Son estas líneas apuntes de una lectura de
Fragmentos de la batalla (Caracas, 2010)
del poeta e intrépido editor Miguel Márquez. Y se limitará la ojeada de estas esquirlas,
de estos fragmentos, como si nunca se hubiese avistado demás obra, corpus e improntas
del autor, sabiendo que posee una vasta producción; collar de cuentas de diferente
tamaño y registro, sobre todo entendiendo que queremos apartarnos de la lectura
abarcadora en la que avistamos cómo se orientan el devenir de la producción poética
y sistematización del tránsito vital, acá solo avistaremos fragmentos. Salvo dos
excepciones, claro, para confirmar así el punto de vista.
Es decir, hablaremos de este Miguel, el Miguel
del fragmento. Un subconjunto del subconjunto de lo que podría ser visto sin microscopio.
La lectura del outsider, dicen.
Primer movimiento
El mayor peligro que corre el lector de poesía
ante este tipo de manifiestos del espíritu es el de comparar la realidad con el
código escrito. La paranoia y la conspiración acechan, si no se les separa nuestro
querido descifrador, hypocrite lecteur,
corre el riesgo de perderse.
La primera parte de este libro —publicado
en 2010— en clave diario-aforístico, nos hace preguntarnos ¿Será esto una distopía
bélica, un oráculo chamánico o alguna profecía? No estamos seguros de qué lo define
mejor, lo cierto es que dibuja la guerra del presente, caracteriza al enemigo y
lo registra:
La mirada del enemigo
sólo sabrás reconocerla en el campo de batalla si eres campesino. En la ciudad todos
somos inocentes.
Hay mesura de épica y conciencia de registro
histórico. No es para menos, estamos hablando de un escritor pulido (¿o curtido?),
la trayectoria editorial de Márquez le ha afinado el ojo al presenciar cientos de
voces del panorama literario venezolano. Digamos que, en el lenguaje de guerra de
fragmentos, hablamos de un autor que conoce el campo que se ha convertido y convertirá
en institución y acervo, es decir sabe a dónde hay que disparar.
Fragmentos de la
batalla se expresa
como un manual para el montuno, el nunca inocente, tiene un mapa indistinto para
el trajeado que circula por el complejo urbanístico abstractor de la civilización
y la barbarie. Es arte de la guerra para tiempos de entropía. Para estos lapsos
en que parece que todo se diluye.
Lo mejor de esta propuesta es que no se queda
en el análisis coyuntural —no perdonen la jerga política, político es el libro más
de lo que imaginamos— sino que propone praxis, poética, praxis adjetivada.
También hay confesión al cometer el crimen
o al desear cometerlo que es lo mismo. Quién esté libre de contradicciones que tire
la primera moral flexible.
Como buen poeta disfruta de la necrofilia.
Es un buen pastor. Un zombie a ratos, un carroñero. Todavía sigue intacto el homenaje
a la descomposición en nuestra literatura.
“Una vez, parado en un callejón me provocó
sacarle el corazón a una niña de un solo mordisco. Otra vez un hígado fresco tentó
mis ganas. A ambas las dejé bailar con sus acompañantes…”.
El inventario de la ciudad no está ausente.
Obvio:
“De vez en cuando como gatos, ratas, gallinas.
Incluso he devorado policías, oficinistas, agentes de la banca, periodistas a montones
y señores que llevaban en el cuello unas corbatas feísimas…”.
“Papeles al desnudo” es el poema épico, el
registro del ahora. Mariano Picón Salas en Formación
y proceso de la literatura venezolana nos confirmaría a la “literatura como
medio más eficaz que la propia historia para conocer la idiosincrasia de un pueblo,
de un país”, Márquez no lo ignora y explora. En el paseo por el tráfico del campo
de batalla observa y registra. Va, pelea, y en la trinchera que encuentra mal parada
se detiene a rastrear. Vuelve, aceita rifles y borra la pátina que aceleradamente
acecha en la humedad de los tugurios que ni en medio de la balacera faltan. Gracias
a Dios. Concluye:
Ustedes han mentido
mucho y adrede, y esto
ya es de conocimiento
público:
están sus papeles
al desnudo.
Especulación: podría tratarse de uno de los
poemas políticos más importante de los últimos diez años, junto a “Baúl de óbitos”
del barinés Leonardo Ruiz Tirado.
“Fuga sobre Palestina” nos convida a ver juntos
dos nombres: Palestina-Venezuela, ambos arquetipos del mundo, modelos, símbolos
de la resistencia ante el enemigo.
La fuga es lo más rápido, la superposición
de imágenes-sonidos-notas. Léanlo escuchando Yngwie Malmsteen interpretando Flight
of the bumblebee. La comparación diacrónica cabe en estos resquicios sonoros.
El tiempo es también geografía. La música es imagen y viceversa, la poesía y la
música son lo mismo. Siglos y siglos de argumentación oriental/occidental lo comprueban.
Tercer movimiento
Trópico relativo es la mirada fotográfica,
la fotografía que el poeta visita, investiga y aprehende ¿Acaso no es el poeta,
como bien me comentaría William Osuna “un editor de imágenes…”?
Es también la metáfora de la imagen para mostrar
un país que ya no es imagen sino imágenes [y que quede claro, en plural].
“Pero definitivamente Venezuela dejó atrás
la foto fija…”.
Cuarto movimiento
“Las manzanas de Chile” vienen a retomar al
2do movimiento.
Si Fragmentos
para la batalla fuese una canción bien podría caber en un cancionero latinoamericano.
“Las manzanas de Chile” lo jala de nuevo a un subconjunto de lo NuestroAmericano.
Si se le preguntara al autor de dónde es respondería, además del territorio de la
poesía: venezolano, palestino y chileno. De un subconjunto del continente. O del
mundo. O de todos. Déjeme explicarle:
“Ay Chile. Mucho daño, mucho hierro”.
Quinto movimiento
“Bajo el signo de cáncer” es un guiño a la
estupidez de algunas celebraciones ¿A qué geografía corresponde la enumeración siguiente?
“Acordeones rusos reventarían el aire con
imágenes urgentes y presagios con ginebra, topacios, esmeraldas, naipes de todos
los colores…”.
No importa demasiado, después de todo:
Un escarabajo, por
ejemplo, volcado sobre sí mismo,
pudiera ser
el agua o la resurrección
del Santísimo Sacramento.
Caparazones, cuencas,
concavidades,
lo difícil, dice
el hombre del fuego, es morir con un arcángel en la tráquea…
¿Y si el arte de la guerra es el arte de evitar
la confrontación, como diría Sun Tzu? Enumeremos también los afectos y los efectos
personales. Todo eso carga en el bolsillo el combatiente de esta guerra, de estos
fragmentos.
Sexto movimiento
“La venganza de las cosas” es la poética del
taxista. ¿No es acaso el médium entre la ciudad y los transeúntes? Vuelven las enumeraciones.
Este es el poema completo, para marcar la diferencia con los episodios fragmentarios
del resto:
Un taxi es un peligro
público, especialmente
cuando está enamorado:
encuentra signos
zodiacales en la
ropa de los pasajeros,
presagios en las
placas de otros carros, pasa
por las esquinas
como un tango fugaz
en Buenos Aires.
Nada se puede hacer
cuando no cobran
su trabajo y ríen
como idiotas
detrás de los edificios.
Ríen y escuchan la radio.
Ellos, por definición
y por su oficio,
deberían ser escépticos
y tacaños:
dedicarse a lo suyo
con el rigor
de un cura novato
o un sargento satisfecho.
Inmunes a la belleza
y al deseo, uno espera
que los taxis no
sufran ni lleven consigo la vida,
la que transforma
el aceite en bálsamo,
cambia gasolina por
metáforas,
hace fiestas por
cualquier motivo.
Yo fui taxista: por
eso sé de lo que hablo.
Mi carro, una noble
lata a la que cuidé mucho,
un día se puso a
pensar en sí mismo
y me llevó al desastre.
Sé que los objetos
están vivos:
He visto piedra de
cristal de roca levitar
al lado mío como
un levísimo suspiro,
de continuo hablo
con los ceniceros
y aquel sacapuntas,
para no ir más lejos,
me contó que se llamaba
Miguel.
Pero los taxis son
otro asunto:
Deberían ser implacables,
tener un corazón
de oro, ojos vacíos.
No tener puntos de
vista, ilusiones,
ni preguntas.
Eran otros tiempos…
Hoy, hasta los taxis
buscan pareja
y se atropellan unos
contra otros
cuando la rabia es
así
y las tigras están
en celo.
Lo peor es que ya
no sabemos qué hacer
con una realidad
tan susceptible,
con este hervidero
de opiniones.
Un poema enigmático
lleva por título:
«La venganza de las
cosas». Otro,
escrito con rencor,
dice en un verso:
«Aquí lo que hace
falta son bozales».
Lo cierto es que
hay algo indefinible
animando cada átomo
del universo
y nadie piensa en
abdicar, enmudecer
o detenerse.
En este taxi hasta
la muerte fuma
y luce collares espléndidos
cuando recorre la
noche con el cabello suelto.
Por eso, a estas
alturas, lo único que sé,
mientras pasan las
avenidas, los ríos de gente,
los cines, los semáforos,
es que vivir
es tan intenso y
tan riesgoso
como la existencia
que lleva un taxi enamorado
por el laberinto
apasionante de Caracas.
“Homenaje mínimo” se explica solo. Justo nombre.
Justos versos. Rescatemos uno: “Las ramas del prodigio”; un solo reproche: Miguel:
¿No son todos los animales totémicos per se?
Octavo movimiento
“Todo está bien” es el poeta transfigurado
en Jesús Enrique Guédez. Locura audiovisual. Hay curiosidad escrutadora. ¿Qué Eliot
nombra el poeta en el epígrafe al estadounidense o al pretendido británico que nos
describiría J.M Coetzee en Qué es un clásico?
Sería una curiosidad epistémica averiguarlo. La poesía es una red vasta de significados,
de signos dispuestos a modificarse con el encuentro de sus hilos. Importa el lugar
desde donde se nombra y nombramos.
Este es el relato (“Todo está bien”):
Y todo esto suena
muy enérgico y serio,
pero ahora que he
luchado con ello, ya no lo es.
Me siento feliz…
profundamente. Todo está bien.
Katherine Mansfield
Todo irá bien y toda
suerte de cosa irá bien
cuando las lenguas
de llama se enlacen
en el nudo postrero
de fuego
y el fuego y la rosa
sean uno
T. S. Eliot
Esa
mañana estábamos en el auditórium, más animados algunos que de costumbre, otros
idénticos en el mutismo arisco de sus ecuaciones. Maritza comentaba que la gelatina
de la luz le impedía escuchar la voz del doctor al pasar la lista. Para mí, a esta
hora, los bombillos parecían árboles y sentí que la brisa debería ser una cuestión
de aprendizaje. Asentí levantando el brazo cuando pronunciaron mi nombre. Estaba
seguro de no haberme equivocado. Continuó la rutina sin muchas interrupciones hasta
que Hans se puso a maldecir. Hija de puta decía y se miraba las manos. Tuvieron
que anestesiarlo con rudeza, a pesar suyo, y fue entregándose a un subsuelo profundo.
Vi que salía sangre de su boca extenuada,
y su cuerpo vencido entre los brazos de los enfermeros pasó ante nosotros como una
melodía. Luego salimos a desayunar. A comer con lentitud porque el día casi siempre
es peligroso.
Uno abre los ojos sin saber cómo desprenderse
la tierra y las voces que uno trae de quién sabe dónde y se encuentra aquí como
en un cine continuado, pero con otra escenografía y diferentes autores. Por eso
creo en la lista y en el desprendimiento de los helechos cuando no me equivoco.
A Maritza no le importa en realidad que la llamen de una u otra manera: ella siempre
levanta el brazo al escuchar un nombre. Habla con frecuencia de una nube donde duermen
seres fantásticos y cuando los escucha mira al cielo con una fe conmovedora. A veces
nos da risa su actitud, pero una vez a Carlos le dio rabia y le pegó durísimo. Ella,
desde esa ocasión, dice que lo ama y él se la pasa arrecho cuando le llevan el chisme.
Carlos mató a alguien, parece que con razón.
Él jamás habla de esto, ni de sus hijos. Pasa la mayor parte de las horas callado
con un rumor en la espalada. Toma las medicinas sin saludar. Yo quisiera decirle
que le convienen las palabras esdrújulas para espantar los relámpagos. Pero no quiero
que él no me quiera y me pegue. Aunque a veces me viene a la mente un golpe sobre
su abdomen para que nadie hable.
A Hans lo conocí antes de morir. Se la pasaba
abstraído. Trabajaba con disciplina, pero olvidó que el hígado es un órgano vulnerable
a las
alucinaciones. Incluso le escribí un obituario
prematuro y bellísimo que cada vez que se lo recito me escupe. Yo vine a dar aquí
por pura coincidencia dice mi madre. Ella le cuenta a los doctores, que bueno, que
sí, que desde que le dio el asma se puso a hablar de la Virgen. Su padre lo castigó
cuando le mordió la espalda apenas entradito en cuarto grado y yo sufría porque
él era el mayor. Después, continuaba, comenzaron las ronchas, los sarampiones ficticios.
Se ponía mis coloretes después de la medianoche y asustaba a las hermanas… Y ella
hablaba tan tranquila con ellos como si nada. Me trae caramelos los miércoles y
todos me los roban. Estoy seguro que coquetea con los médicos, con los enfermeros.
Cuánto detesto su vestidito morado.
En este sitio uno no hace mucho, pero debe
cuidarse de los muertos. Los vivos siempre son más dóciles. Los bombillos en cambio
son malignos y mortifican sobre todo a las tres o cuatro de la madrugada. Es cuando
me hago el loco y pienso en las coliflores que brotan de mis fosas nasales. Una
tras otra. Aquí estoy bien me digo para tranquilizarme.
Casi nunca salgo al patio. Me quedo con la
Virgen en el cuarto y ella me cuenta todo lo que se le ocurre. A ella tampoco le
gustan la luz ni las gentes. Hablamos largo, larguísimo, y pocas veces la entiendo;
sin embargo, sé que me quiere hasta la ira que siento cuando me encuentro solo.
Los enfermeros no saben de estas cosas ni de los caracoles en el techo. Son ignorantes,
ni siquiera escuchan rodar la sangre bella de los pájaros cuando la mañana está
rara.
Yo sé que estoy aquí por pura casualidad y
por eso escribo este diario. Hoy viernes, sin que me escuche nadie. Hoy viernes,
cuando me bañan y me da frío y los odio. Tal vez por eso no entienden mi letra y
me castigan porque mi diario les repugna. Por venganza hieren mis dedos para que
deje de untar mierda en las paredes del cuarto. Luego viene la aguja y ese líquido
que entra a mi casa como una bala ciega en el corazón de los astros. Mañana será
otro día, me digo. Todo está bien, todo irá bien, seguro.
Noveno movimiento
Desde estos nueve movimientos vemos un poemario
compuesto de tres partes que respeta la fórmula aristotélica o la divina. Esperemos
que sea la segunda, de una nueva divinidad compuesta por los cuerpos sufrientes,
como diría Fanon, este cuerpo de batalla, esta brújula-diario-aforístico del fragmento
tiene un pórtico narrativo, un ónfalos poético y una cola que vuelve a la narrativa.
Termina como empieza para consolidar el corpus.
Después de todo, la poesía, más allá de sus
formas, composición y pretendido ardid de interpretación nos elude, en palabras
de Miguel Márquez: como agua “y ese líquido que entra a mi casa como una bala ciega
en el corazón de los astros…”.
Apunta Márquez, finalizando las páginas de
la batalla:
mañana será otro
día, me digo…
Estos fragmentos se recogen entre todos. Por
favor no se hagan los locos. Encaren la batalla. Mañana será otro día.
Ojalá Miguel, ojalá.
Página ilustrada com obras de
Benito
Mieses (Venezuela, 1958), artista convidado desta edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 110 | Abril de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
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