Otra
escritora de gran renombre fue Madeleine de Scudéry (1607-1701), quien dirigía su propio salón
literario; tal y como ocurrió con otras escritoras, Madeleine de Scudéry
publicó sus primeras obras utilizando el nombre de su hermano Georges, escritor
como ella, pero inferior literariamente hablando. Posteriormente, utilizó el
seudónimo de Safo y finalmente decidió publicar utilizando su
verdadero nombre. Madeleine de Scudéry, es considerada como una de las grandes
escritoras del siglo XVII. Como era usual en su época, en su salón literario
recibía a los grandes intelectuales, artistas y músicos. Su Salón era
frecuentado, básicamente, por intelectuales que apoyaban La Fronda, movimiento insurreccional en contra de la Regente Ana de
Austria (1606-1646) y de Mazarino (1602-1661); regencia llevada a cabo durante
los años de infancia de Luis XIV (1638-1715). Madeleine de Scudéry, fue una
incondicional de “La Grande Mademoiselle”,
cuyo nombre verdadero era Ana María de Orléans (1627-1693), quien tenía grandes lazos con el
movimiento insurrecto. Por su parte, el cardenal Mazarino (1602-1661) legó su
inmensa fortuna al estado francés, y en su testamento especificó que una parte
de ese dinero debía utilizarse para la fundación del Colegio de Cuatro Naciones, el cual se conocería luego con el
nombre de Instituto de Francia.
Este
mundo de salones literarios y de intrigas sociales y políticas, que creíamos
perdido, pudo ser respirado y vivido a través del teatro. Me refiero a la obra L’Antichambre de Jean-Claude Brisville,
llevada a las tablas en 2008 por Christophe Lidon.
En ella se logra se representan los salones del siglo XVIII; especialmente el
declive del salón de una famosa libertina, Madame de Deffand (1697-1780) (representada por Danièle Lebrun) y el duelo
verbal que establece con su sobrina Mademoiselle de Lesspinasse (1732-1776) (representada por Sarah Biasini, la hija de
Romy Shenneider) y en el medio, Charles-Jean-François Hénault D’Armorezan (1685-1770), conocido también con el nombre de
“El Presidente Hénault”, un conocido
hombre político de la época, siendo representado por el actor Roger Dumas.
En
este siglo de mujeres de excelsa pluma encontramos a Madame de Lafayette (1634-1693), autora de La princesa de Clèves; considerada como la primera novela moderna de
la literatura francesa. Esta obra se destaca por una acertada descripción
psicológica de sus personajes. Y si bien sus contemporáneos reconocían sus
calidades intelectuales, ella no debió haberse sentido del todo segura ya que
nunca reconoció la autoría de la novela en cuestión y algunos de sus libros
fueron publicados póstumamente.
En
el siglo XVIII Madame de Châtelet (1706-1749), reconocida por sus aportes a la
ciencia, escribió Las instituciones de la
física y tradujo a Newton (1643-1727). Además, fue una mujer que osó
desafiar a la sociedad de su tiempo al abandonar a su marido e irse a vivir con
Voltaire (1694-1778), con quien estableció una relación
afectiva, sólida y duradera. Realizaron conjuntamente varias investigaciones
científicas y su salón fue visitado por los grandes intelectuales de la época.
Su biblioteca llegó a albergar diez mil volúmenes y era considerada una de las
más importantes de la época. Por su parte Mary Wollstonecraft (1759-1797) escribió La vindicación de los derechos de la mujer. Su hija fue la célebre
Mary Shelley (1797-1851), casada con el poeta Pierce Shelly.
Mary Shelley es la autora de Frankestein,
la célebre novela gótica, tantas veces llevada al cine. Mary Shelley, ejerció
también como editora de la obra poética de su marido y es considerada la
pionera de la crítica literaria; lo que da luces sobre su gran capacidad
intelectual; también fue dramaturga, ensayista y biógrafa.
En
el mundo de la música encontramos a Ana Mozart (1751-1829), niña prodigio, compositora e
intérprete, quien debió sacrificar su carrera, por ordenes de su progenitor,
para no opacar a su hermano Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). En el siglo XIX está Fanny
Mendelssohn (1805-1847), hermana del Félix Mendelssohn.
Las labores de la casa y la sociedad decimonónica, que rechazaba el ascenso
profesional de las pianistas y compositoras, le impidieron realizarse
plenamente como intérprete del piano. El caso de Clara Schumann (1819-1896) es diferente. Alabada por Goethe (1742-1832), fue reconocida como una gran
pianista y compositora, comparada incluso por sus contemporáneos con Liszt (1811-1886). Y aunque ganaba bien por su
trabajo, realizaba giras por toda Europa, y su marido, Robert Schumann (1810-1856), la admiraba y estimulaba su
trabajo, ella nunca fue verdaderamente consciente de sus capacidades como
música y compositora. Al respecto escribió en uno de sus diarios:
Alguna vez creí que tenía talento
creativo, pero he renunciado a esta idea; una mujer no debe desear componer.
Ninguna ha sido capaz de hacerlo, así que ¿Por qué habría de esperarlo yo?
Otro
caso fehaciente de la infamia causada a una mujer es la vida de la gran
escultora Camille Claudel (1864-1943). Muchas de sus obras fueron
atribuidas a Auguste Rodin (1840-1917). Camille Claudel fue su pupila,
colaboradora y amante por muchos años. La tormentosa relación afectiva que tuvo
con Rodin influyó sobremanera en su estabilidad mental. Esta extraordinaria
escultora tuvo una vida marcada por la fatalidad. Poseedora de un gran talento,
terminó su vida encerrada en un hospital psiquiátrico, alejada de los hombres
que más amó: de su hermano Paul Claudel (1868-1955),
a quien ella misma le auguraría un gran lugar en el mundo de las letras, y de
su gran amor Auguste Rodin, el genio de Las Puertas del Infierno –proyecto en el
que Camille Claudel participó como ayudante-. La relación de
Camille y Rodin, de Maestro y de aprendiz, pronto pasó al plano afectivo,
habiéndose establecido una relación turbulenta por espacio de varios años. El
trabajo y la relación terminaron abruptamente en parte porque Auguste Rodin no
aceptó nunca separarse de su compañera sentimental Rose Beuret; por lo que la artista se sumergió cada vez más
en su trabajo, y junto con él en una profunda soledad y una abismal depresión.
Algunas de las obras que fueron atribuidas a Rodin por espacio de casi un siglo
son en realidad, trabajo de Camille Claudel.
Incluso, una de las causas de la paranoia que la afligiría por más de treinta
años, fue producto de los rumores que atribuían que gran parte de sus obras
eran creación de Rodin. El excesivo amor y devoción que sentía por él se
convirtieron en un odio sin atenuantes, que también fue decisivo en el supuesto
deterioro mental que la aquejaría hasta el momento de su muerte. Los últimos 30
años de su vida los pasó sin hablar y sin producir ni una sola obra. Imagino
que en el fondo de ella misma era un grito de dolor al ver como su libertad le
había sido arrebatada por el hombre que había amado. Pero también por su madre
y hermana que la consideraron una gran vergüenza para la familia, por el hecho
de haber escogido la profesión de escultora, en vez de haberse casado con uno
de los tantos pretendientes burgueses que la acechaban; y lo que es peor, nunca
aceptaron su relación con Rodin. También se sintió abandonada por el hermano al
que ella había apoyado en los inicios de su carrera literaria, pero para él,
Camille significaba una seria amenaza para su otra carrera, la de diplomático.
Al enclaustrarla en el horror que representaba un manicomio a comienzos del
siglo XX, su familia y el mismo Rodin, creyeron callarla para siempre; pero
Camille era rebelde por naturaleza, y aunque nunca más volvió a hablar, si le
escribió muchas cartas a Paul suplicándole que la sacara del lugar donde estaba
internada. Jamás recibió una respuesta, por lo que ella escribiría en su diario
frases lacerantes como estas que transcribo:
Tras apoderarse de la obra realizada a lo
largo de toda mi vida, me obligan a cumplir los años de prisión que tanto
merecían ellos…”. “En el fondo todo eso surge del
cerebro diabólico de Rodin. Tenía una sola obsesión: que, una vez muerto, yo
progresara como artista y lo superara; necesitaba creer que, después de muerto,
seguiría teniéndome entre sus garras igual que hizo en vida. [2]
Y
si miramos a las pintoras latinoamericanas del siglo XX, nos encontramos con
Frida Khalo (1907-1954), quien verdaderamente
comienza a ser admirada y respetada a partir del momento en que André Breton (1896-1966) la declara surrealista y expone
sus obras en París. En Colombia, el drama lo conoce Débora Arango (1907-2005),
a quien la crítica de arte Marta Traba (1930-1983) destrozara. Hace apenas 20 años que su genio
ha sido reconocido, lástima que haya sido en el ocaso de su vida.
Este
libro no quedaría completo sino hablara de la escritora de literatura para
niños, de origen mongol, Sophie Rostoptchine,
Condesa de Ségur (1799-1874). Hija del Conde Fedor Rostoptchine,
gobernador de Moscú en el fatídico año de 1812, y el mismo que ideó la
estrategia de incendiar la ciudad para evitar que Napoleón Bonaparte (1769-1821), junto con su ejército,
se la tomara y se instalara en ella para pasar el invierno. Al no poder
soportar a la intemperie la inclemencia de las bajas temperaturas moscovitas y
al no poder recibir el reabastecimiento para sus tropas, fue lo que condujo a
la huida desastrosa que debió emprender y que todos conocemos, lo que significó
el fin de su exitosa carrera militar y el fin del imperio francés. Dicha huida
cambió el rumbo de la historia, de la que él había sido el amo y señor hasta ese
momento. En cuanto a la Condesa de Ségur se refiere, su carrera literaria es
bastante tardía, su primer libro lo escribe a la edad de 58 años, lo que no le
impedirá una exitosa carrera, puesto que a partir de 1856 se convierte en una
de las autoras predilectas del público y por lo tanto de su editorial, La Biblioteca Rose Hachette, conocida
hoy en día como Editorial Hachette.
Su primer libro, Les nouveaux contes des
fées (Los nuevos cuentos de hadas),
fue el resultado de los cuentos que solía narrarles a sus nietos. Algunos de
ellos relatan hechos un poco crueles, lo que significaba una ruptura completa
con la literatura para niños que se conocía hasta ese momento. Dicha crueldad
posiblemente fue el resultado de una infancia desafortunada y de su relación
más que difícil con su madre. Es de resaltar que sus cuentos son moralistas, el
bien siempre triunfa sobre el mal; por lo que el factor pedagógico es un factor
muy importante en su obra.
Por
su parte Georges Sand (1804-1876) entendió muy bien que para
triunfar en un mundo controlado por los hombres debía apropiarse de sus códigos
y de su manera de desenvolverse en el mundo social y cultural. Su verdadero
nombre era Aurore Dupin,
baronesa de Dudevant;
no sólo adoptó un nombre masculino sino su vestimenta, y respondía tanto al
nombre de señora como de señor. Esta ambivalencia le gustaba y con ella
desafiaba a la sociedad mojigata de su época. Y si bien fue una reconocida
escritora, “una máquina de escribir
libros”, como la llamó Nietzsche (1844-1900),
también incursionó en la política. Era ella quien escribía los discursos
políticos de Lamartine (1790-1869);
no obstante, rehusó aceptar una candidatura que sus contemporáneas le
propusieron; aunque consideraba que escribir era un acto legítimo para las
mujeres, el ejercicio pleno de la política era, según ella, del ámbito de los
hombres.
La
vida de esta escritora francesa es bastante singular, aún hoy en día su
comportamiento daría mucho de qué hablar dentro de los círculos sociales, donde
los prejuicios y la doble moral tienen su mejor asiento. Desde muy joven se
rebelaría contra los convencionalismos de su época, los cuales exigían que la
mujer se limitara al desempeño de las tareas domésticas: cuidado del hogar,
crianza de los hijos, esposa fiel y abnegada; y si pertenecía a la élite
social, podía acceder al esparcimiento que proporcionaban las fiestas y al ocio
característico de la aristocracia y de la alta burguesía del siglo XIX. Su
matrimonio, como todos los matrimonios de su época, fue arreglado, y de esta
unión nacieron dos hijos, y aunque siempre fueron su principal razón para
vivir, tampoco fueron un escollo para realizarse como escritora y como mujer.
Pero
Georges Sand no fue la única en utilizar un seudónimo
masculino. En Inglaterra estaba George Eliot (1819-1880), cuyo verdadero nombre era Mary
Ann Evans.
Al igual que Georges Sand luchó contra la sociedad de su época, contra las
costumbres victorianas y contra el puritanismo de la religión evangélica.
Convivió por espacio de varios años con el periodista Georges Lewes (1817-1878),
lo que generó un gran escándalo en su entorno social, ya que él estaba
legítimamente casado con otra mujer. Georges Eliot rompió con todos los
esquemas de la mujer decimonónica y afrontó el escándalo que ello debió
suponer; es decir, la exclusión (léase repulsión). Es de anotar que si bien las
mujeres de cierto nivel social eran condenadas si tenían amantes, no pasaba lo
mismo con los hombres; ya que éstos podían tener una “querida” –como se decía hasta hace poco tiempo– o vivir con ella
extraconyugalmente, eso los hacía más viriles, más machos, más masculinos, más
hombres; es más, el hecho de tener una amante les aseguraba el éxito social.
Una
escritora fuera de norma fue Jane Austen (1775-1817) autora de Orgullo y Prejuicio. Al contrario de muchas mujeres de su época su
padre y su familia la apoyaron en su oficio, pero las editoriales que
publicaron sus obras siempre la estafaron. Jane Austin fue reconocida y
admirada en vida. Fue una mujer independiente que no quiso nunca someterse al
yugo del matrimonio; y si hablo de yugo es por lo que este lazo representaba en
la Inglaterra de su tiempo. Orgullo y
Prejuicio ha sido llevada varias veces a la pantalla, así como la vida de
su autora. Algunas corrientes feministas la ven como una de las precursoras de
la emancipación femenina; mientras que varios críticos literarios la ven como
una mujer austera y bastante conservadora. Orgullo
y Prejuicio es una obra que ha tenido un enorme éxito en los últimos veinte
años, es como si apenas ahora se descubriera su obra.
Por
su parte, Charlotte Brönte (1816-1855), la autora de Jane Eyre, (1847), nos relata su vida y la de sus hermanas:
Vivíamos en un lugar alejado donde la
educación había hecho pocos progresos y donde, en consecuencia, no había
ninguna tentación de buscar un trato social fuera de nuestro círculo familiar;
dependíamos por completo de nosotras mismas, y de los libros de estudio, en lo
que toca a los placeres y las ocupaciones de la vida. [3]
Las
hermanas Brönte buscaron laposibilidad de ver más allá del salón familiar.
Emily Brönte (1818-1848),
la más famosa de todas, escribiría la novela con la que muchas generaciones de
mujeres adolescentes soñarían con su primer amor: Cumbres borrascosas (1847), llevada al cine en dos o tres
versiones. Y si bien el libro de Jane
Eyre tuvo un éxito inmediato, Cumbres
Borrascosas no corrió con la misma suerte. Habría que esperar al siglo XX
para que esta obra fuese apreciada en su justa medida. Los editores de estas
dos obras sólo conocieron los nombres de las autoras cuando ya habían aceptado
publicar sus libros. En cuanto al libro de poemas que Charlotte y Emily
publicaron con Ana, su otra hermana, fue bajo la máscara de seudónimos, masculinos
por supuesto.
En
Estados Unidos estaba la recatada y solitaria Emily Dickinson (1830-1886). Nunca fue muy consciente de su
talento, por lo que raras veces mostró su producción poética a las pocas
personas que se ganaron su confianza y aprecio. Siempre se negó a la
publicación de su obra. Sin embargo, cuatro de sus poemas fueron publicados,
sin su consentimiento, en un periódico de su ciudad natal; y a instancias de la
escritora Helen Hunt Jackson aceptó publicar un poema en una antología que
recogía la obra de poetas anónimos. Los últimos años de su vida los pasó
literalmente encerrada en su alcoba, sin tener prácticamente contacto con
nadie. A la muerte de Emily su obra fue descubierta por su hermana Lavinia.
Había dejado la nada despreciable producción de ochocientas poesías, las cuales
fueron escritas en pedazos de papel, en hojas de cuaderno sueltas y sin que las
fechase; lo que ha dificultado la labor de los críticos y estudiosos para
establecer cierto orden cronológico de su prolífica producción. Entre sus
autores predilectos están Georges Sand,
las hermanas Brönte, Lord Byron (1788-1824) y Keats (1795-1821).
Helen
Hunt Jackson (1830-1885), escribió novelas, cuentos
infantiles, poesía y ensayos. Fue una gran defensora de los indios, y denunció
el despojo sistemático del que eran víctimas por parte del gobierno de Estados
Unidos. Harriet Beecher Stowe (1811-1896), autora de más de diez libros,
conocida ante todo por La cabaña del tío
Tom, fue una mujer comprometida en la lucha contra la esclavitud, al punto
de haber participado activamente en el
tren subterráneo. Dicho “tren” era una red de activistas abolicionistas que
ayudaban a los esclavos a huir al norte de los Estados Unidos y de allí los
ayudaban a pasar a Canadá, donde finalmente quedaban libres.
Selma
Lagerlöf (1858-1940) es otra gran escritora. Aparte de
Harriet Beecher Stowe, fue la primera novelista que leí cuando contaba escasos
doce o trece años; desde entonces ha ocupado un lugar importante en mis gustos
literarios. En la década de 1880 comienza a publicar poemas en el periódico
local y en la revista que publicaba su Iglesia; es entonces cuando recibe una
invitación de la baronesa Sofía Adlersparre quien dirigía el principal movimiento
feminista sueco, tal y como lo habíamos visto anteriormente. En dicha visita
Sofía Adlersparre elogió su talento y le sugirió que escribiera en prosa. Selma
Lagerlöf siguió sus consejos y se convirtió en la autora que hoy conocemos. Su
obra cumbre, El maravilloso viaje de Nils
Olgersson a través de Suecia, es el resultado de un proyecto que le fue encomendado
por el Ministerio de Educación Nacional de su país, cuyo fin era realizar un
manual de geografía para niños; para ese entonces Selma Lagerlöf se desempañaba como profesora. El personaje
creado por ella, Nils Olgersson, se convierte en duende, y puede viajar a todo
lo largo y ancho del país montado en patos salvajes. La posibilidad de volar,
pero también de descender a tierra, le proporcionan a la autora una gran
libertad narrativa. Su protagonista puede observar el país desde el cielo, y
también puede recorrerlo a pie si así lo desea. Esta obra era una influencia
directa de El libro de la selva, de Rudyard Kipling
(1865-1936); otra de las obras que he leído y releído con ansiedad. Uno de los
grandes admiradores de Selma Lagerlöf fue el filósofo Karl Popper (1902-1994), quien afirmó, en alguna ocasión,
que era un libro que leía al menos una vez al año. Ya desde el año de 1895
había podido dedicarse única y exclusivamente al ejercicio de la literatura,
puesto que el Estado le había destinado, a perpetuidad, una suma anual
considerable. En el año de 1909, Selma Lagerlöf se convierte en la primera mujer en ganar el
Premio Nobel de Literatura, y en 1914 entra a formar parte de la Academia
Sueca. En 1922 su retrato comenzó a aparecer en los billetes de 20 coronas,
honor que también había sido otrogado a Safo en la antiguedad. Escribió,
igualmente, algunas obras autobiográficas, entre ellas El diario de Selma Lagerlöf. Dejó una obra bastante prolífica, y
muchos de sus libros han sido llevados al cine. Es considerada una de las
mejores plumas de la literatura sueca en particular, y de la literatura
universal en general. Su legado literario es enorme y de una gran calidad
estética.
Después
de Selma Lagerlöf, ha habido otras mujeres que han ganado el Premio Nobel de
Literatura: la italiana Grazia Deledda (1926),
Sigrid Undset (1928) danesa, Pearl S. Buck (1938) USA, Gabriela Mistral (1945) chilena, Nelly Sachs (1966) germano-sueca, Nadine Gordimer (1991) Suráfrica, Toni Morrison (1993) USA, Wislawa Szymborska (1996) polaca, Elfriede Jelinek (2004) austriaca, Doris Lessing (2007) inglesa, Herta Müller (2009)
rumano-alemana, y la canadiense Alice Munro (1931). Premio que nunca le fue
otorgado ni a Virginia Woolf ni a Marguerite Yourcenar.
Por
su parte, Marie de Régnie (1875-1963), ganadora del I Premio de
Literatura de la Academia Francesa en el año de 1918, firmaba su obra con el
seudónimo masculino de Gérard d’Houville.
Escribía, también, crónicas parisinas para la revista Le Figaro, las cuales firmaba con el seudónimo de Flâneur (El paseante). Uno de sus
pasatiempos favoritos, aparte del ejercicio de la literatura, era dormir en la
mayor cantidad posible de camas de jóvenes poetas; sin embargo, su amante
preferido fue Gabriel d’Annunzio (1863-1938). Y al igual que su antecesora
Georges Sand,
también cortejó mujeres. Entre ellas está la poeta y erudita Catherine Pozzi (1892-1934), amante de Paul Valéry (1871-1945) por espacio de diez años.
Catherine Pozzi ha pasado a la historia como una de las mejores poetas
francesas del siglo XX, a pesar de haber escrito sólo seis poemas
verdaderamente importantes; por lo que ella habría dicho: “He escrito Vale, Ave, Maya,
Nova, Scolopamine, Nyx. Querría que se hiciese una plaqueta con ellos. No fue
con más palabras que Safo ha atravesado el tiempo”. Desde los diez años comenzó a escribir un diario personal; actividad
que realizaría hasta el día de su muerte, el diario sólo fue publicado en 1987.
Gérard d’Houville y Catherine Pozzi,
tenían algo más en común que su amor por la literatura y por los escritores;
sus padres habían sido poetas parnasianos. El padre de Gérard d’Houville había
sido José María de Heredia (1842-1905) y el progenitor de Catherine Pozzi
se llamaba Samuel-Jean Pozzi (1846-1918),
[4] uno de los tantos amantes de
Sarah Bernard (1844-1923). En 1910 es Judith Gautier (1850-1917), hija del poeta Teófilo Gautier (1811-1872), la escritora que gana el Premio Goncourt. La lista de importantes
premios literarios ganados por mujeres continúa, pero necesitaría páginas y
páginas para nombrarlas a todas.
NOTAS
1.
La película “Artemisia”, de Agnès Merlet (1997), aunque es muy
bien ambientada, termina por tergiversar la verdadera historia de la pintora.
El rol de Artemisia fue interpretado por Valentina Cervi y el gran actor
francés Michel Serrault interpretó a su padre, Orazio Gentileschi.
2. La vida de la artista fue llevada al cine por Bruno
Nuytten (1988) y su vida fue magistralmente interpretada por Isabelle Adjani y
la de Auguste Rodin por Gerard Depardieu.
3.
De Riquer, Martín y José María Valverde. Historia de la literatura Universal.
Editorial Planeta. S.A. – Barcelona. 2ª edición 1970. Pág 132, vol, 3.
4. Samuel-Jean Pozzi es el padre
de la ginecología –uno de sus médicos asistentes fue Robert Proust (1873-1935), hermano de Marcel
Proust (1871-1922)-. Pozzi, habría inspirado a Marcel
Proust, para su célebre personaje Doctor Cottard en “En la búsqueda del tiempo
perdido”.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.
DORIS SALCEDO (Colombia, 1958). La obra de Doris Salcedo parte de la memoria de la violencia política. Da forma al dolor, el trauma y la pérdida, creando un espacio para el duelo individual y colectivo. Se trata del insoportable vacío que deja la desaparición. En él, la presencia de los objetos suele representar ausencias. Aunque su trabajo se desvía de las convenciones de los lenguajes artísticos, se puede decir que es escultora: crea espacialidades y objetos que transmiten historias y condensan experiencias humanas. La obra está impregnada de una urgencia que dice no poder contener: ante la tragedia, la muerte sin sentido y la violencia desmedida. Son obras sobre la muerte y humillación de los emigrantes, sobre la guerra y la muerte violenta de jóvenes colombianos a manos de mercenarios. En 2003 participó en la Bienal de Estambul y apiló 1600 sillas que recogió de diferentes lugares. Una pieza, de volumen y escala similar a los edificios circundantes, que pretendía crear una topografía del terror de las migraciones en el mundo global. Cuando, en 2007, realizó “Shibbolett” para la sala de turbinas de la Tate Gallery de Londres, abrió una rendija de 167 metros que recorría todo el suelo del espacio. Era como si hubiera ocurrido un terremoto allí. Todavía se pueden encontrar rastros de este trabajo en el piso del museo de Londres y Doris habla de su permanencia como una cicatriz permanente.
Agulha Revista de Cultura
Número 227 | abril de 2023
Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
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