quinta-feira, 5 de abril de 2018

MARIALEX ESPINOZA | La poesía de Miguel Márquez: una vocación por el riesgo



En el fervor de su naturaleza trina, estas Trinitarias de la cara y el envés (Caracas, 2014) expresan totalidad. Y esta no es otra cosa que una multiplicidad de polaridades: todo existe como dualidad, todo tiene su par de opuestos, su “cara y envés”. Estamos frente a una poesía que ostenta la mirada cósmica en cada contemplación. Una que declara que los opuestos son de una misma naturaleza: las verdades son relativas y las paradojas pueden reconciliarse. 
A esto se suma la vocación por el riesgo. Las Trinitarias son experiencias que parten de lo conocido para abordar lo desconocido.

De la piedra un árbol,
la gravedad mira feliz al cielo.
Nubes que entusiasman.

Cada palabra asoma otra de más allá. Juntas recuerdan la vieja ley de la correspondencia hermética, aquella que reza “como arriba es abajo, como abajo es arriba”. Cada imagen se intuye a sí misma como parte de un todo. Son versos corpóreos, hechos de sentidos. Versos que se sienten en la piel y el cuerpo emocional. Dolor, angustia y carne placentera. No solo se sienten en la piel, estas imágenes también se escuchan, la mayoría subrepticiamente, como un hilo musical, como un fondo de olas rompiendo en la orilla.







Detrás del sueño un mar de mitos.
Limones que vienen a jugar entre risas.
Una joven bellísima.

Y no puedo aquí dejar de citar ese poema donde aparece el genio de Macuto, Armando Reverón, en compañía fantástica de Paul Valéry:

Blanco hasta desaparecer de puro ardor.
Ojo de agua en mitad del cementerio marino.
El pintor enloquece hasta quemarse los nervios.

Leerlos en voz alta lo confirma: cada terceto es una ola describiendo su flujo y reflujo, cada ola ruge a su modo, cada ola canta distinto, pero, como son parte del mismo mar y el mismo canto, preservan entre todos la armonía.
Insisto en lo sensorial: las Trinitarias evocan minuciosas y breves fotografías. Más allá de las experiencias con el haiku, celebro la nitidez de las imágenes y las experiencias. Estos poemas se descargan frente a los ojos como flashes de cámara: captan el mínimo gesto, la mueca, la exhalación. Todo parece digno de apreciar en el entorno: en la calle, el vagón del metro, el mercado.  Algunas Trinitarias tienen el poder de convocar con cierta malicia la repulsión, el temor y la grima sin ser muy evidentes.
Los “Tercetos a la marinera” son un goce para el cuerpo. Hacen alarde de una memoria sensitiva y corporal exclusiva para el placer. Los sentidos expresan complacencia. Los colores se despliegan con comodidad, se entremezclan; los brillos casi encandilan, los sabores estremecen y aguan la boca, la piel lo siente todo.

Las ostras resumen el escalofrío,
delicia del instante con la alegría de la lengua.
Succión, deslizamientos, tragos muy puros.

Los “Tercetos intensos” se densifican, comienzan a ennegrecer, anochecen, anuncian hábitos de madrugador.

Hoy le duele hasta el aire,
soplo de otro mundo,
con un dolor anticipado.

Y también:

Una piedra en el parabrisas,
Estallan los sueños,
Corren los niños.

Y por esta vía se adivinan frustraciones, espejismos, lecturas, manjares, abismos, amores, y los fragmentos de ciudades inciertas. Lo femenino se revela como sorpresa repentina y frutal. La mujer deseada es una aparición singular que embelesa la mirada.
Aquí, en este pequeño y hermoso libro, los versos se pasean entre la lucidez y el delirio. Poemas diáfanos e ingenuos, poemas inteligentes, lúdicos; poemas con tintes surrealistas. Muchas de estas Trinitarias parecen pequeños acertijos que apuestan a la perplejidad, cuando no al asombro. Los terceros versos, en particular, juegan al desconcierto dentro de una lógica de la descolocación y el enigma. Hay una especie de divorcio entre el tercer verso con respecto al primero y al segundo. Y este orden, que por poco no es sistemático, se percibe en buena parte de los poemas. El primero y segundo verso son de una misma sustancia, Padre e Hijo; el tercero roza otra naturaleza, tal es el Espíritu Santo. De alguna manera, el tercer verso, en lugar de la síntesis de los dos anteriores, casi siempre se resiste a pactar con los otros. Lugar, también, de la discordia, de la ruptura. Por eso, leer las Trinitarias, unas tras otras, es una irrupción contra la calma, una incomodidad del ánimo: en el último verso casi siempre asalta el dolor, la extrañeza, la risa, la digresión, el estremecimiento. Y es en estos terceros versos donde se empieza a saborear el gusto a calle que predomina en la última parte del libro (Del Envés).
De pronto –mientras las íes van arbitrarias, molestas e interrogantes entre paréntesis [Los transform(i)stas / A coñazos / Br(i)llan de madrugada]–aparece una hilera de personajes: Tristana la quejumbrosa, Medio metro, la Vikinga, Con-zum, seguidos de una turba de villanos que son superhéroes, bares enrarecidos, locuras, desvaríos. Entre el desmontaje, el sabotaje y la burla, estos poemas del otro lado de la luna (su otra cara), son mordaces, críticos, ligeros, banales, maliciosos y muy divertidos. “El retrovisor como bellas artes”:

S(i)iempre escr(i)be despac(i)o
con un espejo en una mano, en la otra
la neuros(i)s y arañas tres equ(i)s ele.

Se leen de prisa porque su propia naturaleza los dictamina a morir jóvenes y lo urbano le otorga menos tiempo a la contemplación. Pasan de largo pero dejan su huella, su mofa, su extraño desafío, su desarreglo, sus malas costumbres. Estos poemas del envés son relámpagos de la más pura y cruenta desfachatez. Así, sin gran esfuerzo, los versos antiguos que hablan del universo, devinieron en poemas sin cebolla y con lechuga. Y a estas alturas, es clara la dialéctica entre lo lírico y lo grotesco, la cultura y la calle, la trascendencia y el “bochinche”. La hipersensibilidad y el refinamiento de la primera parte, de repente se trocaron en retratos lúbricos e insolentes. Ahora, lo sutil y lo impúdico conviven sin dificultad: los extremos se tocan.
Las Trinitarias de la cara y el envés son ejercicios para pensárselos, encarnaciones plásticas de la realidad y el ensueño, de la seriedad y algo también muy importante en la vida: el humor. Asistimos con ellas, con las trinitarias, al encuentro de una escritura generosa y experimental, plena de voluptuosidades. Poesía de contradicciones y contrasentidos, como corresponde a la condición humana.
Entre vuelos y caídas, nos rendimos ante este desenfreno de imágenes en un libro con formato de postales: y se trata de una armoniosa confluencia de aguas, bares, cielos, sabores, cuerpos, lecturas, faunas, embelesos, callejones, puerilidades y miserias. Una completa geografía que delata esa costumbre de mirar la vida de hito en hito. Una extraña coincidencia de formas, modos y lenguajes que bien sabe expresarse en uno de estos poemas-paradojas que tanto agradezco:

Cómo puede ser algu(i)en as(í), b(i)polar,
Tr(i)polar, una verbena de seres, un c(i)rco.
Una merengada de camaleones.


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Página ilustrada com obras de Benito Mieses (Venezuela, 1958), artista convidado desta edição.
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Agulha Revista de Cultura
Número 110 | Abril de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
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