La literatura es un encantamiento que
nos atrapa; y en la mayoría de los casos nunca más nos abandona.
La literatura es una cómplice leal y al
mismo tiempo puede ser un verdugo que nos corta las venas lentamente o bien deja
caer su hacha sobre nuestras cabezas.
La literatura nos abre horizontes o nos
pone una enorme roca antes de lanzarnos a un río furioso en cuyo nicho nos espera
Merlín sentado junto a Virginia Woolf para invitarnos a un té con galletas recién
salidas del horno de Morgana. A veces tenemos la capacidad de salir nuevamente a
flote y otras nos quedamos a su lado; y cuando logramos salir a la superficie ya
no somos los mismos puesto que la literatura nos moldea según la idea que ella tenga
en ese momento determinado sobre lo que es la existencia humana.
La literatura puede ser una tabla de salvación
para algunas personas o puede ser una condena, un infierno, una pesadilla. Es el
caso de Virginia Woolf y de Malcolm Lowry; entre tantos otros escritores malditos
de la Historia de la Literatura.
Por eso Raúl Zurita dice: “La poesía es
herida o no es”.
En lo que a mí concierne me siento más
cercana de la palabra que aprieta la garganta y que ahoga, que de la palabra que
da oxígeno y que la gente llama muy eufemísticamente “bonita”.
EL OFICIO DE LEER
El oficio de leer y de escribir es la razón
primordial de mi existencia como ser humano. Debo decir que, si bien no me considero
ni poeta ni escritora, en el sentido literal de la palabra, si me considero una
muy buena lectora. Y si hubiese que decir algo más sobre mi oficio diría que soy
crítica literaria. Sé muy bien que hay personas que se burlan de este oficio, lo
que no les impide solicitarnos una reseña o una crítica cuando desean hacerle publicidad
a algún libro que han publicado o para una revista literaria que dirigen.
La mayoría de los directores de revistas
son respetuosos y no ponen condiciones a las reseñas o ensayos; otros, en cambio,
escriben mamotretos sobre cómo escribir una reseña no académica; olvidando que son
ellos los que piden nuestra participación gratuita en la revista que dirigen. Creen
que nos hacen un favor publicando nuestras opiniones; cuando son ellos los que no
sobrevivirían sin los críticos literarios.
Hace más de cincuenta años que escribo
y básicamente lo he hecho en la modalidad de ensayo. He escrito más de 300 artículos,
reseñas de libros y ensayos; algunos de ellos malos, otros regulares y otros que
considero que son buenos. Tengo el privilegio de ser publicada en revistas nacionales
e internacionales e incluso algunos de mis ensayos literarios han sido publicados
en libros de UNIOESTE (Universidade Estadual Do Oeste Do Paraná – Cascavel, Brasil);
y eso en varias oportunidades. ¡Y nunca me han exigido absolutamente nada! También
me han publicado en la Universidad Nacional de Colombia, en la Universidad del Valle
y en la Universidad de Caldas. Sólo me piden un ensayo y luego lo publican. Aunque
sé que esto será objeto de burla de los editores de la revista que censura; puesto
que una de las exigencias que imponen es ¡no escribir ensayos académicos como se
hace para las revistas universitarias! Algo verdaderamente rocambolesco; sobre todo
en los términos en que se refieren a dicha producción intelectual.
Entiendo que las líneas editoriales existen;
no obstante, en el caso de la revista que me hizo la invitación para escribir una
reseña, y que rechacé, dichas medidas son demasiado restrictivas y con directrices
claras que exigen ser acatadas. Dicho documento es un manual sobre cómo escribir
un pequeño comentario para que los directores de la revista la publiquen. Posiblemente
ese minicurso pueda servirle a alguien que nunca ha hecho una reseña literaria y
mucho menos un ensayo; aunque yo no hubiese querido que en la universidad me exigieran
trabajos bajo las premisas de la revista en cuestión.
Yo no podría elogiar un libro que considero
malo y si me pagasen tendría forzosamente que hacerlo. Por otra parte, tengo muchos
artículos en los que critico libros que han sido galardonados con premios como Alfaguara
o el Goncourt. Es el caso de Los abismos, de Pilar Quintana, o Abril Rojo, de Santiago
Roncagliolo, o Contigo en la distancia, de Carla Guelfenbein, o Canción Dulce, de
Leïla Slimani.
Yo leo por el placer límbico, estético
e intelectual; es una necesidad igual a respirar, comer o caminar. No lo hago por
condicionamientos exteriores; sólo lo hago porque yo misma necesito de los libros
para poder vivir. Y si luego escribo sobre un libro determinado es porque me surge
la necesidad de dialogar con el libro. El diálogo me permite penetrar en su esencia
y al hacerlo ejerzo el oficio de cirujana. La pluma me sirve de escalpelo para cortar
el texto en infinitas capas y luego armarlas como un rompecabezas en el texto que
yo construyo a partir de la lectura para poder entenderla y asimilarla.
EL OFICIO DE ESCRIBIR
Un escritor es como un actor, se pone varias pieles según la circunstancia del
personaje que interpreta. Para escribir sobre un dipsómano, por ejemplo, un escritor
no tiene necesariamente que serlo; como tampoco tiene que ser un atormentado para
poder bucear en la psiquis de uno de ellos. Un escritor es, en cierta forma, un
fabulador, y quien dice fabulador, dice mentiroso. Un escritor se inventa vidas,
mundos, universos, algunos conocidos, otros sólo leídos, intuidos, escuchados o
soñados.
Un escritor hurga en las historias de los demás, lo
que lo convierte en una especie de psicólogo
o terapeuta; y al hurgar en la psiquis muchas veces habla sobre la condición humana
–léase sobre las miserias, dramas o alienaciones mentales–. También navega en el
dolor o en la alegría, en el pesimismo o en la esperanza y eso no quiere decir que
comparta plenamente los argumentos que despliega en su narrativa o en su poesía
o en su dramaturgia. Un escritor también es un voyeur que espía detrás de una cerradura;
a través de la cual observa la vida de los demás o se las inventa.
La literatura es un sueño que a veces se hace realidad,
puede ser incluso el reflejo de la vida del autor –o al menos de una parte de ella–.
Es decir, la literatura no siempre es el espejo de quien la crea. Eso no quiere
decir que no se escriban novelas autobiográficas –o al menos con rasgos personales–,
lo que me lleva a pensar en Philip Roth o en Amos Oz o en Primo Levi o en Jorge
Semprún, por ejemplo.
Otra de las características del oficio de escritor,
aunque menos mencionada, y no por eso menos importante, es que detrás de un gran
escritor siempre hay un gran lector. Un buen lector no necesariamente es un buen
escritor; en cambio un mal lector siempre será un pésimo escritor. Un escritor debe
interesarse por múltiples temas: filosofía, historia, sociología, antropología,
cine, música, por no nombrar sino algunas de las disciplinas del gran océano que
es el conocimiento humano; y en el cual cabe, por supuesto, la ciencia. Debe leer
a sus contemporáneos y a los clásicos; o a aquellos que la crítica literaria o la
historia de la literatura han relegado al cuarto de san Alejo y que a veces alberga
verdaderas joyas del pensamiento y de la creación literaria.
LA LITERATURA ME HA HECHO LIBRE
Hace varios años recibí
una desafortunada petición que el Movimiento Poetas del Mundo, en cabeza de su director-fundador,
el chileno Luis Arias Manzo, me hizo para que apoyase la candidatura de Hugo Chávez
Frías, a quien yo consideraba un dictador en el sentido literal de la palabra; por
lo que inmediatamente le escribí exigiéndole que mi nombre fuera borrado de dicho
movimiento y diciéndole que ya no deseaba formar parte de la antología que en ese
momento estaba preparando.
No apruebo ninguna
dictadura, ni de derecha ni de izquierda, por eso no me gustaba Fidel ni me gusta
su hermano Raúl ni el engendro que crearon entre los dos; me refiero a Diaz-Canel.
Y así como rechacé participar en un movimiento que no dudaba en apoyar a un personaje
tan siniestro como Chávez, que tanto mal le hizo a Venezuela y a América Latina,
tampoco acepto invitaciones para participar en encuentros poéticos en Israel, ya
que no comparto la terrible política de exterminio y aislamiento que dicho Estado
practica en contra del pueblo palestino. Tampoco acepto invitaciones de festivales
de Cuba; como tampoco aceptaría asistir a uno en Venezuela o en Nicaragua.
La literatura me ha
hecho libre y espero seguir siéndolo, soy contestaria, rebelde por antonomasia,
no comulgo con ningún partido político, ni creo en ninguno de sus representantes,
nunca participo de las elecciones, ni pertenezco a ninguna religión, ni soy seguidora
de equipos de futbol, ni de artistas, ni de personajes de la farándula, no soy racista,
ni homofóbica ni estoy en contra del aborto. Estoy en contra de toda clase de fanatismo,
llámese religioso o ideológico, creo en el libre albedrío del hombre y soy consciente
que los Estados totalitarios nos ponen una mordaza enorme, que nos encadenan a su
forma de pensar y que nos obligan a tener que convivir con sus excesos. Es por ello
que considero que para crear un movimiento literario éste debe estar por fuera de
los compromisos políticos e individuales. Pueden leer la carta de Luis Arias Manzo
que menciono en el siguiente sitio:
LA LITERATURA NO TIENE
PORQUÉ DAR LECCIONES DE MORAL
Nunca he creído que la literatura deba dar lecciones de moral, aunque podrían recordarme que existen las fábulas; muchas de ellas escritas en verso. Sin embargo, se trata de un género que no tiene nada que ver ni con la poesía ni con la novela; y lo afirmo puesto que su característica principal son las moralejas. A mi modo de ver la fábula no debe extrapolarse ni a la poesía ni al cuento ni a la novela ni al ensayo; hacerlo es demeritar el trabajo del poeta o escritor. Sacar moralejas, o dar lecciones de moral, es lo que hacen seudoescritores como Paulo Coelho; o sea, eso es propio de los libros de autoayuda o de superación como la gente los llama comúnmente. Por ejemplo, no creo que a Alejandra Pizarnik le hubiera gustado que alguien criticara su decisión personal, autónoma y libre con respecto a su suicidio. Y con esto no quiero decir que no se pueda debatir sobre el suicidio u otro tema sensible, o que las personas o alumnos de literatura no puedan dar su opinión; lo que trato de decir es que para ello hay otros espacios; y por supuesto que la literatura ayuda a reflexionar sobre temas tan espinosos en una sociedad tan creyente como la colombiana, donde el suicidio está al mismo nivel que el pecado; algo que yo no comparto. Por otra parte, no creo en la existencia del pecado. Existen transgresiones morales que responden a normas estrictas de las culturas y de los pueblos; sin embargo, una transgresión moral no necesariamente es un delito; así la sociedad la considere como tal. Me refiero, por ejemplo, a la homosexualidad o al aborto. Incluso hasta los años 70 del siglo pasado en Colombia no existía el crimen de feminicidio; incluso se consideraba que matar a una mujer que era la compañera o esposa entraba dentro de la categoría de “crímenes pasionales” y que se hacía para lavar el honor mancillado del hombre; por lo que muy pocas veces el asesino –léase feminicida– era condenado a prisión.
LA IMPORTANCIA DE LAS BIBLIOTECAS PÚBLICAS
La verdad es que siempre he sido una crítica de ese argumento
que pretende explicar que la causa principal por la que en Colombia no se lee sea
porque los libros son muy costosos. No creo en ese argumento. Cuando era estudiante
siempre fui una visitante asidua de las bibliotecas públicas y universitarias; por
otra parte, trabajé durante diez años en una biblioteca municipal; así que creo
conocer un poco su importancia social, educativa y cultural.
El problema no radica en que los libros sean caros,
por supuesto que lo son, siempre lo han sido, sobre todo en Colombia. El problema,
al menos para mí, proviene de otras fuentes. En Colombia SIEMPRE hay dinero par
comprar, al menos, una botella de licor a la semana. SIEMPRE hay dinero para pagar
una boleta excesivamente cara para ir al fútbol o comprarse el último modelo de
TV; pero NUNCA hay dinero para comprar libros con el argumento que son muy onerosos.
Asumamos que así sea, en ese caso ¿porqué no visitamos las bibliotecas públicas?
Pocos profesores llevan a sus alumnos a estos centros de conocimiento y de saber
y además pocas veces explican que los libros pueden ser llevados a casa. Olvidamos
lo fácil que es hacerse a un carnet de la Biblioteca del Banco de la República,
por ejemplo. Eso sin olvidar que muchos
rectores de los colegios públicos tienen los libros bajo llave y en algunos casos
en su propia oficina; tal y como lo observé en alguna ocasión cuando me tocaba visitarlas
como funcionaria pública. La explicación inverosímil, pero real, era que los libros
estaban bajo su responsabilidad, es decir bajo su inventario, así que no podían
arriesgarse a perderlos. También recuerdo que en muchas ocasiones la biblioteca
del colegio ha sido utilizada como lugar de castigo para los estudiantes indisciplinados;
lo que me recuerda que para muchos padres "obligar" a leer un libro es
también una especie de castigo y el premio es ver la televisión o los juegos de
Internet. Eso sin contar que los padres leen muy poco y algunos, la gran mayoría,
no lee absolutamente nada; sin embargo, exigen que sus hijos ojeen uno que otro libro.
Y esta reflexión sobre la poca lectura de los
colombianos me lleva a pensar en el blog El Hilo de Ariadna, de www.elespectador.com,
que escribí durante cerca de una década y que me dio la oportunidad de establecer
contacto con personas que no siempre piensan como yo; algo que valoro mucho. El
derecho a la disensión es una de las premisas de mi vida, creo que debería hacer
parte de la educación; ello evitaría el fanatismo en el que caen miles de personas
que consideran que sus ideas políticas y religiosas son las únicas que deben prevalecer.
Si desde la casa y desde el aula, sin olvidar a los políticos, se hiciese énfasis
en el derecho a pensar diferente, posiblemente tendríamos un mundo más pacífico;
o al menos más respetuoso. La persona que ataca a alguien que no piensa como ella
sólo se empequeñece ante los ojos de los demás, puesto que la agresión sólo es un
síntoma que algo no va bien; es un signo de ignorancia y de poca inteligencia, entre
otros aspectos. Y lo que es aún peor, si la persona que agrede a otro se considera
católica, simplemente está faltando a uno de los pilares de esta religión de origen
judeocristiano: la caridad. Amenazar a alguien porque no es creyente, o porque no
comulga con nuestro credo político, desear su condena, así la otra persona no crea
en las condenas eternas, solo en la terrenales, no deja de ser una gran paradoja,
ya que yo diría que es la persona que desea el mal la que se está condenando a sí
misma, por no decir que se está flagelando, puesto que imagino que después irá a
confesarse por haberle deseado el mal a un congénere. Pero también es muy posible
que sus palabras den paso al acto, lo que podría convertirla en asesina; o al menos
en instigadora de lesiones personales y/o psicológicas. Supongo que son esas mismas
personas que se creen profundamente religiosas las que no paran de decir que hay
que lograr la paz, y eso está muy bien; aunque deberían pensar que para lograrlo
lo primero que deberían hacer es aceptar que los seres humanos no somos clones;
que la libertad y el libre albedrío existen; que nada está escrito de antemano y
que nadie tiene la verdad revelada, ni siquiera los sacerdotes; algunos de los cuales
han cometido actos atroces contra menores de edad o contra mujeres indefensas.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir (Francia, 2012), Náufraga Perpetua (2012), La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). Ha recibido cinco premios de poesía. Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en medios nacionales e internacionales; entre ellos las revistas Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura (Brasil), Esteros (Uruguay), blog Crear en Salamanca y Aleph (Colombia), dirigidas por Estela Guedes, Floriano Martins, Carolina Zamudio, Alfredo Pérez Alencart y Carlos-Enrique Ruiz, respectivamente; y gracias a la invitación del profesor Antonio Donizeti Da Cruz varios de sus artículos han sido publicados por UNIOESTE (Universidade Estadual do Oeste do Paraná, Brasil). Ha sido traducida al francés, portugués, rumano, griego e inglés.
ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 247 | janeiro de 2024
Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2024
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
Nenhum comentário:
Postar um comentário