sábado, 8 de abril de 2023

BERTA LUCÍA ESTRADA | La balada de Iza, de Magda Szabó

 


Esta última semana, a instancias de una amiga, estuve inmersa en la lectura de La Balada de Iza, de la escritora húngara Magda Szabó (1917-2007), Premio Fémina 2003, con el libro La Puerta. Magda Szabó, una de las escritoras más importantes de la Hungría del siglo XX, fue ignorada y apabullada por el régimen comunista de su país por espacio de varios años; léase literalmente borrada de la actividad literaria e intelectual de parte de un Estado totalitario que anuló a miles de artistas, escritores e intelectuales que no estaban de acuerdo con los postulados políticos y con las directrices que les imponían. Esta ceguera ideológica la hemos visto esta semana con la carta virulenta que Laura Villa, una guerrillera, –para quien ese “título” es motivo de orgullo– le escribió a la periodista María Jimena Duzán, inmediatamente después de la publicación de la entrevista que la guerrillera en cuestión le diese en La Habana (Cuba).

Y esta ceguera ideológica la sentimos –a respiramos– a todo lo largo de la lectura de La balada de Iza. Magda Szabó la retrata muy bien en la figura de Vince, un antiguo juez que fue apartado de sus labores por un fallo contrario a los intereses del Estado, habiendo sido confinado a un exilio en su propio pueblo; donde además era un delito acercarse a él, o a su familia, incluso saludarlo podía ser una causa de persecución política. Algo parecido a lo que Uribe, en su siniestra y larga noche, y ahora, a través de la marioneta temible de Ordoñez, nos ha impuesto a todos aquellos que no aprobamos su ideología de extrema derecha. Y es que los sátrapas no tienen ideologías únicas, la arista donde se encuentran es el odio y la polarización, por eso son tan peligrosos, esto incluye a la extrema derecha o a la extrema izquierda; léase toda clase de fanatismo religioso o político.


Magda Szabó, a la mejor manera de un Dostoievski, nos muestra un retrato psicológico de Vince, su mujer Etelka e Iza, la hija de ambos. Esta última, médica reumatóloga, controla la vida de sus padres, y la de los hombres que la han amado. Aparentemente es la mujer perfecta, es trabajadora, buena hija, excelente estudiante y excelente profesional, es dueña de una ecuanimidad a toda prueba, madura desde su más tierna infancia, por lo que todos sus racionamientos hacían sentir a sus padres como si fuesen ellos quienes habían incurrido en algún error; sentimiento que nunca los abandonó y que sería luego compartido por el entorno social de Iza; cuando en realidad lo que hace es anular la vida de los seres que la rodean, hasta convertirlos en sombras de sí mismos. A este terrible designio escaparán los dos hombres que la amaron, los únicos en darse cuenta de los hilos tenebrosos con los que pretende manejar sus vidas.

A la muerte del padre, Iza decide vender la casa familiar y trasladar a su madre, una campesina que ni siquiera había aceptado la electricidad y el alcantarillado en su casa, a su apartamento de Budapest. La decisión de tamaño desarraigo la toma sola, creyendo que así su madre estaría mejor. De ahí en adelante asistimos inertes a la caída al vacío de Etelka, su madre. A medida que pasa el tiempo ella va entrando en un túnel que la engulle a pasos cada vez más rápidos. Etelka es una mujer que nunca tuvo la ocasión de pensar por ella misma. Ancorada desde siempre en una Hungría rural, no pudo ser protagonista del paso acelerado de una vida campesina del siglo XIX, cuasi feudal, hacía la Hungría de mediados del siglo XX. Mientras que Iza, su hija – aparentemente perfecta, pero diabólica en su manera de dirigir y controlar la vida de las personas que ama– está perfectamente integrada a la nueva sociedad que ha surgido con la industrialización del nuevo siglo.


La Balada de Iza es una parábola sobre el amor –más bien sobre el desamor-, pero sobre todo es una obra sobre la incomunicación humana, sobre la dificultad que tenemos de construirnos como personas autónomas y de la dificultad de defendernos de un amor mal comprendido. A veces los hijos se convierten en los carceleros de los padres, creen que al sacarlos de su hogar, y llevarlos a vivir a su propia casa –donde no tienen nada que hacer– va a alegrarles la vida que les resta, y lo que hacen es cortarles las raíces que los ataban a su propia identidad, menguándoles las fuerzas y socavando su propia dignidad. Eso es lo que le sucede a Etelka. Cuando por fin decida liberarse de tanta opresión será con una determinación férrea y definitiva; es entonces que Iza entenderá que ya es demasiado tarde para recuperar a la madre.

En La Balada de Iza asistimos, como si se tratase de una puesta en escena, al despojo que la hija hace de la vida de su madre, no porque le robe sus bienes materiales –aunque también lo hace cuando decide vender su casa y los bienes que hay en ella sin consultarle nada-, sino porque le roba su propia vida, la anula como individuo, como ser humano, le roba su identidad. Impedirle a alguien hacer algo, sobre todo cuando esa actitud es repetitiva, es una forma de buscar una atrofia definitiva en su capacidad cognitiva, y por supuesto manual, entre otros aspectos; y eso es lo que hace Iza con su madre.


Sin embargo, esta anulación de la identidad se hace de una forma bastante camuflada, la madre, en vez de quejarse de los excesos de la hija, busca la forma de disculparla y se atrinchera cada vez más en el fondo de la habitación donde ha sido confinada. Y es que esta es posiblemente la mayor magia narrativa de Magda Szabó, ya que no nos sirve la tragedia de un ser humano en bandeja de plata, para que luego la devoremos con el fin de aplacar nuestras ansias de antropofagia, sino que nos habla de los acontecimientos de humillación y anulación como si la viésemos detrás de una cortina, como si en vez de asistir a una tragedia griega asistiésemos a una obra de teatro negro. Por lo que las emociones pasan por un cedazo y nos llegan mitigadas, sin ecos de dolor y sin gritos, pero la desesperanza está ahí, agazapada, dispuesta a lanzarse sobre nosotros al menor descuido.

El amor de Iza por su madre, y por las personas que la rodean, es semejante a tirar a alguien al fondo de un precipicio, y antes que llegue al fondo la atrapa en una red que ha puesto anteriormente, así que la devuelve a lo alto de la roca y la vuelve a lanzar. Así, una y otra vez, convirtiendo a su víctima en un eterno Sísifo que debe subir una cuesta empinada con una roca a cuestas, y justo antes de llegar a la cresta la piedra vuelve a rodar.

La balada de Iza es el retrato agónico de una sociedad más interesada en el éxito profesional que en construir verdaderos lazos con las personas que nos rodean y que nos aman. Yo diría que es la derrota que pagamos como individuos inmersos en los cambios vertiginosos de una sociedad que cambia cada segundo, por lo que no hemos aprendido el valor de la comunicación humana y mucho menos a ser seres de carne y hueso.

 

 


BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.

 

 


DORIS SALCEDO (Colombia, 1958). La obra de Doris Salcedo parte de la memoria de la violencia política. Da forma al dolor, el trauma y la pérdida, creando un espacio para el duelo individual y colectivo. Se trata del insoportable vacío que deja la desaparición. En él, la presencia de los objetos suele representar ausencias. Aunque su trabajo se desvía de las convenciones de los lenguajes artísticos, se puede decir que es escultora: crea espacialidades y objetos que transmiten historias y condensan experiencias humanas. La obra está impregnada de una urgencia que dice no poder contener: ante la tragedia, la muerte sin sentido y la violencia desmedida. Son obras sobre la muerte y humillación de los emigrantes, sobre la guerra y la muerte violenta de jóvenes colombianos a manos de mercenarios. En 2003 participó en la Bienal de Estambul y apiló 1600 sillas que recogió de diferentes lugares. Una pieza, de volumen y escala similar a los edificios circundantes, que pretendía crear una topografía del terror de las migraciones en el mundo global. Cuando, en 2007, realizó “Shibbolett” para la sala de turbinas de la Tate Gallery de Londres, abrió una rendija de 167 metros que recorría todo el suelo del espacio. Era como si hubiera ocurrido un terremoto allí. Todavía se pueden encontrar rastros de este trabajo en el piso del museo de Londres y Doris habla de su permanencia como una cicatriz permanente.



Agulha Revista de Cultura

Número 227 | abril de 2023

Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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