Los poemas de Girri plantean (siguen planteando)
problemas de lectura. Tal vez habría que decir que ningún otro poeta, en la
poesía argentina, produce reacciones tan encontradas en los lectores: desde la
adhesión incondicional hasta el rechazo más obstinado, pasando por las zonas
intermedias (en alguna de las cuales tal vez esté yo) de los que no elegirían
su poesía para esos momentos especiales en los que se necesita leer poesía, y
sin embargo están convencidos de que la suya es una de las poesía más
importantes del país. Y habría que agregar que, en cualquiera de estos casos,
estoy hablando de lectores que tienen muchas horas de lectura especializada,
porque ésta es la primera dificultad de la poesía de Girri: está destinada,
necesariamente, a quienes están en condiciones de reconocer méritos o, lo
contrario, de argumentar objeciones.
Estamos, pues, antes una poesía sobre la que no
cabe la opinión reducida del «me gusta» o «no me gusta»; y por eso mismo merece
una atención exploratoria que averigüe alguna de las razones de su llegada
contradictoria.
Ya he señalado su primera dificultad; la
segunda está dada por su ubicación en la época. Girri pertenece a una
generación en la que predominaba de distinto modo la poesía
lírico-celebratoria: unas veces, heredera del surrealismo (Enrique Molina);
otras, de las brumas proféticas y convocantes de un Lubicz Milosz o de un Rilke
(Olga Orozco), de la desmesura nerudiana (los grupos que pertenecieron a la
literatura de la tierra, como La Carpa), o de la variada expresión de
vanguardia, cosmopolita y urbana (los reunidos alrededor de algunas revistas
porteñas, como «Poesía Buenos Aires»). Si esto es comprobable con la lectura
directa de los poemas, tal vez también convenga referirse rápidamente a las
intenciones de sus autores.
En un editorial que suscribió Enrique Molina en
la revista A partir de O, en 1952, se decía: «La exasperación con cabeza de
rata, la negación sistemática, la indignación de portería que en ciertos
ambientes ‘intelectuales’ provoca la sola presencia de la poesía, nos resulta
halagadora (...) Entre nosotros la poesía se debate entre dos extremos
desdichados: el poeta exquisito, ‘la gran dignidad de la expresión’, el ‘mundo
interior’ del aburrimiento y ‘se me pudre el aire’, o la vulgaridad versificada
hasta sus últimas consecuencias, pedestres, folklóricas, etc.(...) Sólo el
automatismo puede liberar plenamente, en los planos más profundos de la
personalidad, su contenido poético...» Dejando de lado el hecho de que Molina
nunca usó, estrictamente, el método de creación automática sino, en todo caso,
el de la imaginación poderosa pero controlada (es decir, casi lo contrario),
queda en pie la intención declarada de apelar a las zonas desconocidas: lo
onírico, el delirio lúcido, lo irracional, la extrema exposición del yo omnipresente,
etc.; vale decir, una versión fuertemente lírica que justificaría la afirmación
de que el surrealismo es el ala romántica de la poesía moderna.
En ese contexto, que es un resumen de lo que
era el viento de la época no sólo en Argentina sino en Latinoamérica, Girri
hace saber desde el comienzo que él no es un poeta lírico, y que no encuentra
razones para celebrar. En un momento de lujo idiomático, de alarde vitalista, a
veces gestual, y de romanticismo expansivo, crece esta planta seca, sola,
austera en su expresión; una poesía que quiere ser más mental que emocional,
que tiene la pretensión de ser más lúcida que sensible.
En 1946 publicó su primer libro, Playa sola, y
desde entonces no hizo otra cosas que dirigirse en una misma dirección que le
permitió configurar una voz distinta dentro de su generación. Poesía de
pensamiento (si no fuera que toda poesía lo es) o poesía de reflexión, han sido
los rótulos para una búsqueda que excluye casi totalmente lo sentimental: sobre
todo, los sentimientos explícitos. Pareciera que la investigación de Girri (y
me parece atinado hablar de investigación en relación a su trabajo) no tiene
por objeto eso que conocemos como realidad, ni tampoco lo que conocemos como
irrealidad, sino en todo caso la propia herramienta que le tocó usar, como si
analizara los pliegues, las tensiones, las posibilidades que tiene la palabra:
sus resonancias secretas. Y digo secretas porque Girri no quiere darle
sonoridad sino más bien ofrecerla despojada, casi áspera. Pareciera que está
más atento a la etimología que a su uso diario; o, al revés: que, para darle su
uso cotidiano, necesita abrevar en la carga que pueda tener, en las adherencias
culturales, en el material de arrastre que las palabras juntan al pasar por la
cultura y el tiempo (dos cosas que en este caso son más o menos son lo mismo).
Se ha hablado de la influencia que tuvo en su propia
poesía el oficio de traductor, sobre todo el aplicado a la poesía de habla
inglesa. Se ha hablado y también se lo ha criticado con el argumento (más un
golpe bajo que un argumento) de que la suya parece «poesía traducida». Es
cierto que en su obra hay bastante de elocución aparentemente extranjera, con
un tipo de extranjería que, en el supuesto de que lo sea, refleja el
distanciamiento y cierta imperturbabilidad propios de una poesía que hasta
entonces no era nuestra. Pero es necesario agregar que ese trabajo forma parte
de su búsqueda y de sus hallazgos, porque su manera algo trabada y trabajosa de
hacer avanzar el verso le dio la particularidad que lo caracteriza. Y aquí
estoy mencionando una nueva dificultad de su lectura.
En algún momento, da la impresión de que Girri
escribe en contra de la fluencia de la lengua (y, desde luego, en contra de las
intenciones poéticas vigentes), que ha resuelto no respetar su prosodia ni su
sonoridad, que lo que quiere es ir contra el pelo de lo que se entendía por verso,
y es entonces cuando más deliberada aparece su tarea. Porque pareciera que
Girri, como quien cumple un programa, escribe en contra de la naturalidad del
idioma castellano; sólo que esta impresión indica, en realidad, que Girri lo
usa de un modo distinto a lo que era habitual. En este punto conviene recordar
la propuesta de Huidobro en el prefacio a su Altazor: «Se debe escribir en una lengua que no sea materna», para
agregar de inmediato que, si alguien la cumplió, ese fue Girri. Porque la
propuesta de Huidobro no era, lógicamente, la simpleza de que un poeta de habla
castellana escriba en francés, o viceversa: eso hubiera sido ganas de
fastidiar; sino que use su lengua como si no le perteneciera del todo, como si
sintiera alguna incomodidad que debe trasladarse al lector.
Lo que hace Girri es aplicar recursos de otra
lengua a la lengua propia y esto produce una consecuencia: no la transforma en
ajena, sino que pone en evidencia posibilidades que no estaban a la vista; que
es como decir: muestra un nuevo modo de usarla. Alguna ayuda recibió (como casi
todos) de Borges; pero sobre todo utilizó como referencia a algunos poetas
ingleses (John Donne, Eliot) y norteamericanos (Wallace Stevens) para escribir
en su idioma y para obligar a las palabras, casi violentando la gramática y los
propósitos de la lengua, a decir algo distinto, a renovar su expresividad y a
incorporar al ámbito del idioma nuevos objetos lingüísticos. Es a partir de
estos efectos inarmónicos que consigue algo muy difícil: eso que se suele conocer
como «voz propia», un estilo que, para decirlo gráficamente, ocupa un casillero
distinguible, imposible de no reconocer, en el tablero general de la poesía de
lengua castellana.
Precisamente Wallace Stevens afirma en uno de
sus Adagia: «la poesía es el tema del poema», y ésta pareciera ser la poética
que Girri desarrolla y analiza a lo largo de su obra. Con ella armó una poesía
solitaria y reconocible; y tiene interés hablar de estilo, destacar la voz
propia, porque es frecuente encontrar poetas insoslayables, de indudable
importancia, cuya voz, no sólo les pertenece a ellos, sino que también
pertenece a su grupo; o, al revés, la voz personal está impregnada de las
características del conjunto. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el surrealismo
y sus derivados: allí los poetas (unos mejores que otros, como en todo grupo)
tienen un denominador común, puntos de contacto evidentes, tics que son
grupales, y hasta una metodología de creación que los experimenta. Otro tanto
suele ocurrir con la herencia de Neruda o Vallejo en la poesía latinoamericana.
La poesía de Girri aparece más sola, más difícil; y no se trata de que guste
más o menos que otras (el gusto es problema aparte); lo que estoy señalando es
su conformación más individual, menos grupal, y por lo tanto con menos
referentes entre los poetas que lo acompañaron en su época.
Volvamos al comienzo, a las reacciones a veces
dogmáticas que esta poesía produce. No se puede negar que, en parte, estas
provienen de las dificultades que ofrece; y en parte, lógicamente, de la
sensibilidad de cada lector. Pero es una poesía que, una vez pasado el eventual
debate, continúa en pie. Entonces uno recuerda aquella observación de Northrop
Frye que, aunque no estaba referida a la poesía, sirve para el caso: «El filósofo
irrefutable no es aquel al que no se puede refutar, sino el que sigue estando
ahí después de haber sido refutado».
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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Ana Eckell (Argentina, 1947)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto
original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio
Simões.
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