Volver la mirada a lo que evoca el recuerdo no es arte de historiadores sino ejercicio de contemplación. La poesía nos permite evocar, incluso, los días de las cavernas, cuando proliferaban esas primeras ediciones de los seres humanos que acuñaron, a veces sobre la piedra, y a veces en el fondo oscuro de las cuevas, la impronta de sus manos y las imágenes de ese sueño que se enfocaba en la esperanza de lograr la caza de un venado. La poesía estaba ya ahí: eso contemplo. Brotaba súbita, entonces, de la hoguera que los unía en medio de la opresión del frío y de lo oscuro. Y en medio del hambre. Brotaba súbita para convertir en risa, el llanto y el miedo, predicar la fe en la mañana de un tiempo que, aunque no era aún, despejaba la necesidad con su alforja de afanes y de ruegos.
Esa poesía del hogar y de la hoguera, del miedo y del hambre, y de la voluntad de vivir en la que se atrinchera lo anhelado, creció a la par con eso que Bronowsky llamaba “el ascenso del hombre”, hasta desembocar, ya erguida, en los días épicos de Homero, en los años de las grandes fundaciones colectivas, en la fuerza de lo que se levanta, en las banderas que presiden con valor en los campos de batalla, en el clamor de amor de las campanas que congregan, en el grito de dolor ante los caídos y los desaparecidos, en el canto que descarga ese peso sobre el pecho, en las flores de esa libertad necesaria que acarician los sueños. No podemos olvidar que en Puerto Rico se conmemoran 500 años de la primera rebelión de los pueblos indígenas de todas, todas, las Américas, ni que por todo el continente se rememora el bicentenario de la gesta inmensa de los bolívares de Nuestra América. Esa es la talla magna de la función poética que descubre caminos, a la vez que fragua el temple necesario para forjar utopías y fundar pueblos.
Aquí y ahora, justo cuando realizamos todos nosotros, unidos, la apertura a la Tercera Edición del Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico, la Junta de Directores que preside la compañera poeta Vilma Reyes, determinó este año dedicarle el Festival a un grupo de poetas de nuestra generación del sesenta conocido con el nombre de su revista emblemática, Guajana, con motivo de su cincuentenario. Y la ocasión es, contrario a lo que pueda parecerle a algunos, propicia. Me refiero al vínculo directo con este estado de cosas que vivimos en Puerto Rico y que luce a veces a guerra civil, no por las drogas o los más de100 asesinatos mensuales que estamos padeciendo, sino por la política neoliberal que empobrece aceleradamente a nuestro país, y aplasta, junto a la libertad de expresión y los derechos civiles, toda protesta y resistencia. Así ocurre en la Universidad de Puerto Rico, así ocurre ante el palacio de las leyes y en todos los centros de trabajo del país. Así ocurre, para vergüenza de todos nosotros, con una institución que es emblema de libertad, ley y derecho: el Colegio de Abogados de Puerto Rico. Y aunque el tono de vida prevaleciente a veces parezca inmerecidamente sombrío, y se agriete la voz, y la solidaridad y el amor se quebrante, y el miedo y la desesperanza reinen a veces con fuerza de noche, lo cierto es que la vida siempre halla la manera de renacer de las cenizas.
Mis disculpas si molesto a alguna persona. Pero la poesía no puede entonar su canto como dicen que hizo Nerón, mientras ardía la ciudad de Roma. De hacerlo, así enajenada, de espaldas al dolor, habría cantado en vano, como sentenció Pablo Neruda en su discurso de aceptación del premio Nóbel, o con una verruga violácea en la frente como decía León Felipe, pues la poesía ha de ser, antes que nada, como dijo Marioantonio Rosa, “existencia y resistencia”, y un canto de amor a la vida, que es siempre múltiple y varía, repleta de otredades y de entornos comunitarios, solidaria con los demás, abnegada inclusive. Tratándose de Guajana, ese vínculo de compromiso estuvo grabado siempre en las líneas de sus manos, y en el color de sus pupilas.
Sí. La vida canta sus colores aún en medio de la ceniza. Y también en medio de los escombros, con las manos rotas a culetazos de Víctor Jara, o con las armas cargadas de futuro como nos decía entonces Gabriel Celaya. Cantamos hoy en medio de la elegía, planetariamente azul seguramente, que sacude al mundo entero por la catástrofe que sufre desde hace unos días Japón y docenas de islas ahogadas en las iras del Pacífico. Cantamos hoy, de luto, ante la masacre que se cierne sobre Libia para vergüenza de la ONU, y ante la muerte súbita del poeta colombiano Ricardo León Peña Villa, poeta que esperábamos recibir en este festival y que se nos fue de las manos, con sólo 49 años.
Mirando el cartel que creó Antonio Martorell, para esta tercera edición del Festival, creo ver en él una isla,ensangrentada, en medio del “proceloso” mar. Es decir, la figuración de aquel poema de Juan Antonio Corretjer que contempla los orígenes de nuestro pueblo en su Alabanza en la torre de Ciales. Los colores sugieren el mundo submarino de algas y corales así como la búsqueda de vetas de oro que ensangrentó el río Manuatabón, “el de la leyenda dorada”. La P de poesía, parte del nombre de este festival, se eleva como el asta de una bandera que se transfigurara, de tan alto, en la P de Patria, o quizás, de Puerto Rico. Y me parece, de golpe, un acierto del artista, fundir patria con poesía, mar y sangre, oro y coral, pues esos elementos constituyen parte del eje de lo que fue, y es, Guajana.
Es por eso que la dedicación a Guajana es oportuna y atinada. Guajana fue, en parte, una revista de jóvenes estudiantes que inició sus publicaciones en el 1962, hace hoy casi cincuenta años. No eran entonces, como lo son hoy, jóvenes bastante encanecidos, y casi palomas blancas. Los jóvenes de aquel entonces se caracterizaban por una actitud solidaria de grupo que muy pronto adquirió la firmeza contestataria de los aguerridos pitirres. De reto ante el gobierno colonial y burgués, pero además cultivadora de aquellos valores humanos consagrados por los afectos, la justicia, la dignidad de la persona humana y la urgencia de la libertad, valores irrenunciables de la modernidad.
Es perentorio visitar hoy, siquiera a vuelo de paloma, la calle viva de 1962. Un arco en el agua es un retorno a la fuente de la vida. Nada como repasar los hechos para tomar el pulso a la grave tensión de sus intensidades y leer sin devaneos las líneas de su mano.
Señalemos, en primer lugar, que cincuenta años de creación y siembra colectiva constituye, de por sí, una hazaña, suficiente, en cualquier medio y parte. Hablamos de medio siglo de esa febril y pertinaz forjadura de alas y aceros que Luis Rafael Sánchez llamó, arrobado de asombro, “pasión sin pausa”, en un artículo en homenaje a Guajana que publicó en la prensa en septiembre del 2008, justamente en la víspera del simposio que celebramos en la Universidad de Puerto Rico en Humacao en homenaje al legado de leyenda de esta generación de poetas. Esos 50 años ofrecen ya, al ojo que contempla, distancia suficiente para apreciar su paisaje.
Aclaremos, que Guajana no es la generación del sesenta. Esa generación la constituyeron también otros grupos, así como algunas figuras particulares de carácter cenital. No obstante, Guajana fue su núcleo porque la obra del grupo forjó y concretizó el rostro inequívoco y emblemático, la imagen ineludible de los tiempos, para definir una época conflictiva y de fragua. En ese sentido, creemos que Guajana es un caso excepcional, sin parangón, en el mundo de la literatura hispanoamericana. No hay otro caso de una generación que ponga en evidencia una vitalidad creadora tan grande y prolongada.
Suplico que se subraye la oración anterior, pues aquí no se trata simplemente de un grupo de amigos ni del homenaje a una fraternidad de viejos bebedores de cerveza. Ellos, como don Francisco Matos Paoli, gustan más del vino y son capaces de improvisarle un soneto necesario a una copa de un buen tinto, en cualquier momento. Aunque la amistad fuera uno de los factores aglutinadores, el trabajo gustoso con la poesía y ese taller de creación y compromiso que logró cuajar una inventario de obras imperecederas, de la más alta magnitud y relevancia, nos hablan de algo muy distinto.
Aclaremos, por otra parte, que en cuanto corazón de esa generación, fruto inmenso y duro, Guajana no fue nunca una élite cerrada y excluyente. Todo lo contrario. Una de las atribuciones más notables del grupo fue su apertura constante, apertura que no se limitó a dar bienvenidas sino que salió a la calle, y al encuentro, a buscar solidaridad y a dar abrazos y abrigo. Eso ocurrió en un país en el que prolifera, como la mala yerba, lo contrario: el ñam-ñam del ego inflado y el canibalismo feroz de quienes creen que no tienen par, que hay que fotografiarlos solos y solos se autopromueven. Nada más, y solamente, en los primeros veinte años de publicación de la revista impresa, aparecieron poemas de cerca de un centenar de poetas diferentes. Desde entonces, hasta este momento, el movimiento lateral y envolvente ha ampliado su radio enormemente para intentar abrazar al país entero, como de hecho lo intenta y pretende, este festival peregrino y trashumante.
Sin embargo, el origen de las aguas de este manantial está aún más atrás de las calles de Río Piedras de 1962. Aunque Vicente Rodríguez Nietzsche declara que el grupo se fundó en la Escuela Superior Central con el nombre de Asociación de Jóvenes Escritores Puertorriqueños, y con un recital ofrecido en julio de 1961 en el Ateneo Puertorriqueño, Wenceslao Serra Deliz lleva atrás las pérgolas del recuerdo en un trabajo leído en el simposio de Humacao y publicado en las actas del mismo por la Revista EXÉGESIS (número 61-63 del 2008: 97-103) con el sugestivo título “Guajana antes de Guajana”. En él declara Serra Deliz que “el verdadero punto de activación surgió en la Escuela Superior Central”, en torno a un modesto periódico estudiantil titulado “El Palacete”, en el 1959, y que en él figuraban ya Marcos Rodríguez Frese, Vicente Rodríguez Nietzsche, Wenceslao Serra Deliz y Andrés Castro Ríos, cuatro de los poetas claves del grupo.
El recital del Ateneo, no obstante, fue probablemente la verdadera actividad de lanzamiento, ya que, apreciados por el poeta, crítico y catedrático universitario Luis Hernández Aquino, éste los publicó al año siguiente en la revista Bayoán. Esa cálida acogida se multiplicó muchas veces en los años siguientes, de manera que el grupo Guajana fue celebrado por críticos y profesores de la más encumbrada talla.
Guajana, la revista, sin embargo, no aparecería hasta septiembre del 1962, y es ella la que le da el nombre definitivo al grupo de poetas, de modo que es referencia ineludible y perentoria. La primera época de la revista fue muy abierta, tanto así que no discriminó ni en cuanto a género literario, generación, edad, estética o nacionalidad, y no se suscribieron editoriales de ruptura ni en cuanto estética ni en cuanto ideología política. Inició con un número telurista, como corresponde a la guajana de la cañabrava y del trago recio, y continuó dedicando números a Luis Palés Matos, Luis Llorens Torres, Hugo Margenat, y Julia de Burgos. Mas he aquí que tras año y medio de silencio, Guajana renació transfigurada –como gustaba de decir don Paco– en la revista de 1966, dedicada, esta vez, no a un poeta del verso, sino a ese poeta de la libertad que se llamó, y se llama, Pedro Albizu Campos, mártir nacionalista fallecido el año anterior. A partir de este número, el grupo Guajana entra en un proceso de fragua, cohesión y consolidación que cuajará como fruto armado sus señas de identidad para la historia. Tras la dedicación a José de Diego del número próximo, poeta de nuestra generación nacional del 98, la del tránsito y el trauma que predicara Manrique Cabrera con notable acierto, Guajana levanta las banderas de sus certidumbres y se distancia, para autodefinirse, de las instrumentalidades culturales creadas por el mundo colonial al amparo del gobierno del llamado Estado Libre Asociado. Esto es: el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el Ateneo Puertorriqueño y la propia Universidad de Puerto Rico.
Alimentados durante la etapa fundacional preliminar por las voces de la nación burguesa, Guajana se despertó consciente de su vocación de clase con los obreros. José Luis Vega calificó una vez esa vocación como mesiánica, y probablemente lo era, no tanto en la dimensión utópica de quien anuncia un mundo nuevo, sino en la de la abnegación y el martirio que tal vocación engendra cuando se rinde honor a “la paloma asesinada”. Hermanados desde entonces con los poetas de la Revolución Cubana, los guajanos aún pudieron hallar rescoldo y solidaridad con “voces del pueblo” como Miguel Hernández, voces adoloridas de revolucionarios como Pachín Marín y César Vallejo. También con las formas populares como la décima, con causas justas y antiimperialistas como la del pueblo de Viet Nam o el proletariado dominicano, el mismo centenario de la abolición de la esclavitud que celebramos mañana, la lucha de cada día por la reivindicación de los derechos de la mujer y, naturalmente, la lucha del pueblo viequense, treinta años antes de la crisis que a fines del siglo pasado venció la resistencia de la Marina de Guerra norteamericana.
El argentino Enrique Foffani (“Contra la prepotencia de las cosas: la construcción de la subjetividad en la poesía de los sesenta en Latinoamérica.” –En Al borde de mi fuego. Poética y poesía hispanoamericana de los sesenta. Alicante: Casa de las Américas y Universidad de Alicante, 1998, 11-22.–) resume en los siguientes cuatro rasgos el canon de la estética de los sesenta en Nuestra América toda: 1- la poesía social o politizada; 2- el carácter contestatario; 3- la narrativización o prosificación de la poesía; y 4- la asunción del lenguaje coloquial como lenguaje poético corriente. De estos cuatro rasgos, sólo los primeros dos – la poesía social y contestataria– hallan protagonismo en la poesía tanto de Guajana como de los poetas del sesenta en Puerto Rico. Aunque el contagio sin duda puede rastrearse entre nosotros, creemos que la narrativización no gozó de preeminencia en nuestros lares, como tampoco disfrutó de señoreo ese lenguaje coloquial, “exteriorista” para Ernesto Cardenal, y “antipoético” para Retamar. Sí cambió la función política en los textos y de los textos. Sí quedó implicada y emplazada una nueva concepción del sujeto histórico imbuida –como certeramente lo certificó Manuel de la Puebla– de un deber militante y gestor al margen de las instituciones tradicionales levantadas por la burguesía criolla que colocó a muchos de ellos al margen del extrañamiento. Sí pretendieron, movidos sobre todo por la solidaridad con los obreros y los desamparados, constituirse en sus portavoces, mas sin despojarse nunca del lirismo que anida en la voz propia, pues ninguno de ellos se aisló en la autocontemplación que propicia una torre de marfil. Por ello, el derrotero de la poesía en Puerto Rico nunca se encarriló, decididamente, en los márgenes estéticos que establecieron los premios de Casa de las Américas.
Los poetas de Guajana, como lo hizo en general la poesía del sesenta en toda Nuestra América, no sólo protestaron contra el violento déficit planetario que construyó el imperialismo de Occidente, sino que acuñaron la propuesta de un mundo nuevo, un hombre nuevo, un nuevo mundo posible, una utopía de arraigos solidarios y justicia. Es justamente por eso que no debemos pensar en un desfasamiento o desencuentro entre los editoriales combativos y militantes de la revista Guajana y la poesía publicada. La poesía contenida en la revista, como la poesía escrita por todos ellos en estas últimas décadas, en general, siguió cubriendo la pluralidad de temas y de urgencias de los asuntos humanos, como era de esperar. Es por ello imperativo consignar y no olvidar lo siguiente: No es justo ni correcto reducir la obra de este grupo de poetas a la revista que le dio, no obstante, el nombre, pues el grupo sobrevivió a la revista y ha continuado produciendo treinta años más allá de su fin, es decir, por un periodo de tiempo mucho mayor. Cito al respecto a uno de mis grandes maestros, Luis Rafael Sánchez:
Dicha escritura poética –es decir, la del grupo de Guajana– no responde a uniformidades temáticas o preconcepciones misionales del arte, como argumenta el crítico que naufraga en las superficies de la obra. Si de uniformidades temáticas o preconcepciones misionales del arte fuera, ¿cómo se explicaría que algunos grandes poemas puertorriqueños arraigados en la muerte lleven la firma de Andrés Castro Ríos? ¿Y cómo explicar que poemas estremecedores de nuestro cancionero amoroso los firmen Antonio Cabán Vale, Vicente Rodríguez Nietzsche y Edgardo López Ferrer? ¿Y cómo aceptar que poemas evocadores de la carnalidad sin apaciguamientos los firme Angelamaría Dávila? En fin, ¿cómo explicar que Marina Arzola replantee la sensualidad religiosa mediante el laberinto verbal de su conmovedor Padre Nuestro y que Juan Sáez Burgos gane la partida cuando apuesta al humor destilándose en la ironía mordedora?
Y añade Sánchez:
Queda claro que dicha escritura poética, al margen de los posibles contenidos y apeaderos de la sensibilidad moral señalada, sí responde a una concepción de la palabra como el acontecimiento humano supremo. Acontecimiento que es fuego inapagable. Acontecimiento que es el exilio en el instante. De ahí que Marcos Rodríguez Frese reflexione: “Después nos queda un leve asunto de pecado, una pequeña sombra impertinente, como un jazmín crucificado”. De ahí que José Manuel Torres Santiago estalle: “Isla del alma, atormentada doncella”. De ahí que Andrés Castro Ríos ordene: “Llévate el sol con que mira el fuego de tu querer”.
Ello es posible porque, al cesar la publicación de la revista, la creatividad de cada cual no cedió espacio al desaliento, sino que la producción siguió a tenor con los nuevos tiempos. Ese quehacer, en la forma de libros y de antologías, ya sea las docenas de libros publicados por la Colección Guajana o las docenas publicadas por otras editoriales; ese quehacer, en la forma de la participación personal en festivales y encuentros por todo el mundo; ese quehacer en la forma de lecturas, recitales, conferencias; ese quehacer inagotable, en la forma de la concepción misma de este festival, hace del grupo Guajana, no de su revista, un río inagotable, que viniendo desde antaño y hacia el porvenir proyecta una energía y una vitalidad fuera de género.
Reinaldo Marcos Padua, que ha compartido conmigo el estudio y la labor antológica del grupo, sabe que la obra del grupo es flor de lumbre. Es decir, que la obra de Guajana, atizada en el fuego de sus pasiones, deslumbra. Abundan en ella los títulos imperecederos, los astros titulares. Y aunque pudiera creer el pensamiento reductor más terco que apela sólo a militantes y revolucionarios, lo cierto es que la obra de Guajana es señera tanto para éstos como para los más recalcitrantes líricos e incluso posmodernos. ¿Cómo, sino, comprender la fascinación que ha generado la publicación, hace pocos años, de La querencia, libro póstumo de Ángela María Dávila, y fruto del tesón, del persistente y machacón tesón, de estos poetas? ¿Cómo explicar la proliferación de obras de los poetas del grupo fallecidos, publicadas póstumamente, sino es por el celo solidario y generoso de los poetas vivos de grupo, y en un medio tan hostil y caníbal, tan propenso a la autogloria y auto homenaje, como el nuestro? ¿Cómo explicar la traducción al francés de la obra de estos poetas, publicada hace poco en Francia? ¿Cómo explicar que el gobierno bolivariano de Venezuela emprendiera la publicación de una antología de poesía puertorriqueña de la segunda mitad del siglo XX, de 463 páginas, que incluye alredededor de 57 poetas de cinco generaciones, es decir, del cincuenta hasta la del noventa?
Decía Edwin Reyes: “No hay blindaje que resista la pureza de una palabra bien armada”. Y esa palabra bien armada, que se articuló según observa don Manuel de la Puebla con el “tono tenso” de quienes viven en medio de los filos cortantes de principios y certezas, hizo de Guajana un astro pulido, o mejor dicho, uno de esos archipiélagos celestes que llamamos constelaciones. Para las generaciones posteriores estos poetas constituyeron un punto de referencia, y acaso, punto de partida obligada, pues, como dice Ramón Luis Acevedo, los poetas de Guajana nos legaron “la confianza y el atrevimiento”. Ello hace de la selección de estos poetas, para la dedicatoria de este tercer festival, una selección atinada, tal como lo señalamos al comienzo.
Hace dos años, meditando acerca del legado histórico de Guajana y la generación del sesenta, decíamos, como decimos ahora, que el “legado de Guajana no puede aislarse del testimonio de las luchas y militancias revolucionarias que lo provocó, a pesar de los veneros de las cuitas amorosas y religiosas que lo recorrieron... Esa impronta de desafíos, suflor de lumbre, rindió su sacrificio albizuista al valor, al valor como el máximo valor, pues hubo una época en Puerto Rico que llevar la bandera, amar la patria, y abogar por los desamparados y los desposeídos era llevar el sambenito de todos los desafectos institucionales y el carpeteo de una persecución inmisericorde.”
Ayer y hoy, es decir, historia y presencia. El tiempo es como un río de aguas que, aunque viene de antaño aquí está, entre nosotros. Por eso la segunda década del siglo XXI puede hallar en la década del sesenta la voz de los oráculos. Entonces, se hablaba de un mundo cruzado por fuerzas revolucionarias y descolonizadoras que fueron contenidas por la reacción blindada de las dictaduras y de los exilios. Ahora, hoy, vivimos nuevamente tiempos aciagos.
Sabido es que hoy se emprende, con toda la fuerza de que es capaz el neoliberalismo, la reconstrucción de un mundo en retroceso o en “reversa”, como dice Juan Luis Guerra, un mundo que no sólo es la antítesis de la utopía revolucionaria que se forjó en los albores de la Revolución Rusa, sino incluso la antítesis de la receta salvadora que halló definición en los nuevos derechos civiles que propuso Franklyn Delano Roosevelt poco antes de morir. Sabido es que las condiciones de los trabajadores y los desamparados van en retroceso en un mundo que se empobrece y cuyos gobiernos se desmantelan para entregar esos asuntos de nuestros países, y con los asuntos la misma riqueza de nuestras naciones, a los privatizadores de esas grandes empresas que refeudalizan el mundo. Los sucesos de estos días parecen advertirnos que los grandes poderes coloniales del planeta que una vez se repartieron el mundo, andan de caza y al acecho nuevamente.
En días recientes, Paul Krugman, Premio Nóbel de Economía en el 2008, publicó en The New York Times un artículo reproducido en muchos medios de prensa de todo el mundo en el que habla de la agenda imperial republicana que delineó para ellos Naomi Klein bajo el título “Doctrina de choque”. Según explica Krugman, las protestas desatadas en Wisconsin obedecen al proyecto neoliberal de desmantelar el estado protector, quebrar los sindicatos y privatizarlo todo. Cito a Krugman: “Los ideólogos del ala derecha han explotado las crisis para impulsar una agenda que no tiene nada que ver con la solución de dichas crisis [subrayado nuestro], y sí tiene que ver absolutamente con imponer su punto de vista de una sociedad más rigurosa, más desigual y menos democrática”. Cualquier parecido con lo que hace el gobierno en Puerto Rico NO es casualidad. Incluso Pedro Roselló, ex gobernador de Puerto Rico, escribió en la prensa hace algunos días que la polarización de la riqueza y el aumento en el desamparo social hace necesaria la creación de un estado policial y del uso antidemocrático de la fuerza del estado.
La fina voz de un poeta excepcional, Marioantonio Rosa, primer premio en el Certamen Guajana de este año, consigna lo siguiente la semana pasada en Claridad: “despeñamos –nos dice– una crisis como costumbre en nuestro horario”. Y añade: “La historia se está escribiendo con lo que caminamos, y no se vislumbra el destaque de la justicia o la esperanza”.
Coincido en todo contigo, Marioantonio, menos en el tono, más que en el contenido, de la frase final. No olvidemos que, como decía Juan Antonio Corretjer, “la vida es lucha toda”; que como decía Hostos, “no hay victorias últimas ni finales”; que como decía Carpentier, el cubano, vivir se trata de hacer alguna diferencia “en el reino de este mundo”.
No olvidemos, tampoco que, al margen del despojo y la usurpación, hemos vivido también, día tras día y mes tras mes, la voluntad de lucha inquebrantable de una juventud universitaria que ya sabe que la libertad se vive en la calle del esfuerzo y armados de valor, así como vivimos el espectáculo extraordinario de pueblos que sea ya en el seno de la América nuestra, en Wisconsin o en el norte de África salen a la calle a luchar por aquellos derechos que revolucionaron el mundo hace ya doscientos años atizados por la demanda, siempre revolucionaria, de los principios de libertad, igualdad, fraternidad, olvidados hoy por las multinacionales.
Lo que ocurre en la Universidad de Puerto Rico, esa cadena de dramáticos incidentes que ha recorrido el mundo a lo largo de casi un año, es el mismo tsunami, la misma oleada de choque de ese neoliberalismo del que habla este premio Nóbel. En esa cadena de choque, los jóvenes estudiantes de la universidad se han convertido, a pesar de sus errores, en la principal fuerza de resistencia del pueblo puertorriqueño contra la política de despojo, desahucio y desamparo. Eso convierte, hoy por hoy, a estos jóvenes, en Puerto Rico, en principales protagonistas de nuestra historia, tal y como, en su momento, lo fueron, a su modo, los jóvenes de la generación del sesenta.
En medio de la desazón que se vive en Puerto Rico, en medio del derrumbe de instituciones centenarias, de instituciones urgentes e imprescindibles en toda sociedad democrática, desarrollada y libre, en medio del terrible terremoto que destruye nuestra cultura, estruja y amordaza la Universidad, corrompe los tribunales, y entroniza en el país una política despótica de despojo, Guajana representa un canto a la vida, al amor, a la solidaridad, a la lucha, y a la perseverancia que no derrotan ni los gases ni la ceniza.
Cantamos, dicen estos poetas con Mario Benedetti, porque no es bastante el llanto ni la bronca.
Por eso este Festival que se organiza con la iniciativa individual y personal de un grupo de puertorriqueños pequeño, pero de mucho corazón, armados con la honda de David y con el auxilio y auspicio también pequeño, pero numeroso, de muchas instituciones puertorriqueñas que aún creen en la fuerza creadora de los sueños, la solidaridad, el arte y esa fuerza aglutinadora del fuego de la poesía, este festival, repito, no se concentra en la capital del país ni reduce su oferta a los cocorocos académicos y los grandes intelectuales, sino que se ofrece al alma viva que se esparce por nuestros pueblos de costa a costa, y por eso puede convocar a los jóvenes poetas, y ofrecer, a los estudiantes de las escuelas públicas de la nación, la presencia viva de algunos de los grandes poetas de la lengua española como quien ofrece “versos para contemplar”.
Contemplando, nuevamente, y ya para terminar por ahora, la obra de este fenómeno que es Guajana, quizás pura leyenda, quizás puro mito, me sobrecoge ahora la visión de un acueducto romano. Una de esas enormes construcciones que proliferaron en diversas regiones hace lejanos tiempos, compuestos por enormes arcos de piedra y sobre los cuales corrían, y corren aún, las aguas desde lugares distantes. Los arcos de piedra son estos poetas que han vencido el olvido. El agua es la misma promesa utópica de amor, fraternidad y libertad que acunaron nuestros ancestros. Pasa por ellos, y se proyecta, forjando el porvenir, pues Guajana es ya mucho más que los doce que constituyeron el grupo original. Guajana es hoy un haz de afanes y sueños, sostenido con un venero que viene de antaño. Contra todo pronóstico, la muerte no halla en ellos madriguera, pues sus voces se perpetúan hablándonos en la memoria, y sólo pueden contemplarse en el templo vivo de los sueños vivos, como las leyendas. No olvidemos que algunos mitos son inmensamente poderosos. Como el del Cid que vence después de muerto un mar de infieles sarracenos. Como el que en la fundación de Haití derrotó las fuerzas imperiales de Francia, Inglaterra y España. O como el de la democracia occidental. Decir, entonces, que Guajana lanzó y continúa lanzando, versos de agua que reverdecen, como las flechas de agua que corren sobre los arcos de piedra hacia donde la mirada quizás no alcanza, pero alcanza su voz para aplacar la sed de los que claman en el desierto, y el terror y la desazón de los tiempos terribles, no es llevar muy lejos su leyenda.
La vida del sediento es, tan azarosa y venturosa, que el agua define el paraíso en un desierto. Por eso es que Guajana, cañabrava, es la bandera de este Festival.
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Marcos Reyes Dávila (Puerto Rico, 1952). Poeta, crítico literario y editor. Dirige la revista Exégesis. Ha publicado Pájaros de invierno (1978), Goyescas (1980), y Una lluvia tan grande de campanas (2010). Contacto: marcos.reyes@upr.edu. Página ilustrada com obras del artista Fabio Herrera (Costa Rica).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
quarta-feira, 19 de novembro de 2014
Guajana: el arco en el agua | Marcos Reyes Dávila
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