terça-feira, 5 de janeiro de 2021

RENÉE FERRER | Treinta años de transición democrática. Literatura y libertad



La transición democrática, desde el golpe de Estado contra la dictadura de Alfredo Stroessner y el inicio de la democracia en el Paraguay, demanda una reflexión sobre el porqué, a pesar del cambio de sistema los gobiernos libremente elegidos no han conseguido aún todos los beneficios de un régimen democrático de primera magnitud, perdurando todavía la huella y los resabios de esa “treintenaria noche” de totalitarismo de Estado.

Poco antes de la defenestración del dictador, electo en 1954, ya se había producido un quiebre definitivo en el Partido Colorado, que originó el atraco a la Asociación Nacional Republicana, liderada por el llamado “Cuatrinomio de oro”, compuesto por cuatro jerarcas: el Ministro de…  Domingo Montanaro, el secretario del dictador Mario Abdo Benítez, el… y el…, quienes objetaban el liderazgo del Dr. Julio César Chaves, presidente de dicha Asociación, el… Ese acto fue el quiebre de la unidad “republicana”. Desde algún tiempo antes de este giro de timón, ya se hablaba de la desconformidad de un sector de correligionarios colorados y la paulatina debilidad del gobierno del Gral Stroessner, hasta el punto de que la población esperaba su caída en cualquier momento. Incluso una noche se llegó a festejar con anticipación entre intelectuales contestatarios, reunidos en una librería-editorial, la noticia falsa de un golpe estado. Quizás la declinación del poder del dictador sea la clave que explique la disminución del rigor aplicado al control de la población y a los límites de los comportamientos permitidos. Si bien, las persecuciones y torturas no dejaron de existir, se hablaba con mayor fluidez contra el gobierno, la gente joven se reunía a pesar de las prohibiciones más allá de la hora aceptada, los autores vedados se leían con más frecuencia, la guardia urbana comenzó a perder fuerza, o la población la ignoraba con mayor facilidad. Así como la lectura se volvió más permisiva, la música prohibida de Epifanio Méndez Vall comenzó a escucharse nuevamente en los bares, las tertulias, cenas y almuerzos, la visita de Elvio Romero fue recibida con aplausos en el Centro Cultural de España Juan de Salazar, a pesar de que él tenía vedada la entrada al país. No obstante esa inesperada laxitud, la población no olvida a los desaparecidos, los arrojados desde los aviones, las cámaras de torturas, las muertes en las cárceles, los desaparecidos, las dispersiones violentas de las manifestaciones y la dureza contra los estudiantes, solidarios con los obreros, durante la huelga de 1958-59, cuando la policía montada entró con caballos a la Universidad Nacional y colegios, el Internacional entre otros, dando latigazos a los jóvenes y apresando a estudiantes universitarios. Tampoco se puede dejar de citar la lucha contra la nominada guerrilla, cuando un grupo de exiliados en Buenos Aires, contrario a la tiraría intentó invadir el Paraguay y fue violentamente rechazado, o la disolución violenta de las Ligas Agrarias de los campesinos o la permanencia de los detenidos en la Cárcel de Emboscada y otros puntos de reclusión. El comunismo estaba severamente perseguido y el temor a ser fichado como tal se sentía en el ambiente. Asimismo, los homosexuales fueron hostigados al punto que el gobierno hizo pública una lista de 108 nombres. Tanto era el temor a la represión que algunos de los citados, luego de verse incluidos en la lista, prefirieron asilarse en Buenos Aires u otros sitios lejanos, huyendo de peligro a ser vilipendiados, en una época en que la homosexualidad y el lesbianismo no eran aceptados en el Paraguay.


El hecho de que el Gral. Stroessner haya subido al poder luego de unas elecciones no aseguró la democracia en nuestro país. Pero la votación no es un seguro contra la dictadura. Adolf Hitler también subió al poder de esa manera y, sin embargo, fue un dictador de drásticas consecuencias. En el Paraguay la población notó desde el principio estar bajo un gobierno autoritario que se fue endureciendo según pasaban los años. No todos los colorados aceptaron el totalitarismo. Un grupo bastante representativo, el MOPOCO, se exilió por propia voluntad en Buenos Aires, para intentar alguna solución a la pérdida de libertad de la ciudadanía. Durante su gobierno, Stroessner, consiguió incluir en el Parlamento a varios afiliados al Partido Liberal, tan tradicional como el Partido Colorado, hecho que le servía de pantalla seudo democrática, conveniente a nivel internacional. Al jefe de estado no solo lo rodeaban los partidarios, también aquellos que supieron acomodarse cerrando los ojos. Muchos opositores iniciales con el tiempo cambiaron de bando, ignorando los hechos de los cuales eran testigos a cambio de cargos, prebendas o inmunidad.

Al dictador lo envolvía un aura de mitos sangrientos, que atemorizaba a la población, aunque no se correspondieran siempre con la realidad. Las madres de niños en edad escolar, si sus hijos demoraban a la salida de la escuela, temían que los esbirros del presidente los hubieran raptado para utilizar su sangre, que se decía este utilizaba para algún propósito insólito como la conservación de la juventud. Las madres cuyos hijos se demoraban a la salida de los colegios o escuelas públicas, se paraban incluso a las esquinas, mirando fijamente el horizonte, hasta vernos llegar.

Otras historias, sin embargo, eran reales por muy dantescas que parezcan. Como a la mayoría de los dictadores al del Paraguay también le gustaban las mujeres, sobre todo las niñas púberes. Era famosa una casa antigua del barrio Sajonia, en la que se reunía a una serie de niñas y adolescentes vírgenes, algunas cedidas por sus madres, para que las disfrutara el dictador. También se sabía de quintas alejadas en las cuales la plana mayor se solazaba con esta clase de macabros abusos. Lo que para las víctimas era una tortura para los jerarcas era un delirio, según cuentan las voces anónimas que nunca faltan. Naturalmente estos delitos, esta corrupción, estos abusos contra la población femenina joven no aparecían en los diarios, ni se difundían por “La voz del coloradismo” en la “Cadena paraguaya de radio difusión”, a través de la cual solo se resaltaban las obras de gobierno, que no faltaron, y el supuesto paraíso debido al “Presidente de la República y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación”.

No creo que la población del Paraguay haya desmejorado después del cambio de gobierno y que los delincuentes, corruptos y violadores hayan proliferado por la falta de castigos ejemplares. La diferencia pudo generarse en que durante la dictadura se los controlaba por medio del terror y amedrentamiento a las consecuencias si eran descubiertos. O simplemente algunos tenían el visto bueno de obrar corruptamente siempre que respetaran la discreción necesaria y fueran fieles. En cambio, la delincuencia generalizada puede deberse, más bien, al hecho de confundir libertad con libertinaje, sumado a la impunidad.

Lo que sí es absolutamente necesario en la actualidad es luchar contra la inmunidad, limpiar de corruptos las instituciones del Estado y administrar justicia sin demora contra los ladrones, violadores y asesinos. Actualmente, luego de una generalizada protesta ciudadana, el Parlamento y la Justicia están escuchando la voz del pueblo y encarcelando a senadores y diputados y funcionarios del poder judicial, lo cual indica un viraje en cuanto a la aplicación de las leyes y el respeto a la Constitución Nacional.

Posiblemente la causa de que la “transición” no haya finiquitado todavía, se deba a la dificultad de asumir un sistema totalmente contrario al depuesto y tenga su origen en el hecho de que el golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 no se debió a una decisión de la oposición del Partido Liberal y otros grupos menores, sino a los propios colorados descontentos, quienes formaron el nuevo gobierno y habían pertenecido al gobierno anterior. De alguna manera la conservación de cierto statu quo y la duda de si los golpistas pudieran desprenderse de comportamientos habituales largamente mantenidos, quizás, expliquen la razón de que la corrupción, la violencia y el terrorismo delictivo hayan proliferado en todo el país. La corrupción, la violencia y los delincuentes ya existían, pero en la dictadura la corrupción era permitida a ciertas personas; la violencia estaba refrenada con violencia y la delincuencia era combatida silenciosamente. Había crímenes, salvo algunos casos, tenía poca difusión.


De todas maneras, la caída de la dictadura trajo vientos de liberación que beneficiaron a la población sojuzgada, influenciando positivamente en la vida cotidiana; afianzando la posibilidad de disentir, escribir, pensar, cantar canciones antes prohibidas, así como ayudó a superar el terror al espionaje de los delatores o pyragué (pies ligeros), el encarcelamiento, la tortura e, incluso, la desaparición o la muerte. La guardia urbana y la policía nacional tenían a su cargo la vigilancia de la sociedad y el cumplimiento de las exigencias del gobierno: prohibición de reuniones, debates, libertad de expresión, control de cada paso y cada palabra pronunciada, incluso en la intimidad del hogar, las aulas de las escuelas, los colegios y universidades. Tales restricciones obligaban a la población a convivir con el fantasma de la inseguridad, sobre todo los disidentes, luchadores y campesinos agrupados en las Ligas Agrarias, como muchos habitantes que preferían protegerse con un manto de indiferencia o ejercían una resistencia pasiva, para pasar desapercibidos. Muchos jóvenes y adultos, sin embargo, tuvieron el valor de manifestarse contra la dictadura, sufriendo la persecución, la cárcel, el exilio o la muerte.

Si bien el país recibió con optimismo el derrocamiento del régimen que nos tuvo sentenciados al silencio por tanto años, la certeza de que los sucesores del dictador pertenecían al primer anillo de su gobierno, desalentó inicialmente las esperanzas sobre la posibilidad de una vida digna e independiente en forma inmediata.

Por otra parte, es sabido que la libertad mal entendida puede tener consecuencias nefastas, cuando se la confunde con el libertinaje o se democratiza la deshonestidad y la violencia, conducta que se ha incrementado últimamente por falta de una sanción rigurosa de parte de la Justicia. Si se hace un recuento de la situación actual vemos que la agresión se ha convertido en un suceso cotidiano. Crímenes, robos, violencia familiar, feminicidios, violaciones, peleas callejeras, abusos, pedofilia, proliferación de hurtos, abigeatos y secuestros, son las noticias diarias divulgadas por la prensa escrita y televisiva. Esto no significa que anteriormente estuviéramos mejor, de ninguna manera, sino que la democracia conquistada tiene, además de permitir el ejercicio de la libertad, el deber de sanear la sociedad desterrando la impunidad a fin de desalentar la delincuencia y hacer cumplir las leyes.

Volviendo a la época de la dictadura, me permito meditar sobre la influencia que esta tuvo sobre la literatura y la libertad creativa. Muchos escritores, artistas y músicos paraguayos sufrieron el exilio, la cárcel o la muerte. Varios fueron perseguidos por sus obras, lo cual limitaba la escritura y el desenvolvimiento de las artes; otros no estaban en la lista negra y pasaban desapercibidos. Sin embargo, aún en estos casos, el escritor de cualquier sexo se sometía a una autocensura debido al peligro que representaba sentar una posición contraria al sistema de gobierno.

Recuerdo que cuando escribía mi primera novela Los nudos del silencio, a pesar de que el tema principal se centra en el sometimiento de la mujer en una sociedad machista y autoritaria, me sentía presionada por la posibilidad de ser descubierta, ya que la misma cuenta con tres capítulos referentes a la dictadura, pues el personaje masculino, ya casi al término de la obra, se independiza y decide ser un torturador de la época de Stroessner. El libro apareció en octubre de 1988, cuatro meses antes del golpe, pero el miedo de que se tomara alguna represalia contra mi persona fue real, porque el temor era una manera adquirida de sobrellevar la tiranía. Lo que quiero significar es que se vivía con el temor permanente de caer en las garras del gobierno, pues apenas aparecía la policía en las cercanías, se temía que nos estuvieran controlando. Una mañana que vi por la ventana dos agentes armados en la esquina, recogí mis papeles, subí la escalera y los escondí bajo llave en el rincón más velado de la casa, para librarme de una detención o algo peor. Tantos años aprisionado por aquella atmósfera amenazante condicionó la mente y las reacciones del pueblo paraguayo, al punto de temblar ante cualquier circunstancia imprevista.

La falta de libertad de expresión, en general, nos perseguía en todo momento por sus influencias negativas. Los escritores sentimos permanentemente el peligro ante el papel en blanco. Muchos siguieron escribiendo, pero dejaron de publicar para evitar el riesgo de la confiscación de la edición completa o las demoras en alguna comisaría, en las cuales se llegaba a torturar. El temor es más intenso cuando se escribe en prosa, pues la narrativa justamente es el género en el cual hay que decir las cosas por su nombre. No como la poesía que, si bien lo dice todo, se puede amparar en la metáfora.

Es sabido que escritores paraguayos emblemáticos, como Elvio Romero, Rubén Bareiro Saguier, Juan Manuel Marcos, Augusto Roa Bastos y varios otros, tuvieron que refugiarse en la Argentina, los Estados Unidos e, incluso, en Europa, para salvarse de la persecución y ejercer la creación sin las barreras impuestas por el poder absoluto. El exilio fue la única salida para los artistas perseguidos. No solo tenían prohibida la entrada a su país de origen, además, como si la lejanía fuera un castigo menor, la inclusión oficial de sus obras en los programas de estudio no estaba permitida en los colegios. Afortunadamente, hubo profesores lo suficientemente valientes como para desoír semejante prohibición. Ese ambiente de restricción y demonización de los libres pensadores, paladines de la libertad, significó un peso muy duro para los que amamos la escritura, sea literaria o periodística, pues no faltaron periodistas que fueron castigados por decir la verdad y radios clausuradas por emitir denuncias contra el gobierno.


Actualmente, esas barreras se han demolido y se respira con mayor tranquilidad en cuanto a los gobiernos actuales, aunque no dejan de tener serias falencias. Sin embargo, no se puede negar que quien quiera puede expresarse con libertad tanto en las áreas de la literatura, el teatro, las artes plásticas, el cine, la música, la prensa o participar en un intercambio de pareceres sea político, intelectual, económico, crítico o social. Esta posibilidad de manifestarnos libremente es una de las conquistas más valiosas logradas en estos treinta años de transición. En cuanto a la literatura se refiere, la asignatura pendiente, sin embargo, es la difusión en el exterior de nuestras obras, la cual necesariamente debe contar con una política de gobierno favorable al reconocimiento de los creadores que existen en nuestro país, pues nadie puede apreciar fuera del país lo que desconoce. Debemos conquistar ese espacio exterior, que la propia historia nos ha negado.

Escritores reconocidos han definido muy bien el aislamiento en que vive el Paraguay. Augusto Roa Bastos lo ha llamado “una isla rodeada de tierra”; Juan Bautista Rivarola Matto lo definió como “la isla sin mar” y Carlos Villagra Marsal, como el “pozo cultural”, dando una clara idea de lo que significa vivir sin disfrutar enteramente de los beneficios del reconocimiento más allá de las fronteras y lejos de las oportunidades que brindan otras latitudes.

La diferencia entre escribir durante la dictadura y en democracia fue fundamental debido a la seguridad de no estar condicionado por el poder. Luego de la destitución de Alfredo Stroessner sentí esa liberación en dos ocasiones. La primera mientras escribía el poemario Viaje a destiempo sobre la dictadura, durante la cual mi mente tuvo la libertad de poetizar las nefastas situaciones que vivió el pueblo paraguayo durante aquella negra noche. Posteriormente, escribí la novela La Querida sobre el mismo tema, luego de una investigación basada en las entrevistas a los partidarios y a los opositores, publicadas por los diarios ABC Color y Última Hora, los datos sobre el Archivo del Terror, la bibliografía existente y el testimonio de alguno detenidos y ejecutores.

La literatura paraguaya cuenta que un buen número de escritores de ambos sexos que han ganado renombre por su dedicación y constancia, sea el cuento, la novela, el teatro o la poesía; la mayoría de los cuales han dejado su visión del dictador y su camarilla, a quienes se suman los torturadores y la milicia. Esta obra creativa se completa con los libros de historia que clarifican diversos aspectos del mismo período.

Actualmente un grupo de poetas, narradores, dramaturgos y periodistas más jóvenes se han sumado a las generaciones anteriores. Varios de ellos nos sorprenden con su nuevo aporte, tanto en los temas como en la forma que, seguramente, dejará su huella en la literatura paraguaya. Vivir libres y sin temores ayuda al desarrollo intelectual y emocional, nutre la confianza, sostiene la determinación de ser tal cual somos, sin impedimentos ni amenazas. Sentirse respetado es el mejor camino hacia el triunfo. Por eso confío que este grupo, nacido en las postrimerías de la dictadura o ya en plena libertad, tome dignamente la antorcha de la creación que en un futuro dejaremos en sus manos. 

 


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UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 163 | janeiro de 2021

Artista convidado: Ricardo Migliorisi (Paraguai, 1948-2019)

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