2013 fue un año de eventos cruciales y de muchas
emociones. Cartas electrónicas iban y venían, tocaron viajes que resultaron en
aventuras y trabajos posteriores, conocí a muchas personas maravillosas y pude
volver a ver a otros que no había visto en años; hubo además noticias buenas y
malas.
Desde el inicio del
año e incluso antes, recibí mensajes desde Chile de Ximena Olguín, promotora
cultural y ángel protectora de la obra de Ludwig Zeller y la mía; a través de
ella estuve en constante correspondencia con otras personas, como por ejemplo
de la Biblioteca Nacional de Chile y del Museo Nacional de Bellas Artes. Estas
dos instituciones estaban organizando eventos que divulgaban el surrealismo
nacional tanto de los que estaban en Chile como en el exterior. Fue por esos
derroteros que a principios del año se dio la invitación para que Ludwig Zeller
y yo fuéramos a Chile a dar charlas y presentar obras a públicos que asisten a
los auditorios de la Biblioteca y el Museo. Mencioné en mis cartas que yo no
podía financiar nuestro viaje. Un grupo de dinámicas mujeres se puso a trabajar
y lograron juntar los no pocos centavos para que los dos viejitos pudiéramos ir
en avión desde Oaxaca, al sur de México, hasta Santiago de Chile. Ximena Olguín
nos ofreció alojarnos y alimentarnos, y con todo ello no había modo de rechazar
la invitación: la acepté agradecida.
Todavía en los
primeros meses del año, y porque encontré que Ludwig Zeller, con quien
compartía cuarenta y siete años de confabulaciones y sueños, estaba afectado de
algo que yo no comprendía; me tocó llevarlo donde un médico que dio un
diagnóstico que alteró por completo mis planes para el viaje y la forma de
nuestro compromiso.
Estaba yo por entonces
trabajando en lo que prometía ser una nueva serie de imágenes en las que
incorporaría figuras humanas con elementos de los que llamo Olas de Vida.
Cuando surgen ideas o imágenes ante mis ojos en los momentos de este tipo, cuando
estoy al inicio de un proceso, nunca sé adónde me va a llevar, parto trazando
líneas incluso con los ojos cerrados, esperando los "mensajes" que
desde el interior me van dictando cómo proceder. Había hecho anteriormente
estudios de desnudos con una modelo cuyas poses me sugerían algún misterio.
Estaban en tamaño mayor, lo que permite una percepción mejor de detalles de la
anatomía que han sido una obsesión de toda mi vida.
Se dio "el
flujo", comenzó el proceso, iba ya en el cuarto cuadro de formato mediano
cuando llegó una llamada de Ximena Olguín quien me anunció triunfal, saliendo
de una reunión clave en la ciudad de Talca, ¡que yo iba a hacer un mural!
Inmediatamente le respondí que no. Se notaba en su voz la frustración por mi
falta de reacción positiva que ella estaba segura iba a aparecer de inmediato.
¿Pero, por qué?!!! Me preguntó, a lo que yo respondí: ¡Porque estoy vieja! La
respuesta me salió espontánea, yo sabía de sobra en qué se mete una al aceptar
un trabajo de mayor formato como para todo un muro. Ximena usó su gran encanto
para insistir en que yo podía y debía aceptar este encargo y me mencionó que
era para la celebración que en 2014 se dedicaría al 75 aniversario de la
publicación de la revista Mandrágora, editada por el primer grupo surrealista
chileno de ese nombre. Soy, al parecer, una de los escasos sobrevivientes que
hemos conocido y tratado, en mi caso a dos de los mandragóricos, además de que,
en el caso de Zeller y el mío, somos los que hemos publicado sus obras tanto en
Chile (Braulio Arenas) como en nuestra propia editorial Oasis Publications, en
Canadá (Enrique Gómez-Correa).
Siempre que me asalta
una duda o alguna catástrofe acudo a mis familiares y amigos más cercanos a
pedir consejo. Todos insistían en que debía yo aceptar el reto y mi
fisioterapeuta me dijo que tendría la fuerza para el trabajo. Todo ello resultó
en que informé a Ximena que sí, que aceptaba hacer el mural.
Ximena y sus
colaboradores en organizar la celebración de este impulso del surrealismo en
Chile, todos dinámicos y mucho más jóvenes que yo, juntaron fuerzas y cabezas y
lograron agregar al plan del viaje que se iniciaría a finales de abril con el
auspicio de la Biblioteca y el Museo, un viaje de ida y vuelta de Santiago de
Chile a la ciudad de Talca.
Fue para mí
inolvidable poder ver de nuevo los paisajes al sur de la capital chilena,
pasando por lugares que conocía bien por
mis viajes de juventud en esa zona. Nos llevaba en su automóvil Guillermo
García, uno de los dinámicos antes mencionados, quien con su mujer hospedaron,
a Ximena, Ludwig y a mí en su bellísima casa. Así fue posible que conociéramos
a Rodrigo Galilea quien era el Intendente de la Región del Maule. Conocí
también a la arquitecta encargada de la supervisión de la construcción de la
torre de once pisos construida para albergar la Intendencia, en remplazo de los
edificios que fueron dañados o destruidos en el terremoto enorme que poco antes
había sacudido la Región.
Fue el mismo
Intendente quien nos llevó a Ximena Olguín, Guillermo García y a mí a ver el
primer piso del edificio aún en construcción donde se encuentra el espacio que
sería el lugar del mural. No puedo negar que estuve muy a gusto al verlo y
trabajé muy en serio para tener todos los datos posibles para bien realizar mi obra.
Hay siempre problemas en este tipo de labores, como la naturaleza del lugar, su
ubicación en cuanto a la circulación de la gente, su clima, iluminación, y en
el caso del mural de Talca el hecho que debía hacerse una estructura a modo de
cortina ante un hueco que quedaría invisible detrás de la imagen.
En un inicio pensé que
iba a pintar el mural in situ, con
por lo menos tres ayudantes, una colega canadiense, una oaxaqueña y otra
chilena. La obra podía realizarse sobre tres grandes paneles ya instalados sobre
la estructura-cortina.
El viaje de vuelta de
Talca a Santiago de Chile fue nuevamente en el auto de Guillermo García,
después de una celebración en casa de Rodrigo Galilea donde conocí a Xavier
Gómez, otro integrante del dinámico ensemble
organizador, hijo del poeta que fuera amigo y colaborador nuestro en la tarea
de publicar los poemas inéditos de Jorge Cáceres.
Desde Santiago
volvimos a principios de mayo a nuestra casa-refugio en el pueblo zapoteca de
Huayapam, cerca de la ciudad capital del mexicano Estado de Oaxaca. Los
conmovedores eventos de la Biblioteca Nacional de Chile y del Museo Nacional de
Bellas Artes, los encuentros previsibles y los fortuitos, además de la noticia
de la tarea de hacer el mural me dejaron emociones muy fuertes.
Mantuve la
correspondencia con todos los organizadores de los eventos y con la arquitecta
que me había guiado en mis cavilaciones cuando estuve en Talca.
Noté en esos días que
la salud de Ludwig era muy delicada y pude entender que no podría alejarme de
él durante cuatro meses por lo que debía pintar el mural en mi taller.
Acordamos entonces con la arquitecta que en vez de tres grandes paneles fijos in situ estábamos hablando de quince
paneles de formato y peso tal que fuera posible su manejo en constante movimiento.
Mi decisión era pintar en tela montada en una superficie rígida porque la obra
estaría en un espacio donde podía estar expuesta a accidentes de los que
pasaban a su lado. Esta superficie a su vez tenía que montarse en bastidores de
metal para que fuera posible su instalación en el soporte de acero que se
estaba planeando y quedara como base del mural-cortina.
Se pensaba
originalmente que la obra debía estar lista a finales del año y para acelerar
el proceso invité a Betty Spackman, artista y colega canadiense a participar
conmigo en la planeación de la imagen que hasta entonces sólo existía en boceto
hecho manualmente. A finales de mayo llegó a la casa e inmediatamente nos
pusimos a trabajar ambas, codo a codo, en nuestras computadoras. Ella es mucho
más versada en este asunto que yo, por lo que su ayuda me era esencial. Además
juntas hicimos en mi taller de pintura bocetos de modelos, en gran formato,
para las figuras que yo quería mostrar en una especie de danza alrededor del
motivo más importante del cuadro, una mandrágora formada por un movimiento
rescatado de una fotografía de Jorge Cáceres, que fue un excelso bailarín,
además de poeta y artista visual. Esa pose de baile decidí repetirlo en espejo
para así formar una figura emblemática.
Hay una larga
tradición del mito de la mandrágora como planta mágica y yo pensé apropiado que
esta figura doble podía ser la raíz de la planta. Los mitos señalan que si al
arrancarla la planta aparece con raíz blanca es figura masculina y si negra es
femenina. La doble figura podía por lo tanto representar también la dualidad y
la unión de los opuestos, temas que han sido centrales de planteamientos de
surrealistas interesados en el ocultismo y la psicología, y también formaban la
esencia de las pinturas en que yo había trabajado cuando me llegó el anuncio de
Ximena Olguín.
Mientras trabajábamos
no cesaba la constante correspondencia con Ximena. Tras completar el trabajo en
computadora, y todavía con ayuda de Betty Spackman comencé a bocetear el mural
en pintura, empleando la misma técnica que tenía pensado usar. Hice un primer
boceto sobre quince paneles pequeños y uno segundo sobre tela de formato
mediano.
Se necesitaba dinero para pagar gastos de
compra de materiales de primer mundo, pagar sueldos y sobrevivir en general y
me lancé a los gastos segura de que podría pronto contar con dinero que
llegaría de Chile. Por razones fuera de mi control esto no sucedió y debí despedir
a Betty Spackman, quien volvió a Canadá mucho antes de la fecha que habíamos
presupuestado.
Llegó el mes de
noviembre y yo estaba muy angustiada y sobrecargada de tensiones por todo lo
que tenía que enfrentar: la enfermedad de Ludwig Zeller, mi salud cada vez más
tambaleante, la ausencia de Betty Spackman, la ausencia de los fondos con que
había contado, los enredos de los trámites burocráticos chilenos, y a mitad de
ese mes sufrí un colapso físico y mental. No recuerdo todo lo que me pasó,
perdí mucho peso, estaba muy débil, incapaz de ningún trabajo mental ni físico ,
en circunstancia de que en la plástica la salud física es esencial.
A mediados de
diciembre Renzo Spada, un amigo muy querido me llamó para recomendarme a Quinto
Euceda, un joven hondureño, como ayudante de taller. Cuando lo entrevisté por
primera vez tuve que hacerlo recostada en el sofá de la sala de mi casa porque
no tenía fuerza para hacerlo sentada.
El 30 de diciembre de
2013 comenzó el proceso de la liberación del dinero para el proyecto del mural;
inmediatamente comenzó el trabajo de su ejecución. La fábrica de Renzo Spada
hizo los paneles con bastidores de aluminio sobre los que se instaló la
superficie rígida. Contraté al pintor Pedro César, como segundo asistente de
taller. Quinto Euceda y él comenzaron a montar la tela sobre estas superficies
y a prepararlas para poder comenzar a pintar. Yo ya me paraba, les mostraba el
proceso y luego veía sentada cómo ellos dos realizaban la tarea.
Luego comenzó la
pintura en varias etapas, ya a seis manos, colores sobre colores para obtener
ciertos efectos ópticos. (Lo que se ve de cualquier cuadro bien hecho es
siempre la última capa de colores, pero sin el debido soporte de los que están
debajo estos, las imágenes se ven chatas y poco animadas.)
Pasaron un par de
semanas y seguimos con el trabajo de proyectar las figuras en los paneles según
los esquemas del segundo boceto. Dibujé en tiza primero cada detalle y luego
pasé a pintar sobre las líneas para enseguida trabajar texturas y volúmenes,
separando figuras de fondos. Pinté todas las figuras primero desnudas y luego
"las vestí" una a una; observando detenidamente los danzantes se
puede ver sus cuerpos debajo de sus ropajes. Trabajamos todos los días, con
horarios fijos, hasta el agotamiento por mi parte, y el comprensible cansancio
de mis asistentes que tenían que estar moviendo los paneles para poder trabajar
en ellos de a dos, tres o cuatro, el formato mayor que puede caber en mi taller
de pintura. Estábamos laborando en las tres corridas de cinco paneles que
conforman la imagen que yo llamo El
amanecer de Mandrágora. Con bastante frecuencia debimos llevar los paneles
a mi jardín donde había hecho construir en acero un especie de caballete en que
cabían simultáneamente los quince paneles. Era muy importante poder alejarse
del mural más de los ocho metros de profundidad de mi taller, y así verlo en
las circunstancias que se iban a dar una vez instalado en el edificio en Talca.
El trabajo de la pintura
se concluyó el 30 de julio de 2014, según estipulaba el contrato que yo había
firmado a finales de diciembre de 2013. Luego vino el tiempo de espera del
secado, seguido del sellado de la capa pintada y su barnizado. Una vez seco
todo, la obra estuvo protegida de roces directos.
No tuve respuesta
oficial de Chile sobre mi aviso de haber concluido el trabajo. Decidí entonces
presentar el mural ante los que pudieran querer verlo, con una gran fiesta ante
un nutrido público de Oaxaca. La invitación a la fiesta y las fotos hechas
durante ella se publicaron en Facebook y la noticia recorrió países de Europa y
América, y aún ahora, a un año de distancia, aparece como novedad. El quince de
enero de 2015 se hizo una segunda fiesta de presentación del mural, esta para
la comunidad anglófona que vive en Oaxaca o pasa los meses del invierno en esa
bella ciudad y sus alrededores.
Fue buena idea
celebrar el mural. Se convirtió en testigo mudo de nuestras idas y venidas, fue
vista por mucha gente mientras una y otra vez se exhibía para luego guardarlo,
cuidarlo y mimarlo, tocando los paneles siempre con guantes, con mucho esfuerzo
y mucho afecto.
Esta historia tiene un
intermedio feliz. En junio de este 2015 recibí una carta de Guillermo García quien
me informaba que estaba financiando, de su bolsillo, el embalaje y transporte
del mural hasta Talca. Siguieron los acostumbrados trámites del caso y seis
semanas más tarde dijimos adiós a los transportistas que en su camión se
llevaban bien amarradas las ocho cajas en que se embalaron los paneles.
El final de la
historia será el cuento de cómo se instala el mural en su lugar definitivo,
cosa que hasta este momento no tiene fecha fija. En todo caso mi obra llegó a
su patria. Llegó en buen estado, está en buenas manos de quienes lo aprecian.
Para mí hacer el mural
fue un considerable esfuerzo. En el inicio del proceso no estaba bastante
fuerte y siento que podría haber trabajado de manera distinta. En todo caso,
cada día, cada hora trabajé en lo máximo de mi capacidad. Veremos si dentro de
cien años se da todavía alguien como los dínamos del grupo que promovió su
creación, transporte e instalación, para apreciar su valor y comprender sus
intenciones.
Esas intenciones son
hacer saber que en los años treinta del siglo XX hubo en Chile un primer grupo
surrealista llamado Mandrágora cuyos integrantes idealistas apostaron su
energía vital en promover la idea de libertad, amor y poesía en tiempos en que
una enorme catástrofe envolvía en sus redes a una gran porción de la humanidad.
Esta idea se mantiene viva, la mantienen activa los surrealistas que
sobrevivieron las atrocidades de esa calamidad y las generaciones que les
siguen y están siempre alertas a mantenerse despiertos en medio de tormentas y
dichas que los impulsan a seguir creando, amando y manteniéndose libres.
Fabuloso! Arduo trabajo y excelente revista.
ResponderExcluir