segunda-feira, 15 de janeiro de 2024

Agulha Revista de Cultura # 247 | janeiro de 2024

 

∞ editorial | O milagre de uma aventura editorial

 


01 | Aqui estamos, 2024. Embora ainda administrando alguma matéria transbordante do ano anterior, já podemos dizer que o tempo renova suas ilusões. Em nosso estoque de versões da realidade, temos ainda uns poucos rastros de mundos desconhecidos, o que certamente justifica que esta primeira Agulha Revista de Cultura do ano seja mais generosa em seu número de ensaios. São estampas essenciais do milagre de nossa aventura editorial. A poesia permanece a mais insólita proeza de nossos dias. Não importa o panorama derruído de um tempo que fecha os olhos para todas as formas de sensibilidade e imaginação. Começamos o ano com duas valiosas ações: o poeta Floriano Martins decidiu abrir a público, de modo gratuito, toda a sua obra. Em primeiro momento, já podemos anunciar duas vertentes: a poesia e a plástica. A grande obra da carne: https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2023/04/a-grande-obra-da-carne-modelo.html reúne seus livros de criação (poemas, teatro, narrativa, prosa poética), inclusive aqueles escritos a quatro mãos com outros poetas. Propriedade imaginária: https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2023/04/floriano-martins-propriedade-imaginaria.html é uma ampla galeria que mostra sua criação na área plástica (fotografia, colagem, ensamblagem) e inclui também textos críticos. O poeta trabalha agora na preparação de sua obra ensaística, de modo que logo teremos também este sinal de sua intensa generosidade. A outra notícia é a criação de uma sessão a que intitulamos de “Libreto”. Na presente edição excepcional publicamos a parte II de um projeto nosso criado para a revista uruguaia Esteros. A partir da edição de fevereiro, “Libreto” terá um caráter duradouro, em parceria nossa com outra importante revista brasileira, Ruído Manifesto.

2024 registra o centenário de surgimento do Primeiro Manifesto do Surrealismo. Para muitos isto equivale ao centenário do próprio movimento, muito embora ele tenha surgido em 1919 e não 1924. Em 2019 a Agulha Revista de Cultura dedicou a totalidade de suas edições a refletir sobre o Surrealismo: https://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/2022/04/centenario-do-surrealismo-1919-2019.html.

 

02 | RAFAEL RUILOBA | Elogio de las malas palabras

 

O poeta e ensaísta Rafael Ruiloba (Panamá, 1955) nos apresenta seu elogio das más palavras, uma bem-humorada reflexão sobre o uso de termos e expressões que assumiram, de acordo com a época em que eram usados, uma correspondência zombeteira, em muitos casos negativa.

 


Como es fama, las malas palabras en la historia de la cultura llevan el peso del tabú, el cuestionamiento moral, la interdicción legal; además promueven la vergüenza sobre partes pudendas, y caracterizan la obscenidad, la impudicia, y la transgresión del poder. El psicólogo Ariel Arango considera que las malas palabras muestran lo que no debe verse o escucharse y las asocia con la obscenidad y la pornografía. Muchas veces las malas palabras, se disfrazan con eufemismos y circunloquios, los cuales sirven para expresar el deseo de comerse el pastel antes de la boda, o referirse con fervor sicalíptico, al anhelo de amamantarse con las pechugas de soprano o el deseo por beber en el ánfora de todos los sueños. En este caso las malas palabras son la que infiere el lector. Las hay muy peligrosas, como teta. La mitología griega nos da el ejemplo de Anteón, quien por casualidad o por intención, le vio las tetas a Artemisa. Ipso facto incurrenda, la diosa lo convirtió en ciervo y sus propios perros, lo persiguieron y lo devoraron, entonces mirar tetas en la privacidad de otros, es tabú. También las hay risibles como las usadas por Lisístrata, personaje de la comedia de Aristófanes al quejarse de la falta de hombres debido a la guerra del Peloponeso. Ni siquiera había falos de cuero para consolarse (Lisístrata). Este deseo de masturbarse no debió causar mucha risa entre los atenienses, que vivían acinados, víctimas de la peste bubónica. Lo cierto es que los atenieses se liberaron de los tabúes sexuales y decidieron participar en orgías porque podían morir al día siguiente. Hay un descenso moral entre los helenos, escribió Tucídes. Lo mismo ocurrió en Roma muchos años después cuando acaeció una rebelión juvenil motivada por el culto del dios Baco. En este lapso todo lo que el tabú designaba con las malas palabras era permitido. En Grecia la revuelta impúdica, se aplacó por sí misma al final de la guerra; en Roma hubo 7 mil ejecuciones para volver a restaurar el tabú de las malas palabras. Tras la Primera Guerra mundial, Guillaume Apollinaire encabeza la rebelión de las malas palabras. El título de su espeluznante novela Las once mil vergas, es un ejemplo. En su novela El poeta asesinado, los personajes femeninos realizan una filosofía de las malas palabras y acuciosamente observan que el órgano varonil, mayoritariamente se designa con nombres femeninos. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, hizo una lista: polla, picha, pija, pinga, moronga, cabia o cavia, caoba, majagua, mazorca, moco, pájaro, levana o lebana, linga, carajo, tranca, trozo, mecha, trabuco, perinola, mandarria, pene, palo, mástil, verga, vergajo, vianda, la cabezona, la calva, cuero, látigo, rabo, chorizo, morcilla tabaco, la sinhuesos, arma, espada, pluma, (mojar la pluma) –casi siempre, cosa curiosa, el nombre está en femenino. Sin duda, muchas están relacionadas con oficios y circunstancias que dieron pie a eufemismos para designar lo inmencionable. Las malas palabras también funcionan para expresar frustraciones o desagrado. ¿Quién no ha dejado en soltura unas cuantas palabrotas? Sobre todo, cuando un cenutrio te atosiga con su verborrea vendiéndote boletos para apostar en una pelea de camellos, ¿o un gaznápiro te explica como construyeron las pirámides de Egipto o un zoquete se nos atraviesa en la vía con su carcacha de dos ruedas y termina rompiéndonos las pelotas con una boleta de tránsito? ¿Quién no ha mandado a freír espárragos o enviado al carajo al zascandil de turno o le ha pedido al tonto de capirote que vaya a la oficina de su jefe a hacer lo que una estatua no puede hacer en el retrete? Lo bueno de las malas palabras es que se amoldan a las circunstancias de forma tan acuciosa que algunas no lo parecen. Lutecia, por ejemplo, nombre antiguo de Francia usada por Rubén Darío en uno de sus poemas, era una de estas. Según Rabelais significaba blanquilla, indicando que en París las mujeres estaban acostumbradas a mostrar la cara lutecia con la blancura de sus piernas. Según Plutarco, en Roma tenían la palabra primicia para designar a una niña de 12 años, edad en la que solían casarse las romanas de esa época, era porque solían asesinar a las que habían perdido su virginidad, así que, por seguridad, las casaban. Las revistas sicalípticas crearon una filigrana verbal para las malas palabras que no lo parecen. Las legendarias despechugadas de las portadas, sustituyeron a la palabra teta, de lo auditivo se pasó a lo visual y aparecieron las horizontales, las dialogantes, las grises, las cupletistas, las cocotas, las rellenitas, las peque, el jarabe antivenéreo y las violentas reacciones del puritanismo. También la palabra verborrea me parece una de las que no parecen malas palabras. Me huele como a diarrea de palabras, actividad surgida de una mente intoxicada por la logorrea. Es un decir sin sentido, y hay que expulsarlo con urgencia de la mente, como si uno defecara palabras sin sentidos, ni significados con la boca. Hay malas palabras que se gastan y dejan de serlo, como cenutrio (torpe), gaznápiro (idiota) o zoquete lento en comprender, o freír espárragos o irse al carajo, dichas para alejar a alguien en un santiamén. Ellas perdieron su sentido pugnaz, y con el tiempo hay que inventar malas palabras nuevas. Según los investigadores de la Universidad de Maastricht, Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong, Universidad de Stanford y Universidad de Cambridge, decir palabrotas es signo de sinceridad. Ellos consideran que las malas palabras son dignas de encomio porque han demostrado que existe una relación positiva entre las malas palabras y la sinceridad. ¡Coño, qué bien! La sinceridad es un valor parecido en la cultura. Las malas palabras expresadas con sinceridad funcionan como si fuera un arma arrojadiza usada para liberar nuestra conciencia. Las malas palabras han ido evolucionando con el tiempo, sobre todo las usada para expresar situaciones escabrosas para el pudor, puesto que son matizadas por los eufemismos. Consideremos por ejemplo que en la antigüedad se practicaba la coprofagia (comer las heces) como la de los faraones, para alimentarse de divinidad o la de los encumbrados emperadores chinos para deducir si había hecho buena digestión, pero la palabra coprofagia no era una mala palabra por ese entonces. Era una palabra con abolengo. Ariel Arango cita una carta enviada por una condesa al marqués de Sade confesándole que su anciano marido, era un coprófago, es decir que le gustaba comer sus deposiciones a pico de botella. No sabemos si tan sicalíptico asunto es cierto o si era una fantasía para alimentar la mente cochambrosa del marqués prisionero en la Bastilla. Solo cabe decir que la realidad supera la fantasía porque Francoise Rabelais en su famosa novela destaca la preferencia de Gargantúa por los pedos en el gánate. Algo muy distinto, acaso más comprensible. Suena diferente cuando uno manda comer ñinga a un pelafustán desesperado por vendernos una rifa de 20 dólares para ganarnos una licuadora con los cuatro números del primer premio y el primero del segundo. Allí esa palabra pierde el abolengo y se convierte en palabrota, no solo por su referencia, sino por el tono con que se expresa. Son palabras lacustres, que caen como pedradas en la ceja. Son palabras pendencieras y denigrantes. Como cuando uno dice que ese político no vale ni ñinga, mientras otros comebolas votan por él. Entonces la mala palabra expresa con mucha sinceridad, una crítica al poder. Cuando Gargantúa trepado en la catedral de Notre Dame, se abrió la bragueta y sacó la méntula no iba a hacer pis como los nobles, ni pipi como los niños, ni iba a orinar como los campesinos. Iba a mear desde la cumbre de la catedral más importante de Francia, y en efecto meó un río que anegó a los parisinos por considerarlos demasiados sumisos al poder. Los lectores de su tiempo debieron sentir un gran alivio riéndose de sí mismos. Si hubiese vivido en los tiempos del emperador Vespasiano, le hubieran cobrado impuestos por mear. Lo interesante es la hipótesis de que las malas palabras tengan ideología de clase. No es lo mismo mear que hacer pis. Mear que hacer pipi. Mear que orinar. Mear es más grosero y en el caso de Gargantúa, un poder fálico. Lo curioso es que hay obscenidades sin tener una mala palabra asignada. Político, por ejemplo, no sabemos si es solo para referirse a un imbécil con poder, a un corrupto con respaldo o a un electorado idiota o a un honorable diputado. Lo cierto es que las malas palabras no aparecieron de la nada. Son una de las más antiguas de la humanidad, nacieron con el lenguaje. El científico Paul Heggarty, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania), nos recuerda que entre la lista de palabras más antiguas está la lista Swadesh, entre las que se encuentran las palabras más antiguas, usadas para referirse a los senos, a las mujeres y la poca inteligencia de los hombres. Por eso, debemos elogiar su persistencia, sus muchos matices para permanecer, a través del tiempo, como un indicio de nuestra inercia moral o como instrumento de liberación. No sabemos cuándo se convirtieron en malas palabras, ni cuando dejarán de serlo, pero desde siempre nos han ayudado a expresar con sinceridad nuestras emociones relacionadas con los límites de la sexualidad, la rebeldía, y la libertad.

 

03 | Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Jones frequentou a Universidade de Harvard e se formou em 1910. Acabou se mudando para Nova Iorque (1912), onde, com amigos feitos em Harvard, começou a fazer pequenos trabalhos de design. Em 1913, Jones e vários amigos navegaram para a Europa para estudar a nova encenação com Edward Gordon Craig em Florença. A escola em Florença não aceitou Jones, então ele foi para Berlim, passando um ano estudando informalmente no Deutsches Theatre de Max Reinhardt. Para uma produção de 1915 de The Man Who Married a Dumb Wife dirigida por Harley Granville-Barker, Jones projetou um cenário bastante simples que complementava a ação e os outros elementos de design da produção em vez de sobrecarregá-la. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Este renascimento foi a última produção de Jones. Outros créditos da Broadway incluem Holiday (1928), Mourning Becomes Electra (1931), Ah, Wilderness! (1933), Juno e o Paycock (1940) e Lute Song (1946). Jones também foi o designer de produção de alguns dos primeiros filmes tricolores em Technicolor, como La Cucaracha (1934) e Becky Sharp (1935), para os quais também desenhou os figurinos. Um dos primeiros membros dos Provincetown Players, Jones trabalhou em estreita colaboração com seu amigo Eugene O’Neill em muitas de suas produções, incluindo Anna Christie, The Great God Brown e Desire Under the Elms. Jones publicou muitos artigos sobre design teatral ao longo de sua carreira. Seus livros incluem Desenhos para o Teatro (1925) e A Imaginação Dramática (1941); ele também ilustrou Continental Stagecraft de Kenneth Macgowan (1922). Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura. 

Elys Regina Zils 

 


∞ índice

 

ANTONIO CÂNDIDO FRANCO | João Pedro George, crítico e sacristão

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BERTA LUCÍA ESTRADA | Una hechicera llamada Literatura

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CHIQUI VICIOSO | Entrevista a Juan Bosch sobre Julia de Burgos

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DAVID CORTÉS CABÁN | El poeta escribe sobre el largo papiro del río. Errata de fe, de Carlos Roberto Gómez Beras

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FLORIANO MARTINS | En una mesa de luz con Ernestina Elorriaga [Part. Maria Helena Giraldo González]

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FLORIANO MARTINS | La ilusión transitoria de los espacios – Una conversación con Carolina Zamudio

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FRANCISCO RODRÍGUEZ BARRIENTOS La Rueda de la Vida de Adriano de San Martín

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GLADYS MENDÍA | Valeria Zurano y Las damas juegan ajedrez

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LUIS CARLOS MUÑOZ SARMIENTO | La Fábrica de Sueños. Amoroso Vincent (2017), de Dorota Kobiela y Hugh Welchman

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MARÍA DEL MAR LÓPEZ-CABRALES | La mujer revolucionaria antes de la Revolución cubana: logros y vicisitudes

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RICARDO ECHÁVARRI | Antonin Artaud y el ‘bluff’ surrealista

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THOMAZ ALBORNOZ NEVES | John Lawrence Ashbery, um autorretrato

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YULEISY CRUZ LEZCANO | Alegoría de la muerte y máscaras sociales en Giorgio Caproni

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LIBRETO # 0

Revista ESTEROS | La juventud de la poesía en Brasil: encuesta y plástica [Part. Ana Sabiá]

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Robert Edmond Jones






Agulha Revista de Cultura

Número 247 | janeiro de 2024

Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


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