Y
esta ceguera ideológica la sentimos –a respiramos– a todo lo largo de la lectura
de La balada de Iza. Magda Szabó la retrata muy bien en la figura de Vince, un antiguo
juez que fue apartado de sus labores por un fallo contrario a los intereses del
Estado, habiendo sido confinado a un exilio en su propio pueblo; donde además era
un delito acercarse a él, o a su familia, incluso saludarlo podía ser una causa
de persecución política. Algo parecido a lo que Uribe, en su siniestra y larga noche,
y ahora, a través de la marioneta temible de Ordoñez, nos ha impuesto a todos aquellos
que no aprobamos su ideología de extrema derecha. Y es que los sátrapas no tienen
ideologías únicas, la arista donde se encuentran es el odio y la polarización, por
eso son tan peligrosos, esto incluye a la extrema derecha o a la extrema izquierda;
léase toda clase de fanatismo religioso o político.
A
la muerte del padre, Iza decide vender la casa familiar y trasladar a su madre,
una campesina que ni siquiera había aceptado la electricidad y el alcantarillado
en su casa, a su apartamento de Budapest. La decisión de tamaño desarraigo la toma
sola, creyendo que así su madre estaría mejor. De ahí en adelante asistimos inertes
a la caída al vacío de Etelka, su madre. A medida que pasa el tiempo ella va entrando
en un túnel que la engulle a pasos cada vez más rápidos. Etelka es una mujer que
nunca tuvo la ocasión de pensar por ella misma. Ancorada desde siempre en una Hungría
rural, no pudo ser protagonista del paso acelerado de una vida campesina del siglo
XIX, cuasi feudal, hacía la Hungría de mediados del siglo XX. Mientras que Iza,
su hija – aparentemente perfecta, pero diabólica en su manera de dirigir y controlar
la vida de las personas que ama– está perfectamente integrada a la nueva sociedad
que ha surgido con la industrialización del nuevo siglo.
En
La Balada de Iza asistimos, como si se
tratase de una puesta en escena, al despojo que la hija hace de la vida de su madre,
no porque le robe sus bienes materiales –aunque también lo hace cuando decide vender
su casa y los bienes que hay en ella sin consultarle nada-, sino porque le roba
su propia vida, la anula como individuo, como ser humano, le roba su identidad.
Impedirle a alguien hacer algo, sobre todo cuando esa actitud es repetitiva, es
una forma de buscar una atrofia definitiva en su capacidad cognitiva, y por supuesto
manual, entre otros aspectos; y eso es lo que hace Iza con su madre.
El
amor de Iza por su madre, y por las personas que la rodean, es semejante a tirar
a alguien al fondo de un precipicio, y antes que llegue al fondo la atrapa en una
red que ha puesto anteriormente, así que la devuelve a lo alto de la roca y la vuelve
a lanzar. Así, una y otra vez, convirtiendo a su víctima en un eterno Sísifo que
debe subir una cuesta empinada con una roca a cuestas, y justo antes de llegar a
la cresta la piedra vuelve a rodar.
La balada de Iza
es el retrato agónico de una sociedad más interesada en el éxito profesional que
en construir verdaderos lazos con las personas que nos rodean y que nos aman. Yo
diría que es la derrota que pagamos como individuos inmersos en los cambios vertiginosos
de una sociedad que cambia cada segundo, por lo que no hemos aprendido el valor
de la comunicación humana y mucho menos a ser seres de carne y hueso.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.
DORIS SALCEDO (Colombia, 1958). La obra de Doris Salcedo parte de la memoria de la violencia política. Da forma al dolor, el trauma y la pérdida, creando un espacio para el duelo individual y colectivo. Se trata del insoportable vacío que deja la desaparición. En él, la presencia de los objetos suele representar ausencias. Aunque su trabajo se desvía de las convenciones de los lenguajes artísticos, se puede decir que es escultora: crea espacialidades y objetos que transmiten historias y condensan experiencias humanas. La obra está impregnada de una urgencia que dice no poder contener: ante la tragedia, la muerte sin sentido y la violencia desmedida. Son obras sobre la muerte y humillación de los emigrantes, sobre la guerra y la muerte violenta de jóvenes colombianos a manos de mercenarios. En 2003 participó en la Bienal de Estambul y apiló 1600 sillas que recogió de diferentes lugares. Una pieza, de volumen y escala similar a los edificios circundantes, que pretendía crear una topografía del terror de las migraciones en el mundo global. Cuando, en 2007, realizó “Shibbolett” para la sala de turbinas de la Tate Gallery de Londres, abrió una rendija de 167 metros que recorría todo el suelo del espacio. Era como si hubiera ocurrido un terremoto allí. Todavía se pueden encontrar rastros de este trabajo en el piso del museo de Londres y Doris habla de su permanencia como una cicatriz permanente.
Agulha Revista de Cultura
Número 227 | abril de 2023
Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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