quarta-feira, 30 de novembro de 2016

S44 | VIAGENS DO SURREALISMO | JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ


JUAN SÁNCHEZ PELÁEZ (Venezuela, 1922-2003). Uma das vozes mais expressivas da lírica de seu país, além de uma das vozes mais singulares do Surrealismo em todo o continente americano.

Elena y los elementos, Caracas, Tipografía Garrido, 1951.
Animal de costumbre, Editorial Suma, 1959.
Filiación oscura, Caracas, Editorial Arte, 1966.
Un día sea, Caracas, Monte Ávila Editores, 1969.
Rasgos comunes, Caracas, Monte Ávila Editores, 1975.
Por cuál causa o nostalgia, Caracas, Editorial Fundarte, 1981.
Aire sobre el aire, Caracas, Tierra de Gracia Editores, 1989.
Obra poética, Barcelona, Editorial Lumen, 2004.

Visitem este valioso e raro documentário sobre o poeta: https://www.youtube.com/watch?v=hT3_w3-0HHg



ALBERTO MARQUEZ | Juan Sánchez Peláez: otra lectura

ANA NUÑO | Juan Sánchez Peláez

EDUARDO ALFONSO PEPPER SILVA | Juan Sánchez Peláez y José Barroeta: Las Formas del Cansancio

EUGENIO MONTEJO | A aventura surrealista de Juan Sánchez Peláez

GONZALO RAMÍREZ QUINTERO | Juan Sánchez Peláez

JUAN CALZADILLA | Juan Sánchez Peláez, a lomo de su caballo más viejo

JUDIT GERENDAS | El círculo perfecto de Elena sobre el aire: la poesía de Juan Sánchez Peláez

JULIO ORTEGA | Juan Sánchez Peláez: El extravío del mundo en el lenguaje

MANUEL IRIS | Rasgos comunes: una visión de Gonzalo Rojas y Juan Sánchez Peláez. Entrevista con Armando Romero

XESÚS GONZÁLEZ GÓMEZ | Juan Sánchez Peláez













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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado: Ramón Chirinos (Venezuela, 1950)
Agradecimentos: Miguel Márquez
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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ALBERTO MARQUEZ | Juan Sánchez Peláez: otra lectura


La obra poética de Juan Sánchez Peláez es una de las más valoradas en la segunda mitad del siglo veinte venezolano y, sin embargo, es poco lo que se ha escrito sobre ella. O es mucho, pero reiterando más o menos una misma lectura. En realidad, esta situación se encuentra vinculada a la sustancia misma de su poesía: hacer poético muy poco asible, nos sorprende y al mismo tiempo nos distancia. Muy poco dada para permitir la construcción de un discurso sobre ella, siempre en los límites y marcando un límite. ¿Desde dónde entonces abordarla? ¿Cómo podemos acompañarla, o mejor, como dejarnos acompañar por ella? En nuestro caso, no es una decisión de óptica, visión o lectura, queremos más bien tratar de escuchar, con la intuición de que la poesía de Juan Sánchez Peláez ejerce sus poderes desde la orilla del oído más que de la vista, es decir, desde la música y el tiempo; las seductoras arenas de la melancolía y la muerte. Se ha escrito con insistencia acerca del poder de la imagen en su obra, no en cambio, del trasfondo de sus imágenes. Así, se ha subrayado cierto esplendor imaginístico que, a mi manera de ver, es la parte más exterior y menos significativa de su poesía. La seducción ejercida por la belleza es dilemática en la medida en que esta estatuye una especie de estatua; algo pétreo, demasiado seguro, demasiado engañoso. "Santa perra", la llama en uno de sus poemas. La poesía, el poder de la poesía, trasciende el orden de lo estético, aunque se mueva en sus aguas; siempre aspira a un más allá o más acá de la belleza. “La belleza es la muerte segura”, tal vez sea ésta una de las verdades que se desprenden de su obra.
Lo que particularmente me seduce en la obra de Juan Sánchez es más bien el acorde oscuro, aquello que siempre aparece como entredicho, lo que no termina de decirse; si no fuera una palabra demasiado trillada en los últimos tiempos diría que se trata de la sombra que generan sus poemas. Espacio de indeterminación que es al mismo tiempo una vocación y una apuesta, también una debilidad convertida en fuerza.
Ha sido una constante, por ejemplo, reiterar la profunda expresividad de su lenguaje, la fuerza de su imaginación, en varias ocasiones calificada incluso de alucinatoria. No es falsa esta percepción, ciertamente sus poemas convocan una libertad verbal e imaginística que sería torpe soslayar; pero como nota preponderante pareciera circunscribir su poesía a un terreno demasiado cercado que su propia obra se encarga de desmentir. Existe una pluralidad de registros y de sentidos que escapa a este orden interpretativo, como sucede por lo demás con toda gran obra. De manera que lo que aquí se propone no es más que aportar otro punto de mira, otra arista que permita el acercamiento a ella desde un ángulo distinto.
Desde la aparición de Elena y los elementos, uno de los libros mis celebrados como inaugurales de la poesía moderna venezolana, es posible percibir esta nota disonante frente al esplendor verbal y el erotismo de sus poemas. Porque el erotismo en esta poesía es bastante singular: siempre presente, la mujer no es sólo un motivo de exaltación. Es sobre todo la manifestación más plena de lo otro, de la diferencia, y es en esta diferencia donde se busca de manera sostenida un religamiento, la posibilidad de acceder a un mundo integrado, a un mundo que, de alguna manera, cobre sentido. Habría que decir, sin embargo, que esta empresa se sabe de antemano fracasada. El hombre es un ser de naturaleza vallejianamente débil, un pequeño animal acosado que mira con asombro los “dones de la tierra”, entre estos dones, de los más caros, las apetencias del deseo, la vitalidad que emana de los cuerpos.
Aunque en sus primeros libros hay una fascinación por la sonoridad del lenguaje, por el poder expresivo de la palabra, su poesía ha tendido cada vez más a eso que con gran acierto ha llamado Guillermo Sucre la “metáfora del silencio”. Una lucha con todo aquello que pueda sonar engreído o fatuo, una búsqueda de la verdad fuera de los lindes del sujeto o, más bien, del ego. Si la belleza es una “santa perra”, lo es por envanecimiento y cualquier otro objeto de consumo, pero la misión del poeta es precisamente la antípoda, no manipulación, también por comercio. Se puede comerciar con las palabras como con hacer de las palabras un objeto, no permitir la impostación, la mentira. A pesar de que no en pocas ocasiones sus poemas parecen más bien crípticos, esta dificultad proviene de la claridad: “Súbeme a la claridad. Soy un/ simio abyecto que necesita perdón”, dice en uno de sus primeros poemas, o “Yo te buscará, claridad simple”. La poesía es encarnación del misterio y lugar de la revelación. En este sentido el poeta ocupa el Lugar de la inocencia, apartado de las convenciones, de los estereotipos, de los clises que nos cubren y pueblan el entorno:

Escucho el privilegio de continuar en niño.
No me señalan crecer, como antes decían:
“Una pulgada más grande”.
Ahora me reconocen,
De una a varias pulgadas más pequeño.

No se trata, claro, de una inocencia virginal, el movimiento es alternativo entre la humildad y la ironía. A esta inocencia no se accede sino luego de una larga transfiguración que no pasa tanto por el conocimiento como por su desposesión. En cierto sentido el poeta es alguien que viaja al contrario, que en lugar de buscar su identidad intenta perderla, conquistar un habla al margen del regodeo; plural, siempre distante, ubicada allí donde no se la espera. Desde el punto de vista formal esta pluralidad de sentidos que golpean nuestros acomodos convencionales se resuelve en una poesía que subyuga pero descoloca, allí radica también parte de su dificultad. El poema no es una unidad sintáctica, sino un conjunto heterogéneo que da cabida a diversas voces, hablas, discursos que no solo se contraponen sino que incluso se interrumpen, como si alguien recordara de pronto en medio del acto poético el lugar olvidado, lo que permaneció marginado en la “retórica” del poema. De nuevo entonces surge el enigma. La realidad es un conjunto siempre móvil, nuestra conciencia apenas por instantes, por ejemplo, en el encuentro erótico, atisba una zona de conocimiento verdadero. De resto, la mayor parte de las veces, somos ignorantes de lo que acaece, de lo que acontece en nosotros. Así, el poema que da título a uno de sus libros, “Filiación oscura”, finaliza:

Hay vivos que deletrean, hay vivos que hablan tuteándose
y hay muertos que nos tutean,
pero uno no sabe nada.
En la mayoría de los casos uno no sabe nada.

“Filiación oscura” es un título que precisamente sugiere algunos de los motivos y características presentes en la poesía de Sánchez Peláez. Su señalada cercanía con la poesía surrealista –recuérdese su participación en el grupo chileno Mandrágora– se asienta no tanto en la creencia de una determinada praxis poética, escritura automática, confrontación de elementos dispares etc., cuanto en una ética frente a la poesía y la vida.
Pero es innegable que en ella están presentes elementos profundamente vinculados al surrealismo: el erotismo, la noche, el inconsciente, la memoria y el olvido, la palabra  poética como revelación y transparencia, como instante del encuentro con cierta zona de plenitud, tal vez una de las pocas que no es dado conocer a los hombres. Así como el encuentro erótico permite acceder a una experiencia de gozosa realidad, de instantánea revelación, la escritura, el acto poético, hace posible la aparición de una experiencia que nos sobrepasa, que se encuentra más allá de la conciencia creadora.
Resulta paradójico, sin embargo, concebir el extraño lugar que ocupa el poeta; al mismo tiempo alguien separado pero que fusiona y concilia; una conciencia vigilante y una posibilidad de sueño. No un ser de principios sino alguien que vive entre “Condicionales” (así se llama uno de los poemas de Rasgos comunes), no la inteligencia del juicio, sino la inteligencia de la sensibilidad, de allí que se encuentre siempre en otra parte, al margen de la sensatez, al margen de la prudencia, al margen de la práctica diaria de la vida.







Y yo he conquistado el ridículo
Con mi ternura
Escuchando al corazón.

Esta distancia que es también ruptura aparece en los poemas en forma de fragmentariedad, de dislocación del sentido, de interrupciones súbitas. Frente a sus poemas muchas veces debemos preguntarnos ¿quién es el que habla? y, más aun, ¿quién interrumpe? No existe un curso normal o lo que podríamos llamar un cauce; justamente lo que de manera implícita se cuestiona es la validez de cualquier cauce, de cualquier forma preestablecida de los diversos órdenes que gobiernan nuestra existencia cotidiana. Este distanciamiento pasa en cierta forma por el olvido de los atavíos particulares, de las señas que caracterizan el “yo”. La escritura es entonces una lucha en varios frentes, y esta lucha queda reflejada en los poemas, forma parte de ellos, y además funciona como vínculo (de conciliación o de ruptura) entre el sujeto que escribe y el sujeto que lee. Pero habría que decir también, para no escamotear la realidad de su escritura, que en el fondo su casa es la casa de la palabra, la magia de su misterio, el encanto de los sueños que evoca y convoca, el movimiento de afirmación que presagia. Cada uno de sus libros ha ido componiendo una semblanza que entraña sabiduría, goce, afirmación de la vida sin cortapisas, donde hay espacio para el dolor y la duda, para la ternura y el placer, para el sortilegio de la melancolía y la muerte. Una poesía cuyos rasgos comunes no son en absoluto posesión del común, sino mis bien trazos particularísimos que dibujan las modulaciones de su voz. Sí. como apuntamos al comienzo, el poeta recorre un camino de desposesión, lo hace no en razón de una mística del ascetismo por la vía de la negación, sino por la afirmación de lo múltiple, de la pluralidad, de la contradicción. Del mismo modo, si sus poemas con el correr de los años se han ido concentrando es no por la pérdida de su capacidad verbal e imaginativa sino, muy al contrario, por una concentración e intensidad verbales que hacen de sus últimos libros, Por cuál causa o nostalgia y Aire sobre el aire, pequeñas pero inmensas joyas de nuestra poesía contemporánea. Aunque sus motivos siguen siendo los mismos –porque la poesía de Juan Sánchez Peláez es en cierta medida fruto de una obsesión que va cobrando forma en cada uno de sus libros– en los últimos aparece una serenidad que no conocíamos en los anteriores. En ellos pareciera que la pluralidad se dice a si misma, no hay alteraciones ni ruidos, la vacilación deja espacio a una voluntad de persistencia y a una mirada que ya no se coloca en el lugar del exilio sino que encarna el exilio, que se sitia directamente en el espacio de los contrarios, siempre en el espejo del otro.

Quien habla
sueña
Quien dice
no
es un muchacho con cuchillos

Quien da en el blanco
es por angustia

Quien se rectifica
es porque va
a nacer

Quien dice
es una muchacha de las Antillas

el que despierta
tiene claras orejas
y otro burro nativo

soy yo
el que va por la carretera de Sintra
cada vez más cerca
lo probable o real
desde aquí
hasta ahí
buscándome
entre el ir y venir.




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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado: Ramón Chirinos (Venezuela, 1950)
Agradecimentos: Miguel Márquez
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1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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ANA NUÑO | Juan Sánchez Peláez


Hace dos o tres años conversaba con Rafael Cadenas en una de esas fuentes de soda caraqueñas que tienen la virtud de cambiar constantemente de decorado, camareros y, sobre todo, precios, pero que milagrosamente conservan en algún rincón, entre una mata de danta escuchimizada y el mostrador ahogado en neones, la atmósfera que nos acogió el primer día que tomamos allí un marroncito. La conversación, como siempre con Cadenas, era un suelto ramaje que iba y venía de la política a la reciente edición de un libro suyo, de la universidad a las hijas y, en general, de lo difícil que se ha puesto todo y lo fácil que es dejarse llevar por la corriente. Esta vez, nos detuvimos un instante, lo suficiente para que se inmovilizara una rama y oler el aroma de un botón, en la cuestión de la crítica literaria en Venezuela. Como siempre, Cadenas me llevó a tocar tierra, con esa manera suya que nuestro trópico bullicioso y frontal confunde con timidez, y que es, en realidad, el más civilizado rostro de la amabilidad: su libro Gestiones, desde su publicación en 1992 hasta esa fecha en que nos mecíamos en el árbol vespertino del Papagallo, había recibido la friolera de dos reseñas críticas. Con tan somera recapitulación quedaba cerrado, claro está, el capítulo “ejercicio de la crítica literaria en Venezuela”, y volvíamos al dulce vaivén de las hojas.
“En Venezuela estamos acostumbrados a oír adjetivos desmedidos cuando se habla de escritores y artistas”. Esta frase es de Vicente Gerbasi y está publicada en un Papel Literario de 1950, un año antes de que Juan Sánchez Peláez publicara su primer libro de poesía, Elena y los elementos. Y a esa frase del poeta de Canoabo no le ha salido ni una sola arruga en estos cincuenta y un años. La retórica conmemorativa y adulatoria entre nosotros, salvo por lo que se cotiza, nada tiene que envidiarles a los más afamados cirujanos estéticos.
Juan Sánchez Peláez ha tenido la inmensa fortuna y la incomparable desgracia de nacer en Venezuela y en este país haber publicado su obra. Ambos hados, la fortuna y la desgracia, se desprenden en igual medida de ese accidente de su biografía. Nacer en Venezuela y ser poeta, hasta una fecha muy reciente, era el más honorífico salvoconducto para alcanzar cierta forma de prestigio social y, de una forma certera, la marginalidad económica. Sólo desde que florecieron, merced al exceso de petrodólares de los setenta, los talleres literarios, ser poeta y venezolano pudo comenzar a ser otra cosa. Ignoro si este cambio ha supuesto un progreso; desde entonces hemos tenido de todo, poetas-funcionarios, poetas-asesores, poetas-escritores de telenovelas. Y hasta poetas-poetas, menos mal.
Digámoslo sin rodeos: Juan Sánchez Peláez, de haber nacido y publicado su obra en México, Argentina, Chile, Colombia o Perú, estaría hoy cubierto de premios internacionales de poesía, y al menos tres libros suyos -tres libros extraordinarios, en esta y cualquier otra latitud: Animal de costumbre (1959), Rasgos comunes (1975) y Aire sobre el aire (1989)- habrían sido editados también en otros tantos países latinoamericanos y aun en nuestra amnésica madre patria. Es posible, por otro lado, que de haberse realizado este guión de poética-ficción, Juan Sánchez Peláez no sería quien hoy es, no habría sido quien ha sido y, sobre todo, no habría escrito lo que ha escrito. Porque una de las virtudes de su obra nace precisamente de esa fortuna-desgracia. Como toda poesía, como toda obra de creación verbal, la poesía de Sánchez Peláez se dirige a un lector. Pero la circunstancia de escribir desde un país donde la poesía es todo y nada, donde todo el mundo se rasga las vestiduras para adular al amigo-poeta de turno y al mismo tiempo casi nadie se toma la molestia de leer las obras poéticas críticamente -es decir, poniéndolas en resonancia con otras obras, ni qué decir con obras no venezolanas o ajenas al círculo más estrecho de los intereses circunstanciales del improvisado crítico-; esa anómala, compleja circunstancia ha acabado, en el caso de Sánchez Peláez y su poesía, haciendo en este poeta más consciente el enjeu, lo que está en juego y el envite, de la poesía. Silence, exile and cunning, decía Joyce de su arte: el exilio, todo poeta verdadero y aun cualquier ser pensante lo tiene garantizado en Venezuela sin necesidad de alejarse del país; en cuanto al silencio y la malicia, son apenas los nombres que le damos a la única táctica de supervivencia posible para quien se exilia sin moverse de su ¿centro?
Recojo el yoyo y vuelvo a lanzarlo para regresar a ese “casi nadie se toma la molestia”. Hay una severa excepción, claro está: Guillermo Sucre. (¿Hasta cuándo va a ser nuestra severa excepción?). Y es cierto que se ha escrito sobre la poesía de Sánchez Peláez. Ahí está, sin ir más lejos, la recopilación de artículos, notas, estudios y ensayos del Juan Sánchez Peláez ante la crítica editado por Monte Ávila hace siete años. Releo a Hanni Ossott y a Juan Liscano y a Eugenio Montejo y a todos los otros, incluido Humberto Díaz-Casanueva. Cada uno dice de Juan y su poesía, y cada uno está diciendo de sí mismo, sobre todo. Y después leo a Sucre, el segundo texto antologado en esta recopilación, extraído de La máscara, la transparencia. Que sigue siendo el mejor ensayo sobre poesía hispanoamericana publicado hasta la fecha, pese a sus deficiencias, porque todo ensayo de esta índole las tiene y si no, con el tiempo las adquiere. Por ejemplo, sigo sin comprender por qué Cadenas y Sánchez Peláez comparten la casilla “La metáfora del silencio”. A mí (modesto) entender, lo que separa y aun opone a estos dos poetas es más significativo que lo que los reúne. De hecho, Sucre señala que “no hay poetas más disímiles”.





 Pero dejo esto de lado y vuelvo a mi yoyo. A propósito de estos dos poetas, Sucre enuncia una de las más fértiles consecuencias de lo significado más arriba con la figura dual de la fortuna-desgracia de Juan Sánchez Peláez: “Hay un hecho muy peculiar [en Cadenas y Sánchez Peláez]: tienden inicialmente a la exuberancia y aun al desencadenamiento verbal; luego, no sólo se despojan de cualquier exceso, sino que ese despojamiento supone una confrontación con el lenguaje como tal”. La “confrontación con el lenguaje como tal” es una fórmula muy de los años setenta, deudora del enorme prestigio de la intransitividad y autorreferencialidad del “texto”, ese dios de la escritura hipostasiado a la sazón por los estructuralistas. Pero sin duda Sucre apunta en su ensayo a otro tipo de distinción: entre poéticas que construyen su objeto mediante la ilusión de un lenguaje transparente en su designación, y poéticas que problematizan el objeto porque integran, en mayor o menor medida, la variable opacidad de la lengua. Con escasas excepciones, la poesía en lengua española escrita en España después de la generación del 27 es tributaria de la primera escuela, mientras que abundan las poéticas con filiación en aquella segunda tradición en el costado americano del Atlántico.
Mejor dejemos el yoyo y tomemos la perinola, a ver si vamos al grano o al palito. Surrealista, onírico, erótico, místico: ¿qué no se ha dicho y escrito de la poesía de Sánchez Peláez? Como anduvo por Chile en su juventud y coincidió con el auge del grupo Mandrágora; como el título de su primer libro, Elena y los elementos, parecía un eco in lontano del Eva y la fuga de Rosamel del Valle; como años después antologó para Monte Ávila al mismo Rosamel; como había frecuentado a Humberto Díaz-Casanueva y a Braulio Arenas y a Enrique Molina y a Olga Orozco y como invocó en un poema a César Moro, ergo Juan Sánchez Peláez era un adepto del onirismo y erotismo surrealistas. En cuanto al misticismo, desde que en su segundo libro, Animal de costumbre, se le ocurrió evocar a su madre y, con ella, las ánimas del Purgatorio, se le descubrió una vena mística. ¡Pobre Juan de Yepes, si supiera a qué llaman nuestros críticos “misticismo”! En cuanto al surrealismo, lo más portentoso de la poesía de Sánchez Peláez -y este portento está a la vista, para quien quiera verlo, desde Elena- es su simultánea apropiación del ethos de este movimiento y su sabio cortocircuito de los tópicos que lo lastran. A diferencia de la Eva de Rosamel, la Elena de Juan no le debe nada a Nadja y todo a la raíz deseante, a la pulsión que anula las fronteras entre lo vivido y lo ansiado, lo temido y lo temible, y si surrealismo hay en esta poesía, lo es de una estirpe más honda y veraz que los flacos automatismos oníricos en los que han incurrido sus cultores, con Breton a la cabeza. Tampoco se ha apoyado en el mito, como se resignó a hacerlo Rosamel desde la publicación de su Orfeo. Es cierto que a ambos poetas los hermana un humor terso y melancólico, al que el chileno tarda en llegar -y que se manifiesta plenamente a partir de El joven Olvido (1949)-, pero que en Sánchez Peláez alcanza plenitud desde su segundo poemario. “Mi animal de costumbre me observa y me vigila” (XVIII) y “Es inútil la queja” (XIX) traen a nuestra poesía una salubre bocanada de humor digno del Michaux de Voyage en Grande Garabagne o de Plume, hijo de ese “plat pays” donde cualquier silueta es sombra y los contrastes, a flor de tierra, recortan un abecedario de figuras improbables en su conjunción y evidentes y diáfanas como un vaso de agua.
Y cuando digo “nuestra poesía” no me refiero, desde luego, a la que haya podido escribirse entre las cuatro paredes de nuestro rincón trópico-selvático, sino a toda la poesía en lengua castellana, menos adicta que la escrita en inglés, sobremanera, y en francés, sólo ocasionalmente, al fulgor del understatement y el civilizado tuteo con lo improbable.
El arriesgado ethos pulsional -arriesgado porque sus leyes son un desafío a la Ley- y el humor fluido, sin estridencias, son anzuelos donde prender “el pez vivo en la red” y “subirlo a la claridad”. Es ahí donde se sitúa esta voz, de ahí nos habla: de la más profunda oscuridad de lo increado en busca de la luz, más allá del aire sobre el aire. Y esa voz nos dice que no somos, que no hay certidumbre en el nacer ni en el vivir ni en el morir, y que para ser “el hombre rojo lleno de sangre”, no hay que perder el curso del río ni extraviar “su verdadero sol”. Humor fluvial, meandros de una voz que aspira a a circular por debajo del río y por encima del aire: Juan Sánchez Peláez ha forjado un verso que, para ajustarse al trasiego de lo que no cesa, ofrece una de las más altas escuelas de libertad y soltura en la lengua.
Poeta aéreo, nostálgico del verdadero sol, por eso mismo Juan Sánchez Peláez es nuestro poeta de la noche. Que Elena y los elementos lleve en epígrafe al Eluard que proclama la “noche profunda y larga” de su edad; que Animal de costumbre abra la boca “En la noche dúctil” y nos diga, con nuestra “frágil vanidad en los brazos”: “En la noche, escucha”; que “Por desvarío entre mis sílabas/ La noche sin guía” inicie su Filiación oscura; que “lo huidizo y permanente” se resuelva en dos cuerpos que se juntan y el alba, que “es el leopardo”; que el círculo se abra y la voz nos convide a verlo abrirse, en Rasgos comunes, y luego despeñe “tu grito/ cuando mi sombra o mi noche/ soplan el fuego”, en Por cuál causa o nostalgia; y que los viejos “ocurran puntuales” y a la orilla del mar aguarden sin dormir y sin soledad, en Aire sobre el aire: que todos los libros de Sánchez Peláez lleven prendidos en su pórtico la noche y el deseo y la pérdida y la vejez, ello sitúa la voz de este poeta en su ámbito: aquí -ojo, voi ch’entrate- se está gestando un mundo, el único habitable. Y porque el mundo no es el mundo -“Este árbol no es un árbol./ Este muro no es un muro”- y porque es inútil la queja -“Mejor sería hablar de esta región tan pintoresca”-, hay que renunciar a “hincharse con palabras”. La “desgracia feliz” de Sánchez Peláez consiste en no haber hecho concesiones con las palabras, esas caminadoras pintarrajeadas que se ofrecen al primero que llega. Y el exilio consubstancial a todo venezolano pensante, rodeado como suele estarlo del tumulto de las conmemoraciones y el silencio de la crítica, ha sido en su caso, sin duda, el perfecto revulsivo a la garrulidad huera del entorno.
También oír a Juan, “en aquel alucinante patio con noche caraqueña”, como dice Lorenzo García Vega de la que fue casa del poeta en Altamira, es comprender que escribir poesía no es una actividad pautada, que el poeta no es un individuo que se sienta de las nueve a las doce de la mañana a parir versos y después se va a echarse unos tragos con los amigos. Con o sin amigos, con o sin tragos, con o sin palabras, de noche o de día, Juan Sánchez Peláez escribe todo el rato porque escucha y ve y calla todo el rato. A este gran insomne, dueño del misterio de la amistad, me lo imagino tarde en la noche, envuelto en su manto de grillos, preguntándose, como se preguntaba Rosamel del Valle: “¿Será posible reconocer el aire sobre sí mismo?”
Sí, Moisés Filadelfio. Basta con leer a Juan Sánchez Peláez.



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2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
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8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

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EDUARDO ALFONSO PEPPER SILVA | Juan Sánchez Peláez y José Barroeta: Las Formas del Cansancio


Si hubo un escritor que vislumbró el cansancio, la desesperación y la debacle moral de la era moderna occidental fue Franz Kafka. Tal vez, iniciar estas líneas con dicho argumento, no sea descubrir el agua tibia y mucho menos acceder a los planos elevados de la exégesis, pero luego de releer a dos poetas clásicos de la literatura venezolana como lo son Juan Sánchez Peláez y José Barroeta, no me ha quedado otro camino para reflexionar en torno al tema elegido, que aquel transitado por ese europeo solitario y recluido en los abismos más profundos de la soledad y el hastío, como lo fue Kafka.
Para la composición de esta partitura, he tomado dos textos que a mi parecer son fundamentales dentro de lo que es la poesía venezolana contemporánea. Uno es un clásico: Animal de Costumbre, de Sánchez Peláez, y el otro que si bien no goza de ser un clásico, por lo menos es una pieza fundamental dentro de nuestra poesía, se titula: Costumbre Occidental, de José Barroeta.
Ahora bien, dicho sistema de selección tiene ventajas y desventajas. En primer lugar la lectura de un clásico como lo es el poema Animal de Costumbre, nos exige como lectores recrear nuevos ámbitos para acercarnos a sus territorios, debido a que es un poema que debe cargar con la cruz de los lugares comunes de las interpretaciones académicas, de las tertulias, o en el peor de los casos, cargar con la cruz de ser uno de los poemas más importante de nuestras letras. Este poema como realización estética es heredero de una tradición literaria y filosófica como lo son el surrealismo y el existencialismo; y en el ámbito concreto de nuestra poesía me atrevería a decir que es una prolongación de aquella poética hermética y desesperada del gran José Antonio Ramos Sucre.
Por otro lado, y aquí ya hablaré de las ventajas, el poema Costumbre Occidental es un poema poco conocido dentro de la vasta obra de Barroeta. No pertenece al canon de poemas como el mismo Animal de Costumbre o el poema Derrota de Rafael Cadenas. Es una pieza rara que no termina de engranar. De él está todo por decirse e inventarse, lo que ya es un punto a favor, entendiendo que todo ejercicio crítico es un diálogo, un tránsito de una obra a otra, un acto de lucidez y por supuesto un acto de creación, como lo dijo una vez Francisco Rivera.
Volvamos ahora a Kafka. En su novela El Castillo, Kafka lleva hasta límites impensables la sensación de imposibilidad y cansancio. El personaje K. recorre un camino absurdo e infinito en búsqueda de un castillo, y cada vez que parece estar cerca éste se aleja de forma progresiva, dejándolo sumido en una profunda sensación de abatimiento y fracaso. Igual ocurre en la novela El Proceso donde el personaje Joseph K. es declarado culpable por un delito que desconoce haber cometido y luego empieza toda una aventura sombría por los estratos del poder burocrático de justicia para conocer los motivos de su condena. El día que está a punto de conocer la razón es asesinado por dos funcionarios.
Estas dos obras de Kafka vislumbran la pesadilla del hombre moderno y la opresión que vive éste dentro de un sistema de poder que está condicionado y configurado para su explotación y desublimación. Los personajes de estas novelas recorren laberintos infinitos en búsqueda de una verdad desconocida que sólo un poder despiadado y sombrío parece poseer. La opresión a la que son sometidos estos dos personajes es una opresión psíquica y espiritual. Dicha acción aniquila su conciencia y los deja abatidos. Es una especie de violencia pasiva que los impulsa, a partir de supuestos proyectos personales de búsqueda, a ser ellos los realizadores concretos de su autodestrucción.







 Vicente Gerbasi en su ensayo La Rama del Relámpago, nos dice que la mayor grandeza que un poema puede alcanzar es plasmar la secreta y lúcida imagen de las vivencias esenciales del ser humano. Por eso un poema, más allá de ser una realización estética es también una realización espiritual, individual y colectiva de la humanidad. O como una vez me dijo el maestro Enrique Arenas, “los poemas son fenómenos fragmentados que siempre dicen una verdad que condensa y aglutina misteriosamente nuestro viaje por la vida”. De ahí que de cierta manera siempre una obra responda a otra obra o un poema sea la continuación de otro poema, en el sentido de que su composición expresa no sólo un acontecimiento individual de la especie humana, sino que es toda una experiencia totalizadora de la existencia.
Atendamos a los primeros versos del poema Animal de Costumbre:

Mi animal de costumbre me observa y me vigila.
Mueve su larga cola. Viene hasta a mí
A una hora imprecisa.
Me devora todos los días, a cada segundo.
Cuando voy a la oficina, me pregunta:
¿Por qué trabajas
Justamente
Aquí?

Como bien sabemos, todo poema es un universo simbólico y sensorial. Cada palabra enuncia una idea y al mismo tiempo oculta de forma infinita otras. En este sentido, esta primera estrofa, desde una lectura inicial,  podría decirse que está construida desde la noción de acecho y persecución. Hay un animal que persigue y vigila a un sujeto que de forma pasiva acepta su condición de víctima. Este animal es humanizado y transformado en verdugo. Pero si orientamos la lectura hacia ámbitos más recónditos, podemos observar que el poeta trata de develarnos una atmósfera opresiva donde el yo se debate ante sí mismo. Este debate del yo emerge desde la sensación de nulidad y fracaso ante un poder elevado y feroz. Ahora bien, sería preciso preguntarnos qué simboliza el animal dentro de la configuración del poema.
El filósofo sur coreano Byung-Chul Han, plantea en su libro Psicopolítica que la sociedad moderna tiene dos características fundamentales. Una de ellas es el control a través de estructuras disciplinarias de la conciencia y la otra de más reciente data, tiene que ver con la supuesta libertad individual y colectiva que pregona el sistema neoliberal a través de la entronización de los deseos. En el caso concreto del poema de Juan Sánchez Peláez, podemos observar como el símbolo del animal representa  a la estructura disciplinaria.  Ésta está presente en el poema para cuestionar la libertad del individuo y provocar en él la sensación de dependencia y miedo. El animal devenido en funcionario se asemeja a los verdugos de Joseph K.  que con su mirada inquisitiva le  acusan y condenan a cada paso.  El sujeto oprimido ante dicha experiencia no puede más que sentirse desamparado y escindido. En cierto sentido esta atmósfera opresiva y fantasmagórica es la que construye el sentimiento de irracionalidad y fragmentación dentro del poema. La voz poética se entrama desde la experiencia del cansancio y la fatiga, y no encuentra luz ante tanta oscuridad: “A lo largo de esta primavera que se inicia mi animal de costumbre me roba el sol”.
La sociedad moderna está edificada desde el control y el orden. Para ejercer tales acciones se ha dado la tarea de establecer patrones y normativas desde la idea de estabilidad. Esta supuesta estabilidad no es más que una cárcel. Las escuelas, las oficinas, los hospitales, los centros penitenciarios y los centros comerciales no son más que espacios que se configuran desde esa realidad impersonal y deshumanizada donde la sociedad de la disciplina ejerce su poderío. Sus metáforas entronizan el consumo, la banalización del cuerpo ante el espíritu, y todo se hace mercancía intercambiable y circunstancial. Ante esta desmoralización de la existencia, la poesía emerge como fuente de iluminación y revelación. El lenguaje poético transgrede dichas normas y estructuras, escandaliza las formas sociales apostando siempre por relaciones más humanas y trascendentes. No acepta los modelos, todo lo contrario, los cuestiona y los coloca en espacio crítico.
Leamos a continuación unas estrofas del poema Costumbre Occidental, de José Barroeta:

Debes comenzar por donde te enseñaron.
Lo recomendable es que no pierdas nunca el sistema
de horario: comer cada tres o cuatro horas
dejarte bañar por otras o por tus propias manos una
si es posible dos veces al día.
No descuides tu horario en el momento de crecer
fíjate que hay relojes carteles caras que anunciaran tu llegada e impedirán el extravío.
En el intermedio de las horas puedes si la vida
Te ha dotado de ello desayunar almorzar cenar
detener tu cuerpo y otros en la cama y debes si te gusta mirar de vez en cuando los pájaros y si te queda tiempo las nubes (…)

Si existe una forma concreta para definir el mundo y su totalitarismo es la forma imperativa en la cual se tejen las relaciones intersubjetivas entre los individuos y ese poder anónimo que rige su vida. Pareciera que de forma pasiva los seres humanos aceptaran una especie de manual de uso y abuso para una coexistencia sana y equilibrada dentro del orden social establecido. Pero resulta que dicho manual no es más que una vil forma de dominación. Ese imperativo es la representación del Big Brother. El Big Brother es también la prefiguración del Animal de Costumbre que acecha al ser humano y doblega toda su voluntad. A través de esta forma de opresión el individuo pierde toda noción de sí mismo y se esclaviza como un autómata ante los mecanismos del sistema.
En el poema Costumbre Occidental se nos presenta el imperativo de forma muy clara, y también se hace claro y evidente cómo el individuo se va perdiendo ante todo lo que le rodea. Porque aunque siga un patrón de conducta, su relación, por ejemplo, con el tiempo y su cuerpo, con el mundo y la vida se originan desde la quietud y la imposibilidad. Su única posibilidad es transitar ese camino trazado por otro y otros. Ser sólo un eslabón y perderse en la maraña del engranaje de forma sistemática. De esta manera pierde sus deseos y acepta una serie de deseos impuestos que sólo lo convierten en una máquina de consumo y sumisión.
Como lo dijo Piglia “la literatura discute lo que discute la vida, pero en otro registro”. En este sentido, podemos observar como estos dos poemas condensan la experiencia agónica del individuo contemporáneo. A través de un juego de correspondencias observamos cómo se complementan uno al otro en una misma preocupación: la agonía y el cansancio de una sociedad que está presa en sí misma, enferma y perdida.



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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado: Ramón Chirinos (Venezuela, 1950)
Agradecimentos: Miguel Márquez
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)

Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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