Mi affair con Brasil comenzó al final de los años 50s, igual al de muchos
jóvenes de mi generación, adolescentes que acompañábamos la fantasía con el ritmo,
las cadencias y los contrapuntos del Bossa Nova, esa maravillosa música - mezcla de Samba y Jazz-- que aunada a una
poética de singular belleza surgió como respuesta de posguerra al (segundo) proceso de internacionalización de
América Latina. En dicho proceso el nuevo orden lo representó Estados Unidos, y las ideas que, llevadas allí desde Europa, encontraron
campo abonado para germinar al otro lado del Atlántico. Luego entendería que algo
similar ocurrió en Brasil.
Sintiéndome
atraído por las artes y la arquitectura desde pequeño, y siendo Brasil el país
de Suramérica que después de la Segunda Guerra fue el único capaz de crear simultáneamente
en diversos campos, formas novedosas y contundentes con características
cosmopolitas enraizadas en tradiciones vernáculas y sincréticas a la vez (a los
demás les tomo más tiempo), no es de extrañar que yo, y muchos amigos en mi
ciudad natal, Medellín, Colombia,
miráramos al “gran país del Sur” con casi el mismo respeto con que mirábamos al
Norte.
De
este último contaba con más referencias. Mi padre era gerente de una compañía
norteamericana de seguros de vida. No era inusual encontrar en casa revistas para
ojear y difícilmente leer en Ingles, como
Life, Squire, y Time, o
escuchar ejemplos de repertorio de la maravillosa música de los años 30s y 40s,
desde Gershwin a Armstrong, todo por cortesía de los ejecutivos de la Casa
Matriz de la compañía ubicada en New Orleans. No hay duda que mi familiaridad desde pequeño con
el Jazz encontró un eco perfecto en la Bossa Nova.
Brasil
sin embargo, resultaba distante y exótico por decir lo menos. Esas mismas
revistas traían a menudo crónicas de lo que acaecía en el antiguo imperio como
si se tratara de un lugar remoto en relación a nuestro continente. Las librerías y bibliotecas locales permitían,
aunque difusamente, enterarse de aspectos del modernismo brasilero: La semana
de arte moderno y sus principales protagonistas, Osvaldo y Mario de Andrade,
Anita Malfatti, Hector Villalobos, entre otros. La personalidad y carácter de una cultura
–geográficamente cercana pero lejana en cuanto
al significado de muchos de su códigos-- eran imposibles de ignorar, menos aun cuando,
aceptado en la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional en 1967, se
hizo evidente el aporte de grandes arquitectos, urbanistas y paisajistas como Lucio Costa , Oscar
Niemeyer, y Roberto Burle Marx, responsables del trazado y diseño de Brasilia,
un proyecto para la fecha todavía polémico; y por otro lado, los ecos de la Bienal
de Sao Paulo, entonces la segunda bienal más importante del mundo luego de
Venecia. Todo aunado daba fe de un país suramericano al que en secreto muchos queríamos
parecernos en su dinamismo y empuje.
La
Bienal de Coltejer (1968-72) permitió a los medellinenses por primera vez ,
conocer la abstracción lírica brasilero-japonesa de Manabu Mabe y Tomie Ohtake;
el informalismo del italiano-brasilero Danilo Di Prette; el concretismo
orgánico de Ligia Clark (y de paso las diferencias entre la geometría en Rio de
Janeiro y Sao Paulo), la figuración emparentada con el Pop de Henrique Amaral,
para nombrar solo algunos de los más importantes artistas de Brasil de esos
años.
No
imaginaba que, más adelante en la vida, tendría el privilegio de visitar Brasil
en numerosas ocasiones; recibir
responsabilidades para servir de facilitador en la diseminación de su cultura
en los Estados Unidos –país que se convirtió en mi hogar; y disfrutar de innumerables experiencias, como
cuando enmudecido de emoción, contemplé casi tocando con los ojos los murales de Cándido
Portinari en la intimidad de la Capilla de Pampulha, un componente del complejo
urbanístico diseñado por Niemeyer, con paisajismo de Burle Marx, construido por
encargo de Juscelino Kubitchek antes de Brasilia.
Para
acortar una larga historia, al momento de recibirme como arquitecto en 1974 mi
obra como artista era conocida nacionalmente en Colombia, y a las tres semanas
partí por primera a los Estados Unidos con motivo de una exposición colectiva
en la que participé en Washington. Luego
de varios viajes me establecí en dicha ciudad. Decidido a dedicarme por entero
a las artes en todas sus dimensiones entré a trabajar como asistente de José Gómez
Sicre en el Museo de Arte de las Américas, de la Organización de los Estados
Americanos. Allí fue que, por primera vez, pude sostener en mis manos una obra
de Portinari, conocer personalmente a Mabe y Ohtake, Amaral y toda una pléyade
de artistas brasileros y de otros países que viajaban frecuentemente a los
Estados Unidos, y cuyo reconocimiento internacional debe gran parte a la labor incansable de
Gómez Sicre.
Con
cada experiencia mi respeto –y atracción-- por Brasil, su contribución al arte
moderno y contemporáneo fue en ascenso. Eventualmente me convertí en curador, y
con ello vinieron nuevas oportunidades y desafíos para estudiar el arte del
país, como ocurrió con la exposición “El Espíritu Latinoamericano: arte y
artistas en los Estados Unidos 1920-1970”, en el Museo Bronx de Nueva York
(1988), en la cual fungí como curador de dos de las siete secciones en que se
dividió la muestra.
Eventualmente
fui contratado por el Banco Interamericano de Desarrollo para ayudar a
establecer el Centro Cultural del BID, asumiendo luego la coordinación de las
exposiciones, la curaduría de la
colección permanente, y en 2001 la dirección del mismo.
La
vida es una progresión, que en el mejor de los casos se incrementa exponencialmente.
El programa de exposiciones del BID, el cual alcanzó repercusión transnacional,
estuvo basado –como todos los demás programas-- en la premisa de explicar al
público los procesos socio-culturales de los países de la región en relación con los económicos. Ello me permitió
organizar cerca de noventa exposiciones, desde Canadá a la Argentina, y desde
Las Bahamas a Barbados (además de varios países europeos, Japón e Israel) y visitar
cada país –algunos varias veces,
establecer contacto directo con artistas, historiadores, curadores,
administradores culturales –hasta presidentes-- , ministros y oficiales
gubernamentales encargados de los programas nacionales de cultura.
En
ocasión de las asambleas anuales del BID en Brasil en 1997, 2002 y 2006, organicé
respectivamente para el banco, en Washington,
“Escultura Brasilera Moderna de 1920 a 1990: Un perfil”; “Rostros del
Noreste de Brasil -Ceará”; y “Un Bello Horizonte: las artes de Minas Gerais”. No fueron las únicas.
Podría
hablar mucho de cada una de ellas, pero me referiré solamente a la segunda, una
selección de objetos artísticos y funcionales,
realizados por artistas populares que contribuyó a expandir mi
conocimiento y el del público norteamericano sobre la complejidad y diversidad
del arte de Brasil. Sobresaliente fue la extraordinaria dimensión humana que
fue posible darle a la exposición, un verdadero
caleidoscopio de expresiones existentes, provenientes de una región que se considera
entre las menos afluentes, si se compara
con otros estados tradicionalmente más ricos y desarrollados. El CEART colaboró
sin restricciones y Dodora Guimaraes participó como co-curadora.
Popular no significa anónimo.
Cada una de las piezas expuestas llevaba el nombre y apellido del autor,
algo hasta pocos años atrás ausente en muestras similares en América Latina.
La
exposición demostró exitosamente como la capacidad de invención y habilidades
manuales de las personas de Ceará, cultivadas y transmitidas como resultado de
transformaciones culturales que han requerido décadas en reconfigurar
influencias originarias de regiones como
África y la Península Ibérica, así
como nativas, contribuyen a preservar el carácter, la personalidad tanto
individual como colectiva de la sociedad, condiciones sin las cuales es
imposible acometer un emprendimiento que aporte significativamente a una parte
importante de la economía, y al –siempre frágil- equilibrio entre sostenibilidad económica e identidad
cultural, no solo de un pequeño grupo sino miles de personas.
La
muestra asimismo puso en evidencia la existencia y abundancia de recursos
materiales y humanos en el Estado de Ceará, la preocupación por la preservación
del medio ambiente, la dignidad que el trabajo concede a quien lo ejecuta, el
respeto por la diversidad, y la capacidad de cohabitar en un mundo que parece
encogerse cada vez más como resultado de la ambición y la falta de ética, condiciones
y defectos del desarrollo.
La
muestra hizo evidente los bordados de inspiración portuguesa, los tejidos y
objetos de uso práctico fabricados con fibras vegetales, las tallas en madera y
las cerámicas de impronta africana. El conjunto constituyó un verdadero
espectáculo que atestiguó la resistencia del espíritu frente a las calamidades
creadas por el a menudo equivocado pragmatismo del mismo ser humano; el poder
de la imaginación sobre el pesimismo al que a menudo América Latina parece
entregarse con la promesa de que puede suceder lo inesperado; y el triunfo de
la creatividad sin la cual, tanto Brasil como toda América Latina estarían
condenadas eternamente a vivir de la fatalidad, lecciones que Brasil, y los
creadores de Ceará en particular dejaron con su trabajo sin titubeos, dignidad
y altura en la capital norteamericana.
El
Banco Interamericano de Desarrollo adquirió para su colección un número de
piezas importantes de la exposición que se encuentran expuestas permanentemente
en las oficinas del cuartel general, en Washington DC, incluyendo una talla de
once jugadores del equipo de fútbol Flamengo comisionada especialmente para la
muestra.
En
2011 me retiré de la dirección del Centro Cultural del BID, luego de veinte
años de trabajar allí. Fue el mejor momento para dejar una oficina con amplio
prestigio internacional considerada entre las cincuenta instituciones más
importantes del mundo dedicadas a la difusión y apreciación de las artes de América
Latina. Nunca suspendí mis búsquedas artísticas personales (todo el mundo me
pregunta cómo hice), pero me atrae buscar nuevas aventuras. La creatividad es
un destino indomable.
No
significa ello que mi “brazilian affair”
ha llegado a su fin.
FÉLIX ÁNGEL (Colombia, 1949). Artista,
arquitecto, curador, escritor, y gestor cultural. Vive en Washington DC, hace
cuarenta años. Cuenta con más de cien exposiciones individuales y cuatrocientas
colectivas, ferias, y bienales en las Américas y Europa. Ha publicado ocho
libros y realizado nueve obras murales (públicas) en Colombia. Ha recibido
numerosos reconocimientos incluyendo el premio por "Liderazgo visionario
de las artes" de la Ciudad de Washington. Visite: www.felixangel.com. Contacto: felixalbertoangel@gmail.com. Félix Ángel es el artista convidado de
esta edición de ARC.
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Agulha Revista de
Cultura
Fase II | Número 18 |
Julho de 2016
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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