La obra de Adriano
de San Martín, poeta obstinado y consecuente donde los haya, es, al menos en
algunas de sus facetas, una rara avis en la poesía
costarricense contemporánea. Y lo es, justamente, por su diálogo franco,
airado, turbado, fascinado con la tradición poética, sea costarricense (Eunice
Odio, Max Jiménez), centroamericana (Rubén Darío, Carlos Martínez Rivas, José
Coronel Urtecho), hispanoamericana (Borges, José Emilio Pacheco, Lorca, Gonzalo
Rojas) o universal (Eliot, Ezra Pound, Propercio, Pessoa, Cavafis, entre
otros). Pero, en mi criterio, lo que vuelve singular la poesía de Adriano de
San Martín en nuestro medio es su intento de rescatar y reconstruir la memoria
histórica, cosmológica y mítica de Centroamérica y la penosa trashumancia de
sus pueblos, su miseria, su calvario, su naturaleza austera o fastuosa, salvaje
o civilizada, sus derrotas, sus nostalgias y anhelos, sus caídas adánicas, sus
victorias sociales y políticas, siempre pírricas y de corta duración, porque
los amos-verdugos siempre se las ingenian para recuperar el poder y blandir de
nuevo sobre los cuerpos mancillados de las víctimas el látigo de la crueldad o
renovar las cacerías humanas, los holocaustos y genocidios en medio del pasmo y
el terror de noches sin nombre. Su poesía intenta recuperar esta memoria
colectiva, porque Adriano de San Martín sabe muy bien que únicamente la poesía
- el poder mágico, totémico y siempre deslumbrante y deslumbrador de la poesía -
es capaz de tal milagro.
Por eso, la poesía
no solo nombra, sino que resucita, otorga cuerpo y alma a cuanto se hallaba
olvidado en la gigantesca tumba anónima del olvido. De aquí esa constante
fundamental de la poesía de Adriano de San Martín: preservar lo vivido, lo
sufrido, lo gozado mediante las diversas formas de la creación artística. Son
muchos los poemas del autor que reflejan esta preocupación, recogidos o no en
la presente antología. Por ejemplo, al final de un poema del libro Kabanga (2008) que habla de las musas cantadas
por los poetas de todos los tiempos se lee: “Todas se marcharon./ Pero permanecen en el canto de los conjuros.”
En otro poema de Kabanga con el mismo tema se lamenta: “Se fueron para siempre como las flores de sus
cantos y las rosas de sus poetas./ Como las nuestras, fugaces amoríos de la época./
Y, sin embargo, permanecen en las impresiones de la piedra y de la seda.”
Dichas obsesiones,
tan urticantes como apasionadas, están presentes, con variaciones, en otros de
los mejores poemas del autor recogidos en La Rueda de la
Vida, como The house of the rising sun –
dedicado a la Nueva Orleans devastada por un huracán apocalíptico -; Los elegidos de Dios, furibunda diatriba contra los
poetastros presuntuosos y advenedizos; Oda a los
heterónimos de Lisboa, Alabanza del Simulacro,
En San Francisco, Tríptico de la Habana, Habana Reviseted o La despedida.
En muchos de los textos del autor, incluidos o dejados fuera de la antología,
el poeta hace gala de una fina ironía, de un sarcasmo corrosivo y cruel o de un
humorismo salpicado de malicia. Estos son rasgos muy extendidos en la poesía
moderna, pero el humor y la ironía requieren inteligencia y escepticismo, un
cierto desengaño, si es que se desea lograr efectos expresivos. Y resulta obvio
que tales dones solo están al alcance de los poetas con real talento.
En la nostalgia del
poeta adquieren una intensidad especial los pueblos y ciudades que han visto su
trashumancia perpleja, turbada o dolorosa: desde las pequeñas villas de su
infancia sancarleña, hasta San José, La Habana, Buenos Aires, San Francisco o
San Petersburgo, entre muchas. Precisamente a la última ciudad está dedicado
uno de los mejores libros de la extensa obra de Adriano de San Martín, aunque
el autor tituló su poemario con el nombre de la ciudad en los tiempos en que
vivió en ella: Leningrad editado en el 2020. Quizás exagere, aunque no
lo creo, que si Adriano hubiese escrito solo este poemario, su lugar en la
poesía costarricense contemporánea estaría asegurado. El libro es un buen
resumen del oficio poético del autor y de los temas que cruzan su obra como las
cicatrices sufridas en el bregar de la existencia. Y es que en este libro el
lenguaje poético del autor se ha estilizado mucho, combina con sabiduría
virtudes en apariencia contradictorias, como la sobriedad y el fulgor de los
versos; la frialdad y la transparencia del cristal y la desolada nostalgia; la
reflexión estoica y la exploración del pasado ruso que el poeta convierte
también en su pasado, integrándolo al torrente de su sabia vital y existencial.
Adriano de San
Martín ha sido y es un certero crítico de los males de una sociedad injusta,
excluyente y cada vez menos libre y más represiva. En este sentido su poesía es
política, vamos, una crítica del poder, una poesía cívica. “… pues el poeta, como casi todo poeta, / era
un peligroso enemigo político” se lee en un poema de Leningrad
dedicado a Alexander Pushkin, el bardo sacrificado por la autocracia rusa. Nuestro
poeta sigue la gran tradición china de Li Po, Tu Fu, Fan Shan, la de Omar
Khayyán, la de Propercio, Horacio y Cátulo, la tradición, en fin, de Villon. El
desengaño o, para ser más exacto, la traición que otros han
infligido a los ideales políticos y éticos de su juventud, aparece con
resignada impotencia en poemas como Verde Olivo,
sentido homenaje a un guerrillero costarricense caído en la guerra contra la
satrapía somocista (“Ciertamente lo asaltamos / Infierno Irato de otra
Managua / enardecida como enorme supermercado / Tu muerte no fue en vano /
compañero del alma tan temprano / la piñata, sin embargo, / ha sido el
corolario”). Y no debemos olvidar la burla llena de amargura que
el autor dirige a la degradación urbana de San José, degradación que expresa
también a una sociedad cada vez más desigual y violenta, un régimen político
crecientemente autoritario y unas élites alienadas, entreguistas y
antinacionales. Por otra parte, el compromiso con los ideales de justicia y
libertad, de autonomía y unión latinoamericana, un noble empeño más actual que
nunca, encuentran cabal expresión en su obra, pero siempre con calidad y
emoción estéticas, pues al respecto el autor nunca ha dejado escapar ripios
poéticos malsonantes.
La poesía es una interrogación / indagación pero y, sobre todo, es la raíz y el tallo de muchas plantas que ayudan al florecimiento del ser y de la existencia. Los poetas son dadores de vida y de belleza. Develan misterios, enriquecen la vida, cantan al mundo. Agradezcamos a Adriano de San Martín para quien la poesía ha constituido una pasión absorbente y ha hecho más grande y hermoso nuestro mundo, rescatándolo un poco de la sordidez y del envilecimiento en que tantos quieren sumirlo. Privilegio reservado a los poetas auténticos.
FRANCISCO RODRÍGUEZ BARRIENTOS (Ciudad Quesada, Costa Rica, 1956). Laboró en la Universidad de Costa Rica y el Instituto Tecnológico de Costa Rica como profesor e investigador. Ha publicado más de diez volúmenes de aforismos, convirtiéndose en el autor centroamericano más prolífico en ese género. Como narrador ha publicado, bajo el seudónimo de Celso Romano, tres libros de relatos y siete novelas pertenecientes al ciclo “Malinconia”. También ha publicado poesía.
ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 247 | janeiro de 2024
Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
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