quarta-feira, 19 de novembro de 2014

Eddie Palmieri, la verdad en la salsa | Medardo Arias Satizabal

Eddie Palmieri

Habíamos aprendido a distinguir el pito de los barcos a través de las ventanas de la casa, en el puerto de Buenaventura, Colombia. Sabíamos ya, por el sonido de cada uno, si se trataba de un “Gulf”, de un “Santa” -estos últimos, de la compañía “Grace Line”, o si era un vapor de la Flota Mercante Grancolombiana, el que atracaba en ese momento en bahía. Distinguíamos también el pito del remolcador que acudía presto a cooperar en las tareas de amarre en el muelle. La noticia de la llegada de un buque de nuestra flota, era la mejor. No sólo porque llegaban ahí nuestros parientes marineros, sino porque en sus camarotes traían la mejor música del Caribe que entonces, años 70 e inicios de los 80, se hacía en Nueva York.
Nos precipitábamos a la Rambla, donde esperaban las lanchas que iban hasta los fondeaderos. No queríamos esperar que el barco tocara muelle, sino ir hasta ahí, hasta las boyas lejanas, para abrir el tesoro: discos nuevos, sellados en sus carátulas, vírgenes para nuestros oídos y nuestro ánimo de bailadores; Pete Rodríguez y su Orquesta, Chorolo, Kitto Vélez cantando la Plena de San Germán, Cortijo y su Combo, Joe Bataan, la Sonora Palacio, de Venezuela, José Fajardo y su flauta, el que interpretaba “Fefita”, el danzón “Almendra” y “El Cadete Constitucional”, Pacheco y su Charanga, Larry Harlow, el Boogaloo del Gran Combo, Richie Ray y su Jala-Jala, Tito Puente y La Lupe, Chivirico Dávila, y por supuesto Eddie Palmieri con su orquesta La Perfecta. Estos discos eran guardados como joyas, hasta hoy, en las discotecas familiares de los marineros, y también en lugares pioneros de la Salsa en Colombia, tales como el Bar de PrósperoPuerto Rico, La Barata, Shangay, sitios localizados en La Pilota, la zona de tolerancia de Buenaventura, en los años 60 y el primer lustro de los 70. Otros bares y discotecas fueron abiertos en la zona continental de la isla, y continuaron su diaria fiesta de timbal; Camaguey, Palladium, El Caney, el Boulevard del Ron, Monterrey, El Campín. Buena parte de esta música que llegaba en los barcos, iba a parar al bar “Mis noches” de Cali, o al “Costeñita”, pioneros en esta ciudad, conocida hoy como “Capital Mundial de la Salsa”.
Roberto CabreraEntonces la Salsa era en Colombia, un ritmo que sólo escuchaban los marineros, los obreros, la gente más humilde de las barriadas afrocolombianas y los intelectuales bohemios. Las clases “altas” miraban con desconfianza a los que gustaban de esta música.   
Teníamos en nuestra colección ese primer disco que grabó Eddie con la Alegre Record, donde aparecía toda su orquesta, con chaquetas rojas junto a un Cadillac de colección. Pero, su tercera creación, “Lo que traigo es sabroso”, fue la que encendió todo el puerto, pues venía ahí una composición que empezaba diciendo: “Muñeca/ quiero que me perdones/ muñeca/ que no lo hago más/ me encontraste en los brazos de otra nena/ con intenciones que no valen ná…” Esta producción, además, había traído otro aliciente para el bailador: “Ajiaco caliente”, una de las melodías con los arreglos más brillantes para la danza y sus recursos, tanto como la “Bomba del corazón”.
Vendría después la era de Tico Records con Palmieri, la cual se anotó tres “hits” consecutivos con “Echando Pa’lante”, “Azúcar pa’ti” y “Mozambique”. Este último LP constituyó el arribo a una etapa de madurez, a un tono superior que nos confirmó al Maestro como un iluminado de sus tiempos, un creador en permanente renovación dentro de la música latina en Nueva York.
La primera vez que Eddie Palmieri fue a Colombia, el empresario artístico Larry Landa quiso que iniciara su gira en el puerto de Buenaventura, como un reconocimiento al lugar por donde entró la Salsa a Colombia.
Eddie llegó con su orquesta, y no obstante la publicidad previa que había hecho el empresario a través de la radio y en avisos callejeros, a las siete de la noche el Coliseo del puerto permanecía desierto. El concierto estaba programado para las ocho. La verdad es que nadie en Buenaventura creía que un músico de la dimensión de Eddie Palmieri podía estar en realidad ahí, y esta incredulidad era la que había detenido a la gente en sus casas. En los bajíos, por las casas lacustres de los pescadores, corría el mito de que Palmieri tocaba en “un piano de oro con teclas de marfil”. Le dije a Larry que lo más conveniente sería ir hasta el cuartel de bomberos, y pedir prestada una máquina para exhibir a la orquesta por toda la ciudad, con sirena de incendio incluida. La idea prendió inmediatamente, y los bomberos fueron solícitos en esta petición. En pocos minutos vimos a Palmieri paseando como un Rey con toda su corte, saludando desde la parte de arriba la máquina. En segundos se armó un tropel de gentes que corrían detrás con el deseo de comprobar que sí, en realidad se trataba del pianista excelso que había llegado directamente de Nueva York; había llegado a apagar el fuego de la incredulidad, y a encender el de la alegría. Junto a él, Chocolate Armenteros levantaba una trompeta y también Ismael Quintana se brindaba al saludo de los porteños. En sólo una hora, el coliseo estuvo a reventar. Era el inicio de la década de los 80; mi hermano menor tenía diez años y cargué con él al concierto. Lo senté justo debajo del piano de Palmieri. Desde entonces, él abrazó esta música como suya. Las notas fuertes de “Vámonos pa’l monte” y de “Bilongo”, lo convirtieron también en súbdito del Maestro.   
Desde entonces, sólo volví a verlo 18 años después en el teatro de la Universidad de Yale, en New Haven, Connecticut, cuando puso de pie a un público que no resistió el deseo de bailar. Abrió el concierto con “El Molestoso”; ya su orquesta se llamaba “La Perfecta II”. Su cantante, Ismael Quintana, había dicho adiós, pero al frente soneaba como los grandes Herman Olivera. “!Se acabó el mundo, caballero!”, gritaba un cubano desde la platea. Era Palmieri que había regresado para decir la verdad, sólo la verdad, en el mundo de la Salsa.           
Cuando Eddie Palmieri se asomó a la música, lo hizo a través de su hermano Charlie, nueve años mayor, quien lo llevaba a los ensayos y le presentaba a jóvenes músicos, los que a la postre, protagonizarían, desde el Harlem Hispano, uno de los movimientos musicales más importantes del mundo, a través de la interpretación de una música con fuertes raíces en Cuba y Puerto Rico, y a la búsqueda, ya en el primer lustro de los 40, de lo que se conocería como Latin Jazz, la fusión entre los ritmos de la América mestiza, con los acentos profundos de las plantaciones de algodón en Alabama.
Eddie había nacido en 1936, hijo de padres puertorriqueños de origen italiano. Con el radio pegado a la oreja, en pantalón corto, escuchaba en su primera edad a los pioneros, a los que abrieron el camino hacia lo que se conoció como el sonido latino de Nueva York. Y claro, toda la música que se producía en Norteamérica. Se recuerda ahora a sus trece años, como timbalero de una orquesta que armó su tío en Nueva York, una devoción que sólo le duró hasta los quince años, cuando decidió, definitivamente, seguir el camino del piano, junto a su hermano Charlie. “Soy un percusionista frustrado…”, dice, pero quienes escuchan su piano, saben que él trasladó magistralmente a las teclas, el golpe de timbal, el sonido de congas y tumbadoras, y que muchas veces su piano suena así con el percutir africano de un cuero de chivo, bien templado. Para los que cruzaban el río, el East River, y vivían en el Harlem Hispano, la vida aquí se desarrollaba entre dos mundos, entre padres y abuelos que hablaban español, y chicos mestizos que iban a la escuela pública y aprendían de ellos las viejas costumbres de las islas, el afecto por la cocina criolla, el bacalao, el mofongo y la “carne guisá”, mientras el mundo daba su vuelta romántica en torno al teatro del barrio, el Campoamor, donde Vicentico Valdés preguntaba por los aretes que le faltaban a la luna. De ahí, de los acentos criollos de la cocina de su casa, Eddie Palmieri se aficionó a los piononos, un manjar puertorriqueño, hecho de masa de plátano dulce con cangrejo en su interior, y rebosado posteriormente con harina y huevo batido. Desde la otra orilla, quien fuera su gran amigo y compañero de vida musical, Tito Puente, daba la vida, también, por una sopa de bacalao.
Roberto CabreraEn ese mismo teatro del viejo Harlem, el Campoamor, había cantado Carlos Gardel en un invierno inolvidable, poco antes de su muerte en Colombia en 1935, un año antes del nacimiento de Eddie Palmieri. El cantor argentino interpretó sus tangos en una función compartida con el Trío Matamoros. Muchos debieron conformarse con escuchar su voz desde afuera, bajo la caída lenta de la nieve, pues no hubo asientos suficientes para la multitud.
Harlem vibró a través de todos los años 40 y los tempranos 50 con los ritmos de Cuba y Puerto Rico. En los bailes de fin de semana, muchos de ellos concebidos como “fund raiser”, para pagar arriendos y cuentas pendientes, tocaba la orquesta del Canario y se escuchaban ya los acordes de la banda de Frank Grillo, Machito, quien con su hermana Graciela Pérez, hizo época durante 32 años junto a Mario Bauza, Tito Puente y el mismo Charlie Palmieri.
En los Estados Unidos, los ritmos latinos tenían poca difusión en la radio, aparte de algunos corridos que llegaban de México, como “La Paloma”, “La Borrachita” y “Cielito Lindo” y, desde Cuba, “El Manisero”, la composición clásica de Moisés Simon. Pero en los 50, el cubano Desi Arnaz, quien a la postre fue el esposo de Lucille Ball, con quien hizo el famoso programa de TV “Ï love Lucy”, cantó “Babalú” en inglés y la canción se popuularizó en clubes como el “Morocco” y más tarde en el Palladium, este último, considerado el templo del Mambo en Nueva York.
Palladium fue una plataforma de lanzamiento para muchos músicos latinos en la urbe. Así lo recuerda Eddie Palmieri; había un fervor, una efervescencia en el aire que hacía de este club un lugar inolvidable, particularmente en fines de semana. Tocaba ahí la orquesta de Dámaso Pérez Prado, y tambièn la de Tito Rodríguez. Palladium fue también un lugar de éxito para el compositor puertorriqueño Bobby Capó, creador de las famosas canciones “Piel canela” y “El negro bembón”. Nacido en Coamo, popularizó una forma de bailar que se conoció como “El estilo Palladium”.
Eddie Palmieri ha recorrido ya más de cincuenta años de actividad artística, tiempo en el cual ha recibido nueve premios Grammy e incontables reconocimientos, entre los que se cuentan honores de la Universidad de Yale y del Smithsonian Institute. Para celebrar sus 50 años de vida artística, Palmieri fue invitado a Hartford, Connecticut, por Gil Martinez presidente de HPN, el Hispanic Professional Network, quien convocó el auspicio de varias empresas afincadas en esta capital, para brindar un concierto histórico en el Teatro Bushnell. Esta experiencia fascinante, permitió la elaboración de un vídeo que celebra esas cinco décadas dedicadas a lo mejor del piano en Salsa y Latin Jazz.
Con ocasión de la primera presentación de este vídeo en el Casino Foxwood de Connecticut y en compañía de su hijo Eddie Palmieri II, el Maestro nos contó algo de su historia, en una entrevista cruzada por recuerdos de primer álbum de 1961; una charla a la que acudió el esplendor de las orillas de “Mozambique”, “Azúcar pa’ ti”, el tremor púrpura de “Live at Sing Sing”, su experiencia junto a Carl Tjader y, por supuesto, aquel tiempo iluminado por la voz de Ismael Quintana, cuando pedía con su voz “Café tostao y colao”. [MAS]

MAS ¿Palmieri es un apellido italiano; cómo llegan los Palmieri a Puerto Rico?

EP Eran Florentinos; un Palmieri fue presidente de la república. Cuando visité Florencia, encontré ahí, también, una avenida que lleva el nombre de Mateo Palmieri. Sé que ellos fueron cercanos al Vaticano. Uno de ellos tenía título nobiliario, era Conde. Dos hermanos Palmieri salieron de Corsica en dos barcos diferentes. Uno encalló en Puerto Rico y el otro se perdió en alta mar. Esta es la primera versión de la llegada de mis antepasados a América.. La segunda habla de un barco, el “Aurora”, que traía familias italianas a Puerto Rico, allá por 1830. Ya en 1873, se tienen noticia de los Palmieri en Puerto Rico, en una hacienda que se llamaba “Amelia”.

MAS ¿Guarda alguna relación con los Palmieri de Italia?

EP En Corsica conocí a un primo, muy parecido a mi hijo; fue una experiencia increíble. Mi abuelo Domingo Palmieri todavía hablaba italiano. Cuando murió mi tatarabuelo, todas mis tías regresaron a Europa.

Era la noche del 2 de diciembre de 2008; en el salón resonaban las notas de “Vámonos pa’l monte” y Palmieri iría en breve a visitar la tabaquería del Casino Foxwood, en busca de un buen puro. De pronto lo observo algo melancólico, cuando recuerda a su hermano Charlie: “Voy a cumplir 72 años muy pronto”, me dice, y es como si el tiempo volviera a recorrer las calles del Harlem Hispano donde por primera vez fue a una fiesta de la mano de su hermano. “Charlie fue mi inspiración entera; creo que era un genio. Ya a los 14 años estaba tocando profesionalmente…”. Le recuerdo que el primer Larga Duración de su hermano, llegó en barco a Buenaventura, desde Nueva York. Se llamaba “Tengo máquina y voy a 60”, en el que aparecía el mayor de los Palmieri conduciendo un carrito rojo, con su rostro original, pero caricaturizado en el cuerpo, como figura de tira cómica. “Él grabó muchos discos, tuvo mucho éxito”, dice Eddie, y recuerda cómo Charlie fundó la legendaria Alegre All Stars. “Mi hermano fue el director musical y era muy querido por el dueño de este proyecto, Al Santiago; mi hermano era la base”. De los grandes músicos del Caribe que llegaron a Nueva York, dice que le hubiera gustado conocer al percusionista cubano Chano Pozo. “Yo tenía diez años cuando lo mataron. Él llegó a Nueva York en el 47…”. En honor a una composición suya, Nueva York conoció el “Blem Blem Club”.

Roberto CabreraMAS ¿Cómo influyó Charlie Palmieri en el movimiento musical neoyorquino de los años 60 y 70?

EP A partir de la Alegre All Stars, Pacheco tomó la idea para organizar la Fania. Él tocaba flauta junto a mi hermano, en un cuarteto. Se presentaban en un club en Manhattan y grabaron un disco. Aprendió a tocar la flauta junto a mi hermano. Después de esta experiencia musical de ambos, Pacheco hizo su propia orquesta. Mi hermano se quedó con la Duboney, y Pacheco formó su charanga.

MAS Fue un tiempo dorado para la música latina en Nueva York; el Palladium, el Corzo, el Morocco… ¿puede recordar un club que se llamó el Bronx Casino? Era frecuentado por los marinos de la Flota Mercante de Colombia…

EP Seguro, lo recuerdo bien. Los dueños eran un cubano de apellido Maceda, y un puertorriqueño a quien llamábamos Quintana. Por ahí iba también el famoso promotor Federico Pagani, quien producía un espectáculo para el Palladium. Tenía tremenda experiencia en Manhattan, pues le habían tocado los años 40. El Bronx Casino se llamó inicialmente Caravana Club”. A su lado, había una barrita donde también se tocaba música latina. Se llamaba “La Campana”. Una de las primeras grabaciones de mi hermano, fue “Pachanga en El Caravana”.
Pagani fue quien convenció a Moore, el gerente del Palladium en 1947, de atraer a la clientela de Broadway con orquestas caribeñas, pues entonces el club estaba en decadencia. La fórmula prendió rápido con Machito y sus Afrocubans y en breve tiempo, este sitio localizado en Broadway con la calle 53, se vio atestado de gente que deseaba bailar mambo, rumba y guaguancó.    

Mientras Palmieri habla, evoco el momento en que fui en búsqueda del sitio original donde funcionó este legendario salón de baile de Nueva York. Lo hice con una expedición de estudiantes y académicos de Trinity College, interesados en recuperar la memoria de la música latina en los Estados Unidos. Después de recorrer el Harlem Hispano frente a lo que va quedando del Teatro Campoamor, me detuve también un instante ante la fachada de lo que fuera el Bronx Casino, hoy un templo cristiano. Frente a las arcadas del balcón otro día iluminadas por las trompetas, fulge ahora una cruz púrpura.

MAS ¿Cual es el recuerdo más vívido que tiene del Palladium, de ese tiempo iluminado de nuestra cosa latina en Nueva York?

EP A mí prácticamente me tocó cerrar Palladium. Recuerdo que ellos habían perdido la licencia para vender licor ahí, y la situación se puso difícil. El dueño, Maxwell Hyman, estaba muy triste, porque este lugar era su vida. Puedo recordar esa noche del año de 1966, cuando cerraron el Palladium. Alterné con Tito Rodríguez. Este sitio había tenido su época dorada a lo largo de todos los 50 y continuó en fervor hasta el 65. En los 50 toqué mucho ahí junto a Vicentico Valdés, el cantante estrella de la orquesta de Tito Puente. Empecé en el Palladium en el 56. Ahí podías encontrar las mejores orquestas; Machito, Tito Puente, Tito Rodríguez. Había un ambiente increíble.

Le recuerdo a Eddie Palmieri los boleros “Envidia” y “Los aretes que le faltan a la luna”, emblemas en la vida de Vicentico, quien había dejado en Cuba a su hermano Alfredito Valdés, también cantante de altos reconocimientos. Palmieri dice que Valdés regresó a Cuba en 1953 para grabar con la Sonora Matancera. “Vicentico fue muy querido también en México. Cuando Tito Puente lo llama para cantar en su orquesta, el pianista titular de esta banda era mi hermano Charlie. Luego integraron también una percusión fuerte, con Mongo Santamaría”.

MAS ¿Cómo fue esa última noche del Palladium, cómo quedó registrada en su memoria?

EP Era muy triste ver al dueño, a Maxwell, un señor judío; el adoraba este sitio. Esto, este ambiente, había sido realmente su vida. Tengo la firme impresión que este es el único salón de baile de Nueva York, al que ningún otro pudo igualar.

MAS Maestro, háblenos un poco acerca del génesis de “Sugar for you…”

EP Eso fue un hit; yo había escrito “Azúcar pa’ti” ya desde 1963, pero sólo pude grabarla en el 65. Se convirtió en todo un éxito en la calle, antes de llevarlo al estudio de grabación. Cuando Simphony Sidd, el famoso animador del mundo de la Salsa, y el manager de Tito Puente me llevaron a la compañía Tico, “Azúcar pá ti” se tomó la radio de Nueva York. No paraba.

MAS ¿Qué recuerdos le trae el encuentro con Carl Tjader?

EP Tjader vino a buscarme; yo estaba tocando en el Sheetah, un sitio de Ralph Mercado, cuando vino a verme y creí que él deseaba que grabáramos juntos. Pero su idea inicial era grabar a La Perfecta, a la orquesta completa. Hicimos un disco para su compañía, y él grabo otro para nuestra casa disquera cuyo nombre fue “Bamboléate”.

Roberto CabreraMAS ¿Por qué Eddie Palmieri ha mantenido este carácter personal, este deseo de hacer su propia Salsa. Sabemos que la Fania lo ha respetado pero en sus inicios usted no la integró, siendo uno de los grandes en Nueva York, y la idea de Fania era esta, tener lo más selecto?

EP Me gustó siempre estar independiente, lejos de donde estaba todo el mundo. La Fania poco a poco tuvo a todos los artistas destacados en el concierto de la Salsa en Nueva York. Llegó un momento en que estuve a punto de firmar con ellos, en 1973, pues había hecho un contrato para grabar con Cheo Feliciano, pero en ese momento dos empresarios judíos querían empezar una nueva compañía, Mango Record, la misma que luego se convirtió en Coco Record. Con ellos grabé un disco que se llamó “Sentido”, el cual fue el último que hice con Ismael Quintana, antes de que él se fuera con Fania.

Palmieri agrega que “esto de la Fania fue una experiencia muy particular, pues cada uno de estos cantantes que participaron de la primera época, tuvieron gran éxito cuando se fueron solos, por su propio camino. Hablo por ejemplo de Ismael Miranda, quien se fue del lado de Larry Harlow y tuvo éxito. Héctor Lavoe se fue del lado de Willie Colón, y encontró también el aplauso. Al fondo, no podríamos saber hoy quién se fue del lado de quién, pero todos estaban buscando ya su propia carrera, su propia luz. Pete El Conde se apartó también de Johnny Pacheco e hizo lo de él. Me alegré también por Ismael; ellos le dieron buenos resultados a las casas disqueras, con grandes hits. Ismael pudo viajar por todo el mundo con la Fania.

MAS La Salsa seria, la que llaman en Puerto Rico “Salsa Gorda”, la de “Vámonos pa’l monte”, la de “Pa´la Ocha Tambó”, “El Palo de Mango” “Ajiaco caliente”, se ha visto asediada últimamente por ritmos como la Bachata y el Reggaeton. ¿Usted cree que esa vieja Salsa, la que muchos identificamos como “verdadera”, la ortodoxa, va a desaparecer?

EP Hay orquestas que siguen hoy la llamada Salsa Gorda; un Jimmy Bosch. Están tocando, quieren tocar así, como en la vieja época. Un buen ejemplo de la sobrevivencia de este estilo, es también la Spanish Harlem Orchestra. El punto es que en el tiempo que nos tocó, todas las orquestas estaban tocando en ese género, en este estilo de música bien fuerte. Era como una competencia. Cada orquesta sentía la necesidad de fajarse contra la otra. Esto traía inspiración, le daba a uno mucha energía para escribir y componer. Con la Salsa de letras sensuales, apareció el fenómeno del Cantante, del que no paraba de cantar, y ya la atención se centró menos en las orquestas y sus arreglos. Era otra cuestión. Ya la atención no se enfocaba en la densidad, en el cuerpo de los arreglos.

MAS ¿Se podría afirmar que la Salsa fue un fenómeno musical neoyorquino?

EP Hay gente que anda diciendo por ahí que la Salsa vino de Nueva York. No señor, la Salsa tiene su raíz cubana y eso nadie lo ha podido cambiar hasta hoy; esto es lo que excita más al bailador. Sé que Cuba sigue echando pa’lante en sus diferentes formas de interpretación musical. Los congresos de Salsa mantienen hoy la memoria viva de esta música en diferentes partes del mundo. Esto ha ayudado mucho a conservar también el arte del baile. 
Medardo Arias Satizabal (Colombia, 1956). Narrador, poeta, guionista, investigador. Autor de libros como Esta risa no es de loco (1992), Jazz para difuntos (1993), y Que es un soplo la vida (2000). En 1981 realizó una investigación sobre el origen del ritmo afrocaribe “Salsa”, la cual fue publicada en doce entregas en el diario Occidente (Santiago de Cali). Este trabajo fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar”, como Mejor Serie Investigativa. Además, es director de documentales sociológicos sobre música popular y migraciones, ampliamente difundidos en la televisión colombiana. Durante varios años se desempeñó como Coordinador del Departamento de Literatura y Prensa del Festival Internacional de Arte de Cali, ciudad donde coordinó conferencias de Elena Poniatowska, Juan Goytisolo, Alfredo Bryce Echenique, y Salvador Garmendia entre otros. Entre 2000 y 2005, fue invitado como Profesor Residente a Salamanca, España, por parte de la Southern Connecticut State University, de Estados Unidos, y el Colegio de España. Dictó ahí un curso acerca de la Literatura del Pacífico colombiano, y disertó también sobre el “Boom” latinoamericano. Es columnista del diario El País de Cali. Contacto: medardoarias@yahoo.comPágina ilustrada con obras del artista Roberto Cabrera (Guatemala).

El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânicabajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que  posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins.

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