segunda-feira, 15 de janeiro de 2024

LUIS CARLOS MUÑOZ SARMIENTO | La Fábrica de Sueños. Amoroso Vincent (2017), de Dorota Kobiela y Hugh Welchman



El arte es aquello que resiste: resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la vergüenza.

GILLES DELEUZE

Nuestra felicidad depende más de lo que tenemos en nuestras cabezas que en nuestros bolsillos.

ARTHUR SCHOPENHAUER

Es bueno amar tantas cosas como uno pueda; es allí donde está nuestra verdadera fuerza.

Quien ama mucho, hace mucho y puede mucho, y lo que está hecho con amor, está bien hecho.

VINCENT VAN GOGH

 

El II Ciclo de Animación del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, termina con Loving Vincent (2017) o Amoroso Vincent, de los cineastas Dorota Kobiela y Hugh Welchman, polaca e inglés en su orden. Aunque no es de mi estilo calificar los filmes, aquí haré de entrada una excepción: se trata de una obra maestra, con emoción pura, conflictos de la vida cotidiana, todo narrado con la mayor verosimilitud posible. El filme de animación es el primero de la Historia en ser pintado por completo al óleo o a mano por un grupo de 115 artistas. Se dice que el 27.jul.1890, Van Gogh, pintor holandés, 37 años, estando en el campo de Auvers, se disparó, regresó a su cuarto y murió dos días después. La travesía empieza en Arlés, 1891. El primer cuadro suyo que se ve es La noche estrellada, título que de por sí concilia con el dulce carácter de quien firmaba ‘amoroso Vincent’: quien siempre supo que lo que se hace con amor, está bien hecho.

Auvers, fecha citada. Van Gogh, pintor y misionero, vivió toda su vida en función de la gente, así no se diga, y de su arte: en menos de una década ya era célebre. El filme transcurre un año después de su muerte. La travesía inicia en Arlés, 1891, y el primer cuadro clave es La noche estrellada. ‘No podemos hablarles a los otros, más que por nuestras pinturas. Con un apretón de manos, tu amoroso Vincent’. Así arranca el filme, con cuadros de su última etapa, basados en azul, amarillo y verde y figuras ondulantes y de remolinos. Sobre la carta que Ginoux halló al limpiar, A. Roulin le dice al poli que no es suya sino de Van Gogh. La recibió su padre, J. Roulin, quien le pidió a él entregarla. Una carta como móvil de todo el filme. Pero, su trabajo es modelar el metal a los golpes, no entregar cartas. ‘No tiene sentido entregar la carta de un muerto’, dice y entra a un bar, toma una botella de vino de quien no la necesita, porque duerme, y él cree que el sueño de los demás se respeta, sin pensar lo mismo del vino.

Para el poli, Joseph sólo quiso darle su pésame, pero Armand pregunta ‘qué hizo ese don nadie por nosotros’, apenas que odien a su familia cuando Joseph no quiso firmar una petición para echar a Van Gogh del pueblo. A. Roulin la firmó: ‘Y estuvo bien, el tipo estaba loco’, dice una mujer: la misma que Vincent pintó al inicio de su estancia en Arlés y a quien llamó La Mousmé, nombre japonés inspirado en Madame Chrisanthème, de P. Loti, en una época muy difícil para que las mujeres le posaran, caso contrario al de los hombres: así hizo El campesino, retrato de Patience Escalier, El zuavo, El lugarteniente Millet y El cartero Roulin. La Mousmé parece irse en contra de su creador, en una suerte de metalenguaje que pasa de la ficción a la realidad a fin de mostrar, quizás, que los sujetos dibujados y las pinturas están vivos, no son inanimados. ‘No estaba loco, era un hombre interesante’, cree el poli; así, desmonta un mito y de paso critica a la sociedad por desvirtuar a un gran hijo de su tiempo.

Su vida se enrareció cuando llegó Gauguin, a instancias de Theo, hermano de Vincent. Éste, se entusiasmó con que su Casa Amarilla, título de una obra suya, se volviera un hostal de pintores y Gauguin sería el maestro. Vincent levanta la silla, después célebre por su cuadro La habitación de Arlés. Al llegar por fin Gauguin, pasaron de amigos a pelearse todo el día. Vincent le impide irse: luego, va al bar, ve a la prostituta Rachel y le da su oreja: ‘Ah, qué dulce’, responde antes de horrorizarse y gritar. Si bien era un hombre interesante, así no es como lo recuerda Roulin en su desespero final tras ser herido en el estómago, no se sabe aún si por él mismo o por uno de los hermanos Secrétan que pudo matarlo de forma accidental y al que Van Gogh mismo no denunció para protegerlo. Tesis producto de una biografía escrita en 2011, Van Gogh: la vida, de Steven Naifeh y Gregory White Smith, quienes sostienen que el disparo provino de René, adolescente que veraneaba en Auvers y al que el pintor conocía.

Según Naifeh, ‘revisamos los testimonios iniciales que dieron lugar a la versión del suicidio, y vimos que no eran nada sólidos’. Aclara que en una entrevista que René concedió en 1956, el mismo año del estreno de El loco del pelo rojo, de Minnelli, su confesión ‘está llena de culpa’. Como siempre pasa con los hallazgos que desmienten la historia oficial, se dice: ‘Esta teoría no está confirmada con pruebas ni aceptada por la […] comunidad académica, y el Museo Van Gogh […] considera prematuro valorar las conclusiones [de] estos autores’. ‘Ese loco se cortó la oreja’, dice la gente. ¿Lo internarán en un manicomio? Lo usual, la masa al tanto del diferente, pero no para ayudarlo, sino para j... Pero, parece que ayuda. ‘¿Así que un borracho loco ayuda a otro?’ El prejuicio y el recelo prestos a ir en favor de la confusión y la discordia, no de la claridad ni la confianza. El Sr. Roulin acude al bar en busca de su hijo Armand, quien tendría que estar en el tren hacia París, pero no parece planear ir a algún lugar.

Joseph le reclama por no entregar su carta. El hijo le dice que lo hizo, pero regresó como ‘no entregable’. Y si el servicio postal no funciona, ¿por qué Armand sí?, pregunta al padre, para quien Theo es importante, así que averigüe por ahí. Pero, ¿qué le dirá si lo halla?, pregunta Armand. Podría empezar por ‘lo siento mucho’: hay que transmitirle el pésame de la familia. Y no olvidar a la pequeña de diez meses, Marcelle, quien también era su amiga. ‘Los bebés son como animales, conocen el corazón de un hombre al verlo. Son menos volubles que los adultos’. Ahí está Ginoux, quien le sacó dinero a Vincent con una sonrisa por un año y luego firmó una petición echándolo. Joseph dice a su hijo que Ginoux tuvo la carta por dos, y ni se molestó en entregarla a Theo, porque no quiere que piense que la pasaron sin hacer nada, hasta que se supo que Vincent se había… ¿suicidado?, agrega Armand frente al titubeo de su padre Joseph. Fue víctima de una crisis nerviosa. La vida puede derribar hasta al más fuerte.

Luego de lo de la oreja, nadie pensaba que tuviera alguna esperanza; hasta los niños le tiraban piedras, mientras él intentaba pintar. Oficio del que se sabe que se dedicó a los 29 años, así se diga a los 28 o 32. Armand siente escarnio por llamarlo débil y dejar que los niños lo persiguieran hasta el manicomio. Se recluyó de forma voluntaria en psiquiátricos como el de Saint Paul-de-Mosole, en Saint Rémy-de-Provence, el 8.may.1889. Sus dolencias mentales tenían un probable doble origen: a causa de trastornos derivados de una insuficiencia renal; por efecto de una sífilis descubierta, c. 1885, poco tiempo después de que Vincent recogiera a Clasina Maria Hoornik, a. Sien, puta alcohólica, embarazada y con hija, con la que convivió un año: ambas, modelaron para él. Joseph confirma lo que se decía sobre acosar al diferente hasta marginarlo: ‘Y sus vecinos y la policía y el alcalde y todo el pueblo, contra un hombre enfermo’. Hasta se internó en Saint-Rémy para mejorar, mejoró, y lo dieron de alta, curado.

Joseph saca una carta a su hijo y cita a Vincent: ‘Me siento en absoluto tranquilo y normal’, le escribió seis meses antes de su muerte. Añade: ‘¿Cómo pasa alguien en seis semanas, de estar en absoluto tranquilo a ser un suicida?’ El hijo lo entiende, pero señala ¿qué bien hará entregar esa carta ahora? ‘Si fuera yo, la querría’, señala Joseph al pensar en la unión y armonía de Vincent y Theo. ‘Si fueras tú, que el cielo lo prohíba… si hubieras muerto y me hubieras enviado una carta, la querría. Tú, ¿no?’ Armand va adonde Père Tanguy, quien por suministrarle pinturas a Vincent pensó que podría conocer a Theo. Tanguy cree que Roulin no va a darle la carta a Theo. ‘Dos corazones, una mente’, eso le dijo Vincent a Tanguy y lo cree cierto porque a su muerte, Theo enfermó rápido y murió el 25.ene.1891, en una clínica de Utrecht. Aunque el filme diga que no hay nota suicida alguna, en la carta hallada en su lecho de muerte, sostiene: ‘Yo arriesgué mi vida por mi obra, y mi razón destruida a medias’.


‘Se pegó un tiro’ y murió en su caballete, pintando hasta el final, dice Tanguy a Roulin y le cuenta que Theo creía que la infelicidad de Vincent se originó en su niñez pues intentó de modo arduo encajar en su familia, pero nunca lo logró. Que era el mayor, pero no el primero y recibió el nombre de un muerto, el del mayor fallecido. Algo pudo incidir en su devenir, parece pensar Tanguy. Pensó que ese chico era el Vincent perfecto, que no tenía paralelo a los ojos de su madre. Luchó por ser lo que querían que fuera. Trabajó en el comercio de arte de su tío, pero lo echaron. Theo entró luego y laboró allí toda la vida. Quiso ser cura como su padre, pero los exámenes le resultaban difíciles, así que derivó en humilde misionero. Hasta de ese cargo lo expulsaron. Era tal vez un inconformista natural. Si alguien lo hubiera entendido, no habría muerto a los 37 ni antes habría enloquecido ni mucho menos suicidado. El suicidio es la suprema voz del desencanto y Van Gogh fue siempre un adalid del asombro.

Y ser inconforme es sinónimo de batalla, no de derrota. Quien busque un derrotado entre los inconformes jamás triunfará. Despedido como misionero, Vincent entró en otro callejón sin salida. El encuentro con el padre apunta a la desaprobación: su rictus bucal lo delata. Para Tanguy, Theo cree en Vincent y toda la vida lo apoyará. Por eso cuando muere, pronto parte él, no sin antes pelear a su lado. Por esta época, 1879, Vincent fue a Mons, a las minas de carbón en Borinage, Bélgica, donde, en duras/extremas condiciones, evangelizó por casi dos años. Antes, 1877, pasó seis meses en Dordrecht y en mayo fue a Ámsterdam para hacerse teólogo, pero desistió tras el rechazo en una escuela metodista por no saber griego ni latín; también, se dice, por su mala oratoria, así la razón fáctica fuera resistir a la subordinación. Entonces, más que inadaptado o inconforme, Van Gogh era un rebelde u oprimido, más bien, como dice Bergchem al Capitán en Marea de ratas sobre los que disienten del Gobierno.

Tanguy le aclara a Roulin que Van Gogh fue, como todos en la época, a París, porque todo lo que pasa en el arte, pasa allí: eurocentrismo, sí: Monet, Lautrec, Signac, Bernard, Manet. Las pinturas se compraban donde el Padre Tanguy, claro, dice él mismo en modo chovinista. Mientras todos se sientan a la mesa a beber, Vincent observa y pinta. Un cronista de la pintura, que escribe con pinceles y sin pluma. Y fuma pipa, ¡siempre dibujando!, si no jamás hubiera sido el que fue. Ahora, discute con Lautrec. Aunque para muchos París sea su destino final, para Van Gogh, no. Apenas una parada para aprender lo que debía. Luego, seguiría en busca de su propio camino. El que va de adentro hacia afuera, y no al revés. El arte es un autodescubrimiento, no una colonización. Vincent se cansa y se va del bar, los demás beben hasta la saciedad. Tanguy lo vio una vez más, dos años después. Fue ya en París, adonde Vincent llegó a vivir con Theo, en 1886, luego de pasar por Amberes, en noviembre de 1885.

Se instalaron en Montmartre y conocieron a la flor y nata de los artistas: É. Bernard, Lautrec, Gauguin, Seurat, Signac, Guillaumin, Pisarro y Cézanne. Van Gogh admiraba, como tantos, el arte japonés de Hokusai, Hiroshige y Utamaro. En tal sentido, realizó dos cuadros: Ciruelo en flor y Puente bajo la lluvia, copias de obras de Hiroshige, pionero del arte nipón. Van Gogh: ‘Envidio a los japoneses por la […] claridad de la que están impregnados todos sus trabajos. Nunca resultan aburridos ni [surten] el efecto de haberlos [hecho] deprisa. Su estilo es tan sencillo como respirar. Son capaces de hacer una figura con sólo unos pocos trazos seguros, que hace que parezca tan fácil como abrocharse el chaleco’. Como lo notó tranquilo y seguro, Tanguy pensó que terminaría bien. Pero, de buenos pensamientos, dulces y filantrópicos actos, en fin, nobles intenciones, está empedrado el camino de la historia real, no la soñada por los hombres, menos si son diferentes, oprimidos y buscadores de la verdad.

Tanguy observa: ‘Su estrella […] se elevará. Y ganará su revolución’. Cierto, por un lado, e improbable, por otro. Porque si bien es cierto que Van Gogh llegaría a ser uno de los mayores artistas de la Historia, tuvo que pagar un alto precio social y político por ello. ¿Cómo es posible, entonces, que haya muerto tras pasar por varios manicomios, en la ruina y con sífilis? Para Tanguy fue chocante y triste estar parado apenas seis semanas después junto al féretro de Vincent. Tanguy aclara un asunto acerca de quien murió como un mártir por el arte y al propio Van Gogh le parecía extraño y explica: ‘En sólo ocho años, pasó de amateur a artista influyente’. O sea, a los 29 empezó a pintar y no fue nunca lo que se dice un profesional de su oficio: de entre 800 y 900 cuadros, 43 autorretratos, 148 acuarelas y más de 1.600 dibujos, sólo vendió en vida tres obras, todas en 1888: La viña roja, lo compró Anna Boch; Puente de Clichy, según libro de Casa Boussod y un Autorretrato, a los marchantes Sulley y Lori.

Tanguy conoció a Gachet en el funeral. Se podría pensar que era el hermano de Vincent: dio el discurso y lloró mientras hablaba. Una hora después daba vueltas, descolgando las mejores obras como si fueran suyas. Dijo que le pertenecían: eran sus honorarios por cuidar a Vincent; los que ahora, ya difunto, se cobraba por derecha. Raro que tuviera la confianza de Theo. ‘Quizás deberías preguntarle por qué lo hizo Vincent’, dice Tanguy a Roulin: ‘El que quiere saberlo es mi padre’, responde el hijo de Joseph, casado con Augustine y padres de otros dos: Marcelle, la de diez meses, y Camille, a todos los cuales plasmó. Al cartero, le hizo seis retratos. Armand sólo quiere entregar dicha carta, de parte de su padre. ‘Ahora los Van Gogh son sólo fantasmas en París’, dice Tanguy y le envía de regreso una carta a Joseph, con su pésame. Cree poder confiársela a Gachet, pero está en París y sólo volverá al otro día. Louise, el ama de llaves, se asegurará de que le llegue: Roulin prefiere dársela él mismo en la mano.

‘Era malo’, señala Louise sobre Vincent, ‘con sólo verlo supe que terminaría en problemas’. Y Roulin, con sorna, ¿es una opinión médica? Louise: ‘Tenía esa mirada perdida, en la cual había algo insano que no te atreves a mirar’. En todo caso, recuérdese lo que Adeline Ravoux le dijo a A. Roulin: ‘No puedes creer nada de lo que digan los Gachet’. Flashback sobre el ingreso de Vincent a la casa del Dr. y su hija Marguerite. Como Armand piensa quedarse en la misma posada donde estuvo Van Gogh, Louise le dice que no va a querer hacerlo allí: es un nido de ratas. ‘Pero, es probable que le sentara mejor ese nido de ratas’, suelta con veneno el ama de llaves. ‘Igual, ahí es donde puede enviar su mensaje’, le responde Roulin. La mujer le pide no agitar las cosas otra vez: ‘Ya lloramos bastante a ese chiflado en esta casa’. Llueve, Roulin fuma, un cuervo se eleva. Llega a la posada y busca hablar con el dueño, pero lo recibe la dueña por dos días. ¿Tú eres la d…?, pregunta la desconfianza patriarcal de Roulin.   

Adeline le dice que los dueños son sus padres, pero visitan a sus tías. Él le cuenta que ha ido a Auvers por un amigo de Joseph: Vincent. Acaban de saber que se suicidó. ‘Se alojaba acá’ y lo dice no con rabia, como Louise, sino con tristeza. ‘Lo sé’, dice Roulin. Fue espantoso: ‘Le sirvo la cena a los inquilinos a las siete. Y él no estaba ahí. Pero, vino más tarde. Algo andaba muy mal’. Entra Van Gogh con las manos en su vientre y alguien averigua si está bien. Ravoux padre fue tras él. ‘Traté de suicidarme’, lo que aún no se sabe si fue así o lo hacía para encubrir a René Secrétan. Llamaron al Dr. Gachet y él a su vez nada le dijo a Vincent: sólo se miraron como dos lobos furiosos. Él en la cama con una bala en el abdomen, lloraba de dolor e inquiría cuándo se la iban a sacar. Pero, Gachet, médico militar, que debería saber cómo hacerlo, no hizo nada. Decidió que no tenía esperanzas y se fue. Lo que ya dice mucho sobre la (falta de) ética médica. Al día siguiente volaron chismes por todo el pueblo.

La mentira vuela, mientras la verdad tortuguea. A las ocho en punto, Rigaudon golpeó la puerta. Ravoux al gendarme: ‘¿No puede dejarlo en paz? ¿No ve que no está bien?’ Rigaudon le contesta que está siendo exhaustivo, nada más. Adeline relata que su padre lo echó: ‘Dice que Rigaudon es la última persona que un moribundo debería ver’. Theo llegó por la tarde y gritando ‘¿qué pasó ahora?’ Lo terrible era que nadie lo sabía. Luego todo era normalidad y calma. Un PPP muestra a los hermanos fumando el calumet de la paz, en modo pipa. Vincent: ‘Si tan sólo pudiera haber sido uno de ellos’. Se refiere a René y/o Gaston Secrétan. Cayó la noche y fue debilitándose. De espaldas, Theo cierra los ojos como quien simboliza la muerte del hermano, lo inexorable, lo que ya se veía venir. Lo que nadie ayudó a evitar, aun sabiendo quien estaba de por medio: una piedra angular del arte y la cultura de los siglos XIX y XX. Junto a su hermano del alma está el gran Theo, el único ser que le brindó ayuda toda su vida.

Vincent, más allá de lo filial, fue un genio, artista sin discusión. Un ser humano, humanista, hacedor de silencio, que jamás hizo alarde de nada, que buscó más por dentro que por fuera, como quien sabe de dónde sale lo más hondo, menos contaminado, más puro, lo para nada hiriente. En últimas, lo que construye sueños, esperanzas, utopías. Como puede inferirse de las cartas a Theo y que en el fondo no son otra cosa que un inefable e invaluable tesoro literario y de teoría pictórica y del color, puesto en práctica. No sobra decir que Van Gogh fue un ser dialéctico, un comunista sin carné, que ayudó hasta a las putas… perdón, a las putas, como a Clasina M. Hoornik, a. Sien, o a Rachel, a quien entrega su oreja tras el pleito con Gauguin. Éste, justo, en sus Memorias (1903) cuenta que Van Gogh lo amenazó y persiguió con una barbera y que por la noche se automutiló. Enseguida, envolvió la oreja en un paño, se dirigió al burdel y le hizo un presente a la citada Rachel. Luego, fue a la Casa Amarilla…

Al día siguiente, la policía lo encontró inconsciente y lo trasladó al hospital Hôtel-Dieu, de Arlés. Se avisó a Theo, y Vincent, con amnesia parcial, se quedó 14 días. Gauguin partió a París y, a excepción de algunas cartas, no volvió a tener contacto con quien dijo a la policía que la pérdida de la oreja fue autoinducida. Otra teoría habla del disgusto de Van Gogh con la boda de Theo y Johanna Bonger, con quien al cabo se casó en Ámsterdam, el 17.abr.1889. Poco después Vincent se internó de forma voluntaria en el citado psiquiátrico de Mosole, a 32 km de Arlés. En un conmovedor gesto de piedad, compasión, humanismo, Theo se inclina y besa con fervor la mano izquierda de Vincent. A la 1:30 Theo bajó y todos supieron que con la muerte de aquél había terminado una de las travesías espirituales y artísticas más profundas de la historia del arte. Adeline le cuenta a Roulin que poco antes Vincent estaba feliz: ‘Yo pensaba que lo estaba en serio’. Y que el Dr. Gachet intentó llevárselo a otro lado.


Van Gogh busca un cuarto, pero dice que depende de su precio. Él les cayó muy bien a los Ravoux, como lo evidencia la voz de Adeline, su sonrisa y la tristeza que alberga en sus ojos, lo que de paso habla de las virtudes de los óleos del filme para reflejar estados de ánimo y expresiones, así como la virtud de la cámara para captarlos con una precisión que sobrecoge. Una obra maestra, se reitera, en el más amplio/holístico sentido. ‘Y nosotros le caímos bien. Era un hombre agradable y tranquilo’. Adeline agrega que podía hacer cosas extraordinarias, mientras pintaba: v.gr., durante una gran tormenta, todos buscaban refugio y él, parado allí, con su traje y ella creía que podría ser por la emoción del primer día, pero no, siempre era así: ‘Siempre pintando […], sin importarle el clima’. Por contraste, no creía lo de la unión con Gachet, aunque sí con Theo, juzgando por las cartas. Lo sé, mi papá era su cartero, Roulin dixit. Adeline cavilaba cuándo dormía, siempre leyendo mamotretos; era muy organizado…

Pintaba de 8 a 5. Podría pensarse que iba a un trabajo, porque lo era, se agrega. Fue a todos lados: al campo, al bosque, al río… que le encantaba. Eso, lo puede decir el barquero. Así, Roulin se dirige a él: ‘Sí, incluso antes del amanecer para capturar algún tipo especial de luz [como pasa con Antonio Saura en El sol del membrillo, de Víctor Erice]. No hablaba casi, se sentaba a observar. A veces, pintando’. Otras, estaban los dos solos: el barquero pescando y Van Gogh en lo suyo. El barquero contradice a Adeline: ‘No era tan tranquilo como parecía’. Pero, no puede olvidarse que, sobre esta u otra cosa, siempre habrá tantas versiones como personas. A la postre, nadie es como lo pintan. Cada testimonio sobre alguien es por completo o de forma parcial distinto al de cualquier otro testigo. Quizás porque los humanos tienen conductas distintas con distintos humanos. ‘Emitía todo tipo de sonidos, mientras pintaba. Resoplaba como una máquina a vapor’, dice el barquero, en señal de amor, pasión, vitalismo.

Un cuervo sobre la mesa come. De pronto, silencio. Parecía muy feliz de que se le acercara esa ave mugrienta. Aquí, se recuerda a Jodorowsky: ‘Respete lo despreciado: el agua sucia puede apagar un incendio’. Elocuente sabiduría de Van Gogh, con ese cuervo grasiento que lo hace feliz. Sin importar que le robara la comida. El barquero pensó en su soledad, y en que hasta un cuervo ladrón le alegrara el día, sin considerar, qué pena, que la soledad es inherente a todo gran artista pues es la única forma de cincelar/esculpir sus sueños. Luego, tendría otro incidente con los riquitos que hacían grandes fiestas de canotaje, con chicas rebeldes. Nunca tuvo suerte con las mujeres, parecía tímido entre ellas. Pero, luego fue al río con Marguerite, la hija de Gachet. Para el barquero, fuera de bella, muy reservada. Llegó al pueblo antes que la familia, pero nunca habló con ella. La sorpresa: luego le sonríe a Vincent cual enamorada. Conversaban como si hablar entre sí fuera el éxtasis supremo. No se sabe qué vio en él, dice.

Le doblaba la edad; a su lado, parecía un vagabundo. Seguro, se añade, ella vio lo que estaba en su cabeza, antes que en los bolsillos. Luego, fue al río con una chica que era demasiado para él, y después el barquero supo que se mató. Roulin no está seguro de que Louise lo deje hablar con Marguerite Gachet. Va donde Adeline y le preguntan si Marguerite y Vincent eran amigos, de ahí por qué le lleva flores a su tumba todos los días. Eso explicaría el lío entre él y Gachet, cuando el primero tiró el portón. Louise regó el chisme de que Gachet prohibió a Van Gogh ver más a su hija. Roulin va a la iglesia a hablar con Louise. Y aparece la obra que quedó plasmada en La iglesia de Auvers-sur-Oise, cuyos trazos fuertes producen el efecto de oscuridad, que contrasta con la luz plena del PP: lo que se antoja un remake, a la inversa, del cuadro El imperio de la luz, de Magritte, con un total de 17 versiones al óleo y diez en gouache, de 1949 a 64: en ambas obras se da una mezcla de armonía entre el día y la noche.

Y da, a su vez, un efecto de inquietud entre el sueño y la vigilia, y viceversa. Magritte comentó que estaba tentando con la idea de la que dia/noche fueran uno solo. Le parecía razonable pues, de acuerdo con el saber humano, la noche existe a la misma hora que el día, igual que alguien tiene tristeza como otro, felicidad: idea que podría empatarse con la del Yin y el Yang de la coexistencia y no antinomia de las cosas (día y noche) o de la dialéctica de Heráclito, según la cual una subida es al tiempo una bajada. Magritte complica, por facilita, la cosa al agregar que la inspiración para su obra no partía sólo de una idea, pues todas las ideas no son ‘ideas para pintar’, sino que en dicho caso era ‘poesía’, en tanto el evocar el día y la noche en simultánea tiene el poder de evocar sorpresa y encanto, y ese poder es ‘poético’, ya que logra generar sensaciones. El hilo poético es roto por Louise, quien refiere un acto impío de Vincent y la elegancia de Theo vs el desencaje, por sífilis, antes de llegar a la mesa.

Roulin dice que quiere hacer algo por Vincent y Marguerite piensa que puede hacer mucho ahora que está muerto. Como lo hará la viuda de Theo, Jo, por la obra del pintor para que se reconozca y, ahora sí, se venda. Roulin le dice que sabe que todos los días le lleva flores a Van Gogh a su tumba. ‘Y ¿acaso no es eso hacer algo por Vincent, aunque esté muerto? Esto Marguerite lo hace por respeto: ‘Era un gran artista y le gustaban las flores’. Sobre las relaciones con su padre, Marguerite señala que él era su médico y se volvió su amigo, lo que no debe sorprender, siendo ambos artistas. Aunque, bueno, por lo que se sabe y se dijo, Gachet se aprovechaba de Van Gogh. A ambos, eso sí, les gustaban los mismos pintores. Cuando Gachet invitaba a Theo y su familia a almorzar los domingos, Vincent bromeaba con que Gachet era su tercer hermano. Roulin pregunta si eran una gran familia. ‘A veces pintaba aquí’, dice Marguerite. El oficio de pintar era parte del tratamiento que sugería el Dr. Gachet.

Pero, Marguerite y Vincent no socializaron, ni siquiera en su ida al río, como sugiere Roulin. Para Louise, parecían conocerse bien. Para Marguerite la gente cree ver todo tipo de cosas en el pueblo, esto es, inventa, chismea y calumnia sin medida. No se olvide, la mentira vuela, mientras la verdad tortuguea. La gente vio a otra mujer y ella apenas lo conocía, le subraya a Roulin. Aclara que estaba allí, por su padre: eran afines en todo. En suma, Roulin cree que Gachet es culpable de la muerte de Vincent, aunque lo niegue. Todo ello entronca con la visión de Adeline: ‘No puedes creer nada de lo que digan los Gachet’. Éste y Vincent, a la larga, sólo se parecían por el pelo rojo. Pero, por dentro incomparables, como el día y la noche, pese a lo dicho sobre el Yin y el Yang. Gachet era más estirado que Berlusconi y Menem, G. Valencia, M. Ryan y M. Rourke juntos, mientras Vincent era amable, educado y humilde, no sobra decirlo: como cuando pinta la gallina a petición de la niña Germaine, ¿no?

Vincent no visitaba casi a Theo por los lienzos. Pintó series de flores, pero Gachet no parecía contento. Aun así, a su lado hizo más de 70 obras en sólo dos meses: ‘Me siento muy tranquilo, casi demasiado calmado, […] capaz de pintar todo esto’, escribió a su madre. Todo para decir que Theo le compraba las telas. Discutieron por dinero, un día antes de que ‘se suicidara’: hecho que se discute aún. Hizo un pedido porque tenía planeado pintar mucho. Hacer eso y, ¿matarse al día siguiente? Seguro algo relacionado con Gachet, lo desequilibró. Ravoux le envió algo de dinero a Adeline: ella le dijo a Vincent que le abriría una cuenta hasta que recibiera el suyo. ‘Es muy amable de tu parte’, le dijo Van Gogh. En carta a Theo y Jo anota que hace algunos lienzos con los que busca recuperar los gastos de su estancia; que Gachet es excéntrico y no sabe cómo piensa curarlo si es tan enfermo como él, que estará feliz cuando lo visite con Jo y su hijo. ‘Con un gran apretón de manos. Tu querido Vincent’.

Afectado por la lectura, los recuerdos, y lo que le contó Adeline, Roulin tiene una pesadilla con Vincent o sueña que él mismo es éste, no se sabe: en todo caso, transpira al despertar e intenta acomodarse en la cama. Espera aún ver a Gachet, para saber qué pasó con Vincent porque algo no encaja y siente que le pasaron cosas raras. Piensa a su vez que no hay nada que no pueda manejar. O sea, por contraste, y por la dialéctica, puede haber mucho fuera de control. Todos cuentan su propia versión: de ahí salen los mitos. Y estos no se acaban ni se suprimen: se multiplican. Extraña aspiración de los humanos: todos y c/u quieren tener la voz más autorizada, la última palabra, la verdad; y eso no es malo. Lo malo es el exceso, que no lleva, no puede llevar, sino a la confusión: eso son hoy las redes ‘sociales’. Además, una cosa es opinar desde la doxa y otra desde la episteme y muy pocos se preocupan por la búsqueda de la verdad, que nada tiene que ver con polarizar ni sembrar odio ni generar posverdades…

Tanguy y Adeline opinan que Van Gogh se disparó en el campo. Roulin se pregunta si quería matarse. ¿Quería vivir después de todo? Roulin le pregunta a un viejo sobre el pelirrojo al que quiere retorcerle el cuello y que resulta ser un sobrino, inofensivo, no muy inteligente. Menos mal no le hizo nada y él sólo quiere entregarle una carta de un amigo, que antes no reconoció como tal, Vincent. Sí, extranjero, pelirrojo. El día que resultó herido se oyó un tiro que salió del granero, pero no del campo porque nadie lo vio allí, dice el viejo; que la policía revisó y no halló ni el revólver ni las cosas de pintar ni sus obras. Hubiera podido ser otra cosa: niños disparando a ratas. Louise cree que el arma usada no es de Gachet sino de Ravoux, un viejo revólver que desapareció. Sembrar cizaña produce réditos más que daño. Como aquí hacen Varito y hoy Duzán y Coronell, que no buscan la verdad sino dinero detrás de la mentira. Adeline y Roulin hablan sobre los Secrétan, que no están en Auvers, sino en París.

Él le cuenta lo que supo: Louise anda diciendo que Vincent tomó el arma de la posada, mientras Adeline sostiene que si Ravoux tuvo una la vendió por innecesaria. Le dice a Roulin que no siga esparciendo chismes de gallinero y que allí ya no tiene buen crédito. Aburrido, cae en la fogata del barquero. Ahora, éste dice que Ravoux le vendió un arma a René. Todos lo saben: la quería para que le saliera con su disfraz de vaquero y fingía estar en el salvaje oeste. Así refiere la nociva influencia de Hollywood, tal como Ilya Ehrenburg en La Fábrica de Sueños, libro del que no en vano brotó el nombre de esta bóveda interdisciplinaria: literatura, cine y música, aunque también marxismo, sociología, filosofía e Historia, entre las materias nodales. Buenos clientes, los Secrétan, pero mala gente. En especial, René, el mismo que les dice a sus amigas que no se molesten con Vincent porque se cortó el pene y su oreja. Roulin, con alevosía, le reclama al barquero por no hacer suya la lucha. No era asunto suyo.

Roulin y el barquero discuten acremente pero no se matan. Éste le pregunta qué hizo por Van Gogh, si era un gran amigo: ‘Nunca lo dije’, responde Roulin ebrio. Luego, en Auvers, tres tipos, a los que muele a golpes, lo tratan de gitano entrometido: otra víctima de la xenofobia. Además, homófobos: por su chaqueta lo llaman afeminado. Gana la pelea, pero para en la estación de policía. El poli, con un ojo maltrecho, se burla por haber defendido el honor del tonto del pueblo. El mismo que alude a la extraña compañía para alguien tan respetable como el cartero. ‘En realidad, no’, porque Vincent generaba más cartas que la municipalidad, dice Roulin. Por su parte, Ravoux le dice al poli que intentó matarse y que no deje que culpen a nadie. Ambos creen que deben dejarlo en paz. El poli cree que le causó líos hasta después de muerto y agrega que el Dr. Mazery lo siguió molestando para presentar su informe, aunque sabía que ya tenía el de Gachet. Mazery notó por la herida que no se había pegado un tiro…


En un suicidio la gente se dispara en la cabeza, la sien o la boca, si no en el corazón, pero jamás en el estómago, así que lo más probable es que le hayan disparado, sostiene Mazery. Roulin va los trigales y un cuervo surca los aires, lo que de paso lleva al cuadro que Vincent pintó luego del llamado La iglesia de Auvers-sur-Oise y en el que vuelve a pintar la ruta en forma de V en primer plano: se trata de Campo de trigo con cuervos y todos sus símbolos de soledad, extrañeza y muerte, con la melancolía de esos sembrados bajo tempestad y amenaza. Considerada una de sus obras emblemáticas y retomada por Kurosawa en Los sueños de Akira Kurosawa, para mostrar a Van Gogh, encarnado por Scorsese. ‘Si es el pugilista provinciano, ¿debería estar asustada?’ ‘Pensé que no buscaba chismes por el pueblo’, le dice Roulin a Marguerite, quien lo increpa por golpear a los xenó/homó/fobos. ‘Yo no’, dice, pues para eso están los criados, ellos los buscan por ella, dice desde lo alto de su posición de clase.

Ambos discuten hasta que ella confiesa que no es valiosa y que Vincent no era un adolescente con mal de amores, sino un genio y lo sostiene. También, su padre que toda la vida intentó duro ser un artista; entonces, ese hombre áspero y torpe, sin educación, que sólo pintó ocho años en total, va y hace en un par de horas lo que Gachet no hubiera podido pintar en dos vidas, dice Marguerite. A partir de ahí, su padre se encerró y espió a Vincent horas y horas. Y éste le dijo a su hija que ella distraía a Van Gogh de su trabajo, lo que le impediría crear sus obras de arte y ello la haría responsable. Así que empezó a ausentarse, a diferencia del padre que se aproximó más para aprovecharse del pintor y de su obra. Tampoco atendía sus llamados, hasta que el hielo se instaló entre los dos. Luego, Gachet y Van Gogh pelearon. Un escándalo que no era sobre ella, pero su retirada agrió las cosas. La siguiente vez que Gachet lo vio tenía una bala en su estómago. Para Roulin ella no tiene culpa alguna, sólo los Secrétan.

En específico, René. Marguerite cree: ‘Será un tonto, pero no un asesino’. ¿Tan solitario era para rodearse de borrachos y pegarse un tiro o se lo pegó desesperado por su soledad? Da igual. De cualquier modo, en cambio, puedo haber estado donde los Gachet pintando; si ella hubiera actuado de otra forma; si el y el Dr. no hubieran discutido. Roulin le pregunta si no le importa que algún hijodeputa se haya librado de su homicidio. Ella se inquieta porque él quiere saber todo sobre la muerte del pintor, pero parece saber muy poco sobre su vida. Sabe que se esforzaba para probar que era bueno en algo: como lo hace toda aquel para quien la mejor forma de decir es hacer. Por eso es que le lleva flores y nada más puede hacer por él ahora. Ningún detalle de la vida era pequeño o muy humilde para él y en eso coincide con Wilde: ‘Un detalle sin importancia, puede echar a perder toda una vida’. Para Marguerite, Vincent apreciaba y amaba todo. Louise le enrostra a Roulin que lo dejaran salir de la cárcel.

Él la cachetea con humor: ‘Gracias a mi gran personalidad’. Ella: ‘Como si tratara de limpiar la deshonra de su amigo Vincent’, hecho notorio por cierto como se ve a lo largo del filme y en (mala) virtud de la ponzoña que habita a ciertos hijos del odio, la envidia, el arribismo, en fin, la posición de clase, no la condición…: la única que aplaca los prejuicios. Roulin ratifica que va tras limpiar la honra manchada del artista. Aparece, por fin, Gachet y recibe al hijo del gran Joseph, para aquél ‘un gigante del sur con el alma de Dostoievski’, porque así lo definía Vincent. ¿Y su madre? La Berceuse, título del retrato que la recoge. Mujer cuyas canciones de cuna podrían calmar hasta a los pescadores de Islandia para aludir a su carácter bravío e ilustrar la metáfora. Para Gachet, el oficio de Roulin radica en pasar una carta de un muerto a otro: de Vincent a Theo. Lo que ignoraba Roulin al partir. En París, podría hallar señas de la viuda de Theo, Johanna, y Joseph cree que es justo que la familia tenga la misiva.

El Dr. afirma a Roulin que Vincent confiaba en él. Pregunta de forma tan razonable como evasiva: ‘¿Importa eso ahora?’ Mes y medio antes de morir, Van Gogh le escribió a Joseph que se sentía tranquilo y normal. Gachet parece no querer oír o perderse de momento. Roulin vino a que le explicara cómo pasó de la calma al suicidio. Gachet saca a relucir la melancolía: el que la sufre puede pasar de sentir la vida como felicidad a sumirse en la desesperación, en seis horas. Pero, Roulin, vía Adeline, supo que Vincent era feliz en Auvers. Louise lo recibe. Parece que dejar el asilo le dio nuevas luces. No quería mucho, sólo trabajar a diario. Gachet y aquél se presentan. Roulin recuerda que Vincent tenía el amor de Theo y por dentro el miedo al futuro. Todos brindan por el hijo de Theo y Jo: Vincent lo alza con regocijo, como si fuera suyo. ‘No creo que le esté haciendo bien la medicina’, le confía Gachet a Theo. Y sabe de la fortuna que ha gastado en Vincent. Saberlo heriría a éste: de ahí, al final, la pelea.

En cambio, ¿qué tenía para Jo y el bebé? Cuartos llenos de obras que nadie compraba. Para Gachet, el mayor temor de Vincent era que la carga que le significaba borrara a Theo. Roulin conjetura que al pintor le preocupaba un poco el dinero. ¿Pasaba hambre? No. Y le dice al Dr. que no cree en la idea del suicidio, sino del crimen, así sea accidental. Gachet: ‘¿Habló con Mazery?’ Quien cree que nadie se dispara en el vientre. Roulin acepta. Gachet añade que estuvo junto a su cama ese día; así que el no culpar a nadie, implicaba encubrir a alguien; quería morir, lo sabe. ¿Alguien podría ser culpado, René primero? Dijo eso porque había alguien: él mismo, o sea, Gachet. A quien Vincent le dijo que era un fraude artístico. Quería con frenesí ser artista, pero su padre lo hizo estudiar medicina y no pudo enfrentarlo. Vincent decía que Gachet vivía una mentira, mientras él vivía y luchaba por la verdad. Así, al calor del choque, pensó que le daría su preciada verdad: sabía que Theo (también) padecía la sífilis.

Así, cualquier tipo de estrés podría matarlo, financiero, emocional o físico. ¿Qué le haría a su hermano la carga de preocuparse por él?, le preguntó Gachet. ‘Es como matarlo. Ese es el precio de tu verdad’, le suelta a Van Gogh. Y lo lapida al decirle si vale la pena el precio de su camino como artista. Eso acabó la discusión, que Marguerite se pateó y le contó a Roulin. Gachet no logra que Vincent regrese, 15 días después está sentado junto a su cama y aquél muere. Sólo dijo: ‘Quizás sea lo mejor para todos’. Gachet le tira la puerta a su hija, llora y se desespera, pasa sus manos sobre el moribundo y fundido a negro. Gachet le dice a Roulin: ‘Una carta para una carta’. Jo, las colecciona, quiere publicarlas. De ahí el filme retitulado Cartas de Van Gogh. La viuda halló una carta que la conmovió, así que la copió y se la envió a Gachet. Va sobre sus inicios como artista, el origen de su travesía: ‘Para tu travesía’ y Roulin agradece. Y ahora éste lee para todos la entrañable/inefable carta de Vincent a Theo.

“¿Quién soy ante la mirada de la mayoría? Un don nadie. Una entidad nula. Una persona desagradable. Alguien que no tiene ni nunca tendrá una posición en la sociedad. En [resumen], alguien en lo más bajo. […] Aunque todo eso sea cierto, entonces un día, mediante mi trabajo, quiero mostrar lo que este don nadie, esta entidad nula, tiene en su corazón”. Joseph busca en el bar a su hijo para saber si tuvo suerte en el trabajo. ‘No’, dice Roulin. El Tte. Millet cree que debe enrolarse. Ellos siempre fueron buenos peleando. ‘El truco es saber por qué…’. Y descubre otro mundo en las estrellas. Las mismas que tanto pintó Van Gogh y tanto admiró Valentina, como las que había en Santa Teresita cuando me hallé, como Van Gogh, entre el hambre y la soledad, pero nunca en el desespero, hasta que apareció Marthica e iniciamos una travesía que ya lleva 25 años. Es decir, que media entre los años que vivieron Tina y Vincent. Ese mundo ahí arriba es algo que se puede mirar, pero no entender del todo.

Como no puede entenderse el devenir de los hombres sobre la Tierra: algo que se infiere de Estrellas-hombres, de Papini, en Gog, texto sublime sobre el divino Silencio y sobre las estrellas que, igual que los hombres, viven, es decir, nacen, crecen, envejecen y mueren, en un mundo que como en el de los humanos ‘el número de muertos supera al de los vivos’. Lo que no es vano pues Joseph le dice a su hijo que ese mundo allá arriba, le recuerda a Vincent: ‘Se siente mal. Toda esa vida apagada por un tonto accidente’. Y aún se pregunta por qué querría encubrir a los Secrétan. ¿Valorará la gente lo que hizo? Joseph muestra la carta que envió Jo de Holanda, se conmovió por lo que hizo su hijo, pensó que era justo la recibiera: En la vida del pintor, la muerte quizás no sea lo más difícil. Declaro no saber nada al respecto. Pero ver las estrellas, siempre me hace soñar. ¿Por qué esas luces en el firmamento deben ser inaccesibles para nosotros? ¿Quizás podamos tomar la muerte para ir a una estrella? Así es.

¿Pudo pensar Valentina algo similar? Van Gogh, sigue: ‘Y morir en paz de viejo sería como ir a pie. Por ahora, voy a la cama porque es tarde y te deseo buenas noches y buena suerte. Con un apretón de manos, tu amoroso Vincent’. Ante los ataques recibidos supo siempre que a quien vuela alto no le afecta que ladren los perros. Por ello, quizás Valentina prefirió volar, y más temprano, sin pensar en el retorno, como plasmó Santiago en su crónica de éxtasis. Vincent apreciaba y amaba todo (= Valentina), como todo ser porta un alma que mira de adentro hacia afuera y otra a la inversa, de modo que el sueño (marcado en Tina) ‘al eliminar la necesidad de un alma exterior, deja actuar a la interior’, dice M. de Assis en El espejo. En modo Van Gogh, despliega su imaginación: capta que si algo puede existir en ella misma sin existir en la realidad, y viceversa, se concluye que de ambas existencias paralelas, la única necesaria es la de la imaginación, no la de la realidad, la cual resulta apenas conveniente.

De otro lado, así como para Machado de Assis es una certeza, para Van Gogh tal vez fue una opción pensar en el olvido como una necesidad, pues para aquél: ‘La vida es un tablero en el que para escribir una nueva historia el destino necesita borrar el ya escrito’. Quizás ello pasa porque la envidia, el odio, el arribismo, llevan a los humanos a cargar, como Vincent (en este caso no Valentina, quien por fortuna no tuvo que pasar tal viacrucis), un pasado que no les corresponde y en cierta esquina vital necesitan descargarse, viajar ligeros tanto como sea posible y entonces vuelven al tablero y escriben una nueva historia. La diferencia entre esa y la anterior seguro hará entrar de nuevo en acción al arribismo, al odio y a la envidia, hasta que, ojalá, cuando el pueblo deje atrás la guerra y se le eduque sin pretextos ni prejuicios, con ética, entonces a Vincent no se le estigmatice ni persiga y Valentina pueda seguir en paz dondequiera que se encuentre, aun con todo el dolor que su ausencia implica para nosotros…

En fin, Van Gogh no quiso ser nunca alférez como el protagonista del cuento El sueño de Machado de Assis: Valentina, tampoco, tal vez por ser mujer, simplemente. Mientras a Van Gogh el sueño no le traía alivio, porque le quitaba tiempo para pintar, a Valentina le era tan necesario como el pan al hambriento. Y no por esa extraña asociación con la idea de la muerte, sino con el alma interior por medio de la cual en su etapa postrera de vida se forjó ser feliz. Y quizás lo fue: el dolor de la muerte no es para el que se va. Van Gogh, en cambio, al despertar notaba que junto al sueño ido se esfumaba la conciencia de ser único u otro y seguía siendo él mismo porque ya el alma interior perdía su lugar y cedía, al menos en sus odres, el lugar al alma exterior: sólo que esta se negaba a retornar. Y no retornó. Seguro que Vincent hubiera querido vivir más de la cuenta. Valentina, por su propia decisión, vivió el tiempo justo: él y ella nos dejaron una lección, c/u por su lado, que a toda hora nos impulsa.

En conclusión, el filme permite reafirmarse sobre la dificultad de hallar la verdad en torno a un hecho de la vida cotidiana, de violencia u homicida, en fin, a todo acto humano, como se puede notar en Rashomon, de Kurosawa, filme que parte de En el bosque, de Akutagawa, con ese crimen visto desde cuatro aristas y nunca se llega a la verdad, por más pruebas que aporten los testigos. Hecho notable en Loving Vincent con los personajes y sus posturas frente al ser humano/persona y artista Van Gogh: nadie logra una visión totalizante sobre el pintor holandés, atisba a entender su compleja personalidad, logra un retrato fiel de su entre absorto y desbordante carácter; aun así, al final se percibe y siente que el dúo de cineastas ha sabido extrapolar lo peor y lo mejor de su infinito genio. En todo caso, una cosa queda clara: ‘Lo que está hecho con amor, está bien hecho’, como antes de que yo conociera esta frase me dijo Santiago al recibir el archivo de mi libro La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine)…

Hasta entonces, tampoco mi hijo conocía ese trozo de la sentencia de Van Gogh. Lo que, por otro lado, habla del potencial político del arte que Marcuse radica en el impulso vital que lo anima. Y eso fue siempre Van Gogh: recuérdese que él amaba y apreciaba todo; que al final, en cada nuevo lienzo, pintaba estrellas brillantes así estuvieran rodeadas por una horrible y vacía soledad; que ningún detalle de la vida era pequeño o muy humilde para él. En fin, como dice el cartero Joseph Roulin, un adelantado al de Neruda, en la vida del pintor la muerte quizás no sea lo más difícil y declara no saber nada el respecto, pero ver las estrellas siempre lo hace soñar. Van Gogh siempre soñó mientras las veía y por ello tal vez tomó la muerte como un atajo para ir a una estrella. Un ejemplo palpable en tal sentido es la obra La noche estrellada, con la que abre y cierra el filme de Kobiela y Welchman: una obra maestra, obra de arte total, en tanto deja más preguntas que respuestas y logra lo que ni Wagner logró. [1]

  

NOTA

1. Richard Wagner, compositor de ópera, músico alemán que acuñó la expresión Gesamtkunstwerk u ‘obra de arte total’. Se refirió con ella a un tipo de obra que integraba las seis artes liberales: música, danza, poesía, pintura, escultura y arquitectura.

 

FICHA TÉCNICA

Título original: Loving Vincent. Español: Amoroso Vincent o Cartas de Van Gogh. País: Polonia / UK. Año: 2017. Gén.: Animación / Drama / Historia. For.: Stop Motion / 3D. Dur.: 95 min. Dir.: Dorota Kobiela / Hugh Welchman. Guion: Dorota Kobiela / Hugh Welchman / Jacek Dehnel. Mús.: Clint Mansell. Fot.: Tristan Oliver. Prod.: Hugh Welchman / Ivan Mactaggart / Sean Bobbitt. Mon.: Dorota Kobiela / Justina Wierszynska. Int.: Vincent Van Gogh (Robert Gulaczyk); Armand Roulin (Douglas Booth); Dr. Gachet (Jerome Flynn); Marguerite Gachet (Saoirse Ronan); Louise Chevalier (Helen McCrory); Joseph Roulin (Chris O’Dowd); J. Père Tanguy (John Sessions); Adeline Ravoux (Eleanor Tomlinson); El barquero (Aidan Turner). Prod.: BreakThru Productions / Trademark Films. Dist.: Altitude Film Distribution (UK) / Next Film (Polonia). Estreno: 17.jun.2017. Premios: Mejor Filme Animado, en la XXX edición de los Premios del Cine Europeo, Berlín, 2017. Filme Internacional Más Popular, Festival Int. de Cine de Vancouver, 2017. Premio de la Audiencia, Festival Int. de Cine de Animación, Annecy, 2017. Golden Goblet a Mejor Filme Animado, en el Shanghái Int. Film Festival. 

 


LUIS CARLOS MUÑOZ SARMIENTO (Bogotá, Colombia, 1957). Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por la UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Editores al Encuentro Nacional de Narrativa Colombiana vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, Brasil, 25.nov.23). Autor en ARC, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE, Las2Orillas.

 

 


ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.


 


 

Agulha Revista de Cultura

Número 247 | janeiro de 2024

Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


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