segunda-feira, 15 de janeiro de 2024

DAVID CORTÉS CABÁN | El poeta escribe sobre el largo papiro del río. Errata de fe, de Carlos Roberto Gómez Beras



La vida es un río que no termina…

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS

 

Vi por primera vez al poeta Carlos Roberto Gómez Beras en Caracas en 2015, en la Feria Internacional del Libro Venezolano (FILVEN), dedicada ese año al artista plástico venezolano César Rengifo y al país invitado, Puerto Rico. Tenía yo entonces conocimiento de su labor como editor y fundador de Isla Negra Editores, pero desconocía el mundo esencial de su poesía, el ambiente académico donde ejerce como profesor en el Colegio de Humacao de la Universidad de Puerto Rico y su atractivo y plena entrega para guiar a los estudiantes en el Taller de Poesía que dirige con apasionado empeño. Vuelvo a reencontrarlo en el X Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico 2018, en un ambiente en el que la fiesta de la poesía y la plena humanidad de los organizadores confirman su grandeza e ilustran el fervor, la cortesía y el desprendimiento de la sociedad puertorriqueña hacia quienes llegan a celebrar y compartir la pluralidad de sus voces en una experiencia poética que viajará siempre hacia el interior del ser como un amoroso diálogo que se extiende en el tiempo.

Errata de Fe (3ra Ed., San Juan, Colección Filo de Juego, Isla Negra Editores, 2017) contiene una poesía límpida y profunda, destinada al lector que quiera entrar y recoger aquello que exige de la vida la emoción imperecedera del amor y las cosas que nos rodean. Instantes y situaciones que nos ofrecen siempre una perspectiva que proyecta lo ganado y perdido de unas experiencias que nos advierten que las palabras son mucho más de lo que nombran. Por eso el título, Errata de Fe, aspira no a rectificar sino a ironizar el valor mismo de aquello que buscaba lo esencial de la vida impregnándola sin embargo de incertidumbres y comunes equivocaciones. No por el fallido empeño de aprehender esa ilusoria perfección que inútilmente buscan los poetas, sino por lo que el lenguaje mismo revela como liviandad o plenitud del ser, o como respuesta a la tangible realidad de quien escribe. De ahí que, para expresarse, Carlos Roberto parta de un lenguaje donde algunos elementos se convierten en una especie de leitmotiv (el río, por ejemplo) para compartir la particular forma de una realidad que se despliega ante sus ojos y condensa más de una dolorosa verdad. Y asimismo de una conciencia influenciada por la sensación que generan experiencias de índole personal y del entorno, que contribuyen también a matizar el lenguaje tan emotivo y particular de esta poesía. Los tres epígrafes que anteceden al Poema-Prólogo constituyen una ocasión para pensar en el sentido que encierran estos textos. Por los menos el de Baudelaire y el que responde a Hanna Arendt. Es decir, la idea del lector cómplice y/o la difícil comprensión poética. Todo esto unido a la solidaria experiencia de ese ser anónimo que busca descubrir en el fervor intuitivo de la poesía el sentido que la sustenta. El epígrafe de Octavio Paz, más hermético e inaccesible, parece extraviarse en la metáfora misma que lo alberga constituyendo un espacio de difícil captación. Pero de todos modos, la voz que los cobija busca generar una visión que de buena fe nos ponga en contacto, o al menos sugiera un acercamiento válido al imaginario de este libro. Ya en el poema “Errata de fe”, que responde también al título y a la proyección humana de estos poemas, se nos presenta un plano en el que las palabras no solo son un puente, sino también un paisaje de luminosos hallazgos hacia lo íntimo del ser. Por eso, el llamado cordial del primer texto (“Ven, acércate…”) se hará para recordar al lector la enigmática relación de la poesía y la vida en quienes comparten sus imprecisos rasgos en la escritura:

 

Ven acércate…

Que no son palabras, que son actos.

Por eso no puedo decir sino callando,

Y no puedo nombrar sino dudando.

 

La aparente contradicción entre decir lo que se siente y la duda de lo que se nombra, es tan solo un modo de alejarnos de la excesiva vanidad. Es decir, del vano esfuerzo de querer comprender las cosas guiadas por el azar o por la agonía del espíritu y el sacrificio. Así esta concepción del azar y de la vida caracterizará, en cierto modo, la profunda realidad de esas relaciones humanas que por humildes que sean exigirán al poeta no ser ignoradas. Tampoco por la voz interior que refleja el sentimiento amoroso que lo consume, pero también las dudas y la insatisfacción de aquel cuerpo que al pasar dejó profundas huellas: “Distanciado de mí mismo y de las cosas”, dice en el poema “Troya”. Este distanciarse impregnará la mirada de un callado escepticismo, como si lo que se contempla estuviera también ligado al azar y destinado a evadirse de su inmediata realidad. Así parece sentirlo el yo lírico en ese cuerpo que contrapone su luz a los sombríos horizontes de esa realidad en “Tu cuerpo es un faro”, de esta primera sección del libro, I Heridas como labios. Estas composiciones nos presentan los límites y correspondencias del amor y las emociones que lo provocan, la proximidad y las imprecisiones que configuran su imperiosa necesidad en la estructura del poema, el recuerdo silencioso o, por ejemplo, la imposibilidad y/o dificultad de esas relaciones que notamos en el siguiente poema:

 

Mujer,

cuando me vaya recuerda

lo que nos trajo el día:

las grandes necedades

las breves cobardías

las vacías pretensiones,

pero guarda para ti

lo que nos quedó en la mirada:

el destello alado de una sonrisa

la sombra perfumada de un suspiro

y la certeza inverosímil

de este crepúsculo sin alba

que es la vida.

 


Se vuelve hacia el amor porque la brevedad de la vida le muestra a quienes lo sienten su propia muerte, el camino por donde la pasión abre sus alas, no para exigir otra experiencia amorosa, sino para reconocer que el poeta nunca ha poseído nada. Solo las palabras, el momento de la gran conmoción espiritual donde la poesía le recuerda el fruto de la carne, el frío y la soledad, la seducción y la nostalgia del cuerpo que pasó dejando un sueño de muerte como propone, por ejemplo, la última estrofa de “Epifanía”: “Finalmente, / el cuerpo se resbaló hacia el alma / y lo invisible encontró su origen / al desbordarse más allá de lo tocado.” Y así mismo la imagen de ese río que hace del amor un vivir trasparente y fugaz: “La vida es un río que nos corre por dentro.” Como ocurre también en el poema “A Man and a Woman” –el tema del poema tiene su base y relación con la película A man and a Woman (1966) escrita y dirigida por el cineasta francés Claude Lelouch–, cuya visión trasciende la vida de esa pareja:

 

 Un hombre y una mujer

 se reconocen entre la vastedad de almas

 que pueblan las avenidas.

 Se acercan los grados necesarios

 para hacer de un presentimiento y de un roce

 ese conjuro que borra un abismo.

 Pero no saben que para ellos se han trazado

 otras albas y otros ponientes.

 

 Un hombre y una mujer

 ensayan la vida lejos de sus vidas:

 mueren muchas veces y reviven otras tantas

 mientras piensan que aquel paso que no dieron

 es ahora un puente de humo

 que en los días de lluvia conecta olvido y memoria.

 Pero no saben que el horizonte no es línea,

 sino círculo, mito, eco, serpiente que acaricia

 y camino curvado en la forja del destino.

 

 Un hombre y una mujer

 se (re)conocen entre la vastedad de almas

 que pueblan las avenidas.

 Él ya no es él, ni ella es la misma.

 Son la suma de otras bocas y otros desvelos.

 Esta vez, son más que ellos mismos.

 Y encuentran, en la nostalgia y la epifanía,

 el valor para intentar el milagro humano

 de convertir un suspiro o una mirada

 en la fuente de todo lo que brilla.

 

 Un hombre y una mujer

 dan ahora ese paso invisible

 que hace de la brevedad de la vida

 un paréntesis tibio e infinito.

 

El poema se ha ido formando ante nuestros ojos a través de la cadencia anafórica que da paso a cada estrofa rectificando la visión poética del encuentro imaginario. La amorosa proximidad, la sensación de nostálgica, la lejanía; el sentido de la muerte que a la luz de ese otro horizonte se convierte en un círculo mágico y doliente de la vida. Y en una mirada que insiste en proyectar la vida como epifanía del amor: “Y encuentran, en la nostalgia y la epifanía, / el valor para intentar el milagro humano / de convertir un suspiro o una mirada / en la fuente de todo lo que brilla”, dice en estos versos. Y esa epifanía parece llevarnos hacia la fuerza superior de ese mundo hecho de silencios y contrastes, de angustias amorosas arraigadas en la incertidumbre de una realidad que proyecta múltiples facetas. Y a veces un mundo absurdo, lleno de contrastes y de sorprendentes situaciones como ocurre, por ejemplo, en “The Scent of a Woman” –para tener una perspectiva más gráfica del poema ver la película Scent of a Woman (1992), producida y dirigida por el cineasta norteamericano Martin Brest–, cuyo lenguaje vivo y directo va creando un mundo de expectaciones, como si lo que ocurriera en la vida estuviera ordenado por el azar: “Un hombre ciego baila con una mujer despierta. / La melodía rota y perfecta de un tango, / que cuenta algo sobre el azar, los guía”. Y en el poema“Praga” percibimos al hablante sumido en el anonimato de las grandes ciudades, frente a una imagen que nos permite reconocer lo que directamente hiere su vida, como si lo que añorara de esa ciudad fuera imposible de realizar:

 

 El mundo se derrama sobre las calles

 con su sed de siglos.

 Todos somos el otro o ninguno:

 el hombre que finge ser una marioneta caída

 la prostituta que llegará tarde a su trabajo

 la sombra que un día será Kafka.

 

 Y entre ellos,

 tú sabes distinguirme por mis pecados:

 mi gentileza de vereda torcida

 mi niño que tropieza con adjetivos

 mi sexo con su corona de espinas blandas.

 

 Caminamos muy juntos,

 unidos por el peso de la multitud,

 y por una costumbre adicta e hipnótica,

 mientras nuestros besos nos hacen cruzar

 uno de los muchos puentes que nos separan.

 Pero la dicha, que tiene el tiempo breve

de la arena que logramos sostener en una mano,

nos invita a seguir hasta la próxima distancia.

 

Esta ciudad babélica nos habla

con un silencio aturdido y entrecortado

de mendigos, reyes muertos y gárgolas

que, inadvertidamente, rompes con un “Te amo”.

Yo, como un ciego que rebusca

entre un armario de viejos abrigos de invierno,

escojo un cálido “Yo también te amo”.

 

El final de la noche y las orillas del río

no marcan la frontera de nuestros pasos.

Los ghettos, los bares y los gatos se suceden

así como en el agua lunar viajan los reflejos

de lo que hoy somos y tal vez no seremos mañana.

 

 Como Praga, dejarás en mí la impresión indeleble

 de una puerta que nunca se ha cerrado.

 


Es Praga la ciudad doliente donde la vida se funde con los grises colores de su cielo, y el hablante camina sobrecogido por la visión evocadora de sus calles. Una sucesión de detalles va marcando sus pasos, proyectando una visión del anonimato, del drama humano frente al tiempo, del sentido de la existencia y el afán de una realidad más justa donde el amor ofrezca una dirección más real de la vida. La experiencia de Praga nos lleva a reflexionar sobre los espacios de la ciudad, la emotiva realidad que traza el vivir de esos personajes colocados frente al tiempo y la soledad. Todo objetivado en un poema de tono cálido y coloquial, de palabras que asoman a los labios como un monólogo silencioso del recuerdo de Praga unido a la breve presencia del amor: “Como Praga, dejarás en mí la impresión indeleble / de una puerta que nunca se ha cerrado”.

En otro poema, la imagen y el paisaje delinearán paralelamente los caminos del amor y la vida. La vida cuyo único asidero es el amor. El amor sentido en la imagen poética como la sensación del encuentro fugaz de dos imágenes que, en cierto modo, representan la dualidad del poeta frente al paisaje de otoño: “En el bosque del tiempo se suceden dos otoños. / El que se refleja inmutable en el lago / y el que regala un sendero a quien se extravía.” Ciertamente, el que se extravía reconocerá que lo observado se ha vuelto hondura y silencio, camino que se recoge ilusionadamente para que el vacío del alma busque, entre el pasado y el presente, la fe que despierta la emoción de vivir por el amor: “La vida es encuentro fugaz de dos imágenes”, volverá a decir el poeta. Y en el texto “Quimera” se sobrevive por el asombro de lo que regresa en la naturaleza y nos hace pensar que los seres que amamos se encuentran esperando a veces en los mismos caminos, con las mismas urgencias e intenciones: “He pensado en ti fugazmente / así como quien escucha un estruendo / en lo más profundo del bosque.” Se insiste en pensar en aquello que de algún modo ha sucedido, como si lo imaginado se convirtiera en una fe que dimana de un recuerdo sutil en el tiempo: “He pensado en ti con la certeza / que serás mi fe prometida”, destaca la última estrofa del poema.

Y será así también por lo que reclama el alma en la sección II Ocho estudios incompletos. Ocho etude que nos dan una breve perspectiva de la intensidad y temporalidad de un erotismo que alterna, como si fuera una pieza musical, las vivencias del instante y de una realidad amorosa que se transforma en el contenido de cada estrofa: “Abro las puertas y ventanas del alma / para que el destino hurte lo que le pertenece / y te lo devuelva latiendo, sangrando y tibio.” (“Etude # 1”). Es decir, lo efímero del placer convertido en una secuencia de instantes sugestivos y dolorosos en un cuerpo cuya presencia marca en el tiempo los signos de su intensidad: “Amo tu rosa encarnada cuando llora / y abre sus dos pétalos sólo a la medianoche / para mostrar una luna llena y húmeda.” (Etude # 4). A la luz de estos versos intuimos la atmósfera de aquello que se vivió en la jubilosa plenitud de la carne y la desamparadora incomprensión de lo que es ceniza en el tiempo, lo que se convierte en la habitual soledad del abandono: “En tus cenizas busco alguna respuesta / pues entre el humo, que es tu epílogo, / van dibujándose nuevas preguntas”. (Etude # 8).

¿Qué se pregunta, lector, cuando una tarde cualquiera las cosas que amamos se convierten en la fría realidad del presente? ¿Qué nos presenta el mundo más allá del ilusorio horizonte que la poesía nos pueda señalar? He aquí, hemos llegado a las cosas que perdimos en el fuego [Nos referimos a la tercera sección del libro, “Las cosas que perdimos en el fuego”. El titulo proviene the la película Things We Lost in the Fire (2007), de Allan Loeb, dirigida por Susanne Bier.], y sentimos que el mundo no es lo que aparenta, sino lo que nos sugiere la poesía en su natural trascendencia. La íntima corriente de una poesía que a veces nos aleja del presente para situarnos en otro siglo (XV1, XV11) como ocurre en “Sol de Galileo”, en donde recorremos el camino de la historia, no la del poeta, sino la de su yo desdoblado en la figura de Galileo. Y en la urgencia que reclama una confesión frente a la angustiosa realidad del hombre incomprendido. Y donde la palabra misma nos muestra la posibilidad de convertir un hecho científico en uno de orden emocional. No el sol como centro del universo, sino el de la hija referida aquí como el eje mismo de la existencia humana por la fuerza intensificadora del amor: “Hija, perdóname, soy culpable / por nombrarte el centro de mi universo.”. El símil del próximo verso (“Así como un sol…”) establecerá a continuación la categoría de esas relaciones: el astro al rededor del cual se mueven los planetas, y otras luces que poéticamente contribuirán a fijar los rasgos del destino humano: “Pero algún día comprenderás que hay luces / que nos ciegan y nos alumbran / para toda una existencia.”, ilustra el final del poema.

 Y en otro texto expresará el hablante la dureza del mundo exterior, las hirientes experiencias de la vida, el paisaje desolado que la hija debe caminar. Pero las misteriosas circunstancias sobre las que se camina día tras día no excluirán de esa “respuesta” la fe que ciertamente hace de ese caminar un paisaje más humano:

 

 Hija, cuando te regalen el paisaje desolado

 por el golpe, la crueldad y la agonía

 deja que la empedernida primavera

 devuelva su ofrenda misteriosa e inexorable

 así como una pertinaz llovizna invisible

 restituye la fe, los amaneceres y los caminos.

 

Y es que el amor siempre será más poderoso que la maldad que echa raíces hasta destrozar la vida. Por eso volvemos siempre a la poesía para que ella reclame un corazón dispuesto para el amor, un paisaje donde el vivir se ofrezca en la más clara y noble de las intenciones. Un camino donde la intimidad nos conceda la oportunidad de conocer el amor que nos rescata del vacío y la soledad. Esto es precisamente lo ocurre cuando entramos en el poema “El regalo”. Su tema y sus referencias nos mostrarán el camino para ver lo que está ocurriendo: una criatura adolorida, un hombre herido en su intimidad con el mundo, un ser extraviado y literalmente afectado por la dura realidad de la vida encuentra en el amor algo más que una relación erótica. Un cuerpo que recata al sujeto poético de la angustia que lo consume: “A veces / una mujer salva a un hombre / de las sombras más espesas que lo arropan / …” Un cuerpo de mujer que resplandece como una vía salvadora para quien llega herido de sí mismo y de las condiciones que a veces imponen a quien ama una salida lastimosa. La dura y agobiante realidad de un mundo que parece haber perdido la ternura, el sentido de su honda dimensión humana, el valor y el sacrificio de quienes están destinados a abrasarse en el amor. Por eso el poeta nos señalará, de un modo más hondo, precisamente aquello que perdimos en el fuego:

 

La vida es un río que no termina,

un misterio que sangra de la piedra

y a sí mismo regresa para vivir latente

en el agua pensativa del cenote.

 

Esto lo dirá para borrar de sí el orgullo que intenta dominar la vida, o por los motivos que francamente quiere enfrentar consigo mismo para fijar el frágil trazo del amor frente a la muerte: “Por eso he dejado de preguntarme / quién firma mis versos y quién dormirá bajo mi lápida.”, dice en el poema “El otro, el mismo”. Y no hay duda de que este sentimiento sobre el amor y la vida caracterizará también el tono y la angustia existencial que contienen algunos de estos textos en conexión con lo que acontece y las cosas que van dejando el recuerdo de ese transitar por la vida, o de la temporalidad misma de lo que amamos y perdimos en el eco de sus propios límites. La imagen de la infancia, o de la adolescencia o de lo que un día sostuvo la intensidad de ese vivir se ha vuelto ahora, por razones que desconocemos o que creemos comprender, la imagen de la casa y sus recuerdos:

 

En esta casa esbelta y laberíntica

como un corazón adolescente,

guardé del olvido

todo lo que nadie quiso por dañado

todo lo que caía bajo la mesa de los sueños

todo lo que era residuo detrás de cada gesta.

 

En esta casa, profunda y antigua

como un corazón embriagado,

protegí de la dicha injusta

la mancha ceremonial de los recuerdos

el eco de las palabras contenidas

el gesto tullido de la convivencia.

 

En esta casa, empedernida y frágil

como un corazón enfermo,

los errores y los abrazos,

sin importar la disputa,

siempre fueron juntos al tálamo

hecho del tronco amargo de la despedida.

 

Allá, afuera, me perseguía la vida

por eso busqué refugio en esta muerte.

 


Sería idóneo situarnos en el poema. ¿De qué habla? ¿De la casa real o de esa metáfora de la vida que se transforma en el lenguaje de la casa, y en las palabras que cuentan lo que ocurre en la laberíntica soledad de sus habitaciones? La esencia de aquello que desconocemos busca precisar allí los datos que pertenecen al pasado. Los momentos íntimos y profundos que vierten sobre el lenguaje un mundo denso y lejano, pero demasiado real para ignorar lo que el presente le revela al poeta. Por eso lo que sostiene el texto es su fondo de intensas realidades, lo que el tiempo libera del alma para que el presente sea menos doloroso. Como si los hechos que formaron la historia del propio vivir buscaran una salida que gire hacia la muerte. Pero no una muerte física que convierta en un espectáculo la razón de vivir, sino una muerte simbólica. La muerte vista como liberación de aquella dramática realidad trascendida ya por otras profundas experiencias. Pero experiencias que resaltan también otras nostalgias que ponen a prueba la esencia de quien habla en estos versos, el escenario del diario vivir, lo que ocurre alrededor y lo que hace que el azar transforme la historia del yo lírico. Justamente como esos sentimientos que atraviesan la cotidianidad para instalarse en el corazón y decirnos qué es lo que ocurre.

 El raro mundo de la soledad y los motivos que la desencadenan adquieren en “Tres consejos para la soledad” un sentimiento reflexivo que nos permite sentirla sin opresión, pero con extrañeza. No por lo que contrista el espíritu sino por lo que ofrece su desnuda realidad a quienes la sientan oportuna: “No culpes a la soledad / por la nostalgia que mancha tus costumbres / por las lágrimas que pudren tus ánimos / por el vacío que llena tus atardeceres: / ella no se pasea tomada de la mano / y debajo de un sauce no se cita con nadie.” Ciertamente la soledad extenderá sus dominios y encontrará sobre alguna rama del corazón lo que el poeta mismo no quiere nombrar sin abatirse, como si la vida misma fuera una hoja arrebatada por el viento. Y en verdad, ¿quién puede escapar de lo que ocurre allá fuera, en ese mundo donde un ser desvalido busca superar la nostalgia, desarraigarse de la soledad? ¿Acaso es mayor la nostalgia que la vida? No. Nada de este sentimiento nos ha traicionado. Es legítima la soledad. Oigamos entonces lo que nos comunica otro poema: “Nací para arrojarme al abismo de los sentidos. / Amé hasta encontrar una huella fuera de mis sueños.” Y, luego: “Todo esto lo perdimos en la hoguera de nuestras palabras.” Y las palabras insistirán una y otra vez para que el yo salga al exterior y siga contemplado las dolorosas situaciones que continúan ahí junto a la soledad, mezcladas con esta visión de mundo. Todo para que el yo capte su humana condición, y por un momento, la fe se haga silencio para que el yo pueda sobrevivir cuando la vida se convierta en un vacío intolerable como sucede en la imagen que proyecta el poema “La caída”:

 

Hoy sé que estoy muriendo.

Algunas cosas me lo han susurrado:

Prefiero el vino de la soledad sin compañía.

Esgrimo con fe el amuleto del silencio.

Un nuevo camino se despide en el mapa de mi mano.

Mi hija conversa más íntimamente con su destino.

Y, a veces, maldigo poner la otra mejilla.

Sólo una hebra temblorosa, poluta y frágil

Me sostiene al borde de este abismo:

Este cuerpo tejido por rituales y olvidos.

 

¿Qué es definitivo en la poesía, qué no lo es? ¿Cuáles palabras trascienden la naturaleza del ser, cuáles se cierran sobre su misma forma? ¿Cuál es el resultado final del poema? ¿Qué es lo que acontece, cuál es la virtud? ¿Qué ocurría en el interior del poeta cuando escribía: Lector, acércate, ensayemos a equivocarnos; / este poema es sólo el espejismo del río que te riega. Sobre esta imagen del río se extenderá la IV parte, Fe de Errata, para que el concepto de la poesía se transforme en la experiencia que nace de la confrontación con el mundo. El mundo interior que esconde el poeta y el paisaje exterior que inquieta su alma, eso que “Sólo la poesía nos devela…”, como dice el poema. Por eso, el acto creativo, lo que percibe el poeta de modo invisible, lo que enciende la leve llama en la soledad, pasa a ser el río de la poesía: Si el río nos devuelve todo / cuando crece entre las piedras / ¿sobre quién es el relato? Y más adelante: El río lleva el poema al mar de los sargazos. Y otra vez: …la poesía alumbra como un astro en la mañana. Se trata de cómo el poeta siente la poesía, de eso se trata. La poesía que llega sin pretensiones y anuncia el encuentro con aquello que ignoramos, lo que pasa silbando como el canto de un ruiseñor en el bosque. Pero, ¿escuchado por quién?:

 

 Como una hoja, el verso se otoña del lenguaje,

 El poeta ve partir de su alma un instante pródigo.

 El río lleva el poema al mar de los sargazos.

 Allí, en la palabra despiertan escamas, pétalos y alas.

 Entonces, la poesía alumbra como un astro en la mañana.

 Todo lo demás es acuarela deleble y murmullo frágil

 como nuestras huellas cuando la ola las traduce en pasado.

 

El río lleva el poema, y la poesía alumbra, ¿hay algún motivo secreto para que el río fluya, y que la poesía alumbre? Si es así, qué alumbra la poesía en la espesura de la soledad, y qué es lo que cuenta esa experiencia. Ciertamente la poesía afirma una visión más sagrada de la vida, un camino que nos comunica la fe que hace posible la certeza de lo innombrable, eso que evocamos en el lenguaje que reverbera sobre el corazón. Esa fe que nos guía para que no seamos escasos en el amor, y paguemos el precio que haya que pagar en la gracia poética y la contemplación de lo inexplicable, ese paisaje donde cae el asombro para que recuperemos “…el instante en que cada cosa estalla / y se pierde como un cristal contra el suelo / y luego, en cada uno de sus reflejos, se encuentra.” Esto ya lo ha experimentado Carlos Roberto desdoblado en el yo poético que intenta capturar esa “…fe que, por incierta y cegadora, / nos regala, como un rapto, el universo.” Pero para hacerse partícipe de esta fe hay que encontrar en la creación misma la esencia de la vida, la emoción y el asombro, y lo sagrado de ese mundo que sostiene la poesía. Tendríamos que dejar lo banal, desprendernos de los yoes que nos atan a la trivialidad y al materialismo. Volver la vista a lo que nos propone la poesía después que el yo se haya liberado. Regresar liberados a la inocencia de la palabra que nos abre un espacio en donde podamos contemplarnos sin vanidad, sin lujos, sin engaños, sin la cobija de las apariencias.

Una de las composiciones centrales del libro, “El profeta”, enfatizará esta visión dibujada sobre las claves de la imaginación; lo oculto revelado por la palabra que refleja el mundo. Ver que las cosas no son simplemente lo que aparentan ser, sino lo que su realidad interior retiene. Lo que existe más allá de lo que refleja la palabra, lo que solo la mística del poeta podría revelar a quienes entren sin soberbia al poema. Lo demás recae sobre el lector, la impresión que recibe, la escena que acaba deslizándose ante sus ojos hasta configurar lo que ocurre como una revelación o como un asombro. Por eso el poema a continuación nos dará una impresión que acabará configurando la imagen del poeta entre las tentaciones de la dicha, …las aguas de los sueños y su propio yo sobre el largo papiro del río. Ahora ciertamente estamos con el poeta, ¿estuvimos siempre a su lado? Somos partícipes de lo que dice, queremos abrir nuestro corazón plenamente a su mundo, sin exigir nada a cambio, queremos que su voz nos oriente para vislumbrar más allá / del espejismo de lo cierto la grandeza de su universo:

 

 Ciego, sordo y mudo

 el poeta duerme alumbrado

 en el centro del abismo

 donde las cosas y los signos

 se hacen gestos y luego estallido

 mientras se añejan bajo el misterio

 de lo deseado y lo súbito.

 

 Ciego de las caricias del tiempo

 ha logrado vislumbrar más allá

 del espejismo de lo cierto:

 el cielo prometido que ya nos habita

 la luna que moja de dudas las cosechas

 el eslabón invisible del albedrío

 y la pirámide invertida que es el universo.

 

 Sordo ante los engaños del espejo

 su rostro está en otros perfiles

 pues el antes, el ahora y el mañana

 es un diálogo de brisa, ventana y candil

 que no termina o más bien comienza

 cuando detrás del velo escucha recitar

 a la mujer libre que él fue en Alejandría.

 

 Mudo entre las tentaciones de la dicha

 camina y se sumerge con otra fe

 en las aguas turbias de los sueños:

 en esa frontera de golpe y ternura

 él es la espuma que canta sobre la roca,

 en ese naufragio de quejidos y reclamos

 él es la vasija rota de donde brota el deseo.

 

 Sin unos ojos que lo lloren

 sin una boca que lo nombre

 y con el silencio robado de un ángel

 el poeta escribe sobre el largo papiro del río:

 En el arca saqueada del poema

 nos aguarda latiendo una profecía.

 

¿Qué es lo que ha buscado y ha dicho el poeta? ¿Cuál es la certidumbre de su camino? Posiblemente nunca la llegaremos a conocer totalmente, pero lo intentamos arrojando nuestros deseos sobre el paisaje intuitivo de sus versos. Buscamos recoger la flor que brilla admirablemente sobre su mundo, pero no podemos llegar más lejos de lo que insinúan las palabras. Y nos detenemos fijando en nuestra mente los versos que dejaron una impresión indeleble sobre el corazón. Sentimos que el poeta ha reflejado las emociones que hablan de lo profundo de la vida, del calor que nos arropa y nos muestra que el camino de la poesía contribuye a crear un sentido más generoso del mundo. Por eso, los sentimientos expresados por el poeta permiten al lector identificarse con la intimidad y la emoción que los resguarda y sustenta. Imaginamos pues, en esta poesía, lo que ya no necesita explicaciones, y al terminar de leer Errata de fe sintamos que éstas son también nuestras sílabas aturdidas, manchadas y húmedas /regresando de la misa opaca de los sueños / para, con delirio, intentar atestiguar lo inexplicable.

 

 


DAVID CORTÉS CABÁN (Puerto Rico, 1952). Poeta y ensayista. Reside en Nueva York, Estados Unidos. Ha publicado los poemarios Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (con prólogo de Ramón Palomares y Eugenio Montejo, 2004), Islas (2011) y Lugar sin fin (2017).



 

 

 


ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.


 

 


Agulha Revista de Cultura

Número 247 | janeiro de 2024

Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

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