quarta-feira, 13 de janeiro de 2021

BERTA LÚCIA ESTRADA | Vicente Huidobro, el poeta paracaídista

 


A modo de introducción

Mi historia con Vicente Huidobro (Chile-1893-1948) es bastante larga ya que la primera vez que leí y analicé su obra cumbre, Altazor, fue en el marco de mis estudios de Literatura en la Universidad Javeriana (Colombia). Si mal no recuerdo fue más o menos en el año 79 del siglo pasado. No fue fácil para la estudiante que yo era en ese momento enfrentarme a una lectura que se mostraba ante mí como bastante hermética y codificada; y además debía responder con un texto analítico, cuando las herramientas que me habían ofrecido en el aula eran bastante precarias por no decir nulas. Sin embargo, lo hice. Escribí un ensayo de veinte páginas. La persona que lo revisó no sólo me puso una nota bastante regular, sino que jamás me entregó el ensayo en cuestión. En esa época no había computadores y yo no había sacado una copia con papel carbón; así que mi trabajo se diluyó en las manos de quien ha debido orientarme y decirme porqué lo encontraba deficiente. En cambio, me dijo que era un ensayo “muy largo” –palabras textuales–. Ya me había dicho con anterioridad, y múltiples veces, que mis trabajos eran muy cortos –alrededor de cinco páginas mecanografiadas-. Esa fue su única explicación a la nota regular que recibí por mi aproximación a Altazor.

Y ahora, más de cuarenta años después, Floriano Martins me pidió un ensayo sobre este poeta y genio de las letras castellanas. Así que he vuelto a leer Altazor con una devoción y un placer que solo la madurez intelectual otorga a los buenos lectores. Había olvidado el goce estético y lingüístico que representa la caída en el abismo, la caída en el vacío que es el universo poético de Huidobro. Había olvidado la gran aventura que es leer los cantos de ese largo poema y los juegos del lenguaje, como si se tratase de una especie de calambur, uno tras otro, en los que se regodea el poeta. Un libro que gestó durante doce años antes de decidirse a publicarlo en edición integral. Altazor es, en cierta forma, la síntesis y el culmen de su teoría Creacionista.

 

EL PÁJARO HACE UN NIDO EN EL ARCO ÍRIS

 

acaso este vivir en el aire sea consecuencia de haber sentido desde muy niño que estoy viviendo en un mundo falso, en un mundo sin base, que se escurre bajo los pies, que se desmorona por todos lados...

(Confidencia hecha a su madre el 30 de octubre de 1931).

¿Recuerda Madre el año 1916?

Desembarqué en el París que había dejado atrás la época de La Ilustración y que ya no se acordaba de los poetas malditos; tal vez porque los malditos éramos otros.

Los que tratábamos de no sucumbir a la guerra, ni al horror de los bombardeos.

¿Qué cuál era nuestro refugio? Los bares y los salones donde Picasso, Gris, Lipchitz, Joan Miró o Arp dibujaban mi retrato mientras que yo escribía poemas visuales.

Como el del molino.

¿Recuerda que ya lo hacía en 1912? O sea, mucho antes que Apollinaire se autoproclamase fundador y creador de ese estilo poético.

La Gran Guerra había dado al traste con Las Vanguardias; y de pronto, un chileno aterrizaba en paracaídas con teorías insólitas con respecto a la creación poética.

Así que decidí desempolvar ese viejo manuscrito, Las pagodas ocultas, que ya había sido editado en 1914 sobre lo que se denominaría luego Creacionismo.

Ya en Buenos Aires, justo antes de llegar a Europa, yo había dado una conferencia en El Ateneo Hispanoamericano, cuya frase mayor era: “La primera condición del poeta es crear, la segunda, crear, y la tercera crear”. Incluso leí el poema “Arte Poética”:

Inventa nuevos mundos y cuida tu palabra

El adjetivo, cuando no da vida, mata

… Por qué cantáis la rosa, ¡Oh poetas!

Hacedla florecer en el poema


Así que cuando llego a París lo hago revestido de esa aura de Poeta Creacionista. ¿Y qué encontré? Que la ciudad luz y sus intelectuales se habrían muerto detrás de las ruinas si no hubiese sido por los extranjeros que hacíamos temblar las noches con nuestros cantos y carcajadas. Así a veces los estómagos gritaran más que nuestras bocas.

Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía (Altazor, Prefacio).

Y ahora, cien años después, le escucho decir a un profesor español, paradójicamente de apellido Maestro, algo así como que es una soberbia estulticia lo que yo afirmé y prediqué; puesto que mi “poesía es programática”. Me tacha poco menos que de insolente; dice que nadie puede inventar nada porque la realidad es una sola; y que mi poesía es, además, “imperativa”. Yo, que siempre he defendido la libertad de creación. En lo que no se equivoca es cuando afirma que yo defiendo la razón; “puesto que los locos –los locos de verdad- no pueden hacer poesía; su imaginación es restringida y su poesía es pobre; la imaginación de los locos es decadente y cuando no de una vulgaridad increíble, es de una incoherencia banal”; y eso me lo corroboró un médico al decirme que si la poesía es producto del inconsciente cualquiera podría ser poeta. Y por supuesto, reconoce que yo defiendo el racionalismo literario. La razón es el motor de la construcción y de la interpretación de la literatura (La poesía de los locos, 1925). Algo muy diferente a lo que sostenía Goethe cuando afirmaba que “ninguna obra genial proviene de la razón”.

Luego, en 1918 voy a Madrid. No era un desconocido. En realidad, ya era una celebridad; la gente se agolpaba para escucharme, para alabar mi trabajo literario; me respetaban como creador y como intelectual. No en vano años después alguien diría que la verdadera poesía es aquella que sigue siendo vigente cien años después.

Lástima que Donoso, el autor de El obsceno pájaro de la noche, dijera antes de su muerte que su obra sería olvidada una década más tarde.

Por fortuna mis versos “Una mujer descuartizada/ Viene cayendo desde hace 140 añosle mostraron la senda de la poesía a Nicanor Parra. El mayor elogio vino de él: -“Vicente, vidente, vigente” (Also Spracht Altazor, 1993)

Y Gonzalo Rojas: -Huidobro fue la libertad: el que sembró más hondo. En mí, y en tantos: en la medida de nuestra propia medida. Una libertad que nos hizo hombres: poetas responsables..., y fue de veras el gran dador: el que nos dio todo sin que le pidiéramos nada; ni obtuviera nada de eso”.

Y Gabriel Morelli en el 2012: -“Huidobro, un hombre que mejor que nadie representa la modernidad en el arte y en la vida”.

Una forma de recordar que, a pesar del tiempo transcurrido, yo, Vicente Huidobro, autor de Altazor, sigo estando a la vanguardia de los movimientos poéticos; cuando ya muchos de mis contemporáneos han perdido la luz que los iluminó durante varios años. Y por supuesto, Madre, no quiero entrar a hablar de resentimientos y egolatrías tan comunes en el gremio intelectual. En el lugar donde estoy eso no tiene ninguna importancia. Voulez-vous que je vous dise une chose ma très chère mère? Je m’en moque!


Así que regresemos, Madre, a la España de 1918.

Stravinsky y el matrimonio Delaunay me recibieron como se reciben a los grandes rapsodas, a los grandes artistas. Para Sophie y Robert yo era mucho más que un poeta; a sus ojos yo era un artista plástico que incursionaba en las letras; toda una revolución desde el punto de vista de la creación artística.

Si Madre, no olvido ni a Tzara, ni al mundo artístico del París de los años 20. Picabia, Modigliani, Le Corbusier. En cierta forma yo era la fuente de la que bebían; mis palabras de prestidigitador les servían de combustible; mi teoría del Creacionismo era el horizonte que necesitaban para poder osar lo imposible.

Y bueno, en cuanto a Breton y el movimiento Surrealista, si bien los frecuentaba no comulgué jamás con sus teorías. Lo de la escritura automática no fue nunca algo en lo que creyera, no me atrajo; por eso la combatí siempre.

En cierta forma yo saqué a París de las cenizas de La Gran Guerra.

Sólo que luego llegaría La Guerra Civil Española y más tarde La 2ª Guerra Mundial.

Mientras, hice todo lo posible por probar mi ascendencia milenaria; para nadie es un secreto que nuestra familia proviene de una rama directa de Rodrigo Díaz de Vivar. Y por supuesto, quise recuperar el título de Marquesado de Casa Real; un blasón nobiliario que usted misma había deseado legar a la familia.

Entre tanto mi película Cagliostro (1925) fue seleccionada por un eminente jurado del que formaba parte Charles Chaplin.

Y si Madre, he debido ganar el Premio Nobel de Literatura; la Academia estará siempre en deuda conmigo. Al menos así lo reconocieron cuando yo ya no podía ir a Estocolmo. Es posible que consideraran que era un poeta muy joven y que el no ser francés de nacimiento era un factor determinante en contra de mi candidatura. Lo digo porque ese año, 1926, había dos candidatos franceses, Valéry y Claudel. Sin embargo, el premio le fue otorgado a la escritora y dramaturga Grazia Deledda; nada que ver con poesía y menos con poesía visual. Al menos, Madre, una mujer nos ganaba la partida. No olvido que es gracias a usted que la literatura me acompaña desde siempre. Incluso mis biógrafos del siglo XXI se refieren a usted como “feminista”, un vocablo que usted nunca usó; sin embargo, creo que se sentiría honrada si la escuchase de otra persona que no fuese su hijo.

Si Madre, también reconozco que la política me tocaba el hombro varias veces al día; como si entre la literatura y ella hubiese un pulso para ver quien se llevaba mi palabra y mi intelecto. Yo, el rebelde, yo, el hereje –al menos así me consideraban los jesuitas, mi padre y una parte de la sociedad decadente santiaguina-. Yo, el revolucionario que no conoce la precariedad económica, el que no estuvo nunca en el lado del abismo, pregonaba una igualdad social y económica necesaria para hacer de Chile un mejor Estado. Y si bien no pude ser presidente de este país de temblores si fui diputado. Al menos ese es un triunfo personal y una pequeña revancha a la clase que le da la espalda a los desheredados de este rincón del mundo.

“No poder ejercitar la rebeldía es la única muerte verdadera.”

“Sólo hay una cosa cierta y es que la poesía es un consuelo y un refugio. Sin ella el vacío sería completo…” (carta a su madre 1932)

Yo, que jugaba a ser malabarista, yo, el funámbulo, el que vivía con un paracaídas atado a mi espalda, reconozco que la poesía fue la pértiga que me evitó caer a la nada. Allí donde no hay ni crepúsculo ni alba ni mañana ni después...

Pregunto: “¿Y mañana qué pondremos en el sitio vacío? Pondremos un alba o un crepúsculo. ¿Y hay que poner algo acaso?” (Altazor, Canto I)


¿Acaso hay que darle respuestas al ocaso?

Tal vez la respuesta sea:

“El pájaro hace un nido en el arco iris”

Al finalizar La 2ª Guerra Mundial el paracaídas que siempre me acompañó decidió abandonarme; me caí con él antes que pudiera abrirse.

“Mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.

Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro…

Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.

Poeta, he ahí tu paracaídas maravilloso como el imán del abismo. (Altazor, prefacio)

Fue en 1945, usted ya se había ido en el 38.

Ese año decidí ser corresponsal de guerra. Una forma de ser coherente con mis posiciones ideológicas, una forma de no traicionarme a mí mismo. Fui herido en la cabeza. Tal vez, en el fondo de mí mismo, era lo que buscaba. Tal vez sabía que era la única salida para el laberinto en el que se había convertido mi vida.

“¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?” (Altazor, Canto I)

En 1946 regresé a nuestra casa de Cartagena dispuesto a escribir sobre la guerra.

Al frente está el mar.

En él caí dos años después vestido de poesía.

Manuela, su nieta, escribió mi epitafio:

“Aquí yace el poeta Vicente Huidobro. Abrid la tumba. Al fondo de esta tumba se ve el mar”.

 

PD: Ahora Neruda y yo contemplamos el mismo paisaje; no en vano se llama Pacífico. 

 

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Número 164 | janeiro de 2021

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