Después de Rubén Darío (1867-1916) la personalidad poética de Pablo Antonio Cuadra surge en el panorama de la literatura nicaragüense del siglo XX como la imagen del poeta que cambia el rumbo y funda como Rubén Darío una poesía nueva de carácter netamente nacional.
Si Rubén Darío es el poeta de lo cosmopolita, Cuadra lo es de su tierra, de lo nacional. En Darío no hubo una poesía nacional. En Darío se dio la poesía que tocó temas nacionales, pero de una manera aislada. Por su parte, Cuadra funda la poesía de tema nacional, incorporando el lenguaje coloquial y la oralidad, diferente del lenguaje de refinamientos y esencias del modernismo y la literatura de lengua española.
Sobre estos dos pilares fundacionales crece la poesía de Pablo Antonio Cuadra. Por un lado, es el hombre que contempla el interior de su patria con ojos de poeta, para descubrir el paisaje y el hombre que habita esa naturaleza exhuberante. Por otra parte, para escribir o describir el poeta maneja un lenguaje claro y llano, sencillo como el habla de su tierra. Desde esta perspectiva, tanto la temática de su poesía como el lenguaje que maneja son acordes y se complementan.
Esto no quiere decir que su poesía caiga en el regionalismo solapado del lenguaje dialectal, que se dio en otras áreas geográficas de la literatura, y que resultó ser más bien una literatura folklórica. Todo lo contrario, la poesía de Cuadra cuida tanto la estética como la palabra, haciendo incesantemente un continuo equilibrio de belleza y verdad, de realidad y sensibilidad. Pero, lo que fue más importante estuvo del lado de eso que hemos llamado “nacional”, que se puede concretar en la incorporación a la poesía del hombre, la geografía y la historia de Nicaragua. Para ello codifica el “habla” nicaragüense, a fin de evitar que caiga en literatura regional y, por el contrario, la temática nacional se convierte en literatura universal.
El lenguaje modernista de Rubén Darío fue una herencia que muy pronto se rompió en Nicaragua. Puede afirmarse que Nicaragua, patria de Rubén Darío, donde se le venera y recuerda como a un héroe, fue el primer país de lengua española que rompió la tradición del modernismo. En otros países, como El Salvador, sobrevivió hasta la década del 70.
Esa ruptura se produjo poco antes de la publicación de Trilce (1922) de César Vallejo, que sigue considerándose el primer libro moderno de nuestra lengua. El nicaragüense Salomón de la Selva (1893-1959), autor del libro El soldado desconocido, publicado en ingles, en 1919, lo tradujo al español, en 1922. En él cuenta su experiencia durante la segunda guerra mundial al servicio de Inglaterra. Pero lo importante del libro es la temática cotidiana de la guerra y el lenguaje coloquial que sigue la tradición sajona de la época. Estos nuevos argumentos abren a los poetas de Nicaragua la posibilidad de conocer una interpretación de la realidad literaria. Y así ha de ocurrir.
Dos antecedentes inmediatos los encontramos, primero, en el regreso de Francia de Luis Alberto Cabrales (1901-1974), introductor de las vanguardias europeas y autor del poema “El sueño de la locomora” (1926). Por otro lado, José Coronel Urtecho (1906-1994) lo hace de los Estados Unidos y publica la “Oda a Rubén Darío” (1927), donde aplica el realismo norteamericano, cargado de imagen, coloquialismo e ironía.
Este es el cuadro literario que vive Pablo Antonio Cuadra, en 1927, a la edad de quince años.
Casi de inmediato Cuadra pudo percibir este paisaje literario que se dibuja ante sus ojos, con imágenes distintas y propósitos también diferentes. Supo, también, darse cuenta de lo efímero –léase intrascendente– de los temas desarrollados después del modernismo y optó por escribir una poesía de identidad con él mismo, que era a la vez capaz de mostrar la identidad con los valores de su patria, y así nació su primer libro, Poemas nicaragüenses (1934), escrito entre 1930-33. Aunque, en realidad, Canciones de pájara y señora es anterior por haberse escrito entre 1929-31, aunque vio la luz más tarde.
Con Poemas nicaragüenses Cuadra conquistó la identidad de lo nacional, y la identificación del pueblo mismo con la poesía. Aquí su genio renovador lo condujo hacia un cambio que se venía imponiendo en otras zonas, y su poesía entraba de lleno en el camino de la modernidad, que consistía en recurrir al símbolo como medio para representar la realidad, mediante la comunicación de un discurso claro y coherente, sustraído del habla coloquial para ser entendido por todos. Algo que desde Whitman se venía planteando la poesía norteamericana después de la aparición de Hojas de hierba, en 1855.
Si Cuadra fue un iluminado, tendrá que decirlo un día la crítica literaria. Lo cierto es que su poesía torció el destino de lo que pudo ser la poesía, porque él marcó el camino y el destino de lo que ha sido la poesía nicaragüense del siglo XX. Toda la poesía posterior a Cuadra parte de él, crea variantes a partir de él, o simplemente se vuelve contra él. Desde esta perspectiva, su importancia es mayor que la de Darío.
Darío es el genio que renueva los ritmos, es el genio que abre las puertas cerradas para dar paso a los cambios literarios que se avecinan. En una palabra, Darío es el genio transformador de toda una lengua. En cambio, Cuadra funda una poesía de carácter nacional, que no hizo Darío; Cuadra difunde un lenguaje cotidiano que identifica lo nacional, que no hizo Darío, y que a la vez trasciende lo nacional, porque asciende a la categoría de internacional. En conclusión, Darío creó un movimiento donde él era inimitable; en cambio, Cuadra creó un movimiento donde él es la proyección.
El mismo Cuadra, en numerosos escritos, ha tratado de explicar el sentido y origen de su poesía: “Nosotros no queríamos, ni “regionalismo”, ni “dialectismo”, el magisterio de Rubén nos sacaba siempre –en “ansias y lengua”– hacia lo universal; pero teníamos un indio dentro de nosotros que pedía la palabra. Gran parte de la empresa de nuestra generación y de las generaciones que nos continúan, fue derribar (o acabar de derribar) algunas murallas postizas del idioma, para integrar a la gran ciudad del léxico español los barrios extramuros y marginados del habla nicaragüense.” [1]
Más adelante explica, en el mismo artículo, el origen del lenguaje poético: “Por otra parte, ya Rubén –y sobre todo Lugones– habían abierto en castellano la puerta de la poesía al lenguaje coloquial. Nosotros iniciamos algo más: la oralización de la poesía: devolverle “el habla”, desatar la invención de palabras, desatar la lengua, despreocuparla, sustituir los nombres gastados, devolverle a la palabra su fogonazo metafórico, crearle nuevos vínculos expresivos al epíteto, restaurar a la sintaxis en su rango de musa, introducir otra vez la respiración e incorporar la danza al ritmo del poema.”
Finalmente, Cuadra confiesa el ritmo interior de su propia conciencia, cuando dice: “Yo no creo haber llegado tan lejos, pero en toda mi poesía hay la tensión expresiva de quien pretende hacer hablar a la tierra (que me encerraba en lo nacional) y al tiempo (que me abría a lo internacional).”
El poeta y la vanguardia
Pablo Antonio Cuadra, como Víctor Hugo en la Francia del XIX, es el poeta que abarca todo el siglo XX de la poesía nicaragüense. Nació en Managua, el 4 de noviembre de 1912, de familia oriunda de Granada, ciudad privilegiada por la naturaleza, frente al enorme volcán Mombacho y a los pies del lago más extenso del continente, llamado “Mar dulce” por los primeros expedicionarios españoles.
Estudió en el Colegio Centroamericano de Granada, regentado por los jesuitas, donde conocerá a los poetas jóvenes con quienes empieza las primeras lecturas, los primeros escritos, y más tarde se juntan para crear el movimiento de vanguardia, en 1931.
El regreso de Francia de Luis Alberto Cabrales, y de José Coronel Urtecho de los Estados Unidos, sirvió para que los jóvenes poetas nicaragüenses se consolidasen en un grupo granadino de amigos, entre los que estaban Joaquín Pasos (1914-1947) y Manolo Cuadra (1907-1957), dos brillantes poetas, muerto el primero tempranamente; Octavio Rocha (1910-1987) y otros. El primer impulso de este grupo de poetas fue una reacción frente al modernismo de Darío, influenciados por las corrientes nuevas de la poesía de vanguardia europea y norteamericana.
La vanguardia nicaragüense tuvo una actitud antiacademicista, al publicar en El Diario Nicaragüense de fecha 17 de abril de 1931 un manifiesto titulado “Anti-Academia Nicaragüense”; una actitud antimperialista, de caracter anti norteamericano, debido a las luchas nacionalistas que por entonces enfrentaron al general Sandino con las tropas de intervención norteamericanas en suelo nicaragüense; una actitud antiburguesa, a pesar de la condición burguesa del grupo, que criticaba la explotación del indio, así como la moral hipócrita. [2]
Por otra parte, tuvo por refugio espiritual la religión y los principios conservadores de la tradición hispana, como única vía de salida para preservar una herencia del pasado, a la que integraron la raíz indígena, por autóctona.
No fue, en su esencia, una vanguardia ortodoxa, a la manera de la europea, sino una vanguardia que tomó de la europea lo que le pareció bien para modernizar su escritura e incorporarse a una corriente moderna de la literatura. Hizo lo mismo con la norteamericana, y de esa combinación, mezcla aleatoria de varias influencias, surgió una escritura diferente, netamente nicaragüense, donde Pablo Antonio Cuadra fue su principal impulsor.
El hombre a través del tiempo
Pablo Antonio Cuadra nació, en Managua, el 4 de noviembre de 1912, aunque de familia originaria de Granada, una de las ciudades patricias de Nicaragua, por tradición católica y centro del partido conservador que ha dado tantos presidentes al país. Estudió en el Colegio Centroamérica de Granada, regentado por los jesuitas. Siendo todavía estudiante fundó en la misma ciudad de Granada el movimiento de Vanguardia, en 1931, junto a un grupo de compañeros y amigos, entre los que estaban Luis Alberto Cabrales, José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos y Manolo Cuadra, entre otros. Ese año lanzan el manifiesto Anti-Academia Nicaragüense y dirige el rincón de vanguardia, órgano quincenal, donde se publicaron poemas españoles de Altolaguirre, Bergamín, Antonio Espina, Juan José Domenchina, Gerardo Diego, García Lorca, Alberti y Jorge Guillén.
En 1933 Cuadra viajó a Sudamérica, haciendo compañía a su padre que asistía como delegado de Nicaragua a la Conferencia Panamericana de Montevideo. En esa gira trabó nuevas amistades, dio lecturas de sus poemas, y en Chile la editorial Nascimiento de Santiago se comprometió a publicar su primer libro,Poemas nicaragüenses, que apareció en 1934. En 1937 dirige la sección Trinchera del diario El Correo, en Granada; es encarcelado por el dictador Somoza padre. En 1942 funda la revista de literatura Cuaderno del Taller San Lucas, revista que adquiere prestigio a nivel internacional, cuyo último número salió en 1946. En 1945 ingresa en la Academia Nicaragüense de la Lengua; viaja a México, donde vive hasta el año 1947. En 1946 es nombrado en El Escorial (España), Presidente del Instituto Cultural Iberoamericano. En 1949 es Encargado de Negocios en la Embajada de Nicaragua en España. En 1950 dirige Semana, en Managua. En 1951 funda la Casa de la Cultura. En 1952 fracasa su vida de agricultor tras perder toda la cosecha de algodón. En 1954 es nombrado co-director, en Managua, de La Prensa, el diario más importante de Nicaragua. En 1956 es encarcelado por Somoza hijo. En 1959 obtiene el Premio Nacional “Rubén Darío”. En 1961 funda la revista de literatura El pez y la serpiente; forma parte de la Junta Directiva de la Universidad Católica de Managua y ocupa el cargo de Decano de la Facultad de Humanidades, así como Director del Departamento de Extensión Cultural de Nicaragua. En 1964 es nombrado Director de la Academia Nicaragüense de la Lengua. En 1965 obtiene en España el Premio Rubén Darío del Instituto de Cultura Hispánica. En 1976 dirige La Prensa Literaria. En 1983 se inicia la publicación de su Obra poética completa, que finaliza en 1989. En 1985 es profesor de Literatura en la Universidad de Texas. En 1991 se le otorga el Premio Gabriela Mistral de la Organización de Estados Americanos (OEA). En 1992 es candidato al Premio Nobel de Literatura; se le concede la Orden Fulgencio Vega, y es declarado Hijo Dilecto de Managua. En 1993 es nombrado Rector de la Universidad Católica de Nicaragua, en Managua.
Un poeta para el Nobel
El acierto de proponer a Pablo Antonio Cuadra para el Premio Nóbel, en 1992, se concretaba en una vida, por entera, dedicada a la literatura. Pero no una vida cualquiera, porque cualquier poeta o escritor puede dedicar su vida a la literatura.
En Pablo Antonio Cuadra se dan todos los principios del humanista del siglo XX, como pude ser su poesía como representación e interpretación de lo nacional; una permanente preocupación por la vida del pobre que vive el campo o la ciudad, humillado por los poderes del estado; una actitud de rechazo a todo compromiso político o ideológico, partidista, que siempre ha desembocado en dictadura; una posición crítica frente a la falta de libertades del individuo, así como su lucha contra todo sistema despótico o dictatorial, que le costó la cárcel en 1937, durante el gobierno del dictador Anastasio Somoza padre, y, luego, en 1956 por orden del futuro dictador Anastasio Somoza hijo. Más tarde, cuando la Revolución sandinista triunfó contra la dictadura, Pablo Antonio Cuadra mantuvo una posición firme de libertades, lo que le costó el silencio y el exilio, en unos momentos en que aquella Revolución, redentora de los pobres, se convertía en dictadura militar y despótica.
Frente a esta situación su poesía ha estado cargada de humanidad y humildad, sin rencores ni violencia. Ha sido la poesía de un místico o un santo que eleva su palabra para reconciliar a sus hermanos levantados en ira. Ha sido la lucha de un poeta por redimir las miserias que vive su pueblo marginado, explotado y humillado.
Todo esto es lo que se lee en la poesía de Cuadra, desde el inicio de la Vanguardia, que fue la lucha contra los desmanes de la burguesía, de donde él venía.
El poeta y sus libros
Los libros de poesía publicados por Pablo Antonio Cuadra son diez, incluyendo Esos rostros que asoman en la oscuridad, que alterna con relatos. Abarca casi setenta años de escritura (1929-1996), y los años de publicación van desde 1934 hasta 1988.
1. Canciones de pájaro y señora.
Su primer libro, Canciones de pájaro y señora, fue escrito entre 1929-31. Pero, vio la luz, fragmentariamente, en 1964, en la antología Poesía, que editó en Madrid, el Instituto de Cultura Hispánica, hasta su publicación definitiva en el volumen I de Obras poéticas completas (San José, Libro Libre, 1983).
El libro fue escrito entre los diecisiete y diecinueve años, y contiene en su temática la propuesta que postula el movimiento de vanguardia, que consiste en recuperar lo nacional, mediante un lenguaje que se comunica con el pueblo. Los poemas son breves, abundante en romances, con predominio del verso corto, se introduce el diálogo propio de la narrativa, aunque la búsqueda de música es constante. El poema “Caballito”, empieza:
Por doquiera que voy
te busco y nunca te encuentro.
En la carrera de amor.
En la hierba y en el viento.
Puede observarse en esta estrofa la unidad versal, que es condición imprescindible de la buena poesía. Así como la puntuación, que lleva la pauta del verso, y tiene la capacidad de comunicar y precisar el mensaje. Esta perfección formal la encontramos, por ejemplo, en la siguiente estrofa del poema “Fabulilla del antojo”, donde además es audible la musicalidad mediante la repetición de palabras y la reiterada aliteración:
A la una pidió la luna.
A las dos pidió el reloj.
A las tres peleó con Andrés.
A las cuatro mató al gato.
En este libro figura uno de los poemas que más popularidad ha alcanzado en Nicaragua y el extranjero, titulado “Por los caminos van los campesinos…”, escrito en 1935. Hay que destacar en él la audacia de escribir los versos bajo el impulso de un lenguaje nuevo, que supo romper con las raíces del pasado decimonónico.
2. Poemas nicaragüenses.
En la bibliografía de Cuadra, Poemas nicaragüenses figura como el primer libro que publicó. Vio la luz Santiago de Chile (Editorial Nascimiento, 1934), durante un viaje que realizó el poeta por el sur americano en 1933. Como dice Fidel Coloma González: “Poemas nicaragüenses es el libro de los veinte años, floración lírica de la adolescencia y primera juventud del poeta”. Los poemas fueron escritos entre 1930-33, y se diferencian del libro anterior en que el verso se vuelve largo, a veces larguísimo. A partir de este libro el verso de los libros siguientes va a ser predominantemente largo. Surge la palabra fluida, torrencial, como la lluvia de su pueblo, y la mirada es cada vez más penetrante en el vientre de su patria. El lenguaje es completamente coloquial, completamente conversacional. Es el libro que inaugura en Nicaragua, y en Centroamérica, los nuevos tiempos de la modernidad. El “Poema del momento extranjero de la selva” se convierte en una radiografía interior que ausculta los misterios secretos de la imperiosa naturaleza, y empieza:
En el corazón de nuestras montañas donde la vieja selva
devora los caminos como el guás las serpientes
donde Nicaragua levanta su bandera de ríos flameando entre tambores torrenciales.
Observemos cómo el canto se eleva por encima de las palabras, y la voz del poeta adquiere un tono profético, y dice en un verso: “Tengo que hacer algo con el lodo de la historia,/ cavar en el pantano y desenterrar la luna”, porque el poeta también es un ser profeta que tiene en su palabra el destino que desea para su pueblo. Este mismo poema es una denuncia contra la intervención militar norteamericana que padeció Nicaragua, en 1926, cuando la voz de Sandino se levantó en armas, con el apoyo de grupos de campesinos que luchaban por la libertad, y el poeta canta en solidaridad con ellos. Para el malogrado poeta nicaragüense Manolo Cuadra, que luchó como soldado contra Sandino, el poema “evoca un detalle que logró repercusión internacional: necesitábase haber sido guardia nacional o sandinista para penetrarle en toda su longitud y hondura”.
Realmente, es este un libro conmovedor, patético, crudo, porque en él está patente la tristeza, la miseria, como en el poema “Patria de tercera”, donde el poeta confiesa:
Viajando en tercera he visto
un rostro.
No todos los rostros de mi pueblo
óvido, claudican.
………………
La dignidad he visto.
Porque no sólo fabricamos huérfanos…
El “rostro”, la imagen real de la persona, que es como el espejo del alma, va a convertirse en Cuadra en una especie de búsqueda de la realidad de su pueblo. El rostro estará presente en su poesía, y llegará el día en que dé título a un libro.
Merece un elogio la riqueza y originalidad de las metáforas, que toman forma de símbolos mágicos y nuevos en el pensamiento que dibuja el lector. Sobre todo, las descripciones de paisajes, animales, plantas y esplendores, y resplandores.
3. Canto temporal.
Canto temporal fue publicado por primera vez en separata, correspondiente al número 3 de la revista Cuaderno del Taller San Lucas (octubre, 1943), que dirigió Cuadra, y que era una publicación de la Cofradía de Artistas y Escritores Católicos de Nicaragua. Su edición definitiva data de 1984, en Obra poética completa, v. II.
Se trata de un solo poema, un poema largo, dividido en nueve apartados. Está dedicado al poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985), colaborador de dicha revista, y tiene de particular la descripción interior del poeta, la descripción de la conciencia, y la búsqueda del yo. Es una reconciliación consigo mismo. Una especie de monólogo con destinatario, que no es otro que el lector, porque la dedicatoria no es más que un símbolo que representa a un receptor anónimo, sin rostro, que somos nosotros los propios lectores.
Canto temporal es algo así como un acto humilde de contrición, de fe, de arrepentimiento. Una toma de conciencia consigo mismo, porque el poeta es esencialmente católico, y este es el primer libro donde revela la palabra cristiana, pero no desnuda en su totalidad sino encubierta por un velo de símbolos que la hacen simular una realidad diferente. Esto quiere decir que cuando el poeta escribe dirigiéndose a un destinatario, en este caso el poeta Ernesto Mejía Sánchez, no está haciéndolo directamente a él sino a Dios. Por eso mismo, dice en algún momento del poema:
Tú sabes que en la usual distribución del alimento
existen los que gimen por el sabor del pan;
los que tienen su llaga sin lástima que alivie,
los que dejan pedazos de nombre en su camino
cuya sangre es harapo y llanto para olvido…
Como afirma el crítico nicaragüense Arellano, en este poema predomina el lenguaje discursivo que ha perdido el sentido del ritmo, no porque el poeta no consiga hacerlo, sino porque la comunicación que quiere mantener a lo largo del poema exige de un ritmo pausado y monótono, como invitando a la reflexión, a modo de los rezos y oraciones.
4. Libro de Horas.
Si en el libro anterior el sentimiento de lo religioso era tan sólo una invitación a la reflexión, en Libro de Horas encontramos el acento bíblico. Fue escrito entre los años 1946-54, en México, España y Nicaragua, pero no vio la luz sino fragmentariamente en dos antologías editadas en Madrid, en 1964 (Poesía, y Poesía católica del siglo XX), hasta su aparición en el volumen II de Obra poética completa, en 1984.
Puede verse que el concepto de tema religioso aparece en la poesía de Cuadra, a medida pasan los años y el poeta necesita una mayor comunicación espiritual, y quiere que sus ideas queden plasmadas como testimonio de pura verdad, que es su realidad.
Algunos títulos del libro hablan por sí mismos del contenido: “Himno de Horas a los ojos de Nuestra Señora”, “Antífona del soñador”, “Antífona matinal”, “Coro matinal de los labradores”, “Canto coral de los instrumentos de la pasión” o “La huída a Egipto”.
Para el norteamericano Steven F. White: “En su Libro de Horas, Cuadra modifica el antiguo sistema monástico de ordenar el tiempo a través de las ocho horas canónigas, pero conserva el mismo enfoque en el día como unidad de medida temporal. Es decir, después del poema dedicado a la Virgen, el libro se divide en cuatro secciones: “Alba”, “Mañana”, “Tarde” y “Noche”.
Pero, detengámonos en un título significativo: “Invitación a los vagabundos”, donde se lee: “los lisiados, los tristes, los que sufren/ persecusión por la justicia”, son los seres marginados que, poco a poco, han ido apareciendo en la poesía de Cuadra, como protagonistas marginados de una nómina anónima que desfila por sus libros. Es la voz cristiana solidaria con los pobres, con los desheredados. Es la voz profética del defensor de los humillados por el rico y el burgués. Es la voz de Víctor Hugo, de Richepin, de los poetas franceses del XIX acusando las injusticias del poderoso.
Empieza en Cuadra a tomar vida el personaje anónimo, de la calle, el sin nombre, al que el poeta le da nombre y apellido, como restituyéndolo a la sociedad de donde ha sido marginado.
Y vimos al poeta con su inadmisible traje de melancolía;
y miramos al ciego con su paso flotante y sus manos
en busca de un horizonte intocable;
y al cojo saltando sobre su obstáculo invisible
y al soldado que es un mendigo de llagas más recientes…
Como escribe Claire Pailler: “Los hombres que viven en este paraíso terrenal pueden experimentar, tremendamente, la tentación de vivir olvidados, fuera del tiempo, fuera de la historia. Pero la historia busca y alcanza aún a los hombres cuyo nombre, después, no recordará. Rescatar entonces los rostros de la multitud, la patria de tercera, según títulos de Cuadra, es otra urgencia”.
5. Poemas con un crepúsculo a cuestas.
Según Giuseppe Bellini, “La fuente de inspiración de Pablo Antonio siempre ha sido la naturaleza, el pasado cultural precolombino de su país, los mitos y la presencia de esa civilización”. También lo es el hombre. Para Ávaro Urtecho: “El hombre, dentro de la intuición trágica, es un ángel caído, y ante la ciega fatalidad sólo le queda el camino proteico de la rebelión, rebelión que devendrá en redención”. Ese es el tema central que vertebra Poemas con un crepúsculo a cuestas, el hombre mismo, como lo delatan los títulos: “Helena”, “El mendigo”, “El demente”, “El peregrino”, “El ángel”, “El amante”, “El extranjero”.
Los primeros poemas aparecieron en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, 1949. Pero, el total de poemas fueron escritos entre los años 1949-1960, y vieron la luz en el volumen III de Obra poética completa.
En este nuevo libro el poeta aparta la mirada de la naturaleza que antes describió, mientras descubría, en sus primeros libros. Ahora fija la mirada en los “rostros”, como él prefiere llamar, a la manera que dirían los nahuatl, en lugar de caras.
Un ejemplo de esta etapa, que continúa y acrecienta su caudal humano, es el siguiente fragmento del poema “El mendigo”:
Su mano era la última embajada de su miseria.
En su mano estaba su mirada
como una vertiente seca.
Estaba su corazón
como una ciudad destruida.
La había tendido a ti
como quien envía a su último hijo
al lejano país de la vergüenza.
Con la creación de estos personajes la poesía de Cuadra incorpora un símbolo humano (los mitos de que hablaba Bellini), capaz de comunicar la miseria que habita la tierra de su patria. Miseria que es doble, porque expone una miseria física, y otra espiritual.
6. El jaguar y la luna.
El jaguar y la luna es un libro representativo en la bibliografía poética de Pablo Antonio Cuadra porque integra de modo definitivo elementos prehispánicos de la cultura nahuatl a la poesía. Una raíz culta, autóctona y nacional que no abandonará, con el fin de representar simbólicamente la realidad, que es también una manera de crear el mito, y que en alguna ocasión ha dejado ver anteriormente. El jaguar y la luna es –ha dicho Arellano– “su mayor concreción expresiva de lo indígena”.
Los poemas de este libro fueron escritos entre 1958-59, y el libro apareció en Managua (Editorial Artes Gráficas, 1959). José Emilio Balladares apunta lúcidamente: “Cuadra ha dicho que estos eran poemas para escribirse en cerámica. Y, efectivamente, no son ajenos a su inspiración los estudios hechos por el autor en esa época sobre el desarrollo de la cerámica aborigen de Nicaragua […] En esa raíz indígena se encuentra, pues, la fuente de transformación de la escritura poética de Cuadra, que sustituye la sobriedad y la elipsis a la prolijidad y la hipérbole, y el expresionismo de la imaginación mítica al detallado verismo descriptivo de sus anteriores poemas”.
En efecto, como dice Balladares, este libro se tituló “Poemas para inscribirse en cerámica”, porque participa de la sinestesia visual que hace representar la imagen de lo descrito. Podemos observarlo en algunos títulos, muy sugerentes, como: “Retrato de serpiente”, “Escrito junto a una flor azul”, “El desesperado dibuja una serpiente”, “La mirada de un lejano perro que aúlla”, “Urna nahoa para una mujer” o “Vaso con jaguar para el brindis”.
“Mas el contenido mítico es el que articula estas piezas indelebles, infundiéndoles magia y misterio, sobre todo la imagen de la fuerza y el poder concentrado en el jaguar: animal al que se le rindió un profundo culto en las cosmogonías primitivas”, apunta Arellano.
En los poemas de este libro se puede observar un cambio en el verso con respecto a la poesía anterior: se hace más corto, menos torrencial, para comunicar una imagen precisa que utilizará el lenguaje concentrado, meditado y coherente. El poema “Lamento de la doncella en la muerte del guerrero”, es breve, y dice:
Desde tiempos antiguos
la lluvia llora.
Sin embargo,
joven es una lágrima,
joven es el rocío.
Desde tiempos antiguos
la muerte ronda.
Sin embargo,
nuevo es tu silencio
y nuevo el dolor mío.
Este es un poema triste, lírico, lánguido. Una excepción en la temática del libro. Para el escritor sueco Ulf Erickson: “En Cuadra se da un fuerte impulso a salirse de lo estrictamente lírico con el fin de dirigirse tanto al oyente como hacia la creación de lo universal. Pero por otra parte, todo el tiempo él utiliza imágenes profundamente personales para la creación de lo universal y de esta manera regresa incesantemente al pensamiento personal y del tiempo. Este es el caso de los poemas de 1976, y es el libro que mayor impresión me ha causado: El jaguar y la luna, 1959, en el cual las imágenes de la mitología indígena de la época pre-hispánica se presentan a manera de compendio”.
Esta plasticidad poética, una manera de plasmar la imagen, se dibuja en el breve poema “Urna con perfil político”, otro tema que empieza a tomar espacio en la poesía de Cuadra, que dice:
El caudillos es silencioso
(dibujo su rostro silencioso)
El caudillo es poderoso
(dibujo su mano fuerte)
El caudillo es el jefe de los hombres armados
(dibujo las calaveras de los hombres muertos).
7. Cantos de Cifar y del Mar dulce.
Fue publicado por primera vez, en España, como Los cantos de Cifar (Palma de Mallorca, 1969), y Nuevos cantos de Cifar (Palma de Mallorca, 1971), y luego en Ávila, en 1971, con el título de Cantos de Cifar, hasta la edición definitiva, en 1979, en que amplía el título, como un homenaje al Gran Lago de Nicaragua, situado a orillas de Granada. Los poemas fueron escritos entre 1969 y 1979.
Como los poemas del libro anterior, también éstos son breves y concetrados, pero cambia de temática. Si antes prevalecía el tronco nahuatl, prehispánico, en estos poemas la mirada del poeta rescata los rostros de los hombres del Mar Dulce, que es una manera de mirar al hombre desde los ojos de la cultura nahuatl. Para Arellano, en este libro Cuadra procede al “rescate del marginado”. Los poemas giran en torno a Cifar, su protagonista, un isleño, navegante en su barca, que simboliza la vida pobre del pesacador que habita las islas del Gran Lago. El libro se inicia con “El nacimiento de Cifar”, y relata toda una vida de aventuras y desgracias en las aguas del lago, sometido a tormentas y borrascas, pero también tiene momentos felices como el poema “Las bodas de Cifar”. En “El dormido” canta la desgracia:
Loca la vela y sin guarnil la caña
vimos el bote zozobrando
lanzado por los vientos y las olas.
Entre la espuma y la noche
sólo un perro aullaba…
A lo largo del libro hay una voz de otro narrador, es una voz sabia que aconseja a Cifar, y que Cuadra da el nombre de “El maestro de Tarca”, y que interviene en poemas independientes, diferenciados con números romanos, uno de ellos dice:
Con el oído atento
al fragor de las olas
y los vientos
el Maestro de Tarca
nos decía:
En el rencor del Lago
me parece oír
la voz del pueblo.
Es también la voz de protesta del poeta que se alza a través de la voz de sus personajes para clamar contra la ira del dictador, y que irá recobrando poder a medida avanzan en su patria los desastres nacionales.
Unas pocas palabras certeras del poeta Eduardo Zepeda-Henríquez, en su ensayo “El Cifar de los cantos”, resume el espíritu del personaje: “Cifar está en su elemento, porque no se decide a ser del todo cotidiano, ni a ser heroico del todo. Es, sin embargo, “todo un hombre” y, por lo mismo, nunca un semidiós helénico. Él es el típico nicaragüense –o, si se quiere, arquetipo–, que saca hombría a su superstición; epopeya, de su fondo sentimental y su voz lírica; trascendencia, del “vivir al día”; riesgo, de la añoranza, y fuerzas, de flaquezas”.
8. Esos rostros que asoman en la multitud.
El libro está dividido en dos partes. La primera, “Doña Andreíta y otros retratos” comprende textos escritos entre 1964-75. La segunda, “Apocalipsis con figuras”, lo componen poemas que cuentan el terremoto de Managua de 1972, que destruyó la ciudad. Fue publicado antes en apartados fragmentados, pero como libro vio la luz en Managua (Ediciones El pez y la serpiente, 1976).
Es el libro verdaderamente representativo de los rostros, con su expresión y tragedia, que ya venía elaborando el poeta. Aquí culmina una etapa de modelaje de las señas de identidad de un pueblo tatuado por el dolor y la tristeza, la pobreza y la angustia, un pueblo cargado de sentimiento, nacido para el sufrimiento eterno.
Esos rostros que asoman en la multitud es un libro patético, pero real. Es el rostro nicaragüense de la mujer, el hombre y el niño maldecidos por la desgracia, como si para ellos el sosiego fuese algo extraño. Son los rostros de la realidad que Cuadra dibuja en el poema para decir a los gobernantes y los señores: “Tomad, esta es la patria que habéis construido”.
El poeta Ernesto Cardenal supo ver las virtudes humanas al escribir: “Pablo Antonio Cuadra pregunta por la cabaña de los huérfanos, por la isla del ciego, la peña de la viuda. Por el peregrino con su alforja. Es un poeta de los pobres, como Vallejo. Y poeta de los campesinos. “Por los caminos van los campesinos”. Usados como carne de fusil en las guerras civiles. O como rebaños en las campañas electorales. Nuevos sistemas quieren que dejen de ser campesinos, para convertirlos en piezas de la máquina del Estado. Pablo Antonio en cambio quiere que todos seamos campesinos espiritualmente. Él es además espiritualmente un campesino: un campesino que es poeta, que es hijo del Dr. Cuadra Pasos, que es presidente de la Academia de la Lengua, etc., pero al fin y al cabo un campesino”.
En este libro comparten el mismo sitio poemas y cuentos, pero ambos géneros son relatos de rostros, cuentos de historias ocurridas en algún rincón de Nicaragua, o en la imaginación del escritor, sombras con nombre que son personajes que lo pueblan. Realmente, Pablo Antonio Cuadra es un auténtico narrador que sabe hilvanar historias. En este libro, donde la poesía penetra a través del lenguaje discursivo en los terrenos de la narrativa, y donde los cuentos están envueltos en una atmósfera poética, observamos la gran capacidad de Cuadra para contar. Pongamos de ejemplo cualquier poema, como “Catalino Flores”, hombre del pueblo:
Hábeas Corpus
para Catalino Flores.
Las tres mujeres bajan
de Susulí llorando.
Vienen de negro
al alba.
Van al comando
al juez
a la cárcel van
preguntando por su deudo.
El Sindicato, con temor,
redacta el telegrama:
Hábeas Corpus
para Catalino Flores
jornalero de treinta años
casado, cinco hijos,
organizaba
la Liga campesina,
leía y enseñanba
a leer bajo los árboles.
Lo arrestó una patrulla
en la noche.
Los caminantes
oyeron tiros…
9. Siete árboles contra el atardecer.
El poeta que padeció persecusión y exilios desde la juventud, ve ahora la cólera de su pueblo contra la tiranía del último dictador, y escribe, entre los años 1977-79, poemas en los que vuelve al lenguaje torrencial, larguísimo, a la manera del versículo, con el fin de convertir su voz en profética, y dar una visión amplia de la realidad. El libro vio la luz en Venezuela, en 1988, editado por la Presidencia de la República, y lo integran siete poemas, cuyos títulos llevan nombres de árboles, que son: “La ceiba”, “El jocote”, “El panamá”, “El cacao”, “El mango”, “El genísaro” y “El jícaro”.
Es este un libro lleno de reflexión y sabudiría, porque es también la voz patriarcal de un poeta que ha pasado los setenta años lleno de experiencia. También, es la voz del poeta que recoge en la suya la voz popular contra la tiranía que subyuga a su pueblo, asediándolo, sacrificándolo, asesinándolo. Entonces el poeta se vuelve colérico contra la cólera del tirano, y su verso se vuelve denso:
Yo he recordado su antigua sombra aquí donde no hay amor suficiente para levantar estas piedras.
“¿Sal de ellas, pueblo mío!”
Un techo nuevo cubra tus exilios. Un madero
extienda sus ramas.
También está presente el recuerdo de Managua, la ciudad que existió un día:
Yo he recordado su sombra antigua recorriendo esta ciudad en ruinas.
En la Calle Candelaria donde estaba mi casa
–hablo de la vieja casa donde yo nací–
ya no queda piedra sobre piedra.
La técnica de composición de los poemas es una alianza de recursos que forman una mezcla de crónica colonial, filosofía nahuatl y cristiana, citas eruditas, léxico indígena y coloquial. Es lo que el escritor venezolano Guillermo Yepes Boscán llama “una suerte de amplio collage de alusiones y referencias”.
Siete árboles contra el atardecer, mejor dicho “contra el atardecer” de una dictadura en guerra, que estaba a punto de extinguirse, es un libro profético:
Cuando Quetzalcóatl no era dios sino hombre entre nosotros
cuando no se inmolaban hombres sino flores y mariposas a los dioses
Quetzalcóatl nos dijo: “Somos pueblo en camino”,
y nos dio el pinol –que se hace del maíz–
y nos dio el tiste –que se hace del cacao y el maíz–;
bebidas para pueblos peregrinos.
Porque esta es tierra de transterrados.
Gentes que sólo llamamos Patria a la libertad.
“Este sentido de la libertad, constante a lo largo de todo el libro, contiene la cólera del poeta. Es la voz de su pueblo oprimido por siglos que se yergue desafiante a través de los siete árboles, contra el atardecer de la dictadura que asoló a su patria; “contra los poderes de la Casa Negra”, “contra los señores de la casa oscura”, que un día el pueblo desterró, “porque esta es tierra de transterrados”, y porque “sólo llamamos Patria a la libertad”. Sin embargo, los siete árboles contra el atardecer quedan firmes en la historia, reverdeciendo siempre. Erguidos como siete espadas, como siete torres, contra todos los atardeceres. Porque la historia es cíclica. Se repite”, escribía a propósito de este libro, en 1982. La llegada al poder de otra dictadura, la sandinista, convirtió nuevamente al poeta en poeta del exilio, y tuvo que desenterrar la maldición de sus árboles, como la hoja de una espada, para luchar junto a su pueblo oprimido y falto de libertad.
10. La ronda del año: Poemas para un calendario.
Recoge doce poemas que se corresponden a los doce meses del año. Es un trabajo titánico y perfecto que Cuadra inició en 1938 y concluyó en 1986. Su nieto el poeta Pedro Xavier Solís Cuadra, quien mejor conoce la trayectoria del poeta, comenta la cronología de esta escritura sinuosa: ?”Noviembre” fue escrito entre 1939-1950; en 1950 aparecieron “Enero” (aunque su versión definitiva es de 1983) y “Febrero”; “Códice de Abril” apareció en 1956, “Mayo” en 1974, “Marzo” y “Junio” en 1978 (aunque esta última se comenzó a escribir en 1969); “Agosto” en 1982, “Septiembre” en 1983, “Julio” y “Diciembre” en 1986, y, finalmente, “Octubre” en 1987. Cada poema va precedido por una “Antífona” que recrea –metereológica, astronómica y culturalmente– la atmósfera de cada uno de los meses, y está seguido de importantes anotaciones explicativas.
El libro se publicó completo en el volumen VII de Obra poética completa, en 1988, aunque apareció antes, fragmentariamente, en Poesía (Madrid, 1964), comoGuirnalda del año, segunda parte del Libro de Horas, pero en lugar se ser continuación formó un conjunto individual. La explicación del contenido del libro la encontramos nuevamente en Pedro Xavier Solís, quien escribe: “La concepción de un calendario poético representa la voluntad del poeta de comprometer su poesía con el tiempo, aunando al sentir religioso de los misterios cristianos, un fervor cívico que nace de su preocupación por la redención de la historia: para Cuadra, “lo que Dios premia con premio de eternidad, es lo que hicimos por redimir el tiempo”. Asimismo, esta obra es un eco contemporáneo de la obsesión calendárica de los Mayas y otras altas culturas mesoamericanas”. Cita luego un fragmento del poema “Meditación ante un poema antiguo” del Jaguar y la luna, donde Cuadra deja constancia de su preocupación por el tiempo:
Preguntó la flor: ¿el perfume
acaso me sobrevivirá?
Preguntó la luna: ¿guardo algo
de luz para después de perecer?
Mas el hombre dijo: ¿Por qué termino
y queda entre vosotros mi canto?
Como afirma Francisco Arellano Oviedo: “La temática calendárica, que en Pablo Antonio Cuadra es clara y recoge el movimiento de la naturaleza a la vez que registra elementos de la identidad nacional, no tiene precedente en la historia de la literatura nicaragüense”. Ni en la nicaragüense ni en la hispanoamericana ni en la española, trabajado el tiempo en esta dimensión tan profunda, porque en verdad Cuadra ha agotado un tema tan antiguo, utilizando para ello el giro anual, anular, temporal, del calendario.
Es admirable el esfuerzo titánico de este hombre flaco y espigado, dedicado durante tantos años de su vida a la secreta embriaguez de descifrar y descodificar los misterios de esa rueda mágica que llamamos “tiempo”. Pero el tiempo en la poesía de Cuadra aparece fusionado a la historia, trascendente o anónima, como sucede en el poema “Códice de Abril”:
Este es el linaje de Abril, hijo de Marzo, el Guerrillero
hijo de Sandino y de Blanca, de Yalí, de las Segovias
a quien engendró Andrés Castro, el hijo de Septiembre
a quien engendró Amadía, el Caballero
a quien engendró Cifar, el Navegante.
Conclusión
Quizás tenga razón el sueco Ulf Erckson al decir que “el tiempo es precisamente la entrada hacia la poesía de Cuadra”, porque el tiempo existe de dos maneras: en el poeta y fuera del poeta. Son dos tiempos diferentes, pero reunidos en una misma persona. Este afán de Pablo Antonio Cuadra de hacernos herederos de su poesía, significa una lucha contra el tiempo, contra el envejecimiento y contra la muerte. Significa la inmortalidad. Por otra parte, el afán de Cuadra por dejarnos el testimonio de la geografía de su patria y, sobre todo, los rostros humanos de los hombres, es otro testimonio de su visión del siglo que le tocó vivir. Un testimonio vivo de su tiempo.
Es cierto que sin tiempo no hay vida, pero también la vida es el único testimonio válido en el tiempo. Por tanto, hay que decir que la poesía de Cuadra se instala en un tiempo determinado, que abarca casi todo el siglo XX, porque Pablo Antonio Cuadra empezó a recopilar su poesía desde el año 1929, y sigue en activo. Lo que supone que como poeta ha permanecido vigente durante los tres últimos cuartos de siglo, que ya es mucho decir. Con este haber a cuestas, supera a Víctor Hugo, que publicó su primer libro Han d'Islande, en 1823, y el último en 1883. Esto significa que Pablo Antonio Cuadra, gozando de una vitalidad y lucidez inalterables, es junto con el español Rafael Alberti el poeta que él solo ha llenado con su poesía todo el siglo XX.
Dije antes “que Pablo Antonio Cuadra es esencialmente poeta”, y así es. Pero, también es esencialmente narrador, y lo es porque su mirada descriptiva, minuciosa para la elaboración de las cosas pequeñas, así lo confirman. Pudo haber sido un gran novelista. Pero como la historia literaria de Nicaragua no es de novelistas ¿cómo por ejemplo la guatemalteca?, entonces decidió volverse poeta. Sin embargo, ahí están sus magníficos relatos.
Pablo Antonio Cuadra nació, literariamente, en un momento en que el lenguaje de la narrativa hacía concesiones a la poesía para crear ese lenguaje nuevo del siglo XX que convierte el poema en discursivo, en prosaico, que es el verso libre, y que andando el tiempo se va haciendo coloquial. La extraordinaria sensibilidad de cuadra el lado de la poesía sumada a la gran capacidad de análisis y observación del narrador, ha dado un fruto fecundo, que resulta extraordinario en la poesía contemporánea al incorporar el lenguaje nuevo de la oralidad.
Sin lugar a dudas, Pablo Antonio Cuadra ocupa un lugar relevante en la poesía de lengua castellana del siglo XX y de todos los tiempos, porque la suya es una poesía excepcional, que ha merecido muchos comentarios críticos, pero que precisa de análisis profundos para ser entendida y difundida como merece. Sobre todo, el lado humano de su obra excepcional que lo convierte en uno de los más altos espíritus del humanismo hispánico de nuestro siglo.
NOTAS
1. Pablo Antonio Cuadra, “Fronteras y rasgos de mi comarca literaria”. Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación n? 50, Managua, 1992, p. 3.
2. Véase Jorge Eduardo Arellano, “Estudio preliminar”, en Pablo Antonio Cuadra: Cesta mayesta. Managua, 1996, p. 20-25.
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Ricardo Llopesa (Nicaragua, 1948). Poeta, narrador y ensayista. Es autor de diversas ediciones críticas y anotadas de Rubén Darío, entre ellas Poesías inéditas (Visor, 1988), Prosas profanas (Espasa-Calpe, 1998), y una Biblioteca Rubén Darío (8 vols., Valencia, 1996). Fundó la Asociación (1993) y luego la Editorial Instituto de Estudios Modernistas (1999), y la revista Ojuebuey (1984-2003). Fue Presidente (1996-1997) y Vicepresidente (1998-2009) de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios. Desde 1997 es Miembro Correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia Española. Vive en Valencia, España. Contacto: edinesmo@yahoo.com. Página ilustrada con obras del artista Ramón Oviedo (República Dominicana).
El período de enero de 2010 hasta diciembre de 2011 Agulha Revista de Cultura cambia su nombre para Agulha Hispânica, bajo la coordinación editorial general de Floriano Martins, para atender la necesidad de circulación periódica de ideas, reflexiones, propuestas, acompañamiento crítico de aspectos relevantes en lo que se refiere al tema de la cultura en América Hispánica. La revista, de circulación bimestral, ha tratado de temas generales ligados al arte y a la cultura, constituyendo un fórum amplio de discusión de asuntos diversos, estableciendo puntos de contacto entre los países hispano-americanos que posibiliten mayor articulación entre sus referentes. Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins. |
quarta-feira, 19 de novembro de 2014
La poesía de Pablo Antonio Cuadra | Ricardo Llopesa
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