segunda-feira, 15 de janeiro de 2024

BERTA LUCÍA ESTRADA | Una hechicera llamada Literatura



La literatura tiene la capacidad de hechizar, de conjurar, de embrujar; es un sortilegio y muchas veces es un maleficio.

La literatura es un encantamiento que nos atrapa; y en la mayoría de los casos nunca más nos abandona.

La literatura es una cómplice leal y al mismo tiempo puede ser un verdugo que nos corta las venas lentamente o bien deja caer su hacha sobre nuestras cabezas.

La literatura nos abre horizontes o nos pone una enorme roca antes de lanzarnos a un río furioso en cuyo nicho nos espera Merlín sentado junto a Virginia Woolf para invitarnos a un té con galletas recién salidas del horno de Morgana. A veces tenemos la capacidad de salir nuevamente a flote y otras nos quedamos a su lado; y cuando logramos salir a la superficie ya no somos los mismos puesto que la literatura nos moldea según la idea que ella tenga en ese momento determinado sobre lo que es la existencia humana.

La literatura puede ser una tabla de salvación para algunas personas o puede ser una condena, un infierno, una pesadilla. Es el caso de Virginia Woolf y de Malcolm Lowry; entre tantos otros escritores malditos de la Historia de la Literatura.

Por eso Raúl Zurita dice: “La poesía es herida o no es”.

En lo que a mí concierne me siento más cercana de la palabra que aprieta la garganta y que ahoga, que de la palabra que da oxígeno y que la gente llama muy eufemísticamente “bonita”.

 

EL OFICIO DE LEER

El oficio de leer y de escribir es la razón primordial de mi existencia como ser humano. Debo decir que, si bien no me considero ni poeta ni escritora, en el sentido literal de la palabra, si me considero una muy buena lectora. Y si hubiese que decir algo más sobre mi oficio diría que soy crítica literaria. Sé muy bien que hay personas que se burlan de este oficio, lo que no les impide solicitarnos una reseña o una crítica cuando desean hacerle publicidad a algún libro que han publicado o para una revista literaria que dirigen.

La mayoría de los directores de revistas son respetuosos y no ponen condiciones a las reseñas o ensayos; otros, en cambio, escriben mamotretos sobre cómo escribir una reseña no académica; olvidando que son ellos los que piden nuestra participación gratuita en la revista que dirigen. Creen que nos hacen un favor publicando nuestras opiniones; cuando son ellos los que no sobrevivirían sin los críticos literarios.

Hace más de cincuenta años que escribo y básicamente lo he hecho en la modalidad de ensayo. He escrito más de 300 artículos, reseñas de libros y ensayos; algunos de ellos malos, otros regulares y otros que considero que son buenos. Tengo el privilegio de ser publicada en revistas nacionales e internacionales e incluso algunos de mis ensayos literarios han sido publicados en libros de UNIOESTE (Universidade Estadual Do Oeste Do Paraná – Cascavel, Brasil); y eso en varias oportunidades. ¡Y nunca me han exigido absolutamente nada! También me han publicado en la Universidad Nacional de Colombia, en la Universidad del Valle y en la Universidad de Caldas. Sólo me piden un ensayo y luego lo publican. Aunque sé que esto será objeto de burla de los editores de la revista que censura; puesto que una de las exigencias que imponen es ¡no escribir ensayos académicos como se hace para las revistas universitarias! Algo verdaderamente rocambolesco; sobre todo en los términos en que se refieren a dicha producción intelectual.

Entiendo que las líneas editoriales existen; no obstante, en el caso de la revista que me hizo la invitación para escribir una reseña, y que rechacé, dichas medidas son demasiado restrictivas y con directrices claras que exigen ser acatadas. Dicho documento es un manual sobre cómo escribir un pequeño comentario para que los directores de la revista la publiquen. Posiblemente ese minicurso pueda servirle a alguien que nunca ha hecho una reseña literaria y mucho menos un ensayo; aunque yo no hubiese querido que en la universidad me exigieran trabajos bajo las premisas de la revista en cuestión.


Aunque sé que hay críticos que cobran por reseña o prólogo escritos quisiera aclarar que nunca recibo dinero a cambio de una reseña o de un prólogo y que jamás me han pagado por un ensayo publicado; así tenga detractores que lo afirmen. También debo decir que la mayoría de análisis literarios que he escrito han sido sobre autores que ni siquiera saben que existo y que muy posiblemente jamás lo sepan. Me interesa más el anonimato que los elogios a obras que no me gustan. Incluso hay autores sobre los que he escrito y luego he rechazado hacerlo de nuevo. ¿Por qué? Puede ser porque he estado sumergida en otros libros o porque el libro que desean que yo resalte no me gusta.

Yo no podría elogiar un libro que considero malo y si me pagasen tendría forzosamente que hacerlo. Por otra parte, tengo muchos artículos en los que critico libros que han sido galardonados con premios como Alfaguara o el Goncourt. Es el caso de Los abismos, de Pilar Quintana, o Abril Rojo, de Santiago Roncagliolo, o Contigo en la distancia, de Carla Guelfenbein, o Canción Dulce, de Leïla Slimani.

Yo leo por el placer límbico, estético e intelectual; es una necesidad igual a respirar, comer o caminar. No lo hago por condicionamientos exteriores; sólo lo hago porque yo misma necesito de los libros para poder vivir. Y si luego escribo sobre un libro determinado es porque me surge la necesidad de dialogar con el libro. El diálogo me permite penetrar en su esencia y al hacerlo ejerzo el oficio de cirujana. La pluma me sirve de escalpelo para cortar el texto en infinitas capas y luego armarlas como un rompecabezas en el texto que yo construyo a partir de la lectura para poder entenderla y asimilarla.

 

EL OFICIO DE ESCRIBIR

Un escritor es como un actor, se pone varias pieles según la circunstancia del personaje que interpreta. Para escribir sobre un dipsómano, por ejemplo, un escritor no tiene necesariamente que serlo; como tampoco tiene que ser un atormentado para poder bucear en la psiquis de uno de ellos. Un escritor es, en cierta forma, un fabulador, y quien dice fabulador, dice mentiroso. Un escritor se inventa vidas, mundos, universos, algunos conocidos, otros sólo leídos, intuidos, escuchados o soñados.

Un escritor hurga en las historias de los demás, lo que lo convierte en una especie de psicólogo o terapeuta; y al hurgar en la psiquis muchas veces habla sobre la condición humana –léase sobre las miserias, dramas o alienaciones mentales–. También navega en el dolor o en la alegría, en el pesimismo o en la esperanza y eso no quiere decir que comparta plenamente los argumentos que despliega en su narrativa o en su poesía o en su dramaturgia. Un escritor también es un voyeur que espía detrás de una cerradura; a través de la cual observa la vida de los demás o se las inventa.

La literatura es un sueño que a veces se hace realidad, puede ser incluso el reflejo de la vida del autor –o al menos de una parte de ella–. Es decir, la literatura no siempre es el espejo de quien la crea. Eso no quiere decir que no se escriban novelas autobiográficas –o al menos con rasgos personales–, lo que me lleva a pensar en Philip Roth o en Amos Oz o en Primo Levi o en Jorge Semprún, por ejemplo.

Otra de las características del oficio de escritor, aunque menos mencionada, y no por eso menos importante, es que detrás de un gran escritor siempre hay un gran lector. Un buen lector no necesariamente es un buen escritor; en cambio un mal lector siempre será un pésimo escritor. Un escritor debe interesarse por múltiples temas: filosofía, historia, sociología, antropología, cine, música, por no nombrar sino algunas de las disciplinas del gran océano que es el conocimiento humano; y en el cual cabe, por supuesto, la ciencia. Debe leer a sus contemporáneos y a los clásicos; o a aquellos que la crítica literaria o la historia de la literatura han relegado al cuarto de san Alejo y que a veces alberga verdaderas joyas del pensamiento y de la creación literaria.


Es importante anotar que el oficio de escritor conlleva una enorme disciplina y rigor a la hora de trabajar. La gente a veces cree que una novela, un cuento o un poema son simplemente dictados en una noche de luna llena por las musas que en esa ocasión pasaban por ahí, cerca a la casa del feliz escogido. Es cierto que hay ocasiones, debido a múltiples factores, en que la sensibilidad puede tener mayor impacto a la hora de escribir; lo que de verdad hay que tener en cuenta es que detrás de cada obra hay muchas horas de trabajo; a veces es el resultado de toda una vida. Y de lectura, de mucha lectura.

 

LA LITERATURA ME HA HECHO LIBRE

Hace varios años recibí una desafortunada petición que el Movimiento Poetas del Mundo, en cabeza de su director-fundador, el chileno Luis Arias Manzo, me hizo para que apoyase la candidatura de Hugo Chávez Frías, a quien yo consideraba un dictador en el sentido literal de la palabra; por lo que inmediatamente le escribí exigiéndole que mi nombre fuera borrado de dicho movimiento y diciéndole que ya no deseaba formar parte de la antología que en ese momento estaba preparando.

No apruebo ninguna dictadura, ni de derecha ni de izquierda, por eso no me gustaba Fidel ni me gusta su hermano Raúl ni el engendro que crearon entre los dos; me refiero a Diaz-Canel. Y así como rechacé participar en un movimiento que no dudaba en apoyar a un personaje tan siniestro como Chávez, que tanto mal le hizo a Venezuela y a América Latina, tampoco acepto invitaciones para participar en encuentros poéticos en Israel, ya que no comparto la terrible política de exterminio y aislamiento que dicho Estado practica en contra del pueblo palestino. Tampoco acepto invitaciones de festivales de Cuba; como tampoco aceptaría asistir a uno en Venezuela o en Nicaragua.

La literatura me ha hecho libre y espero seguir siéndolo, soy contestaria, rebelde por antonomasia, no comulgo con ningún partido político, ni creo en ninguno de sus representantes, nunca participo de las elecciones, ni pertenezco a ninguna religión, ni soy seguidora de equipos de futbol, ni de artistas, ni de personajes de la farándula, no soy racista, ni homofóbica ni estoy en contra del aborto. Estoy en contra de toda clase de fanatismo, llámese religioso o ideológico, creo en el libre albedrío del hombre y soy consciente que los Estados totalitarios nos ponen una mordaza enorme, que nos encadenan a su forma de pensar y que nos obligan a tener que convivir con sus excesos. Es por ello que considero que para crear un movimiento literario éste debe estar por fuera de los compromisos políticos e individuales. Pueden leer la carta de Luis Arias Manzo que menciono en el siguiente sitio:

www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/carta-abierta-de-los-poetas-del-mundo-en-apoyo-a-la-reeleccion-del-presidente-hugo-chavez-frias/23061.html

 

LA LITERATURA NO TIENE PORQUÉ DAR LECCIONES DE MORAL

Nunca he creído que la literatura deba dar lecciones de moral, aunque podrían recordarme que existen las fábulas; muchas de ellas escritas en verso. Sin embargo, se trata de un género que no tiene nada que ver ni con la poesía ni con la novela; y lo afirmo puesto que su característica principal son las moralejas. A mi modo de ver la fábula no debe extrapolarse ni a la poesía ni al cuento ni a la novela ni al ensayo; hacerlo es demeritar el trabajo del poeta o escritor. Sacar moralejas, o dar lecciones de moral, es lo que hacen seudoescritores como Paulo Coelho; o sea, eso es propio de los libros de autoayuda o de superación como la gente los llama comúnmente. Por ejemplo, no creo que a Alejandra Pizarnik le hubiera gustado que alguien criticara su decisión personal, autónoma y libre con respecto a su suicidio. Y con esto no quiero decir que no se pueda debatir sobre el suicidio u otro tema sensible, o que las personas o alumnos de literatura no puedan dar su opinión; lo que trato de decir es que para ello hay otros espacios; y por supuesto que la literatura ayuda a reflexionar sobre temas tan espinosos en una sociedad tan creyente como la colombiana, donde el suicidio está al mismo nivel que el pecado; algo que yo no comparto. Por otra parte, no creo en la existencia del pecado. Existen transgresiones morales que responden a normas estrictas de las culturas y de los pueblos; sin embargo, una transgresión moral no necesariamente es un delito; así la sociedad la considere como tal. Me refiero, por ejemplo, a la homosexualidad o al aborto. Incluso hasta los años 70 del siglo pasado en Colombia no existía el crimen de feminicidio; incluso se consideraba que matar a una mujer que era la compañera o esposa entraba dentro de la categoría de “crímenes pasionales” y que se hacía para lavar el honor mancillado del hombre; por lo que muy pocas veces el asesino –léase feminicida– era condenado a prisión.


Cabe recordar que un escritor o artista también es un ser humano; por lo tanto, puede tener actitudes con las cuales no estamos de acuerdo y eso no hace menos importante su obra literaria o artística. Pienso en Pablo Neruda o en Picasso e incluso en Virginia Woolf que era antisemita. Y sí, sé que me dirán que su marido era judío; sin embargo, ella, al igual que todo el grupo de Bloomsbury, era antisemita. Es más, cuando se casó con Leonard Woolf ella no quiso invitar a su madre a la boda; precisamente porque era judía. Sólo al final de su vida comenzó a entender su postura y a cambiar su forma de pensar –si quieren investigar más sobre este tema les sugiero la biografía de Virginia Woolf escrita por Viviane Forrester (Albin Michel, París, 2009. Es la mejor biografía que se ha escritora sobre esta inmensa escritora y pensadora–.

 

LA IMPORTANCIA DE LAS BIBLIOTECAS PÚBLICAS

La verdad es que siempre he sido una crítica de ese argumento que pretende explicar que la causa principal por la que en Colombia no se lee sea porque los libros son muy costosos. No creo en ese argumento. Cuando era estudiante siempre fui una visitante asidua de las bibliotecas públicas y universitarias; por otra parte, trabajé durante diez años en una biblioteca municipal; así que creo conocer un poco su importancia social, educativa y cultural.

El problema no radica en que los libros sean caros, por supuesto que lo son, siempre lo han sido, sobre todo en Colombia. El problema, al menos para mí, proviene de otras fuentes. En Colombia SIEMPRE hay dinero par comprar, al menos, una botella de licor a la semana. SIEMPRE hay dinero para pagar una boleta excesivamente cara para ir al fútbol o comprarse el último modelo de TV; pero NUNCA hay dinero para comprar libros con el argumento que son muy onerosos. Asumamos que así sea, en ese caso ¿porqué no visitamos las bibliotecas públicas? Pocos profesores llevan a sus alumnos a estos centros de conocimiento y de saber y además pocas veces explican que los libros pueden ser llevados a casa. Olvidamos lo fácil que es hacerse a un carnet de la Biblioteca del Banco de la República, por ejemplo. Eso sin olvidar que muchos rectores de los colegios públicos tienen los libros bajo llave y en algunos casos en su propia oficina; tal y como lo observé en alguna ocasión cuando me tocaba visitarlas como funcionaria pública. La explicación inverosímil, pero real, era que los libros estaban bajo su responsabilidad, es decir bajo su inventario, así que no podían arriesgarse a perderlos. También recuerdo que en muchas ocasiones la biblioteca del colegio ha sido utilizada como lugar de castigo para los estudiantes indisciplinados; lo que me recuerda que para muchos padres "obligar" a leer un libro es también una especie de castigo y el premio es ver la televisión o los juegos de Internet. Eso sin contar que los padres leen muy poco y algunos, la gran mayoría, no lee absolutamente nada; sin embargo, exigen que sus hijos ojeen uno que otro libro.

Y esta reflexión sobre la poca lectura de los colombianos me lleva a pensar en el blog El Hilo de Ariadna, de www.elespectador.com, que escribí durante cerca de una década y que me dio la oportunidad de establecer contacto con personas que no siempre piensan como yo; algo que valoro mucho. El derecho a la disensión es una de las premisas de mi vida, creo que debería hacer parte de la educación; ello evitaría el fanatismo en el que caen miles de personas que consideran que sus ideas políticas y religiosas son las únicas que deben prevalecer. Si desde la casa y desde el aula, sin olvidar a los políticos, se hiciese énfasis en el derecho a pensar diferente, posiblemente tendríamos un mundo más pacífico; o al menos más respetuoso. La persona que ataca a alguien que no piensa como ella sólo se empequeñece ante los ojos de los demás, puesto que la agresión sólo es un síntoma que algo no va bien; es un signo de ignorancia y de poca inteligencia, entre otros aspectos. Y lo que es aún peor, si la persona que agrede a otro se considera católica, simplemente está faltando a uno de los pilares de esta religión de origen judeocristiano: la caridad. Amenazar a alguien porque no es creyente, o porque no comulga con nuestro credo político, desear su condena, así la otra persona no crea en las condenas eternas, solo en la terrenales, no deja de ser una gran paradoja, ya que yo diría que es la persona que desea el mal la que se está condenando a sí misma, por no decir que se está flagelando, puesto que imagino que después irá a confesarse por haberle deseado el mal a un congénere. Pero también es muy posible que sus palabras den paso al acto, lo que podría convertirla en asesina; o al menos en instigadora de lesiones personales y/o psicológicas. Supongo que son esas mismas personas que se creen profundamente religiosas las que no paran de decir que hay que lograr la paz, y eso está muy bien; aunque deberían pensar que para lograrlo lo primero que deberían hacer es aceptar que los seres humanos no somos clones; que la libertad y el libre albedrío existen; que nada está escrito de antemano y que nadie tiene la verdad revelada, ni siquiera los sacerdotes; algunos de los cuales han cometido actos atroces contra menores de edad o contra mujeres indefensas.

 

 


BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir (Francia, 2012), Náufraga Perpetua (2012), La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). Ha recibido cinco premios de poesía. Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en medios nacionales e internacionales; entre ellos las revistas Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura (Brasil), Esteros (Uruguay), blog Crear en Salamanca y Aleph (Colombia), dirigidas por Estela Guedes, Floriano Martins, Carolina Zamudio, Alfredo Pérez Alencart y Carlos-Enrique Ruiz, respectivamente; y gracias a la invitación del profesor Antonio Donizeti Da Cruz varios de sus artículos han sido publicados por UNIOESTE (Universidade Estadual do Oeste do Paraná, Brasil). Ha sido traducida al francés, portugués, rumano, griego e inglés.

 

 


ROBERT EDMOND JONES (Estados Unidos, 1887-1954). Cenógrafo, iluminador e figurinista, conhecido por incorporar a nova encenação ao drama americano, este notável criador buscou sempre integrar elementos cênicos à narrativa, em vez de mantê-los separados e indiferentes da ação da peça. Seu estilo visual, muitas vezes referido como realismo simplificado, combinava o uso ousado e vívido de cores e iluminação simples, mas dramática. Seus projetos inovadores para a American Opera Company de Vladimir Rosing em 1927 e 1928 foram elogiados pela crítica. Jones também trouxe seu estilo expressionista para muitas produções realizadas pelo Theatre Guild, com designs inovadores para The Philadelphia Story (1937), Othello (1943) e The Iceman Cometh (1946). O maior sucesso comercial de Jones foi com The Green Pastures (1930), que, se incluirmos seu renascimento em 1951, teve um total de 1.642 apresentações. Seu livro The Dramatic Imagination é considerado a obra definitiva sobre a cenografia moderna da primeira metade do século XX. Robert Edmond Jones é o artista convidado da presente edição da Agulha Revista de Cultura.

 

 


Agulha Revista de Cultura

Número 247 | janeiro de 2024

Artista convidado: Robert Edmond Jones (Estados Unidos, 1887-1954)

editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com

ARC Edições © 2024


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