Hace dos o tres años conversaba
con Rafael Cadenas en una de esas fuentes de soda caraqueñas que tienen la
virtud de cambiar constantemente de decorado, camareros y, sobre todo, precios,
pero que milagrosamente conservan en algún rincón, entre una mata de danta
escuchimizada y el mostrador ahogado en neones, la atmósfera que nos acogió el
primer día que tomamos allí un marroncito. La conversación, como siempre con
Cadenas, era un suelto ramaje que iba y venía de la política a la reciente
edición de un libro suyo, de la universidad a las hijas y, en general, de lo
difícil que se ha puesto todo y lo fácil que es dejarse llevar por la
corriente. Esta vez, nos detuvimos un instante, lo suficiente para que se
inmovilizara una rama y oler el aroma de un botón, en la cuestión de la crítica
literaria en Venezuela. Como siempre, Cadenas me llevó a tocar tierra, con esa
manera suya que nuestro trópico bullicioso y frontal confunde con timidez, y
que es, en realidad, el más civilizado rostro de la amabilidad: su libro Gestiones, desde su
publicación en 1992 hasta esa fecha en que nos mecíamos en el árbol vespertino
del Papagallo, había recibido la friolera de dos reseñas críticas. Con tan
somera recapitulación quedaba cerrado, claro está, el capítulo “ejercicio de la
crítica literaria en Venezuela”, y volvíamos al dulce vaivén de las hojas.
“En Venezuela estamos
acostumbrados a oír adjetivos desmedidos cuando se habla de escritores y
artistas”. Esta frase es de Vicente Gerbasi y está publicada en un Papel Literario de 1950, un
año antes de que Juan Sánchez Peláez publicara su primer libro de poesía, Elena y los elementos. Y a
esa frase del poeta de Canoabo no le ha salido ni una sola arruga en estos
cincuenta y un años. La retórica conmemorativa y adulatoria entre nosotros,
salvo por lo que se cotiza, nada tiene que envidiarles a los más afamados
cirujanos estéticos.
Juan Sánchez Peláez ha tenido
la inmensa fortuna y la incomparable desgracia de nacer en Venezuela y en este
país haber publicado su obra. Ambos hados, la fortuna y la desgracia, se
desprenden en igual medida de ese accidente de su biografía. Nacer en Venezuela
y ser poeta, hasta una fecha muy reciente, era el más honorífico salvoconducto
para alcanzar cierta forma de prestigio social y, de una forma certera, la
marginalidad económica. Sólo desde que florecieron, merced al exceso de
petrodólares de los setenta, los talleres literarios, ser poeta y venezolano
pudo comenzar a ser otra cosa. Ignoro si este cambio ha supuesto un progreso;
desde entonces hemos tenido de todo, poetas-funcionarios, poetas-asesores,
poetas-escritores de telenovelas. Y hasta poetas-poetas, menos mal.
Digámoslo sin rodeos: Juan
Sánchez Peláez, de haber nacido y publicado su obra en México, Argentina,
Chile, Colombia o Perú, estaría hoy cubierto de premios internacionales de
poesía, y al menos tres libros suyos -tres libros extraordinarios, en esta y
cualquier otra latitud: Animal
de costumbre (1959), Rasgos comunes (1975) y Aire sobre el aire (1989)- habrían sido editados también
en otros tantos países latinoamericanos y aun en nuestra amnésica madre patria.
Es posible, por otro lado, que de haberse realizado este guión de
poética-ficción, Juan Sánchez Peláez no sería quien hoy es, no habría sido
quien ha sido y, sobre todo, no habría escrito lo que ha escrito. Porque una de
las virtudes de su obra nace precisamente de esa fortuna-desgracia. Como toda
poesía, como toda obra de creación verbal, la poesía de Sánchez Peláez se
dirige a un lector. Pero la circunstancia de escribir desde un país donde la
poesía es todo y nada, donde todo el mundo se rasga las vestiduras para adular
al amigo-poeta de turno y al mismo tiempo casi nadie se toma la molestia de
leer las obras poéticas críticamente -es decir, poniéndolas en resonancia con
otras obras, ni qué decir con obras no venezolanas o ajenas al círculo más
estrecho de los intereses circunstanciales del improvisado crítico-; esa
anómala, compleja circunstancia ha acabado, en el caso de Sánchez Peláez y su
poesía, haciendo en este poeta más consciente el enjeu, lo que
está en juego y el envite, de la poesía. Silence, exile and cunning, decía
Joyce de su arte: el exilio, todo poeta verdadero y aun cualquier ser pensante
lo tiene garantizado en Venezuela sin necesidad de alejarse del país; en cuanto
al silencio y la malicia, son apenas los nombres que le damos a la única
táctica de supervivencia posible para quien se exilia sin moverse de su
¿centro?
Recojo el yoyo y vuelvo a
lanzarlo para regresar a ese “casi nadie se toma la molestia”. Hay una severa
excepción, claro está: Guillermo Sucre. (¿Hasta cuándo va a ser nuestra severa
excepción?). Y es cierto que se ha escrito sobre la poesía de Sánchez Peláez.
Ahí está, sin ir más lejos, la recopilación de artículos, notas, estudios y
ensayos del Juan Sánchez Peláez
ante la crítica editado por Monte Ávila hace siete años. Releo
a Hanni Ossott y a Juan Liscano y a Eugenio Montejo y a todos los otros,
incluido Humberto Díaz-Casanueva. Cada uno dice de Juan y su poesía, y cada uno
está diciendo de sí mismo, sobre todo. Y después leo a Sucre, el segundo texto
antologado en esta recopilación, extraído de La máscara, la transparencia. Que sigue siendo el mejor
ensayo sobre poesía hispanoamericana publicado hasta la fecha, pese a sus
deficiencias, porque todo ensayo de esta índole las tiene y si no, con el
tiempo las adquiere. Por ejemplo, sigo sin comprender por qué Cadenas y Sánchez
Peláez comparten la casilla “La metáfora del silencio”. A mí (modesto)
entender, lo que separa y aun opone a estos dos poetas es más significativo que
lo que los reúne. De hecho, Sucre señala que “no hay poetas más disímiles”.
Mejor dejemos el yoyo y
tomemos la perinola, a ver si vamos al grano o al palito. Surrealista, onírico,
erótico, místico: ¿qué no se ha dicho y escrito de la poesía de Sánchez Peláez?
Como anduvo por Chile en su juventud y coincidió con el auge del grupo
Mandrágora; como el título de su primer libro, Elena y los elementos, parecía un eco in lontano
del Eva y la fuga de
Rosamel del Valle; como años después antologó para Monte Ávila al mismo
Rosamel; como había frecuentado a Humberto Díaz-Casanueva y a Braulio Arenas y
a Enrique Molina y a Olga Orozco y como invocó en un poema a César Moro, ergo
Juan Sánchez Peláez era un adepto del onirismo y erotismo surrealistas. En
cuanto al misticismo, desde que en su segundo libro, Animal de costumbre, se le
ocurrió evocar a su madre y, con ella, las ánimas del Purgatorio, se le
descubrió una vena mística. ¡Pobre Juan de Yepes, si supiera a qué llaman
nuestros críticos “misticismo”! En cuanto al surrealismo, lo más portentoso de
la poesía de Sánchez Peláez -y este portento está a la vista, para quien quiera
verlo, desde Elena-
es su simultánea apropiación del ethos de este movimiento y su sabio
cortocircuito de los tópicos que lo lastran. A diferencia de la Eva de Rosamel,
la Elena de Juan no le debe nada a Nadja y todo a la raíz deseante, a la
pulsión que anula las fronteras entre lo vivido y lo ansiado, lo temido y lo
temible, y si surrealismo hay en esta poesía, lo es de una estirpe más honda y
veraz que los flacos automatismos oníricos en los que han incurrido sus
cultores, con Breton a la cabeza. Tampoco se ha apoyado en el mito, como se
resignó a hacerlo Rosamel desde la publicación de su Orfeo. Es cierto que a ambos
poetas los hermana un humor terso y melancólico, al que el chileno tarda en
llegar -y que se manifiesta plenamente a partir de El joven Olvido (1949)-, pero
que en Sánchez Peláez alcanza plenitud desde su segundo poemario. “Mi animal de
costumbre me observa y me vigila” (XVIII) y “Es inútil la queja” (XIX) traen a
nuestra poesía una salubre bocanada de humor digno del Michaux de Voyage en Grande Garabagne o
de Plume, hijo
de ese “plat pays” donde cualquier silueta es sombra y los contrastes, a flor
de tierra, recortan un abecedario de figuras improbables en su conjunción y
evidentes y diáfanas como un vaso de agua.
Y cuando digo “nuestra poesía”
no me refiero, desde luego, a la que haya podido escribirse entre las cuatro
paredes de nuestro rincón trópico-selvático, sino a toda la poesía en lengua
castellana, menos adicta que la escrita en inglés, sobremanera, y en francés,
sólo ocasionalmente, al fulgor del understatement y el
civilizado tuteo con lo improbable.
El arriesgado ethos pulsional
-arriesgado porque sus leyes son un desafío a la Ley- y el humor fluido, sin
estridencias, son anzuelos donde prender “el pez vivo en la red” y “subirlo a
la claridad”. Es ahí donde se sitúa esta voz, de ahí nos habla: de la más
profunda oscuridad de lo increado en busca de la luz, más allá del aire sobre
el aire. Y esa voz nos dice que no somos, que no hay certidumbre en el nacer ni
en el vivir ni en el morir, y que para ser “el hombre rojo lleno de sangre”, no
hay que perder el curso del río ni extraviar “su verdadero sol”. Humor fluvial,
meandros de una voz que aspira a a circular por debajo del río y por encima del
aire: Juan Sánchez Peláez ha forjado un verso que, para ajustarse al trasiego de
lo que no cesa, ofrece una de las más altas escuelas de libertad y soltura en
la lengua.
Poeta aéreo, nostálgico del
verdadero sol, por eso mismo Juan Sánchez Peláez es nuestro poeta de la noche.
Que Elena y los elementos lleve
en epígrafe al Eluard que proclama la “noche profunda y larga” de su edad;
que Animal de costumbre abra
la boca “En la noche dúctil” y nos diga, con nuestra “frágil vanidad en los
brazos”: “En la noche, escucha”; que “Por desvarío entre mis sílabas/ La noche
sin guía” inicie su Filiación
oscura; que “lo huidizo y permanente” se resuelva en dos
cuerpos que se juntan y el alba, que “es el leopardo”; que el círculo se abra y
la voz nos convide a verlo abrirse, en Rasgos comunes, y luego despeñe “tu grito/ cuando mi
sombra o mi noche/ soplan el fuego”, en Por cuál causa o nostalgia; y que los viejos “ocurran
puntuales” y a la orilla del mar aguarden sin dormir y sin soledad, en Aire sobre el aire: que todos
los libros de Sánchez Peláez lleven prendidos en su pórtico la noche y el deseo
y la pérdida y la vejez, ello sitúa la voz de este poeta en su ámbito: aquí
-ojo, voi ch’entrate- se está gestando un mundo, el único
habitable. Y porque el mundo no es el mundo -“Este árbol no es un árbol./ Este
muro no es un muro”- y porque es inútil la queja -“Mejor sería hablar de esta
región tan pintoresca”-, hay que renunciar a “hincharse con palabras”. La
“desgracia feliz” de Sánchez Peláez consiste en no haber hecho concesiones con
las palabras, esas caminadoras pintarrajeadas que se ofrecen al primero que
llega. Y el exilio consubstancial a todo venezolano pensante, rodeado como
suele estarlo del tumulto de las conmemoraciones y el silencio de la crítica,
ha sido en su caso, sin duda, el perfecto revulsivo a la garrulidad huera del
entorno.
También oír a Juan, “en aquel
alucinante patio con noche caraqueña”, como dice Lorenzo García Vega de la que
fue casa del poeta en Altamira, es comprender que escribir poesía no es una
actividad pautada, que el poeta no es un individuo que se sienta de las nueve a
las doce de la mañana a parir versos y después se va a echarse unos tragos con
los amigos. Con o sin amigos, con o sin tragos, con o sin palabras, de noche o
de día, Juan Sánchez Peláez escribe todo el rato porque escucha y ve y calla
todo el rato. A este gran insomne, dueño del misterio de la amistad, me lo
imagino tarde en la noche, envuelto en su manto de grillos, preguntándose, como
se preguntaba Rosamel del Valle: “¿Será posible reconocer el aire sobre sí
mismo?”
Sí, Moisés Filadelfio. Basta
con leer a Juan Sánchez Peláez.
*****
Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC
Edições
Artista convidado: Ramón Chirinos (Venezuela, 1950)
Agradecimentos: Miguel Márquez
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries
especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve
em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio
Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011
restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha
Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012
retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano
Martins e Márcio Simões.
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