CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS
Vi por primera vez al poeta
Carlos Roberto Gómez Beras en Caracas en 2015, en la Feria Internacional del Libro
Venezolano (FILVEN), dedicada ese año al artista plástico venezolano César Rengifo
y al país invitado, Puerto Rico. Tenía yo entonces conocimiento de su labor como
editor y fundador de Isla Negra Editores, pero desconocía el mundo esencial
de su poesía, el ambiente académico donde ejerce como profesor en el Colegio de
Humacao de la Universidad de Puerto Rico y su atractivo y plena entrega para guiar
a los estudiantes en el Taller de Poesía que dirige con apasionado empeño. Vuelvo
a reencontrarlo en el X Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico 2018, en
un ambiente en el que la fiesta de la poesía y la plena humanidad de los organizadores
confirman su grandeza e ilustran el fervor, la cortesía y el desprendimiento de
la sociedad puertorriqueña hacia quienes llegan a celebrar y compartir la pluralidad
de sus voces en una experiencia poética que viajará siempre hacia el interior del
ser como un amoroso diálogo que se extiende en el tiempo.
Errata
de Fe (3ra Ed., San Juan, Colección
Filo de Juego, Isla Negra Editores, 2017) contiene una poesía límpida y
profunda, destinada al lector que quiera entrar y recoger aquello que exige de la
vida la emoción imperecedera del amor y las cosas que nos rodean. Instantes y situaciones
que nos ofrecen siempre una perspectiva que proyecta lo ganado y perdido de unas
experiencias que nos advierten que las palabras son mucho más de lo que nombran.
Por eso el título, Errata de Fe,
aspira no a rectificar sino a ironizar el valor mismo de aquello que buscaba
lo esencial de la vida impregnándola sin embargo de incertidumbres y comunes equivocaciones.
No por el fallido empeño de aprehender esa ilusoria perfección que inútilmente buscan
los poetas, sino por lo que el lenguaje mismo revela como liviandad o plenitud del
ser, o como respuesta a la tangible realidad de quien escribe. De ahí que, para
expresarse, Carlos Roberto parta de un lenguaje donde algunos elementos se convierten
en una especie de leitmotiv (el río, por ejemplo) para compartir la particular
forma de una realidad que se despliega ante sus ojos y condensa más de una dolorosa
verdad. Y asimismo de una conciencia influenciada por la sensación que generan experiencias
de índole personal y del entorno, que contribuyen también a matizar el lenguaje
tan emotivo y particular de esta poesía. Los tres epígrafes que anteceden al Poema-Prólogo
constituyen una ocasión para pensar en el sentido que encierran estos textos. Por
los menos el de Baudelaire y el que responde a Hanna Arendt. Es decir, la idea del
lector cómplice y/o la difícil comprensión poética. Todo esto unido a la solidaria
experiencia de ese ser anónimo que busca descubrir en el fervor intuitivo
de la poesía el sentido que la sustenta. El epígrafe de Octavio Paz, más hermético
e inaccesible, parece extraviarse en la metáfora misma que lo alberga constituyendo
un espacio de difícil captación. Pero de todos modos, la voz que los cobija busca
generar una visión que de buena fe nos ponga en contacto, o al menos sugiera un
acercamiento válido al imaginario de este libro. Ya en el poema “Errata de fe”,
que responde también al título y a la proyección humana de estos poemas, se nos
presenta un plano en el que las palabras no solo son un puente, sino también un
paisaje de luminosos hallazgos hacia lo íntimo del ser. Por eso, el llamado cordial
del primer texto (“Ven, acércate…”) se hará para recordar al lector la enigmática
relación de la poesía y la vida en quienes comparten sus imprecisos rasgos en la
escritura:
Ven acércate…
Que no son palabras, que son actos.
Por eso no puedo decir sino callando,
Y no puedo nombrar sino dudando.
La aparente
contradicción entre decir lo que se siente y la duda de lo que se nombra, es tan
solo un modo de alejarnos de la excesiva vanidad. Es decir, del vano esfuerzo de
querer comprender las cosas guiadas por el azar o por la agonía del espíritu y el
sacrificio. Así esta concepción del azar y de la vida caracterizará, en cierto modo,
la profunda realidad de esas relaciones humanas que por humildes que sean exigirán
al poeta no ser ignoradas. Tampoco por la voz interior que refleja el sentimiento
amoroso que lo consume, pero también las dudas y la insatisfacción de aquel cuerpo
que al pasar dejó profundas huellas: “Distanciado de mí mismo y de las cosas”, dice
en el poema “Troya”. Este distanciarse impregnará la mirada de un callado escepticismo,
como si lo que se contempla estuviera también ligado al azar y destinado a evadirse
de su inmediata realidad. Así parece sentirlo el yo lírico en ese cuerpo que contrapone
su luz a los sombríos horizontes de esa realidad en “Tu cuerpo es un faro”, de esta
primera sección del libro, I Heridas como labios. Estas composiciones nos presentan
los límites y correspondencias del amor y las emociones que lo provocan, la proximidad
y las imprecisiones que configuran su imperiosa necesidad en la estructura del poema,
el recuerdo silencioso o, por ejemplo, la imposibilidad y/o dificultad de esas relaciones
que notamos en el siguiente poema:
Mujer,
cuando me vaya recuerda
lo que nos trajo el día:
las grandes necedades
las breves cobardías
las vacías pretensiones,
pero guarda para ti
lo que nos quedó en la mirada:
el destello alado de una sonrisa
la sombra perfumada de un suspiro
y la certeza inverosímil
de este crepúsculo sin alba
que es la vida.
Un hombre y una mujer
se reconocen entre la vastedad de almas
que pueblan las avenidas.
Se acercan los grados necesarios
para hacer de un presentimiento y de un roce
ese conjuro que borra un abismo.
Pero no saben que para ellos se han trazado
otras albas y otros ponientes.
Un hombre y una mujer
ensayan la vida lejos de sus vidas:
mueren muchas veces y reviven otras tantas
mientras piensan que aquel paso que no dieron
es ahora un puente de humo
que en los días de lluvia conecta olvido y memoria.
Pero no saben que el horizonte no es línea,
sino círculo, mito, eco, serpiente que acaricia
y camino curvado en la forja del destino.
Un hombre y una mujer
se (re)conocen entre la vastedad de almas
que pueblan las avenidas.
Él ya no es él, ni ella es la misma.
Son la suma de otras bocas y otros desvelos.
Esta vez, son más que ellos mismos.
Y encuentran, en la nostalgia y la epifanía,
el valor para intentar el milagro humano
de convertir un suspiro o una mirada
en la fuente de todo lo que brilla.
Un hombre y una mujer
dan ahora ese paso invisible
que hace de la brevedad de la vida
un paréntesis tibio e infinito.
El poema
se ha ido formando ante nuestros ojos a través de la cadencia anafórica que da paso
a cada estrofa rectificando la visión poética del encuentro imaginario. La amorosa
proximidad, la sensación de nostálgica, la lejanía; el sentido de la muerte que
a la luz de ese otro horizonte se convierte en un círculo mágico y doliente de la
vida. Y en una mirada que insiste en proyectar la vida como epifanía del amor: “Y
encuentran, en la nostalgia y la epifanía, / el valor para intentar el milagro humano
/ de convertir un suspiro o una mirada / en la fuente de todo lo que brilla”, dice
en estos versos. Y esa epifanía parece llevarnos hacia la fuerza superior
de ese mundo hecho de silencios y contrastes, de angustias amorosas arraigadas en
la incertidumbre de una realidad que proyecta múltiples facetas. Y a veces un mundo
absurdo, lleno de contrastes y de sorprendentes situaciones como ocurre, por ejemplo,
en “The Scent of a Woman” –para tener una perspectiva más gráfica del poema ver la película
Scent of a Woman (1992), producida y dirigida
por el cineasta norteamericano Martin Brest–, cuyo lenguaje
vivo y directo va creando un mundo de expectaciones, como si lo que ocurriera en
la vida estuviera ordenado por el azar: “Un hombre ciego baila con una mujer
despierta. / La melodía rota y perfecta de un tango, / que cuenta algo sobre el
azar, los guía”. Y en el poema“Praga” percibimos al hablante sumido en el anonimato
de las grandes ciudades, frente a una imagen que nos permite reconocer lo que directamente
hiere su vida, como si lo que añorara de esa ciudad fuera imposible de realizar:
El mundo se derrama sobre las calles
con su sed de siglos.
Todos somos el otro o ninguno:
el hombre que finge ser una marioneta caída
la prostituta que llegará tarde a su trabajo
la sombra que un día será Kafka.
Y entre ellos,
tú sabes distinguirme por mis pecados:
mi gentileza de vereda torcida
mi niño que tropieza con adjetivos
mi sexo con su corona de espinas blandas.
Caminamos muy juntos,
unidos por el peso de la multitud,
y por una costumbre adicta e hipnótica,
mientras nuestros besos nos hacen cruzar
uno de los muchos puentes que nos separan.
Pero la dicha, que tiene el tiempo breve
de la arena que logramos sostener en
una mano,
nos invita a seguir hasta la próxima
distancia.
Esta ciudad babélica nos habla
con un silencio aturdido y entrecortado
de mendigos, reyes muertos y gárgolas
que, inadvertidamente, rompes con un
“Te amo”.
Yo, como un ciego que rebusca
entre un armario de viejos abrigos de
invierno,
escojo un cálido “Yo también te amo”.
El final de la noche y las orillas del
río
no marcan la frontera de nuestros pasos.
Los ghettos, los bares y los gatos se suceden
así como en el agua lunar viajan los
reflejos
de lo que hoy somos y tal vez no seremos
mañana.
Como Praga, dejarás en mí la impresión indeleble
de una puerta que nunca se ha cerrado.
En otro
poema, la imagen y el paisaje delinearán paralelamente los caminos del amor y la
vida. La vida cuyo único asidero es el amor. El amor sentido en la imagen poética
como la sensación del encuentro fugaz de dos imágenes que, en cierto
modo, representan la dualidad del poeta frente al paisaje de otoño: “En el bosque
del tiempo se suceden dos otoños. / El que se refleja inmutable en el lago / y el
que regala un sendero a quien se extravía.” Ciertamente, el que se extravía reconocerá
que lo observado se ha vuelto hondura y silencio, camino que se recoge ilusionadamente
para que el vacío del alma busque, entre el pasado y el presente, la fe que despierta
la emoción de vivir por el amor: “La vida es encuentro fugaz de dos imágenes”, volverá
a decir el poeta. Y en el texto “Quimera” se sobrevive por el asombro de lo que
regresa en la naturaleza y nos hace pensar que los seres que amamos se encuentran
esperando a veces en los mismos caminos, con las mismas urgencias e intenciones:
“He pensado en ti fugazmente / así como quien escucha un estruendo / en lo más profundo
del bosque.” Se insiste en pensar en aquello que de algún modo ha sucedido, como
si lo imaginado se convirtiera en una fe que dimana de un recuerdo sutil
en el tiempo: “He pensado en ti con la certeza / que serás mi fe prometida”, destaca
la última estrofa del poema.
Y será
así también por lo que reclama el alma en la sección II Ocho estudios incompletos.
Ocho etude que nos dan una breve perspectiva de la intensidad y temporalidad
de un erotismo que alterna, como si fuera una pieza musical, las vivencias del instante
y de una realidad amorosa que se transforma en el contenido de cada estrofa: “Abro
las puertas y ventanas del alma / para que el destino hurte lo que le pertenece
/ y te lo devuelva latiendo, sangrando y tibio.” (“Etude # 1”). Es decir, lo efímero
del placer convertido en una secuencia de instantes sugestivos y dolorosos en un
cuerpo cuya presencia marca en el tiempo los signos de su intensidad: “Amo tu rosa
encarnada cuando llora / y abre sus dos pétalos sólo a la medianoche / para mostrar
una luna llena y húmeda.” (Etude # 4). A la luz de estos versos intuimos la atmósfera
de aquello que se vivió en la jubilosa plenitud de la carne y la desamparadora incomprensión
de lo que es ceniza en el tiempo, lo que se convierte en la habitual soledad del
abandono: “En tus cenizas busco alguna respuesta / pues entre el humo, que es tu
epílogo, / van dibujándose nuevas preguntas”. (Etude # 8).
¿Qué
se pregunta, lector, cuando una tarde cualquiera las cosas que amamos se convierten
en la fría realidad del presente? ¿Qué nos presenta el mundo más allá del ilusorio
horizonte que la poesía nos pueda señalar? He aquí, hemos llegado a las cosas
que perdimos en el fuego [Nos referimos a la tercera sección del
libro, “Las cosas que perdimos en el fuego”. El titulo proviene the la película
Things We Lost in the Fire (2007), de Allan Loeb,
dirigida por Susanne Bier.], y sentimos que el mundo no es lo
que aparenta, sino lo que nos sugiere la poesía en su natural trascendencia. La
íntima corriente de una poesía que a veces nos aleja del presente para situarnos
en otro siglo (XV1, XV11) como ocurre en “Sol de Galileo”, en donde recorremos el
camino de la historia, no la del poeta, sino la de su yo desdoblado en la
figura de Galileo. Y en la urgencia que reclama una confesión frente a la angustiosa
realidad del hombre incomprendido. Y donde la palabra misma nos muestra la posibilidad
de convertir un hecho científico en uno de orden emocional. No el sol como centro
del universo, sino el de la hija referida aquí como el eje mismo de la existencia
humana por la fuerza intensificadora del amor: “Hija, perdóname, soy culpable /
por nombrarte el centro de mi universo.”. El símil del próximo verso (“Así como
un sol…”) establecerá a continuación la categoría de esas relaciones: el astro al
rededor del cual se mueven los planetas, y otras luces que poéticamente contribuirán
a fijar los rasgos del destino humano: “Pero algún día comprenderás que hay luces
/ que nos ciegan y nos alumbran / para toda una existencia.”, ilustra el final del
poema.
Y en otro texto expresará el hablante la dureza
del mundo exterior, las hirientes experiencias de la vida, el paisaje desolado
que la hija debe caminar. Pero las misteriosas circunstancias sobre las que
se camina día tras día no excluirán de esa “respuesta” la fe que ciertamente hace
de ese caminar un paisaje más humano:
Hija, cuando te regalen el paisaje desolado
por el golpe, la crueldad y la agonía
deja que la empedernida primavera
devuelva su ofrenda misteriosa e inexorable
así como una pertinaz llovizna invisible
restituye la fe, los amaneceres y los caminos.
Y es
que el amor siempre será más poderoso que la maldad que echa raíces hasta destrozar
la vida. Por eso volvemos siempre a la poesía para que ella reclame un corazón dispuesto
para el amor, un paisaje donde el vivir se ofrezca en la más clara y noble
de las intenciones. Un camino donde la intimidad nos conceda la oportunidad de conocer
el amor que nos rescata del vacío y la soledad. Esto es precisamente lo ocurre cuando
entramos en el poema “El regalo”. Su tema y sus referencias nos mostrarán el camino
para ver lo que está ocurriendo: una criatura adolorida, un hombre herido en su
intimidad con el mundo, un ser extraviado y literalmente afectado por la dura realidad
de la vida encuentra en el amor algo más que una relación erótica. Un cuerpo que
recata al sujeto poético de la angustia que lo consume: “A veces / una mujer salva
a un hombre / de las sombras más espesas que lo arropan / …” Un cuerpo de mujer
que resplandece como una vía salvadora para quien llega herido de sí mismo y de
las condiciones que a veces imponen a quien ama una salida lastimosa. La dura y
agobiante realidad de un mundo que parece haber perdido la ternura, el sentido de
su honda dimensión humana, el valor y el sacrificio de quienes están destinados
a abrasarse en el amor. Por eso el poeta nos señalará, de un modo más hondo, precisamente
aquello que perdimos en el fuego:
La vida es un río que no termina,
un misterio que sangra de la piedra
y a sí mismo regresa para vivir latente
en el agua pensativa del cenote.
Esto
lo dirá para borrar de sí el orgullo que intenta dominar la vida, o por los motivos
que francamente quiere enfrentar consigo mismo para fijar el frágil trazo del amor
frente a la muerte: “Por eso he dejado de preguntarme / quién firma mis versos y
quién dormirá bajo mi lápida.”, dice en el poema “El otro, el mismo”. Y no hay duda
de que este sentimiento sobre el amor y la vida caracterizará también el tono y
la angustia existencial que contienen algunos de estos textos en conexión con lo
que acontece y las cosas que van dejando el recuerdo de ese transitar por la vida,
o de la temporalidad misma de lo que amamos y perdimos en el eco de sus propios
límites. La imagen de la infancia, o de la adolescencia o de lo que un día sostuvo
la intensidad de ese vivir se ha vuelto ahora, por razones que desconocemos
o que creemos comprender, la imagen de la casa y sus recuerdos:
En esta casa esbelta y laberíntica
como un corazón adolescente,
guardé del olvido
todo lo que nadie quiso por dañado
todo lo que caía bajo la mesa de los
sueños
todo lo que era residuo detrás de cada
gesta.
En esta casa, profunda y antigua
como un corazón embriagado,
protegí de la dicha injusta
la mancha ceremonial de los recuerdos
el eco de las palabras contenidas
el gesto tullido de la convivencia.
En esta casa, empedernida y frágil
como un corazón enfermo,
los errores y los abrazos,
sin importar la disputa,
siempre fueron juntos al tálamo
hecho del tronco amargo de la despedida.
Allá, afuera, me perseguía la vida
por eso busqué refugio en esta muerte.
El raro mundo de la soledad y los motivos
que la desencadenan adquieren en “Tres consejos para la soledad” un sentimiento
reflexivo que nos permite sentirla sin opresión, pero con extrañeza. No por lo que
contrista el espíritu sino por lo que ofrece su desnuda realidad a quienes la sientan
oportuna: “No culpes a la soledad / por la nostalgia que mancha tus costumbres /
por las lágrimas que pudren tus ánimos / por el vacío que llena tus atardeceres:
/ ella no se pasea tomada de la mano / y debajo de un sauce no se cita con nadie.”
Ciertamente la soledad extenderá sus dominios y encontrará sobre alguna rama del
corazón lo que el poeta mismo no quiere nombrar sin abatirse, como si la vida misma
fuera una hoja arrebatada por el viento. Y en verdad, ¿quién puede escapar de lo
que ocurre allá fuera, en ese mundo donde un ser desvalido busca superar la nostalgia,
desarraigarse de la soledad? ¿Acaso es mayor la nostalgia que la vida? No. Nada
de este sentimiento nos ha traicionado. Es legítima la soledad. Oigamos entonces
lo que nos comunica otro poema: “Nací para arrojarme al abismo de los sentidos.
/ Amé hasta encontrar una huella fuera de mis sueños.” Y, luego: “Todo esto lo perdimos
en la hoguera de nuestras palabras.” Y las palabras insistirán una y otra vez para
que el yo salga al exterior y siga contemplado las dolorosas situaciones
que continúan ahí junto a la soledad, mezcladas con esta visión de mundo. Todo para
que el yo capte su humana condición, y por un momento, la fe se haga silencio para
que el yo pueda sobrevivir cuando la vida se convierta en un vacío intolerable como
sucede en la imagen que proyecta el poema “La caída”:
Hoy sé que estoy muriendo.
Algunas cosas me lo han susurrado:
Prefiero el vino de la soledad sin compañía.
Esgrimo con fe el amuleto del silencio.
Un nuevo camino se despide en el mapa
de mi mano.
Mi hija conversa más íntimamente con
su destino.
Y, a veces, maldigo poner la otra mejilla.
Sólo una hebra temblorosa, poluta y frágil
Me sostiene al borde de este abismo:
Este cuerpo tejido por rituales y olvidos.
¿Qué
es definitivo en la poesía, qué no lo es? ¿Cuáles palabras trascienden la naturaleza
del ser, cuáles se cierran sobre su misma forma? ¿Cuál es el resultado final del
poema? ¿Qué es lo que acontece, cuál es la virtud? ¿Qué ocurría en el interior del
poeta cuando escribía: Lector, acércate, ensayemos a equivocarnos; / este poema
es sólo el espejismo del río que te riega. Sobre esta imagen del río se extenderá
la IV parte, Fe de Errata, para que el concepto de la poesía se transforme en la
experiencia que nace de la confrontación con el mundo. El mundo interior que esconde
el poeta y el paisaje exterior que inquieta su alma, eso que “Sólo la poesía nos
devela…”, como dice el poema. Por eso, el acto creativo, lo que percibe el poeta
de modo invisible, lo que enciende la leve llama en la soledad, pasa a ser el río
de la poesía: Si el río nos devuelve todo / cuando crece entre las piedras
/ ¿sobre quién es el relato? Y más adelante: El río lleva el poema al mar
de los sargazos. Y otra vez: …la poesía alumbra como un astro en la mañana.
Se trata de cómo el poeta siente la poesía, de eso se trata. La poesía que llega
sin pretensiones y anuncia el encuentro con aquello que ignoramos, lo que pasa silbando
como el canto de un ruiseñor en el bosque. Pero, ¿escuchado por quién?:
Como una hoja, el verso se otoña del lenguaje,
El poeta ve partir de su alma un instante pródigo.
El río lleva el poema al mar de los sargazos.
Allí, en la palabra despiertan escamas, pétalos
y alas.
Entonces, la poesía alumbra como un astro en la
mañana.
Todo lo demás es acuarela deleble y murmullo frágil
como nuestras huellas cuando la ola las traduce
en pasado.
El río
lleva el poema, y la poesía alumbra, ¿hay algún motivo secreto para que el río fluya,
y que la poesía alumbre? Si es así, qué alumbra la poesía en la espesura de la soledad,
y qué es lo que cuenta esa experiencia. Ciertamente la poesía afirma una visión
más sagrada de la vida, un camino que nos comunica la fe que hace posible
la certeza de lo innombrable, eso que evocamos en el lenguaje que reverbera sobre
el corazón. Esa fe que nos guía para que no seamos escasos en el amor, y paguemos
el precio que haya que pagar en la gracia poética y la contemplación de lo inexplicable,
ese paisaje donde cae el asombro para que recuperemos “…el instante en que cada
cosa estalla / y se pierde como un cristal contra el suelo / y luego, en cada uno
de sus reflejos, se encuentra.” Esto ya lo ha experimentado Carlos Roberto desdoblado
en el yo poético que intenta capturar esa “…fe que, por incierta y cegadora, / nos
regala, como un rapto, el universo.” Pero para hacerse partícipe de esta fe hay
que encontrar en la creación misma la esencia de la vida, la emoción y el asombro,
y lo sagrado de ese mundo que sostiene la poesía. Tendríamos que dejar lo banal,
desprendernos de los yoes que nos atan a la trivialidad y al materialismo.
Volver la vista a lo que nos propone la poesía después que el yo se haya liberado.
Regresar liberados a la inocencia de la palabra que nos abre un espacio en donde
podamos contemplarnos sin vanidad, sin lujos, sin engaños, sin la cobija de las
apariencias.
Una
de las composiciones centrales del libro, “El profeta”, enfatizará esta visión dibujada
sobre las claves de la imaginación; lo oculto revelado por la palabra que refleja
el mundo. Ver que las cosas no son simplemente lo que aparentan ser, sino lo que
su realidad interior retiene. Lo que existe más allá de lo que refleja la palabra,
lo que solo la mística del poeta podría revelar a quienes entren sin soberbia al
poema. Lo demás recae sobre el lector, la impresión que recibe, la escena que acaba
deslizándose ante sus ojos hasta configurar lo que ocurre como una revelación o
como un asombro. Por eso el poema a continuación nos dará una impresión que acabará
configurando la imagen del poeta entre las tentaciones de la dicha, …las aguas
de los sueños y su propio yo sobre el largo papiro del río. Ahora ciertamente
estamos con el poeta, ¿estuvimos siempre a su lado? Somos partícipes de lo que dice,
queremos abrir nuestro corazón plenamente a su mundo, sin exigir nada a cambio,
queremos que su voz nos oriente para vislumbrar más allá / del espejismo de lo
cierto la grandeza de su universo:
Ciego, sordo y mudo
el poeta duerme alumbrado
en el centro del abismo
donde las cosas y los signos
se hacen gestos y luego estallido
mientras se añejan bajo el misterio
de lo deseado y lo súbito.
Ciego de las caricias del tiempo
ha logrado vislumbrar más allá
del espejismo de lo cierto:
el cielo prometido que ya nos habita
la luna que moja de dudas las cosechas
el eslabón invisible del albedrío
y la pirámide invertida que es el universo.
Sordo ante los engaños del espejo
su rostro está en otros perfiles
pues el antes, el ahora y el mañana
es un diálogo de brisa, ventana y candil
que no termina o más bien comienza
cuando detrás del velo escucha recitar
a la mujer libre que él fue en Alejandría.
Mudo entre las tentaciones de la dicha
camina y se sumerge con otra fe
en las aguas turbias de los sueños:
en esa frontera de golpe y ternura
él es la espuma que canta sobre la roca,
en ese naufragio de quejidos y reclamos
él es la vasija rota de donde brota el deseo.
Sin unos ojos que lo lloren
sin una boca que lo nombre
y con el silencio robado de un ángel
el poeta escribe sobre el largo papiro del río:
En el
arca saqueada del poema
nos aguarda latiendo
una profecía.
¿Qué
es lo que ha buscado y ha dicho el poeta? ¿Cuál es la certidumbre de su camino?
Posiblemente nunca la llegaremos a conocer totalmente, pero lo intentamos arrojando
nuestros deseos sobre el paisaje intuitivo de sus versos. Buscamos recoger la flor
que brilla admirablemente sobre su mundo, pero no podemos llegar más lejos de lo
que insinúan las palabras. Y nos detenemos fijando en nuestra mente los versos que
dejaron una impresión indeleble sobre el corazón. Sentimos que el poeta ha reflejado
las emociones que hablan de lo profundo de la vida, del calor que nos arropa y nos
muestra que el camino de la poesía contribuye a crear un sentido más generoso del
mundo. Por eso, los sentimientos expresados por el poeta permiten al lector identificarse
con la intimidad y la emoción que los resguarda y sustenta. Imaginamos pues, en
esta poesía, lo que ya no necesita explicaciones, y al terminar de leer Errata
de fe sintamos que éstas son también nuestras sílabas aturdidas, manchadas
y húmedas / …regresando de la misa opaca de los sueños / para, con delirio,
intentar atestiguar lo inexplicable.
DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta y ensayista. Reside en Nueva York, Estados Unidos. Ha publicado los poemarios Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (con prólogo de Ramón Palomares y Eugenio Montejo, 2004), Islas (2011) y Lugar sin fin (2017).
ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 247 | janeiro de 2024
Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário