Abarcar la secuencia de textos con que Juan Rearte [01] inaugura su primera publicación individual se impone como un particular ejercicio hermenéutico, aunque no del todo ajeno a las discursividades poéticas de los últimos quince años en el panorama latinoamericano: últimos 55 min de la mañana (Flora y Fauno ediciones, 2008. Buenos Aires) remite, a través de una escritura fragmentaria y de ritmo entrecortado, siempre marcada por la brevedad minimalista propia de una viñeta o de una nota al pie de página, al declive del sentido o de la transparencia referencial. Si se quiere, una vuelta de tuerca a la noción de diurnidad y nocturnidad, la gran herencia del romanticismo alemán. Si la noche, en Novalis, es la indiferenciación, la unicidad orgánica antes de la caída originaria, la mañana representa la fracción, la monadización de lo existente, en cuanto todo se observa bajo la luz -la luz de la razón o, derrideanamente, la luz del logocentrismo- que divide y clasifica. De allí que hablar de los últimos 55 minutos de la mañana bien puede sonar a golpe de gracia o a resquebrajamiento, un efecto de paralaje catastrófico-"catastrópico”: los últimos 55 minutos de la mañana bien pueden ser una metáfora de la fractura, en cuanto consecuencia inesperada del desplazamiento crítico que el trazo en fuga de la poesía hace hacia el lenguaje en el momento mismo de su cenitalidad. Observemos que cuando el acto de poetizar somete al lenguaje a la abstracción objetival y lo pone en el afuera, se produce un descentramiento que lo quiebra y que desata una serie de intervenciones aleatorias que llenan al saber de lengua y de ficción y pierde la consistencia de su trama y la certeza de sus lugares, como cuando en eltexto 28 se afirma que
hablar con vos es como meterse
a través del espejo y tomar un té con un armiño
que dice estoy y no estoy
que soy el cuerpo de cristo
que quiero que bebas de mi tacita
sangre de redención
Esta lúdica e irreferencial genealogía llega a otorgar a los poemas de Juan Rearte presenten una figuración metalingüística que anuncia una aprehensión dubitativa de la realidad, como si hubiera una desrealización de la misma. Su lenguaje está construido en y desde el "goce". Barthes nos advertía que, a diferencia de un texto de placer, que construye un sentido y genera una escritura acabada, la escritura enunciada desde el goce es el de la improductividad: lo que queda de la grafía es un texto que está haciéndose permanentemente, aspecto que se manifiesta en una casi total apuntuación y en los encabalgamientos bruscos, la sintaxis de ciertos versos encadenados que no siempre reconoce un núcleo verbal. La construcción se vuelve intencionalmente falible porque, de poseerse aquello que se desea, se establecería el placer, y con el placer, el saber, la certeza: y, desde esta perspectiva, no puede haber goce y saber al mismo tiempo así como tampoco el querer “mirar arriba” ni el “seguir tirando de las correas tensas” simultáneamente (Marionetas). Rearte propone, entonces, descentrar la palabra, hacerla surgir después de la escritura y hacer de la escritura una suerte de pensamiento original bajo forma de señales, operación que se vincula, mayormente, a una forma de pensamiento mítico, allí donde la metonimia propone escenificar un lenguaje que no pretende ni el conocimiento exacto del mundo ni su representación inteligible, sino el de exponer su condición de inaprensible, aquello que el lenguaje no es ni puede ser, pero cuya presencia pre-sentimos a través de sus pliegues, despliegues y espacios vacíos, manteniéndose de este modo oculta. Esta extraña presencia, que es a la vez ausencia, no solo está fuera del lenguaje sino que más exactamente le precede como origen, origen que se oculta y desaparece en su propia imposibilidad de significarse, o de devenir-signo. Si Freud describe a la escritura como lenguaje de lo ausente, Deleuze nos dice que escribir quizás sea sacar a la luz ese agenciamiento del inconsciente, seleccionar las voces susurrantes, convocar las tribus y los idiomas secretos de los que extraigo algo que llamo Yo y que, según Rearte,
anticipa un refugio privado,
que por unos momentos es de todos pero no mío (Sehen, bitte!)
No sería de extrañar que, desde tal postura, “se desbarranca esta poesía”; a partir de ahí, todo lenguaje manifiesta una imposibilidad esencial al sujeto: la de subjetivarse en un código, debido a la distancia insalvable que lo separa de éste. De hecho, en el texto 14, el autor informa con ferocidad lo siguiente:
queridos padres: siempre los quise
en esta experiencia galáctica voy solo
y necesariamente solo hasta desvanecer
mis pasos, rastros de voz, palabras.
si pudiera matarlas, las ahogaría
Probablemente no haga falta explicitar que si existe algo que distancia al sujeto del lenguaje, ese algo es la contraparte de este último: la experiencia que, en su condición de “galáctica”, se vuelve inconmensurable e irreductible, un estado previo a toda estructura de relaciones significantes, a todo código, a todo sistema y a todo signo; vale acotar, incluso, que pertenece -tanto como el sujeto mismo- a una categoría distinta a la del lenguaje, al punto de ser incompatibles entre sí, pues si el signo pareciera ser lo único que hace posible hacer presente al sujeto ausente, no lo hace presente como presencia, sino como ausencia de sí:
ser (desear ser) despojado
autodespojarse por la mano firme de otro
que llama amor a su llama y lo es
siempre que un instrumento necesario
me penetra en el silencio nada vibra,
una silla que cruje y una radio tartamudea una canción,
lenguas de fuego y rechinar de dientes,
canción de subir y bajar sólo me lleva a la cama solo
si mi teléfono ya no suicida, suicido entonces yo
a otros con ese sueño en camino
sueño que en bolsa trae ella por un río de espejos (texto22)
De esta forma la escritura de Rearte recrea la cartografía de las proposiciones de Spinoza en su Etica: “Ninguna cosa singular, o sea, ninguna cosa que es finita y tiene una existencia determinada, puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra causa, que es también finita y tiene una existencia determinada; y, a su vez, dicha causa no puede tampoco existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada, y así hasta el infinito”. Cada proposición, cada signo, modifica al anterior y éste es a su vez modificado por el siguiente, siguiendo el curso fluctuante de la Diferencia, de la palabra encadenada y fragmentada al mismo tiempo, de la palabra archipiélago. La palabra se desplaza, pero sin un comienzo, deambula eludiendo los territorios pues remite a un principio diferencial y cuyo origen asignable sólo se puede hallar bajo la forma de un azar-constelación. Todo regresa en una continua afirmación que se despliega en su carácter murmurante, que niega lo que en él afirma, gracias a la desaparición de lo que seguiría hablando de lo mismo, borrado en su resplandor fugaz por la nueva palabra que acontece, aspecto que en Rearte se instaura con el ejercicio de la traducción en cuanto escena de escritura en La lengua interior:
No dejo de pensar que lessing fue el primero entre los modernos que se hizo una mascarilla mortuoria a fin de conservar para siempre su fisonomía en momentos en que iniciaba el interminable camino a ningún lugar. Cuando traducimos nos calzamos esa mascarilla y debemos adaptar nuestros músculos faciales a la rígida expresión de la máscara de yeso: detrás de esa máscara nuestra voz invariablemente se vuelve una lengua interior.
Una lengua interior en la que la palabra persevera gracias a que habla como olvido o como negación tanática, pues las palabras se sustentan sobre la vertiente invisible de las palabras, porque habla como ausencia. Allí donde no habla, ya habla; cuando cesa, persevera. Esta palabra errante -tal como la entiende Blanchot- designa el afuera infinitamente distendido de la palabra, el tiempo quebrado que se desliza mediante intensidades de signos fluctuantes puesto que habla en un espacio resonante, en el eco de su afuera que es vacío. De allí que Rearte haga patente la necesidad de que la línea sea el signo que incide y marque el espacio infinito, al tiempo que su huella es el registro de la espera, de la memoria que proviene del mismo poder del olvido al que lo somete el círculo del eterno retorno y en el que el azar ramifica la palabra como un pensamiento súbito compuesto de cada uno de los momentos (existencias individuales, singulares, fortuitas) que lo componen. Pero el signo no es sólo el trazo de una fluctuación: puede también marcar una ausencia de intensidad, puesto que cada nuevo aflujo cobraría sentido sólo para significar esta ausencia. El azar desplaza los estratos de la palabra, escribiendo en dirección de lo desconocido, arriesgándose en el avance de una huella en la que el hombre se reconoce y desaparece a la vez, como cuando uno se pone frente al
espectro interior, un haz que pasa
capaz que se pueda construir una montaña
antes de que ella vuelva para quedarse allá
de cara a la contradicción
de cara a toda esa luz, astilla de la eternidad
tan difícil de atravesar
juventud y muerte en tu mano,
nueva epifanía: que dios se haga piedra
-u ojos- una redención verdadera
y todas las cosas ganarán su nombre (texto 36)
La experiencia límite, esa nueva epifanía, exige así su propio desbordamiento, pues la palabra avanza en ese trazo sin traza, en el territorio sin coordenadas en cuyo espacio se desencadena esta palabra fragmentada y cuyo desenlace es el mundo mismo. Ya no hay línea del pensamiento, sino más bien espirales, envolventes, tramas o redes. Al hacer del habla un murmullo incesante, Rearte renuncia a toda identidad sobre su propio “yo”. Al no existir un centro de la palabra, al no dirigir el habla a nadie, el autor pertenece a un lenguaje que nadie habla. El lenguaje se retira así de la representación del mundo para devenir mundo en sí mismo, y el poeta desaparece en su ocaso –paulatinamente- en los últimos 55 min de la mañana.
NOTA
01. Juan Lázaro Rearte es licenciado en Letras y docente de Literatura Alemana, área en la que estudia las teorías del lenguaje en el período romántico. Es autor de poesía y prosa, y también escribió y dirigió escenas cortas (“Lugar”, 2005; “Figurines, 2006; “Eso que fui”, 2008). Compiló y editó dos volúmenes de la Poesía de Batalla (“Póstuma”, 2003, y “Happy Hour”, 2005). “Últimos 55 min de la mañana” es su primera publicación individual.
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Martín Palacio Gamboa (Uruguay, 1977). Poeta, crítico, ensayista y músico. Ha publicado Lecciones de antropofagia (2009), y guarda inédito el libro Los Trazos de Pandora. Otras voces, otros territorios. Ensayos y selección bilingüe de poesía brasileña contemporánea. Contacto: belalugosi7@hotmail.com. Página ilustrada con obras del artista Juan Bustillos (Bolivia).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
quarta-feira, 19 de novembro de 2014
El ocaso de otros dioses: Juan Rearte y los últimos 55 minutos de la mañana | Martín Palacio Gamboa
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