Algunos pianistas
notables
Todo esto ha
hecho, por ejemplo, que las obras de un Federico Chopin, Robert Schumann o Ludwig
van Beethoven posean estas características, así como en América las de un Louis
Andreas Gottschalk en Nueva Orleans, George Gershwin en Nueva York o Teresa Carreño
en Venezuela posean también esa potencia que las define, siendo para estos músicos
el piano el instrumento de cuerdas mas completo, mediante el cual transmiten ese
sentimiento de interioridad, pues sus posibilidades son ilimitadas por la riqueza
armónica y rítmica de sus acordes. De los conciertos para piano que forman parte
del repertorio clásico son numerosas las piezas. Algunas de las mas notables son
el Concierto para piano en Do Mayor de Prokokief; el Concierto para Piano No. 3
de Béla Bártok; el Quinteto para Piano de Schubert; las Piezas para piano de Erik
Satie; los Conciertos para Piano de Edward Grieg, George Gershwin, Maurice Ravel,
Franz Liszt, Robert Schumann y Ludwig Van Beethoven, los cuales han sido interpretados
por cientos de pianistas de todo el mundo durante el siglo XX y lo que va del XXI,
para conformar una verdadera apoteosis pianística que influenció toda la música
occidental, incluyendo por supuesto a la música popular latinoamericana en todas
sus modalidades, tanto cultas o clásicas como populares, entre las cuales se cuentan
el jazz, el blue, el bolero, el danzón, el son, la salsa, el mambo, el bossa nova
o el pop, y en todos ellos está presente el piano en mayor o menor medida.
En varios de mis escritos sobre jazz he citado frecuentemente una pléyade
de pianistas del jazz donde están los nombres de Jelly Roll Norton, Duke Ellington,
Fats Waller, Art Tatum, Earl Hines, Oscar Peterson, Thelonius Monk, Erroll Garner,
Irving Berlin, William The Lion Smith, Dave Brubeck, Cecil Taylor, Bud Powell, Herbie
Hancock, Bill Evans, Dave Grusin, Don Grolick, McCoy Tyner, Keith Jarret, Joe Zawinul,
Chick Corea, Bill Clayton, Gonzalo Rubalcaba, Bebo Valdés, Chucho Valdés, Diane
Krall o Norah Jones, quienes realizaron aportes significativos en cada una de las
modalidades que les tocó asumir en el desenvolvimiento histórico del jazz, desde
los tiempos del góspel. Hago especial acotación sobre el célebre pianista nato en
New Orleans Louis Andreas Gottschalk, siendo uno de los más influyentes en aquella
ciudad durante el siglo XIX y profesor temporal en Nueva York de la primera pianista
venezolana Teresa Carreño, a tal punto de nuestra intérprete componerle y dedicarle
un vals con su apellido.
No es posible decir quien de los pianistas del jazz en el siglo XX fue el
más influyente, pues en todas y cada una de las modalidades ha habido maestros y
virtuosos. En esta ocasión me referiré a uno de ellos, que hizo un especial aporte
lírico dentro de un nuevo espíritu romántico del piano en el siglo XX: Bill Evans.
Lo elijo a él porque lo veo ubicado dentro de una sensibilidad cercana a una poesía
de índole sentimental, con una lentitud que pudiéramos tildar de exquisita, la cual,
a mi modo de ver, constituye una personal marca pianística en el pasado siglo, donde
se hizo acompañar de algunos de los músicos mas notables del jazz, dentro de un
espíritu de recogimiento interior y de experimentación muy notables.
La intensa
vida de Bill Evans
Bill Evans
nació en Nueva Jersey en 1929. Desde los seis años de edad ya estaba estudiando
violín y piano en una academia clásica. Luego de haberse familiarizado con pianistas
reconocidos de la tradición europea, se interesó por el jazz y comenzó a tocar en
algunos locales y clubes de Nueva York a principios de los años cincuenta. Pronto
conoció a Cannonball Adderley, a George Rusell y a Miles Davis, con quienes hizo
migas para lograr nuevas aportaciones al género, aunque venía influenciado ya por
maestros pianistas anteriores como Bud Powell y Horace Silver, a quienes asimiló
para ingresar luego de lleno al be bop inaugurado por Charlie Parker y Miles Davis.
En 1956 hizo su primera grabación relevante, New Jazz Conceptions, donde definió
su propuesta dentro de ámbitos poéticos densos, y un concepto armónico personalísimo,
basado sobre todo en una serie de flujos melódicos sutiles, en avances armónicos
refinados que pronto tuvieron un eco muy significativo en aquellos años, y continuaron
expandiéndose entre los nuevos pianistas de la nueva generación. Bill Evans prefiere
la música de cámara, los tríos, los solos, el recogimiento y las atmósferas líricas,
por lo cual para mí se convierte en un poeta del instrumento, siguiendo la línea
histórica de los grandes románticos clásicos como Liszt y Chopin, Schumann o Beethoven.
Su vehículo expresivo principal era el trío y las grabaciones y presentaciones en
solitario. En 1963 grabó el disco que lo llevaría el pleno reconocimiento, Conversación
conmigo mismo, donde emplea la técnica de grabar en doble pista y a la vez realizar
grabaciones en solitario en varias pistas.
Algunas marcas
de su estilo
Bill Evans
estudió en el Marine School of Music de Nueva York y en el South Easterns Louisiana
College. Desde muy pequeño comenzó sus prácticas con el piano; desde los seis años
hasta los doce tocó una inmensa cantidad de temas de la música clásica, en un repertorio
que incluye desde obras de Bach y Beethoven hasta Béla Bartok; de modo que se liberó
pronto de lo que pudieran llamarse “problemas técnicos”; el asunto principal a resolver
en todo caso era “pensar en cómo producir lo que pienso”, según sus propias palabras.
Obtuvo un grado en piano cuando estaba en el ejército a los 20 años, y después se
fue a Nueva York como a los 25; en esa época volvió a practicar con los clásicos
hasta que conoció a los ya mencionados músicos Scott La Faro y Paul Motian, con
quienes grabó el New Jazz Conceptions en 1956. Ese mismo año grabaría su segundo
disco Tenderly, an informal session, donde se destaca la participación de Don Eliot
en el vibráfono; en el año de 1958 aparece el álbum que en cuanto escuché lo convertí
en uno de mis iconos personales del piano: Everybody digs Bill Evans el cual me
reveló no sólo su destreza en el instrumento, sino su peculiar sello en la interpretación.
Se trata inicialmente de diez piezas donde Evans acomete cuatro de ellas en solitario
y las seis restantes vienen acompañadas por Sam Jones en el bajo y Phillip Joe Jones
en la batería. “Lucky to be me”, pieza americana clásica (de Camden-Green-Bernstein)
es tratada, al igual que “Epilogue” y “Peace-piece”, –ambas del propio Evans– con
todo el poder subjetivo del pianista y el lenguaje que lo definirá en adelante como
un poeta del piano. Aquí el músico se dobla en creador, se vuelca en su arte con
un soberbio sentido de invención armónica y una notable capacidad para trabajar
con estructuras melódicas largas: en “Piece-pìece” (“Pieza de paz”) en efecto, se
trata de este tipo de estructuras. No está muy interesado en los aspectos percusivos
del piano –como lo pudieran estar Earl Hines y Thelonius Monk, por ejemplo— sino
en desarrollar líneas melódicas largas mediante una técnica clara y limpia.
Por supuesto, el objeto de esta crónica no es comentar uno a uno los álbumes
de Bill Evans. Lo hice con éste porque a él debo el conocimiento y el disfrute de
este músico, cuya existencia transcurrió entre el trabajo musical constante y el
acecho permanente de las drogas. Al parecer, el consumo de estupefacientes dominó
buena parte de su vida. Desde joven, intentó varias veces librarse de ellas, pero
las circunstancias familiares, afectivas y culturales le acecharon constantemente
y lo sometieron a una dependencia que también le servía para conectarse más con
el abstracto mundo de los sonidos, transportándolo con seguridad a otros territorios
donde el sentimiento musical alcanzaba grados radicales, sublimes quizá, donde se
refugiaba para lograr acordes tan peculiares. En efecto, la cocaína, la heroína
y el alcohol lo conducían a paraísos que luego le hacían pagar sus cuotas de infiernos
y pesadillas. A ello se agregaron las muertes por suicidio de su hermano Harry y
de su mujer, que le hiper-sensibilizaron.
Metamorfosis
del genio
Es impresionante
ver cómo Bill pasó de ser un joven atildado y trajeado formalmente, rasurado y de
corte de cabello impecable, al de unos veinte años después: gran melena, barba,
rostro enjuto, y una serie de padecimientos físicos como insomnio, ansiedad, inapetencia,
debilidad física y agotamiento nervioso, que fueron minando su salud hasta conducirlo
a estados de depresión nerviosa severa. Al parecer, Bill había adquirido el hábito
de las drogas desde que estaba en el ejército, y como tantos otros músicos de jazz,
la droga lo seguía minando (era también un hábito adquirido, una suerte de estilo
de vida impuesto por el propio medio) y le servía a la vez para mantenerse activo
durante las giras, fiestas y celebraciones e innumerables grabaciones, las cuales
constituyeron un impresionante legado donde recogió las resonancias e influjos de
la música clásica desde el barroco, el romanticismo, el impresionismo y el vanguardismo,
hasta llegar al jazz.
De esa impresionante carrera de decenas de álbumes mantuvo siempre su peculiar
estilo que, a falta de otro epíteto más riguroso, llamaremos lírico, surgido de
una emotividad cercana al estado poético, a un intimismo no sólo de ribetes románticos,
sino también del impresionismo de Debussy y otros músicos de este movimiento, manteniéndose
siempre dentro de atmósferas reflexivas donde el artista se exige, al través del
instrumento, expresar su voz profunda, una voz compartida con el semejante, ateniéndose
siempre a lo que se llamó en un comienzo música de cámara, música para ser oída
en recintos privados, por lo cual se mantuvo en el esquema del trío, del cuarteto
y de eventuales acompañamientos a cantantes o músicos afines.
A los ya mencionados álbumes de los años cincuenta se añaden al final de
esa década los discos Portrait in jazz (1959), donde se mantienen las colaboraciones
con Phillip Joe Jones en la batería, al bajo de Scott La Faro y Paul Motian en la
percusión, para abrir la década de los sesentas con estos dos últimos músicos en
Explorations (1961) y Sunday at the Village Vanguard (1961), año que fue muy productivo
y donde grabó Nirvana junto a Herbie Mann en la flauta y el bajo; mientras al año
siguiente grabó How my heart sings (1962); acompañó a Freddie Hubbard en la trompeta
en Interplay (1962) y a Jim Hall con la guitarra en Undercurrent (1962), al cual
siguieron Emphaty y otros.
En todos estos habita una impresionante investigación en el espíritu del
jazz en el siglo XX, para conectar sus mensajes con ese animismo espiritual que
parte del blue y el góspel, pasa por una etapa de experimentación moderna del bop
y el cool para aterrizar en un nuevo tipo de música de cámara intimista que habla
ante todo a los sentidos, a los presentimientos y pensamientos dulces o amargos
del amor y sus vaivenes, a sus flujos anímicos, melancolías y tristuras, meditaciones
introspectivas y vaivenes del ánimo que le llevaron a ocupar un lugar excepcional
dentro de la historia del jazz.
Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO
Número 170 | maio de 2021
artista convidado: Friedrich Schröder-Sonnenstern (Prússia, 1892-1982)
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
ARC Edições © 2021
Visitem também:
Atlas Lírico da América Hispânica
bella y correcta semblanza del gran artista. gracias
ResponderExcluir