Introducción
El hecho de que este acontecimiento cultural esté dedicado a Domingo Moreno Jimenes, no nos autoriza a abrumar a los amantes de la poesía que en nuestra isla nos hemos reunido, para volver sobre la biografía del ilustre homenajeado. Bastante tenemos con los libros que han sido publicados en ocasión del evento.
Suponemos y creo que imaginamos bien, que este ha sido un encuentro para hablar del arte de la palabra, para exponer artefactos poéticos, que no otras cosas se supone son los poemas, simples ocasiones para la poesía, según el decir de Jorge Luis Borges (Arte poética, seis conferencias, Editorial Crítica, Barcelona, 2001).
Por eso, antes de entrar en la materia que nos reúne, me gustaría recordar con Paul Valéry (La política del espíritu, en Poesía Pura, Editorial Losada, Buenos Aires, 1945), Borges en la obra citada; René Menard (La experiencia poética, Monte Ávila Editores, Caracas, 1970); y Antonio Fernández Spencer (Caminos del ser dominicano,Cielo Naranja, Santo Domingo-Berlín, 2009), algunas consideraciones que van desde lo universal, a lo particular de nuestro poeta, ciertas particularidades sobre la poesía y el poema.
Valéry, con su rigor extremo, señala:
La poesía absoluta no puede proceder más que por maravillas excepcionales; las obras que anima por entero constituyen, en los tesoros imponderables de una literatura, lo que en ella puede advertirse de más raro e improbable… nuestro arte exige, a quienes lo conciben, tan largas y tan duras sujeciones que absorben toda la alegría natural de ser poeta, para dejarnos tan sólo, al fin, el orgullo de estar insatisfechos. Esta severidad es insoportable para la mayoría de los jóvenes dotados de instinto poético. Nuestros sucesores no han envidiado nuestro tormento; no han adoptado nuestras delicadezas; han tomado a veces por libertades lo que nosotros habíamos ensayado como dificultades nuevas y muy a menudo han destrozado lo que nosotros sólo pretendíamos disecar.
Jorge Luis nos sugiere:
Que un poema haya sido escrito por un gran poeta sólo es importante para los historiadores de la literatura. Supongamos, por seguir el razonamiento, que he escrito un hermoso verso; considerémosle como una hipótesis de trabajo. Una vez que lo he escrito, ese verso no hace que yo sea bueno, pues, como acabo de decir, ese verso lo he recibido del Espíritu Santo, del yo subliminal, o puede que de algún otro escritor.
Porque todo el mundo sabe dónde encontrar la poesía. Y, cuando aparece, uno siente el roce de la poesía, ese especial estremecimiento.
San Agustín dijo: “¿Qué es el tiempo? Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan que es, no lo sé.” Pienso lo mismo de la poesía.
En cuanto a René Menard:
No sabemos aún qué es la poesía. Es necesario tener la modestia de confesarlo, pero también la de no concluir por ello que los hombres no lo sabrán jamás.
La mayor lección de la experiencia poética me parece, por lo tanto, aprender a considerarse libre y solo ante sí mismo, aceptar por anticipado sólo reflexionar del mundo aquello que uno puede recibir de sí mismo, y sobre todo no pretender nada, sino la conquista de un pensamiento –porque un poema es siempre un pensamiento– gracias al cual el espíritu experimenta algo así como su realidad fundamental, individual, independiente de todas las demás circunstancias de la vida.
Obligados por razones de tiempo y espacio, a ser breve, veamos lo que dice nuestro gran crítico y poeta Antonio Fernández Spencer, en la obra citada:
La poesía de Moreno Jimenes está hecha de sucesos de una vida profunda. Nada más alejado de la intención de este poeta que ‘inventar cosas mientras está cantando’, como ya dijo Neruda, definiendo un especial ‘tipo’ de poeta dentro de las rutas estéticas de nuestro momento. Creo que la poesía de Moreno Jimenes siempre tendrá un porvenir; lo tendrá porque en ella hay un sufrimiento sincero en la realización del amor, la muerte y las andanzas por los caminos de la isla. A medida que el joven poeta dominicano se haga más rico en experiencia se irá asomando –no puede aprender, ya nuestros tiempos son otros– a ese estupendo río de belleza donde tanto de humano palpita. Se ha dicho mucho, con insinceridad y rutina, de las imperfecciones de su poesía, sin embargo, estas son menos de las que con ligereza se pregonan; y en una buena selección, como la que estoy utilizando, las excelencias superan a los desaciertos. Pero el objeto de estas letras mías, no necesita de ninguna defensa. Cuando se alcance la madurez intelectual en nuestra patria se le otorgará sin exageraciones, el puesto exacto que merece.
Ruego que me excusen por estas citas, a las que no soy muy dado, pero creí necesario que voces más autorizadas que la mía nos recordaran lo que era la poesía, el poema, el poeta y que uno de nuestros críticos más lúcidos, nos informara quién era para él, Domingo Moreno Jimenes.
Tomando la palabra a Spencer, hemos hecho una selección para una Antología Magistral de Moreno Jimenes. Y de ahí el título de esta conversación. He evitado en lo posible, salvo en El Poema de la Hija Reintegrada, y Su majestad la muerte, citar versos de los que aparecen en la Antología que ustedes han recibido, con la cronología documentada del poeta como epílogo.
Espero pues, interrumpir lo menos posible ese río de belleza donde tanto de humano palpita, de que habló Antonio Fernández Spencer, que pudiéramos encontrar en la poesía de Moreno.
El profundo río de belleza en la poesía de Moreno Jimenes
Para los no iniciados en el Moreno adulto, rompedor de moldes y creador de un movimiento poético, como fue el postumismo, de lo que no vamos a hablar, porque no viene al caso, como ya dijimos sobre su biografía, de la cual sólo vamos a advertir que Moreno Jimenes fue toda su vida, únicamente poeta, algo sumamente raro en cualquier literatura. No intentó otros géneros literarios, salvo algunas prosas ocasionales en artículos y prólogos.
Moreno suele sorprendernos. Puede estar hablando de cosas profundas y de repente, encerrar en un paréntesis algo totalmente alejado del tema del poema. Sus rupturas, los famosos defectos de que habla Spencer, suelen ser las notas rebeldes de un vanguardista, porque lo primero que el vanguardista hace, es romper con todas las canonicidades, y, en nuestra América, enfrentando directamente al Modernismo. Pero nos estamos alejando de lo prometido.
El primer poema que encontramos donde se trasluce parte del grandeur que sus mejores poemas mostrarán en el futuro, fue publicado en la revista Letras el 9 de diciembre de 1917 y en su libro Psalmos en 1921. Hay una nota que indica que lo escribió en 1916, a los 22 años de edad.
Escogimos del Ocaso de un Hombre las dos estrofas finales:
Allá van los felices, los ilusos
que ignorando del mundo los pesares,
se quejan de la vida, lastimeros,
y a veces vierten lágrimas.
por enternecimiento o por ternura.
La fiera los espía
para llevarlos de la mano al crimen.
Unos irán a él, pero otros, cuando
sus voces de sirena
los hagan sucumbir, darán un grito,
contemplando la cumbre
y escalarán los cielos de la gloria
sobre las ascensiones de sus alas…
Muere la noche. Por las altas cimas
el sol deja un penacho de fulgores,
baja al mar y desciende a los abismos.
Y la flor se entreabre,
el ave canta, las corrientes ríen.
La virgen desperezase en el lecho
anhelante de amor. Por los caminos
van rudos labradores,
fijos los ojos en el claro cielo…
Sólo al monstruo la luz no regocija
y en su postración fragua
una horrible matanza en ultratumba
bajo un rojo crepúsculo de sangre.
El siguiente es un poema extraño, está fechado el 11 de mayo de 1919, su título es curioso: Iba hacia el ocaso y volví la vista, que es todo un programa de postmodernismo, en esta estrofa clave:
Abrevaba en los cantos la cristalina linfa,
pero ya los cisnes albos de melancolía se mueren.
Mil halcones precoces remedan sus músicas suaves;
pero mi anhelo no se sacia
sino en el agua de la fuente.
Esa declaración de autonomía literaria tiene sus Paisajes sórdidos, en un poema quizás anterior, por el uso de la rima y el metro, pero posterior en su libro Psalmos de 1921:
Mis ayes y mis voces se pierden en el viento.
No hay un alma que acoja mi súplica. El momento
es de duelo y de ruina para mis ilusiones.
Ya sobre el mar no agita sus lúcidos pendones
mi esperanza. La duda ensombreció mis sendas.
(¡Oh! tú por la que sin querer suplico en vano.
¡Oh! noche inmaterial de mi oriente lejano.
¡Oh! el dolor de correr siempre tras un arcano).
Sobre mis ideales frustrados por la vida
flota un fulgor.
Encontramos términos que jamás volvería a usar en poesía. Palabras bien gastadas como ilusiones, como esperanza. Pero sobre sus ideales frustrados flotaba un fulgor. Eso es lo que haremos, seguir buscándolo. Tropieza entonces con una Visión de Realidad, bien pesimista:
La gravedad es una pose como otra cualquiera.
Cualquiera actitud seria, por ser una actitud
estará condenada a ser efímera.
Ya para mí las goletas no son mariposas en un tonel de miel posadas,
sino fríos andamiajes de madera
en los cuales se persigue el espectro de la felicidad
o se amarra de pies y manos el hastío
para que no obligue a uno a quebrarse la frente con una roca.
Del sol al cieno,
y del cieno a la luna,
hay la misma distancia
que separa la pierna de una hormiga,
del cuerpo de una hormiga.
¡El mundo no existe!
¡Las palabras aduladoras que me tenían como embalsamado no existen!
¡El ideal no existe!
Moreno en 1925, le dice a su hijo, sin embargo, en Su Voz:
¿Y por qué blasfemar de las cosas idas?
Cada denuesto tuyo crece a tu imagen
y no desmedra otra cosa que tu imagen.
Hijo:
Mejor decrece;
mejor confúndete en el humo;
que nade la culebra;
que silbe la fiera y que retumbe la pampa
¡Tú debes ser como el silencio de la cabaña!
Sin embargo, el pesimismo no cede, interroga a las horas, al tiempo, en ¡Si las horas hablaran!:
Yo no sé lo que haré con mi vida una de estas noches…
¡El canto de los gallos prosigue cuando
me trasnocho haciéndome la impresión del agua fría…
¿Qué correspondencia tendrá mi faz con la luna?
¿Qué correspondencia tendrá mi alma con el viento?
Soy el que fui hace siglos y no me conozco.
En El poniente de los horizontes innumerables, hay varias reflexiones numeradas:
I
Quiero callar la boca siempre.
IV
Vengo asqueado de la ciudad.
Traigo un escepticismo agudo por todo lo formal y exterior.
XII
El verdadero camino conduce a todas las partes del infinito.
XVI
El Universo,
¡qué más bello prójimo del hombre!
El otro gran poema, La apoteosis del ogro, tiene un primer verso inolvidable:
Hallé al hombre que hablaba con la noche.
El poema que le sigue está dividido en cinco partes, porque también son reflexiones.
–Buen viejo, ¿de dónde brota el canto?
–Los cantos borbotan de la sangre.
–Madriguera
¿y el amor?
–De sí.
Mar,
¿Cuál es la melodía de las campanas en el crepúsculo?
Dolor ¿cuál es tu friso, a dónde tiende el hálito de tu propulsión?
Infinito, tú sólo me bastas hoy para estar triste.
Quizás, o sin quizás, los dos poemas breves que vamos a leer, expliquen más que mil palabras ese oscuro quehacer de Moreno, son La Manceba:
¡Estas meretrices,
que se hastían,
que reciben la befa de todo el mundo,
que niegan la realidad del amor;
pero que tienen tan alto sentido de la vida!
Estas pordioseras del destino, que encandilan al brujo del sueño.
Meretrices… meretrices, en vuestros brazos
me parecía muchas veces que el instante regateaba siglos.
Vosotras amáis el absintio, pero cuando pasáis,
le parece a los penetradores, que dejáis intocada la vida.
Y El remo sumergido.
A cada vuelta del camino,
los hombres se encargan de pensar
que son algo más que sombras.
¡Insensatos!
Pálpate y verás el polvo que te rodea
desde la rodilla hasta la nuca;
prueba del más sabroso manjar, y sentirás la sal
de la realidad en tus labios
Sé que tú no oyes, no ves, ni sientes.
Estás perdido en el piélago de fantasmas de la vida.
Tú crees vivir, pero estás muerto.
Resucita, Despierta. La mañana es serena como la alberca del infinito.
El sol es dorado como una cabeza de niño pálido sin tribulaciones.
Para finalizar con los poemas breves, creo que hay dos joyas que no podemos olvidar. Son Hora Azul:
Ondas.
Vuelos.
Romanzas lejanas.
Medialuz.
Bisbiseos de sombras en el puerto.
Gasas que cubren el horizonte reverberante.
Crujir de jarcias recias.
(¡Ay Dios! ¡Qué será de las lilas
con medio cuerpo bajo el cieno, y medio cuerpo sobre la vida!).
Y Hora gris:
Atravesé el cementerio de la aldea;
no tenía dolientes:
se estremeció mi alma junto a un jazmín triste,
gimieron mis sentidos junto a una rosa cárdena.
Después,
lancé la rosa y los jazmines al viento,
y sólo quedó flotando en el instante esta sola palabra:
“Tierra”.
Moreno no jugaba con las palabras. Estamos en 1933. Ese año muere su hija innominada en vida e inmortal después de su muerte. María Josefa Jimenes, fue la inspiradora del Poema de la Hija Reintegrada. Que si lo leyéramos, tendríamos todo el espacio sólo para ella. Escogeré, porque es de ley, algunos fragmentos:
XVII
Olvidaba que toda adjetivación es cruel y ruda.
Dios dio desnudo a los hombres el verbo,
y del lenguaje, sólo debe quedar desnudo el verbo.
XVIII
Toda filigrana de síntesis es una profanación,
¿verdad hija mía?
Ya te puedo buscar sin parcializaciones, sin atributo contingente;
serás en mi incompleto nombrar,
sencillamente, el vaho de las cosas.
XIX
No te puedo asir con una palabra,
y no debe extrañarte, recónditamente,
porque tú estás para mí más alta que la región de las palabras.
Del poema Unidad, en su libro La Religión de América de 1941, hay algunas cosas curiosas. Sabido es que Moreno era nieto de Antonio Moreno Urdaneta, venezolano, pero su padre era criollo, sin embargo en ese poema se habla de diciembre, de un lucero rojo y se hace preguntas como ¿Cuándo un hombre es un pueblo? ¿Cuándo toma un pueblo cariacontecido los perfiles de un hombre? y en la segunda estrofa dice: Bolívar no era ya cosa del pasado. Finalmente encierra en un paréntesis lo que parece una premonición que compendia todo lo dicho, ya que de pronto:
Calló con él el viento;
trinó la noche;
fosforeció la selva;
tuvo el crepúsculo muchas estrías tibias;
surcaron el alba resplandores siniestros.
¿Qué había acontecido en el mundo?
(¡Venezuela no se parecía a Suiza
sino a Cuba!)
Más adelante encontramos en ese mismo libro, un paréntesis final que distorsiona todo lo anterior. El poema es Trozo de Pueblo. Rompe con él toda una tradición. Veamos sus versos finales:
Ese canturrear de la madrugada;
ese respeto de la tarde;
esa serenidad de la noche…
Esos pasos ignorados de los héroes
por campos de ausencia y de muerte.
La tarde humeaba;
el horizonte echaba chispas;
al frente unas luces,
un poco distantes…
(Ay Bartolina, si yo volviera a verte
como en la época de tu fresca hermosura.)
También encontramos en él esas mismas cosas insólitas en el poema Estéril.
¡Oh tú, vagabunda! con quien me di el abrazo en el río,
no te engañe el lucero del alba,
no te engañe la luna de julio,
no idolatres la gasa del monte
ni profieras: “La Patria es mentira.
De su Majestad la muerte, se ha dicho que es junto a la Hija Reintegrada, el binomio postumista por excelencia.
¡La muerte tentó a Dios!
y los muertos no tienen estado, no tienen dimensión ni tienen domicilio.
Los muertos son libres como el aire, y aún más.
Finalmente, para no agotarlos, terminaré leyendo su Callada Apoteosis, el poema donde creo que Moreno ejerce el magisterio lírico anunciado:
Hombre de líneas rectas;
¡qué vano es tu empeño
ante la triple realidad de la tierra, del ser y la vida.
La onda del mar es curva;
y Dios tiene una mirada cóncava
para exaltar la nada y ahogar el infinito.
Con todo, tu gesto no caerá en el vacío,
nuevo Sansón del orbe,
que mantienes la cuerda del espíritu tensa desde el infusorio hasta Cristo.
Más grandes que las catedrales,
y que los caminos del hombre,
son los linajes del espíritu.
Te estoy invitando a la limpieza meridiana,
y hasta a efectuar la muerte de la muerte;
no con palas ni espadas,
ni siquiera con nervios de oraciones ya muertas;
ni alaridos, ni gritos,
ni estridencias, ni ruidos.
Deseo que vuelvas al espíritu
y que te extingas en el espíritu.
Y así, hemos dado un paseo por las oscuras parcelas poéticas de Domingo Moreno Jimenes, que según Fernández Spencer, son ríos de belleza donde lo humano palpita, deseando que recuerden siempre estos versos maravillosos:
Más grandes que las catedrales
y que los caminos del hombre,
son los linajes del espíritu.
Que así sea.
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Manuel Mora Serrano (República Dominicana, 1933). Trabaja junto a la Secretaría Nacional de Cultura dando conferencias y debates en diversos lugares del país y en el exterior. Actualmente mantiene contrato con este órgano para la conclusión de varias obras de investigación, entre ellas una Historia de la Literatura Dominicana y Americana. Periodista, narrador, poeta y ensayista. El texto que aquí publicamos es de la conferencia realizada en el Centro León de Santiago (República Dominicana, 24/10/2009). Contacto: luisero2004@yahoo.com. Página ilustrada con obras del artista Edgar Negret (Colombia).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
terça-feira, 18 de novembro de 2014
El magisterio lírico de Domingo Moreno Jimenes | Manuel Mora Serrano
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