terça-feira, 18 de novembro de 2014

El ángel plácido de Manuel Mora Serrano: una valoración de lo popular dominicano | Roberto Fernández Valledor

Manuel Mora Serrano

Lo popular es quizás la máxima expresión de lo nacional.
Cuando ha habido una consideración peyorativa de lo popular 
[…] hay una ponderación inexacta de los valores nacionales.

Bruno Rosario Candelier

Los pueblos poseen un inmenso y valioso caudal de sabiduría en sus refranes, sus dichos, sus bailes, sus leyendas, sus mitos… Profundizar en ellos significa penetrar en su tradición y en su peculiar idiosincrasia. Tiempo atrás se había desdeñado este antiquísimo legado cultural, bajo un solapado prurito clasicista o clasista, alegando su primitivismo. En el fondo significaba que la denominada “alta cultura” era la que realmente se justipreciaba dentro de la identidad nacional, ya que lo demás se juzgaba como del “vil populacho”. Afortunadamente en nuestro tiempo se ha revalorizado esta cultura popular, a pesar de que aún ciertos “intelectuales” persisten en ignorarla.
Las leyendas nacionales y regionales son realidades vivientes en el pueblo que las preservan y las consideran un elemento muy valioso de su acervo cultural. Por esta razón, para la gente no son meras narraciones de infinidad de historias o sucesos, sino ciertas verdades con las cuales se vive y se convive. Este hecho lo ilustra el destacado intelectual dominicano Manuel Mora Serrano cuando advierte que el pueblo no sólo conserva determinados relatos, sino que cree en ellos “a pie juntillas”: “En nuestras investigaciones por todo el país comprobamos que el mito de Las Indias de los Charcos existe aún. Hay personas que sostienen ‘haber visto indios’, otros dicen que ‘viven indios en una cueva que hay en ese charco, no ve que no tiene fin’ y esta leyenda la he escuchado en todas partes, en llanos y montañas.” [01]
Estas relaciones orales están vinculadas con el pasado y tienen la función de reforzar y enriquecer la tradición nacional. El estudio de nuestras leyendas, mitos, tradiciones… es cada día más indispensable para el conocimiento de nuestra particular forma de pensar y nuestra conciencia colectiva, de manera muy particular por los cambios acelerados de la sociedad contemporánea. Ante las transformaciones vertiginosas de los pueblos, resulta imperioso rescatar y profundizar estas narraciones y creencias, cuya larga permanencia en la tradición e ideas populares tienen un significado muy importante para penetrar y comprender el alma de los mismos. La perennidad de dichas creencias motivó el que Mora Serrano cuestionara: “Cabe entonces preguntar: ¿por qué se han mantenido con tanta fuerza y tan vivas las leyendas nuestras? si se dice que nuestro pueblo es olvidadizo. ¿O acaso prueba la persistencia de estas leyendas, que la ‘mala memoria’ dominicana, no es tan mala?” [02]
Manuel Mora Serrano es un poeta y escritor dominicano que ha consagrado gran parte de su vida a rescatar y estudiar las leyendas y los mitos de su país. Ha indagado sobre ello en bibliotecas, ha entrevistado a prominentes intelectuales y, sobre todo, ha conversado con el pueblo sencillo, tanto de la República Dominicana como de Haití, donde todavía se mantienen vivas dichas creencias y narraciones. Parte de su trabajo está contenido en una conferencia que dictara en septiembre de 1973 en la Universidad Católica Madre y Maestra. Dos años más tarde se publicará en la revista de dicha universidad. Sin embargo, lo más asombroso para mí es que ese mundo legendario que explicara en el mencionado trabajo cobra vida en su novela Goeíza, publicada en el año 1980 y galardonada con el Premio Siboney 1979. En ella asistimos al fabuloso mundo de las ciguapas, conocemos a las hermosas Indias de los Charcos y sus costumbres, descubrimos a los bienbienes… En fin, el discurso académico se transforma en una creación artística para deleite e ilustración de los lectores.
Juan BustillosSupe de esta valiosa novela, gracias a la obra de Bruno Rosario Candelier, Tendencias de la novela dominicana. [03] Por sus valores literarios y culturales, la estudiamos en el curso graduado sobre la novela antillana en el Recinto Universitario de Mayagüez. Posteriormente presenté la ponencia “Goeíza: un texto de arqueología aborigen en la narrativa dominicana” en el Encuentro Hispánico Internacional celebrado en la Universidad de Puerto Rico en Arecibo, que apareció en las Actas del Congreso. [04]
En abril de 2009, tuve el privilegio de conocer a Mora Serrano en el Ateneo de Puerto Rico durante unas jornadas sobre el prócer puertorriqueño Alejandro Tapia y Rivera. Me confesó que siguió el consejo de Juan José Arrom de proseguir investigando sobre estas inestimables leyendas; de hecho esta nueva novela está dedicada, entre otras personas, a la memoria de este distinguido intelectual cubano. Como consecuencia, ese año aparece la versión definitiva de su Goeíza con el poético y acertado título El Ángel Plácido. Dicha versión es más abarcadora y explícita, ya que de las treinta relaciones de la primera, la nueva comprende cuarenta y dos. A modo de ejemplo, la vida y muerte del Maestro Rymer que en la primera edición aparece en la octava relación, en la nueva abarca las octava y novena. Se amplía el encuentro y vínculo de Verania y Diómedes, la amistad de Tronilo y Plinio, los amores prohibidos de la ciguapa Aurelia y Plinio, así como la intimidad entre Tronilo y Rogaciones, la bella india de los charcos. Esto le ha permitido al autor abundar más en determinadas leyendas y esclarecer mejor ciertos episodios del relato. La lectura fluye mucho mejor y quedan más definidos los personajes centrales; en particular, el de algunos caracteres femeninos, como los de Malotea y Necemia. Especialmente en la escena en que ambas van a cobrar venganza por la muerte de Néstor, para mí uno de los momentos más dramáticos y logrados de la narración. Ante la indecisión de la madre, conmovida por las súplicas de los padres del asesino, de prenderle fuego a la casa y a la familia de éstos, la novia la increpa exigiéndole la venganza:

Juro que contigo beberé la sangre del asesino de Néstor y junto a ti comeré su corazón venenoso y junto contigo arrasaré de la tierra la raza que produjo a Ulises Encarnación.
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …
Tú dijiste que teníamos que vengar a Néstor. ¡No te amilanes! Ha llegado la hora de los cuchillos largos. Ha llegado la hora. ¡Hazlo conmigo, madre! ¡Sigan mi ejemplo mamá Malotea y pueblo de Las Galeras!.

Toda la familia, menos el asesino, perece en el fuego. Ellas alcanzan las dimensiones heroicas de algunas mujeres de la épica griega.
Considero muy acertado el cambio de título. En la primera edición se utilizó un vocablo aborigen que significa el nombre dado al espíritu de una persona mientras está viva, según explica el personaje Venerando: “[…] se refiere al espíritu. Al alma de los vivos según nuestros antepasados taínos.” [05] Sin embargo, en la aldea de Las Galeras se ha elegido este nombre para designar la búsqueda de la verdad. Dice el maestro Venerando: “En otras palabras, creamos la goeíza como una aventura maravillosa que servirá para despejar los misterios que esconden las tradiciones y creencias de nuestro pueblo”. No se debe perder de vista el simbolismo que el autor le da a esto, ya que al insistir en la búsqueda de la verdad, se propugna que con ello se alcanza la libertad. Por esta razón vemos que en la narración se combate a la ignorancia. [06] La acción novelesca gira en torno a la Goeíza de Néstor Aldebarán. Este personaje, tanto en vida como después de muerto, es quien sirve de cohesión a los diferentes episodios. En la versión final se alude a él como el Ángel Plácido. La ejemplaridad de su vida y su manera de ser son comparables a las de una criatura angélica con un carácter apacible, lo cual describe muy bien a la figura que sirve como hilo conductor a la trama. El nuevo título enfatiza, por consiguiente, al personaje, no a la acción que se va a realizar en su honor, como en la primera edición. Además, según he indicado, este título posee una mayor carga poética.
El ritual de Néstor Aldebarán al llegar a la hombría, o sea a usar “los calzones largos” nos recuerda la unción del joven David por el profeta Samuel para designarlo elegido de Dios. Néstor es el elegido por los sabios y el pueblo para guiar a Las Galeras en la misión educadora emprendida por el Maestro Simón Rymer, pero los celos y la envidia de Ulises Encarnación tronchan este designio, al asesinarlo. Se plantea, por consiguiente, la lucha entre la luz y las tinieblas, de la verdad y la libertad contra la ignorancia y la tiranía. La preparación de su cadáver para el entierro, remeda el ritual que se siguió con Patroclo. De hecho, el Maestro Rymer confiesa que lo amaba como Aquiles a Patroclo. Lo clásico y lo bíblico, por consiguiente, se funden en el maravilloso mundo novelesco. [07]
Simón Rymer llegó a Las Galeras desterrado por orden del tirano Macabón Anderson, lacayo del General Lilís. En esta pequeña aldea, los habitantes vivían primitivamente, pero mediante la educación, Rymer reforma radicalmente al pueblo. Como explica Venerando: “El único crimen insoportable para un habitante de este pueblo y de sus lugares aledaños es el de la ignorancia”. Y como Rymer era un utópico, los habitantes se transformaron en un pueblo de la Grecia heroica. Tenían nombres griegos, leían a los clásicos y celebraban veladas culturales en determinadas fechas. Y cuando desapareció Rymer, Venerado continuó “[…] la utopía clasicista del Maestro […]”. Asimismo, toda la historia novelesca está estructurada según la epopeya tradicional.
Alguno podría pensar que esta ambientación clásica de la novela carece de sentido en un relato cuya finalidad es presentar las tradiciones dominicanas. Desde mi punto de vista, esto tiene su razón de ser. Considero que Mora Serrano, por un lado, ha presentado artísticamente con ello su concepción sobre el género novela y la función social del novelista, en vez de utilizar conceptos de la preceptiva. Entrevistado por Rosario Candelier, explica: “Para mí, la novela […] ha sustituido a la epopeya tradicional. El lugar de la épica lo ha ocupado la novela […] En cierto modo, la gran novela universal tiende al calco épico […] la novela debe ocupar el vacío producido por la ausencia de poetas épicos; cada novelista debe actuar en función de poetas y estructurar sus símbolos y sus materiales con estas premisas.” [08]
Por otro lado, no perdamos de vista que la epopeya implica la emulación de los héroes y tiende a lo didáctico. Al ser la vida del pueblo Las Galeras una incitación a la heroicidad de los ancestros y a la incesante búsqueda de la verdad, el novelista está indicándole el derrotero que debe seguir el pueblo dominicano, o bien cualquier otro pueblo: la imperiosa necesidad de educarse y el esfuerzo que debe realizar cada cual por su país. Hecho que confirma Simón Rymer cuando expone: “[…] los pueblos necesitan epopeyas”. En la investidura de su hombría, el padre le dice a Néstor: “Como hombre, debes hacer cosas que te honren y nos honren”. A lo cual le responde el hijo: “[…] llevaré estas ropas, símbolo de dignidad y decoro humanos, como un varón con aspiraciones de fundar una estirpe de héroes’. De aquí la recreación de ese mundo griego que se describe. Esta idea la podemos corroborar con las palabras del Maestro Venerando: “Hemos seguido fieles a la epopeya clásica […]”. De esta forma el novelista traza las pautas del género y, a la vez, expone el objetivo de su obra en forma estética.
Pero si maravilloso resulta presenciar el mundo clásico en Las Galeras, más maravilloso aún es el fantástico mundo que se recrea con la goeíza que realizan Diómedes y Plinio, la cual revelan ancestrales tradiciones que se conservan tanto en la República Dominicana como en Haití, ya que, según explica Mora Serrano: “En la literatura haitiana hay constancia de que muchas de nuestras leyendas viven también allí y eso prueba la antigüedad de las mismas […]” [09] A nuestro autor le interesa dar a conocer lo que distingue a su patria. En sus palabras: “Primero como siempre, me ha importado lo nuestro, tratar de expresarlo […] Creo que se conoce poco de nuestro pueblo, de este país singular, el único mulato del mundo […]” [10]
Debido a esta realidad, Venerando expone la necesidad de trascender el mundo que han vivido hasta ahora para conocer y poder identificarse mejor con la cultura propia o su identidad colectiva: “Ustedes se han criado como discípulos del Renacimiento según la religión de Simón Rymer; educación buena y elegante, pero incompleta. Falta el misterio para completar sus conocimientos. Para que complementen la otra parte del ser de ustedes, es importante que conozcan ahora un poco de la grandeza de los negros (269). Por consiguiente, el mundo clásico que ellos habían conocido a través del contacto con los europeos desde el siglo XV, se deberá coronar ahora con el mundo de los aborígenes y de los africanos con los cuales se conjuga la dominicanidad. A fin de cuentas, la característica fundamental tanto de la República Dominicana como del Caribe y América es el mestizaje racial y cultural. Lo que Mora Serrano denominó: “nuestro pueblo mulato”. Según se puede apreciar, el novelista formula así una afirmación ontológica.
A pesar de todo el andamiaje clásico, esta novela es esencialmente dominicana. El lenguaje es el de la República, incluso en algunos casos se torna regionalista. Aparecen sus refranes y dichos, sus ensalmos y resguardos, sus creencias y costumbres, sus platos típicos, sus bailes… Esta parcela griega es esencialmente dominicana y si alguno tuviese duda de ello, se mencionan a figuras y hechos históricos del país. Todo esto lo podemos apreciar a través de la acción novelesca.
Al principio, la narración señala diferentes leyendas y mitos que se conservan en la tradición pueblerina y que podrían servir para una goeíza, para esa incesante búsqueda de la verdad. Entre éstos: el de las grandes culebras que cuando bajan a beber, dejan en la playa unas piedras preciosas que guardan bajo la lengua. El de las Indias de los Charcos, mujeres aborígenes muy hermosas que salen desnudas las noches de luna llena a peinar su larga cabellera con peines de oro macizo. La leyenda de la flor del bambú que es de oro puro y sólo el Viernes Santo a la medianoche se puede apreciar, pero hay que llevar un resguardo contra el demonio. El carbón mágico que está en las raíces de los cardosantos. El carbón que guarda en su nido el carrao sabanero que es una piedra preciosa. Las ciguapas con sus pies invertidos y sus jupidos. El tesoro del pirata Cofresí… Indagar sobre todo esto significará, pues, abundar en la esencialidad del dominicano.
Juan BustillosNuestro autor expone la base de estas creencias: “El pueblo no crea por diversión, crea por ignorancia quizás, para explicar fenómenos que no pueden comprender, como el niño; pero siempre con un alto sentido de la belleza o de la filosofía, y sus seres arrancan de algo posible, tienen una base real.” [11] Esa necesidad de exclarecer lo ignoto, permitió que los clásicos idearan su mitología; a fin de cuentas, era una forma de interpretar su entorno y comprender sus circunstancias vitales, con lo cual nace su literatura. De esto se hace eco Simón Rymer: “[…] las profecías, los mitos y las leyendas en las cuales fundamentan los pueblos sus más grandes esperanzas, no es más que testimonios de la perennidad del poema”. Porque todos estos relatos son auténticos poemas, auténtica literatura que se conserva intacta en el alma pueblerina.
Entre todas estas leyendas que el pueblo atesora y cree en su existencia, la novela recrea: la de la flor del bambú; las hazañas de Mayobanex, la de la india Catalina que tiraba flechas, la de la bella Onaney, esposa del cacique Manocatex; el fascinante mundo de las ciguapas que cantaban en lengua taína leyendas y areytos; las bellas Indias de los Charcos y su sociedad matriarcal y el tenebroso mundo de los dundunes. De todas estas relaciones, la más popular y extensa es la de las ciguapas. De hecho, el escritor confirma este dato: “Realmente me asombra la cantidad de referencias escritas y orales que tengo de las ciguapas […]” [12]
Acertadamente el autor ubicó su novela en una pequeña aldea de pescadores, alejada de los grandes centros urbanos, porque al ser una comunidad pequeña ha conservado mejor la tradición y las creencias. Según explica el Maestro Rymer: “Este aislamiento preservó algunas de nuestras costumbres típicas, tanto indígenas como africanas […]”. No olvidemos que nuestro autor es oriundo de una comunidad del interior de la República. Resulta sorprendente el espíritu de solidaridad que prevalece entre los habitantes de Las Galeras, quienes viven como si todos fueran familia en un ambiente de auténtica democracia, lo cual es una forma de mostrarle al lector que la hospitalidad y hermandad características del pueblo dominicano aún se conservan en los pueblos pequeños. Asimismo, la importancia de la democracia en la vida de los pueblos.
Mora Serrano, al rescatar estas relaciones, ha contribuido o fomentado una valorización de la dominicanidad, porque ha ido al pueblo llano donde se conservan vivas dichas leyendas. No son meros relatos que permanecen hieráticos en las bibliotecas, sino que permean la conciencia colectiva del país. Los mismos tienen una razón de ser, se originaron por algún hecho histórico y la imaginación popular los adaptó a sus circunstancias existenciales. [13] Ellos responden a esa particular visión del mundo que sustenta el pueblo.
Estas leyendas encierran una sabiduría popular que no podemos soslayar. Estúdiese con atención cada una de ellas y se percibirá que plantean los eternos temas del amor, la amistad, el odio, la ignorancia, la solidaridad… resueltos con increíble sentido de justicia. No en balde, el misterioso Aparicio el Desandador puede decir: “Yo disfruto más a los analfabetas viejos que a los jóvenes letrados. Los viejos sin letras me han enseñado más de la vida y sus misterios que muchos charlatanes que sólo saben repetir las peores cosas de malos libros”. Y prosigue en su defensa de los iletrados que tienen la sabiduría que les ha dado la vida: “Cuando habla ese que uno cree ignorante, si es humilde y sincero, de su boca salen experiencias y una experiencia verdadera es como un traje que le sirve a todo el mundo. Cuando un parejero la abre sólo brotan disparates, como si salieran retazos locos con los que nadie se puede hacer una remuda decente”.
Un adagio popular afirma que “La vida es el mejor maestro del individuo” y de ello se infiere que quien ha vivido mucho, mucho sabe. El Maestro Simón Rymer así les había enseñado a los habitantes de Las Galeras. Esa sabiduría de vida es semejante a la que se conserva en los libros. Por eso Venerando concluye:

El venerable Simón Rymer decía que lo único que importaba era la profundidad. Nada que fuera superficial podía ser hermoso. Escuchen de ahora en adelante a las gentes que no saben de letras con mayor respeto. El Maestro decía que cuando se moría un anciano analfabeta parecía que se quemaba una biblioteca. Lo pueden jurar. Es verdad”.

Nuestro autor se lamenta de que algunos compatriotas suyos con escolaridad desdeñen la ancestral sabiduría del pueblo. En sus palabras: “[…] me aterra al ver la indiferencia con que los llamados ‘intelectuales dominicanos’ ven estos cuentos, estas sagas campesinas.” [14]
Tras el ajusticiamiento de Ulises Encarnación por haberle dado muerte a Néstor Aldebarán, toda la aldea se transforma en ciguapos y ciguapas. De una sociedad griega se llega al primitivismo, el presente se transforma en un pasado. Es como volver a la semilla o a los orígenes. Diómedes explica la finalidad de esta situación, ya que con ella se busca “[…] recuperar nuestras viejas tradiciones y creencias”. Constituye este gesto una vuelta a las raíces patrias de los dominicanos. Prosigue: “Ahora cuando decido irme a las montañas a vivir la vida auténtica te voy a decir un secreto [a Venerando]. Maldigo a Simón Rymer y a su loca utopía del sueño de una sociedad perfecta. Me voy hacia la pureza verdadera. Ahora amo lo deforme”.
Este gesto simbólico es un llamado del novelista al pueblo para que sepa aquilatar y no reniegue de sus raíces ante la utópica idea de que el bienestar de los pueblos es producto de los adelantos tecnológicos y económicos, de que éstos traen la felicidad colectiva. El autor está afirmando que sólo en la medida en que los pueblos sean fieles a su conciencia de ser, se puede alcanzar el sosiego existencial. Resulta un llamado a la autenticidad y tiene una fuerte carga existencialista. Este hecho se lo explica Venerando a Domitila, la reina de las ciguapas: “Todo ha concluido. La epopeya ha muerto. Se inicia el idilio arcaico. Irán desde la decadencia del clasicismo al epinicio de las leyendas. Al fin y al cabo lo legendario alimenta y nutre lo clásico, siendo el universo circular, se cierra el anillo y empieza un nuevo ciclo”. Por esta razón, la novela concluye con las palabras de este personaje a la ciguapa: “Ni tú ni los demás seres de la imaginación popular pueden morir”. Esta misma idea le sirvió al novelista para concluir su ponencia universitaria:

Respetemos éstas y las otras leyendas, como son lo que son, parte del pueblo, fruto del auténtico pueblo dominicano; amemos a ese pueblo llano, simple; no nos burlemos de sus creencias, aprovechemos sus sagas, sus consejas, sus cuentos, sus leyendas, porque está demostrado que el único creador auténtico es el pueblo. Respetemos ese pueblo llevando al arte culto sus leyendas. [15]

Y eso mismo ha hecho él como novelista, ha logrado desentrañar mitos y leyendas ancestrales de su país, con lo cual pretende revitalizar las esencias patrias. La oralidad de costumbres y la mitología taína, así como las creencias de los negros africanos, se conjuga con la cultura hispánica, decantando de esta forma la identidad nacional. Esta obra es un canto a la dominicanidad y una exaltación del ser nacional. A su vez, ha demostrado la importancia que tiene, tanto para la cultura como para el quehacer artístico, el rescatar y estudiar estos relatos. ¡Ojalá que se logren conservar éstas y otras relaciones que el pueblo ha conservado durante siglos! No sea que la modernidad, en una falsa valoración de la novedad y la tecnología, olvide la trascendencia de estos mitos y leyendas.
[seguido de]
El Cofresí de Roberto Fernández Valledor y mi Cofresí en Samaná | Manuel Mora Serrano | Ensayo
Aunque del pirata boricua Roberto Cofresí Ramírez de Arellano (1791-1925), se han escrito muchos libros históricos y novelados, el trabajo realizado por el profesor Roberto Fernández Valledor (1929, Las Tunas, Cuba; en Puerto Rico desde 1961, casado con boricua y residente en la ciudad de Moca), en dos volúmenes, uno sumamente abarcador con el título de El mito de Cofresí en la narrativa antillana (Editorial Universitaria, Universidad de Puerto Rico, 1978) y el otro reducido a una encuesta en la isla, El pirata Cofresí mitificado por la tradicòn oral puertorriqueña (reducido sencillamente El pirata Cofresí, editorial Casa Paoli, Ponce, Puerto Rico, 2006), me parece fundamental para conocer a este personaje que alcanza la estatura de la magia.
Fernández Valledor ha vuelto a los orígenes de la palabra historia (encuesta) en El pirata Cofresí, completando magistralmente su investigación de 32 años atrás.
Naturalmente nos vamos a referir al segundo de los libros, no sólo porque nos cita (P. 114 in fine, nota 38 y en la bibliografía nuestra novela Goeíza, sino también a otros escritores nuestros como el poeta José Bretón y el novelista Julio González Herrera, lo que indica cuan prolija y profunda ha sido su encuesta, que no se limita a lo oral.
Se trata de un estudio valioso, bien traído, sobre lo que personas entradas en años, de diferentes lugares de la isla, mejor dicho, de los cuatro puntos cardinales, le refirieron sobre las leyendas que permanecen en la memoria popular.
Juan BustillosMi aporte a su encuesta sobre la oralidad es mínima, pero coincide a veces con por lo menos una de las boricuas.
En Puerto Plata existe la famosa playa de Cofresí donde hay un restaurante y un hotel. Se decía que allí había enterrado ‘su tesoro’. Porque, aunque en República Dominicana no se hable en plural, en cada sitio donde se piensa o existe una tradición de que él enterrara algún cofre o baúl, se dice ‘el tesoro’ y no uno de los tesoros.
Sin embargo, la persona que nos me habló de un Cofresí contemporáneo, vivo y haciendo fechorías a fines del siglo pasado, fue un señor llamada Salvador Ortega de San Francisco de Macorís. Tarzán, como le llamaban por su afición de andar por los montes, a veces cn grupos de Boys Scouts, conoció, según me dijo, a una señora llamada Peixineta, una vieja de las riberas del mar en Samaná que le contaba que ella conoció a Cofresí, y que Petitón, su marido, había sido un gran amigo suyo, cuya misión era enarbolar una bandera roja si había peligro y blanca si “no había moros en la costa”.
Yo había leído la obra de Alejandro Tapia y Rivera, y la leyenda de Cayetano Coll y Toste, dos clásicos tradicionales, y había quedado con “hambre cultural” de saber más del mencionado pirata caribeño.
Estos dos libros colman nuestra curiosidad y se lo agradecemos al doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, catedrático retirado del Departamento de Estudios Hispánicos del Recinto Universitario de Mayagüez y Académico de Número de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico, que además ha publicado Del refranero puertorriqueño en el contexto hispánico y antillano (1991), Iidentidad nacional y sociedad en la ensayística cubana y puertorriqueña (1920-1940) 1993, títulos ambiciosos y trabajos consagradores, que nos informan de una persona estudiosa y dedicada, que abarca estudios antillanos en español, tanto de su patria adoptiva como de la natal y la vecina Santo Domingo.
Si en la tradición oral dominicana no hubiera existido esta leyenda de Peixineta, situando el mito a fines del siglo XIX, no hubiera podido cometer el anacronismo impunemente.
Sin embargo, dos de los entrevistados le dan la razón a Salvador. La primera es doña Rosa Hernández de Aguadilla, de 74 años cuando fue entrevistada, que declaró: “Cofresí era un pirata que vivió para fines del siglo pasado y principios de este.” Como veremos lo pintamos vivito y singlando en su barco exactamente a fines del XIX.
El otro fue don Enrique Cardona, de San Germán, de 78, que dijo, luego de hablar del misterio que rodeaba sus tesoros, que: “Cofresí, pues él era brujo. La gente de antes cuenta esto porque cuando lo iban a matar, mejor dicho cuando lo mataron, dicen que resucitó, porque siguió haciendo de las suyas en el mar. Se cuenta que no lo mataron nada, sino que fue un aguaje, porque bregaba con lo malo.”
Perfectamente, los mitos y las leyendas no mueren. Dentro de unos años serán dos siglos y el pirata sigue vivo. Nuestro autor demuestra que lo siguen amando.
Estos dos libros son fundamentales para conocer mejor a nuestro pirata. Como un aporte complementario de El mito de Cofresí en la narrativa antillana, vamos a copiar lo que él cita de nuestra novela Goeíza, que actualmente aparece en las páginas 251 a 253 de El ángel plácido, Editorial Santuario, Santo Domingo, 2009, donde se relatan los pasajes donde aparece el pirata, como lo idearon doña Rosa y don Enrique, a fines del siglo diez y nueve y haciendo de las suyas en la mar:

“Amistad hube con Simón Rymer de memoria venerable y con Néstor el hermano de ustedes y sus familiares y con Roberto Cofresí y su lugarteniente Petitón, que con Pexineta, su esposa, habitó no lejos de aquí.”

Aproveché el primer silencio que hacía en su exposición porque había nombrado a Roberto Cofresí el pirata boricua para indicarle que precisamente por culpa del alfanjillo de bronce, su amigo era cadáver. Entonces aclaró:

“Presente estuve cuando Roberto le entregó ese alfanje fatal. Desconciertan extrañas coincidencias: Fue el premio por la muerte de otro verraco que debió ser un ascendiente del Kimbro; esa joya ha salvado la vida a éste y ha sido instrumento inocente para lo que parece una venganza maestra de la naturaleza.

Frente a estas palabras todos nos acercamos al tronco en el cual el vibrante orador de momentos antes se convertía en un simple mortal evocando su querido compadre muerto.
Nos hizo señas de que nos sentáramos junto a él sobre los miembros dispersos del espléndido roble abatido, continuando su relato:

Alcanzamos la amistad y la confianza de aquel bravo y esquivo boricua por su afición a la comida silvestre. Le fascinaba, como buen bucanero, el puerco cimarrón asado en puya sin sazón alguno y gozaba lo indecible viendo pleitos de monteros contra animales feroces.
Mi compadre Leonardo y yo teníamos fama de ser los mejores monteros en esta más ínsula que península, y como Cofresí era socio de Petitón y éste amigo nuestro, nos invitaron a algunas correrías y en una de ellas le prometimos un pleito de verdad contra un puerco cimarrón.
Las buenas peleas, sea entre gallos o entre hombres, se dan cuando hay uno que sale con el otro; los pleitos disparejos no excitan. Los buenos pleitos con verracos, como ustedes saben, no se hace en todo tiempo ni contra cualquier animal, sólo se dan cuando aparece un buen montero y un verraco con fama y nombradía.
Aunque manteníamos la promesa, esperábamos que se dieran las condiciones precisas y nos divertíamos buceando en los arrecifes fisgando bogavantes que comíamos crudos o apenas cocidos, bien rociados con zumo de limón, cazando jabatos y chivitos y oyendo los cuentos sangrientos de aquel pirata de nombradía legendaria en el Caribe.
 Juan BustillosA sus arribos se corría la voz por las serranías. Cofresí traía mercancías que adquiría en sus travesuras marinas. Venía más como mercader que como pirata. Nos ofrecía lo que necesitábamos: cuchillos y otras armas, principalmente, además de joyas, y en cambio llevaba cacao, café, tabaco, cera, miel, cueros, sal de mina, cecinas y tocinos, mármoles y otras piedras de colores cuyos nombres ignoraba la mayoría, pero no yo, que distinguía la diferencia entre lapizlázuli y turquesas.
Muchas veces lo acompañamos hasta Turquilandia o le preparamos cacerías cuando visitaba a su compadre Petitón. Cuando este ya no podía acompañarlo, Pexineta mantenía la costumbre de avisarle enarbolando una bandera roja si había peligro o una amarilla si no había moros en la costa.
Una vez hizo un viaje de descanso; hoy se diría que se tomó unas vacaciones. Vino a pasar esos días con su compadre en nuestra abrigada bahía secreta, a lo mejor rehuyendo persecuciones.
En esos días se hablaba de las acciones de un verraco fiero y devastador al que llamaban Huracán.
Su fama sólo es comparable a la del Kimbro este. Cofresí oyó de Petitón las hazañas de aquel invicto capitán de manada que sembraba el terror con sus colmillos, asolando cuantos conucos y plantaciones cruzaba. Se decía que tenía dos monteros en su haber, y hasta un toro, contra el cual peleó en las sabanas del Valle.
A Cofresí le fascinó ese verraco. Disfrutaba escuchando sus fechorías. Al fin y al cabo, lo veía como un colega terrestre. Todo cambió cuando Petitón le dijo que Huracán hozaba en la playa.
Por su reacción defensiva, nos dimos cuenta de un cambio en su actitud. Pensamos que a lo mejor pudiera tratarse de sus míticos tesoros. Cambió la admiración por un odio implacable y nos pidió que la cacería que le debíamos fuese contra ese verraco.
Cualquier montero sabe que quien encuentra el rastro es dueño del animal. Mi compadre, que entonces estaba en la alta flor de su edad, tuvo esa suerte que no le envidiaba por nada del mundo. A él le tocó dar el pleito en la playa, cuyo nombre me está vedado revelar por juramento sagrado. Nos ofreció una pelea espectacularmente sangrienta, que nos erizó los pelos y nos heló la sangre.
Cuando lo mató, bajamos a la playa y lo encontramos ileso. Entonces, llenos de admiración, lo aclamamos junto a la bárbara tripulación marinera acostumbrada a ver la muerte cara a cara. Cofresí lo nombró Príncipe de los Monteros del Universo, título que llevó siempre con orgullo. Quien quisiera halagarlo y verlo contento, sólo tenía que llamarlo así. Por eso dejé de decirle compadre y terminé llamándolo sencillamente Príncipe.
Hubo una ceremonia en cubierta para festejar a mi compadre por su triunfo y para celebrarlo dignamente Roberto ordenó desenterrar unos cofres.
Intentamos alejarnos, pero él lo impidió, tanta confianza nos tenía, que permitió que estuviéramos presentes cuando los sacaran. Eso nos honraba.
Trajeron dos arcones de cedro, abrieron uno después de largas libaciones, mientras comíamos la carne de Huracán asada en puya sin sal, de acuerdo a la receta bucanera, después de cortarle las enormes vergüenzas para evitar la peste verraquera, y entonces sacó la joya fatal de un estuche nacarado, diciéndole:
“Te llamaré Príncipe de los Monteros del Universo por este triunfo; te entrego esta prenda preciosa que me dieron a mí cuando luché contra tres matarifes en Turquilandia y me nombraron Príncipe de los Piratas; rindo honores a los cojones del hombre que se arriesga y tú, al luchar contra Huracán y matarlo limpiamente, te la has ganado demostrándome que eres tan o más valiente que yo.
Quédense conmigo esta noche. Ahora abriremos una barrica de ron de Jamaica.
Cuando terminemos de comer la carne del verraco, les mostraré algo que alumbrará eternamente sus recuerdos.”
Y así fue, nos quedamos, celebramos libando el fuerte licor del Caribe y en medio de la oscuridad más grande, cuando la medianoche estaba cerrada en su duelo con las sombras, disfrutamos un espectáculo único en el mundo cuando Roberto ordenó que bajaran los cofres a la playa y los abrió para alumbrarnos con el resplandor que despedían los diamante, los rubíes, las esmeraldas, las perlas y otras piedras preciosas.
 Cofresí no enterró delante de nosotros los baúles, pero es seguro que cerca de donde se libró el combate estén todavía.
 Nos hizo jurar frente a su tripulación, que nunca diríamos a nadie dónde estaba y que jamás caeríamos en la tentación de desenterrarlo.
Estábamos ebrios en verdad y hartos e hipantes del verraco, pero juramos con sinceridad por las cosas más sagradas para cada cual. Ese secreto morirá conmigo. Ahora que sólo quedo yo, me pueden asar vivo y no me sacarán palabra.
Después que Roberto fue pasado por las armas, ningún pirata ha vuelto por estos lares y mucho menos mi compadre y yo volvimos a hablar de esas cosas ni nos pasó por la mente regresar a hoyar, a pesar de lo mucho que nos gustaba bañarnos en aquella playa.”

De modo que si bien existe la novela del puertoplateño residente en Puerto Rico Francisco Carlos Ortea, El tesoro de Cofresí, y las de los autores citados, nada sobre la prisión y la espectacular fuga de Cofresí en la cárcel de Santo Domingo, ni la mención de los que le acompañaron en su acción, ha sido novelada.
Por nuestra parte, contribuimos a mantener viva la leyenda y el mito del intrépido pirata, magnificado por el pueblo y vivo todavía en la memoria y en el cariño de un Caribe tan rico en piratas de alta alcurnia, pero tan pobre en profesionales de este oficio caballeresco de la mar.
Y con ello, al coincidir con dos entrevistados puertorriqueños, nos sentimos tranquilos luego de la osadía de cometer ese pequeño crimen cronológico, que Roberto Fernández Valledor, con su encuesta, ha logrado aligerar y hacerlo insignificante.
Como una curiosidad, agregaré que en Pimentel, mi pueblo natal, vivió por poco tiempo un señor llamado Julio Ramírez, oriundo de Cabo Rojo, que se dijo familiar de Cofresí, casado con doña Wilfrida Álvarez, con quien procreó un hijo de nombre Abigail, me decía con gran convencimiento y mucho orgullo que era familiar de Roberto Cofresí, confirmando mutatis mutandis lo que dice el autor comentado de sus familiares boricuas.
Sin duda alguna, Roberto Fernández Valledor, pese a su gran modestia, es un formidable investigador y un ensayista de altos vuelos. Esos cinco libros lo demuestran, aparte de la amenidad, la claridad expositiva y el rigor académico que son prendas personales de su estilo.

NOTAS
01. Manuel Mora Serrano. “Indias, vien-vienes y ciguapas: Noticias sobre tres tradiciones dominicanas”, Eme-Eme: Estudios Dominicanos (Núm. 19, julio-agosto 1975).
02. Ibid.
03. Este importante libro ha servido para divulgar en el extranjero la narrativa dominicana que tan poca divulgación tiene fuera de la República. Desafortunadamente los consulados dominicanos en Puerto Rico, hasta donde tengo conocimiento, no se preocupan por divulgar la literatura de ese hermano país.
04. Morada de la palabra I (Editorial de la Universidad de Puerto Rico: Río Piedras, 2002).
05. Manuel Mora Serrano. El Ángel Plácido (Editoral Santuario: Santo Domingo, R.D., 2009). En adelante citaré por esta edición en el texto.
06. Constantemente se alude a esta idea. Por ejemplo, Vitelo aconseja: “Para conocer la verdad deben acudir a fuentes confiables; los sucesos cambian de forma de acuerdo con las luces del día y de la noche”.
07. En numerosos pasajes también se alude a la Biblia y en la cita que se hace del libro de Ruth en la vigésima segunda relación, está tomada de la versión Reina-Valera.
08. Bruno Rosario Candelier. Tendencias de la novela dominicana (Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra: Santiago, República Dominicana, 1988).
09. Manuel Mora Serrano. “Indias, vien-vienes y ciguapas…”, op. cit.
10. Bruno Rosario Candelier, op. cit.
11. Manuel Mora Serrano. “Indias, vien-vienes y ciguapas…”, op. cit.
12. Ibid.
13. De hecho, Mora Serrano en su conferencia busca una respuesta a estos mitos y leyendas.
14. Manuel Mora Serrano. “Indias, vien-vienes y ciguapas…”, op. cit.
15. Manuel Mora Serrano. “Indias, vien-vienes y ciguapas…”, op. cit. 
Roberto Fernández Valledor (Cuba, 1939). Crítico de artes y literatura. Reside en Puerto Rico desde 1961. Sus trabajos de investigación y crítica giran en torno a la literatura antillana en castellano: Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Fue director fundador de las revistas Faro El Cuervo de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla. Entre otros libros ha publicado: El mito de Cofresí en la narrativa antillana (1978), Del refranero Puertorriqueño en el contexto hispánico y antillano (1991), Identidad nacional y sociedad en la ensayística cubana y puertorriqueña (1920-1940) (1993) y El Pirata Cofresí, mitificado por la tradición oral puertorriqueña (2006). Contacto:f_valledor@yahoo.comPágina ilustrada con obras del artista Juan Bustillos (Bolivia).

El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânicabajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que  posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins.

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