segunda-feira, 15 de fevereiro de 2021

ALEYDA QUEVEDO ROJAS | Eduardo Chirinos, escribir para olvidar el furioso embate del cuerpo

 


Las palabras más bellas son las que nacen de tu cuerpo.

NUNO JÚDICE

 

“Yo edito aquello que no puedo olvidar”, me dijo alguna vez, durante una que otra caminata-conversa en Quito, el gran editor español creador de Pre-Textos, el querido Manuel Borrás, a quien conocí gracias a Eduardo Chirinos. En julio de 2015 edité “La música y el cuerpo” 50 poemas de Chirinos en el catálogo de Ediciones de la Línea Imaginaria, la pequeña editorial independiente que llevamos mi esposo, el poeta Edwin Madrid y yo, desde hace más de 20 años en Quito.

En agosto de 2015 invitamos a Eduardo Chirinos a presentar el libro en tres lugares de la ciudad de Quito, y aunque el cáncer le impedía disfrutar a plenitud de la ciudad, Eduardo pudo compartir con sus lectores y fans, atender a la prensa y degustar algunas delicias andinas que compartimos con Perú: cuy asado, empanadas de queso y maíz tierno cocinado con su mazorca, cuyos potentes sabores lograron ganarle al amargo de los medicamentos. Fue memorable esa visita porque la enfermedad no había logrado tocar su finísimo humor, así como tampoco su enorme gusto por la música y los chocolates negros.

Me confieso fidelísima fan de la poesía de Eduardo Chirinos, a quien comencé a leer desde mi primera visita literaria a Lima en 1992, antes de conocerlo personalmente en octubre 2011 en República Dominicana durante el Festival Internacional de Poesía, en el que tuvimos la inmensa suerte de coincidir y que nos permitió afianzar la amistad y la complicidad literaria. Y esto de ser fan, amiga y editora permite ciertas licencias, por ejemplo, que solo me decidiera por los 50 poemas que integran “La música y el cuerpo”, de una muy prolífica, amplia (19 libros de poesía), diversa y estupenda obra que conozco bien. Por cierto, ese es uno de los libros que nuestra editorial agotó, en menos de un año de ponerlo en circulación, vendimos toda la edición de 500 ejemplares.

Lo que pretendí con ese pequeño libro de 50 poemas fue homenajear en vida a Eduardo Chirinos, homenajearlo en mi ciudad, en mi casa y con nuestra editorial que solo publica lo que no olvida y lo hermoso que desea compartir con los lectores. El año siguiente, en febrero de 2016, Eduardo Chirinos murió cuando tenía 55 años de edad. La noticia de su muerte me estremeció hasta las lágrimas y ese día volví sobre uno de los correos electrónicos que me había enviado, un mes antes de su fallecimiento, con unos párrafos que escribió sobre mi libro “Jardín de Dagas” que publicó la editorial Praxis en México en 2015, pero que en ese momento contemplaba una posible edición en Cuba, que aún sigue pendiente. “Jardín de Dagas” tiene varios poemas que escribí para Eduardo y la enfermedad que lo aquejó y de la cual me iba contando periódicamente. Nunca antes había compartido este correo y éstos párrafos de su lectura de mi libro. Creo que este es el espacio para revelar esa amistad que fuimos tejiendo a lo largo del tiempo…

 

Mi muy querida Aleyda:

Luego de releer varias veces tú magnífico libro, te envío los tres párrafos que me pediste. Ellos, creo, resumen las ideas y emociones más saltantes de mi lectura, lo que ha despertado en mí como lector y amigo una mayor sorpresa e interés. No he querido soltar demasiada prenda al lector, he querido más bien invitarlo a que se extravíe en tu jardín, aunque salga herido como yo en algunos casos, pues hay poemas que me tocan directamente, como aquel donde mencionas el bisturí, el estómago y el cáncer. Ojalá te guste, ya me comentarás.

Muchos besos y cariños desde Missoula para ti, para Edwin y la dulce Anaís.

Los quiere y extraña,
Eduardo.

 

¿Cómo leer este título de Aleyda Quevedo? Tanto si vinculamos el jardín con el poema (y las dagas con las palabras de las que está hecho) o con el libro (y las dagas como los poemas que lo conforman), se nos trasmite a nosotros, los lectores, una relación transgresiva e incluso perversa: jardín evoca artificio, perfección, privacidad; daga, en cambio, evoca corte, punción, herida. Aleyda Quevedo se atreve a conciliar ambos términos apostando por el lirismo y por la más acerada belleza, pero, entiéndase bien, una belleza que sólo es posible evidenciando el dolor que supone la violencia ejercida en la materia sobre la cual trabaja. Y esa materia no es otra que el poema y el cuerpo amado.

Puñales, tijeras, navajas, bisturíes… todo un arsenal de instrumentos punzocortantes le sirven a Aleyda Quevedo para arrancar la maleza del poema y, de paso, “los pensamientos impuros”. Estamos, pues, ante poemas que se erigen como poéticas, pero también –y esto es lo más importante– como un recorrido apasionado de su propio Ars Amandi: “Hay que destruir lo que amamos porque corta / lo intenso del silencio tuyo que corta y me corta / Voy a salir a buscarte en la noche y cortarte la voz”.

Frente a la creencia generalizada de que la belleza se escribe desde una zona de comodidad, estos poemas confirman la famosa línea de Keats según la cual “belleza es verdad y la verdad belleza”, pero convenciéndonos de que esa identidad sólo es posible mediante una depuración que no tema “cortar las flores marchitas de la maceta” ni “los versos que ensucian el poema”. Una depuración que acepte el riesgo de escribir poesía al filo de la perfección de una navaja.

Eduardo Chirinos, Missoula, enero 2016.

 

Los poemas que contiene “Jardín de Dagas” escritos para Eduardo Chirinos son estos que les comparto, y son los que él hace referencia en su correo electrónico.

 

Te veo dibujando el bisturí

con el que cortaron tu estómago en cinco partes.

No encontraron versos de silencio,

tampoco versos cancerígenos sirven

para construir poemas de humor.

En tu dibujo del bisturí ha quedado

la oración invisible extirpada de tu estómago.

 

El viento golpea el rostro provocando cortes.

Dos cuchillos sobre la mesa marcan las horas del reloj.

¡Ya te escucho, muerte!

En un invierno sin cantos de ranas,

Los últimos dibujos me sobrevendrán.

 


Eduardo Chirinos escribió: “Sé que detrás de los poemas, incluso de los que más me ocultan, me encuentro arrojado a la más lacerante intimidad; allí están, expuestos a la intemperie, mis deseos y mis miedos, mis amores y mis desamores, mis lecturas y mis obsesiones. Pero sé también que cada poema es una máscara que amplifica los deseos, los miedos, los amores, los desamores, las lecturas y las obsesiones de los otros que se reconocen en ellos, haciéndolos suyos”.

Se trata un poeta íntimo y silencioso. Dueño de una mirada filosófica de las cosas y del paso del tiempo. Sus versos me suenan a una música secreta y algo triste, a pesar del humor y del empeño ferviente del poeta de cantarle a la música y de escribir acompañado de ella (“todas las artes propenden a la condición de la música”). Chirinos le canta con el mismo entusiasmo y habilidad a los animales y al cuerpo sano y enfermo. Aunque siempre pretendió olvidarse de su propio cuerpo porque desde siempre lo perturbó. Sufría sordera de un oído y eso lo obligaba a escuchar música a todo volumen en su estudio de Missoula.

La música y el cuerpo son para mí sus dos grandes temas, fascinantes temas que abordó erigiendo pequeñas catedrales de versos y palabras precisas. Desde las danzas, preludios y tocatas de Breve historia de la música, por el que se le concedió en 2001 el primer Premio Casa de América de Poesía Americana en España, pasando por los impecables libros: Coloquio de los Animales, Mientras el lobo está, Recuerda, Cuerpo.., Abecedario del Agua, hasta llegar a libros como Escrito en Missoula y Medicinas para quebrantamientos de halcón, publicado por Pre-Textos en una bellísima edición que Eduardo me entregó en las manos, y en el que resulta definitivo y conmovedor el abordaje sobre el cuerpo enfermo que resiste y no se queja. El cuerpo como ánfora de múltiples viajes interiores…

Chirinos solo reafirma que cada poema es una máscara que amplifica los deseos, los miedos, los amores, los desamores, para entregarnos una estética misteriosa y bella para interpretar el mundo. Tres cuerdas me encantan e interesan de su vasta obra: el amor (cuerpo propio y cuerpo de la amada), la música y los animales. He visto a Eduardo ejercer el arte de dibujar preciosos animalitos: osos, ballenas, gatos, pájaros e insectos. Incluso su e-mail personal comenzaba con la palabra: ballena. Eduardo se vestía con el traje de dibujante porque creo que cultivar este arte se completaba con el otro arte de escribir sobre ellos. Por fortuna, guardo algunos dibujos de osos y gatos que me regaló, mirándolos ahora, tan vivos y atentos sobre mi escritorio, recuerdo esta reflexión que el poeta dejó en uno de sus libros: “Los animales han ejercido sobre mí una fascinación que ha sabido mantenerse a lo largo de los años. Es natural, entonces, que transiten con toda libertad a lo largo de mis libros. ¿Por qué esa fascinación? No sabría explicarlo con certeza, pero puedo decir que todos ellos —desde los más imponentes hasta los más humildes— se me han ofrecido como un misterio, como una interpelación que todavía no logro comprender.”

La otra sensibilidad o cuerda desarrollada en sus poemas y por la que me he decidido es el cuerpo y su naturaleza siempre vinculada al amor. Leer esos poemas me lleva a la conclusión de que todo puede ser naturaleza y que sentimos con el cuerpo. La voz poética expresa el amor sublime, el amor erótico y el amor leal a una sola mujer. Al ahondar en el cuerpo sano y enfermo, encuentro que el maestro Chirinos dialoga concentradamente con lo que sostiene el filósofo francés Jean Luc-Nancy cuando apunta: “¿Qué es el cuerpo? La apertura sensible de lo que se puede llamar “alma” o “espíritu”. Por eso se puede decir de forma sencilla que el arte siempre es una cosa del cuerpo, luego no hay separación entre el cuerpo y el alma. El arte es el cuerpo como sensibilidad, pero intensificada, hecha más aguda, especializada. La sensibilidad es el cuerpo. El cuerpo es una relación con el mundo que no deja de estar en la apertura y en el cierre, en la elección de tal o cual registro, en el movimiento o en la inmovilidad”.


Eduardo Chirinos como José Watanabe, dos grandes de la poesía que Perú le ha entregado al mundo, han abordado el tema del cuerpo con infinita maestría. Ambos desde la variante de apropiarse del cuerpo como un territorio desde el que se escribe para conocerse y se transgrede para decir lo que ya ha sido dicho, pero con otro brillo aún más puro y auténtico porque es en la enfermedad cuando aflora la verdad; desde el cuerpo se escribe para salir de la zona de confort hacia un despeñadero de incertidumbres y constantes preguntas que oscilan entre el amor y la muerte, la verdad y la mentira, la infancia y la vejez, el odio y la piedad.

En Eduardo Chirinos el trabajo sobre el cuerpo sano y enfermo, trabaja con resonancias clásicas y modernas imposibles de desconectar de los problemas esenciales del arte y de las preocupaciones de los artistas de todos los tiempos. Chirinos escribe: Nada hay que tu cuerpo conozca/ nada que hayas aceptado o creído rechazar; / la belleza es un capricho de la forma/, la verdad un cúmulo de arena que el viento deshace.

La belleza es un capricho de la forma, le dije alguna vez durante el Festival de Santo Domingo, porque le confesé que no imaginaba que fuese un poeta tan guapo dueño de esos brillantes ojos azules y que se que era su verso, lo representaba. Apreciación que fue reforzada y corroborada por la poeta dominicana Soledad Álvarez. Y así fue que los tres no nos separamos durante los días que duró ese festival inolvidable. Como su lectora, nunca dejé de encontrar y sorprenderme con fuertes dosis de ingenio y humor, genio y referencias culturalistas infinitas, quiebres de bromas en su conversación notable y continuas referencias mitológicas que pueblan los poemas de Eduardo Chirinos. De los poemas de Chirinos que más me gustan para ejemplificar su fino tratamiento del tema del cuerpo con claro guiño al afluente culturalista de su obra, cito este.

 


Para aplacar la ira de este mar en calma

 

Invocación a Sabaoth

 

Has destrozado tu cuerpo, tu cuerpo lastimado por cuarenta años de lluvia,

sometido para siempre a las violentas emanaciones de gas.

El aire se torna irrespirable;

la gente se cubre el rostro con las manos, reúne a sus hijos y murmura una plegaria.

Los más hábiles han trepado los cerros o han aprendido a vivir bajo las aguas,

los más débiles perciben sin sorpresa el vago sentido de las cosas

y arrancan los frutos amargos de su cuerpo aspirando a la inocencia,

oscuros mediadores entre realidad y deseo.

 

(Todo problema oculta su propia solución, se dice,

pero es difícil mantener erguido un cuerpo cuando la pasión gobierna:

el cerebro aumenta de volumen y los codos

suelen apoyarse en las rodillas para soportar mejor el peso

y hundirse para siempre en el barro del origen.

«¡Sabaoth, Sabaoth —grité— aplaca la ira de este mar en calma!»

mas los vientos soplaron con violencia las rosadas cavidades uterinas

y entonaron bellas canciones de amor).

 

Has destrozado tu cuerpo en los podridos tablones del deseo

y has remado contra toda corriente desoyendo los consejos del augur.

Ve ahora a purificarte en la basura que se oculta en los grandes sentimientos

como el cuerpo hermoso se oculta bajo el manto oscuro de la ropa,

como el hígado y el páncreas se ocultan bajo el manto oscuro de la piel.

Verás entonces tus restos vagar por el espacio, continuando

la orbicular ruta de los astros,

pero siempre alrededor de sol, siempre al lado de sol.

Nunca en la tierra.

 

En los últimos 6 años antes de su muerte, la enfermedad se convirtió en un impulso creativo…fue hurgando en ella como si se tratara de extraerle las mejores palabras, los versos más perfecto y las imágenes más poderosas, hasta que juntó todo, lo pasó por el tamiz de su dominio del lenguaje y logró evaporar libros perfectos como “Medicinas para quebrantamientos del halcón”. Era como si una vez que el estómago fue extirpado, el poeta sabía, que ahora el tiempo corría veloz y había que escribir con auténtico sabio desespero.

Cuando estuvo en Quito y lo acompañé a la entrevista que el diario El Comercio y el querido amigo periodista Gabriel Flores, le hizo, Chirinos confesó varias ideas que me parecen importantes y memorables traer a este texto.  “Los poemas nunca empiezan con palabras, sino con una música que reclaman palabras”. “Para Chirinos, la poesía, en la actualidad, sirve para lo mismo que servía en el pasado, para nada exclama. Cita a Juan Ramón Jiménez para mencionar que está dirigida a la llamada inmensa minoría. “Siempre va a ver una inmensa minoría la que lee poemas, para la cual la poesía le va decir algo. Esa es su vitalidad y su garantía de supervivencia”.

 

Es inevitable.

Sólo escribiendo llenaremos el pozo

donde han de consumirse los recuerdos.

 

Sólo el tiempo

(el misterioso vigía de los sueños)

 

ronda en el origen de un poema inalcanzable

que jamás nos propondremos escribir.

   


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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 165 | fevereiro de 2021

Artista convidado: François Despréz (França, 1530-1587, aproximadamente)

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