sábado, 8 de abril de 2023

Agulha Revista de Cultura # 227 | abril de 2023

 

∞ editorial | Los ríos que circundan la tierra

 


01 | Cuando Floriano Martins me presentó a Berta Lucía Estrada, trató de resaltar su valiosa contribución como intelectual humanista, y su poesía combativa dotada de un voltaje lírico impecable. Acababa de terminar de leer la trilogía dramatúrgica que ellos dos habían escrito, un teatro sensiblemente metafísico y no podía dejar de imaginar, mientras se escenificaba, el estimulante espectáculo que sería para el público. Desde entonces he estado siguiendo su diálogo con Floriano, por lo que cuando sugirió que rindiéramos este homenaje a ella, mi aprobación fue inmediata, al igual que mi deseo de compartir sus pensamientos con nuestros lectores. Nacida en 1955, la colombiana Berta Lucía Estrada es poeta, dramaturga, ensayista y crítica literaria. Realizó estudios de Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Maestría y Diploma de Estudios Profundos (DEA) en Literatura, en la Universidad de la Sorbona (París— Francia), especialista en Docencia Universitaria en la Universidad de Caldas. Conferencista y profesora invitada en universidades internacionales. Ganadora del Premio Nacional de Poesía Meira del Mar, en 2011, segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos, 2011, entre otros. Reseñas y críticas suyas son publicadas a revistas internacionales y en el diario colombiano El Espectador. Después de un período viviendo en su país de origen, recientemente regresó a Francia. Entre sus muchos libros publicados, cabe mencionar: Léeme una poesía con la luz apagada, poesía infantil (2008), ¡Cuidado! Escritoras a la vista..., ensayo literario sobre la mal llamada literatura de género (2009), Náufraga Perpetua, ensayo poético sobre la vida y obra de Virginia Woolf (2012), Endechas del último funámbulo (2018), y Tríptico da agonia (2021), la mencionada trilogía escrita a cuatro manos con Floriano Martins. Como a ella misma le gusta mencionar, su mayor aporte ha sido como lectora, condición que la coloca en una posición considerable junto a sus pares de nuestro tiempo. Al respecto, vale la pena incluir aquí la entrevista que le concedió el poeta y escritor colombiano Carlos Vásquez-Zawadzki: https://drive.google.com/file/d/14C9bnR_2zxS_EOwYmzySwzyCB_VydsFn/view?fbclid=IwAR00aw0dg1PEDkEu877N8LxFrNDxIJ3rRGObfR9dBeX6bvchlfb5kTIe3rk. A continuación, una conversación entre nosotros, Floriano y yo, con esta inmensa escritora, Berta Lucía Estrada:

 

02 | BERTA LUCÍA ESTRADA CONVERSANDO CON ELYS REGINA ZILS & FLORIANO MARTINS

 


ERZ | Aunque tus ensayos no sean en su totalidad estudios sobre la presencia femenina en el mundo, esta es la preocupación mayor de tu visión crítica, buscar una especie de equilibrio imposible con las fuerzas de un patriarcado destructor. ¿Desde cuándo, si yo tengo razón, en mi observación, descubriste esta necesidad?

 

BLE | Yo nací en un hogar donde la presencia femenina era muy importante. Mi madre comenzó a trabajar a la edad de 16 años y estudiaba por la noche, trabajó toda su vida y fue la fundadora de un colegio de gran renombre en Manizales (Colombia), la ciudad donde nací y me crie. Como dueña de un colegio entendió siempre que la clave de la emancipación de la mujer estaba en la educación; no en el matrimonio a una edad temprana. Mi padre, profesor universitario, un verdadero humanista, la respetaba y admiraba; ellos dos eran un equipo. De hecho, era mi madre la que llevaba las riendas del hogar; mi padre nunca fue una figura patriarcal sino un padre amante y respetuoso de sus vástagos. La verdadera riqueza, aparte de la educación, fue la biblioteca que mi padre atesoró durante toda su vida; yo heredé una parte que conservo y ahora será el legado que dejo a mi hijo. Mi padre siempre nos repitió a sus hijas mujeres que no nos casáramos nunca, que no tuviésemos hijos, y que por ningún motivo fuésemos a depender de un hombre; y para ello, por supuesto, insistió, junto con mi madre que aún vive, en que la única opción, para poder tener una independencia económica, era estudiar, estudiar y estudiar y seguir estudiando. De ahí a construirme como feminista no había sino un pequeño paso. Desde muy temprano me interesé por el Feminismo. Recuerdo que en plena adolescencia ya compraba y leía libros sobre el tema; y aunque no soy una especialista en dicho campo si me convertí en una feminista que lucha por los derechos de las mujeres –léase derechos humanos–, y no como activista propiamente dicho sino desde mi oficio de escritora.

En la universidad leí Un cuarto propio de Virginia Woolf, más adelante me leería todos sus libros incluyendo su diario, e incluso escribiría un ensayo poético sobre ella. Y también leí a Simone de Beauvoir; su frase “On ne naît pas femme, on le devient”, me marcó con fuego.

Y llegó Mayo del 68, y aunque yo aún era aún niña, pude sentir sus efectos en la Colombia de mediados de los ’70 cuando yo estaba en la universidad; sin olvidar los coletazos de Woodstock que nos cambiaron la vida a millones de adolescentes de esa década. Los Beatles, y todo lo que esa música representaba, nos abrieron caminos que nosotras no dudamos en recorrer. Y por supuesto, estaba la píldora anticonceptiva, con ellas las mujeres de mi generación podíamos amar sin miedo así fuera en lugares que nuestros padres no se imaginaban que podíamos frecuentar. La maternidad ya no era un castigo sino una opción; y eso lo entendí a cabalidad.

Ahora bien, la primera vez que escribí sobre una escritora, bastante feminista, además, fue para optar por el título de DEA (Diplôme d’études approfondies) de L’Institut des Hautes Études de l’Amérique Latine (Sorbonne Nouvelle-Paris IV), y fue sobre Fanny Buitrago, una narradora colombiana que hoy en día es poco recordada. De ahí en adelante comencé a escribir con más asiduidad sobre las mujeres y sobre sus derechos; y desde entonces no he parado. Eso sí, debo decir que no milito en ningún movimiento, no estoy adscrita a ninguna doctrina feminista ni lo estaré. Para mí la independencia ideológica es lo más importante que tengo en mi vida de lectora y creadora; por eso no le bajo la cabeza a nadie ni acepto etiquetas. Creo que un ser humano debe tener la libertad absoluta de creer en algo y de poder criticarlo si es menester; algo que sucede pocas veces en los grupos políticos e incluso en algunos grupos de mujeres. La solidaridad de género tiene sus límites; y yo me preservo ese derecho a aprobar lo que me gusta o a rechazar con vehemencia lo que considero que va en contra de mis principios éticos y humanistas. En eso no soy condescendiente. Por otra parte, considero qué para construir una sociedad más justa, respetuosa y menos violenta, es necesario trabajar de la mano de los hombres. Yo no soy androfóbica. Amo a los hombres y quisiera estar siempre en la misma fila con ellos, ni adelante ni atrás, sino a su lado; como lo hicieron mis padres. Así lo hago con mi marido, como lo hizo mi padre conmigo, con mis hermanas y con mi madre; y eso es lo que le enseño a mi hijo.


De hecho, recuerdo que para la celebración del 8 de marzo de 2020, justo antes del confinamiento, un grupo de feministas de Manizales programó una marcha; yo llegué muy entusiasmada, incluso llevaba un sombrero de bruja, de esos que se ven en las ilustraciones de los libros de la mal llamada literatura infantil, y cual no sería mi sorpresa cuando a través de un altavoz las coordinadoras de la marcha ordenaron a los pocos hombres que nos acompañaban a quedarse atrás y no mezclarse con las mujeres; porque esa “era una marcha de mujeres” y porque supuestamente “los hombres nunca nos invitaban a nada”. Mi respuesta fue dar media vuelta y regresar sola a casa. Esa fue mi forma de protestar por una medida androfóbica y excluyente; con toda la carga de violencia que una medida así conlleva. En realidad, lo que hicieron fue repetir las costumbres patriarcales de exclusión y de odio que tanto daño nos han hecho a las mujeres desde hace milenios. Así que me pregunto: ¿Cómo cambiar la sociedad patriarcal si muchos movimientos feministas optan por repetir este tipo de violencia? Esa es una de las razones por las que soy una feminista que dialoga consigo misma; y cuando lo hago públicamente es a través de mis ensayos o libros; nunca lo hago en espacios públicos o en forma verbal; eso se lo dejo a las otras mujeres que se sienten bien en esos escenarios; yo no estoy dispuesta a entrar en ese tipo de discusiones que considero que, en algunas ocasiones, sobre todo cuando se discute desde la emoción y no desde el conocimiento, pueden llegar a ser bizantinas y retardatarias.

 

FM | Yo quiero hacerte una pregunta que no es específicamente sobre el comportamiento de André Breton, aunque él sea el tema de la citación que hago de Xavière Gauthier, en su libro muy revelador, Surréalisme et sexualité (1971). En un párrafo que trata de la reivindicación de la sexualidad como un factor que deba atender en partes iguales al hombre y a la mujer, destaca que esa reivindicación en Breton va exactamente en sentido inverso: no se trata sólo de mantener un estado de hecho represivo, lo que ya sería dar pruebas de conservadurismo, se trata de disminuir aún las posibilidades de actividad sexual, lo que bien puede tacharse de ascetismo reaccionario. Lo que me interesa saber de ti, más que tu opinión sobre el papa del Surrealismo, es de qué modo ese ascetismo reaccionario ha tomado forma en el siglo XX y cómo llega hasta nuestros días.

 

BLE | Como siempre tus preguntas van más allá de mis escasos y rudimentarios conocimientos sobre Breton y el Surrealismo; no obstante, voy a tratar de responder a la primera parte de esta pregunta que me hace tambalear. Breton, como buen misógino que era, consideraba a las mujeres poco menos que artículos de decoración; no una decoración fastuosa de la que difícilmente una persona se separa sino un bouquet de flores que en cualquier momento puede ser tirado al tacho de la basura. Como en el corrido mexicano de Antonio Aguilar: “Tú eres la chancla que yo dejé tirada, en la basura pa’ ver quien te recoge…/ si te quise fue pa’ pasar el rato”.  www.youtube.com/watch?v=HIxVVeNto6c

Y lastimosamente esta sigue siendo una visión contemporánea no solo en América Latina sino en todos los continentes; y Europa no escapa a esta pandemia de violencia de género. España y Francia son sociedades donde el feminicidio es una constante en sus sociedades. España registró 99 feminicidios en el 2022 y Francia 111.  Es más, apenas ahora Francia comienza a utilizar la palabra “feminicidio”.

También debo decir que Francia, a pesar de ser el país de los DDHH, es un país muy machista y conservador; y eso se ve en la lengua. Hasta hace pocos años, y cuando digo “pocos años” hablo de 7 o 5, cada vez que yo decía “je suis écrivaine” (soy escritora), mis interlocutores me miraban desconcertados y le preguntaban a mi marido, que es francés -a mí ni me miraban- si esa palabra existía. Y es que la palabra en femenino no se usaba en el lenguaje ni coloquial ni literario; y esto lo recuerda muy bien Annie Ernaux en su discurso del Premio Nobel de Literatura. Es más, aún hoy se le sigue diciendo a una médica “docteur” (doctor); la palabra “doctoresse o docteure” (doctora) se usa muy raramente. Es de anotar que en Québec la palabra “auteure / autrice” (autora) existe desde hace mucho tiempo; en eso el francés de esta provincia canadiense y francófona es mucho más incluyente y contemporáneo que el de Francia.

Ahora bien, para responder a la segunda parte de tu pregunta es menester hablar de Los años de Annie Ernaux. Y esto es lo que escribí en una breve reseña que hice sobre dicho libro:

 

Les années (Gallimard 2008, 255 páginas) es un libro feminista en todo el sentido de la palabra y un homenaje a Mayo del 68 y al diario Libération. No en vano Annie Ernaux dice lo siguiente: “1968 era el primer año del mundo”. Y me explico, “Les années” no es una novela; es, más bien, un ensayo bastante sui géneris de sociología y de historia propiamente dichas; y escrito en un lenguaje desprovisto de todo academicismo. En otras palabras, es un recorrido por la historia de la literatura, de la música, de la sociedad consumista, de la educación, de la política, de los cambios económicos que ha sufrido Francia en los últimos 80 años, es una reflexión sobre la condición femenina, sobre los movimientos sociales y estudiantiles –especialmente sobre Mayo del 68–, sobre la planificación familiar, el aborto, la píldora, la libertad sexual y su posterior represión –en cierta forma generada por la aparición del Sida–.

Es una obra que muestra los cambios societales con respecto al matrimonio; en este caso preciso se narra cómo hace sesenta años se esperaba que una mujer llegase virgen al matrimonio, y si quedaba en embarazo debía –al menos en la mayoría de los casos– casarse y enfrentar una vida matrimonial cuando apenas comenzaba sus estudios universitarios. O sea, debía renunciar a la educación y a la posibilidad de tener una mejor situación económica que la de sus padres. Algo que, lamentablemente, sigue sucediendo en Colombia donde los sectores conservadores y religiosos siguen oponiéndose a una educación sexual en la escuela primaria y en la secundaria.

 

Pueden leer la reseña completa en el siguiente vínculo:

https://panoramacultural.com.co/literatura/8905/les-annees-los-anos-de-annie-ernaux


Lastimosamente todos estos cambios societales, que surgieron después de La Segunda Guerra Mundial, y sobre todo a partir de Mayo del 68, están amenazados por Marine le Pen y por Les Republicains en Francia o Vox en España o por Georgia Meloni en Italia o por Erdogan en Turquía o por Putin en Rusia; y recientemente estuvieron amenazados por Bolsonaro en Brasil. Y podría seguir enumerando países, como el retroceso del derecho al aborto en Polonia, o las leyes draconianas en su contra en El Salvador y en República Dominicana, y no terminaría.

Vivimos tiempos furiosos y retardatarios.

Lo que pasó en EEUU en junio de 2022, cuando la Corte Constitucional abolió la sentencia que protegía el aborto, es un retroceso enorme y un desatino que derrumba el derecho de la mujer a decidir si ser madre o no. Ninguna mujer aborta por deporte. El aborto siempre es doloroso; tanto desde el punto de vista de la salud física y por ende de las secuelas que puede acarrear -incluso la muerte cuando se lleva a cabo en condiciones sanitarias y médicas no adecuadas-. También hablo de las secuelas psicológicas y del dolor que acompaña a la mayoría de las mujeres, que por una razón u otra -todas son aceptables-, decide abortar. En eso la Corte Constitucional colombiana se declaró pionera el 21 de febrero de 2022 cuando hizo pública su sentencia en la que protege el aborto hasta la semana 24; y en las semanas siguientes en tres causales: violación, malformación del feto o peligro de vida para la madre. Incluso yo creo que es por esa causa que la Corte de los Estados Unidos decidió apresurarse y votar en contra del derecho al aborto que existía desde el año 1973 y que se conoce como la sentencia Roe vs. Wade; sentencia estatal que protegía el derecho a abortar de las mujeres. El gobierno de Trump, misógino como pocos, movió muy bien las piezas del ajedrez para poner en el tablero los jueces que necesita el Partido Republicano para llevar a cabo las políticas de exclusión y barbarie propias del fascismo.

Y bueno, me he centrado en el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, pero no olvido la homofobia, el racismo endémico, el clasismo, la aporofobia y la desigualdad rampante de nuestras sociedades actuales. El paraíso que comenzaba a construirse después de esa gran hecatombe que fue La 2ª Guerra está desapareciendo. La Shoah, esa gran herida de la historia europea, se repite cada día por parte del Estado de Israel en contra de los palestinos; la invasión a Ucrania y esa guerra atroz que lleva en su contra Putin (homófobo hasta los tuétanos como lo fue Fidel Castro), sigue siendo el pan de cada día. Sin olvidar a Siria, ni a tantos países que sufren el flagelo de la guerra, como Colombia. Y es que la guerra es un negocio muy importante para los países productores de armamento, como Francia. Y si, tienes razón, vivimos tiempos de un ascetismo feroz y que muy lamentablemente está corroyendo las bases de la libertad de los pueblos; y en eso juegan un papel determinante tanto la iglesia católica como las iglesias protestantes que ahora se hacen llamar “cristianas” y que han inoculado su veneno al inmiscuirse en política. Una directriz muy clara del ala extrema de Los Republicanos, me refiero a Steve Bannon; antigua mano derecha de Trump. Y por supuesto, no ignoro la peligrosidad del ala derecha del Vaticano, me refiero al Opus Dei; aunque hay otras corrientes en su seno igualmente peligrosas.

Y hablando de peligrosidad habría que recordar esa corriente que la gente llama “políticamente correcta” y que está destruyendo a la literatura y condenando a sus autores al ostracismo. Me refiero, por supuesto, a lo que acaba de suceder con los libros de Roald Dahl; por fortuna tanto en Francia como en España se negaron a cambiar las versiones de sus obras, y en Inglaterra finalmente decidieron publicar de nuevo sus obras como él las concibió; pero ésto solo fue posible después de la oleada de indignación que el revisionismo feminista radical desencadenó con ese deseo de reescribir sus obras. Y autores como Neruda o Nabokov son censurados y condenados por feministas radicales que nunca han leído sus obras. Y lo digo, básicamente, porque hace escasamente unos cinco años que se viene hablando de la violación de Neruda a una intocable cuando fue embajador en Colombo (Ceilán) en 1929; una violación que nadie habría conocido si no fuera porque él mismo lo contó en Confieso que he vivido; yo misma leí esa confesión en los años 70, cuando su libro salió editado. Y, sin embargo, las feministas radicales lo descubrieron solo ahora y lo condenan como si fuese un paria. Y por supuesto que hay que condenar la violación al igual que el rechazo que tuvo hacia su hija que sufría de macrocefalia; pero no por eso se puede condenar su trabajo literario. Si hay que condenarlo debe ser desde el punto de vista de la estética literaria, no desde la moral. Y si vamos a eso entonces habría que condenar a Virginia Woolf; ya que, a pesar de estar casada con un judío, ella –junto con su hermana Vanessa y los demás integrantes del grupo de Bloomsbury– era antisemita. En ese aspecto Virginia Woolf tiene varias frases muy fuertes en su diario; incluso no quiso que la madre de Leonard, su marido, asistiera a su boda; y todo eso porque era judía. ¿Entonces condenamos su libro Un cuarto propio o Las olas o todas sus demás obras? Y no hay que olvidar Orlando, ese maravilloso libro que le escribió a Vita Sackville-West; la mujer que tanto amó; entonces ¿cómo se trata de una relación lésbica debemos condenarla al ostracismo? Recordemos también que Leonard y Virginia Woolf rechazaron la publicación del Ulises de Joyce por considerarlo demasiado obsceno. Luego Katherine Mansfield les haría entender que habían cometido un gran error. Antisemitas eran también Dahl y Céline; entonces, ¿vamos a lanzar a la hoguera a Matilda y al Viaje al fin de la noche? Y Napoleón era misógino, por lo que lanzó varias leyes en contra de la mujer; una de ellas fue la de quitarle la patria potestad de los hijos; y Bolívar tuvo centenas de mujeres en su tienda de campaña con las que muy posiblemente tuvo hijos que nunca reconoció. ¿Entonces los borramos de la historia? Y Lewis Carroll muy posiblemente fue un pedófilo, ¿entonces quemamos Alicia en el país de las maravillas? Y por supuesto que no olvido que Gabriel García Márquez tuvo una hija a la que tuvo oculta, como Mitterand; y si bien condeno esa actitud patriarcal y violenta, que me impide admirarlos como seres humanos, no por eso voy a dejar de admirar y de leer Cien años de Soledad o de admirar al político que fue François Mitterand. La moral no tiene nada que ver ni con el arte ni con la literatura. Y eso es algo que las feministas radicales se niegan a entender. Por eso el ascetismo es tan peligroso, ya que generalmente va acompañado de falsa moral. No hay que olvidar que tanto Verlaine como Óscar Wilde estuvieron en la prisión por haber amado a un hombre; en el caso de Verlaine ese hombre era Rimbaud y en el de Wilde se trataba de Alfred Douglas; afortunadamente los dos autores nos dejaron obras escritas en sus celdas. Verlaine escribió poemas y Wilde La balada de la cárcel de Reading. Y aunque los poemas de Verlaine fueron escritos entre 1873 y 1875 solo fueron expuestos por primera vez en 2013. Y eso no es todo, el Origen del Mundo, esa prodigiosa pintura de Courbet pintada en 1866, y oculta durante más de un siglo, entró al Museo de Orsay en 1981 y solo se expuso en 1995. Es decir, durante 14 años estuvo guardada en los sótanos del museo; tal vez porque su curador la consideraba bastante obscena o tal vez porque le daba miedo ser el centro de una polémica moralista. Y es que la estulticia es la hermana gemela del ascetismo.

 


FM | Dentro de la misma orientación, me gustaría saber de qué modo el arte ha reaccionado a esa brutalidad del comportamiento humano en relación a la mujer.

 

BLE | ¡Qué buena pregunta y cómo se concatena con el Origen del Mundo! Para responderte me gustaría hacer referencia a una de las campañas más infames que se han hecho en contra de la educación de la mujer.

Para que entremos en materia habría que decir que en el siglo XVIII el libro había ganado un lugar importante en la vida parisina y provincial. Las mujeres salían a pasear con un libro en la mano, o exigían tiempo para dedicarle a la lectura. François Boucher (1703-1770) y Fragonard (1732-1806), entre otros, entendieron este cambio social y lo llevaron a los lienzos en obras de una gran belleza como Madame de Pompadour (1756) o La lectora (1770). Como el libro comienza a ganar un lugar importante, y la lectura se hace cada vez más popular, los hombres comenzaron a inquietarse por lo que llamaban “la furia de la lectura”, fenómeno que amenazaba con salirse de sus manos; lo que significaba perder el poder ancestral que siempre habían tenido sobre las mujeres. Así que los ríos de tinta no se hicieron esperar, con el único fin de luchar contra lo que se consideraba una verdadera peste. Las primeras teorías de la importancia de “una lectura dirigida”, aparecen con el fin de hacer énfasis en la educación católica y todo lo que pudiese interpretarse como virtud femenina: sumisión, obediencia, recato, silencio, prudencia. Es decir, todos los elementos que le garantizan al hombre el control absoluto de la mujer; pero ante todo que no quebrantaran el orden social establecido. Stefan Bollmann (1958), estudioso de la historia de la escritura y de la lectura, hace alusión a un librero suizo, del siglo XIX y de apellido Heinzmann, que consideraba que después de la Revolución Francesa, la manía de leer novelas era la segunda plaga de la época. Incluso algunos intelectuales racionalistas consideraban que la lectura dañaba a la sociedad. Y cita, igualmente, al pedagogo Karl G. Bauer, quién en 1791, escribía:

 

La falta total de movimiento corporal en el momento de la lectura, unida a las diversas ideas y sensaciones violentas que emanan de ella, no pueden sino conducir a la somnolencia, al atascamiento, a la inflamación del vientre y a la oclusión intestinal; produciendo una incidencia real, como ya se sabe, en la salud sexual de uno u otro género, pero sobre todo en el género femenino. (Adler, Laure y Stefan Bollmann. Les femmes qui lisent sont dangeureuses. Éditions Flammarion, Paris, 2006 (Traducción libre).

 

Otro era el caso de Suecia. Entre 1686 y 1720 la Iglesia Luterana, con el apoyo de las autoridades civiles, lanzaron una campaña de alfabetización dirigida a todo el país, sin excluir ninguna clase social ni económica. La idea era que para poder pertenecer al seno de la Iglesia era imperativo saber leer La Biblia. Esta campaña fue seguida de controles rigurosos para comprobar que el dictamen se estaba llevando al pie de la letra. Una vez adquiridas la habilidad y compresión lectoras, era más que normal que la gente quisiera leer algo más que las enseñanzas de la obra en cuestión. Es así como las autoridades sanitarias aprovecharon esta nueva coyuntura para distribuir, a todo lo largo y ancho del territorio sueco, folletos que enseñaban a las mujeres las bases de la higiene y del cuidado de los recién nacidos. El resultado no se dejó esperar. El número de decesos infantiles disminuyó considerablemente, las mujeres entendieron que ya no necesitaban traer un niño al mundo cada año y que por lo tanto tenían más tiempo para dedicarle a la lectura, actividad que se había convertido en su pasatiempo favorito. Es de señalar que Suecia sigue siendo el país más desarrollado de Europa en cuanto a habilidades lectoras se refiere. Algo similar se produjo en Holanda. La Iglesia protestante jugó un rol preponderante en la alfabetización, alcanzando coberturas muy importantes en el siglo XVII. Por ello no es de extrañar que pintores como Rembrandt (1606-1669), Pieter Janssens Elinga (1623-1682) o Vermeer de Delft (1632-1675), hayan realizados pinturas que muestran a mujeres en sus alcobas en el acto íntimo y placentero de la lectura. Siglos más tarde, en pleno s XX, sería Edward Hooper quien pintaría decenas de mujeres en ese íntimo y solitario acto que es la lectura de un libro.

En el siglo XIX la industria editorial comenzó a desarrollarse como nunca antes lo había hecho, lo que no significaba que el precio de los libros fuera accesible a la mayoría de la población europea. Aunque las mujeres se las ingeniaban para hacer circular los libros que cada día salían de las editoriales con temas muy diferentes a los que sus antepasadas habían podido leer. Y por supuesto, estaban las novelas por entrega tan en boga en el siglo XIX. Balzac (1799-1850) se convierte en una figura respetable y sus libros comienzan a ser leídos en toda Europa. Madame Bovary, de Gustave Flaubert (1821-1880), conoce un éxito inmediato, como Ana Karenina, de Tolstoi (1828-1910) o Crimen y Castigo, de Dostoievski (1821-1881). Sin olvidar a Stendhal (1783-1842), a Víctor Hugo (1811-1885) o Lamartine, entre otros.

Sin embargo, la educación gratuita y obligatoria, sobre todo para las niñas, aún sigue siendo una utopía en muchos países del mundo. Afganistán es el ejemplo más aberrante de esta segregación de géneros.

 

FM | Con el tema de la multisexualidad cada vez más expuesto, ¿qué puede cambiar en ese antagonismo destructivo entre el masculino y el femenino?

 

BLE | Esta es una de esas preguntas que me hacen tambalear nuevamente; y lo digo básicamente porque yo no soy una especialista en ese tema de tanta actualidad; no lo he estudiado y creo, al menos por el momento, que no voy a hacerlo; no porque no me interese ni lo considere importante, sino porque tengo otros intereses de estudio en los que he venido trabajando desde hace muchos años, como es la historia del Medioevo, especialmente en Francia. Sin embargo, voy a tratar de responder a tu pregunta en dos partes. La primera a través de Las malas, la excelente novela de Camila Sossa Villada; y la segunda haciendo referencia a las muxes (México), a las hijra (India), a las burrneshas (Albania) y a las mosuo (China).

1ª parte: Hace dos años, en el 2020, conocí a la escritora trans Camila Sosa Villada cuando obtuvo el premio Sor Juana Inés de la Cruz con su novela Las Malas; después vi una entrevista que le hicieron y luego no volví a pensar en ella hasta octubre de 2022 cuando compré su libro traducido al francés por Laura Alcoba; una muy buena escritora argentina que vive en Francia desde los nueve años y que publicó un libro excelente titulado La casa de los conejos y sobre el cual hablo en mi libro ¡Cuidado! Escritoras a la vista… (BLE Ediciones, 2009) y que pueden leer en versión integral y gratuita en el siguiente vínculo:

https://repositorio.unal.edu.co/handle/unal/48527


Y es precisamente porque ya conocía a Laura Alcoba que decidí leer el libro de Camila Sosa Villada en francés puesto que su bilingüismo y su oficio de escritora son una garantía de un buen trabajo; y debo decir que no me defraudó. Disfruté cada párrafo como si lo leyese en castellano. Cabe decir que Les Vilaines (Éditions Métailié, Colection Points) obtuvo el Gran Premio de la Heroína Madame Figaro en la categoría de novela extranjera en el 2021; y Laura Adler, periodista de France Inter, escritora y gran lectora, dijo sin ambages: “¡Bravo por este libro magistral, poético, humanista, filosófico y a la vez una gran novela de amor!”.

Las Malas es un movimiento telúrico de gran magnitud cuyo epicentro, a pocos milímetros del suelo, es la violencia desatada en toda su dimensión. Las Malas es un libro difícil de clasificar en un solo género; sin embargo, me atrevo a decir que es una autobiografía novelada, y al mismo tiempo es un libro que desnuda a la sociedad católica y heterosexual y que pone en evidencia la terrible violencia que ejerce en contra de las minorías sexuales como son los travestis (Camila, el personaje central de la obra, se define a sí misma no como trans, sino como travesti; incluso en una entrevista rescata esta palabra y la pronuncia con orgullo). Y si hablo de violencia es porque esa es la columna vertebral de este libro sorprendente en todos los aspectos, exquisito en el manejo del lenguaje, profundamente poético y a la vez descarnado, brutal sin llegar jamás a ser obsceno; y si bien sus escenas de sexo también son muy fuertes tampoco puede decirse que se trate de una obra pornográfica; al menos no para mí. También es una novela que navega en la ficción e incluso en el surrealismo; me refiero a la transformación de María la sordomuda (así la llaman; es decir, no hay coma entre su nombre “María” y entre el artículo y el sustantivo que lo acompañan) en pájaro. Pienso también en Natali cuando cada mes se transforma en una loba que le aúlla a la luna llena.

La violencia se ejerce de múltiples formas; a saber: física y verbal, económica y social. Las Malas son un grupo de mujeres travestis que se prostituyen en un parque donde están sometidas a todos los vejámenes posibles; tanto desde los clientes que les pegan o las asesinan a golpes o a cuchilladas como por la violencia de la policía que también las golpea las roba y las viola. No en vano Camila, el personaje de la novela, dice: “A partir de ese día (cuando tres policías la violaron cuando tenía solo 16 años) mi cuerpo tuvo otro valor. Dejó de ser importante. Se convirtió en una catedral del vacío”. En el parque se teje la amistad y también se consumen alcohol y drogas en grados rabelesianos. Y por supuesto, está la mirada de los vecinos que transitan en el día y que las miran como si fuesen monstruos que hay que pisotear y destruir. Camila también sabe que ser travesti puede ser una fiesta, una fiesta eterna, siempre y cuando se acepten los códigos impuestos por la sociedad. Y esos códigos son la exclusión y la violencia ya mencionada.

Y también hay otra violencia soterrada y que carcome los huesos, los muele y los vuelve polvo; me refiero a la soledad. A la falta de amor. Si bien entre ellas mismas se sostienen y se ayudan, también saben que esa amistad es muy frágil y que en cualquier momento puede desaparecer bajo los puños cerrados que rompen la boca y vuelan los dientes.

También hay otra violencia, y es la que ellas mismas infligen a sus propios cuerpos. En una sociedad que ha convertido el cuerpo de las mujeres en objetos de placer, ellas, las travestis, en su deseo de mimetizarse con un cuerpo femenino, y al no tener la capacidad económica para una cirugía estética, al menos para la gran mayoría de ellas, acuden a “recetas mágicas” como es inyectarse aceite para aviones con el fin de redondear el cuerpo en el que viven atrapadas como si se tratase de una cárcel. Y es claro que un tratamiento como ese deja secuelas enormes y muy dolorosas en los cuerpos que ellas anhelan y sueñan.

Y volvamos al lenguaje. Camila Sosa Villada dice, palabras menos palabras más, que ella heredó la fuerza del lenguaje de su madre, que su padre lo derrochó, y que ella, Camila, lo trituró, lo transformó, lo enterró y lo redescubrió.

Pocos libros cómo Las Malas tienen esta fuerza, esta furia que recorre cada frase, cada párrafo, cada página. Camila Sosa Villada dice que la “furia” es necesaria para poder sobrevivir a tanto escarnio, a tanta rabia, a tanto oprobio, a tanta marginación, a tanta exclusión, a tanta pobreza, a tanta hambre, a tanta miseria, como la que enfrentan los travestis. Son excluidos y violentados en sus propias familias, en el barrio en el que crecen, en el colegio, en la iglesia (bien sea por curas o por los mal llamados pastores que vitorean desde el púlpito que ellos, los travestis, son una mancha en la sociedad y que por lo tanto son “pecadores”). Y por supuesto, está el Estado y la ausencia de legislación que abogue por sus derechos. Se les niega una buena educación y por ende el acceso a un buen empleo; se les margina de la sociedad (acceso a una vivienda digna, entre otros derechos) y de los centros donde la ciudad se mueve en pleno día. Para los travestis lo que queda es la oscuridad, los árboles donde pueden esconderse de la policía o donde pueden ganarse unos cuantos pesos que les permita vivir el día a día. Y cuando un grupo social debe vivir en la penumbra, escondiéndose, es porque se le están violando sus derechos; y cuando eso sucede es porque el Estado y la sociedad ejercen su enorme poder para aniquilarlo y destruirlo.

Camila Sosa Villada es una voz que se alza y que grita para que la ignominia salga del barro, para visivilizarla y así poder denunciarla.

Las Malas es un libro que hiere como un puñal, que corta como un bisturí y que nos pone enfrente de nuestras propias vísceras. Un libro necesario. Un libro hermoso, y doloroso, muy doloroso.

2ª parte: Y para contestar a la pregunta que me haces “¿qué puede cambiar en ese antagonismo destructivo entre el masculino y el femenino?” diría que yo no creo en las diferencias de género a la hora de escribir. Tanto tú como yo escribimos desde los dos géneros no solo cuando lo hemos hecho en nuestra escritura al alimón, sino que tú has publicado poemarios como Las mujeres desaparecidas; un libro escrito como si fueses una mujer; y yo publiqué un poemario titulado Endechas del último funámbulo sobre la vida y obra de Malcolm Lowry, y lo hice desde la perspectiva de un hombre; es más, yo, que solo me tomo un vaso de vino al almuerzo, pude escribir desde la dipsomanía que aquejó a Lowry desde sus 14 años.

Lo que quisiera decir con ésto es que ser “hombre” o “mujer” es, en cierta medida, un constructo sociocultural. Y lo digo porque en algunas tribus del Amazonas se aceptan a los hombres que nosotros llamamos transexuales sin que eso signifique un problema ni moral ni religioso para sus comunidades. Lo mismo pasa con las muxes de la comunidad de Juchitán en México o con las hijra en India –aunque su caso de exclusión y miseria es muy doloroso–. Y está el caso de Albania y de sus burrneshas o vírgenes juradas –o juramentadas– donde la hija mayor de una familia, sin hijos varones, opta por convertirse en un hombre para ayudar económicamente a sus padres; una costumbre muy antigua y que actualmente está desapareciendo.

https://www.youtube.com/watch?v=6jbOxAd_T-Q


O la comunidad matriarcal de China conocida como Mosuo, donde los hombres, aparte de su rol de genitores, no tienen ningún lugar en la sociedad; ni siquiera pueden ejercer como padres de sus vástagos; no heredan, no tienen ningún poder en las decisiones del clan ni ninguna injerencia en lo económico; tampoco participan en la vida productiva de la comunidad. Todo, absolutamente todo, está en las manos de las mujeres; incluyendo la construcción de las viviendas, la agricultura o el trabajo con los animales.

https://www.youtube.com/watch?v=lrefyzPPAFk

Por otra parte, en el 2008 escribí un cuento que forma parte de mi libro Voces del Silencio y que se titula Detrás del espejo que es sobre un transexual:

https://home.cc.umanitoba.ca/~fernand4/detras.html

Creo que quien respondería muy bien a este tipo de preguntas es Paul B. Preciado (Paul Beatriz Preciado); un filósofo español que ha dedicado su vida a esta temática tan en boga y tan necesaria que se da en la actualidad y que trata de echar abajo todos los estigmas que la sociedad heteropatriarcal ha creado en torno a la teoría Queer y de Género; y sobre todo cuestiona lo que los psiquiatras llaman “disforia de género”.

https://www.youtube.com/watch?v=SomTT3n5hjQ

 

RZ | Sobre los temas de que tratan tus ensayos, ¿has compartido también ponencias o participado de mesas de debates, que puedan ayudar más a la comprensión de los mismos?

 

BLE | Si, claro. He participado en congresos de literatura en universidades de Polonia, de Panamá y de Brasil. Precisamente en tu país, y gracias al profesor Antonio Donizetti Da Cruz, fui profesora invitada en dos ocasiones por UNIOESTE (Cascavel); una universidad con la que guardo un hermoso y duradero vínculo ya que prácticamente todos los años incluyen en sus publicaciones algunos de mis artículos. También he estado en Ferias del Libro, en Festivales de Poesía y en foros por Internet. Aunque debo decir que participo muy poco en ese mundo de la virtualidad; por un lado, porque las invitaciones son escasas; y por otro, porque preservo mi tiempo para leer y escribir; mi privacidad es algo a lo que no renuncio.

 

ERZ | El mundo que rodea al erotismo es tan vasto y complejo que cada vez que tocamos un punto este se multiplica en muchos otros. Aspectos que engloban el libertinaje, la poligamia, el satanismo, la tragedia, el amor negro… En todos ellos, las religiones operan como una fuerza “moral” cuyo principio fundamental es volver abyecta cualquier perspectiva sexual que no se limite a un sentido sagrado por ellas estipulado. ¿Podrías añadir algo al respecto? ¿Tienes planes de dedicarte más de cerca a estas relaciones entre lo erótico y lo religioso?

 

BLE | Bueno…, yo soy muy crítica con la religión, especialmente con la católica que es la que mi madre me inyectó como se inocula una gota de cianuro; aunque debo reconocer que esa no fue su intención. Por fortuna, comprendí muy pronto que mi padre era ateo, y estar a su lado me permitía escapar al agobio incesante de mi madre que me obligaba a ir a misa y a comulgar por encima de mis deseos. Yo creo en la ética no en el pecado. Creo en una vida y en unos principios Humanistas, así con mayúscula, no religiosos ni morales. La moral es muy peligrosa; sino pregúntenle a un cura pedófilo que es la “moral”; o pregúntenle a cualquier cura sobre el derecho al aborto o sobre el Feminismo o sobre la planificación familiar o sobre el homosexualismo o el racismo –que ellos mismos pregonaron durante más de 400 años desde los púlpitos de las iglesias apoyando ese crimen de lesa humanidad que fue la trata de esclavos–, o sobre el clasismo y la explotación laboral, o sobre la prostitución arguyendo que es un mal necesario para la sociedad. Y eso sin hablar del Banco del Vaticano y sus alianzas no sanctas con la mafia italiana; o sus alianzas con Hitler, Mussolini, Franco o con la extrema derecha colombiana.

Y por supuesto, he escrito muchos artículos al respecto; uno de ellos es Elucubraciones de una vagina secuestrada; cito uno de sus apartes: “Son las religiones, columnas que sostienen el patriarcado, las que me han injuriado. Si el dios al que tanto le rezan, es el mismo que me creó, ¿Por qué habría de ser pecaminosa y vulgar? ¿Por qué habría de ser fea? ¿Por qué habrían de violarme? ¿Por qué no podría ejercer mi libre sexualidad con la persona, o personas, que desease? ¿Por qué cuándo la ejerzo, de una forma libre y autónoma, soy declarada puta? ¿Y los hombres que visitan este túnel? ¿También son putos? ¿Son todos disolutos, libertinos, viciosos, pecadores? ¿Son hombres de poca fe? ¿Son estragos de la naturaleza? ¿Son ursas horribilis condenados a ser espeleólogos en una cueva maldita? ¿Y cuál es el problema de ilustrar o representar una vagina? ¿Acaso las mujeres, portadoras de este spelaion magnífico, no vienen desnudas al mundo? ¿Y los hombres? ¿Acaso nacen con una hoja de parra que les cubre su miembro? Pueden leer la carta completa en el siguiente sitio:

https://blogs.elespectador.com/cultura/el-hilo-de-ariadna/elucubraciones-de-una-vagina-secuestrada

Y para responder a la última pregunta que me haces diría que no, que no tengo ningún plan al respecto; al menos no por ahora. También es cierto que el erotismo me aburre soberanamente; y eso que en el primer libro que publiqué hay varios poemas de corte erótico. Debo decir que hoy en día no lo habría publicado; no por pudor sino porque los considero bastante malos.

 


03 | En nuestras conversaciones diarias, Berta Lucía me dijo una vez: Tienes que conocer la obra de Doris Salcedo, una de las artistas colombianas más importantes. Al instante siguiente ya la estaba mirando, y naturalmente ese conocimiento me encantó. Hay un aspecto que podría decirse que es central en la obra de Doris Salcedo (Colombia, 1958), que va más allá de la memoria de la violencia política, como suele referirse a ella la crítica. Se trata de la relación metafísica entre presencia/ausencia, temas que evoca con el peso de una dolorosa epifanía. Una cita de Doris y vemos su plena conciencia de ello: Siempre parto de un testimonio real y encima construyo algo que ya no es tan precisamente de esa víctima, sino que lleva a un recuerdo que es algo un poco más amplio sobre ese tipo de eventos. La actuación de los muebles, muchos de ellos desfigurados o en estado de amalgama, por ejemplo, es algo a la vez fascinante (la revelación de un objeto híbrido) e inquietante (la pila de sillas vacías que metafóricamente nos llevan a la comprensión del vacío de un mundo existencial). Su presencia ahora como artista invitada en este número de Agulha Revista de Cultura tiene una doble importancia, por la grandeza de su obra en sí misma, el imperativo de presentarla a nuestros lectores y la oportunidad de tenerla precisamente en este momento en que todo este número está dedicado al reconocimiento de la labor intelectual y humanista de otra mujer colombiana, Berta Lucía Estrada.

 

Elys Regina Zils 

 


∞ índice

 

BERTA LUCÍA ESTRADA | ¿Escritura femenina, literatura de género, mujeres escritoras u escritoras?

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2023/04/berta-lucia-estrada-escritura-femenina.html

 

BERTA LUCÍA ESTRADA | El siglo XII: Iluminado por tres grandes mujeres, Leonor de Aquitania, María de Francia y Eloísa

https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2023/04/berta-lucia-estrada-el-siglo-xii.html

 

BERTA LUCÍA ESTRADA | El trabajo poético de Nela Rio

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BERTA LUCÍA ESTRADA | La Balada de Iza, de Magda Szabó

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BERTA LUCÍA ESTRADA | La comadrona de Katja Kettu: los campos de concentración vistos por una mujer

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BERTA LUCÍA ESTRADA | La imagen de la mujer a través de la pintura y la escultura

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BERTA LUCÍA ESTRADA | La mujer en los salones literarios

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BERTA LUCÍA ESTRADA | Marianne von Werefkin y el Expresionismo Alemán

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BERTA LUCÍA ESTRADA | Nada que ocultar, de Gloria Young: génesis o turbulencia de la palabra

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BERTA LUCÍA ESTRADA | Tres feministas: Rosa Elvira Cely, Yuliana Samboní y Asia Argento

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Berta Lucía Estrada


Doris Salcedo


Agulha Revista de Cultura

Número 227 | abril de 2023

Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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