terça-feira, 6 de março de 2018

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Vanguardia y exaltación vital en Caupolicán Ovalles



Desde el año 2008 se han venido reeditando algunas obras literarias de Caupolicán Ovalles, uno de los mejores poetas nuestros en la segunda mitad el siglo XX, a través del esfuerzo de su familia, en un proyecto editorial coordinado por su hijo Manuel Ovalles y en el que concurren varios críticos y profesores notables, entre ellos Francisco Ardiles, Miguel Marcotrigiano y Miguel Chillida, en el logro de unos libros muy cuidados en Rayuela Taller de Ediciones, donde podemos apreciar buena parte de la producción poemática de este poeta nuestro, a quien tuve la suerte de conocer y con quien compartí juergas, tragos, lecturas,  conversas, poemas y una amistad sincera que se tejió al calor de otros afectos de escritores y artistas en Caracas, Barquisimeto, Mérida y San Felipe, quienes formaron parte de la sensibilidad de una época que pudiera calificarse de maravillosa por todo lo que en ella acaeció en cuanto a creación, afectos, efusiones e ideas de diversa índole, donde se combinaron de modo prodigioso expresiones de la vanguardia y la contracultura  con ideales de transformación político-sociales dotados de una fuerza muy peculiar, pues se produjeron en el seno de una sociedad que anhelaba dejar atrás rancios modelos de dominación colonial, y ahora eran expresados a través de lenguajes nuevos, formas distintas de aproximación al mundo. Venezuela se hizo eco entonces de estos referentes, ingresando por derecho propio en una cultura de avanzada y a la vez de resistencia a los estereotipos de colonización ideológica provenientes de Europa y los Estados Unidos, y a la vez tomando de estos países sus manifestaciones contraculturales para ubicase en una vanguardia creadora cuyos signos más visibles se encontraban en agrupaciones literarias y artísticas como Viernes, Cal, Sardio, El Techo de la Ballena y Tabla Redonda en Caracas, Sol Cuello Cortado en Oriente o Apocalipsis en Maracaibo, para citar sólo a algunas, las cuales venían precedidas por los grupos La Alborada en los años 40 y por Viernes en los 50, donde se encontraban algunos de los más ingentes representantes del ejercicio democrático en Venezuela, como Rómulo Gallegos o Andrés Eloy Blanco, y luego figuras de la talla de un Vicente Gerbasi y Juan Sánchez Peláez, para citar sólo a algunos de los intelectuales que alcanzaron mayor notoriedad entre nosotros.
Luego de la dictadura de Juan Vicente Gómez y de los gobiernos de López Contreras, Medina Angarita y Marcos Pérez Jiménez, se abrieron otras perspectivas democráticas para el país a partir de la fundación de los Partidos Acción Democrática (AD), Unión Republicana Democrática (URD), Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), Partido Comunista Venezolano (PCV), Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), COPEI y otros, servirían para encauzar el ideal democrático venezolano hacia otros derroteros, con sus altos y bajos, sus aciertos y desaciertos, muchos de los cuales se dibujaron de manera indeleble durante la segunda mitad del siglo XX, suscitando tales procesos las más variadas interpretaciones sociológicas e históricas por parte de intelectuales como Mario Briceño Iragorry, Mariano Picón Salas,  Arturo Uslar Pietri, Augusto Mijares, César Zumeta,  Juan Liscano, Simón Alberto Consalvi, Gustavo Machado, Luis Beltrán Prieto y posteriormente por intelectuales de signo marxista o socialista concurrieron a esta discusión. Durante los años 60, varios jóvenes artistas y escritores provenientes de varias latitudes del país se reunieron en Caracas y fundaron revistas para expresar sus preocupaciones en torno a asuntos sociales y estéticos de su momento; se hicieron llamar Sardio y El techo de la Ballena  y se reunían en cafés, bares, librerías, galerías de arte, bulevares; unos trabajaban en Ministerios, otros ejercían profesiones liberales o daban clases en liceos o universidades, o regentaban establecimientos. Muchos de estos escribían sus pareceres y opiniones en periódicos o en revistas fundadas por ellos, o en secciones literarias de diarios independientes,  e irían dejando testimonio de cuanto pensaban sobre el país y la cultura, el arte o la política.

EL MARAVILLOSO DESBARAJUSTE DE SABANA GRANDE | El boulevard de Sabana Grande fue luego en Caracas, durante los años 70, uno de los lugares que más acogió estos movimientos de escritores, artistas e intelectuales que se reunían a conversar acerca de sus preocupaciones estéticas o sociales. La cercanía de la Universidad Central de Venezuela y de sus escuelas de periodismo, letras, filosofía, antropología o sociología fueron conformando, junto a otras agrupaciones y revistas académicas, movimientos importantes dentro de la literatura del país, donde el ya mencionado El Techo de la Ballena fue uno de los más destacados, y al que pertenecieron Juan Calzadilla, Daniel González, Edmundo Aray, Carlos Contramaestre, Francisco Pérez Perdomo, y por supuesto Caupolicán Ovalles. Conocí a Caupolicán en Sabana Grande a mediados de los años 70, cuando nos reuníamos en barras y cafés a compartir lecturas literarias, históricas o filosóficas. Éramos todos un grupo de ilusos con ganas de cambiar el mundo, un grupo nada homogéneo de amigos vinculados por el amor al arte y al país, que bien frecuentábamos cafés como el Chicken Bar o La Vesubiana, visitábamos  librerías como “Suma” o “Cruz del Sur” muy cerca de aquéllos, y en muchas calles y avenidas aledañas como la Francisco Solano, la Libertador, Los Mangos, en los sectores de Chacaíto y El Rosal --si se seguía hacia el Este--, y hacia el norte La Campiña, hacia donde estaba la funeraria Vallés. Pero en la Avenida Francisco Solano era donde estaban concentrados restaurantes como la Cervecería Lara, el restaurante Franco, el Vecchio Mulino, La Bajada, El Rugantino y Da Guido; tres cuadras más allá nos encontrábamos con El Maní es Así; mientras que a lo largo del boulevard estaban Las Cancelas y el Broadway; hacia Bello Monte la Galería Viva México o el Rincón del Tango, y hacia la Plaza Venezuela, El Gran Café, La Vesubiana, El Ebro, el Tic Tac o el Radio City. La  famosa Calle de la Puñalada (que hoy se conoce con el nombre de Callejón Víctor Valera Mora) tenía un ambiente maravilloso y peligroso porque a altas horas de la madrugada se poblaba de gente extraña, de personajes que parecían salir de ultratumba, pero ahí estaban siempre bellas mujeres y poetas y músicos rebeldes, pintores, dibujantes, cineastas, periodistas; recuerdo de tantos a  Víctor Antonioni, Juan Ramón Pino, Ricardo Domínguez, Humberto Márquez, Eleazar León, Earle Herrera, Luis Sutherland, Nancy Villarroel,  Douglas Palma, Ennio Jiménez Emán, Ismael Medina, Nelson Hernández, Miguel Ángel Buonaffina, Ángel Eduardo Acevedo, Héctor Myerston, El Chivo Acosta y Alberto Sánchez.
También eran muy concurridos el Centro Comercial Chacaíto y su restaurante al aire libre El Papagayo y la Librería Lectura, y el Centro Comercial Cediaz en la avenida Casanova donde estaban bares nocturnos donde iban mujeres adorables; en fin, todo era un maravilloso laberinto de tascas, pizzerías, cafés, cines, librerías, galerías y hoteles donde podíamos dar rienda suelta a nuestra capacidad vital y creativa.
En el Vechhio Mulino podían estar acodados a la barra Caupolicán Ovalles, Rafael Brunicardi, Rubén Osorio Canales, Francisco Vera Izquierdo, Luis Alfonzo Puertas, Adriano González León, Reinaldo Espinoza Hernández, David Alizo, Mary Ferrero, Ludovico Silva, Marcelino Madrid, Elisa Maggi, Manuel Alfredo Rodríguez, o Elí Galindo. Y en el bar La Bajada podían estar Jorge Nunes, Carlos Noguera, William Osuna, Elías Vallés, Rafael Franceschi, Humberto Castillo Suárez y se reunían los poetas Vicente Gerbasi, Eleazar León, Luis Salazar o Román Leonardo Picón. Por los lados del Franco podíamos ver a Alfredo Lugo, Orlando Araujo, Junio Pérez Blasini, Miguel Ángel Buonaffina, Miyó Vestrini, Salvador Garmendia o Francisco Massiani; sentados a las mesas del bulevar los cafés y pizzerías al aire libre el Gran Café y La Vesubiana donde conversaban amablemente Pedro Francisco Lizardo, Oswaldo Trejo o Francisco Pérez Perdomo. Por cierto, parece que fue en La Vesubiana, en el año 1968 que Caupolicán  empezó a dar una especie de mitin al aire libre y la gente se detenía a oírlo, empezó a hablar de repente de la República del Este y nombró en ese momento a sus primeros Ministros: Mario Abreu, José Barroeta, Carlos Noguera, Ángel Eduardo Acevedo, Víctor Valera Mora… En algún momento Caupolicán estaba aburrido de cierta pasividad dentro del grupo y entonces los nombró “el brazo armado” de la República y los bautizó a algunos de ellos “La Pandilla Lautréamont”. No olvidemos nunca el aspecto político de la República, su lado revolucionario, su ideal marxista y su empatía con los ideales de redención de los pueblos  y su lucha para quitarse de encima al imperialismo.
También en el Chicken Bar –donde se disfrutaba del mejor pollo del este de Caracas y de unos buenos cafés y pasteles— quedaba justo al lado de la Librería Suma y podían estar allí en amena conversa Guillermo Sucre, Raúl Betancourt, Jorge Castillo,  Luis Salazar, Eleazar León, Raúl Fuentes, Simón Alberto Consalvi, José Agustín Catalá, Luis Alberto Crespo, Manuel Felipe Sierra, Tania Sarabia.  En el Tic-Tac las caras más visibles eran las de José Vicente Abreu, Carlos Noguera, Jorge Nunes, Inocente Carreño, Luis Camilo Guevara, Pascual Navarro o Argenis Rodríguez. En la cervecería Lara se daban cita Víctor Valera Mora, Ramón Palomares, José Barroeta, el doctor Manuel Matute, Federico Moleiro, Alfonso Montilla, Américo Rivero Unda, Edmundo Aray, Germania Ledezma, Tania Ruiz. También solíamos desplazarnos hacia Las Mercedes, donde estaba el restaurante Hereford Grill y al frente la Galería Durban regentada por César Segnini, donde se reunían los poetas Vicente Gerbasi, Baica Dávalos, Alfredo Silva Estrada, Juan Sánchez Peláez y Francisco Pérez Perdomo, y donde Adriano González León tenía una habitación para pernoctar; a veces se quedaba también por ahí Orlando Araujo. Allí en la Galería Durban solíamos asistir a extraordinarias exposiciones de pintores amigos como Hugo Baptista, Manuel Quintana Castillo, Marco Miliani, Daniel González, Rafael Franceschi, Ángel Ramos Giugni, Gabriel Morera, Carlos Cruz Diez, Jesús Soto, Alberto Brandt o Francisco Massiani, con curadurías de Juan Liscano o Carlos Silva. Y de muchos otros artistas venezolanos o latinoamericanos.
Por la avenida Paris de Las Mercedes se encontraba el edificio Macanao, donde funcionaba una sede de la Biblioteca Nacional, el Inciba y las revistas Imagen y Revista Nacional de Cultura, y al lado se encontraba una casa donde funcionaba el Taller de Diseño Gráfico dirigido por Santiago Pol; cerca de ahí estaba la pollera de Los Hermanos Rivera., donde siempre almorzábamos, y una cuadra más allá, en el edificio Las Teresas, vivían (cada uno en su respectivo apartamento y familia) Juan Calzadilla y Ramón Palomares. De manera que todo aquello se convirtió en un ambiente muy propicio para la creación. Al lado de donde funcionaban las revistas se había instalado Caupolicán Ovalles con parte de La Gran Papelería del Mundo, la gran biblioteca del abuelo de Caupo, Víctor Manuel Ovalles, y ahora él la manejaba como podía; ahí Caupolicán se reunía mucho con el Chino Valera Mora, Aquiles Valero y Elí Galindo a revisar viejos papeles, manuscritos  y documentos.
Caupolicán siempre fue un tipo muy locuaz y teatral; hacía gesticulaciones extraordinarias e imitaba el modo de hablar de quien fuera, para hacer de ello una especie de mueca humorística; imitaba a Uslar Pietri de manera graciosa y a amigos o contrincantes suyos; pero todo lo hacía de modo inteligente y divertido, engolaba la voz, se mesaba el bigote, abría los ojos detrás de sus anteojos y se reía con distintos tipos de voz, y eso era un espectáculo de comicidad que nos hacía reír hasta reventar; hacía de clown y daba discursos luminosos sobre historia, política o literatura. En aquellos días nos reuníamos para llevar a cabo las próximas elecciones en la República del Este entre los candidatos de ese momento: Caupolicán y Manuel Alfredo Rodríguez. Las votaciones se efectuarían en el Vechio Mulino. Caupolicán hacía sus discursos donde parodiaba y se mofaba de los discursos políticos tradicionales, burlándose de la retórica a través de otra retórica inventada por él para burlarse de los partidos y líderes de entonces.
Por supuesto, en la República no había un proyecto político propiamente dicho; más bien se trataba de propuestas aisladas, contestarías o anarquistas que podrían prestarse a equívocos o críticas justificadas; todo se resolvía en un juego inteligente, en desplantes audaces, burlas sangrientas, en una creatividad desbordada que pretendía enfrentar el burocratismo, la corrupción, las complicidades partidistas, las manipulaciones del poder y la hipocresía. Muchos de aquellos protagonistas venían de la izquierda universitaria o del movimiento estudiantil socialista, como son los casos del propio Caupolicán y de Víctor Valera Mora, Orlando Araujo. Miyó Vestrini o José Vicente Abreu, en cuyas obras se ven reflejadas tales ideas: ¿Duerme usted, señor presidente? de Caupolicán Ovalles; Se llamaba S.N. de José Vicente Abreu; Entre las breñas de Argenis Rodríguez; Canción del soldado justo, de Víctor Valera Mora; Historias de la calle Lincoln de Carlos Noguera;  Venezuela violenta  de Orlando Araujo o La plusvalía ideológica de Ludovico Silva. En la novela de Noguera, por cierto, se encuentra dibujada buena parte de la travesía de la bohemia de Sabana Grande y tuvo mucha repercusión entonces; incluso ganó un premio de novela otorgado por Monte Ávila Editores.
La producción literaria de los escritores de la República era incesante, tanto en creación como en periodismo: poesía, cuento, novela o ensayos que se editaban en las universidades, Monte Ávila, el Ateneo de Caracas y en suplementos literarios de los diarios El Nacional, El Universal, Últimas Noticias y El Diario de Caracas. También en el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) que luego se convertiría en Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) se abrirían espacios en la editorial Monte Ávila y en las revistas Imagen y la Revista Nacional de Cultura, o la revista Escena para contribuir con los espacios de crítica cultural, además de revistas independientes importantes como Zona Franca editada por Juan Liscano, la revista Cine al día dirigida por Ambretta Marrosu o la revista Papeles, en el Ateneo de Caracas, dirigida por Ludovico Silva. Y la fama de la República se había extendido y venían a visitar Sabana Grande poetas y escritores de todo el país, a disfrutar allí sus conversas y a compartir sus ideas.
Caupolicán Ovalles resultó ganador en las elecciones de la República del Este. La celebración fue apoteósica. El poeta decía sus poemas y sus discursos en los principales bares de la República, estaba exultante, magnífico, se metamorfoseó en todos los líderes políticos del país, habló como Miranda, como Bolívar, como Páez, como Uslar, como Gallegos, como Picón Salas, como Andrés Eloy Blanco, brindó, festejó, prometió a la patria lo que nadie antes soñó. Todos disfrutamos con él, le seguimos la corriente. Otro de los dones de Caupo fue su prodigiosa memoria y el profundo conocimiento de la historia de Venezuela. Cuando se ponía a conversar sobre historia patria con Manuel Alfredo Rodríguez aquello era para “coger palco”, una verdadera cátedra. Era un apasionado de Bolívar, le tenía una devoción inmensa, tal la tienen hoy poetas como Edmundo Aray o Gustavo Pereira. Llevaba tiempo escribiendo una novela sobre Bolívar que anunciaba como el más grande acontecimiento literario de todos los tiempos; la reescribía una y otra vez hasta que la novela se convirtió en un poema y le puso el título de Yo, Bolívar Rey, [1] que presentamos en Sabana Grande en la Librería Suma. La edición, que él mismo me firmó (“De Caupolicán Ovalles para Gabriel Jiménez Emán, hermano y poeta, este Yo, Bolívar Rey, con el afecto de un Grancolombiano, en Bogotá, el 5. 2. 87. Caupolicán”) es una novela río, una novela creacionista muy parecida a las novelas de Vicente Huidobro como Mío Cid Campeador (Hazaña) y Cagliostro (novela-film), donde lo importante no es lo que ocurre en la novela, sino lo que acaece fuera de ella, lo central aquí no es la anécdota ni los sucesos históricos sino el mundo interior de los personajes, sus sueños o pensamientos.
Caupolicán había adquirido ese conocimiento de la Historia en La Gran Papelería del Mundo, la inmensa colección de folletos, libros, revistas, panfletos, fotos, encartados y avisos de su abuelo Víctor Manuel. Vale la pena recordar la anécdota que nos narra el año 1959, cuando Pablo Neruda llega a Caracas a visitar a Rómulo Gallegos, y en el Comité de Recepción estaba programada una visita a la colección del farmaceuta Ovalles, y Neruda al ver la hemeroteca, impresionado, la bautizó como “La Gran Papelería del Mundo”. Caupolicán haría más tarde una Antología de la literatura marginal basada en parte de este material y creó una colección de La Papelería para editar diversos libros y folletos. Uno de los que más me gustó fue la Autobiografía de Braulio Fernández, ¡Alto esa patria hasta segunda orden!, escrita por un soldado de la Guerra de Independencia. Caupo fue uno de los poetas más graciosos y mejor dotados para el humor inteligente, con sus ocurrencias y chistes, y nos hacía reír a todos, y también hacía juicios muy certeros y lúcidos sobre libros y obras. Compartí con él viajes, tragos, barras, canciones, poemas, lecturas, serenatas. Recuerdo una vez que estando yo laborando en la Dirección de Relaciones Culturales de la Cancillería me solicitaron que propusiera a unos poetas para viajar a Bogotá a asistir a un ciclo de lecturas y yo propuse a Caupolicán, Luis Camilo Guevara, Elí Galindo y Luis García Morales. Disfrutamos mucho de ese viaje colombiano. Recorrimos varios escenarios leyendo nuestros poemas y hablando con la gente en liceos, en la Casa de la Poesía José Asunción Silva de Bogotá, en centros culturales de Sipaquirá y otras instituciones. Caupolicán desplegó todo su histrionismo y su capacidad humorística. Elí y Luis Camilo fueron siempre muy cercanos a él, y cuando Caupo se fue a dirigir la Asociación de Escritores Venezolanos (AEV) se los llevó a ambos para allá, y Elí dirigió el Departamento de Publicaciones donde editaron, entre muchos otros títulos, un volumen antológico de los Poemas de Elisio Jiménez Sierra, mi padre, un gesto que siempre les agradecí.
De las cosas que recuerdo también está una noche en que mi padre, larense de cepa, otros músicos y poetas nos enteramos de que Caupolicán se encontraba en Barquisimeto por casualidad y se nos ocurrió la idea de ir a brindarle un concierto nocturno de valses larenses, con un guitarrista amigo de mi padre llamado Martin Jiménez, Elisio en la mandolina y yo en el cuatro. Caupolicán una vez también se acercó por nuestra casa en San Felipe a visitarnos. Fueron varias las ocasiones en las que, por una u otra razón, el azar nos reunió en la bohemia, donde estaban siempre presentes la música, los tragos y la poesía. Recuerdo también las tenidas bohemias en los departamentos donde vivió el Caupo, desde uno situado cerca de la Avenida Panteón en Caracas cerca del  Foro Libertador, y en otro donde vivía con su esposa Josefa en la urbanización Sebucán; también visitó mi departamento varias veces cuando yo vivía en La Candelaria. Solía verlo acompañado de amigos y amigas haciendo sus performances en Sabana Grande, al lado de sus grandes amigos Elías Vallés, Junio Pérez Blasini, Adriano González León, Elí Galindo, Marcelino Madrid y Aquiles Valero en el Vechhio Mulino, El Camilo’ s y La Bajada. En El Camilo’ s atendía la caja una mujer española que era la propietaria del bar, junto con su hermano Camilo, y Caupolicán la llamaba “Isabel La Católica”, por sus rasgos típicamente castellanos y su manera fastuosa de vestir; en aquel bar había un piano que nosotros siempre aporreábamos para acompañar nuestras canciones, cantábamos coros desafinados pero efusivos hasta el delirio, y poníamos en ellas lo mejor de nosotros.

DE LA FRONDOSIDAD A LA SÍNTESIS | Me contenta sobremanera que hoy se estén reeditando de manera digna las obras de Caupolicán y se les esté abriendo ámbito en España –un país que él tanto amó— y en Venezuela entre los jóvenes, porque en ambos países existe una juventud consciente de los complejos problemas políticos, sociales y económicos que atravesamos. Caupolicán estudió Derecho en Salamanca y tenía una pasión especial por los clásicos españoles, sobre todo por los del llamado Siglo de Oro; creo que recorrió toda España en su juventud y a menudo sacaba a relucir su lectura de los escritores españoles y decía que a los venezolanos no era posible comprendernos si no se buscaba dentro de nosotros nuestras raíces hispanas. Nadie que haya vivido y sentido España creo que pudiese negar esto. Allá en Salamanca se encontró con el doctor Carlos Contramaestre y empezaron a urdir ideas nuevas para cuando regresasen a Venezuela, entre ellas fundar el grupo El techo de la ballena, que tomaron de las metáforas escandinavas las kennigar –comentadas por Jorge Luis Borges--, donde la imagen  “techo de la ballena” corresponde sencillamente al mar. Carlos Contramaestre fue uno de los principales animadores culturales del surrealismo y las vanguardias en Venezuela, en Caracas y en Mérida, donde lo conocí al mando de las ediciones La draga y el dragón y siendo profesor de Centro Experimental de Arte (CEA) en Mérida y en las reuniones que hacíamos en su casa de La Pedregosa, un verdadero centro cultural y poético donde nos reuníamos Salvador Garmendia, Víctor Valera Mora, Pedro Parayma, Enrique Hernández D’Jesús y muchos otros. Caupolicán hacía desplantes españoles a la manera de Francisco de Quevedo y Villegas. Usaba lentes ovalados y unos bigotones de espadachín. Me gustaría también anotar que esta filiación surrealista entre nosotros tiene una raíz muy profunda, traducida en la actitud vital de poetas y artistas como Carlos Contramaestre, José Lira Sosa, Dámaso Ogaz y Juan Sánchez Peláez, quienes le imprimieron una vitalidad inusual a nuestra lírica a través de una nueva imaginería, de la mano de los surrealistas franceses, especialmente de Tzara, Artaud, Breton, Eluard, Aragon y Robert Desnos, pero también de artistas como Magritte, Ernst, Tanguy, De Chirico, Dalí, Carrá, Chagall, y de la vanguardia cubista española de Juan Gris y Pablo Picasso.
Lo bueno de dar a conocer la obra de Ovalles entre los jóvenes se debe justamente a la capacidad subversiva de su poesía, a sus contenidos liricos y políticos. Ello lo pone de relieve Francisco Ardiles, autor del epílogo de la reciente edición de ¿Duerme usted señor presidente? (2017), cuando escribe: “Su vida y su obra siempre anduvieron de la mano, una era la sombra de la otra. Resulta que en el caso de su poesía esta asociación no es tan arbitraria como parece porque las experiencias de su vida fueron determinantes para el desarrollo de su obra. Cuando hizo política escribió poemas políticos, cuando se enclavó en sus recuerdos, reconstruyó la muerte de su padre, cuando se enamoró escribió poemas de amor. En una ocasión Antonio Machado dijo que la patria es la niñez. Si aplicamos esta afirmación aparentemente sobrevenida para acercarnos al sentido de la poesía de Ovalles, podremos distinguir que hay varios motivos, recurrentes y definitivos, que conectan todas las vertientes de sus poemas y las constantes de su obra. La muerte y la niñez fueron sus obsesiones fundamentales, esas que dan arraigo metafísico a sus poemas”. [2]
Me gusta la expresión  “arraigo metafísico” aplicada a Ovalles, pues explicita bien acerca de las dos ideas centrales, tanto para aproximarse a sus poemas amorosos como políticos, existenciales como familiares. Otra cuestión sería la relativa a los recursos utilizados: el humor que descompone y recompone merced a la sátira; la imaginería vanguardista usada como arma critica o manera de abandonarse a los sentimientos profundos; el dato documental para hacer la crónica cotidiana; en fin, Ovalles usa una amplia gama de recursos en la construcción de su lenguaje, que lo convierten en uno de los creadores más personales de la poesía nuestra. Y todo ello habría que subrayarlo si deseamos cumplir una valoración crítica de su obra. También sería necesario subrayar el carácter colectivista de su proyecto vital, su necesidad de abrirse a los espacios de reflexión social y política. El fenómeno de la República del Este constituiría entonces algo más que un mero escenario ideológico, para convertirse en espacio intelectual de afianzamientos afectivos y culturales. A casi cuarenta años de distancia, la República se nos presenta como un espacio de terapia colectiva ante la frustración social, de un ideal de país más justo que no pudo realizarse, un sueño de justicia que no pudo cumplirse, pero al menos sirvió de plataforma creadora para deslizar ideas innovadoras en el plano de la literatura, lo individual, lo amoroso o lo ético. En este sentido, creo que todos pusimos algo de nosotros en esa ilusa república para forjar una ínfima parte de nuestros sueños. En el caso de mi generación, la más joven entonces (la misma de Luis Sutherland, Eli Galindo, Eleazar León, William Osuna, Sael Ibáñez, Enrique Hernández D’Jesús, Douglas Parra o Antonio Urdaneta, entre otros) fue que vimos en Adriano, Ludovico, Orlando, Salvador, Carlos, Edmundo, Ramón o Caupolicán una suerte de héroes literarios o intelectuales,  recibiendo de ellos, en todo caso, una lección de vida.
Un apretado recorrido por los libros de Caupolicán Ovalles nos habla primero del virulento ¿Duerme usted, señor Presidente? (1962) ya aludido, la primera sátira política en verso de aquel momento en el país, en vivo, en caliente. En el contexto venezolano el presidente en cuestión es evidentemente Rómulo Betancourt, pero podría ser cualquier presidente que haya traicionado los ideales socialistas de justicia un país para, una vez logrado el poder, negociarlos con el gobierno de USA. El enemigo ideológico continúa siendo el mismo, aunque los actores políticos cambien. Las formas de dominación son ahora más sofisticadas, pero igual de letales y ejercidas desde los mismos centros de poder. El libro valió la persecución y cárcel tanto a su autor como a su prologuista, Adriano González León, lo cual no deja campo a ninguna duda respecto de sus destinatarios.
La Elegía en rojo a mi padre, Guatimocín, alias el Globo (1967), un canto al padre muerto al modo vanguardista, es una obra que contrasta con su antecesora tanto por el tema como por el tono: si aquella es un panfleto minuciosamente estructurado en verso, el segundo es una crónica sentimental, una elegía (acaso el más antiguo de los géneros clásicos) que es al mismo tiempo un alarde de humor e inteligencia donde concurre, desde luego, la situación familiar, la anécdota, el suceso cotidiano tratados por el poeta con el mayor desparpajo, imponiéndole al léxico un tono juguetón, aún en medio del dolor de la pérdida, y también sirve de catarsis ante la figura del padre y la del abuelo. Ovalles incluye prosaísmos, diálogos, fragmentos, mezcla la prosa al verso, realiza “versiones” del mismo tema o poema. Una de las cualidades del texto es que narra diversas historias del padre; en estas versiones el poeta cambia de ángulos para ofrecer una suerte de caleidoscopio (el Ministerio, la Segunda Guerra, la Tierra) y ejecuta versos escalonados, palabras en mayúsculas, todo un alarde de técnicas vanguardistas que nos hablará de lo que marcará su estilo en lo futuro: el desenfado, el humor crítico, la ruptura permanente de la sintaxis.
Según se observa en la organización del volumen En (des) uso de razón. Antología poética y otros textos (2016) [3] notamos que han sido incorporados varios textos de la primera etapa de Ovalles, a saber: “Yo, poeta (1961), “Carta a Ahab” (1961), “Señas y contraseñas” (1963), “La bruja de veinte años” (1962),  y uno de los textos más extensos y de los que mejor definen la estética de Ovalles. “En uso de razón” (1963). Ciertamente éste último es un texto central porque en él se dibujan muchos de los elementos definitorios de su poética: los ludismos, el coloquialismo y la parodia; en cuanto al tratamiento del lenguaje tenemos claros ecos surrealistas y vanguardistas. Vale la pena citar un fragmento completo: “Con desuso de razón Ordeno que se quemen /  el lugar de los senos Que salga el humo rojo / Para mi contento Ordeno que se quemen todas / las ciencias De modo que pueda surgir el amor debajo del tapiz Ordeno que se retiren los criados de mi presencia Que vengan / Sin sus vestidos habituales todas las criadas Ordeno / que se quemen en ningún sitio / del cuerpo Pues el amor pensamos adviene a sus  / cuerpos no quemados por mis órdenes / como si se tratase de un sentimiento inexorable / de herencia o de magia Bajo / los efectos de mi clarividencia me quemo yo / en medio de una pira de agua-champaña-es- / su-llama de mejores-comidas-es-su-leño”.
Desuso de razón: irracionalidad, insania, locura, intuición que funciona como una suerte de poética, de declaración de principios. Proliferación, desbordamiento, frondosidad, barroquismo, gula verbal, tales son los ingredientes en el plano del lenguaje, mientras que la herramienta principal en este caso sería la lucidez para someter la realidad a una observación pormenorizada de imágenes; más que metáforas, surgen asociaciones insólitas, construcciones absurdas, yuxtaposiciones y encadenamientos del tipo cubista. “Un ingeniero todo él ingenioso / pero con todo gaguea / y se derrumba el edificio como  una diputado / del gobierno / Vieja como una perra / Puta como una vaca / Fea como un cataclismo de heces fecales / anti diluvio / En uso de Razón el Diluvio y da su golpe de fuerza / y no se emborracha”.
Tales textos pasarían luego a formar parte de un volumen organizado por el propio Ovalles bajo el título de Copa de huesos. Profanaciones (1972), que el propio Caupolicán me obsequiara en la barra del Camilo’s en Sabana Grande. De la cuidada edición recuerdo la foto de Caupo recostado leyendo, y una nota elogiosa acerca de su poesía firmada por el notable ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal, uno de los mejores críticos de narrativa del continente. En algunos de los poemas de este libro tenemos al Ovalles en uno de sus momentos más definidos: “Estamos”, “Tengo”, “Un anoche”, “Estamos en una tumba” y el especialmente gracioso “Una copa de huesos para la inocente academia”, dedicado a Rita Valdivia, Irma Salas, Antonieta Madrid, Nancy Rodríguez  y Emira Rodríguez, escritoras amigas de la bohemia y la revolución. Quiero llamar la atención sobre la expresión “copa de huesos”: una copa plena de huesos humanos, rebosante, con la que se brinda, es a la vez una suerte de símbolo vital de celebración por la vida fugaz, la poesía, una invitación al amor, a la fascinación o al encanto de lo fugaz con la soterrada alusión a a muerte.
¡Ha muerto un colmenar de la colmena! (1973) es una elegía a José Rafael Colmenares Paredes, familiar suyo por parte materna (la madre del poeta fue Elba Rosa Colmenares, de El Tocuyo, estado Lara) que se ha ido, el poeta le rinde homenaje y con éste a su familia, a su casa materna, a la tierra larense, al arraigo en una geografía humana. El poeta hace alardes técnicos, despliega un arsenal verbal considerable en un texto de extenso desarrollo. Es de hacer notar la notable musicalidad del texto, en clave de tamunangue, música ancestral de la región larense con la cual el poeta se sintió identificado toda su vida.
Muy distintos son los poemas de Sexto sentido u Diario de Praga (1973), breves, concentrados, reflexivos. Aquí el poeta se interroga a si mismo observando la propia interioridad, desde una soledad reflexiva. En efecto, los primeros veinte poemas están encabezados con el “Pienso”, los siguientes seis con el “Estoy” o “Estamos”, los once que siguen con el “Doy fe”; luego cinco con el “Sin duda”, los cuales implicarían los puntos de partida del hecho filosófico, intelectual o religioso, esto es, el ser, el pensar, la certeza, pero también la fe, la convicción (“Sin duda”), lo circunstante (“A veces”), “Si algún día”, “No sé quién soy”), el sueño (“Soñé”), la duda (“A lo mejor”). En fin, Caupolicán ensaya un libro dotado de la mayor posibilidad expresiva, reflexionando no ya desde la fiesta verbal del vanguardismo y la experimentación, sino desde lo magro y la síntesis. Eleazar León nos dice, en el prólogo a una nueva edición de este libro, que “el poeta observa con atención de físico del cuerpo la armadura de los huesos, sus carnes armadas o maltratadas y el irreversible efecto de sus actos, cosas todas que le llevan a una melancolía que aún se atreve a sonreír a una tristeza que no se concede una lágrima, sino una pirueta de saltimbanqui a las audiencias futuras”. [4] Por su parte, Ennio Jiménez Emán nos dice  que en este libro “estamos ante una subjetividad que explora simbólica y visionariamente el pensamiento en su altura y profundidad existenciales, y concretiza esa búsqueda en el logro de un lenguaje de clara intensidad y contundencia poéticas, el cual, a su vez, acusa su mayor acierto en la expresión transparente del instante y lo subjetivo (…) asistimos a una aventura expresiva que tiene que ver con la médula misma del pensamiento en su alta expansión imaginante y poética”. [5]
Para muchos, Sexto sentido u Diario de Praga es el libro más “serio” de Caupolicán, donde se detiene a reflexionar con mayor nitidez sobre el mundo y a poetizar con más tino. Veamos algunos ejemplos: “Pienso / que nunca había tenido tal /conocimiento / de / mi / mismo / que he muerto en la / apariencia / de / una forma de / conocerme / YO. Otro de la serie “Pienso” dice: “Pienso / que como no divierto / lo suficiente / me convertiré  en el transcurrir / plácido / de / los / siglos / en un mágico objeto de / RISA. “ De la serie “Estoy”: “Estoy / tan seguro de mí mismo / que hoy he visto / mi penacho volar por el / CIELO:”. O: “Estoy / pero tan alienado / que el pozo de mi amor / es tan profundo que / soy el AHOGADO.  O. “Estoy / con tanta paz interior / que nada me parece mío.” De la serie “Sin duda”: “Sin duda / que cada día que pasa/ tiene mayor hechizo / el perderme aún más / en mis investigaciones / del cielo.”. Del grupo de “Soñé” tenemos: “Soñé / que iba en mi entierro / y comencé a hablar / tan bien de mi persona / que me corrieron por  escandaloso / y enemigo del difunto. “ O: “Soñé / que había descubierto / tus ojos / y hoy al ir a buscarlos / me he hundido en la arena.” Finalmente van dos del grupo “A lo mejor”: “A lo mejor / si llego a convertirme en inventor / seré recordado yo como el / inventor.” Y: “A lo mejor / si algún día llego a dominar la ley / seré prohibido por la / verdad“.
Pero la producción de Ovalles no se detiene. Avanza con Canción para Evita Paraíso. Los mil picos de agua (1980), donde el autor vuelve por sus fueros con su humor volcánico y su capacidad lúdica. El personaje de Evita Paraíso le sirvió el poeta para continuar jugando teatralmente por las barras de Sabana Grande, y buscando nuevas conquistas eróticas. Es uno de los más extensos y sugerentes del autor. En cambio, Convertido en pez viví enamorado del desierto (1989) apuesta por la síntesis verbal en textos no tan breves como los de Sexto sentido… son un tanto más extensos pero de versos más cortos, --a veces de una sola palabra— escritos en ciudades árabes como Bagdad o Constantinopla,
dotados de un intenso lirismo: “Tu / cintura / de agua / tus piernas de agua / tus nalgas de agua / y tu boca / de agua plateada / del monte de Venus / y yo / sobre la viña del aire / El pámpano eres”
En Alfabetarium (2001) encontramos de nuevo al Ovalles social e intelectual, usando la parodia fonética, las disonancias sonoras, las desgarraduras sintácticas propias del surrealismo y de otras expresiones de la vanguardia, como el Dadaísmo, del cual por cierto Caupolicán toma la actitud provocadora del poeta rumano Tristan Tzara, para quien la actitud ante la realidad también forma parte de la poesía, rebasando el perfil tradicional del “hombre de letras”; por ejemplo, cuando dice: “Parado sobre mi cristina / del Séptimo Batallón de Caballería / y viendo caer la esquina de El Conde / lanzo mi añil carcajada / sobre la Lecuna Avenue. De puros ricos se mueren los ricos / de meros pobres / se ricos se pobres. (…) / Un aire de nevera enamorada / un circuito de veneno japonés / que llanta el soplo de un inaudible gas / que entona el baile”. El poeta aquí ve el país que nace con el siglo desde Caracas, con una mirada de sorna, observa cómo transcurren los acontecimientos sociales. Vemos cómo el poeta vuelve a la liviandad, al lirismo, a la desnudez de los vocablos, quiere afirmarse en lo lírico, en las imágenes primigenias del amor, en la meditación sobre la muerte y el tiempo: “El gong / de Góngora / volverá/ en el gong-hora / del tiempo.” O este otro que leemos al final del volumen y pudiera funcionar como leyenda o epitafio en la tumba imaginaria del poeta: “Vuelvo al fin / iluminado mi cuerpo por tus besos / piel izada / copa de abrazos / demonio de artificio. / Vuelvo al fin / como azul matutino / y rojo atardecido / Vuelvo al fin / a los espejos / al anhelo / a la piedra”.
La de Caupolicán Ovalles fue y es para nosotros una fervorosa aventura poética, que nuestro amigo amplió con una travesía vital de permanente juventud, de exultante jocosidad. Aún disfrutamos en el recuerdo de la lozanía de sus libros, sus boutades teatrales, sus desplantes ingeniosos, su comicidad inteligente, los divertidos y a la vez hondos momentos que nos hizo pasar en la República del Este y en la Gran Papelería del Mundo, en medio de exaltados tragos y carcajadas ardientes recordaremos siempre al gran Caupo, su risa contagiosa, sus poemas geniales y sus bigotes infinitos. Salud, maestro, padre de la República, desde aquí te saludamos con una copa en la mano. ¡Salve en las alturas,  poeta hostias!

NOTAS
1. Caupolicán Ovalles, Yo, Bolívar Rey, Contexto Audiovisual  3, Asociación de Escritores de Venezuela, Caracas, 1986.
2. Ardiles, Francisco, “Epílogo para un poema sin Presidente” En: Caupolicán Ovalles, ¿Duerme usted, señor Presidente?, Fundación Caupolicán Ovalles, Ediciones La Palma, España, 2017.
3. Caupolicán Ovalles, En (Des) uso de razón. Antología poética y otros textos, Rayuela Taller de Ediciones-Fundación Caupolicán Ovalles, Caracas, 2016. Presentación J.J. Armas Marcelo. Selección y notas y texto introductorio Miguel Chillida. Epilogo Francisco Ardiles y Miguel Marcotrigiano.
4. Eleazar León, “Prólogo”  En: Caupolicán Ovalles, Sexto sentido u Diario de Praga, Rayuela Taller de Ediciones, Caracas, 208.
5. Ennio Jiménez Emán, “Sexto sentido u Diario de Praga de Caupolicán Ovalles: Fragmentos del mito del pensamiento”. En: Las voces ocultas, Monte Ávila Editores, Caracas, 1992.



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Agradecimentos especiais a Manuel Ovalles, filho do poeta, que generosamente nos encaminhou todos os textos. Página ilustrada com obras de Nicolau Saião (Portugal), artista convidado desta edição.

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Agulha Revista de Cultura
Número 108 | Março de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
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• ÍNDICE DESTA EDIÇÃO

ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN |Investigación a las basuras. Prólogo de ¿Duerme usted, señor presidente?

DAVID TORTOSA | La posibilidad fulminante de escribir de Caupolicán Ovalles

ESTHER COVIELLA Y NELSON DÁVILA | Entrevista a Caupolicán Ovalles

FRANCISCO ARDILES | Caupolicán y la gente del Techo de la Ballena

GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Vanguardia y exaltación vital en Caupolicán Ovalles

J. J. ARMAS MARCELO |¡Qué grande eres, Caupolicán!

JUAN CARLOS SANTAELLA | Caupolican Ovalles y la rebelión silenciosa

LUIS LAYA | Rayar los muebles en (des) uso de razón

MANUEL OVALLES | Mi padre, Caupolicán Ovalles

MIYO VESTRINI | El acertijo de las dos máscaras






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