Páginas de distintos tamaños, algunas apaisadas,
plegadas en forma de tríptico, que obligan a abrir, rotar, volver a doblar, que
superponen imágenes de collages singulares, todo esto se combina en el particular
tamaño de 47,5 por 16 cm –la
mitad de una hoja A3– en los primeros dos números y de 35 por 12,5 cm en la
segunda época. Antes de comenzar a leer, el lector se encuentra frente a un
objeto fuera de lo común, desconcertante desde lo visual y desde la
manipulación que exige. Su materialidad, entonces, no se asemejaba a las
publicaciones populares de la época ni a ninguna otra y aunque esta particularidad no se puede advertir en la
reproducción digital de la revista que tenemos disponible en la actualidad, la excepcionalidad
gráfica y de sus ilustraciones salta a la vista: el logotipo de la revista dibujado a mano
alzada en el que las letras adquieren la organicidad de una planta aparente, la
cuidadosa diagramación e ilustraciones extraídas de antiguos manuales
científicos o enciclopedias se combinan para advertir que se está por leer algo
fuera de lo común.
Obedeciendo al típico
recurso surrealista de diseccionar los elementos y quitarlos de su contexto
original para colocarlos en relaciones nuevas y disruptivas, dibujos que
originalmente ilustraban explicaciones sobre el funcionamiento de una cámara
oscura, las partes de un ojo humano, el fenómeno de la refracción de la luz o
las instrucciones para confeccionar un taumatropo aparecen aquí a continuación
de textos que hablan de recuperar la vida en sus aspectos más espontáneos, de
ir contra el orden racional, del lenguaje como un instrumento de alcance
insospechado, de un muy inquietante cuento de Gisélle Passinos, entre otros del
número uno. El segundo incluye más dibujos inquietantes: una extraña escena de
centauros inversos, un chico regordete riendo abiertamente en tres planos
diferentes o un guardia romano a punto de ungir un huevo grande con su espada
enrarecen artículos sobre “las lastimosas condiciones de un medio intelectual”, [1] sobre la necesidad de que la poesía sea hecha
por todos, o bien coronan un poema de Georges Schehade. En todos los casos, las
imágenes tensionan y torsionan el sentido del texto, dado que presentan una
significación disruptiva, anacrónica, de una belleza potenciada por el
extrañamiento que, además, quiebra el sentido de lo esperable.
Sin duda, la época en que emergió esta
publicación ya no se escandalizaba por la propuesta irreverente del surrealismo
e, incluso, cierto público podía captar sus postulados y los admitía como
artísticos, a diferencia de lo que habría ocurrido dos décadas antes. Esto era posible en Argentina a causa de su
difusión global. De hecho, podría pensarse la mitad del siglo como el momento
de su institucionización e internacionalización. Para ese momento, el
movimiento dirigido por André Breton tenía una larga historia con sus propios
desvíos: había cerrado la etapa heroica, había elaborado sus tensiones
políticas, había sobrevivido a una guerra mundial y a varios momentos de
replanteos y divisiones. Y esa deriva vital, además de su supervivencia,
también consolidaba su propagación
por el mundo. [2] Por otra parte, el surrealismo debía su aceptación
también a la amplia difusión que a mediados de siglo ya tenían las ideas del
psicoanálsis, que en Argentina se había afianzado entre los especialistas, con
la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1942 y,
posteriormente, de la carrera de Psicología en la Universidad de Buenos Aires en 1957. Pero ya a partir de la mitad de la década de 1940 fue más allá de los círculos
entendidos: sus principales conceptos se popularizaron a través
de publicaciones de gran tirada. Freud era una cita habitual en el correo de
lectoras de las revistas femeninas y sus conceptos eran cada vez más frecuentes
en las publicaciones de interés general. [3]
Ese marco, que caracteriza al surrealismo como
revuelta, como parte de una revolución, que lo alinea con un disconformismo
absoluto, con la vida y con la búsqueda de la libertad, y que también reconoce
fuerzas sorprendentes en la profundidad del espíritu, permite presentar los
poemas de César Moro y Benjamin Péret. La duda sobre la conciencia que había
sembrado Freud se había difundido ampliamente y esto habilitaba a esta poética para
exponer esas zonas oscuras del deseo, sacar a la luz aquellos infiernos
inconscientes y reconocer el mal como parte como parte de lo real. De esa
manera, se pueden leer los paisajes monstruosos de Moro, en el primer poema que
publican, como “…sembrar el mar de peces
moribundos / Y que las plantas carnívoras no falten de alimento / Y crezcan
ojos en las playas / Y las selvas despeinadas giman como gaviotas”. [4] Cabe destacar que el peruano es además el primer surrealista extranjero que
presentan, lo que señala la intención de reconocer la presencia latinoamericana
en el movimiento.
El único número de la
segunda época es una pieza gráfica singular. Collages y dibujos de artistas plásticos como Marta Peluffo
(1931-1979) y los patafísicos Juan Esteban Fassio (1924-1980) y Álvaro Rodríguez (1925-1984), junto
con dibujos de Enrique Molina (1910-1997) conviven con ilustraciones enciclopédicas como las publicadas en la
primera época. Textos de Carlos Latorre (1916-1980), Julio Llinás (1929-2018), Francisco Madariaga
(1927-2000) y Juan Antonio Vasco (1924-1984) aparecen
con la caligrafía manuscrita de los poetas. Este detalle resalta la factura
artesanal, que se extiende como una continuidad desde los collages hasta
los poemas, reproduciendo a su vez la intimidad de la producción poética con
sus vacilaciones y tachaduras.
En sus memorias, Julio
Llinás evoca esa producción a mano: “En un pequeño departamento de la calle
Austria que es propiedad de la mujer de Molina […] estamos todos sentados a la
mesa: Molina, Pellegrini, Latorre, Madariaga y yo, pergeñando nuestras revistas
surrealistas, bebiendo vino y soñando con una misma ilusión: la ciudad de
París. Las risotadas rebotan contra las paredes, y nuestras mujeres cosen a
mano las revistas que cuarenta años más tarde serán trofeo de extraña gloria
para los coleccionistas. Corre el año 1952”. [5] La escena revive la sociabilidad entre poetas, sus
lecturas y fantasías compartidas, y confirma la factura artesanal. La revista
no era entonces un simple soporte textual, sino que era la obra colectiva de un
grupo que se había congregado por su adhesión al surrealismo. A diferencia del
primer grupo surrealista argentino, que había sido convocado por Aldo
Pellegrini entre sus compañeros de la carrera de Medicina para infundirles la
poética, ahora los poetas se reunían con un interés previo, pero además
desarrollaron fuertes lazos de amistad fundados en un modo de ver el mundo.
A Partir de Cero continúa siendo un
objeto de significación global, que busca desarmar la expectativa del lector,
donde cada elemento aporta sentido, contrariando en su factura artesanal y
colectiva las pautas de la industria editorial y gráfica, que divide las tareas
de redacción, ilustración, corrección, impresión, etc. Pero, además, se trata
de un objeto gráfico-literario complejo, que explota la tensión entre el texto
y la imagen con ilustraciones que dislocan la lectura, y un efecto lúdico
generado por los trípticos superpuestos y potenciado por el humor. A simple vista,
entonces, –y a compleja manipulación–, es
un dispositivo de sentido surrealista, para nosotros y para sus contemporáneos.
Desde 1952, apela a ese imaginario ya instalado y difundido en la época, pero
no lo hace de una manera trillada o como réplica del original, sino que
continúa desarmando racionalidades anquilosadas, al tiempo que se encarga de
importar la poética y hacer pedagogía. Incluso hojearla hoy, cuando el
surrealismo se enseña en las escuelas, es una experiencia que desacomoda la
lectura e invita a jugar. Por eso, su pedagogía de difusión, lejos de
ser simplificadora o de recurrir a las ideas corrientes del movimiento, las
problematiza e incomoda al lector, incluso al momento de rotar y abrir sus
páginas para acceder a los textos. Esto no sólo hace que no sea una revista
más, sino que la convierte en un auténtico dispositivo de manifestación del
surrealismo vernáculo.
NOTAS
1.
Enrique Molina, “Un golpe de su dedo sobre el tambor”, A Partir de Cero,
2 (diciembre 1952).
2. Maurice Nadeau ubica
el inicio del proceso de difusión internacional en los años treinta y la
vincula a la actividad política del grupo y a la necesidad de extender la
revolución política y espiritual. Su consolidación en el extranjero se debió a
esa internacionalización y al posterior estallido de la Segunda Guerra Mundial,
que provocó el retorno de Europa de surrealistas latinoamericanos (Matta, Lam,
Moro, etc.) y el exilio de las principales figuras del movimiento (Breton,
Péret, Paalen) en América. Véase Maurice
Nadeau, Historia del surrealismo, Montevideo, Altamira, 1993; también Stefan
Baciú, sel. y pról., Antología de la poesía
surrealista latinoamericana, Valparaíso, Ediciones Universitarias, 1981.
3.
La columna “El psicoanálisis la ayudará”, que salió en la revista Idilio de la Editorial Abril entre 1948
y 1951, es un ejemplo que se volvió célebre porque estaba ilustrada por los
fotomontajes surrealistas de Grete Stern y redactada por Gino Germani. Estas
secciones y la mención de conceptos del psicoanálisis se volvieron cada vez más
frecuentes en las revistas de interés general.
4. Moro, César. “Un camino de tierra en medio de la
tierra”. A Partir de Cero, nº 1, noviembre de 1952.
5.
Julio Llinás, Querida vida, Buenos Aires, Sudamenricana, 2005.
6.
Paul Éluard, “Tú la única y escucho las hierbas de tu risa”, A Partir de Cero, nº 2, diciembre de
1952.
7. Francisco Madariaga, “Las jaulas del sol”, A Partir
de Cero, nº 3 (segunda época), septiembre de 1956.
8. Blanca Varela, “Carnet de baile”, A Partir de Cero, nº 3 (segunda época), septiembre de 1956.
LUCIANA DEL GIZZO (Argentina, 1977). Es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeña como becaria posdoctoral del CONICET y del Instituto de Literatura Hispanoamericana (Facultad de Filosofía y Letras, UBA). Se especializa en vanguardia artística y en poesía argentina del siglo XX. Ha trabajado como traductora y editora en organismos internacionales, y ha sido docente auxiliar de la cátedra de Literatura Europea del Siglo XIX (UBA). Publicó varios artículos en revistas académicas internacionales. Junto con Américo Cristófalo y Facundo Ruiz, compiló la Antología temática de la poesía argentina (Buenos Aires, EUFyL, 2017).
TRIANA VIDAL (México, 1992). Artista plástica multidisciplinaria con experiencia en producción en barro, manejo de pastas, vidriados y control de quemas, modelado y manejo de torno alfarero. Tarotista por tradición familiar, su trabajo figurativo tiene bases en los arquetipos junguianos y en la exploración de los elementos presentes en el inconsciente colectivo. Su formación comenzó en el taller “Tres Piedras” en Monterrey Nuevo León y actualmente radica en la ciudad de Cuernavaca donde se dedica a la producción de su obra. Triana Vidal es la artista invitada de esta edición de Agulha Revista de Cultura.
Agulha Revista de Cultura
Número 256 | outubro de 2024
Artista convidada: Triana Vidal (México, 1992)
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