GILLES DELEUZE
Nuestra felicidad depende más de lo que tenemos en nuestras cabezas que en
nuestros bolsillos.
ARTHUR SCHOPENHAUER
Es bueno amar tantas cosas como uno pueda; es allí donde está nuestra verdadera
fuerza.
Quien ama mucho, hace mucho y puede mucho, y lo que está hecho con amor, está
bien hecho.
VINCENT VAN GOGH
El II Ciclo de Animación del Cine-Club Al
Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de
Sueños, termina con Loving Vincent (2017) o Amoroso Vincent, de los
cineastas Dorota Kobiela y Hugh Welchman, polaca e inglés en su orden. Aunque no
es de mi estilo calificar los filmes, aquí haré de entrada una excepción: se trata
de una obra maestra, con emoción pura, conflictos de la vida cotidiana, todo narrado
con la mayor verosimilitud posible. El filme de animación es el primero de la Historia
en ser pintado por completo al óleo o a mano por un grupo de 115 artistas. Se dice
que el 27.jul.1890, Van Gogh, pintor holandés, 37 años, estando en el campo de Auvers,
se disparó, regresó a su cuarto y murió dos días después. La travesía empieza en
Arlés, 1891. El primer cuadro suyo que se ve es La noche estrellada, título
que de por sí concilia con el dulce carácter de quien firmaba ‘amoroso Vincent’:
quien siempre supo que lo que se hace con amor, está bien hecho.
Auvers,
fecha citada. Van Gogh, pintor y misionero, vivió toda su vida en función de la
gente, así no se diga, y de su arte: en menos de una década ya era célebre. El filme
transcurre un año después de su muerte. La travesía inicia en Arlés, 1891, y el
primer cuadro clave es La noche estrellada. ‘No podemos hablarles a los otros,
más que por nuestras pinturas. Con un apretón de manos, tu amoroso Vincent’. Así
arranca el filme, con cuadros de su última etapa, basados en azul, amarillo y verde
y figuras ondulantes y de remolinos. Sobre la carta que Ginoux halló al limpiar,
A. Roulin le dice al poli que no es suya sino de Van Gogh. La recibió su padre,
J. Roulin, quien le pidió a él entregarla. Una carta como móvil de todo el filme.
Pero, su trabajo es modelar el metal a los golpes, no entregar cartas. ‘No tiene
sentido entregar la carta de un muerto’, dice y entra a un bar, toma una botella
de vino de quien no la necesita, porque duerme, y él cree que el sueño de los demás
se respeta, sin pensar lo mismo del vino.
Para
el poli, Joseph sólo quiso darle su pésame, pero Armand pregunta ‘qué hizo ese don
nadie por nosotros’, apenas que odien a su familia cuando Joseph no quiso firmar
una petición para echar a Van Gogh del pueblo. A. Roulin la firmó: ‘Y estuvo bien,
el tipo estaba loco’, dice una mujer: la misma que Vincent pintó al inicio de su
estancia en Arlés y a quien llamó La Mousmé, nombre japonés inspirado en
Madame Chrisanthème, de P. Loti, en una época muy difícil para que las mujeres
le posaran, caso contrario al de los hombres: así hizo El campesino, retrato
de Patience Escalier, El zuavo, El lugarteniente Millet y El cartero Roulin.
La Mousmé parece irse en contra de su creador, en una suerte de metalenguaje
que pasa de la ficción a la realidad a fin de mostrar, quizás, que los sujetos dibujados
y las pinturas están vivos, no son inanimados. ‘No estaba loco, era un hombre interesante’,
cree el poli; así, desmonta un mito y de paso critica a la sociedad por desvirtuar
a un gran hijo de su tiempo.
Su
vida se enrareció cuando llegó Gauguin, a instancias de Theo, hermano de Vincent.
Éste, se entusiasmó con que su Casa Amarilla, título de una obra suya, se
volviera un hostal de pintores y Gauguin sería el maestro. Vincent levanta la silla,
después célebre por su cuadro La habitación de Arlés. Al llegar por fin Gauguin,
pasaron de amigos a pelearse todo el día. Vincent le impide irse: luego, va al bar,
ve a la prostituta Rachel y le da su oreja: ‘Ah, qué dulce’, responde antes de horrorizarse
y gritar. Si bien era un hombre interesante, así no es como lo recuerda Roulin en
su desespero final tras ser herido en el estómago, no se sabe aún si por él mismo
o por uno de los hermanos Secrétan que pudo matarlo de forma accidental y al que
Van Gogh mismo no denunció para protegerlo. Tesis producto de una biografía escrita
en 2011, Van Gogh: la vida, de Steven Naifeh y Gregory White Smith, quienes
sostienen que el disparo provino de René, adolescente que veraneaba en Auvers y
al que el pintor conocía.
Según
Naifeh, ‘revisamos los testimonios iniciales que dieron lugar a la versión del suicidio,
y vimos que no eran nada sólidos’. Aclara que en una entrevista que René concedió
en 1956, el mismo año del estreno de El loco del pelo rojo, de Minnelli,
su confesión ‘está llena de culpa’. Como siempre pasa con los hallazgos que desmienten
la historia oficial, se dice: ‘Esta teoría no está confirmada con pruebas ni aceptada
por la […] comunidad académica, y el Museo Van Gogh […] considera prematuro valorar
las conclusiones [de] estos autores’. ‘Ese loco se cortó la oreja’, dice la gente.
¿Lo internarán en un manicomio? Lo usual, la masa al tanto del diferente, pero no
para ayudarlo, sino para j... Pero, parece que ayuda. ‘¿Así que un borracho loco
ayuda a otro?’ El prejuicio y el recelo prestos a ir en favor de la confusión y
la discordia, no de la claridad ni la confianza. El Sr. Roulin acude al bar en busca
de su hijo Armand, quien tendría que estar en el tren hacia París, pero no parece
planear ir a algún lugar.
Joseph
le reclama por no entregar su carta. El hijo le dice que lo hizo, pero regresó como
‘no entregable’. Y si el servicio postal no funciona, ¿por qué Armand sí?, pregunta
al padre, para quien Theo es importante, así que averigüe por ahí. Pero, ¿qué le
dirá si lo halla?, pregunta Armand. Podría empezar por ‘lo siento mucho’: hay que
transmitirle el pésame de la familia. Y no olvidar a la pequeña de diez meses, Marcelle,
quien también era su amiga. ‘Los bebés son como animales, conocen el corazón de
un hombre al verlo. Son menos volubles que los adultos’. Ahí está Ginoux, quien
le sacó dinero a Vincent con una sonrisa por un año y luego firmó una petición echándolo.
Joseph dice a su hijo que Ginoux tuvo la carta por dos, y ni se molestó en entregarla
a Theo, porque no quiere que piense que la pasaron sin hacer nada, hasta que se
supo que Vincent se había… ¿suicidado?, agrega Armand frente al titubeo de su padre
Joseph. Fue víctima de una crisis nerviosa. La vida puede derribar hasta al más
fuerte.
Luego
de lo de la oreja, nadie pensaba que tuviera alguna esperanza; hasta los niños le
tiraban piedras, mientras él intentaba pintar. Oficio del que se sabe que se dedicó
a los 29 años, así se diga a los 28 o 32. Armand siente escarnio por llamarlo débil
y dejar que los niños lo persiguieran hasta el manicomio. Se recluyó de forma voluntaria
en psiquiátricos como el de Saint Paul-de-Mosole, en Saint Rémy-de-Provence, el
8.may.1889. Sus dolencias mentales tenían un probable doble origen: a causa de trastornos
derivados de una insuficiencia renal; por efecto de una sífilis descubierta, c.
1885, poco tiempo después de que Vincent recogiera a Clasina Maria Hoornik, a. Sien,
puta alcohólica, embarazada y con hija, con la que convivió un año: ambas, modelaron
para él. Joseph confirma lo que se decía sobre acosar al diferente hasta marginarlo:
‘Y sus vecinos y la policía y el alcalde y todo el pueblo, contra un hombre enfermo’.
Hasta se internó en Saint-Rémy para mejorar, mejoró, y lo dieron de alta, curado.
Joseph
saca una carta a su hijo y cita a Vincent: ‘Me siento en absoluto tranquilo y normal’,
le escribió seis meses antes de su muerte. Añade: ‘¿Cómo pasa alguien en seis semanas,
de estar en absoluto tranquilo a ser un suicida?’ El hijo lo entiende, pero señala
¿qué bien hará entregar esa carta ahora? ‘Si fuera yo, la querría’, señala Joseph
al pensar en la unión y armonía de Vincent y Theo. ‘Si fueras tú, que el cielo lo
prohíba… si hubieras muerto y me hubieras enviado una carta, la querría. Tú, ¿no?’
Armand va adonde Père Tanguy, quien por suministrarle pinturas a Vincent
pensó que podría conocer a Theo. Tanguy cree que Roulin no va a darle la carta a
Theo. ‘Dos corazones, una mente’, eso le dijo Vincent a Tanguy y lo cree cierto
porque a su muerte, Theo enfermó rápido y murió el 25.ene.1891, en una clínica de
Utrecht. Aunque el filme diga que no hay nota suicida alguna, en la carta hallada
en su lecho de muerte, sostiene: ‘Yo arriesgué mi vida por mi obra, y mi razón destruida
a medias’.
Y
ser inconforme es sinónimo de batalla, no de derrota. Quien busque un derrotado
entre los inconformes jamás triunfará. Despedido como misionero, Vincent entró en
otro callejón sin salida. El encuentro con el padre apunta a la desaprobación: su
rictus bucal lo delata. Para Tanguy, Theo cree en Vincent y toda la vida lo apoyará.
Por eso cuando muere, pronto parte él, no sin antes pelear a su lado. Por esta época,
1879, Vincent fue a Mons, a las minas de carbón en Borinage, Bélgica, donde, en
duras/extremas condiciones, evangelizó por casi dos años. Antes, 1877, pasó seis
meses en Dordrecht y en mayo fue a Ámsterdam para hacerse teólogo, pero desistió
tras el rechazo en una escuela metodista por no saber griego ni latín; también,
se dice, por su mala oratoria, así la razón fáctica fuera resistir a la subordinación.
Entonces, más que inadaptado o inconforme, Van Gogh era un rebelde u oprimido, más
bien, como dice Bergchem al Capitán en Marea de ratas sobre los que disienten
del Gobierno.
Tanguy
le aclara a Roulin que Van Gogh fue, como todos en la época, a París, porque todo
lo que pasa en el arte, pasa allí: eurocentrismo, sí: Monet, Lautrec, Signac, Bernard,
Manet. Las pinturas se compraban donde el Padre Tanguy, claro, dice él mismo
en modo chovinista. Mientras todos se sientan a la mesa a beber, Vincent observa
y pinta. Un cronista de la pintura, que escribe con pinceles y sin pluma. Y fuma
pipa, ¡siempre dibujando!, si no jamás hubiera sido el que fue. Ahora, discute con
Lautrec. Aunque para muchos París sea su destino final, para Van Gogh, no. Apenas
una parada para aprender lo que debía. Luego, seguiría en busca de su propio camino.
El que va de adentro hacia afuera, y no al revés. El arte es un autodescubrimiento,
no una colonización. Vincent se cansa y se va del bar, los demás beben hasta la
saciedad. Tanguy lo vio una vez más, dos años después. Fue ya en París, adonde Vincent
llegó a vivir con Theo, en 1886, luego de pasar por Amberes, en noviembre de 1885.
Se
instalaron en Montmartre y conocieron a la flor y nata de los artistas: É. Bernard,
Lautrec, Gauguin, Seurat, Signac, Guillaumin, Pisarro y Cézanne. Van Gogh admiraba,
como tantos, el arte japonés de Hokusai, Hiroshige y Utamaro. En tal sentido, realizó
dos cuadros: Ciruelo en flor y Puente bajo la lluvia, copias de obras
de Hiroshige, pionero del arte nipón. Van Gogh: ‘Envidio a los japoneses por la
[…] claridad de la que están impregnados todos sus trabajos. Nunca resultan aburridos
ni [surten] el efecto de haberlos [hecho] deprisa. Su estilo es tan sencillo como
respirar. Son capaces de hacer una figura con sólo unos pocos trazos seguros, que
hace que parezca tan fácil como abrocharse el chaleco’. Como lo notó tranquilo y
seguro, Tanguy pensó que terminaría bien. Pero, de buenos pensamientos, dulces y
filantrópicos actos, en fin, nobles intenciones, está empedrado el camino de la
historia real, no la soñada por los hombres, menos si son diferentes, oprimidos
y buscadores de la verdad.
Tanguy
observa: ‘Su estrella […] se elevará. Y ganará su revolución’. Cierto, por un lado,
e improbable, por otro. Porque si bien es cierto que Van Gogh llegaría a ser uno
de los mayores artistas de la Historia, tuvo que pagar un alto precio social y político
por ello. ¿Cómo es posible, entonces, que haya muerto tras pasar por varios manicomios,
en la ruina y con sífilis? Para Tanguy fue chocante y triste estar parado apenas
seis semanas después junto al féretro de Vincent. Tanguy aclara un asunto acerca
de quien murió como un mártir por el arte y al propio Van Gogh le parecía extraño
y explica: ‘En sólo ocho años, pasó de amateur a artista influyente’. O sea, a los
29 empezó a pintar y no fue nunca lo que se dice un profesional de su oficio: de
entre 800 y 900 cuadros, 43 autorretratos, 148 acuarelas y más de 1.600 dibujos,
sólo vendió en vida tres obras, todas en 1888: La viña roja, lo compró Anna
Boch; Puente de Clichy, según libro de Casa Boussod y un Autorretrato,
a los marchantes Sulley y Lori.
Tanguy
conoció a Gachet en el funeral. Se podría pensar que era el hermano de Vincent:
dio el discurso y lloró mientras hablaba. Una hora después daba vueltas, descolgando
las mejores obras como si fueran suyas. Dijo que le pertenecían: eran sus honorarios
por cuidar a Vincent; los que ahora, ya difunto, se cobraba por derecha. Raro que
tuviera la confianza de Theo. ‘Quizás deberías preguntarle por qué lo hizo Vincent’,
dice Tanguy a Roulin: ‘El que quiere saberlo es mi padre’, responde el hijo de Joseph,
casado con Augustine y padres de otros dos: Marcelle, la de diez meses, y Camille,
a todos los cuales plasmó. Al cartero, le hizo seis retratos. Armand sólo quiere
entregar dicha carta, de parte de su padre. ‘Ahora los Van Gogh son sólo fantasmas
en París’, dice Tanguy y le envía de regreso una carta a Joseph, con su pésame.
Cree poder confiársela a Gachet, pero está en París y sólo volverá al otro día.
Louise, el ama de llaves, se asegurará de que le llegue: Roulin prefiere dársela
él mismo en la mano.
‘Era
malo’, señala Louise sobre Vincent, ‘con sólo verlo supe que terminaría en problemas’.
Y Roulin, con sorna, ¿es una opinión médica? Louise: ‘Tenía esa mirada perdida,
en la cual había algo insano que no te atreves a mirar’. En todo caso, recuérdese
lo que Adeline Ravoux le dijo a A. Roulin: ‘No puedes creer nada de lo que digan
los Gachet’. Flashback sobre el ingreso de Vincent a la casa del Dr. y su
hija Marguerite. Como Armand piensa quedarse en la misma posada donde estuvo Van
Gogh, Louise le dice que no va a querer hacerlo allí: es un nido de ratas. ‘Pero,
es probable que le sentara mejor ese nido de ratas’, suelta con veneno el ama de
llaves. ‘Igual, ahí es donde puede enviar su mensaje’, le responde Roulin. La mujer
le pide no agitar las cosas otra vez: ‘Ya lloramos bastante a ese chiflado en esta
casa’. Llueve, Roulin fuma, un cuervo se eleva. Llega a la posada y busca hablar
con el dueño, pero lo recibe la dueña por dos días. ¿Tú eres la d…?, pregunta
la desconfianza patriarcal de Roulin.
Adeline
le dice que los dueños son sus padres, pero visitan a sus tías. Él le cuenta que
ha ido a Auvers por un amigo de Joseph: Vincent. Acaban de saber que se suicidó.
‘Se alojaba acá’ y lo dice no con rabia, como Louise, sino con tristeza. ‘Lo sé’,
dice Roulin. Fue espantoso: ‘Le sirvo la cena a los inquilinos a las siete. Y él
no estaba ahí. Pero, vino más tarde. Algo andaba muy mal’. Entra Van Gogh con las
manos en su vientre y alguien averigua si está bien. Ravoux padre fue tras él. ‘Traté
de suicidarme’, lo que aún no se sabe si fue así o lo hacía para encubrir a René
Secrétan. Llamaron al Dr. Gachet y él a su vez nada le dijo a Vincent: sólo se miraron
como dos lobos furiosos. Él en la cama con una bala en el abdomen, lloraba de dolor
e inquiría cuándo se la iban a sacar. Pero, Gachet, médico militar, que debería
saber cómo hacerlo, no hizo nada. Decidió que no tenía esperanzas y se fue. Lo que
ya dice mucho sobre la (falta de) ética médica. Al día siguiente volaron chismes
por todo el pueblo.
La
mentira vuela, mientras la verdad tortuguea. A las ocho en punto, Rigaudon golpeó
la puerta. Ravoux al gendarme: ‘¿No puede dejarlo en paz? ¿No ve que no está bien?’
Rigaudon le contesta que está siendo exhaustivo, nada más. Adeline relata que su
padre lo echó: ‘Dice que Rigaudon es la última persona que un moribundo debería
ver’. Theo llegó por la tarde y gritando ‘¿qué pasó ahora?’ Lo terrible era que
nadie lo sabía. Luego todo era normalidad y calma. Un PPP muestra a los hermanos
fumando el calumet de la paz, en modo pipa. Vincent: ‘Si tan sólo pudiera haber
sido uno de ellos’. Se refiere a René y/o Gaston Secrétan. Cayó la noche y fue debilitándose.
De espaldas, Theo cierra los ojos como quien simboliza la muerte del hermano, lo
inexorable, lo que ya se veía venir. Lo que nadie ayudó a evitar, aun sabiendo quien
estaba de por medio: una piedra angular del arte y la cultura de los siglos XIX
y XX. Junto a su hermano del alma está el gran Theo, el único ser que le brindó
ayuda toda su vida.
Vincent,
más allá de lo filial, fue un genio, artista sin discusión. Un ser humano, humanista,
hacedor de silencio, que jamás hizo alarde de nada, que buscó más por dentro que
por fuera, como quien sabe de dónde sale lo más hondo, menos contaminado, más puro,
lo para nada hiriente. En últimas, lo que construye sueños, esperanzas, utopías.
Como puede inferirse de las cartas a Theo y que en el fondo no son otra cosa que
un inefable e invaluable tesoro literario y de teoría pictórica y del color, puesto
en práctica. No sobra decir que Van Gogh fue un ser dialéctico, un comunista sin
carné, que ayudó hasta a las putas… perdón, a las putas, como a Clasina M. Hoornik,
a. Sien, o a Rachel, a quien entrega su oreja tras el pleito con Gauguin.
Éste, justo, en sus Memorias (1903) cuenta que Van Gogh lo amenazó y persiguió
con una barbera y que por la noche se automutiló. Enseguida, envolvió la oreja en
un paño, se dirigió al burdel y le hizo un presente a la citada Rachel. Luego,
fue a la Casa Amarilla…
Al
día siguiente, la policía lo encontró inconsciente y lo trasladó al hospital Hôtel-Dieu,
de Arlés. Se avisó a Theo, y Vincent, con amnesia parcial, se quedó 14 días. Gauguin
partió a París y, a excepción de algunas cartas, no volvió a tener contacto con
quien dijo a la policía que la pérdida de la oreja fue autoinducida. Otra teoría
habla del disgusto de Van Gogh con la boda de Theo y Johanna Bonger, con quien al
cabo se casó en Ámsterdam, el 17.abr.1889. Poco después Vincent se internó de forma
voluntaria en el citado psiquiátrico de Mosole, a 32 km de Arlés. En un conmovedor
gesto de piedad, compasión, humanismo, Theo se inclina y besa con fervor la mano
izquierda de Vincent. A la 1:30 Theo bajó y todos supieron que con la muerte de
aquél había terminado una de las travesías espirituales y artísticas más profundas
de la historia del arte. Adeline le cuenta a Roulin que poco antes Vincent estaba
feliz: ‘Yo pensaba que lo estaba en serio’. Y que el Dr. Gachet intentó llevárselo
a otro lado.
Pintaba
de 8 a 5. Podría pensarse que iba a un trabajo, porque lo era, se agrega. Fue a
todos lados: al campo, al bosque, al río… que le encantaba. Eso, lo puede decir
el barquero. Así, Roulin se dirige a él: ‘Sí, incluso antes del amanecer para capturar
algún tipo especial de luz [como pasa con Antonio Saura en El sol del membrillo,
de Víctor Erice]. No hablaba casi, se sentaba a observar. A veces, pintando’. Otras,
estaban los dos solos: el barquero pescando y Van Gogh en lo suyo. El barquero contradice
a Adeline: ‘No era tan tranquilo como parecía’. Pero, no puede olvidarse que, sobre
esta u otra cosa, siempre habrá tantas versiones como personas. A la postre, nadie
es como lo pintan. Cada testimonio sobre alguien es por completo o de forma parcial
distinto al de cualquier otro testigo. Quizás porque los humanos tienen conductas
distintas con distintos humanos. ‘Emitía todo tipo de sonidos, mientras pintaba.
Resoplaba como una máquina a vapor’, dice el barquero, en señal de amor, pasión,
vitalismo.
Un
cuervo sobre la mesa come. De pronto, silencio. Parecía muy feliz de que se le acercara
esa ave mugrienta. Aquí, se recuerda a Jodorowsky: ‘Respete lo despreciado: el agua
sucia puede apagar un incendio’. Elocuente sabiduría de Van Gogh, con ese cuervo
grasiento que lo hace feliz. Sin importar que le robara la comida. El barquero pensó
en su soledad, y en que hasta un cuervo ladrón le alegrara el día, sin considerar,
qué pena, que la soledad es inherente a todo gran artista pues es la única forma
de cincelar/esculpir sus sueños. Luego, tendría otro incidente con los riquitos
que hacían grandes fiestas de canotaje, con chicas rebeldes. Nunca tuvo suerte
con las mujeres, parecía tímido entre ellas. Pero, luego fue al río con Marguerite,
la hija de Gachet. Para el barquero, fuera de bella, muy reservada. Llegó al pueblo
antes que la familia, pero nunca habló con ella. La sorpresa: luego le sonríe a
Vincent cual enamorada. Conversaban como si hablar entre sí fuera el éxtasis supremo.
No se sabe qué vio en él, dice.
Le
doblaba la edad; a su lado, parecía un vagabundo. Seguro, se añade, ella vio lo
que estaba en su cabeza, antes que en los bolsillos. Luego, fue al río con una chica
que era demasiado para él, y después el barquero supo que se mató. Roulin no está
seguro de que Louise lo deje hablar con Marguerite Gachet. Va donde Adeline y le
preguntan si Marguerite y Vincent eran amigos, de ahí por qué le lleva flores a
su tumba todos los días. Eso explicaría el lío entre él y Gachet, cuando el primero
tiró el portón. Louise regó el chisme de que Gachet prohibió a Van Gogh ver más
a su hija. Roulin va a la iglesia a hablar con Louise. Y aparece la obra que quedó
plasmada en La iglesia de Auvers-sur-Oise, cuyos trazos fuertes producen
el efecto de oscuridad, que contrasta con la luz plena del PP: lo que se antoja
un remake, a la inversa, del cuadro El imperio de la luz, de Magritte,
con un total de 17 versiones al óleo y diez en gouache, de 1949 a 64: en ambas obras
se da una mezcla de armonía entre el día y la noche.
Y
da, a su vez, un efecto de inquietud entre el sueño y la vigilia, y viceversa. Magritte
comentó que estaba tentando con la idea de la que dia/noche fueran uno solo. Le
parecía razonable pues, de acuerdo con el saber humano, la noche existe a la misma
hora que el día, igual que alguien tiene tristeza como otro, felicidad: idea que
podría empatarse con la del Yin y el Yang de la coexistencia y no antinomia de las
cosas (día y noche) o de la dialéctica de Heráclito, según la cual una subida es
al tiempo una bajada. Magritte complica, por facilita, la cosa al agregar que la
inspiración para su obra no partía sólo de una idea, pues todas las ideas no son
‘ideas para pintar’, sino que en dicho caso era ‘poesía’, en tanto el evocar el
día y la noche en simultánea tiene el poder de evocar sorpresa y encanto, y ese
poder es ‘poético’, ya que logra generar sensaciones. El hilo poético es roto por
Louise, quien refiere un acto impío de Vincent y la elegancia de Theo vs el desencaje,
por sífilis, antes de llegar a la mesa.
Roulin
dice que quiere hacer algo por Vincent y Marguerite piensa que puede hacer mucho
ahora que está muerto. Como lo hará la viuda de Theo, Jo, por la obra del
pintor para que se reconozca y, ahora sí, se venda. Roulin le dice que sabe que
todos los días le lleva flores a Van Gogh a su tumba. ‘Y ¿acaso no es eso hacer
algo por Vincent, aunque esté muerto? Esto Marguerite lo hace por respeto: ‘Era
un gran artista y le gustaban las flores’. Sobre las relaciones con su padre, Marguerite
señala que él era su médico y se volvió su amigo, lo que no debe sorprender, siendo
ambos artistas. Aunque, bueno, por lo que se sabe y se dijo, Gachet se aprovechaba
de Van Gogh. A ambos, eso sí, les gustaban los mismos pintores. Cuando Gachet invitaba
a Theo y su familia a almorzar los domingos, Vincent bromeaba con que Gachet era
su tercer hermano. Roulin pregunta si eran una gran familia. ‘A veces pintaba aquí’,
dice Marguerite. El oficio de pintar era parte del tratamiento que sugería el Dr.
Gachet.
Pero,
Marguerite y Vincent no socializaron, ni siquiera en su ida al río, como sugiere
Roulin. Para Louise, parecían conocerse bien. Para Marguerite la gente cree ver
todo tipo de cosas en el pueblo, esto es, inventa, chismea y calumnia sin medida.
No se olvide, la mentira vuela, mientras la verdad tortuguea. La gente vio a otra
mujer y ella apenas lo conocía, le subraya a Roulin. Aclara que estaba allí, por
su padre: eran afines en todo. En suma, Roulin cree que Gachet es culpable de la
muerte de Vincent, aunque lo niegue. Todo ello entronca con la visión de Adeline:
‘No puedes creer nada de lo que digan los Gachet’. Éste y Vincent, a la larga, sólo
se parecían por el pelo rojo. Pero, por dentro incomparables, como el día y la noche,
pese a lo dicho sobre el Yin y el Yang. Gachet era más estirado que Berlusconi y
Menem, G. Valencia, M. Ryan y M. Rourke juntos, mientras Vincent era amable, educado
y humilde, no sobra decirlo: como cuando pinta la gallina a petición de la niña
Germaine, ¿no?
Vincent
no visitaba casi a Theo por los lienzos. Pintó series de flores, pero Gachet no
parecía contento. Aun así, a su lado hizo más de 70 obras en sólo dos meses: ‘Me
siento muy tranquilo, casi demasiado calmado, […] capaz de pintar todo esto’, escribió
a su madre. Todo para decir que Theo le compraba las telas. Discutieron por dinero,
un día antes de que ‘se suicidara’: hecho que se discute aún. Hizo un pedido porque
tenía planeado pintar mucho. Hacer eso y, ¿matarse al día siguiente? Seguro algo
relacionado con Gachet, lo desequilibró. Ravoux le envió algo de dinero a Adeline:
ella le dijo a Vincent que le abriría una cuenta hasta que recibiera el suyo. ‘Es
muy amable de tu parte’, le dijo Van Gogh. En carta a Theo y Jo anota que
hace algunos lienzos con los que busca recuperar los gastos de su estancia; que
Gachet es excéntrico y no sabe cómo piensa curarlo si es tan enfermo como él, que
estará feliz cuando lo visite con Jo y su hijo. ‘Con un gran apretón de manos.
Tu querido Vincent’.
Afectado
por la lectura, los recuerdos, y lo que le contó Adeline, Roulin tiene una pesadilla
con Vincent o sueña que él mismo es éste, no se sabe: en todo caso, transpira al
despertar e intenta acomodarse en la cama. Espera aún ver a Gachet, para saber qué
pasó con Vincent porque algo no encaja y siente que le pasaron cosas raras. Piensa
a su vez que no hay nada que no pueda manejar. O sea, por contraste, y por la dialéctica,
puede haber mucho fuera de control. Todos cuentan su propia versión: de ahí salen
los mitos. Y estos no se acaban ni se suprimen: se multiplican. Extraña aspiración
de los humanos: todos y c/u quieren tener la voz más autorizada, la última palabra,
la verdad; y eso no es malo. Lo malo es el exceso, que no lleva, no puede llevar,
sino a la confusión: eso son hoy las redes ‘sociales’. Además, una cosa es opinar
desde la doxa y otra desde la episteme y muy pocos se preocupan por la búsqueda
de la verdad, que nada tiene que ver con polarizar ni sembrar odio ni generar posverdades…
Tanguy
y Adeline opinan que Van Gogh se disparó en el campo. Roulin se pregunta si quería
matarse. ¿Quería vivir después de todo? Roulin le pregunta a un viejo sobre el pelirrojo
al que quiere retorcerle el cuello y que resulta ser un sobrino, inofensivo, no
muy inteligente. Menos mal no le hizo nada y él sólo quiere entregarle una carta
de un amigo, que antes no reconoció como tal, Vincent. Sí, extranjero, pelirrojo.
El día que resultó herido se oyó un tiro que salió del granero, pero no del campo
porque nadie lo vio allí, dice el viejo; que la policía revisó y no halló ni el
revólver ni las cosas de pintar ni sus obras. Hubiera podido ser otra cosa: niños
disparando a ratas. Louise cree que el arma usada no es de Gachet sino de Ravoux,
un viejo revólver que desapareció. Sembrar cizaña produce réditos más que daño.
Como aquí hacen Varito y hoy Duzán y Coronell, que no buscan la verdad sino dinero
detrás de la mentira. Adeline y Roulin hablan sobre los Secrétan, que no están en
Auvers, sino en París.
Él
le cuenta lo que supo: Louise anda diciendo que Vincent tomó el arma de la posada,
mientras Adeline sostiene que si Ravoux tuvo una la vendió por innecesaria. Le dice
a Roulin que no siga esparciendo chismes de gallinero y que allí ya no tiene buen
crédito. Aburrido, cae en la fogata del barquero. Ahora, éste dice que Ravoux le
vendió un arma a René. Todos lo saben: la quería para que le saliera con su disfraz
de vaquero y fingía estar en el salvaje oeste. Así refiere la nociva influencia
de Hollywood, tal como Ilya Ehrenburg en La Fábrica de Sueños, libro del
que no en vano brotó el nombre de esta bóveda interdisciplinaria: literatura, cine
y música, aunque también marxismo, sociología, filosofía e Historia, entre las materias
nodales. Buenos clientes, los Secrétan, pero mala gente. En especial, René, el mismo
que les dice a sus amigas que no se molesten con Vincent porque se cortó el pene
y su oreja. Roulin, con alevosía, le reclama al barquero por no hacer suya
la lucha. No era asunto suyo.
Roulin
y el barquero discuten acremente pero no se matan. Éste le pregunta qué hizo por
Van Gogh, si era un gran amigo: ‘Nunca lo dije’, responde Roulin ebrio. Luego, en
Auvers, tres tipos, a los que muele a golpes, lo tratan de gitano entrometido: otra
víctima de la xenofobia. Además, homófobos: por su chaqueta lo llaman afeminado.
Gana la pelea, pero para en la estación de policía. El poli, con un ojo maltrecho,
se burla por haber defendido el honor del tonto del pueblo. El mismo que alude a
la extraña compañía para alguien tan respetable como el cartero. ‘En realidad, no’,
porque Vincent generaba más cartas que la municipalidad, dice Roulin. Por su parte,
Ravoux le dice al poli que intentó matarse y que no deje que culpen a nadie. Ambos
creen que deben dejarlo en paz. El poli cree que le causó líos hasta después de
muerto y agrega que el Dr. Mazery lo siguió molestando para presentar su informe,
aunque sabía que ya tenía el de Gachet. Mazery notó por la herida que no se había
pegado un tiro…
Ambos
discuten hasta que ella confiesa que no es valiosa y que Vincent no era un adolescente
con mal de amores, sino un genio y lo sostiene. También, su padre que toda la vida
intentó duro ser un artista; entonces, ese hombre áspero y torpe, sin educación,
que sólo pintó ocho años en total, va y hace en un par de horas lo que Gachet no
hubiera podido pintar en dos vidas, dice Marguerite. A partir de ahí, su padre se
encerró y espió a Vincent horas y horas. Y éste le dijo a su hija que ella distraía
a Van Gogh de su trabajo, lo que le impediría crear sus obras de arte y ello la
haría responsable. Así que empezó a ausentarse, a diferencia del padre que se aproximó
más para aprovecharse del pintor y de su obra. Tampoco atendía sus llamados, hasta
que el hielo se instaló entre los dos. Luego, Gachet y Van Gogh pelearon. Un escándalo
que no era sobre ella, pero su retirada agrió las cosas. La siguiente vez que Gachet
lo vio tenía una bala en su estómago. Para Roulin ella no tiene culpa alguna, sólo
los Secrétan.
En
específico, René. Marguerite cree: ‘Será un tonto, pero no un asesino’. ¿Tan solitario
era para rodearse de borrachos y pegarse un tiro o se lo pegó desesperado por su
soledad? Da igual. De cualquier modo, en cambio, puedo haber estado donde los Gachet
pintando; si ella hubiera actuado de otra forma; si el y el Dr. no hubieran discutido.
Roulin le pregunta si no le importa que algún hijodeputa se haya librado de su homicidio.
Ella se inquieta porque él quiere saber todo sobre la muerte del pintor, pero parece
saber muy poco sobre su vida. Sabe que se esforzaba para probar que era bueno en
algo: como lo hace toda aquel para quien la mejor forma de decir es hacer. Por eso
es que le lleva flores y nada más puede hacer por él ahora. Ningún detalle de la
vida era pequeño o muy humilde para él y en eso coincide con Wilde: ‘Un detalle
sin importancia, puede echar a perder toda una vida’. Para Marguerite, Vincent apreciaba
y amaba todo. Louise le enrostra a Roulin que lo dejaran salir de la cárcel.
Él
la cachetea con humor: ‘Gracias a mi gran personalidad’. Ella: ‘Como si tratara
de limpiar la deshonra de su amigo Vincent’, hecho notorio por cierto como se ve
a lo largo del filme y en (mala) virtud de la ponzoña que habita a ciertos hijos
del odio, la envidia, el arribismo, en fin, la posición de clase, no la condición…:
la única que aplaca los prejuicios. Roulin ratifica que va tras limpiar la honra
manchada del artista. Aparece, por fin, Gachet y recibe al hijo del gran Joseph,
para aquél ‘un gigante del sur con el alma de Dostoievski’, porque así lo definía
Vincent. ¿Y su madre? La Berceuse, título del retrato que la recoge. Mujer
cuyas canciones de cuna podrían calmar hasta a los pescadores de Islandia para aludir
a su carácter bravío e ilustrar la metáfora. Para Gachet, el oficio de Roulin radica
en pasar una carta de un muerto a otro: de Vincent a Theo. Lo que ignoraba Roulin
al partir. En París, podría hallar señas de la viuda de Theo, Johanna, y Joseph
cree que es justo que la familia tenga la misiva.
El
Dr. afirma a Roulin que Vincent confiaba en él. Pregunta de forma tan razonable
como evasiva: ‘¿Importa eso ahora?’ Mes y medio antes de morir, Van Gogh le escribió
a Joseph que se sentía tranquilo y normal. Gachet parece no querer oír o perderse
de momento. Roulin vino a que le explicara cómo pasó de la calma al suicidio. Gachet
saca a relucir la melancolía: el que la sufre puede pasar de sentir la vida como
felicidad a sumirse en la desesperación, en seis horas. Pero, Roulin, vía Adeline,
supo que Vincent era feliz en Auvers. Louise lo recibe. Parece que dejar el asilo
le dio nuevas luces. No quería mucho, sólo trabajar a diario. Gachet y aquél se
presentan. Roulin recuerda que Vincent tenía el amor de Theo y por dentro el miedo
al futuro. Todos brindan por el hijo de Theo y Jo: Vincent lo alza con regocijo,
como si fuera suyo. ‘No creo que le esté haciendo bien la medicina’, le confía Gachet
a Theo. Y sabe de la fortuna que ha gastado en Vincent. Saberlo heriría a éste:
de ahí, al final, la pelea.
En
cambio, ¿qué tenía para Jo y el bebé? Cuartos llenos de obras que nadie compraba.
Para Gachet, el mayor temor de Vincent era que la carga que le significaba borrara
a Theo. Roulin conjetura que al pintor le preocupaba un poco el dinero. ¿Pasaba
hambre? No. Y le dice al Dr. que no cree en la idea del suicidio, sino del crimen,
así sea accidental. Gachet: ‘¿Habló con Mazery?’ Quien cree que nadie se dispara
en el vientre. Roulin acepta. Gachet añade que estuvo junto a su cama ese día; así
que el no culpar a nadie, implicaba encubrir a alguien; quería morir, lo sabe. ¿Alguien
podría ser culpado, René primero? Dijo eso porque había alguien: él mismo, o sea,
Gachet. A quien Vincent le dijo que era un fraude artístico. Quería con frenesí
ser artista, pero su padre lo hizo estudiar medicina y no pudo enfrentarlo. Vincent
decía que Gachet vivía una mentira, mientras él vivía y luchaba por la verdad. Así,
al calor del choque, pensó que le daría su preciada verdad: sabía que Theo (también)
padecía la sífilis.
Así,
cualquier tipo de estrés podría matarlo, financiero, emocional o físico. ¿Qué le
haría a su hermano la carga de preocuparse por él?, le preguntó Gachet. ‘Es como
matarlo. Ese es el precio de tu verdad’, le suelta a Van Gogh. Y lo lapida
al decirle si vale la pena el precio de su camino como artista. Eso acabó la discusión,
que Marguerite se pateó y le contó a Roulin. Gachet no logra que Vincent regrese,
15 días después está sentado junto a su cama y aquél muere. Sólo dijo: ‘Quizás sea
lo mejor para todos’. Gachet le tira la puerta a su hija, llora y se desespera,
pasa sus manos sobre el moribundo y fundido a negro. Gachet le dice a Roulin: ‘Una carta para una carta’. Jo,
las colecciona, quiere publicarlas. De ahí el filme retitulado Cartas de Van
Gogh. La viuda halló una carta que la conmovió, así que la copió y se la envió
a Gachet. Va sobre sus inicios como artista, el origen de su travesía: ‘Para tu
travesía’ y Roulin agradece. Y ahora éste lee para todos la entrañable/inefable
carta de Vincent a Theo.
“¿Quién
soy ante la mirada de la mayoría? Un don nadie. Una entidad nula. Una persona desagradable.
Alguien que no tiene ni nunca tendrá una posición en la sociedad. En [resumen],
alguien en lo más bajo. […] Aunque todo eso sea cierto, entonces un día, mediante
mi trabajo, quiero mostrar lo que este don nadie, esta entidad nula, tiene en su
corazón”. Joseph busca en el bar a su hijo para saber si tuvo suerte en el trabajo.
‘No’, dice Roulin. El Tte. Millet cree que debe enrolarse. Ellos siempre fueron
buenos peleando. ‘El truco es saber por qué…’. Y descubre otro mundo en las estrellas.
Las mismas que tanto pintó Van Gogh y tanto admiró Valentina, como las que había
en Santa Teresita cuando me hallé, como Van Gogh, entre el hambre y la soledad,
pero nunca en el desespero, hasta que apareció Marthica e iniciamos una travesía
que ya lleva 25 años. Es decir, que media entre los años que vivieron Tina
y Vincent. Ese mundo ahí arriba es algo que se puede mirar, pero no entender del
todo.
Como
no puede entenderse el devenir de los hombres sobre la Tierra: algo que se infiere
de Estrellas-hombres, de Papini, en Gog, texto sublime sobre el divino
Silencio y sobre las estrellas que, igual que los hombres, viven, es decir,
nacen, crecen, envejecen y mueren, en un mundo que como en el de los humanos ‘el
número de muertos supera al de los vivos’. Lo que no es vano pues Joseph le dice
a su hijo que ese mundo allá arriba, le recuerda a Vincent: ‘Se siente mal. Toda
esa vida apagada por un tonto accidente’. Y aún se pregunta por qué querría encubrir
a los Secrétan. ¿Valorará la gente lo que hizo? Joseph muestra la carta que envió
Jo de Holanda, se conmovió por lo que hizo su hijo, pensó que era justo la
recibiera: En la vida del pintor, la muerte quizás no sea lo más difícil. Declaro
no saber nada al respecto. Pero ver las estrellas, siempre me hace soñar. ¿Por qué
esas luces en el firmamento deben ser inaccesibles para nosotros? ¿Quizás podamos
tomar la muerte para ir a una estrella? Así es.
¿Pudo
pensar Valentina algo similar? Van Gogh, sigue: ‘Y morir en paz de viejo sería como
ir a pie. Por ahora, voy a la cama porque es tarde y te deseo buenas noches y buena
suerte. Con un apretón de manos, tu amoroso Vincent’. Ante los ataques recibidos
supo siempre que a quien vuela alto no le afecta que ladren los perros. Por ello,
quizás Valentina prefirió volar, y más temprano, sin pensar en el retorno, como
plasmó Santiago en su crónica de éxtasis. Vincent apreciaba y amaba todo (= Valentina),
como todo ser porta un alma que mira de adentro hacia afuera y otra a la inversa,
de modo que el sueño (marcado en Tina) ‘al eliminar la necesidad de un alma
exterior, deja actuar a la interior’, dice M. de Assis en El espejo. En modo
Van Gogh, despliega su imaginación: capta que si algo puede existir en ella misma
sin existir en la realidad, y viceversa, se concluye que de ambas existencias paralelas,
la única necesaria es la de la imaginación, no la de la realidad, la cual resulta
apenas conveniente.
De
otro lado, así como para Machado de Assis es una certeza, para Van Gogh tal vez
fue una opción pensar en el olvido como una necesidad, pues para aquél: ‘La vida
es un tablero en el que para escribir una nueva historia el destino necesita borrar
el ya escrito’. Quizás ello pasa porque la envidia, el odio, el arribismo, llevan
a los humanos a cargar, como Vincent (en este caso no Valentina, quien por fortuna
no tuvo que pasar tal viacrucis), un pasado que no les corresponde y en cierta esquina
vital necesitan descargarse, viajar ligeros tanto como sea posible y entonces vuelven
al tablero y escriben una nueva historia. La diferencia entre esa y la anterior
seguro hará entrar de nuevo en acción al arribismo, al odio y a la envidia, hasta
que, ojalá, cuando el pueblo deje atrás la guerra y se le eduque sin pretextos ni
prejuicios, con ética, entonces a Vincent no se le estigmatice ni persiga y Valentina
pueda seguir en paz dondequiera que se encuentre, aun con todo el dolor que su ausencia
implica para nosotros…
En
fin, Van Gogh no quiso ser nunca alférez como el protagonista del cuento El sueño
de Machado de Assis: Valentina, tampoco, tal vez por ser mujer, simplemente.
Mientras a Van Gogh el sueño no le traía alivio, porque le quitaba tiempo para pintar,
a Valentina le era tan necesario como el pan al hambriento. Y no por esa extraña
asociación con la idea de la muerte, sino con el alma interior por medio de la cual
en su etapa postrera de vida se forjó ser feliz. Y quizás lo fue: el dolor de la
muerte no es para el que se va. Van Gogh, en cambio, al despertar notaba que junto
al sueño ido se esfumaba la conciencia de ser único u otro y seguía siendo él mismo
porque ya el alma interior perdía su lugar y cedía, al menos en sus odres, el lugar
al alma exterior: sólo que esta se negaba a retornar. Y no retornó. Seguro que Vincent
hubiera querido vivir más de la cuenta. Valentina, por su propia decisión, vivió
el tiempo justo: él y ella nos dejaron una lección, c/u por su lado, que a toda
hora nos impulsa.
En
conclusión, el filme permite reafirmarse sobre la dificultad de hallar la verdad
en torno a un hecho de la vida cotidiana, de violencia u homicida, en fin, a todo
acto humano, como se puede notar en Rashomon, de Kurosawa, filme que parte
de En el bosque, de Akutagawa, con ese crimen visto desde cuatro aristas
y nunca se llega a la verdad, por más pruebas que aporten los testigos. Hecho notable
en Loving Vincent con los personajes y sus posturas frente al ser humano/persona
y artista Van Gogh: nadie logra una visión totalizante sobre el pintor holandés,
atisba a entender su compleja personalidad, logra un retrato fiel de su entre absorto
y desbordante carácter; aun así, al final se percibe y siente que el dúo de cineastas
ha sabido extrapolar lo peor y lo mejor de su infinito genio. En todo caso, una
cosa queda clara: ‘Lo que está hecho con amor, está bien hecho’, como antes de que
yo conociera esta frase me dijo Santiago al recibir el archivo de mi libro La
Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine)…
Hasta
entonces, tampoco mi hijo conocía ese trozo de la sentencia de Van Gogh. Lo que,
por otro lado, habla del potencial político del arte que Marcuse radica en el impulso
vital que lo anima. Y eso fue siempre Van Gogh: recuérdese que él amaba y apreciaba
todo; que al final, en cada nuevo lienzo, pintaba estrellas brillantes así estuvieran
rodeadas por una horrible y vacía soledad; que ningún detalle de la vida era pequeño
o muy humilde para él. En fin, como dice el cartero Joseph Roulin, un adelantado
al de Neruda, en la vida del pintor la muerte quizás no sea lo más difícil y declara
no saber nada el respecto, pero ver las estrellas siempre lo hace soñar. Van Gogh
siempre soñó mientras las veía y por ello tal vez tomó la muerte como un atajo para
ir a una estrella. Un ejemplo palpable en tal sentido es la obra La noche estrellada,
con la que abre y cierra el filme de Kobiela y Welchman: una obra maestra, obra
de arte total, en tanto deja más preguntas que respuestas y logra lo que ni Wagner
logró. [1]
NOTA
1. Richard Wagner,
compositor de ópera, músico alemán que acuñó la expresión Gesamtkunstwerk u ‘obra
de arte total’. Se refirió con ella a un tipo de obra que integraba las seis artes
liberales: música, danza, poesía, pintura, escultura y arquitectura.
FICHA TÉCNICA
Título original: Loving Vincent. Español: Amoroso Vincent o Cartas de Van Gogh.
País: Polonia / UK. Año: 2017. Gén.: Animación / Drama / Historia. For.: Stop Motion
/ 3D. Dur.: 95 min. Dir.: Dorota Kobiela / Hugh Welchman. Guion: Dorota Kobiela
/ Hugh Welchman / Jacek Dehnel. Mús.: Clint Mansell. Fot.: Tristan Oliver. Prod.:
Hugh Welchman / Ivan Mactaggart / Sean Bobbitt. Mon.: Dorota Kobiela / Justina Wierszynska.
Int.: Vincent Van Gogh (Robert Gulaczyk); Armand Roulin (Douglas Booth); Dr. Gachet
(Jerome Flynn); Marguerite Gachet (Saoirse Ronan); Louise Chevalier (Helen McCrory);
Joseph Roulin (Chris O’Dowd); J. Père Tanguy (John Sessions); Adeline Ravoux
(Eleanor Tomlinson); El barquero (Aidan Turner). Prod.: BreakThru Productions /
Trademark Films. Dist.: Altitude Film Distribution (UK) / Next Film (Polonia). Estreno: 17.jun.2017. Premios: Mejor Filme Animado, en
la XXX edición de los Premios del Cine Europeo, Berlín, 2017. Filme Internacional
Más Popular, Festival Int. de Cine de Vancouver, 2017. Premio de la Audiencia, Festival
Int. de Cine de Animación, Annecy, 2017. Golden Goblet a Mejor Filme Animado, en
el Shanghái Int. Film Festival.
LUIS CARLOS MUÑOZ SARMIENTO (Bogotá, Colombia, 1957). Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, 5.jun. 2012; columnista, 23.mar.2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por la UFES, el 20.feb.21. Invitado por Pijao Editores al Encuentro Nacional de Narrativa Colombiana vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, Brasil, 25.nov.23). Autor en ARC, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión, Magazín EE, Las2Orillas.
ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 247 | janeiro de 2024
Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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