segunda-feira, 15 de janeiro de 2024

FRANCISCO RODRÍGUEZ BARRIENTOS | La Rueda de la Vida de Adriano de San Martín. La historia, el mito y la biografía como arcilla de lo poético.



Desde Goethe y Baudelaire los poetas modernos han hecho de su vida y experiencias elementos nutricios de su obra, pero en el entendido de que trasciendan su palpitar concreto, el lugar y el tiempo determinados, y alcancen universalidad, tal y como ocurre en varios poemas del libro que hoy presentamos. Por supuesto, toda obra poética, como no se cansó de recordarlo Octavio Paz, se ubica en una cierta tradición, sea para seguirla, modificarla, ramificarla, ensancharla o negarla. Pero en la poesía, y en cualquier arte, incluso las negaciones son formas de admiración y de afirmación. Las negaciones o afirmaciones categóricas del fundamentalismo de toda laya chocan de frente con la poesía que solo puede navegar a sus anchas en el piélago tumultuoso de la libertad de espíritu.

La obra de Adriano de San Martín, poeta obstinado y consecuente donde los haya, es, al menos en algunas de sus facetas, una rara avis en la poesía costarricense contemporánea. Y lo es, justamente, por su diálogo franco, airado, turbado, fascinado con la tradición poética, sea costarricense (Eunice Odio, Max Jiménez), centroamericana (Rubén Darío, Carlos Martínez Rivas, José Coronel Urtecho), hispanoamericana (Borges, José Emilio Pacheco, Lorca, Gonzalo Rojas) o universal (Eliot, Ezra Pound, Propercio, Pessoa, Cavafis, entre otros). Pero, en mi criterio, lo que vuelve singular la poesía de Adriano de San Martín en nuestro medio es su intento de rescatar y reconstruir la memoria histórica, cosmológica y mítica de Centroamérica y la penosa trashumancia de sus pueblos, su miseria, su calvario, su naturaleza austera o fastuosa, salvaje o civilizada, sus derrotas, sus nostalgias y anhelos, sus caídas adánicas, sus victorias sociales y políticas, siempre pírricas y de corta duración, porque los amos-verdugos siempre se las ingenian para recuperar el poder y blandir de nuevo sobre los cuerpos mancillados de las víctimas el látigo de la crueldad o renovar las cacerías humanas, los holocaustos y genocidios en medio del pasmo y el terror de noches sin nombre. Su poesía intenta recuperar esta memoria colectiva, porque Adriano de San Martín sabe muy bien que únicamente la poesía - el poder mágico, totémico y siempre deslumbrante y deslumbrador de la poesía - es capaz de tal milagro.

Por eso, la poesía no solo nombra, sino que resucita, otorga cuerpo y alma a cuanto se hallaba olvidado en la gigantesca tumba anónima del olvido. De aquí esa constante fundamental de la poesía de Adriano de San Martín: preservar lo vivido, lo sufrido, lo gozado mediante las diversas formas de la creación artística. Son muchos los poemas del autor que reflejan esta preocupación, recogidos o no en la presente antología. Por ejemplo, al final de un poema del libro Kabanga (2008) que habla de las musas cantadas por los poetas de todos los tiempos se lee: “Todas se marcharon./ Pero permanecen en el canto de los conjuros.” En otro poema de Kabanga con el mismo tema se lamenta: “Se fueron para siempre como las flores de sus cantos y las rosas de sus poetas./ Como las nuestras, fugaces amoríos de la época./ Y, sin embargo, permanecen en las impresiones de la piedra y de la seda.


Los mencionados motivos y preocupaciones de la poesía de Adriano de San Martín se plasman en el poema más logrado, según mi criterio, de la producción del autor: La Nacencia, expresados con un verbo airado y solemne que posee reminiscencias de Whitman o de Allen Ginsberg: la imaginación cósmica y religiosa precolombina que sigue viva en sus descendientes: “Luz que despunta en los cerros con voz de océano en el caracol. Vela encendiéndose cual primera fogata en este continente, desplegándose por todo el pluriverso: los habitantes del cosmos al unísono inician el galope celeste con el primer verso. Destello que nos vence siempre. Ojo de agua. Marejada de diciembre al amanecer de la tonada. / Zopilotl en el firmamento de las palabras. Serpiente por la piedra. Jaguar en el agua. Esfera en las estrellas. Los astros inician su revuelta con un número que no alcanza para enumerar el fundamento de infinitos nexos. / Es la alquimia del monte. La hoguera, por siempre la hoguera. Es el fin del principio, el principio del fin. El equilibrio del centro”. (En los versos citados se observa una inquietud filosófica del autor, que reaparece una y otra vez en los libros de su último periodo, especialmente a partir de Todo tiempo futuro, publicado en el 2014: los íntimos vínculos que interconectan los componentes del Cosmos y la integración armónica de los humanos dentro de ese Cosmos majestuoso. Se rechaza de modo tajante la visión de dominio, de amo todopoderoso, que el homo occidental se ha atribuido respecto a la Naturaleza y el rebajamiento de todo lo natural).  Pero también el eterno reiniciar, la renovación universal, el eterno retorno, otro de los motivos centrales en el pensamiento poético del autor: “Aunque todo se repite de forma diferente. Como la flecha que torna al arco. La bala al cañón. Boomerang”. Esta idea aparece en uno de los poemas más logrados del autor, Alabanza del simulacro, incluido en la obra San José varia del 2009: “porque todo termina donde comienza y se repite / en su incesante caos de equilibrio precario.”. O lo inerme y fugitivo de la vida humana, el tiempo que pasa rápido, ¡tan rápido!: “Porque acá la vida cotidiana se nos muere constantemente. Somos sombras renacidas y encubiertas”. La denuncia del poder terrible y corruptor del Capital convertido en obsesión única y paranoica, que en su invencible avance va devorando o pervirtiendo todas las cosas que hacen digna la vida humana y, a veces, con la complicidad de quienes, se supone, deberían oponérsele, Gran Bestia que desangra y acadavera a la poesía y expolia y depreda la Tierra, nuestro hogar cósmico y sagrado: “Miles de animales transgénicos o manipulados se sacrifican para alimentar a la bestia. La Gran Bestia que avanza con la venia de los tribunales, electores, disertantes… hasta pianistas y cantantes en los ministerios de adobe, o en las alcantarillas… Avanza con la tiniebla de sus pezuñas, las herrumbres de cascanueces tropicales babeantes en las escaleras, las mansiones, los estadios, las academias…”. La poesía como redención / revelación / deslumbramiento, diosa genésica, cifra de acceso al ser: “No, no es la utopía tampoco. Acá no hay ríos de leche y miel sino aguas turbias. Es el verso que versa y dice. Sencillamente el verso. La poesía es otra era. La de siempre. La llave. La flor. La quimera. Acá en este límite, en este batallar, está el centro del juego”. Y la esperanza mesiánica de justicia y libertad: “Lágrimas de sangre renovarán los campos para el alimento de los dioses. El cosmos se vestirá de flores propicias para el arco de la primavera. Y los pueblos de la Tierra de desnudarán agradecidos por el camino de las esferas que conduce el tiempo infinito de los cometas…”.

Dichas obsesiones, tan urticantes como apasionadas, están presentes, con variaciones, en otros de los mejores poemas del autor recogidos en La Rueda de la Vida, como The house of the rising sun – dedicado a la Nueva Orleans devastada por un huracán apocalíptico -; Los elegidos de Dios, furibunda diatriba contra los poetastros presuntuosos y advenedizos; Oda a los heterónimos de Lisboa, Alabanza del Simulacro, En San Francisco, Tríptico de la Habana, Habana Reviseted o La despedida. En muchos de los textos del autor, incluidos o dejados fuera de la antología, el poeta hace gala de una fina ironía, de un sarcasmo corrosivo y cruel o de un humorismo salpicado de malicia. Estos son rasgos muy extendidos en la poesía moderna, pero el humor y la ironía requieren inteligencia y escepticismo, un cierto desengaño, si es que se desea lograr efectos expresivos. Y resulta obvio que tales dones solo están al alcance de los poetas con real talento.


Hay otras constantes en la obra de Adriano de San Martín: la nostalgia, el amor - y aún más el erotismo que en ocasiones de apasionado se transmuta en dulzura, languidez, futura añoranza del ardor presente -, el juego de los amantes, temas que suelen entretejerse en muchos de sus poemas que describen a seres perplejos, desesperados o prestos al adiós. La mujer – y lo femenino – es una presencia dominante en la obra del poeta. La mujer como sostenedora del orden de las cosas, tanto en la vida cotidiana como en el devenir cósmico o en la creación artística (así en el poema Escultura 2); la mujer encontrada a la que se le dediquen odas vibrantes y gozosas (Bocetos de La Habana); la mujer finalmente perdida en algún recodo del río de la vida, como en los poemas Diana (Los pájaros vuelan al sur / mientras me pierdo por avenidas de niebla / Hay tanta poesía de crin y cadena / amontonada sin sus poetas / Tanta palabra inútil en bibliotecas), o Mary, melancólica evocación de un amor adolescente.

En la nostalgia del poeta adquieren una intensidad especial los pueblos y ciudades que han visto su trashumancia perpleja, turbada o dolorosa: desde las pequeñas villas de su infancia sancarleña, hasta San José, La Habana, Buenos Aires, San Francisco o San Petersburgo, entre muchas. Precisamente a la última ciudad está dedicado uno de los mejores libros de la extensa obra de Adriano de San Martín, aunque el autor tituló su poemario con el nombre de la ciudad en los tiempos en que vivió en ella: Leningrad editado en el 2020. Quizás exagere, aunque no lo creo, que si Adriano hubiese escrito solo este poemario, su lugar en la poesía costarricense contemporánea estaría asegurado. El libro es un buen resumen del oficio poético del autor y de los temas que cruzan su obra como las cicatrices sufridas en el bregar de la existencia. Y es que en este libro el lenguaje poético del autor se ha estilizado mucho, combina con sabiduría virtudes en apariencia contradictorias, como la sobriedad y el fulgor de los versos; la frialdad y la transparencia del cristal y la desolada nostalgia; la reflexión estoica y la exploración del pasado ruso que el poeta convierte también en su pasado, integrándolo al torrente de su sabia vital y existencial.

Adriano de San Martín ha sido y es un certero crítico de los males de una sociedad injusta, excluyente y cada vez menos libre y más represiva. En este sentido su poesía es política, vamos, una crítica del poder, una poesía cívica. “… pues el poeta, como casi todo poeta, / era un peligroso enemigo político” se lee en un poema de Leningrad dedicado a Alexander Pushkin, el bardo sacrificado por la autocracia rusa. Nuestro poeta sigue la gran tradición china de Li Po, Tu Fu, Fan Shan, la de Omar Khayyán, la de Propercio, Horacio y Cátulo, la tradición, en fin, de Villon. El desengaño o, para ser más exacto, la traición que otros han infligido a los ideales políticos y éticos de su juventud, aparece con resignada impotencia en poemas como Verde Olivo, sentido homenaje a un guerrillero costarricense caído en la guerra contra la satrapía somocista (“Ciertamente lo asaltamos / Infierno Irato de otra Managua / enardecida como enorme supermercado / Tu muerte no fue en vano / compañero del alma tan temprano / la piñata, sin embargo, / ha sido el corolario”). Y no debemos olvidar la burla llena de amargura que el autor dirige a la degradación urbana de San José, degradación que expresa también a una sociedad cada vez más desigual y violenta, un régimen político crecientemente autoritario y unas élites alienadas, entreguistas y antinacionales. Por otra parte, el compromiso con los ideales de justicia y libertad, de autonomía y unión latinoamericana, un noble empeño más actual que nunca, encuentran cabal expresión en su obra, pero siempre con calidad y emoción estéticas, pues al respecto el autor nunca ha dejado escapar ripios poéticos malsonantes.


La poesía de Adriano de San Martín respira vitalidad, pasión, ironía, voluntad de comprensión (“se percibe la quietud del milagro que acontece / cuando el hombre se compenetra con su propio yo / que es la misma naturaleza al ritmo de otro sol”. Poema Frente al lago). La poesía de Adriano es la de un viajero que va dejando constancia de sus peripecias existenciales, de sus estados de ánimo, de sus reflexiones nacidas en lugares y culturas muy heterogéneos. Pero su actitud no es la del cronista que pinta con indiferente objetividad cuanto ven sus ojos, sino la del buscador de sentidos, de afinidades, de bellezas invisibles y resplandores ocultos; es decir, la típica del creador, porque este se compromete con el mundo, sufre con él, goza con él, delira con él y, en última instancia, lo transforma; mejor aún, lo re-crea. No hay poetas espeleólogos, porque el poeta se enraíza en lo vivo aunque reflexione muchas veces sobre la muerte (¡cómo poder evitarlo, además!). La Vencedora es parte de la vida, no al revés. La muerte es una dimensión de la vida infinita. La poesía contribuye a la expansión de la vida – suprema tarea humana, según creo – y nos ayuda a develar el misterio que somos. Para nuestro poeta la amistad es el pegamento que sella las relaciones humanas más auténticas. Y la amistad nos hace amar la vida, gozar el instante, limar las asperezas de una nostalgia demasiado ríspida: “Porque no hay nada mejor que gastar los días en abrazos, despedidas y reencuentros” dice en un elegíaco poema de su libro Vigilia del 2021 titulado Los Pollitos, especie de recuento nostálgico de su vida, de su familia y de su infancia sancarleña.

La poesía es una interrogación / indagación pero y, sobre todo, es la raíz y el tallo de muchas plantas que ayudan al florecimiento del ser y de la existencia. Los poetas son dadores de vida y de belleza. Develan misterios, enriquecen la vida, cantan al mundo. Agradezcamos a Adriano de San Martín para quien la poesía ha constituido una pasión absorbente y ha hecho más grande y hermoso nuestro mundo, rescatándolo un poco de la sordidez y del envilecimiento en que tantos quieren sumirlo. Privilegio reservado a los poetas auténticos. 

 



FRANCISCO RODRÍGUEZ BARRIENTOS (Ciudad Quesada, Costa Rica, 1956). Laboró en la Universidad de Costa Rica y el Instituto Tecnológico de Costa Rica como profesor e investigador. Ha publicado más de diez volúmenes de aforismos, convirtiéndose en el autor centroamericano más prolífico en ese género. Como narrador ha publicado, bajo el seudónimo de Celso Romano, tres libros de relatos y siete novelas pertenecientes al ciclo “Malinconia”. También ha publicado poesía.

 

 


ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.

 

 


Agulha Revista de Cultura

Número 247 | janeiro de 2024

Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


∞ contatos

https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/

http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/

ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com 

 




 

 

 

Nenhum comentário:

Postar um comentário