento, la novela, el
teatro o la poesía; la mayoría de los cuales han dejado su visión del dictador y
su camarilla, a quienes se suman los torturadores y la milicia. Esta obra creativa
se completa con los libros de historia que clarifican diversos aspectos del mismo
período.
Actualmente un grupo de poetas, narradores, dramaturgos y periodistas más jóvenes se han sumado a las generaciones anteriores. Varios de ellos nos sorprenden con su nuevo aporte, tanto en los temas como en la forma que, seguramente, dejará su huella en la literatura paraguaya. Vivir libres y sin temores ayuda al desarrollo intelectual y emocional, nutre la confianza, sostiene la determinación de ser tal cual somos, sin impedimentos ni amenazas. Sentirse respetado es el mejor camino hacia el triunfo. Por eso confío que este grupo, nacido en las postrimerías de la dictadura o ya en plena libertad, tome dignamente la antorcha de la creación que en un futuro dejaremos en sus manos.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 163 | janeiro de 2021
Artista convidado: Ricardo Migliorisi (Paraguai, 1948-2019)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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