Leer bajo una luz
directa, recorriendo los renglones del mismo modo que se contempla la arboleda de
una avenida, no inquieta, por el contrario, la distensión, un pensamiento ligero
que interpreta los renglones automáticamente se desliza sin sobresaltos de un punto
a otro. El desafío del lector y texto reunidos es entablar una intimidad de viejos
conocidos, un buen pasar inmediato.
La
relación entre el lector y el texto no siempre mantiene el mismo apetito, y es tentada
por distintos estímulos, algunos visibles, otros no tanto, depende de la naturaleza
del texto. Hay textos reacios, resistentes a la develación, que se encierran en
sí mismos, esquivos, aunque no dejan de deslizar relevancias, en el transcurrir
de la lectura hay indicios que ayudan a correr el velo, al descubrimiento. Hay indicios
que juegan el papel de desestabilizar, provocar disputa, lucha verbal que al fin
y al cabo resolverá la lengua filosa. Los resultados de una lectura que carece de
contraposición son contrarios, van en contra de la intervención del pensamiento
que tensiona la lectura, contra el habla interior, el instinto de husmear en lo
que despierta sospecha, de responder interrogantes que se presentan sinuosos. La
cabeza “ubicada enteramente del lado de la sentimentalidad” vaga entregada, floja,
afloja la tensión, relaja el músculo, y con él el pensamiento que se rebela, el
deseo de hurgar debajo de las apariencias.

Leer
puede transformarse en una operación de rescate. Cuando leer produce cierta desorientación
o zozobra, cuando sumergirse en la lectura es también advertir el peligro de un
naufragio porque el rumbo del texto desorienta o engaña de tal modo que urge el
socorro, la tabla de salvación es la letra, su fortaleza, su densidad y aquello
que con ella guarda relación, lo alineado a su eje. La lectura que pregunta con
una curiosidad de alta intensidad, empuja hacia el “contenido cierto” del que habla
W. Benjamín. Si el lector no le hace preguntas al texto, si no siente esa necesidad,
es porque conoce de antemano todas sus respuestas.
La
desestabilización, los saltos imprevistos, otra dimensión en la interpretación,
fruto de una materia resistente, son dados por una letra a reacción, o mejor: una
letra reactiva, que ha absorbido mucho y conducido y procesado nutrientes de otros
textos, de la literatura, la cultura, de los viejos tiempos y de los tiempos que
corren, cuya combustión emana, captar esos efluvios, sus fluidos, inflama la lectura,
excita el pensamiento aplicado a desenmascarar.
“Estar
con quien se ama y pensar en otra cosa, es de esta manera como tengo los mejores
pensamientos, como invento lo mejor para mi trabajo. Ocurre lo mismo con el texto,
produce en mí el mejor placer si llega a hacerse escuchar indirectamente, si leyéndolo
me siento llevado a levantar la cabeza a menudo, a escuchar otra cosa”, y un poquito
más adelante Roland Barthes agrega “como la de un pájaro que no oye nada de lo que
escuchamos, que escucha lo que no oímos” (El
Placer del texto, 1977). Para escuchar estimulando el espíritu, alentando la
revelación, hay que esquivar contratiempos, la escucha tiene sus bemoles, sus dificultades,
por empezar las condiciones del oído, sus aptitudes, las poco entrenadas para individualizar
sonidos dentro de la maraña del ruido, no ayudan, igualmente los timbres monocordes
o demasiado estridentes. Un entendimiento frente a frente con el texto que se lee
descubre rápido su valor, leer como el pájaro de Barthes, levantando la cabeza,
un oído fino obliga a levantarla, sin cabecear, pájaro que lee vuela.
DOS LECTURAS INQUIETANTES
1. Toda la ceguera del mundo, de Néstor Ponce
[Primera finalista
del Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro 2013. Editada por Ediciones B,
Colombia 2014.]
“Aquellos ojos negros…”
la cita no señala el ritmo de un bolero, porque no es precisamente un bolero lo
que signa esta novela tan turbulenta desde el primer paso; pero sí los ojos, la
mirada (el nombre de cada capítulo de “Toda la ceguera del mundo” la explicita)
que fluctúa sobre los personajes y los unta con un brillito cáustico, los fija a
una especie de vodevil sangriento, de gran guiñol movido por una mano macabra, de
cómic negro. Néstor Ponce, habilitado, urde su historia sin perder de vista los
hechos que sucedieron en los años particularmente descarados de la vida argentina
de finales del siglo XX y comienzos del XXI, los de la era Menem.
Sucede
en La Plata, el nombre de la ciudad, su literalidad, cae perfecto a los personajes
que van tras sus quimeras abiertamente: tras la plata fresca Ángel y El Cicatriz,
narcotraficantes mexicanos que en guerra con los narcotraficantes colombianos batallan
por monopolizar y expandir la droga en la Argentina involucrando a argentinos devenidos
narcos que provienen de todos los rangos sociales; la copa plateada, la maravillosa
del triunfo –en este caso la del clásico Estudiantes versus Gimnasia de La Plata–
que empuja a un grupo, el de la Vieja Vanguardia Tripera, vejete y adorador de los
triunfos pasados, a imaginar el plan más descabellado para hacerlo cumplir a rajatabla
y remozar el viejo brillo de su equipo; la pasión de amor del precipitado mexicano
Ilhuicamina (nombre de príncipe azteca, alias Ilhu) por la argentina de ojos azules:
Ana Marías, que iluminado por la pasión y los versos vuela de México tras sus huellas
pese al peligro de que ya exista un Ángel que se la arrebate; los planes ardorosos
del grupo de pensión Los imbancables que para salirse de su vida rutinaria se lanza
a una acción de dudoso éxito; el fuego plateado del asado brillante como una estrella
en el estómago de los argentinos de esta novela situada en una ciudad criolla.
Salvo los feos, sucios y malos, que venden droga
y matan y se hacen ricos, tan negros como los personajes negros de una novela negra,
los otros protagonistas demuestran otros intereses, pero también trafican. Llevan
y traen libros, los leen, los investigan, los escriben. Hay un profesor experto
en Teoría Literaria de la universidad de La Plata, jubilado, que asa de maravillas,
y al calor de su fantasía bien alimentada seduce imbatiblemente a mujeres jóvenes.
El poeta mexicano Ilhu, junto a su congénere Manlio, fundan en el DF de México el
“Movimiento Inmóvil”, se mueven en el “Parque Hundido” tratando de levantar cabeza–
ambos son poetas inéditos–, Manlio vende sus tortillas a sus adeptos de las distintas
regiones, escribe sus “textículos, cortos relatos escritos con los huevos y el alma”.
En el tráfico de esta novela, la novela de las miradas, los cautivantes ojos de
Edna Lieberman, la amada del poema de Bolaños, se truecan por los ojos azules de
Ana Marías, la amada de Ilhu, en la historia de Ponce. Hay una búsqueda de referencias
argentinas que se le mezclan al poeta Ilhu: Borges, Cortázar, Saer, Gardel, José
Larralde.
Entre el humor y el realismo crudo la mirada del
narrador Ponce no se da tregua, ojo, es una mirada protagonista por capciosa, por
querer ver más allá, por no pestañear frente a lo que enfoca, una paradoja a partir
del título: “Toda la ceguera del mundo”.
2. Macedonio para empezar aplaudiendo, de Liliana Heer
“…un prólogo mudable,
que, me avisan, se anda cambiando de página, no haya disgusto entre los prólogos…”
(Macedonio Fernández). Y no hay disgusto entre los prólogos , porque conviven reafirmando
su independencia, no hay disgusto pero sí mudanza, la obra de teatro de Liliana
Heer: “Macedonio/ para empezar aplaudiendo”, desafía la ortodoxia de una obra de
teatro retomando a Macedonio y su universo de figuraciones; por empezar Liliana
Heer muda de género, va de la novela al drama, de la acción a la no acción, de un
solo autor a varios , a muchos, en su obra de teatro hay una larga introducción,
los prologuistas son cantidad, cooperan para satisfacer la demanda de una entrada
interminable, de una reunión de prolegómenos. A esta obra de Liliana Heer, que cerró
el congreso sobre Macedonio Fernández realizado en la Biblioteca Nacional durante
el 2013 y que publicó editorial Paradiso este año, no le bastaron los personajes
inmovilizados en una conversación al compás de la guitarra de Macedonio, sino que
los veintitantos autores anunciantes de lo que iba a venir a continuación ocuparon
la mitad del libro ilustrado por Vanina Muraro. “Un respiro liberador en la gravedad
de los prólogos que aún me faltan”, dice Macedonio en su novela Eterna habilitando
nuevas escenas, renglones adicionales, para comodidad de sus prólogos que corrieron
por su rigurosa cuenta; Liliana Heer habilita un colectivo, arranca con él, uno
no afecto a la congruencia ni a un plan previo sino a la suma y a la libertad que
les permitió desarrollarse y prosperar.

Después
sí: “Macedonio / para empezar aplaudiendo”, con sus tres actos, el primer acto se
proyecta inmediatamente al segundo con intención de detenerlo, el segundo no se
sabe muy bien cómo avanza, si realmente avanza, hacia el tercero, que sí se declara
con intensión de continuar, se anuncia como: “Sin apuro por concluir”. La pretensión
de permanencia, el deseo siempre presente que se renueva: durar. La obra inventa
un transcurrir, tres actos en una larga escena donde la permanencia se sustenta
en el intercambio de voces, pero no hay realmente diálogo, los personajes entretenidos
en sus propios parlamentos recorren circuitos independientes, salvo contactos eventuales,
monologan, su habla no es el de la comunicación.
Se
trata de teatro. Liliana Heer actúa a sabiendas, escribe en consecuencia, si hay
que hacer la obra, obra, trabaja con conocimiento. Presenta a los personajes, el
primer actor, más allá del orden, es Macedonio, el que pulsa las cuerdas, no guitarrea,
encuentra la vibración justa para cada nota, gracias a su alta concentración de
recursos de primera mano; los espectadores se fascinan: “están bajo rapto”, se les
roba la atención podría sospecharse aunque el rapto sea otro; la atención está captada,
tomada por la no acción, los personajes no se mueven, atrapados en el decir, concentrados
en lo que los convoca: el papel de la memoria, los laureles que se ganan o se pierden
en la carrera por conseguir longevidad en la escena, el gusto por condimentar la
lengua que los alimenta. La invención, la luz de la chispa, el fuego, la amenaza
del quemo, el plagio que tizna y oscurece cualquier brillo. A los personajes la
novela Museo de la novela de la Eterna de Macedonio, les corta el aliento, pero
no la persistencia, el intercambio de frases, aunque Macedonio domine la escena
con su presencia ineludible. Tomando, la cabeza hecha una esponja, Heer va del Macedonio
original al Macedonio propio disfrutando del transporte; desafiante, acerca una
guitarra de última generación para que Macedonio actúe en el nuevo escenario dependiendo
para seguir adelante –como el resto– del gesto de aprobación de la Eterna corporizada
en una mujer.
Formaciones
y letras disparadas a Xul Solar: “Idiomas en compostura colgante”, más citas, comparaciones,
alusiones, reflejos, al cine tampoco se lo pierde de vista, en este “estirar sin
contar”, como subraya en boca de un personaje Liliana Heer en este libro para el
teatro, moviendo cómodamente su batuta y encaminándose con dirección intencionada
hacia otro sector del escenario.
EPÍLOGO
Macedonio Fernández – Museo de la novela de
la Eterna [Primera edición 1967]
Prólogo de lo nunca
visto
El género de lo nunca
hablado, el de tan frecuente invocación, lo sin precedentes, será entrenado, pues
él mismo nunca existió, nunca hubo lo nunca habido, en el corriente año y como es
justo en Buenos Aires, la primera ciudad del mundo viniendo del campo inmediato,
la única ciudad que se presta para conclusión de una vuelta al mundo empezando en
ella… La Novela enviará esta noche su orquesta de solistas –seis guitarras– a ejecutar
varias polifonías en obsequio de las orquestas de los bares Ideal, Sibarita y Real,
para que oigan música. El Polígrafo del Silencio con eruditos gestos explicará el
propósito, y circulará entre el personal de las orquestas escuchantes la bandejita
sin fondo de la gratuidad haciendo sonar las moneditas del agradecimiento… Esta
novela que fue y será futurista hasta que se escriba, como es su autor, que hasta
hoy no ha escrito página alguna futura y aún ha dejado para lo futuro el ser futurista
en prueba de su entusiasmo por serlo efectivamente cuanto antes.

Gloria Lenardón
(Argentina, 1945). Vive en la ciudad de Rosario desde 1970. Escritora, narradora,
coordinadora de talleres literarios, colaboradora en distintos medios: Diario
La Capital, Pagina/12, Rosario/12. Novelas publicadas: La reina mora (premio
Emecé 1986/87, premio Fondo Nacional de las Artes), A corta distancia
(editorial Sudamericana 1994), Eva maravillosa (editorial Alción 2006), Shopping
(editorial Ross 2012), La Bohemia (narrativa gráfica, editorial Iván Rosado
2016). Dirigió la colección Semillas de Eva, que reúne una serie de narradoras
de diferentes campos, con la intención de investigar la escritura femenina y
difundirla. Integra La Ronda, agrupación que acompaña a las madres de Plaza de
mayo (Rosario). Integra La Palabra Colectiva, una colectiva de escritoras y
editoras argentinas, que apoya a mujeres en situación de violencia, la
diversidad de género, la conquista de derechos y fomenta la cultura y la
educación.

WEDGWOOD STEVENTON (Inglaterra, 1955) | Começou a fotografar em 1973 passando para pintura e colagem em 1995, posteriormente descobrindo o cinema. Colabora, sempre de forma independente, no círculo do Surrealismo desde 1995. Como ele próprio declara: O espírito e o mistério da natureza ligado à existência humana é um tema importante em todos os meus trabalhos. Em uma mostra realizada em 2020, Steventon observou, acerca de sua própria obra: Pinceladas repentinas, a mistura de cores a óleo e, às vezes, a adição de colagens se unem para formar o trabalho finalizado. Nenhum primeiro pensamento, mas a pintura da mente inconsciente. Regras do automatismo. A natureza e o mundo humano se unem para contar a história. Um mundo em fluxo. Uma jornada contínua para explicar uma existência na vida em que nos encontramos.
Agulha Revista de Cultura
Número 230 | maio de 2023
Artista convidado: Wedgwood Steventon (Inglaterra, 1955)
editora | ELYS REGINA ZILS | elysre@gmail.com
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