Ya es un lugar
común decir en el Perú que abril es el mes más cruel. El Inca Garcilaso,
Eguren, Mariátegui, Vallejo, Juan
Gonzalo Rose, José Watanabe y recientemente Efraín Miranda y otros notables cachalotes
de la literatura peruana se marcharon dejándonos como herencia una escritura
que expresa nuestra diversidad social y cultural desde aquel conmovedor
desgarramiento que suena a confidencias íntimas: prendas de dos mundo tengo yo,
más las resonancias calcinantes del
galopar implacable de los heraldos
negros y la fascinación de la niña de la
lámpara azul y aquello de la creación heroica, que, hasta la fecha, más parece
un rompecabezas para los zurdos, hasta que algún peñero nostálgico se suelte cantando
tu voz, tu voz existe y los más jóvenes sostendrán en las madrugadas lechosas
de Lima que son los guardianes del
hielo. Abril, pues, es un nicho muy
peleado entre los escritores vivos ya
que les permitirá codearse con la mejor porción de nuestro parnaso. Sin duda,
es un lujo morirse en abril. Por lo
menos, quien lo haga, gozará de una vitrina espectacular.
TRILCE
Cuando los
cisnes blancos de Darío y los caballo ágiles de Chocano ya no daban para más,
después de haber iluminado con su resplandor verbal el cielo hispanoamericano, en donde
las princesas danzaban de la manera más sensual y los paisajes se
emborrachaban de exotismo y bonhomía, vendría el cansancio, la retórica vacía,
el fin de una poética: todo lo sólido se desvanece en el aire, como se dice hoy
en día. Ya el modernismo no deslumbra. Sus fuegos artificiales no llaman la
atención. Los malabares esteticistas rubendarianos no convencen a los nuevos
lectores, cada vez más exigentes. El hombre del siglo XX demanda un nuevo lenguaje, menos grandilocuente
y más hondo.
Y llega una
nueva dicción, un fraseo distinto, un ritmo que expresa el vértigo de la vida
contemporánea. El poeta de los locos años 20, debe ampliar su léxico, sus
préstamos lingüísticos, y hacer correr el verso de manera libre, sin camisa de
fuerza, vale decir: fundar nuevas formas discursivas que, a su vez, privilegian
el lenguaje conversacional, el decir de la calle, incluso ir más allá de las
normas represivas del idioma, y aún más: sobrepasar la norma limeña, urbana, cosmopolita
y rescatar las expresiones más localistas, aldeanas, conservando su vitalidad y
fuerza expresiva. Es la hora de expresar el sentido de pertenencia, el universo
de los sentidos de manera cabal. Vallejo lo dirá de manera rotunda: es la hora
de la palabra justa, exacta, puntual.
Y es así como
en 1922 aparece Trilce: el libro más
libre de nuestra América. Y es bueno recodar esto que bien es una paradoja más
que un oscuro recurso marquetero: Trilce
se imprimió y compaginó y encuaderno
y afinó sus bordes en el viejo panóptico
de Lima. Manos que esperaban el veredicto de los jueces para sufrir una
condena, editaron el libro que es considerado, ahora, como ejemplo de una
escritura radical, una verdadera subversión del lenguaje poético. La poesía
hispanoamericana tiene desde entonces un hito marcado con fuego redentor: un
antes o un después de Trilce.
Pronto se
cumplirán 100 años de su primera edición. Y Trilce
conserva aún su frescura, su violencia verbal, sus irreverencias y tristezas.
Se dice que Trilce es la unión, en
este caso feliz, de Triste y Dulce.
No deja de sorprendernos, de conmovernos. Leerlo es más que una experiencia
religiosa. Es experimentar un sismo de consecuencias inconmensurables. Tal es
su fuerza, su apelación, su demanda, que el lector que lo lee sin prejuicios ya
no es el mismo. Es otro sin dejar de ser lo que fue. Es verdad que Vallejo
escribió estos poemas entre el 18 y el 22, pero cuando hoy se vuelve sobre su
escritura que data del siglo pasado se siente su contemporaneidad actual
simplemente porque nuestro mirar de hoy lo actualiza. La palabra vallejiana no
envejece por la gracia y complicidad de sus lectores siempre nuevos, renovados. De allí su vigencia. Trilce navega en el mar de la libertad.
Es creación heroica. Y cada día su discurso se hace más ecuménico, más
planetario. Prueba de ello son las innumerables traducciones de su poesía a
otros idiomas modernos.
POEMAS HUMANOS, PAN DE CADA DÍA
Si Vallejo
fue alguna vez un poeta de culto, hoy en día es un poeta de pálpito. El Vallejo
de Trilce y Poemas humanos no es fácil. Es difícil de guardar en la memoria
algunos versos suyos, tampoco, a pesar de notables intentos, es fácil
musicalizarlos. Su música interior se resiente y resiste toda musicalización externa, en
cualquier género musical antiguo o moderno. Vallejo es un bajo continuo. Su
rumor se nos pega a la piel. Los poemas de estos dos libros ni siquiera pueden
recitarse y ganarse algunos aplausos de la audiencia. La poesía de Vallejo
demanda silencio.
El poeta de
la angustia existencial, supo, en su momento, canjear la soledad por la
solidaridad. Lo suyo con España fue más que una observación participante. No
sólo quiso ser testigo. Logró ser un protagonista, prueba de ello es su España a parta de mí este cáliz, editado
en los mismos escenarios de la guerra civil. Y si Trilce fue editado en una cárcel, España a parta de mí este cáliz fue editado por los soldados que
defendían las causas justas del pueblo español. Así como Martí logró echar su
suerte con los pobres de la tierra, así también Vallejo alcanzó echar su suerte
con los milicianos de la república española. Y escribió para que el individuo sea un hombre…y el mismo cielo todo un hombrecito.
Vallejo es un
poeta intenso. No sólo es el poeta del
dolor humano, también lo es de la solidaridad. A ratos el poeta soledoso se
entropa con el devenir popular. Vallejo supo interpretar su tiempo y su
historia, sin concesiones. Y como nadie supo expresar el universal sentimiento
andino. Y no es de extrañar que en sus versos encontremos menciones rotundas
contra el sistema capitalista, contra la deshumanización del hombre. Y su voz
es profética cuando anuncia el amanecer radiante de la condición humana. Ya va a venir el día, ponte el saco. Ya va a
venir el día, ponte el alma.
Sí, un día como hoy, 15 de abril, en París, y sin
aguacero, nos dejó César Vallejo, nuestro igual, nuestro semejante, perdonen la
tristeza. Su cadáver estaba lleno de mundo. Y hoy más que nunca sabemos que es un
poeta del alma y del Alba.
HILDEBRANDO PÉREZ GRANDE (Perú, 1941). Poeta, ensayista
y editor. Está considerado como una de los principales representantes de la
Generación del 60’ en la poesía peruana. Sus poemas han sido traducidos al
inglés, francés, alemán y portugués. Actualmente se desempeña como profesor
principal de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Dirige la revista Martín.
Página ilustrada com obras de Félix Ángel (Colombia,
1949), artista convidado
desta edição de ARC.
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Agulha
Revista de Cultura
Fase
II | Número 18 | Julho de 2016
editor
geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão
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