terça-feira, 3 de maio de 2016

MARÍA POUMIER | José Lezama Lima, la revista Orígenes y Europa


Ya es hora de que se reconozca que José Lezama Lima ha edificado una obra de pensamiento teórico que está renovando la perspectiva americana sobre Europa, y que puede ayudar a los europeos a verse a sí mismos con lucidez, en esta etapa en que la dependencia creciente, política y cultural, ya no deja lugar a la autosatisfacción imperial que caracterizó a Europa en los últimos siglos. Tomando en cuenta especialmente la labor monumental de reconstrucción del pensamiento lezamiano que ha emprendido Iván González Cruz (1), se intentará aquí nombrar las flechas más generosas que empieza a disparar, en una espléndida pirotectnia, la saludable estela de Orígenes, apuntando a la conciencia europea.
José Lezama Lima fundó la revista Orígenes en 1944, después de haber fundado Espuela de plata, Nadie parecía, Verbum. Desembocar en el rótulo definitivo de Orígenes parece decir que ya se había cumplido el viaje previo a los infiernos: «la dolorosa reducción del yo a la nada y de esta a un nacimiento». Lezama había andado el camino desde la herencia cultural hispánica, mediterránea, hasta un centro íntimo, vacío tal vez, pero germinador, como nos dice el texto inaugural de la revista. Con la fuerza del descubridor que sabe el camino transcurrido y la meta alcanzada, lanza a Orígenes a fecundar a sus lectores. Es el momento en que el suicidio europeo parece consumado, en que los Estados Unidos aparecen como la salvación en una Europa agotada y hambrienta. Además de su aporte a la victoria aliada, que conllevó el aumento de las destrucciones y desangramientos, expanden el plan Marshall, el de la resurrección económica de la Europa occidental. En esta etapa, Orígenes nace confiada en el lugar que le corresponde ocupar, abarcando en su alcance cultural mucho más que la problemática local, con una madurez y una «clasicia» inigualables; esto es, entre otras cosas, porque tiene los instrumentos necesarios para sacar provecho de la magnitud del derrumbe europeo.
Indudablemente las fuentes de información y análisis del mismo fueron las que llevó hasta Cuba María Zambrano, militante republicana exiliada, que reside a lo largo de varios períodos en Cuba, y se había sentido recibida en su familia espiritual por el grupo de Lezama a partir de su primera estancia en 1936; María Zambrano volvió a París en 1946 a hacerse cargo de su hermana, a la que la Gestapo le arrebató su marido, que había sido médico de Stalin, y que, entregado a las autoridades franquistas, fue fusilado en España. Por herencia paterna, ella quería mantener vivo el pensamiento socialista de Pablo Iglesias. Dice la leyenda que cruzó parte del Pirineo a pie, junto a Antonio Machado, que no se había querido montar en el coche que le ofrecía la familia Zambrano. Ella escribiría, a raíz de la derrota republicana La agonía de Europa (Buenos Aires, 1945), Persona y democracia, (Puerto Rico 1958), después de Los intelectuales y en el drama de España (Chile 1937). En esos años experimentó la necesidad de anclarse además en la fe cristiana y en el catolicismo por cuanto la desdicha se le fue incrementando: se le murió la madre en París, y su hermana, con la que cargaría hasta su muerte en 1972, se volvió loca. Este apego al cristianismo va a producir una incomprensión entre los intelectuales de izquierda refugiados como ella en distintos puntos de América.
Aclaremos que si bien María Zambrano representa la visión más fresca de Europa que pudieron tener los compañeros de Lezama, Cintio Vitier, hijo del filósofo Medardo Vitier, de gran cultura francesa y alemana, contribuye a fraguar un pensamiento origenista, y no solamente un gusto o una estilística origenista. Sobre este trio, Lezama, Vitier, Zambrano, se abate pues la desilusión ante el suicidio de Europa, anunciado con enorme impacto por Spengler años atrás, en La decadencia de Occidente, traducido al español desde 1923, libro que saca las conclusiones de la aberración de la primera guerra mundial y abre las perspectivas teóricas para que los occidentales descubran y eventualmente absorban otras culturas con mayor vitalidad. En cuanto a lecturas, sabemos por el Diario de Lezama que entre 1939 y 1943 leía a Descartes y a Paul Valéry, quien aceptó el gobierno provisional de Vichy, lo cual no fue obstáculo para que se fuera radicalizando más bien hacia la izquierda, hasta su muerte en 1945. Valéry termina además su existencia con un fuerte repudio al historicismo (2), en el cual ve una fuente de estafas conceptuales difíciles de combatir, y con una clara conciencia de que «las civilizaciones son mortales», lo cual vale precisamente para la occidental en el siglo XX.
Por el contrario, en la periferia occidental, el historicismo de filiación marxista seducía cada vez más a los escritores. La teoría leninista del imperialismo como fase superior del capitalismo había venido a fortalecer la autoconciencia de los intelectuales como seres en los cuales se amontonaban las marginaciones injustas y opresivas. Sumando las recriminaciones de los antepasados a las de su tiempo, el narcisismo victimario, desarrollado a partir de la marginación social de los románticos, había cuajado hasta el punto de que los artistas se promocionaran espontáneamente con el título glorioso de poetas malditos. El surrealismo, con André Breton de comandante, les exigía a los mismos que dieran pruebas de solidaridad con los malditos multitudinarios, los proletarios. En la periferia del imperio cultural de Occidente, se añadía la visión de los vencidos, o sea de los pobladores prehispánicos, para reforzar la autoestima de los artistas en cuanto portadores crísticos de todo tipo de persecuciones injustas, siendo Vallejo el más convincente exponente de esta voluntad de ser y de gritar en cuanto alegoría del despojo, voz de los ahogados y desollados. Lo que llamó la atención al principio, en el pensamiento lezamiano y origenista, fue el repudio de ciertos temas de la militancia izquierdista. De un texto como Los zurdos, de 1948, o del elogio a Guy Pérez Cisneros, de 1956, se desprende el rechazo a lo que suele dar su impulso al pensamiento periférico desde las guerras de Independencia hispanoamericanas: el resentimiento contra la colonización europea.
Es Lezama uno de los primeros en demostrar que el resentimiento vengativo y la usurpación simbólica de agravios puede convertirse en uno de los motores inconfesables de cierto izquierdismo, generador de errores en la percepción del presente, y de mentiras para tapar los mismos. Frente a esta tendencia poco gloriosa, se levantaba la creatividad origenista firmemente arraigada en la fe democrática y en el apoyo a los reclamos populares, pero decidida a la abolición de los rencores históricos. Las consignas del anti-fascismo relegaron la recriminación anticolonial fuera de la propaganda izquierdista durante la segunda guerra mundial, pero esto fue provisional.
Asombra la falta total de cultivo del resentimiento supuestamente patriótico, en la novela histórica que es, entre otras facetas, Paradiso. Ahí donde el protagonista principal se llama Cemí, donde hay una meditación onírica sobre los temibles dioses aztecas y la delicada teología antillana, ahí donde se invocan antepasados terratenientes y peninsulares, los sentimientos cívicos son pura «virtud recipiendaria», olvido voluntario del genocidio indígena y de las discriminaciones contra los criollos en los siglos coloniales.
Además, mientras los años treinta son de pujanza de la intelectualidad izquierdista en toda América, y en Cuba en particular en torno a la Revista de Avance, la obra de Lezama le da la espalda a la militancia agresiva contra los descendientes espirituales de los antiguos amos arrogantes, los nuevos imperialistas, los norteamericanos, aludidos en Paradiso de paso, con neutralidad o indiferencia. En realidad, estos rasgos no son propios de la última etapa de Lezama, forman parte de una serie de rechazos de las tendencias pujantes entre los intelectuales de todo el mundo occidental. La perspectiva de Lezama no es la del conservadurismo contra el progresismo, sino algo mucho más sutil y radical.
Donde culminó la ingestión de lo europeo total, sin reservas, es en La expresión americana, de 1958, donde se pasa de las iluminaciones poéticas de Colón a la alabanza del señor feudal en las haciendas opulentas del XVII y al recuerdo del martirio de Fray Servando de Mier, de Miranda, de Simón Rodríguez, de José Martí, sin la menor alusión a sus enemigos poderosos. No se alude a las vejaciones a los nativos, ni al «pecado original» de la esclavitud negra, ni a nada de todo aquello que, interpretado alegóricamente, fue la base de la literatura cubana en el siglo XIX : Heredia, que se sentía esclavizado, los siboneístas en 1850, Casal el satírico melancólico hasta la muerte, etc. Cuando lo más fácil y contagioso es abanderarse detrás de la evocación de supuestos antepasados idealizados a brocha gorda para justificar reivindicaciones en el presente, el grupo origenista unánime demostró su capacidad a practicar la virtud de resistencia a las tentaciones ideológicas, antes de que Lezama lograra conceptualizar lo que sentía como una indignidad en la actitud de otros. A partir de 1959, los origenistas divergieron en su interpretación del deber de resistencia a las circunstancias político-culturales. La actitud fundacional sigue siendo la del inerme por excelencia : Lezama, que permaneció en Cuba, en un entorno hostil, cuando no agresivo, intentando cumplir con lo más difícil de su destino: «hacer posible a Martí», como dijo Cintio Vitier refiriéndose a la labor fraternal de Orígenes, asentar un pensamiento monumental y americano, en lo singular de su capacidad discursiva.
Ahora es cuando los vacíos, las playas de silencio de la obra lezamiana empiezan a entregar sus claves de desciframiento, mientras la ideología dominante ha hecho con las ingenuas expresiones de dolor izquierdista de los años treinta una chapa de lugares comunes que pueden llegar a ser opresivos. Los aspectos más negativos del pensamiento izquierdista, ya derramados por toda la sociedad, están sintetizados en una fórmula de Régis Debray, quien desmitifica la «idolatría de la potencia disfrazada de doctrina emancipadora» (3), es decir la obnubilación por la cuestión del poder, que lleva a ingenuos y generosos militantes a gastar energías al servicio de una causa, en la que confunden su ideal con un fetiche que algún día se volverá en contra de sus personas, y es eso mismo lo que los origenistas rechazaban. Esto no quiere decir —como se les reprochaba a los origenistas en su momento— que estos fueran dóciles instrumentos de una prolongada aculturación, que tuvieran una actitud servil ante los poderes neocoloniales, y que ampararan su cobardía en el sueño neo-modernista de una torre de marfil colmada de comodidades. María Zambrano rechazó la posibilidad que le ofrecía Gastón Baquero de colaborar en El Diario de la Marina, cuando le hacía falta el ingreso y el prestigio que esto le podía traer, Lezama le dio la espalda con abierto desprecio a la Universidad de la Habana y a cualquier respaldo institucional, mientras desarrollaba en La fijeza, 1949, la explicación paradójica de los dos conceptos decisivos para aclarar la eticidad de sus conductas: el de resistencia y el de fuga, resistencia a las presiones, incluyendo las seductoras, fuga lejos del campo de batalla que imponían las ideologías contrapuestas, negativa a entrar en uno u otro de los bandos adversos, semejantes por cuanto compartían el mismo terreno de combate.
Siguiendo a Régis Debray y otros analistas de los valores que los medias contemporáneos nos están imponiendo, podemos observar que el culto a la víctima, difundido entre los intelectuales laicos por cierta lectura simplicadora del marxismo, desde principios de siglo, y con un fuerte arranque en los movimientos revolucionarios de los años treinta, ha ido creciendo a lo largo de este siglo, sobre todo a partir de la victoria aliada de 1945 y del énfasis creciente en las víctimas del nazismo. El dogma humanitario moralista —que viabilizan la prensa y la televisión y que hoy en día tiende a borrar las fronteras entre derecha e izquierda en Occidente— pretende sustituir en el lenguaje oficial al de los intereses geopolíticos de siempre. Es así como va cerrándose el campo de la libertad de pensamiento por una reducción de cualquier problemática, histórica o política, a los parámetros de una piedad de pacotilla, pronta a tachar a los escépticos de cómplices de cualquier crimen contra la humanidad. En la institución de los tribunales internacionales, cuyo modelo fue el de Nuremberg, se evidencia la obra de un doble postulado: en primer lugar, la humanidad se divide entre víctimas que tienen la razón, y verdugos, que tienen la culpa; en segundo lugar: el que milita porque se haga cada vez más radical este dualismo esquemático es el que merece tener la voz cantante. Su legitimidad viene de que se da por sentado que él también pertenece al campo de las víctimas, de alguna manera, por lo cual es el más honestamente solidario de las de ahora y de cualquier tiempo, y pretende que lo reconzcan como portavoz de los que no se pueden expresar. El axioma oculto bajo el humanitarismo sistemático no deja de ser problemático, ya que son los justicieros mismos los que estipulan por donde pasa la línea divisoria entre «buenos» y «malos», excluyendo de antemano la posibilidad de que ellos puedan pertenecer en algo al campo de los justiciables.
La perversión de la cultura por el chantaje difuso que vienen ejerciendo cada vez más diferentes «lobbies de víctimas», es lo que anticipaba Lezama, al negarse tanto a sumarse a la izquierda como a polemizar con ella. No por ello se le hubiera podido situar en el campo ideológico adverso, pues es la simetría de las posiciones lo que él rechazaba, como caras opuestas de una misma moneda. ¿No era el izquierdismo antimperialista latinoamericano una inversión exacta de la dominación imperial ejercida por las metrópolis culturales?
A través de la usurpación, con fines opresoras, de lo mejor del pensamiento europeo, es cómo se había fomentado la aculturación y el complejo de inferioridad de los pueblos periféricos. Escapando radicalmente de la problemática del poder, como conquista o derrocamiento del mismo, es cómo lograba Lezama distanciarse del «problematismo latinoamericano», cruzar sin turbación por la indeterminación ontológica, mientras otros se aferraban a la creencia en su dependencia como algo sustancial y eternamente hiriente.
En realidad, ya, implícitamente, para Lezama, Europa había dejado de ser el centro de referencia para el pensamiento y la cultura. La tradición del pensamiento europeo la recibió Lezama con virginidad, sin que le abrumara de envidia la admiración por sus proezas. Como es sabido, el aporte singular que le permitió a la cultura europea convertirse en cultura dominante, por no decir aplastante, hegemónica y abusiva, es el uso sistemático del racionalismo discursivo. Lezama no escogió el campo del irracionalismo, pero sí le quitó la máscara despótica, monstruosa, a la supuesta herencia de Descartes. El definitivo abandono de la fascinación por el racionalismo, el fruto más original de la cultura europea, y de prolongaciones incontrastables, con la difusión del pensamiento científico y la universalización de sus aplicaciones tecnológicas, es el que explica el enfrentamiento de Lezama, con extrema violencia, contra Mañach, en textos de 1942 y 1949. El pensamiento regeneracionista, delicado en sus vislumbres de sicología colectiva, de Jorge Mañach, aparece en su libro Historia y estilo, de 1944, donde agrupa sus reflexiones en torno a la identidad cubana desde los años treinta; Lezama lo tacha de superado, tasnochado. Con esto, a contracorriente de todas las ideologías avasalladoras del siglo XX, siglo de guerras de religión, como dice el historiador Eric J. Hobsbawm, Lezama rechaza la lógica jerarquizante del regeneracionismo; es decir que anula el binarismo civilización / barbarie, salvajismo / educación, subdesarrollo / progreso, tanto en sus variantes racistas como supuestamente antiracistas, democráticas y socialistas. En realidad opta por un sentido unamuniano de la inteligencia popular contra las pretensiones de la élite, por la demótica y la intrahistoria contra la idolatría de la modernidad, por la inteligencia anónima de la lengua contra los dictámenes de la academia y del pensamiento autorizado.
Es un cambio de paradigma muy profundo lo que explica la desconfianza de Lezama de las vanguardias estéticas, cuya arrogancia le saltaba a la vista, y por eso embestía contra la Revista de Avance, órgano de la vanguardia local. Como bien sintentiza Enrique Márquez, para él, «realismo y surrealismo pecaron por igual: sólo alcanzaron a apuntalar una razón mecanicista, terrorista, que se atribuye hegemonía sobre todas las esferas aisladas» (4). Contra el terrorismo de otro instrumento de chantaje moralizante como ha venido a ser hoy en día el antirracismo, es por lo que se siente movido Lezama a expresarse contra la «poesía mulata», que le parece «sanguinosa», mientras que, al igual que Gastón Baquero, valoraba altamente la poesía africana o raigalmente negrista. Resistiendo la presión del racismo blanco, tan rápido para desvirtuar el talento ajeno, también fue capaz de mostrar en Plácido una coherencia vital y un método propio en la escritura, mientras que, desde la lectura de Sanguily, la mulatez se le señalaba a Gabriel de la Concepción Valdés como equivalente a oportunismo, deficiencia moral y literaria, según la historia literaria oficial.
Sobre el desprecio a muchos ídolos de la modernidad (aludidos con el chiste de la «propaganda a la toronja en polvo», o «decorativa simpleza») empezó la construcción del método lezamiano, y ahora es cuando el contexto en el que vivimos hace relumbrar sus aspectos no solamente revolucionarios, en el sentido de subversivos, sino además humanistas y generosamente fecundos en liberaciones. Había aparecido en los ensayos de Lezama el concepto de «sistema poético del mundo», audaz, hermético, desafiante, en un primer tiempo; paralelamente, Zambrano, Vitier, Lezama, se habían afirmado en un catolicismo típicamente hispánico, contrarreformista, sensual y abierto a todos los delirios místicos, bendecido por el montañés cura y poeta Angel Gaztelu; ya encontraban sus raíces teológicas las audacias mayores de Lezama, que lo iban a proyectar decisivamente fuera de la órbita europea en cuanto obligación a la dependencia teórica. A partir de La expresión americana, aparece más claramente en qué elementos apoya Lezama su fe en que otra tradición lógica puede sustentar el pensamiento: la contaminación asiática de las culturas prehispánicas de América, la reasiatización de América por la prédica jesuita en el siglo XVII, y la definición de dos campos esplendorosos para el pensamiento de raíz americana: «egiptización», es decir comprensión de la muerte y de la eternidad que esta hace posible, y «espacio gnóstico», es decir relación directa con lo telúrico, sin la mediación paisajística, fuera de la cual el europeo no cree posible la convivencia con la naturaleza. En realidad, estos dos pilares de lo americano abrían el paso a la cuarta dimensión, cierta abertura teosófica, en su raíz más respetable.
Por todo ello, formulado por Lezama, y traducido a una lengua más abstracta y más fluida en la «razón poética» de María Zambrano, se entiende que los origenistas veneren autores europeos que no cuadran en absoluto con la lectura que se hizo en los años setenta de Paradiso, como juego neobarroco, en el sentido de hedonista, derrochador, tal vez desesperado, a contrapelo del didactismo histórico-social al que solía pretender, especialmente en América latina, el género novelístico. Mueren Bergson y Valéry al principio y al final respectivamente de la guerra mundial; para los origenistas, esta coincidencia subraya el ocaso de las luces europeas. Cintio Vitier adopta a Claudel (embajador en China) y a Léon Bloy. María Zambrano se queda con Goethe y Pérez Galdós; Lezama descansa en Descartes, escribiendo como manifiesto de Orígenes un discurso rigurosamente centrado en un método nuclear e inobjetable a la par del cogito fundador. Mucho en común tienen Valéry, Goethe, y el Descartes del Discurso: clasicismo, sentido de lo intemporal universal, de lo que permanece. Ahora bien, ellos llegaron a esta madurez a partir del rechazo a la cultura media en que se hallaban, y la búsqueda de raíces propias fuera de la cultura oficial europea. Los tres tienen en común la aceptación de cierta filiación oriental, a nivel filosófico; se trata de una adhesión más profunda que la curiosidad por lo exótico, frecuente a partir del romanticismo, ampliamente gozada entre los modernistas hispanoamericanos, en artistas que parecieron conformarse con un simple ensanchamiento del arsenal de los paraísos artificiales propios del artista mediante un barniz orientalista.
En Valéry, la militancia mayor en contra del tipo de razón europea está en su anti-historicismo, que lo emparenta con Unamuno. Ambos sentían indignados que la pendiente racionalista estaba en camino de sustituir las inquietudes metafísicas vitales por las narraciones históricas, supuestamente conclusivas en cuanto portadoras de la verdad laica, sobre los orígenes del ciudadano moderno, y capaces de desterrar cualquier otro nivel de la indagación ontológica. Valéry anunció que los relatos historicistas siempre serían utilizados como fábulas para asentar los mitos fundadores de tal o cual poder con pretensiones hegemónicas. El español como el francés tenían la lucidez, tan opuesta a la práctica del periodismo y de la reflexión universitaria, de ver que la racionalización desembocaba en abusos masivos de lenguaje y de poder. La cultura mediterránea llevaba a Valéry al orfismo, a la física del estoicismo y al neopitagorismo pero además, llegó a un punto límite de la desconfianza del conocimiento supuestamente escrupuloso, de estilo occidental. Para él, todo pensamiento debe tener un oriente, una fuente auroral lejana, que puede ser el oriente asiático de la geografía nuestra, pero cuya fuerza de atracción e iluminación sólo se ejerce con la condición de que «uno no haya estado nunca en la región mal determinada designada como oriente. Sólo la llega a conocer a través de la imagen, el relato, la lectura, y algunos objetos, de la manera menos erudita, más inexacta, e incluso más confusa. Es así cómo uno se compone un buen material para el sueño. Se requiere una mezcla de espacio y de tiempo, de seudo-verídico y de falsificación segura, ínfimos detalles y enfoques excesivamente amplios. Ahí está el Oriente del espíritu» (5).
En busca del Oriente orientador, es conveniente recordar que Goethe fue un orientalista erudito, y ajeno a los prejuicios del orientalismo de los estados europeos consolidados desde siglos atrás, militarmente fuertes, con ansias colonizadoras. Como la mayor parte de la filosfía clásica alemana, desembocando en la antropología spengleriana, compartió la humildad sincera ante lo que pudo conocer de la filosofía árabe y extremoriental. De Descartes, se debe recordar que si bien renegó de Ramón Lull, el filósofo mallorquino más convincente en la transmisión del razonar islámico, pues sólo con la argumentación árabe creía poder convencer a los moros de la superioridad del cristianismo, en el Discurso del Método, era el continuador inmediato de Al Ghazali (Algazel), y adaptador a las lenguas europeas de su método mismo, a partir de la narración de las aventuras intelectuales personales. El confesar en una etapa decisiva de la elaboración del método la importancia de un sueño de tipo profético para el arranque de su clarividencia es algo que nos remite también a la tradición árabe y oriental, y hace de lo onírico la madre del método. Como es lógico, es la alta calidad literaria de dicho discurso lo que celebró Valéry en el homenaje que le dedicó a Descartes, con la valentía de su aferrarse a la conciencia de sí mismo, fuera de la referencia a toda autoridad, con lo liberador y arriesgado que implicaba el despliegue de la subjetividad cartesiana, ese arrojarse a lo desconocido, propio del marinero que se lanza al mar, de un auténtico Simbad filosófico.
Con este enfoque se entiende que la referencia a ciertas autoridades europeas no parte en los origenistas del sometimiento a ninguna cultura dominante, sino de la búsqueda de un revisionismo más coherente que lo que el anticolonialismo de inspiración marxista proponía. Se trataba de derrocar suavemente el imperialismo del logocentrismo, de sustituirlo por la confianza en la imagen poética, vehículo de una lógica más abarcadora y más efectiva para liberar al ser humano de prejuicios y estrecheces mentales.Ya lo habían dicho tanto Valéry como Goethe: existiendo la poesía y la religión, sobraba la filosofía.
No es fácil clasificar las referencias orientales que les sirven a los dos pensadores origenistas tan identificados en ese terreno de la abstracción, María Zambrano y José Lezama Lima, para asentar su fe absoluta en la imagen, y en el pensamiento poético como superación de otras actividades de la capacidad intelectiva. En el caso de María Zambrano, Jesús Moreno Sanz ha demostrado que actúa un sufismo andaluz actualizado, que el sufismo es la escuela teórico-práctica que ofrece la red para descifrar las extrañezas de su expresión (6). Ahora bien, uno descubre que también para domesticar el hermetismo lezamiano, el sufismo ofrece claves, pulsaciones que aclaran y ordenan. En términos generales, el sufismo islámico es una escuela donde se armonizan mística y estética, pero que es valorada en Occidente con un fuerte prejuicio reductor, mientras que las escuelas comparables del extremo oriente sí son admiradas con respeto y temor. En los años setenta es cuando Lezama y María Zambrano leyeron a Louis Massignon, a Henri Corbin, y descubrieron a Ibn Arabi.. Ahora bien, hay una impregnación previa, evidente, en la referencia permanente a San Juan de la Cruz, desde la creación de la revista nombrada por el destello de la Noche oscura «Nadie parecía». Se ha podido demostrar que en el caso del hispanismo de Valéry, lo que le da su especial profundidad, la culminación de su herencia del siglo de oro estaba en el Cántico espiritual (7). Fuente directa del Cántico espiritual, es Ibn Arabí el que desarrolló la feminización apacible del Amado, y por lo tanto la necesidad para el humano de feminizarse a su vez; y es también el que le da su consistencia al reino de la imagen poética como «sistema poético del mundo». Más allá del gran santo andaluz, la poesía sufí , por cuanto se niega a distanciarse del acto religioso, llevó la retórica de las lenguas semíticas a transmitir cargas semánticas extremadamente densas, lo cual repercutió a su vez en la iluminación gongorina, y ésta en la «imago» lezamiana, que es, más que un nexo de analogías, alumbramiento de «islas», y fundación de «ciudades idénticas a las visibles, pero saturadas por el hambre de verdad y de sentido», como decía Cintio Vitier en 1948 (8), en el momento en que él actuaba de espejo ardiente de la novedad origenista, todavía opaca para la mayoría.
Pero el sufismo exige más, es una práctica de la renuncia ascética en función de la adhesión plena a la divinidad. Por supuesto, nadie duda de que el dios de los origenistas es cristiano, y de que el cristianismo haya sido un factor de unión en el grupo. Sin embargo, el catolicismo de Lezama, como el de María Zambrano, es muy poco crístico, no desarrolla glosa alguna de la leyenda del redentor crucificado. Fue más bien una escuela estoicista de la abdicación del saber, del poder, de la posesión, lo que ellos relacionan con su catolicismo peculiar. Y le añaden una teología de lo verdaderamente innombrable, lo divino, eso que ellos sienten a un nivel de abstracción y de abstención singular que implica la dificultad de acceso por la vía descriptiva de la literatura. Ahora bien, a partir del momento en que no se edifica discurso racionalista sobre dios, se está fuera de la teología, y más allegado a la teosofía, a la reunificación de filosofía y teología en una praxis vital. El hermetismo es un ascetismo, una renuncia a la comunicación, pero también una renuncia a los argumentos que pueden convencer, vencer al lector en cuanto ente razonable; implicó para Zambrano y para Lezama la renuncia a la carrera profesoral que hubiera convertido sus certezas y conocimientos en «ciencia», renuncia al poder moral propio de los intelectuales sobre el resto de la sociedad, renuncia al estatuto social, es decir a la propiedad de su identidad, que se hubiera visto reconocida por la publicación de textos fáciles en órganos mediáticos de amplia difusión; resumiendo, el sacrificio, la prueba de fuego de la fe, ambos lo llevaron al estilo, de vida y de escritura, hasta ahuyentar los aplausos, y aceptar la invisibilidad social: he ahí la aplicación práctica de los tres puntos capitales de cualquier religión en su fase de aparición histórica, la fase en que la religión es liberadora, y hermana al hombre con lo divino. El islam los ha puntualizado como los primeros artículos de su dogmática: sólo Dios es, sólo Dios puede, sólo Dios sabe. El hombre no debe pretender a ninguno de los tres puntos.
Ninguno de los origenistas cayó en la herejía, se mantuvieron dentro de la tradición eclesiástica, cada uno con una sensibilidad diferente a los aportes propios de la cultura cristiana. Cintio Vitier es quien reintroduce la dimensión social del sacrificio crístico, especialmente después del triunfo de la revolución de 1959, lo cual lo emparenta con la teología de la liberación (que no ha surgido todavía en el mundo musulmán), mientras María Zambrano se afiliaba más a la Inmaculada, sintiéndose ella misma fecundadora sin haber sido fecundada (9), capaz por su feminidad de tipo virginal de enderezar una humanidad extraviada. Mientras tanto Lezama expresó que había edificado con Paradiso un auto sacramental. Mas no se trataba para él de sostener ortodoxia alguna: no revisó las pruebas ni las versiones finales de la edición de su novela, como renunciando a la patria potestad sobre ellas, echándolas a rodar como botellas al mar. Y el principio defendido en esta novela no es moralizante sino todo lo contrario, es decir que se aleja al máximo de la rejudaización autoritaria del cristianismo que tiende a producirse en todas las épocas: elimina por completo la cuestión de la culpa y el castigo divino, declara la abolición de cualquier aspecto del culto a la víctima redentora. Se sitúa pues en una herencia nietzscheana libertaria, pero no le atrae el vértigo del paganismo: se mantiene firme en el humanismo cristiano, en la pedagogía de la dulzura, en la generosidad ecléctica. Cintio Vitier ha mostrado en su novela De Peña Pobre (1979) cómo fue, dentro del grupo, María Zambrano el vehículo de un cristianismo liberador para toda la historia de la filosofía.
Pero Lezama desbordaba los límites del cristianismo ortodoxo. Dentro de otra tradición es cómo se entiende que Paradiso se explaye y regocije en el sexo, y especialmente en el homosexualismo no racionalizado. Es sumamente importante la observación del capítulo IX de Paradiso: «nadie podrá justificar jamás por qué es homosexual», pues desvirtúa tanto los razonamientos deudores del freudismo como los que se han puesto de moda con la pugnacidad del movimiento gay, que denotan una dinámica de reversión de la interpretación décimonónica en términos de patología. Además, el último grado de la liberación que aporta el sentimiento religioso lezamiano prolongador de la teosofía de tradición andaluza, es una aproximación a la divinidad que rechaza las «pruebas» de la existencia de Dios, o sea, que sólo acepta la validez de la teología negativa, la que insiste en lo que lo divino no es, la que insiste por lo tanto en la fecundidad del vacío deseado y deseante. Esto aparece también en el taoísmo. Pero llega más lejos, revitalizando la pendiente subversiva de la humanización de Dios, y divinización correlativa del hombre, algo desarrollado en el sufismo esperanzador: así en La expresión americana evoca a Pachacamac, dios andino, como «el dios invisible que, a través de la naturaleza y el hombre, adquiere su visibilidad». Es decir que su dios es un proyecto, una tensión imperfecta, presente en el hombre y en la naturaleza, que se va concretando en los actos, en las elecciones. De modo que lo divino sólo se da en espacios concretos, irrepetibles, como conjunción milagrosa dentro de las circunstancias que rodean singularmente a cada individuo.
El sufismo, que integra el homosexualismo como otras felicidades posibles ofrecidas por el «Dador» para acercársele, y hace renacer la inocencia individual con la condición de la abdicación de todo poder, aclara a Lezama, y permite atar cabos entre altas figuras del pensamiento hispanoamericano (tanto hispanista como americanista), a partir de Sor Juana Inés de la Cruz, genial transfiguradora de Narciso en Cristo enamorado de la Naturaleza humana, y muy penetrada de la mística sanjuaniana, cuando todavía se percibía lo subversivo de la sensualidad del Cantar de los cantares, que ambos adaptaran (recordemos que había sido traducido por primera vez en lengua vulgar por Fray Luis de León, quien lo pagó con cuatro años de privación de libertad, por orden de la inquisición). Admirador de Sor Juana, llega más tarde Lezama, cuya «Muerte de Narciso» se hace cristalina a partir del momento en que se le devuelve su perspectiva teológica entera; es muerte del narcisimo suicida, y renacimiento, florecimiento vital de la naturaleza humana a partir del momento en que se nutre de fuentes más puras que la literatura «sofística», es decir apegada a la idolatría de lo novedoso, según la definición del sofista que da Lezama.
Ahora se hace fácil contestar a la pregunta: ¿en qué consiste el acto divinizante por el cual el artista del lenguaje puede aportar algo imprescindible y único? Evidentemente, está fuera de lugar cualquier reivindicación de tipo vanguardista, en la medida misma que es reivindicación, es agresiva, tentativa de derrocar valores para sustituirlos. Todos los estilos, temas y libertades formales valen, ninguno significa en sí, todos son medios para un fin, el sentido, el «fruto», como expresa el manifiesto de Orígenes. Llamaremos sentido el efecto de liberación que se produce en torno a un objeto que previamente se nos aparecía como obstáculo o amenaza reductora. El uso religioso, liberador, nutriente, de la palabra poética es lo que se suele llamar el profetismo. Este supone una oscuridad que se resuelve en cuanto el que está a la escucha descifra la frase oracular como una solución imperativa aplicada a su problemática vital propia. En la sentencia hermética, reservada al que oye con la agudeza de su sufrimiento existencial, está la «ímago» que se puede expander hasta generar «eras imaginarias», semilla que puede convertirse en motor de amplias comunidades, nutritiva y curativa, que comporta aclaración sobre lo que somos, y catarsis, provocación del sentido trágico y de la crisis consiguiente. Se comprende que el hermetismo actúa como condición necesaria para salir de la lógica mediática, la de la palabra fácil que tiene como pendiente natural la imposición de lugares comunes, reductores, anestésicos, estériles.
Consideramos que la poética lezamiana ha abierto una era imaginaria, donde la religiosidad vuelve a ser la que le da sentido a las acciones humanas, y en la cual el sincretismo típicamente latinoamericano demuestra una capacidad para rejuvenecer la cultura habitualmente llamada judeo-cristiana, según la versión caricaturesca que de la misma trasmite la enseñanza universitaria, pretendiendo a la cientificidad. Orígenes se alimentó de todas las culturas; el sincretismo lezamiano, quintaesencia de esfuerzos varios en toda América, insistió explícitamente en las fuentes extremorientales. Se puede detectar una profunda asimilación del pensamiento africano, en su aplicación más universal, la terapéutica, en su fe en la palabra creadora, y en su ética de tipo estoicista, desarrollada por la deportación negra americana. De la arqueología indoamericana y la literatura colonial hay herencias explícitas a lo largo de la obra de Lezama, siendo el mito de Hernando de Soto su construcción poética más original en ese campo. Redescubrir las raíces islámicas de Orígenes puede ser, para los europeos, especialmente útil, porque la mejor cultura musulmana constituye precisamente aquello contra lo cual se edificó militarmente Europa, es su doble sumergido y pisoteado, máxime en la etapa despiadada de neocolonialismo actual, en que todavía están vigentes las ínfulas del tiempo en que Europa creía dominar el mundo, a la vez que los europeos empiezan a descubrir que otros manipulan su tonta soberbia para mejor avasallarla.

NOTAS
(1) Editor de las revistas Albur y Credo en La Habana, compilador y autor de Fascinación de la memoria (Editorial Letras cubanas, La Habana 1993), Archivo de Lezama Lima, miscelánea (Madrid, Editorial centro de estudios Ramón Areces, Madrid 1998), editor del Album de los amigos de José Lezama Lima (Valencia,Servicio de publicaciones, 1999), reeditor de Credo en Valencia, organizador del compendio del pensamiento de Lezama en la colección de pensadores de la editorial Orto, de Madrid, compilador del Diccionario, Vida y obra de José Lezama Lima, Generalitat valenciana, 2000, La posibilidad infinita, Archivo de José Lezama Lima, Madrid, Verbum, 2000 y El espacio gnóstico americano, Archivo de José Lezama Lima, Universidad politécnica de Valencia, 2001.
(2) Ver: Paul Valéry, Réflexions sur le monde actuel, Paris Gallimard, 1945
(3) Ver Cours de médiologie générale, Paris, Gallimard 1990, y como punto de partida actualizado de nuestra crítica al «pensamiento único» que está envenando la cultura europea, L’emprise, Paris, Gallimard, 2000.
(4) Enrique Márquez, «El ansia de lo causal», in Alba de América, Montevideo, vol.13, julio 1995, n°24/25, p.271-282.
(5) Propos sur le progrès, Paris, Gallimard, 1929.
(6) Ver Jesús Moreno Sanz, La Razón en la sombra, Antología del pensamiento de María Zambrano, Madrid 1993, ed. Siruela.
(7) Ver Monique Allain Castrillo, El hispanismo de Paul Valéry, Madrid, Gredos, 1995.
(8) Ver «El Pen club y los diez poetas cubanos», Orígenes n°19, p.41 - 43, cit. in Fascinación de la memoria, p. 324.
(9) Ver María Poumier, «El mestizaje en el pensamiento de María Zambrano», in Aurora n°2, Papeles del seminario María Zambrano, Facultad de filosofía, Universidad de Barcelona, 2000, p. 67-73.



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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado: Paul Cézanne
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha Revista de Cultura, assim estruturado:

1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO
3 O RIO DA MEMÓRIA

A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a coordenação editorial apenas de Floriano Martins. Desde 2012 retoma seu projeto original, desta vez sob a coordenação editorial de Floriano Martins e Márcio Simões.

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