El Antiguo Colegio de San IIdelfonso, le rinden un sencillo homenaje al pintor peruano Fernando de Szyszlo (Lima, 1925). El arte de Szyszlo impresiona, domina nuestra mirada por su espacio imaginario; más que acrílicos sobre tela, sus cuadros son la pintura misma. No pretende representar una cultura prehispánica, antigua o moderna: es manifestación de un espacio innegable. En su obra hay una mirada despierta que está interrelacionada en su globalidad en un juego poético. Y la figura, la atmósfera, el vacío, los sentidos, gritan lo mismo: espacio que encuentra presencias Lúcido, Szyszlo llamó a una serie de pinturas Sol negro, la negrura es ritmo, límite cromático del lenguaje; el sol es su contraparte, ¿ sentido opuesto? No, simplemente es la transformación de la materia.
Szyszlo fue uno de los primeros artistas latinoamericanos que vivió de cerca la aventura “revolucionaria” del París de los años cincuenta, madurando pronto un lenguaje pictórico abstracto, intenso y austero, que algunos han identificado con una influencia poética y pictórica de Matta, Lam, Ricardo Martínez y Rufino Tamayo. Lo relevante, en todo caso, ha sido la coherencia y el extremo rigor de la trayectoria de Szyszlo durante prácticamente los últimos 50 años, cuya agitación, la mayor parte de las veces alocada, no ha afectado ni su temple personal, ni, por supuesto, su pintura. Aunque en ciertos momentos, su obra se ha vuelto monótona y repetitiva, casi siempre, logra salvarla de ese abismo peligroso que es el lenguaje personal e irrepetible de un artista “consagrado”.
Es cierto que el histórico de Szyszlo desarrolló su primer estilo entre 1956 y 1968, pero su postura personal y artísticamente, comparativamente más equilibrada, le permitió seguir un curso independiente en medio de la comprometida situación de los diversos movimientos plásticos que tomaban fuerza en esos años. Le ayudó, en este sentido, no necesitar una ruptura abrupta con el modelo surrealista europeo, y el cultivo de sus orígenes, pero también supo comprender y aprovechar, al modo americano, cierta fuerza de lo gestual –en momento con aciertos interesantes– y una visión más libre del cambio pictórico. Por todo ello, en el momento de la crisis del informalismo europeo, del expresionismo abstracto de Nueva York y de los movimientos de vanguardia, Szyszlo prosiguió con su peculiar mundo de entrelazar dos culturas. Por otra parte, estrechando al máximo el límite de lo expresivo, su sabiduría pictórica cobró un nuevo vuelo, que a veces, en series como Camino a Mendieta, Mar de Lurín o Abolición de la muerte, alcanza un refinamiento cromático y una elegancia sobresaliente.
Borges escribe que ser ciego tiene sus ventajas: “Les debo a la sombra algunos dones, el de ser anglosajón, mi escaso conocimiento del islandés, el goce de tantas líneas y versos, de haber escrito otro libro, titulado con cierta falsedad y jactancia, Elogio de la sombra” Y Szyszlo, que en lugar de oscuridad tiene en sus ojos el tigre de oro y sombra que ha profanado los misterio de la pintura, descubre, además, que en el despliegue de la naturaleza existen pautas poéticas que buscan las formas de los números, la figuración, la abstracción y el color. Esa conexión oculta dónde la vida se renueva constantemente desata en sus telas paisajes, angulares, sombras tan reconocibles como inclasificables. El artista que es Szuszlo también se atreve a hacer maleables sus indisciplinados campos de color, como sueños dentro de sueños que se ramifican y multiplican a lo largo de lenguaje pictórico.
¿Cómo si no hubiera logrado hacer Szyszlo lo que ahora hace?, ¿Cómo si no habría arribado a la profundidad y la intensidad de su obra actual? Los cuadros, dibujos y grabados, son un ejemplo de síntesis compositiva, pero, sobre todo, nos llevan al corazón del color como un diálogo de la luz y la sombra, como una musical hondura del negro, esa saturada suma de todos lo colores, y del cual Joan Miró decía que esa la profundidad cromática de la pintura.
Con sutiles bandas de color, que pueden ir del amarillo solar más restallante o el mismo carmín hasta apagados tonos sienas, grises o glaucos –líneas que están entretejidas con la trama de una gestualidad perceptible, lo que reafirma lo que cada color tiene de construcción no sólo caligráfica, sino de decantación del color más puro; es decir, color de colores–, Fernando de Szyszlo siente y analiza la profunda masa del negro, la esciende, la recorta, la enmarca, dejando sobre su opaca superficie como una irisación por la que la oscuridad se define con una luz de tonalidad cambiante, donde reconocemos la marca cromática que, en cada caso, le da origen.
Cuando se observan las piezas del artista, esta secuencia de imágenes horizontes y verticales, a veces de cuadrados, imponen un orden negro en el que, paulatinamente, se percibe que está habitado por un drama luminoso, generándose así una curiosa dinámica de profundidad/superficie o viceversa. Resulta en momentos emocionante ver ahora aquellos cuadros, pero al iniciarse la década de los setenta, Szyszlo, como otros contemporáneos de América Latina, se amanera y cae en un cómodo formalismo que, literalmente, arruina su trabajo inicial. Desgraciadamente, son mayoría las épocas creativas sin interés que ilustran este declive en su obra. En ciertos momentos, su obra última es una reiteración de los motivos, del encuadre compositivo y el grafismo con que el artista apunta, de forma sucinta, las ligeras insinuaciones figurativas que arman el conjunto de su campo visual. Sobrevive también, el maestro del color, aunque reafirmando su progresivo atrevimiento, que, desde hace algunos años, le han hecho sintetizar su gama de colores, cuya acidez no ha rebajado, sin embargo, ese toque de cálida sensualidad que siempre transmite su pintura.
Sean cuales sean, y aun sin conocer el impacto que pudiera tener hoy día la obra de Fernando de Szyszlo en las nuevas generaciones, estoy convencido de que el efecto será, como siempre ocurre con los pocos maestros latinoamericanos de su generación, el de situar al espectador un poco más allá de la belleza y mucho más cerca de la creación, aún con las limitaciones propias de un lenguaje estético, cada vez menos presente.
|
Miguel Angel Muñoz (México, 1972). Poeta, historiador y crítico de arte. Es autor de los libros de ensayo: La imaginación del instante: signos de José Luis Cuevas (2001), Materia y pintura: aproximaciones a la obra de Albert Ràfols-Casamada (2002), y Travesías (2004). Es director de la revista literaria Tinta Seca. Contacto: miguelamunozpalos@prodigy.net.mx. Página ilustrada con obras del artista Fernando de Szyszlo (Perú).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
quarta-feira, 19 de novembro de 2014
Fernando de Szyszlo: el diálogo con la pintura | Miguel Ángel Muñoz
Assinar:
Postar comentários (Atom)
Nenhum comentário:
Postar um comentário