sábado, 8 de abril de 2023

BERTA LUCÍA ESTRADA | ¿Escritura femenina, literatura de género, mujeres escritoras o escritoras?

 


Desde hace algunos años los periodistas, los críticos de literatura, las editoriales y los lectores, han cosechado el término de literatura de género, escritura femenina o mujeres escritoras. Yo prefiero utilizar el término simple y llano de escritoras. Lo demás me parece que entra en el terreno de la exclusión. La literatura no puede ser contemplada como una producción realizada por hombres o por mujeres. Simplemente, hay buena o mala literatura, lo demás son clichés que menosprecian el oficio de escribir, cuando quien lo ejerce es una mujer. Marguerite Yourcenar lo dijo claramente en la excelente entrevista, Con los ojos abiertos, que le hiciera Matthieu Galeyen 1980: “Un hombre que lee, o que piensa, o que calcula, pertenece a la especie y no al sexo; en sus mejores momentos, escapa incluso a lo humano”.

Uno de los aspectos que le restan importancia a las obras de las escritoras, es el escaso material de estudio que se encuentra sobre ellas. Un librero, que siempre he admirado por su cultura, me decía al inicio de este proyecto “que era un tema que ya no estaba de moda” y agregaba, con una sonrisa un poco sardónica, “eso fue en los años 80”. Efectivamente, en tres buenas librerías que suelo visitar [1] no encontré bibliografía crítica y análitica que me sirviese para el desarrollo de este proyecto. Por fortuna existe Internet. Es de anotar que su uso fue decisivo en el proceso investigativo; y como todo material, lo hay excelente, bueno, regular y malo. En cuanto al material malo se refiere, no puedo dejar pasar por alto la página sobre la vida de Teresa de Ávila, Las siervas de los corazones traspasados de Jesús y de María. Su vocabulario es extremadamente pobre y la redacción corresponde a una mediocre tarea escolar. Pero lo que verdaderamente me llamó la atención es uno de los subtítulos del seudoartículo: El peligro de la mala lectura y las modas. Es de anotar que la mala lectura que habría realizado Teresa de Ávila son las novelas de caballería, tan en boga en el siglo XVI. En ese caso hoy en día no podríamos leer El Amadís de Gaula. El autor del artículo asegura que Teresa de Ávila era “relativamente inculta… una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar”. Lo que no le impide al articulista afirmar: “Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia”. Y es que, durante todo el artículo, al igual que las otras páginas que visité del mismo sitio, se sigue haciendo énfasis en las “virtudes” de Teresa de Ávila: “la paciencia con la que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños”, “su prudencia, amabilidad y caridad”; lo cual no hace sino perpetuar el mito de la mujer sumisa y abnegada. El artículo sostiene, además, que “Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios”. Es de anotar que Julia Kristeva (1941) publicó en el año 2008 un ensayo sobre la obra de Teresa de Ávila, Thérèse mon amour, publicado por la Editorial Fayard. Al respecto Julia Kristeva dice:

 


Os saludo Teresa, mujer sin fronteras, cuerpo físico erótico, histérico, epiléptico, que se hace verbo que se hace carne, que se deshace en sí misma fuera de sí misma, ola de imágenes sin cuadro, tumulto de palabras, cascadas de apariciones, gemela de Cristo, es Él en lo más íntimo de mí misma, yo Teresa, mujer de negocios, fundadora, ¡Oh júbilo!, morir no es morir es escribir, una especie de morada, de juego, Dios nos ama felices hijas mías, créanme, claro que si, jaque mate a Dios también, por supuesto, eso libera, y al mismo tiempo mana, las almas que aman escuchan, ellas ven hasta los átomos, eso las hace gozar, son átomos infinitamente enamorados, si, hermana mía extática excéntrica escogida conmovida imaginada pensada recreada gastada, fuera de sí misma fuera de mí en mí, afuera, Teresa mi amor.

 

El júbilo que manifiesta Julia Kristeva por Teresa de Ávila, no es el mismo que su obra me produce, pero me parece importante tener en cuenta que alguien de la talla de Kristeva haya publicado una obra sobre la mística en cuestión. De todas formas la apreciación es meramente subjetiva y cada lector podrá hacerse su propia opinión sobre la calidad estética o la pobreza literaria de su obra. Lo único que me queda por agregar es que la visita al monasterio que Teresa fundó en su ciudad natal, Ávila, me produjo una profunda decepción; puesto que el único recinto al que se permite la entrada es un minúsculo museo donde están algunas reliquias de la santa, entre ellas la falange de uno de sus dedos. Algo que a mi modo de ver es bastante macabro, de todas formas no soy amiga de las reliquias, me parece que han contribuido a crear todo un mercado de objetos supuestamente sacros y que simplemente han enriquecido a muchas personas sin escrúpulos –entre ellos el cánonigo Fullbert, tío de Eloísa–, comerciantes que han tenido el desparpajo de convertir en objeto sagrado, lo que en cualquier otra circunstancia no sería sino un objeto para tirar a la basura. Pero también es verdad que quien habla, no reconoce ningún objeto como sagrado y mucho menos como milagroso; puesto que otorgar dicha característica a un objeto cualquiera, está más cerca del pensamiento mágico, leáse del pensamiento religioso primitivo, que de la modernidad o de la postmodernidad. No obstante, es imperativo reconocer la labor en gestión administrativa por ella desarrollada, labor que dio como resultado la construcción y fundación de diez y siete monasterios. Aunque también tamaña idea de erigir monasterios en toda España, no me deja sino la amarga idea de una mujer enormemente ambiciosa y con un deseo profundo del culto a la personalidad; tal y como el tiempo transcurrido lo ha demostrado. Siempre he creído que el dinero recogido para tamaña empresa, hubiese sido muy bien invertido de haber sido dedicado a la educación de todos los infantes, sin distinción de género; a la formación de los artesanos de la época, y a su consecuente desarrollo empresarial. Pero bueno, esa es otra historia y lo mismo podría decir de la cantidad de iglesias que se construyen día a día en mi país o en cualquier país católico.

Pero el caso del sitio mencionado en realidad, es un caso aislado. Internet cada día es más interesante, la información allí recopilada es de una riqueza inconmensurable, lo que facilita enormemente el trabajo investigativo; aunque cuando se trata de buscar información hay que percatarse de la veracidad y confiabilidad del sitio, porque igual pueden aparecer datos erróneos, que sólo conducen a enmarañar la información recopilada.


Por otra parte, este libro es el producto de muchos años de paciente lectura, de una búsqueda incesante de bibliografía novedosa, de recorrer librerías en los viajes que realizo. Y sobre todo, es el resultado de estar siempre dispuesta a dejarme sorprender por algo nuevo y desconocido; así a veces me lleve desilusiones y me diga a mí misma que he tirado el dinero a la basura. Como fue el caso con el libro Le cimitière des poupées (El cementerio de las muñecas), de Mazarine Pingeot (1974), más conocida por ser la hija que François Mitterand tuvo fuera del matrimonio. Y si bien Mazarine, con escasos 34 años, logró pasar todos los exámenes que la acreditan como “Agregée de philosophie” (profesora universitaria en filosofía), la verdad es que como narradora lo hace bastante mal. También podría nombrar a otras autoras que habiendo escrito obras importantes de pronto se dejan presionar por la industria editorial y comienzan a publicar año tras año, sin tener en cuenta la calidad estética que debe tener cualquier obra que salga a la luz. Es el caso de la chilena Marcela Serrano (1951), cuyo libro Nosotras que nos queremos tanto, me sedujo bastante, pero no así otros de sus libros, como Hasta siempre, mujercitas. O el caso de la escritora estadounidense Tracy Chevalier (1962), cuyo libro La joven de la perla me sumergió gratamente en el universo íntimo del gran pintor flamenco Vermeer de Delft (1632-1675); no obstatne,  su libro sobre el poeta inglés William Blake (1757-1827), El maestro de la inocencia, me pareció que había sido encargado a un amanuense –en francés se dice literalmente “escrito por un negro”– ya que tuve la impresión que la autora le habría pagado a alguien por su redacción. Por supuesto, es sólo una conjetura que no invalida para nada el libro en cuestión, y como buena conjetura, no me es dable afirmar que Tracy Chevalier no sea la autora; es sólo la impresión que tuve con la lectura de dicha obra. La misma impresión la tuve con La ligne Bleue, de Ingrid Betancourt, Editorial Gallimard, 2014. O escritoras que rápidamente obtienen un reconocimiento que a mi modo de ver no está a la altura de la obra publicada, como es el caso de la francesa Anna Gavalda (1970), autora, entre otras obras, de Je l’aimais y Ensemble, c’est tout. Aparentemente es la autora francesa más vendida en el mundo, pero su obra no ha logrado seducirme. O de Scholastique Mukasonga. Y aunque seguramente los lectores del presente libro van a exclamar: “no es posible que no le guste”, debo confesar que traté de leer Las abuelas, de la británica Doris Lessing (1919), Premio Nobel de literatura 2007, y no pude pasar de la mitad, a pesar de ser un libro de escasas noventa y cinco páginas; por lo que aún no he sentido deseos de enfrentarme a su obra maestra El cuaderno dorado. En una entrevista que dio a la BBC, cuando supo que le había sido otorgado el Premio Nobel de literatura, Doris Lessing recordó, con un sarcasmo evidente, que en los años 60 el comité seleccionador de la Academia Sueca, había enviado a uno de sus representantes para decirle “que no les gustaba y que nunca ganaría el Premio Nobel”. En el 2001 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias, que se sumó a una larga lista de galardones literarios. Cuando el crítico literario Harold Bloom supo que Lessing había ganado el Nobel, dijo lo siguiente: Es una decisión políticamente correcta. Al comienzo tuvo algunas cualidades admirables, pero su trabajo en los últimos quince años es un ladrillo. Ciencia ficción de cuarta categoría”. Sin embargo, no hay que olvidar que Doris Lessing fue un icono para la lucha feminista de los años 60. Y Rosa Montero no lo olvida. Al saber que Lessing había ganado el Premio en cuestión, dijo: “Ha sido y es un faro para las escritoras de varias generaciones”.


Algo similar me ocurrió con El turno del escriba, de las argentinas Graciela Montes y Ema Wolf (Premio Alfaguara 2005). Dicho libro es un relato de 258 páginas, que muy bien hubiese podido ser publicado en una narración menos extensa, lo que a mi modo de ver hubiera sido de gran ganancia para el libro en cuestión. La narración vertiginosa, exuberante, bastante repetitiva, rica en adjetivaciones, nos sumerge en el año de 1298, y nos narra la vida del personaje cuasi legendario de Marco Polo en la prisión de Génova. El libro deja ver la enorme investigación que hizo posible su redacción, y las autoras reconocen la importancia de Internet, puesto que gracias a él pudieron recabar información que de otra forma les hubiese sido imposible obtener. Y si bien está muy bien escrito, desde el punto de vista de manejo del lenguaje, no deja de ser un libro agotador, cansa rápidamente al lector. Después de haber leído los dos o tres primeros capítulos, se siente la impresión de haberlo leído todo; ya que la narración es completamente repetitiva. Leerlo significó para mí una dura prueba de tenacidad y de disciplina, porque mi deseo más ferviente era abandonarlo lo más pronto posible. [2]

Por otra parte, hay muchas otras escritoras de las cuales no hablo en este libro y que me han dejado muy buena impresión. Es el caso de las españolas Espido Freire (1974) con Melocotones helados, y Susana Fortes (1959) con El amante albanés, o de la china Jung Chang con Los cisnes salvajes. O la obra de Yasmina Reza (1959), escritora, dramaturga, traductora y actriz francesa, de origen judío, quien se ha ganado un verdadero reconocimiento por una obra erudita y de gran calidad estética.

Pero esa es la ventaja de la literatura, es bastante subjetiva, y lo que a mí me guste, no necesariamente tiene que gustarle a mi interlocutor y viceversa. En la literatura no hay verdades absolutas, ni opiniones únicas. La literatura es un abanico en el que todas las posibilidades pueden tener cabida, y esa es su gran cualidad, es su verdadera magia.

Es posible que los lectores consideren que faltan o sobran escritoras, y tienen razón, de todas formas la selección es subjetiva. A modo de excusa, podría decir que mi deseo era hablar de algunos iconos, pero ante todo, era dar a conocer escritoras que son desconocidas en nuestro medio; ya que el mercado editorial colombiano, y en parte el latinaomericano, hace muy pocos esfuerzos por difundir la obra de autoras de culturas diferentes o de otros hemisferios. En otras palabras, es como si las latinoamericanas siguiésemos siendo siempre menores de edad y no pudiésemos apreciar estilos y lenguajes diferentes a los ya establecidos. Emprender este proyecto representó un gran reto y un enorme placer, el del conocimiento, y el desafío de aprender algo nuevo cada día; de sentir que a medida que el libro avanzaba, yo crecía. Y si bien sigo bastante ignorante, lo soy menos que al principio del libro, lo que me deja un sentimiento de satisfacción y el deseo de continuar con este trabajo algún día, puesto que soy consciente que no he hecho sino empezar a trabajar una veta insondable; en este caso preciso, la producción literaria de infinidad de escritoras que aún no conozco, pero que espero encontrar en los años venideros.

 

NOTAS

1. Librerías francesas: una en Avignon, otra en L’Isle sur la Sorgue y la otra en Banon, en la famosa librería Le Bleuet. Banon es un pueblo medieval, ubicado en plena montaña, y con una población de escasos 1500 habitantes. Sin embargo, posee la biblioteca más importante de toda la Provenza (cuya ciudad más importante es Marsella, con una población de 1’700.000 habitantes, teniendo en cuenta el área metropolitana). Su visita es un regalo para los amantes de los libros. Está ubicada en dos casas, y el acceso a sus diferentes dependencias se hace a través de una especie de laberinto. Le Bleuet, posee la colección de La Pléiade más completa que yo haya visto jamás.

2. Sentimiento que me invadió en el 2007 con la lectura de Ursúa (Alfaguara, septiembre de 2005), de William Ospina. Y es que a mi modo de ver hay muchas similitudes entre los dos libros. Una de las principales coincidencias es la exuberancia del lenguaje, pero también la sensación visual al momento de realizar la lectura. Otra semejanza es la repetición constante y el sentimiento de mareo que dan las imágenes que a veces parecen atiborradas las unas sobre las otras. No obstante, comparto la idea de Gabriel García Márquez cuando afirmó que el libro de Ospina está muy bien escrito. Sobra decir que tuve que hacer un gran esfuerzo para no abandonarlo rápidamente, e incluso debo confesar que no pude terminarlo.

 

 

 


BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.

 

 


DORIS SALCEDO (Colombia, 1958). La obra de Doris Salcedo parte de la memoria de la violencia política. Da forma al dolor, el trauma y la pérdida, creando un espacio para el duelo individual y colectivo. Se trata del insoportable vacío que deja la desaparición. En él, la presencia de los objetos suele representar ausencias. Aunque su trabajo se desvía de las convenciones de los lenguajes artísticos, se puede decir que es escultora: crea espacialidades y objetos que transmiten historias y condensan experiencias humanas. La obra está impregnada de una urgencia que dice no poder contener: ante la tragedia, la muerte sin sentido y la violencia desmedida. Son obras sobre la muerte y humillación de los emigrantes, sobre la guerra y la muerte violenta de jóvenes colombianos a manos de mercenarios. En 2003 participó en la Bienal de Estambul y apiló 1600 sillas que recogió de diferentes lugares. Una pieza, de volumen y escala similar a los edificios circundantes, que pretendía crear una topografía del terror de las migraciones en el mundo global. Cuando, en 2007, realizó “Shibbolett” para la sala de turbinas de la Tate Gallery de Londres, abrió una rendija de 167 metros que recorría todo el suelo del espacio. Era como si hubiera ocurrido un terremoto allí. Todavía se pueden encontrar rastros de este trabajo en el piso del museo de Londres y Doris habla de su permanencia como una cicatriz permanente.



Agulha Revista de Cultura

Número 227 | abril de 2023

Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2023 

 


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