No quiero ser invisible. Me gusta ser escritor y sentir que también estoy por aquí, siendo lo que realmente soy. Lo mismo que un fontanero o un cartero, seres reconocibles para la mayoría de la gente y que a veces vemos en las películas. Por cierto, películas que suelen escribir escritores que nadie ha visto nunca, ni siquiera en fotografía. Nadie conoce la cara del guionista, pero si la del actor o del cartero que siempre llama dos veces. El actor existe como personaje y también como persona. En cambio yo me siento como un personaje de Luigi Pirandello que sigue buscando autor, un autor que curiosamente soy yo mismo pero que no termino de encontrar porque aún permanezco invisible. Vengo de una isla inventada y quizá por esa razón no existo del todo.
Soy un escritor que vive en un archipiélago conocido desde la Antigüedad como Islas Afortunadas, un lugar idílico donde escritores y artistas en general, han permanecido casi invisibles durante más de quinientos años. Algunos de mis colegas del pasado tuvieron la suerte o quizá la valentía de desfilar por el patio de butacas, exigiendo al director de escena el derecho a representarse a si mismos en el escenario. Se consideraban más reales y consistentes que los actores que solían representarlos, es decir una casta burguesa y acomodada que los utilizaban como reclamo publicitario o simplemente como muñequitos de feria. Una situación muy incómoda y por la que muchos decidieron sobrevivir deambulando entre oficios terriblemente prosaicos antes que vender su alma al diablo.
Ser escritor, ser artista en estas ínsulas del Subtrópico de Cáncer suponía un esfuerzo extraordinario. El esfuerzo de ser lo que uno realmente era podía admitir una gratificación metafísica, pero casi nunca un reconocimiento público. La mayoría de los escritores y artistas no lograron hacerse visibles nunca. La lejanía geográfica de la Metrópolis no era el mayor impedimento para poder ser ellos mismos sino la lejanía con que se les trataba aquí en la isla, como si no existieran.
Como la lírica de un pueblo es algo etéreo y la cultura de un lugar también (excepto su pintura, arquitectura o escultura) me propuse fabricar una cámara digital de última generación capaz de fotografiar quinientos años de auras esenciales de las Islas Canarias. Y lo esencial, como ocurre en la Naturaleza, es lo que permanece vivo a través de los cambios circunstanciales, la voz del género y de la especie a pesar de las caducidades de los individuos.
Durante meses navegué con mi peculiar máquina fotográfica por los distintos tiempos idílicos del Subtrópico de Cáncer. Pero curiosamente me encontré con un impedimento: yo mismo. Como toda cámara grabadora, sus imágenes iban a estar condicionadas por mi punto de vista, por mi ojo espectador. Lo que vi, lo que fotografié en mi viaje astral, es lo que ahora les voy a contar.
Lo primero que descubrí es que al unir todas las fotos espectrales la imagen final formada eran las siete Islas Canarias de siempre. ¡Quinientos años después seguían separadas, cada una en su sitio! Busqué entonces la definición de archipiélago que mejor se adecuara a mi paradójico hallazgo y ésta es la que mejor se ajustaba al pie de foto final:Archipiélago: conjunto de territorios unidos por aquello que los separa. Me quedé tranquilo. Ya tenía la primera definición áurica de las Islas Canarias: las islas del Subtrópico de Cáncer conservaban identidades indivisibles e intransferibles, con lo cual el término Cultura Nacional no podía cristalizar en ellas como concepto unificador. Unidas sólo por aquello que las separa.
Cuando transitas por el Tiempo buscando una respuesta literaria aclaratoria debes utilizar herramientas muy precisas para que en el viaje de vuelta no llegues con las manos vacías. Y si lo haces como escritor, mejor no hacerlo como arqueólogo. El arqueólogo suele encontrar momias, objetos manejables. Los escritores en cambio nos disipamos en arenas movedizas, entre formas dudosas, siempre fugaces y por eso cualquier hallazgo debe ser escrito con prontitud no sea que se desvanezca lo averiguado en cualquier despiste. En mi caso encontré unas cuantas fotos nítidas que me revelaron lo siguiente:
- Las islas siguen siendo incógnitas, lejanas, inasibles; llaman a la mente ardiente y sacuden el cerebro.
- Las islas señalan el horizonte invisible.
- Las islas son las zonas ultrasensibles del Planeta, como escribiera un día André Bretón.
- Las islas son secretos y misterios, son cercanas lejanías.
- Las islas son una entonación, un ritmo, una estructura peculiar de la idea matriz.
- La especial sonoridad o musicalidad de las islas es una consecuencia de habitar un cruce de caminos fronterizos.
- El máximo mito insular es San Borondón, la isla fantasma, la “nunca hallada”. El género humano es el Robinson Crusoe de esa isla, escribe el poeta canario Andrés Sanchez Robayna.
- La cultura de las Islas Canarias es una Isla Inventada. Quizá sea la isla fantasma que no logré fotografiar nunca. Quizá.
Cuando llegaron los españoles, en Canarias se vivía en el Neolítico. En pocos años llegó el Renacimiento. En mayo de 1497 un rey aborigen canario fue presentado ante el Senado veneciano como regalo de los monarcas de Castilla y Aragón. Era el primer salvaje blanco que conocía el mundo renacentista y para Canarias era el símbolo del inicio de su gran travesía atlántica. El neolítico canario comenzó a no ser ajeno a la existencia de otros mundos.
El Océano trajo en barco al Universo y en poco tiempo se instaló en las islas. Fue desmenuzado y analizado por los cuatro costados. El Atlántico se convirtió en el factor primordial de este largo viaje de personas, mercancías, estéticas lejanas, esoterismos, arquitecturas, creencias, desasosiegos y viajes reales e imaginarios. Pero el espíritu aborigen resistió el embate, como un hechizo de siglos. Mientras el Mencey se paseaba por el Senado veneciano, causando “admiración la novedad y lo extraño de su figura, su manera de vestir, lengua y costumbres” las Islas Canarias comenzaban a inventarse en la intimidad de un escritorio.
Desconozco que nos queda de aquellos indígenas, pero me supongo que saltar del Neolítico al Renacimiento en tan poco espacio de tiempo supuso un encontronazo de tal magnitud que aún sentimos las sacudidas. Intentaré resumir que ocurrió después. Había que imaginarlo todo, absolutamente todo, incluso las ciudades donde iban a ocurrir estos insólitos acontecimientos que ahora cuento.
Los conquistadores lo tenían claro: aquellas tierras iban a ser para ellos y ellos iban a decidir lo que allí entraba o salía. Unos cuantos se repartieron todo el tesoro, tal y como sigue ocurriendo ahora. Canarias siempre ha sido una tierra de amos y patronos y ese espíritu terrateniente permanece intacto. El esfuerzo cacique consistió en reproducir los modelos económicos, sociales y urbanísticos del continente. Pero los barcos no sólo traían caballos y marqueses, curas y obispos, sacristanes y gobernadores. También llegaban libros y obras de arte. Llegaban de Europa y América. Las familias más adineradas podían enviar a sus hijos a las mejores capitales extranjeras. El ilustre José Viera y Clavijo conoció personalmente a Voltaire y el ingeniero Agustín de Bettencourt construyó puentes en San Petersburgo.
En ese trasiego de corsarios, piratas, conquistadores, jesuitas ilustrados, franciscanos, ingenieros, notarios, escribanos, cronistas, leguleyos, sobrestantes, llegaron a las islas endechas, romances, instrumentos musicales, cuadros flamencos, trípticos, libros incunables e incluso la Inquisición y el Santo Oficio… Y las Islas Afortunadas se convirtieron en un laboratorio, en tubos de ensayo donde se podía experimentar con todo tipo de especias y mixturas. Llegaron las influencias en estado puro pero los isleños, aún aborígenes en el arte de pensar, mantuvieron siempre la recámara crítica en funcionamiento, en estado de alerta. Comenzaron a brotar los primeros periscopios y las primeras ciudades invisibles. Un mundo de pergaminos e ideas comenzaba su andadura.
Las islas tardaron siglos en volver a inventarse. Mientras los nuevos propietarios arrasaban el territorio, desforestaban sus bosques mitológicos y marcaban sus parcelas de poder, los artistas se encargaron de construir el imaginario insular desde cero, una labor encomiable y que algunos ingenuos suelen llamar todavía la búsqueda de la identidad. Soy de la opinión que desde que el Mencey aborigen se paseó en góndola por Venecia la identidad de las islas se transformó en un complejo sistema de canales y laberintos capaces de despistar a los dioses más veteranos. Si la identidad fuera un rango yo debería estar cantando ahora mismo. Pero soy un canario sin jaula y sólo cantaré esta noche, después de cenar.
Pese a que los isleños se consideraban aislados, perdidos y a veces náufragos, los barcos no dejaban de llegar a puerto, despertando en los nativos una inmensa curiosidad por todo y al mismo tiempo un continuo forcejeo por escapar de la isla. Algunos, tentados por la imaginación y la fortuna emprendían viajes a tierras desconocidas. Otros se perdían para siempre en el océano. Los que retornaron comenzaron a inventar una isla con aquellos que no se habían ido nunca.
La construcción del imaginario isleño fue un viaje lleno de lucidez y contratiempos. Las endechas, los romances y las canciones tradicionales del siglo XV expresaban los sentimientos y la vida cotidiana de aquellas islas vírgenes. Una de las endechas decía: “hice una raya en la arena/ para ver la mar donde allega”. ¿Qué significaba esa raya en la arena? ¿Una señal secreta? ¿Un experimento para medir lo inmedible? Yo creo que era un intento de dibujar en la orilla las primeras emociones que surgían al contemplar un lugar tan magnífico e inexplorado. El Romancero Canario es una fuente impresionante de sabiduría popular, la primera información sociológica de aquellos tiempos tan remotos. Durante siglos estas endechas, estos romances, fueron perfumándose de mar y de isla, convirtiéndose en uno de los colecciones romanceras más singulares, ricas e importantes del mundo. La poesía tradicional no es exclusiva de ningún tiempo pero gracias a un prodigioso proceso de permanencia y creación logra actualizarse y revitalizarse en los labios del pueblo. Los isleños del Subtrópico cantan, siempre han cantado, como el pájaro universal que los identifica. Y el romancero pervive en el canto.
Varios lustros después y transportados por unos complejos artilugios literarios llegados de la Antigüedad, algunos escritores del siglo XVI decidieron dar largos paseos por los bosques de las islas, descubriendo en aquellos misteriosos parajes y en sus majestuosos árboles, los símbolos de un pasado mitológico que poco a poco iba desapareciendo. Se pusieron manos a la obra y decidieron salvaguardar el mito, en un intento por salvaguardar también la imagen de un pueblo. Cuentan algunos estudiosos que si en Las Palmas de Gran Canaria hubiera existido una imprenta, El Siglo de Oro Español tendría en Cairasco de Figueroa a uno de sus más notables representantes. En la Selva de Doramas, los pocos árboles que aún quedan en pie aún escuchan sus palabras escritas en la Comedia del Recibimiento (1582):
Estad atentas a escucharme
este es el bosque umbrífero
que de Doramas tiene el nombre célebre
y apuestos son los árboles
que frisan ya con los montes del Líbano
y las palmas altísimas
mucho más que de Egipto las pirámides,
que los sabrosos dátiles
producen a su tiempo y dulces támaras.
Mientras la lejanía geográfica avivaba espejismos en el exterior, la isla imaginaria se inventaba en el interior de las Canarias a un ritmo imparable, como los volcanes, que se mantenían en pleno apogeo, ganando terreno al mar. Es en esta época cuando la poesía en Canarias se coloca a la altura de los movimientos culturales europeos, aunque con características tan propias como el mestizaje-consecuencia de la colonización- y la relación con América.
Un dato curioso, Silvestre de Balboa, coetáneo de Cairasco de Figueroa, nace en Las Palmas en 1563, se instala en Puerto Príncipe e inaugura con su obra “Espejo de Paciencia” la literatura cubana y sienta el primer eslabón cultural entre las dos orillas de nuestro océano. Desde entonces la cultura del Subtrópico siempre tuvo un perfume americano en su concepción, en su emoción.
Pero volvamos a las islas y recuperemos aquellas imágenes que comenzaban a tomar cuerpo, brillo y color. Se había descrito el escenario donde discurrían los argumentos, pero faltaban los personajes de la leyenda, los héroes populares. “Antigüedades de las Islas Afortunadas” (1604) deAntonio de Viana fue para los canarios lo que la epopeya de Camoens para los portugueses. Los valientes Bencomo y Tingauro o las heroínas Dácil y Gaucimara ayudaron a representar el amor y la guerra, utilizando el autor una imagen idealizada de los canarios aborígenes… En la obra surge un mito típico, el de Dácil, que habla del romance entre la princesa indígena y un capitán español. Se verificaba el mestizaje inevitable, el enriquecedor mestizaje: el misterio eterno de la conciencia de la pequeñez del microcosmos ante el macrocosmos y su deseo de ampliarse uniéndose a él. Dácil es una isla.
El paisaje, el mar, la creación de mitos, personajes y leyendas dio paso a una época barroca, de metáforas creacionistas. Fue como si las palabras dijeran: “ya que hemos llegado hasta aquí, y tenemos una fotografía nítida del la iconografía subtropical, ahora nos toca a nosotras enredarnos y liarnos la manta a la cabeza”. Parecía como si se hubiesen tomado un descanso y se ocuparan ahora de disfrutar consigo mismas, buscando la introspección y la reflexión moral, que no excluye en ocasiones cierto tono de alegría festiva.
Juan Bautista Poggio (Santa Cruz de La Palma, 1632-1707) hijo de genovés y palmera, llamado por autores posteriores “el Calderón canario” fue el autor dramático y poeta lírico que mejor expresó ese carácter filosófico, dialéctico y etéreo que comenzaba a navegar por las ínsulas del Subtrópico:
Si otra patria, otras leyes, otro fuero
Otra edad o fortuna te deseas,
No es porque con razón infeliz seas,
Es que hayas en ti mal compañero.
Huye de la borrasca el marinero,
Y más que el mar le turban sus ideas:
Mudarás de sudor, no de tareas;
De heridas mudarás, no de acero
Se elaboraba entonces un pensamiento propio, en este caso la inquietud del que desea huir. La Isla Inventada ya era más densa, más profunda en su pensamiento. El aislamiento se unía al cosmopolitismo y las nostalgias al Universo de quimeras. Sin embargo de aquellas palabras efervescentes y mágicas surgió posteriormente una literatura de anécdotas, un talante humorístico dotado de un fuerte poder crítico, ese toque socarrón y burlón que esconde toda inteligencia que sabe tomar distancia campechana con casi todo.
Finalizando ya la época barroca, un escritor plenamente inserto en el Ideario de la Ilustración, el Vizconde de Buen Paso utiliza en sus admirables Cartas Diferentes,valores propiamente líricos pero que suelen estar supeditados a la efectividad anecdótico-humorística. La isla inventada comenzaba a reírse de si misma. Y de casi todo.
La recámara crítica tomaba formas más reconocibles, pero aún estaba en su estado más primitivo. No obstante las fotografías comenzaban a adquirir un estilo camaleón, heterodoxo. Y los nativos subtropicales se divertían y sufrían con su intocable individualidad, lo que el embajador canario en Paris León y Castillo llamó posteriormente y en plan humorístico, la ley del mauro (así se nombraba entonces al campesino canario): “Paso de buey, tripa de lobo y hacerse el bobo”, o sea lentitud en el actuar, estrategia para el plan final y dar la sensación de que no sabemos nada. El arte de la invisibilidad astuta, el aprendizaje del aislamiento.
El final del siglo XVII ya convocaba a nuevas aventuras, quizá más cotidianas. Los viajes de ida y vuelta, el comercio con el exterior, el mestizaje en estado avanzado, los barcos y las noticias que llegaban con más rapidez ofrecían ahora al isleño nuevas oportunidades para sentir y vivir.
En un nuevo escenario cultural las principales orientaciones convergían ahora en la necesidad de un autoconocimiento. Entre los siglos XVIII y XIX las islas imaginarias comenzaron a divisarse en la lejanía. Figuras como Viera y Clavijo, “el arcediano que tenía la sonrisa de Voltaire” impregna al S. XVIII insular de Ilustración, reflexión conceptual y peso ideológico…El esfuerzo no había sido en vano, pese a la permanente invisibilidad a la que se veían forzadas las inteligencias. ¿Quienes somos realmente?-se preguntaron entonces los isleños, ¿Cómo somos? ¿Que nos preocupa? Cuando comenzaron a plantearse esas preguntas, del mar emergieron las doctrinas románticas y hubo un acercamiento a la intimidad.
La universalidad renacía ahora de ese mundo inmediato y local. De las islas surgían los grandes temas de la humanidad. Pero la intimidad requería también un lugar más cercano, una búsqueda de una moral insular, quizá la búsqueda de una imagen insular. Hubo intentos de un arte y una literatura regionalista pero la modernidad ya empujaba con ímpetu, como un gran trasatlántico que llegaba atiborrado de turistas y con ganas de pasárselo muy bien.
El primer cuarto de siglo del S. XX dió paso a una visión más rítmica del mundo. Entonces los poetas y artistas fueron más filósofos que nunca, espectadores de una realidad cercana y reconocible. Comenzaron a hablar de las historias que ocurrían en las tabernas del puerto, de los vericuetos de la ciudad comercial, las tienditas de turcos, de la vida en Madeira, Cádiz o Liverpool. Alonso Quesada, uno de los grandes escritores canarios, nuestro Pessoa particular, escribía entonces: “El rumor del mar es como una remota voz humana….Una cordillera de montañas frente al muelle…..el mar, con un sueño de siglos, no amenaza ni brama en la bahías. Parece guardar silencioso las montañas”…
También estaba estabilizando el lugar Tomás Morales, el poeta de Las Rosas de Hércules, el que según Valbuena Prat “era el gran abridor de caminos, el poeta de los aciertos y de las adivinaciones, precursor extenso.”. Abrieron caminos de futuro aquellos poetas inmensos, hasta que en 1935, desde las paginas de la revista La Gaceta de Arte se lanzó el siguiente manifiesto: “Impulsamos la larga playa de la isla a todos los continentes. Es nuestra herencia. Y enriquecerla y decantarla, nuestra misión”.
Llegaron entonces las vanguardias y en 1935 se realizó en Canarias la primera exposición surrealista. André Bretón, que había llegado en un barco platanero, quedó fascinado con el Teide. En esos momentos prodigiosos de la cultura insular el mar ya había traspasado con creces la raya que se había dibujado en la arena hacía ya quinientos años. Las islas podían ser ahora cualquier invento de la imaginación: subversión, recreación del lenguaje, dejar brotar el inconsciente y los elementos oníricos. Los artistas se ejercitaron en varias artes: música y poesía, pintura y poesía, cinematografía y poesía. La recámara crítica se había salido con la suya.
Lo que vino después fue una época oscura. La Dictadura del General Franco retornó a la invisibilidad todas las conquistas anteriores. El fascismo que siempre arrasa con la inteligencia hizo desaparecer a los creadores disidentes. Su memoria comienza a ser restaurada aunque los nuevos caciquismos insulares han brotado con la misma virulencia de siempre, dañando la verdadera imagen de una isla que tanto tiempo tardó en ser inventada. El espíritu comercial de los gobernantes isleños prevalece sobre el cultural y las nuevas generaciones de escritores se organizan para romper el aislamiento al que parecen estar destinados.
Los años cuarenta y cincuenta del S.XX vieron renacer, como resistencias en un mundo de barrotes, la poesía social. Escritores como Agustín Millares Sall, Pedro Lezcano, Pedro García Cabrera se empeñaron en protestar desde la inteligencia, recuperando la dignidad perdida, asumiendo riesgos, incluso la represión y la cárcel. La revista Planas de Poesía fue un nuevo intento de conjurar al enemigo, asociándose pintores y escultores, poetas y músicos. La poesía pedía la paz y la palabra, mientras el Arte recuperaba su esfera.
Lo íntimo y lo social, lo vanguardista y surreal, lo indígena y conceptual emergieron entonces en las islas como volcanes, incorporándose a su paisaje cultural, saliendo indemnes de tanta persecución e indiferencia, como si el Arte gravitara siempre en torno a las islas, como una nube protectora, siempre inaudita y variable. Revistas como Sintaxis, Blanco, Liminar, Puentepalo, etc. emergieron en la Democracia inaugurada en 1977 siguiendo la estela luminosa dejada por la Isla Inventada. Benito Pérez Galdós, el gran escritor canario, considerado por muchos estudiosos y escritores el segundo mejor escritor español después de Cervantes, refleja de alguna manera el espíritu viajero y universal de las Islas Canarias, siempre atenta a los grandes temas del universo humano. Los nuevos escritores y escritoras canari@s del S.XXI continúan este viaje a las profundidades siguiendo con fidelidad está herencia recóndita y penetrante de sus predecesores.
En 1928 el escritor canario Agustín Espinosa ya había escrito su libro Lancelot 28º-7º: “Lo que yo he buscado realizar, sobre todo- escribe Espinosa- ha sido esto: un mundo poético; una mitología conductora .Mi intento es el de crear un Lanzarote nuevo. Un Lanzarote inventado por mí… Sustituyo lo concreto por lo abstracto… construyo la geografía integral de Lanzarote”. Varias décadas después el universal pintor y arquitecto César Manrique, volvió a inventar Lanzarote, haciéndola mundialmente famosa. Construyendo en el interior de las burbujas volcánicas, el artista universal hizo emerger una nueva isla lunar desde el fondo de su portentosa imaginación. El arte fue la que la hizo visible.
¿Cómo construir una imagen certera en un territorio tan fragmentado, como es el caso de este archipiélago del Subtrópico? Las islas capitalinas, tan comerciales y desenvueltas, son cosmopolitas y terrenales; las cercanas a África, desérticas y receladas, se acercan a lo atávico y simbolista, a la necesidad de volver a inventar el mito; las más pequeñas mantienen como un tesoro sus costumbres ancestrales, defendiéndose de la temible globalización. Las que llegaron a América huyendo de la pobreza se perfuman de melancolías, de puntos cubanos, de fiestas indianas, de viajes imaginarios, de tristes malagueñas. Y dentro de cada una de ellas el norte no es el sur, los vientos marcan ritmos emocionales, las altas cumbres atraen ritos mágicos: cada isla del Subtrópico es un pequeño continente en miniatura.
¿Ingleses en el humor? ¿Portugueses en la saudade? ¿Fenicios en lo comercial y pragmático? ¿Africanos en lo silencioso y cercanamente lejanos? ¿Receptivos? ¿Desconfiados? ¿Filósofos? ¿Surrealistas? ¿Simbolistas? ¿Conceptuales? ¿Absurdos? ¿Ensimismados?
De niños íbamos los domingos al Puerto de La Luz de Las Palmas de Gran Canaria a visitar a los marineros rusos, japoneses, chinos, coreanos, senegaleses, panameños. Creíamos que vivían allí, en el puerto de la isla, con nosotros. Ir a verlos era un espectáculo; ir a ver al otro, sentir la existencia del visitante con sus vestimentas y costumbres diferentes, nos causaba admiración y sorpresa. Para mí era el paseo más impactante, el que me abrió la mirada al mundo. Me imagino que el resto de los isleños sentirían lo mismo en otros instantes de esta larga historia que he contado hasta aquí.
Creo que los artistas insulares debemos seguir nombrando la belleza. Es la única manera de poder seguir habitando la isla inventada, la única isla que verdaderamente nos pertenece. El único lugar donde ser invisible sigue siendo una tentación.
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Juan Carlos de Sancho Ravelo (Islas Canarias, 1956). Poeta, escritor, editor, guionista y dibujante. Columnista de prensa y crítico de arte en páginas culturales de periódicos y revistas. Antólogo de poetas canarios en Italia, México, Brasil y Argentina. Entre otros libros ha publicado Manuel Vázquez Montalbán en Memoria (2004, prologado por José Saramago), El Confital. Ningún pájaro vuela donde el aire no existe (2005), El tren del Infinito/O Comboio do Infinito (edición bilingüe, con ilustraciones del propio autor), La Isla Inventada (ensayo), Las Unidades Fugaces (2008) y La Fiesta del Desierto (2010, segunda impresión, con nuevas secciones). En los últimos años asiste como ponente a diferentes Encuentros Internacionales de Literatura. Contacto: juancarlosdesancho@gmail.com. Página ilustrada con obras del artista Roberto Cabrera (Guatemala).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
terça-feira, 18 de novembro de 2014
La isla inventada - La creación del imaginario insular canario | Juan Carlos de Sancho
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