1. Pensando en Rosa Elvira Cely
En Colombia, como en la mayoría de
los países, hablar de feminismo es sinónimo de subversión, de pecado, casi que
de delito, es una mancha que debe dejarse atrás cueste lo que cueste. No en
vano en la W Radio promocionan uno de sus programas con la frase siguiente: Mujeres W ¡qué miedo!, o se asegura, tal
y como lo hacía un oyente el pasado viernes, que crueldad es sinónimo de mujer,
que no hay nada peor que una mujer criticando a otra, comentario que he
escuchado muchas veces en mi vida, sin que los hombres se detengan ni un minuto
a pensar en el daño que hacen, y se hacen a sí mismos, al repetir hasta el
infinito una frase cargada de odio y de mentira. Otro ejemplo son los foros en
los que participan muchas personas y los comentarios que hacen cargados de un
odio visceral, utilizando un lenguaje obsceno por decir lo menos.
Los
seres humanos, independientemente del género, podemos ser buenos o malos, eso
depende de múltiples factores: culturales, religiosos, sociológicos,
antropológicos, históricos, idiomáticos, entre otros; pero nunca del género.
Habría que ver cuántos conflictos bélicos han comenzado las mujeres y cuantos
los hombres, para comenzar a responder esta falacia que no hace sino
disminuirnos como seres racionales y que deja atrás, muy atrás, esa supuesta
caridad que tanto pregona la religión cristiana y por ende la católica.
Una
gran parte de la sociedad colombiana es machista hasta la médula, misógina por
tradición, por lo que muchas veces considera que la mujer es un ser inferior y
que está allí para someterla a sus bajos instintos. Es lo que ocurrió con el
caso de Rosa Elvira Cely que ha estremecido a Colombia, y que seguramente
pronto pasará al olvido cuando llegue otro aparentemente más cruel y diabólico.
Eso sí, una vez que el depredador es identificado y llevado ante la justicia,
toda su “hombría” desaparece como por encanto y entonces se transforma en lo
que verdaderamente es, un cobarde de marca mayor.
La
violación –o el abuso o el acoso sexual– es un arma de guerra que se utiliza en
todos los ámbitos sociales, desde la familia, pasando por la escuela o
universidad hasta el laboral. Solemos minimizarla, justificarla, cerramos los
ojos para no verla, contribuimos de una forma u otra a perpetuarla. Nunca,
nunca, nunca, haremos bastante por erradicarla. La violación es uno de los
peores traumas que puede sufrir un ser humano, es una cicatriz que no cierra
jamás, que siempre, siempre está allí, aunque a veces pasen días sin pensar en
el oprobio del que se ha sido sujeto.
Un violador, o violadora, ya que también existen, es un depredador social, es un desadaptado que le cuesta mucho a una sociedad que busca respetarse a sí misma. La violación y el feminicidio no pueden ser aceptados, debemos atacarlos, combatirlos, y la mejor forma es con una sociedad más justa en todos los aspectos, comenzando por la educación; me refiero a una educación humanista, la técnica o científica debe de venir detrás. Y desde ya debemos comenzar a cambiar ese falso concepto que tenemos de la palabra feminismo, todos, hombres y mujeres, sin excepción, deberíamos declararnos feministas, al hacerlo comenzaríamos a respetarnos a nosotros mismos y no olvidaríamos que es una mujer quien nos ha traído al mundo.
2. Lo que no tiene nombre, el caso de Yuliana
Samboní
Una vez más el horror, lo que no
tiene nombre, es el protagonista de una sociedad que ha enseñado a los hombres
que las mujeres son para su placer personal y que sus vidas no tienen
importancia. Esta sociedad se llama patriarcal, y la religión judeocristiana es
su gran cómplice; por supuesto, sin olvidar a todas las otras religiones, sean
monoteístas o no.
La
sociedad contemporánea, heredera de la misoginia que ha sido estimulada desde
hace más de 2000 años, es una eterna serpiente que se come la cola. Habría que
recordar a los griegos y a su dios principal –Zeus disfrazado de cisne violando
a Leda, o disfrazado de toro, o de lluvia de oro– para entender lo que trato de
explicar; sin olvidar a los judíos y a su credo misógino. El mismo que la
Iglesia católica –sin olvidar a las infinidades de sectas que hoy se hacen
llamar cristianas– ha pregonado desde los púlpitos en todos los idiomas y en
todos los ámbitos posibles.
Los
crímenes en contra de la mujer son tan antiguos que ya en La Biblia vemos como
a las mujeres adúlteras se les castigaba con la lapidación. La misoginia tiene
raíces muy profundas, la sociedad griega y romana lo era, pero también la
judía; y nosotros, que nos consideramos un país católico, hemos heredado muchos
aspectos de su cultura, entre ellos el odio a la mujer.
La
violencia machista, o violencia de género, o violencia sexual, como quieran
llamarla, pareciera que nunca tuviese fin; y cada vez que asistimos a un nuevo
hecho de misoginia creemos, muy ilusamente, que no va a volver a suceder, que
se trata sólo de un caso aislado, que la sociedad católica o cristiana donde
vivimos es la ideal y que nada malo nos puede suceder.
Una
gran parte de la sociedad colombiana es machista hasta la médula, misógina por
tradición; por lo que muchas veces considera que la mujer es un ser inferior y
que está allí para someterla a sus bajos instintos.
No
creo que Rafael Uribe Noguera, sindicado por el atroz feminicidio de Yuliana
Samboní, una niña de siete años, sea un monstruo, tal y como lo ha sostenido
reiteradamente Blu Radio. Yo diría que es simplemente un machito marchito, un
miserable tipejo que creyó que por su status social, económico y educativo
estaba por encima de la ley. Tal vez por ello se ha declarado inocente, porque
es incapaz de reconocer su crimen; por algo la juez dijo que no veía ningún
signo de arrepentimiento y recordó que trató de ingresar a una clínica para
toxicómanos; seguramente para demostrar que era “simplemente un pequeño evento
producto de las drogas y del alcohol consumido”. Sin embargo, ya habrían pasado
varias horas; incluso podría haber dormido y parece ser que incluso se había
bañado. Y como muchos colombianos que comienzan a emborracharse, cuando aún toman
biberón, podría tratar de escudarse en que son cosas de tragos y de droga. No
creo que este sea su primer caso que involucra menores de edad; espero
equivocarme.
En
Colombia, como en muchos otros lugares, creemos que agredir a las mujeres es
normal; y que hacerlo convierte a los hombres en los machos que la sociedad y
el país necesitan. De ahí que elegir presidentes como Álvaro Uribe sea
considerado una virtud. No en vano, cuando ocupaba el Palacio de Nariño, la
gente solía decir: –¡es que es un verraco! y la turba enardecida lo aplaudía y
gritaba en las graderías del circo romano que es Colombia: – ¡Bravo! ¡Que acabe
con todos!
En
este orden de ideas Uribe Noguera también es el producto de esos tenebrosos
ocho años de Uribe; el mismo que le decía a uno de sus subalternos: – Cuando lo
vea ¡le doy en la cara, marica! Y por supuesto su política de tierra arrasada,
emulando a Atila; con todo lo que ello conlleva.
Incluso
en uno de los videos se molesta porque lo están filmando; se le olvida que
cuando se cruza el límite que lleva a un individuo a agredir a una mujer, en
este caso a una niña de siete años, o a cualquier ser humano, el agresor se
convierte en un criminal. No es un “actuar” como sostiene su familia”, no es un
error, ni una equivocación, es un crimen. Él mismo habría dicho reiteradamente:
“La embarré, la embarré, la embarré…”
No,
no la embarró; por algo la justicia lo incriminó por los delitos de feminicidio
agravado, tortura, secuestro simple y acceso carnal violento.
El
feminicidio es una realidad, así nos tapemos los ojos para no verlo, así nos
tapemos los oídos para no escuchar los gritos de las mujeres agredidas, así las
mismas mujeres, como la otrora senadora, y también abogada, excandidata a la
gobernación de Antioquia, traten de verlo como algo que merecemos porque
sencillamente “somos muy jodonas”. Una verdadera vergüenza.
Una
vergüenza que debiera ser colectiva. Desafortunadamente el enfoque de género no
es enseñado ni en la intimidad del hogar ni en la escuela ni en la universidad
y pocas veces la violencia contra las mujeres es debidamente combatida al
interior de las instituciones públicas o privadas.
Ninguna
borrachera, ni el consumo de alucinógenos, puede jamás ser una excusa para
explicar un crimen. Y agredir a una mujer es un crimen execrable, aunque aún
haya muchas personas, hombres, mujeres, curas, o los que se hacen llamar
pastores, y por supuesto adolescentes, que tratan de minimizar la violencia de
género.
Por
último, quisiera decir que no se nos olvide que el lenguaje misógino es
cómplice de la violación y del feminicidio.
También
es importante tener en cuenta que una persona que ha sido víctima de una violación
nunca volverá a ser la misma.
La
violación es un crimen que debería ser consagrado de lesa humanidad. No hay
excusas que valgan. Y no es que los hombres, o mujeres abusadoras, que también
las hay, sean enfermos mentales, o monstruos, son personas que se sientan al
lado suyo en el banco de una iglesia y que incluso comulgan y rezan.
La
violación y el feminicidio deben ser condenados desde todos los ámbitos
posibles, deben combatirse en todas las esferas sociales, políticas,
religiosas, económicas.
Un
violador y un feminicida se esconde en muchas partes y utiliza muchos
disfraces; como el disfraz de arquitecto de una universidad católica. ¡Que no
se nos olvide!
Al
parecer dos de los hermanos de Rafael Uribe Noguera, un hombre y una mujer,
habrían alterado la escena del crimen.
3. Asia Argento, acusada de violar a un menor
Generalmente cuando se habla de
violación se piensa que solo los hombres agreden sexualmente a otra persona,
sobre todo si es menor de edad, y en la gran mayoría de los casos es así; no
obstante, también existen las mujeres violadoras y depredadoras sexuales.
Incluso existen madres que abusan de sus hijos, lo que pasa es que es un tema
tan espinoso que no se suele abordar.
Personalmente
sé de tres casos de mujeres agresoras de menores, dos de la cuales son
profesoras. Una acosó a una alumna y la otra a un alumno.
Voy
a referirme al segundo caso porque es el que mejor conozco. Esta mujer,
profesora universitaria, casada, con hijos, preguntó en la primera clase del
semestre, y donde solo había primiparos –hablo de hombres y mujeres–, todos
menores de edad, quien no había sido besado aún. Solo uno de ellos, bastante
ingenuo, levantó la mano, todos los demás compañeros de la clase se rieron y
las mujeres le dijeron que ellas le enseñaban como hacerlo; la profesora no
dijo nada, sólo lo miró atentamente. El adolescente, excelente estudiante,
comenzó a ser acosado por la profesora que en ese momento se acercaba a los
cuarenta años y tenía dos hijos pequeños. Lo enamoró y poco tiempo después lo
abandonó como si fuese un trapo viejo.
El
estudiante entró en una depresión profunda, interrumpió su carrera
universitaria y estuvo un año encerrado en su casa sin salir a ninguna parte;
por fortuna logró salir del abismo en el que había sido lanzado; regresó a la
universidad y terminó con éxitos sus estudios. Sin embargo, la historia, que yo
llamo “infamia”, hubiese podido terminar en una tragedia aun mayor.
Y
si cuento esta historia es porque ayer escuché la noticia de la actriz italiana
Asia Argento y la verdad es que estoy muy indignada. Al escucharla
inmediatamente me acordé que en Italia la criticaron mucho cuando dio las
declaraciones en contra de Harvey Weinstein, el depredador gringo, entonces no
comprendí la razón de tantas críticas, ahora las entiendo. Si en verdad es
culpable muy posiblemente tenga en su haber otros casos de corrupción de
menores; así que no dejo de decirme: ¡cuánto daño le haría al movimiento #Me too!
Por
otra parte, siempre he sostenido que así como hay hombres violadores también
hay mujeres violadoras, aunque por fortuna en un número infinitamente menor –lo
cual no las disculpa de su conducta criminal–; lo que corrobora que la
condición humana es la misma así los géneros sean diferentes.
BERTA LUCÍA ESTRADA (Colombia, 1955). Es escritora, poeta, dramaturga, crítica literaria y de arte, autora del blog El Hilo de Ariadna del diario El Espectador (Colombia). Integrante y del PEN Internacional/Colombia. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado trece libros, entre ellos La route du miroir, poesía (2012), en edición bilingüe, Náufraga Perpetua, ensayo poético (2012), y ¡Cuidado! Escritoras a la vista…; Todo lo demás lo barrió el viento, La Trilogía de la agonía que comprende las siguientes obras: El museo del Visionario (obra de teatro patafísica), Naufragios del Tiempo y Las sombras suspensas (Trilogía escrita al alimón con Floriano Martins). (2021). Y con el sello de ARC Edições y Editora Cintra fueron publicados los dos tomos que conforman El oficio de escribir (Ensayos críticos, 2020). Ha recibido cinco premios de poesía.
DORIS SALCEDO (Colombia, 1958). La obra de Doris Salcedo parte de la memoria de la violencia política. Da forma al dolor, el trauma y la pérdida, creando un espacio para el duelo individual y colectivo. Se trata del insoportable vacío que deja la desaparición. En él, la presencia de los objetos suele representar ausencias. Aunque su trabajo se desvía de las convenciones de los lenguajes artísticos, se puede decir que es escultora: crea espacialidades y objetos que transmiten historias y condensan experiencias humanas. La obra está impregnada de una urgencia que dice no poder contener: ante la tragedia, la muerte sin sentido y la violencia desmedida. Son obras sobre la muerte y humillación de los emigrantes, sobre la guerra y la muerte violenta de jóvenes colombianos a manos de mercenarios. En 2003 participó en la Bienal de Estambul y apiló 1600 sillas que recogió de diferentes lugares. Una pieza, de volumen y escala similar a los edificios circundantes, que pretendía crear una topografía del terror de las migraciones en el mundo global. Cuando, en 2007, realizó “Shibbolett” para la sala de turbinas de la Tate Gallery de Londres, abrió una rendija de 167 metros que recorría todo el suelo del espacio. Era como si hubiera ocurrido un terremoto allí. Todavía se pueden encontrar rastros de este trabajo en el piso del museo de Londres y Doris habla de su permanencia como una cicatriz permanente.
Agulha Revista de Cultura
Número 227 | abril de 2023
Artista convidado: Doris Salcedo (Colombia, 1958)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
ARC Edições © 2023
∞ contatos
https://www.instagram.com/agulharevistadecultura/
http://arcagulharevistadecultura.blogspot.com/
ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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