Persiste la impresión de que la mujer
precolombina fue sometida a un sistema patriarcal que la mantuvo subyugada por
siglos, especialmente entre los aztecas de México y los incas de la región
andina. Estudios etno-históricos recientes arrojan un panorama diferente al
considerar, sobre todo entre los aztecas, el paralelismo genérico
auto-independiente por el cual las mujeres ocupaban amplios espacios en los que
sus quehaceres tenían un equivalente masculino. Las nuevas teorías señalan que
en esa sociedad “mujeres y hombres opera[ba]n en dos esferas separadas pero
equivalentes, en las cuales cada género disfruta[ba] de autonomía”, explica
Powers (Women: 15). La autora continúa relatando que pese a que cada género
funcionaba en su propia esfera, sus mundos eran altamente interdependientes y
se juntaban en la cúspide del sistema político por el mandato de un señor
supremo y su concejo. Se trataba de un sistema que buscaba balance y armonía en la relación
entre hombres y mujeres (Powers, Women:
15-17). Al complementarse ambos, las mujeres no se consideraban subordinadas o
menos importantes en el manejo exitoso de la sociedad (Powers, Women: 17).
Confirma
lo anterior el hecho de que en esos tiempos todas
las labores caseras de la mujer se consideraban sagradas. De ahí que a lo largo
de las crónicas en esas comunidades la escoba connota un arma de defensa y de ofensa. Para los
nahuas suciedad y basura simbolizaban caos, desorden, y peligro; por tanto,
barrer era un acto de purificación y de prevención contra el mal que penetraba
en el centro del universo azteca, el hogar, y se le equiparaba al arma ofensiva
y defensiva del guerrero (Powers, Women: 25). Según Burkhart, una mujer
con la escoba en las manos, estaba en la intersección del caos y el orden; con
la escoba la mujer mantenía el balance adecuado entre su centro ordenado, o
sea, la casa, y el desorden de la periferia, el campo de batalla, que amenazaba
con tragársela (Burkhart, “Mexica Women” 35-37; Powers, Women: 25).
Powers comenta que durante la Colonia los sacerdotes católicos consideraban una
superstición pagana la creencia azteca arriba mencionada de que todas las
labores caseras de la mujer eran sagradas. Barrer estaba inserto en la psique
indígena, tanto que ellos creían que si los rituales de purificación no se
efectuaban debidamente, el desastre acecharía, el sol no se asomaría, los ríos
se secarían, el maíz no crecería; por eso, aunque los franciscanos creían que
barrer era parte del ritual idolátrico, se vieron forzados a aceptar que se
barrieran el templo y los patios como devoción de las fieles; [1] así fue como esos frailes hicieron
ese acto parte de las actividades de la Iglesia Cristiana (Powers, Women:
49-50; Burkhart: 38).
La importancia del acto de barrer era tal para los
aztecas, que la escoba se ponía en manos de la niña recién nacida para indicar
que su deber era el de mantener la limpieza necesaria para el mantenimiento del
cosmos-casa; por eso representaba un arma de defensa contra el desorden, la
desorganización y la suciedad, según han interpretado algunos este símbolo
(Burkhart: 33-41; Powers, Women: 25-26). Esto se puede observar cuando
el ambicioso rey tlatelolca Moquihuix con sus aliados, hacía planes de
levantarse para usurparle el poder a Axayácatl, rey de México, y a su consejero, Tlacaelel, con el fin de hacer de “Tlatelulco la silla y asiento del
ymperio” (Tezozomoc: 193); en dicha ocasión los tlatelolcas comentaban que las
mujeres de los mexicanos deshonraban a sus mujeres y las insultaban
diciéndoles: “Aguardad, tlatelulcas, un rrato, que buestro pueblo será nuestro
corral” (193-94); también se quejaban los varones tlatelolcas de las injurias,
humillaciones y demandas de tributo que sufrían de parte de los gobernantes
mexicanos (194). [2] Fue por eso que según Clavijero, algunas mujeres
tlatelolcas tuvieron "la osadía de entrar en las calles de México y de
quemar unas escobas en las puertas de las casas, insultando con desvergüenza a
los mexicanos y amenazándoles con su pronto y total exterminio" (117). Es
obvio que este acto de quemar las escobas se realizó con la intención de
avisarles a los mexicanos que el orden y centralización de su mandato estaba
por desaparecer; quemadas las escobas, la suciedad, el mal, el desorden y la
guerra amenazaban a los mexicanos.
El paralelismo de los géneros se puede apreciar
también en el hecho de que el parto con éxito lo equiparaban a la victoria del
guerrero en el campo de batalla, pues en el momento en el que la criatura salía
del vientre de la madre, "la partera daba unas voces a manera de los
que pelean en la guerra; esto significaba [...] que la paciente había vencido
varonilmente, y que había cautivado un niño".
Este constante paralelismo entre parto / guerra, // parturienta / guerrero // y
// recién nacido / cautivo/a, persiste en otros discursos, como el que le hace
la comadrona a la recién parida, en el cual la adoctrinaba de la siguiente
manera: “hija mía muy amada, muger valiente y esforzada, habeislo hecho como
águila y como tigre: [3]
esforzadamente habéis usado en vuestra batalla de la rodela, e imitado a
vuestra madre Cioacoatl y Quilaztli, por lo cual nuestro señor os ha puesto en los estrados y
sillas de los valientes soldados” (Sahagún, Historia
II, 1829: 199-200). Y cuando las mujeres morían en el parto, ellas devenían deidades llamadas
Cihuapipilti o Cihuateteu, las cuales acompañaban al Sol en su jornada
nocturna, mientras los soldados victoriosos, lo acompañaban durante la jornada
diurna. Obsérvese cómo, pese al paralelismo auto-independiente, y a que a la
parturienta se la equipara al valiente guerrero, la mitología nahua asignaba a
las mujeres la noche, las sombras y la oscuridad. No sólo eso, tales deidades
andaban juntas en el aire y aparecían a las personas, sobre todo a niños y
niñas, causándoles la perlesía y toda clase de dolencias; por eso los padres y
madres “vedaban a sus hijos e hijas que en ciertos días del año [...] salieran
fuera de casa, porque no topasen con ellos estas diosas, y no les hiciesen
algún daño” (Sahagún, I, 2000: 79).
Visto
lo anterior, no sorprende encontrar a lo largo de las crónicas cómo la mujer,
la feminidad, sus labores, vestimentas y hasta la posición pasiva ̶ propia de las mujeres en el coito ̶ de los sodomitas, connotan situaciones
insultantes de debilidad y cobardía al aplicárselas a los hombres. Eso ocurre
cuando con el tiempo el sistema del paralelismo genérico auto-independiente fue
socavado, tanto por los aztecas como por los incas, debido a la expansión de
sus imperios, durante la cual la guerra llegó a ser la ocupación más
prestigiosa; fue así que las mujeres, que no podían ser guerreras, perdieron su
estatus social. (Powers, Women: 207,
capítulo 1, n.4). En contacto con los pueblos invasores, o invadidos, el
sistema igualitario de los indígenas se trocó en “un sistema patriarcal que le
asignaba al hombre casi la exclusiva autoridad tanto en asuntos políticos y
religiosos como sobre la casa y la familia”, lo cual obligaba a las mujeres a
obedecerles y ser subordinadas de los hombres (Powers, Women: 40). Además, durante la Colonia el sistema familiar de
parentesco se desplazó hacia un énfasis patrifilial (Kellogg: 160). Bajo las
leyes españolas las mujeres casadas y solteras que no se habían emancipado de
sus maridos y padres, no podían entablar un juicio legal o realizar cualquier
otra transacción legal, ni ser testigos en asuntos judiciales. En ese ámbito
bélico la masculinidad se asociaba a la fuerza y al
desempeño en la guerra, mientras todo lo femenino representaba debilidad,
cobardía, degradación e incapacidad varonil.
En la sociedad azteca,
[4]
por ejemplo, el huso y la lana, aplicados a los hombres, simbolizaban la
docilidad, lasitud y subordinación de las
mujeres. Ejemplos de esto han sido consignados en los anales indígenas: para
insultar a Ixtlilxóchitl, rey de Texcoco, [5] el tirano Tezozomoc, quien pretendía usurparle el poder, le envió
"muchas cargas de algodón" para hacer mantas en pago a los tributos
(Alva Ixtlilxóchitl, Obras I: 300). Eso sugería, según Nash, que el rey
“Ixtlilxuchitl era una débil mujer, capaz sólo de hilar algodón” (Nash,
1978: 356; Navarro: 12), por lo que no merecía ser jurado rey. Cuando recibió
por segunda y tercera vez el algodón, el príncipe Ixtlilxóchitl, desobedeciendo
a Tezozomoc, no envió las mantas, lo cual indicaba que no se sometía más a las
órdenes del tirano, por lo cual, éste se preparó para atacar los dominios del
otro; fue así como se inició una sangrienta guerra entre ambas facciones.
Ixtlilxóchitl fue asesinado por sus propios vasallos, pero su hijo Nezahualcoyotl
(Lobo Ayunado), recibió el título de Chichimecatl Tecuhtli y vivió
perseguido por Tezozomoc (Alva Ixtlilxóchitl, Obras I: 309-323). [6]
Asimismo los trajes de mujer se utilizaban como
insultos provocativos. Clavijero menciona en su crónica el pasaje del primer
rey mexicano, Chimalpopoca, quien fue humillado por el tirano tepaneca
Maxtlaton, el cual le correspondió al generoso obsequio de aquél, enviándole un
cueitl, que era cierta especie de
enaguas, y un huepilli, que era
camisa mujeril, lo que era tanto como tratarlo de afeminado y cobarde. Agravio
el más sensible para aquellas gentes que de nada se preciaban tanto como del
valor; y para hacer mayor el desprecio se escogió la ropa más tosca y vil
(Clavijero: 88).
Según el cronista
Tezozomoc, la guerra entre los tepanecas y los tenochcas, fue ocasionada por el
obsequio de cargas de leña y huipiles que el rey tirano de los primeros, Maxtlaton, envió al rey mexicano, Ytzcoatl; los tepanecas fueron muy lejos al forzar a los
embajadores mexicanos a vestirse esas ropas femeniles y para mayor humillación,
los hicieron bailar “bestidos de aquella manera mugeril” (Tezozomoc: 92-93;
Durán: 91-92). Al verlos en ese hábito, el rey Itzcoatl, les dijo:
“dexaldos bosotros, que es señal que nos rruegan, y no de paz sino de guerra,
cotejándonos de cobardes” (Tezozomoc: 95). En esa guerra los mexicanos
vencieron a los tepanecas. Entonces Tlacaelel,
el consejero oficial, amenazó a los tepanecas afirmando que los tenochcas no
iban a parar “hasta acabar de consumir a Cuyuacan [...] porque entendáis,
bellacos, cómo nos pusistes hueipiles y naguas de magués” (Tezozomoc: 96-97;
Durán: 93-95).
En el mundo de los tepanecas o
michoacas, el autor anónimo de la Relación de Michoacán recogió la
excusa que la hija de Chánchori dio para justificar el abandono que ella hizo
de Taríacuri, su marido, so pretexto
de encender la furia de su parentela contra su propio marido; según ella, cada
día su marido le repetía que él era valiente hombre y
le mostraba las flechas diciéndole: “mira, mira, mujer, con éstas tengo de
matar [a] tus hermanos y parientes. ¿Cómo son valientes hombres? [...] ¿No son
mujeres?” En vez de hacer caso a esos insultos, enfurecido, el padre reconoce
que ésas son “palabras de mujeres” y ordena que unos ancianos lleven a la mujer
a su marido (Relación: 91). Lo
que arriba dice la mujer se explica porque entre los nahuas, los indios
tarascas [7]
o “michhuacas y por otro nombre cuaochpanne”
(Sahagún, 2000:971) representaron una
excepción respecto a la vestimenta femenina usada por los hombres, sin
detrimento de su virilidad. Esos nativos no llevaban braguetas, sino huipiles
femeninos en memoria de cuando tuvieron que pasar el estrecho de Toluca; para
atar los troncos en los que transportaron a sus familias, los hombres se
quitaron las braguetas, y después, para cubrir sus desnudez, "fueles
necesario quitar las camisas de sus mujeres, y huipiles, y vestirse ellos,
dejándoles tan solamente las enaguas [...] de la cintura abajo (Muñoz Camargo:
10-11; Chavero, Los mexica: 26). Por su parte, Durán cuenta que su dios
Huitzilopochtli les había mandado que siguiesen su camino, pero mientras se
bañaban, les robaron sus ropas para que no pudieran seguirlo, de modo que al
salir del agua, no tenían con qué cubrirse, por lo que desde entonces usaron
camisas largas hasta el suelo (Durán, Historia, I: 21-22). Sahagún
simplemente explica que los michhuacas antiguamente “no traían con qué tapar
sus vergüenzas, sino las xaquetillas con que las encubrían, y todo el cuerpo,
las cuales llegaban hasta las rodillas, y llámanse cicuil o xicolli,
que son a manera de huipiles, que son camisas de las mujeres de México” (II,
2000: 972). Precisamente la Relación de Michoacán recoge el parlamento
de la traidora mujer que arriba mencionamos, la cual, para justificar su
conducta, acusa ante su padre a Tariacuri,
su esposo, y para denigrarlo más, pregunta si su marido es en realidad un
“Hombre Valiente” y continúa diciendo:
los michhuacas, ¿son valientes? ¿Serán más bien mujeres? Las
guirlandas de trébol que llevan en la cabeza son en realidad bandas femeniles
[...]. Los aretes no son de oro, sino anillos de mujer. [...] Y los adornos de
pedrería que llevan a cuestas, no son insignias de Hombres Valientes, sino
adornos femeninos. Y las telas y camisas que visten no son más que telas y
faldas de mujer. [...] En cuanto [...] a sus taparrabos, no son taparrabos,
sino faldas femeniles. Y los arcos que llevan no son arcos, sino más bien el
telar de la mujer, y sus flechas son sólo lanzaderas y ruecas de mujer” (Relación:
90-91; Relation: 111-12).
De los últimos tiempos de Moctezuma II, [8] Díaz del Castillo recogió otro
ejemplo: en tiempos cuando el monarca estaba prisionero de los españoles, los
ataques de los mexicanos contra estos últimos, eran tan constantes, que
temiendo por su vida, el rey decidió dejarse ver y hablarle a su pueblo con el
fin de
contener con su presencia y su voz el furor de sus vasallos. [...] Al
verlo, el pueblo calló para escuchar que los españoles estaban listos para
partir y le habían dado palabra de que así lo harían tan pronto como ellos
depusiesen las armas. Quedó la multitud por un rato en silencio hasta que un
hombre más atrevido levantó la voz, llamando al rey cobarde y afeminado, más
hábil para hilar y tejer que para mandar una nación tan valiente como la
mexicana (Clavijero: 359-60).
En lo que respecta a los incas, Sarmiento de Gamboa
cuenta que cuando se recibieron noticias de la derrota de los ejércitos que
capitaneaba Guanca Auqui contra los curacas de Pomacocha, Guáscar, su hermano, “le envió a
afrentar, enviándole dones de mujer, motejando que lo hacía como tal. De esto,
corrido, Guanca Auqui determinó hacer algo que pareciese de hombre” y entonces
acometió contra el ejército de su otro hermano, Atahualpa, el cual descansaba en
Tomebamba y como estaban desprevenidos, los ejércitos de Atahualpa sufrieron
una gran derrota. Atahualpa, muy dolido por la traición de su hermano, mandó
sus ejércitos contra él, los cuales obtuvieron resonadas victorias en varios
enfrentamientos, de los cuales Guanca Auqui salió siempre huyendo. Esto ocurrió
poco antes de que Atahualpa fuera llamado “inga general de toda la tierra”
andina (Sarmiento, Historia: 266-67; Murúa, I: 149).
Murúa detalla este momento histórico así: a raíz de la derrota de Huanca
Auqui y sus ejércitos, su hermano, el Inca Huáscar, les envió mensajeros con
"acsos y llicllas para q[ue] se vistiessen, menospreciándolos, y también les
embió espejos y mantur con que se
afeitasen como si fueran mugeres [... para que] se gouernaran como hombres de
verguença, y que lo hauían hecho al revés en todo, peor que si fueran mugeres
[...] y que ya no eran dignos de tomar armas ni ponerse vestiduras ni arreos de
soldados valientes, sino de vestirse acsos
llicllas como mugeres" (I: 149). Acso:
Poma de Ayala lo escribe "aqsu”; equivale
a la saya de las indias; especie de falda tejida; fustán o falda interior de
mujer (Poma de Ayala III: 1076). Lliclla:
Poma de Ayala lo escribe "lliklla"
y es la manta de mujer. El vocablo "mantur"significa
colorante (III: 1088); aunque este último no figura en Corominas, en los derivados
del latín tardío aparece "mantum",
el cual está presente en Plauto con el sentido de "encubridura, capa (para
ocultar mentiras)" (III: 246); esta acepción nos lleva a relacionar el
término "mantur" con cosméticos o afeites que ocultan defectos
físicos. En lo que respecta a los espejos, es interesante señalar aquí que los hombres mayas eran los que "usaban
espejos y no las mujeres" y para llamarse cornudos decían que "su
mujer les había puesto el espejo en el cabello sobrante del
colodrillo" (Landa: 35).
En cuanto al uso de los vocablos "mujer",
"femenil" y otros, como insulto, se puede apreciar también a lo largo
de las crónicas. Sirva de ejemplo, el pasaje en el que los mexicanos fueron
vencidos en batalla por los tlaxcaltecas; Moctezuma II, "el gran señor
airado", enfurecido, recibió a sus ejércitos con el siguiente
discurso:
¿Qué decís de vosotros? [...] ¿No tienen los mexicanos
empacho y vergüenza? ¿De cuándo acá se han vuelto sin vigor ni fuerzas, como
mujercillas flacas? [...] ¿Qué se ha hecho el ejercicio de tantos años desde la
fundación de esta insigne ciudad? ¿Cómo se ha perdido y afeminado, para que
quede yo avergonzado delante todo el mundo? [...] ¡No puedo creer sino que se
han echado a dormir adrede, para darme a mí esta bofetada, y hacer burla de mí!
(Durán, II: 460-62).
A continuación el monarca mandó que se les aplicara
a los capitanes y líderes del ejército el extremo castigo de trasquilarlos y
quitarles "las insignias de caballeros con que eran conocidos por
valientes hombres"; además, les quitaron las armas y se les advirtió que
serían sentenciados a muerte si se cubrían con manta de algodón, pues en su
condición debían llevarla de henequén (Durán, II: 460-62).
En las últimas batallas que sostuvieron los nahuas
contra los españoles ̶ sobre todo los
tlatelolcas ̶ bajo el
reinado de Cuahutémoc, los tenochcas no participaron en esas escaramuzas, por
lo que las mujeres "se avergonzaron de ellos, los despreciaron, les
dijeron a los Tenochcas: '¡Sencillamente se quedan ustedes ahí, acostados! ¡No
tienen vergüenza! ¡Por lo tanto ninguna mujer los acompañará ya vestida a la
antigua usanza!'. Y sus mujeres lloraron, suplicaron a los tlatelolcas",
los cuales acudieron en su ayuda (Anales históricos de Tlatelolco en
Baudot, Relatos: 194). En suma, lanzar improperios o burlas que
atentaban contra la masculinidad se interpreta como una forma de degradación;
así como lo es dudar de la identidad sexual.
En el ataque de los españoles contra los
tlatelolcas, los integrantes de los ejércitos de estos últimos "se
animaban entre ellos [y] hacían alarde de su virilidad. Nadie se desanimaba,
nadie se conducía como mujer" (Códice Florentino en Baudot, Relatos:
169). Por lo anterior podemos concluir que la masculinidad se asociaba a la
fuerza y al desempeño en la guerra, mientras todo lo femenino representaba
debilidad, cobardía, degradación e incapacidad varonil.
La
mayoría de las comunidades indígenas rechazaba y castigaba con severidad a los
sodomitas. Sin embargo, en el contexto de las guerras expansivas, algunas
sociedades precolombinas toleraban lo que se conocía entre los cristianos con
el nombre de “bardaje”. Según el diccionario de J. Corominas bardaje significa
“sodomita pasivo” (I: 402). Éste era un acto de dominación sexual que en
general se aplicaba a los cautivos, pues con la sodomía reducían a esos presos
a la categoría de mujer, lo cual era el máximo castigo y humillación para un
hombre (Costigan: 232-33). Así, por medio de la sexualidad y el género
establecían la jerarquía. Según Lévi-Strauss, el violento rechazo del incesto,
el celibato, la homosexualidad y la poligamia en esas comunidades se debe a que
representan una amenaza y hasta destruyen la distribución equitativa de las
alianzas (Lévi-Strauss en Fages: 46).
Entre
las ochenta rigurosas leyes que estableció Nezahualcoyotzin en Texcoco y las
otras regiones de su reinado, había una que ordenaba que al homosexual activo o
que actuaba como varón se le atara a un palo y fuera sepultado en montones de
cenizas, donde él moría; "y al paciente por el sexo le saca[r]an las
entrañas, y asimismo lo sepulta[r]an en la ceniza", para después morir
quemado (Alva Ixtlilxóchitl, Obras I: 324-25; II: 101). Obsérvese
cómo es mayor el rechazo de los sodomitas a los pasivos y timoratos,
características que a lo largo de los siglos se le han atribuido a la mujer, de
manera negativa.
En cambio, en algunos grupos indígenas, el bardaje era
el hombre que adoptaba la vestimenta, ocupaciones, maneras y función sexual de
la mujer, como resultado de una visión sagrada o por elección de la
comunidad" (Gutiérrez 1933, 71, citado por Caso Barrera: 19). Este tipo de
individuos se hallaba, según Gutiérrez, entre los grupos zuñi, tewa, navajo,
keres y hopi, y "se les consideraba personas sagradas", pues reunían los
atributos masculinos y femeninos, con lo que representaban "la armonía
cósmica. Esta armonía también se expresaba en el hecho de que los hombres
solteros podían tener acceso carnal con los bardajes, con lo que se evitaban
conflictos en la sociedad, pues los jóvenes no competían con los hombres
adultos por las mujeres” (73-74, citado por Caso Barrera: 19); Caso Barrera
cree que eso explica lo que encontraron los españoles en esos templos (Caso
Barrera: 19).
Entre los itzaes del Petén, por ejemplo, los llamados
bardajes cumplían su misión en unas casas adyacentes a los templos; el vicario
Francisco Miguel Figueroa explica que esas casas eran habitadas por ministros
que vestían trajes de mujer y eran los que hacían el pan en especial para los de poca edad, porque allí aprendiesen" (Citado por Caso Barrera:
19). [9]
Fernández de Oviedo explica, por ejemplo, que en
Cueva, gobernación de Castilla del Oro, los sodomitas tenían muchachos para
ejercer
aquel
nefando delito, e tráenlos con naguas, o en hábito de mujeres; e sírvense de
los tales en todas las cosas y ejercicios que hacen las mujeres, así en hilar
como en barrer la casa y en todo lo demás; y éstos no son despreciados ni
maltractados por ello; e llámase el paciente, camayoa. Los tales
camayoas no se ayuntan a otros hombres sin licencia del que los tiene, e si lo
hacen, los mata [el que hace de activo...]. Estos bellacos pacientes [...] se
ponen sartales y puñetes de cuentas, e otras cosas que por arreo usan las
mujeres (Fernández de Oviedo, Historia, III: 320).
Los camayoas no practicaban las armas ni iban
tampoco a la guerra. Predominaba esta costumbre sobre todo entre los
principales, y eran muy aborrecidos de las mujeres; pero como estaban sometidas
a sus maridos, no osaban hablar de ello, y sólo se lo comunicaban "a los
cristianos, porque sab[ía]n que les desplac[ía] tan condenado y abominable
vicio" (Fernández de Oviedo, Historia, III: 320). Además, en la
gobernación de Venezuela, Fernández de Oviedo explica que asimismo había
"abominables sodomitas"; pero a diferencia de los de Cueva, el
travestido, que Oviedo llama el pasivo ̶ quien se dejaba crecer el
cabello hasta la mitad de la espalda, como lo llevaban las mujeres ̶ ejercía todos los oficios de ellas, no iba a
la guerra y era "amenguado y tenido en poco, y no el otro" (Fernández
de Oviedo).
Por otra parte, en algunas culturas indígenas la
vestimenta femenina llevada por los hombres, tenía el propósito de señalar su
impotencia o alguna aberración sexual (Las Casas, IV: 266-67; Clavijero: 218-19). Esto se puede
ver en el siguiente pasaje tomado de la crónica de Fray Bartolomé: en su recorrido por Nicaragua, Honduras y regiones inmediatas, unos
españoles hallaron a tres indios vestidos de mujer; creyendo que eran
homosexuales, les echaron perros feroces que "los despedazaron y los
comieron vivos" (Las Casas, IV: 371). Lo anterior llevó a fray Bartolomé a
comentar que podrían haberse equivocado, pues en esas regiones, cuando los
hombres dejaban de “ser para las mujeres”, se acostumbraba que ellos “tomasen
vestidos femíneos, para dar noticia de su defecto, pues se habían de ocupar en
hacer las haciendas y ejercicios de mujeres” (Las Casas, IV: 371).
El siguiente pasaje ilustra con acierto el rechazo
de los nativos por los oficios y objetos femeninos: cuando Gil González Dávila
predicaba a los indígenas la paz y que abandonaran la guerra para devenir
cristianos, ellos le preguntaron “adónde habían de tirar sus armas arrojadizas,
sus yelmos de oro, sus saetas, sus arreos bélicos y sus insignes estandartes
militares. ‘¿Daremos todo esto a nuestras mujeres para que ellas lo manejen, y
nos consagraremos al huso, a la rueca y al cultivo de la tierra como campesinos?’
” (Mártir de Anglería, II: 568).
Entre
los nahuas, los tlaxcaltecas abominaban de los que incurrían en el “pecado
contra natura”, por lo que "eran abatidos y tenidos en poco y por mujeres
tratados; mas no los castigaban y les decían... ‘Hombres malditos y
desventurados, [¿]hay [acaso] falta de mujeres en el mundo, y vosotros que
sois bardajas que tomáis el oficio de mujeres [...]
¿no os fuera mejor ser hombres?’" (Muñoz
Camargo: 138).
En resumen, el bardaje y ciertos objetos relacionados
con el orden femenino (utensilios usados en tejidos, bordados, trajes y
escobas) entre los aztecas y otras culturas indígenas eran símbolos para
denigrar a los hombres o ponerlos en sobreaviso de inminentes desastres.
Además, el uso de esos símbolos denotaba una conducta que ofendía a la mujer y
la hacía símbolo de todo lo malo, débil y cobarde, como por ejemplo, cuando
ella era el motivo de discordia o de desorden, y causa de guerras o de
destrucción, como ocurrió entre griegos y troyanos por motivo de Helena. Entre
los aztecas, cuenta Clavijero que Huetzin,
señor de Coatlichan pretendió a Atotoztli, una hermosa y noble doncella,
sobrina de la reina, a la cual pretendía también Yacazozolotl, señor de Tepetlaoxtoc; éste, “por estar más enamorado
de ella que su rival, o por ser de genio más violento, no satisfecho con
pedirla a su padre, quiso hacerse dueño de su hermosura por las armas”
(Clavijero: 58), para lo que levantó un pequeño ejército. Al enterarse de esto,
Huetzin se le enfrentó con un número mayor de tropas y salió vencedor en la
sangrienta batalla, la cual tuvo lugar en las inmediaciones de Texcoco. “Libre
Huetzin de su rival, se apoderó, con el beneplácito del rey, de la doncella y
de la ciudad de Tepetlaoxtoc” (Clavijero; 58).
Hoy en día, entre los mexicanos se conserva mucho de
lo anterior en ciertas expresiones, como la de que todo lo mejor o muy bueno es
“muy padre”; en cambio, “tu madre” tiene una connotación peyorativa; las
mujeres, jóvenes o ancianas, son todas “viejas” y las hermosas y atractivas,
son “unos cueros”. Una re-lectura del discurso de la etno-historia indígena y
de la conquista, así como del lenguaje, leyes, costumbres de nuestros pueblos
hispanos, permitiría a los lectores comprender mejor el comportamiento de los
hombres hacia las mujeres. Lo interesante es que nada menos que en el año 2009
en Maricopa, Arizona, los Estados Unidos de América, unos presos hicieron noticia al protestar porque
debajo de su uniforme de reos se les obligaba llevar ropa interior rosada; esto
en el siglo XXI connota la aplicación a esos reos del olvidado bardaje con el
que durante la Conquista se sodomizaba a los prisioneros. Según el reportaje
televisivo, algunos prisioneros protestaron ante las cámaras diciendo que “esas
ropas rosadas los humillaba, pues atentaban contra su dignidad de hombres, ya
que el color rosa se relaciona con las mujeres, con lo que los estaban
motejando de ‘fresas’ ”. El reportero siguió explicando que otros reos
declararon que “la imposición de esos artículos íntimos en color rosado,
representaba una violación a los derechos de los presos”. Juzgue ahora el
lector si el movimiento feminista ha logrado eliminar totalmente la
discriminación de los sexos.
NOTAS
1. A
la celebración religiosa dedicada a la diosa Toci, por ejemplo, se le llamó "fiesta barrendera",
pues "este día barrían todas sus casas y pertenencias, y calles y los
baños y todos los rincones de las casas, sin quedar cosa por barrer"; esto
se hacía, porque aquel día se llamaba ochpaniztli, que quiere decir "día de
barrer" (Durán, Historia, I: 149 y 275).
2. Los tributos que pagaban los tlaxcaltecas a los
reyes mexicanos, por ejemplo, eran productos de la tierra, oro, plata, cobre,
algodón, sal, plumas, resinas, maíz, cera, miel, pepitas de calabaza y una o
dos veces al año, pescados, conchas marinas, fieras, monos, papagayos y toda
clase de aves. Los pobres que no tenían nada para tributar, pagaban con piojos;
esta costumbre se realizó más en la provincia de Michoacán, en el reino de
Cazonci. El mandato era que "ninguno quedase sin pagalle tributo, aunque
no tuviese sino piojos; y no fue fábula ni lo es, porque en efecto pasaba
así" (Muñoz Camargo, Historia: 139). Una nota al pie de Alfredo
Chavero en el libro de Muñoz Camargo explica que esta historia "procede de
la relación de Alonso de Ojeda, que habiéndose introducido furtivamente en el
tesoro de Motecuhzoma [...] dice halló en uno de sus aposentos muchos
costalejos de á codo llenos y bien atados; y que abriendo uno halló que
estaba lleno de piojos: que preguntados Marina y Aguilar lo que quería
decir cosa tan nueva, respondieron, que era tan grande la sumisión que al Rey
hacían todos, que el que de muy pobre o enfermo no podía tributar,
estaba obligado a espulgarse cada día y guardar los piojos para en señal de
vasallaje' ". Chavero aclara que otros cronistas como Díaz del Castillo,
Gómara y Zurita, no mencionan esta forma de tributar. Entonces agrega que si
hay algo de verdad en esta anécdota, habría que recurrir a lo que apunta
Herrera, de que se trataba de "gusanillos o menuda langosta que crían algunos
cereales y que también se llaman vulgarmente piojos. Quizá se obligaba a
los vagos a recoger la que se producía en los campos que se cultivaban, para
proveer con su producto a los gastos del gobierno y del culto (Muñoz Camargo, Historia:
139-40).
3. “Como águila y como tigre”, equivale a “como valientes guerreros”.
4. Recordar
que el vocablo “azteca” se aplica al variado grupo de los nahuas o naguas, el
cual abarcaba, entre muchos otros más, a los mexicanos o tenochcas,
tlatelolcas, tlaxcaltecas, totonacas, xochimilcas, chichimecas y otros más.
5. Según Clavijero, Ixtlilxóchitl,
rey de los chichimecas, reinó en 1406; entre este monarca y su hijo
Nezahualcóyotl, durante veinte años ocuparon el trono de Acolhuacán los tiranos
Tezozomoc y Maxtlaton (Clavijero: 60).
6. Un descendiente de Ixtlilxóchitl fue Fernando de
Alva Ixtlilxóchitl (Prescott: 478; Clavijero: 383, 400), “el cronista original
de los tezcucanos. [... y] descendiente de los reyes aculhuas” (Alfredo Chavero
en Ixtlilxóchitl, Obras, I: 5).
7. Fueron los conquistadores quienes
les dieron el nombre de tarascas a los michhuacas; ese término, según Le
Clézio, procede del vocablo “taraskue”, que significa suegro, “debido a
las mujeres que los españoles les habían arrebatado” (Relation: 12).
Clavijero explica que los tarascas ocuparon el “rico y florido reino de
Michoacán”. Sus reyes fueron émulos de los mexicanos, con los que tuvieron
algunas guerras. Se distinguieron como excelentes artífices. Don Vasco de
Quiroga, conocido entre los nativos como Tata Vasco, fue el primer obispo
español, de incomparable y muy grata memoria. Este reino se agregó a la corona
de España por libre y espontánea cesión de su soberano (61). Chavero dice que
el reino tarasco era poderoso y muy poblado; “era una gran faja de terreno que
separaba las dos civilizaciones del Norte y del Sur”. El narrador anónimo de la
Relación comenta que no ha encontrado en esas gentes ninguna virtud más
que la generosidad, “pues en su tiempo los señores consideraban una deshonra ser
avaros (Relación: 50). Contrariamente a lo que Clavijero afirma, Chavero
dice que “eran bravos y sanguinarios y su culto era una sucesión de sacrificios
humanos: y naturalmente debieron los mexica, como los más débiles, recibir la
influencia tarasca” (Chavero: 20 y 25).
8. En su crónica, Durán se refiere a Moctezuma
siguiendo la etimología de su nombre. Durante el reinado de su padre,
Moctezuma había sido tlacochcálcatl (Aquel-de-la-Casa-de-las-Flechas), o
sea, alto magistrado; se trataba, según Baudot, de "un militar de muy alto
rango, responsable de los arsenales, a menudo escogido entre los parientes del
soberano y que podría a su vez reinar" (Baudot, Relatos: 66, n.
18). El Códice Ramírez cuenta que
por lengua de Malintzin y Aguilar, después de escuchar Moctezuma los principios
cristianos, según opinión de algunos, "luego se bautizó y se llamó don
Juan; otros dicen que no, sino que murió sin bautismo" (en Baudot, Relatos:
229). Respecto a la muerte de Moctezuma hay también opiniones encontradas; en
los anales históricos ha predominado la versión siguiente: debido al ataque de
los españoles al mando de Alvarado, éstos fueron presos por los mexicanos; a su
regreso después de haber terminado el asunto con Narváez, Cortés rogó y
amonestó a los caciques mexicanos para que aplacasen su ira contra sus
soldados, y los dejasen libres, pues habían cometido el gran error de rebelarse
contra los mexicanos; les explicó que por eso él venía a castigarlos; sin
embargo, sus ruegos no dieron ningún resultado; entonces "el propio
Moctheuzoma un día se subió en persona a un terrado, desde donde les mandó que
aplacasen su ira"; la reacción de sus súbditos fue amotinarse contra su
Rey "llamándole bujarrón y de poco ánimo, cobarde, con otras palabras
deshonestas, vituperándole con deshonestidad; y teniéndole en poco le
comenzaron a tirar con tiros de varas tostadas y flechas y hondas, [...] de
suerte que le tiraron una pedrada con una honda y le dieron en la cabeza, de
que vino a morir el desdichado Rey" (Muñoz Camargo, Historia de
Tlaxcala, en Baudot, Relatos: 283-84). La versión que da el Códice
Ramírez es que un día Moctezuma amaneció muerto, según decían, de la
pedrada que le habían dado; "mas aunque se la dieron no le podían hacer
ningún mal porque había más de cinco horas que estaba muerto" (en Baudot, Relatos:
234). En nota 77 a este asunto, Baudot dice que el Códice Florentino no
menciona absolutamente nada acerca de la muerte de Moctezuma. Concluye el
editor diciendo que los relatos indígenas de la conquista "acusan a los
españoles de haber asesinado al emperador azteca, ya sea apuñalándolo o dándole
un espadazo en el bajo vientre, por
orden de Cortés. Con la misma unanimidad todos los relatos españoles de la
conquista declaran que fueron los mexicanos mismos, encolerizados, quienes
lapidaron a su soberano" (Códice Florentino en Baudot, Relatos:
120-21). Muerto Moctezuma, su cadáver fue llevado por Apanécatl, pero allá donde lo llevaba, sólo iban a verlo y en
Necatitlan "le dispararon flechas", por lo que Apanécatl se dirigió a Acatliyacapan,
donde comentó: "¡Qué pobre desgraciado es Motecuhzoma! ¿Qué me voy a pasar
la vida cargándolo en las espaldas?" Entonces ahí sí fue recibido el
cadáver, e incinerado (Códice Aubin, en Baudot, Relatos:
212-13).
9.
Este documento se halla en el Archivo de Indias, Escribania 339B. 5, pza. fol.
572. Corominas explica que no se sabe la procedencia exacta
de “bardaje”; no obstante, reconoce que aunque el vocablo tiene “relación
segura con el árabe bardağ”, el
término español procede del italiano (Corominas, I. 402). En cambio Caso Barrera afirma que
“bardaje” o “berdache” viene del vocablo árabe bradaj, que significa “invertido pasiso”, y le da el sentido de
“prostituta masculina” (Caso Barrera 23).
Rima
de Vallbona (Costa Rica, 1931). Ensayista,
narradora, poeta. Una de las más importantes estudiosas de la obra de Eunice
Odio, ha participado con nosotros de una edición especial dedicada a la poeta
costarricense. Página ilustrada com obras de Leila Ferraz (Brasil),
artista convidada desta edição de ARC.
*****
Agulha
Revista de Cultura
Fase
II | Número 19 | Agosto de 2016
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geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor
assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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