… El poema no es un conjunto de ideas y palabras
sino un orden substancial.
Eunice Odio
Eunice Odio detestaba las biografías en tanto intromisión en su
intimidad. Para ella lo verdaderamente importante en un poeta era su poesía. Sin
embargo, para quienes no conocen su intensa y agitada vida, es necesario efectuar
ciertos prolegómenos existenciales para intentar la ubicación de su obra en las
coordenadas espacios temporales que le correspondió vivir. En ese sentido solicito
permiso y disculpas anticipadas a la poeta.
Eunice declaraba haber nacido en
1922 en San José, Costa Rica. Pero la doctora Alicia Miranda Hevia investigó la inscripción de su nacimiento
y afirma que nació el 18 de octubre de 1919. Sus apellidos eran Odio Infante y no
Odio Boix y Grave Peralta como afirmaba ella (Von Mayer, 1996: 61). Estudió en el
Colegio Superior de Señoritas y desde entonces se interesó por el esoterismo (su
familia paterna tuvo mucho que ver en la fundación de la Sociedad Teosófica de Costa
Rica: uno de sus miembros donó el terreno para la construcción del edifico que la
albergaría). Cuando Eunice contaba con unos dieciséis años tuvo una cercana relación
con el poeta teósofo Roberto Brenes Mesén.
El 28 de mayo de 1939 contrae nupcias
con Enrique Coto Monge. El matrimonio fracasa dos años y medio después, pero le
permite ponerse en contacto con la fabulosa biblioteca de la familia de su marido.
Al inicio de los años cuarenta se leen sus primeros poemas por la radio bajo el
seudónimo de Catalina Mariel. De 1945 a 1947 comienza
a publicar en el Repertorio Americano, célebre revista que editaba el
escritor Joaquín García Monge, y en el periódico La Tribuna.
También colabora en el periódico Mujer y Hogar.
En 1947 gana el premio centroamericano 15 de setiembre de Guatemala con el poemario
Los elementos terrestres, el cual se edita en
ese país. Viaja a recoger el premio y ofrece recitales e imparte charlas y conferencias.
Se queda a vivir allí.
En 1948 opta por la ciudadanía
guatemalteca. Labora en el Ministerio de Educación. Efectúa varios viajes por Centroamérica
y Panamá. Permanece en Guatemala hasta 1954. En ese lapso escribe El tránsito de fuego. En 1953 se publica en Argentina
Zona en territorio del alba, texto que fue seleccionado
para representar a Centroamérica en la colección Brigadas Líricas y que agrupa sus poemas
más tempranos.
En 1955 se va a residir a México hasta su muerte en 1974, con excepción de dos años y medio que vive en Estados Unidos, específicamente en Nueva York – del 1959 a 1962– . En 1956 sufre dos grandes pérdidas: fallece su padre, don Aniceto Odio, y su amiga entrañable, la narradora y ensayista Yolanda Oreamuno, quien expira en sus brazos luego de haberla atendido en su penosa enfermedad.
En 1957 envía Tránsito
de fuego para participar en el Certamen de Cultura en El Salvador. Los
organizadores no retiran el envío a tiempo y no es considerado para la premiación.
No obstante, por su mérito indiscutible, se le concedió, fuera de concurso, el equivalente
a la mitad del segundo premio y su publicación.
Adopta la ciudadanía mexicana en
1962. Trabaja en periodismo cultural y crítica de arte; hace traducciones del inglés
y publica dos cuentos: Había una vez un hombre
y El rastro de la mariposa (1966), además de ensayos,
reseñas y narraciones en revistas especializadas de arte y literatura. En 1963 declara
su rechazo a la política socialista en Cuba mediante artículos como Fidel Castro:
viejo bailador de la danza soviética, Cuba, drama y mito, Lo que quiere Moscú y
defiende Sartre, lo que le acarrea la animadversión de la intelectualidad mexicana
de izquierda y serios obstáculos a su labor. Desde 1964 hasta su muerte colabora
con la revista Zona Franca que dirigía el escritor venezolano Juan Liscano.
En 1967 ingresa a la Orden Rosacruz
donde alcanza el 2º. Grado Superior del Templo, a finales de 1968. En 1972 publica
En defensa del castellano. Fallece en México D.F. el 23 de marzo de 1974 en la más
absoluta soledad.
Hoy ya nadie discute que Tránsito de fuego sea el mejor libro de la poeta y uno
de los mayores logros de la lírica americana del siglo XX. Obviamente sus dos anteriores
–Los elementos terrestres y Zona en territorio del alba– son importantes elaboraciones
poéticas, si se toma en consideración la juventud de Eunice en el momento de escribirlos.
Especialmente Los elementos terrestres anticipa esa gran aventura creadora que es
Tránsito de fuego, pues allí se incuban el argumento y la estructura de éste. Las
imágenes insólitas y la metaforización arriesgada, a veces, se deslizan por un surrealismo
propio y sugerente, premonitorio de la amplitud de registros del Tránsito. Incluso
la versificación será la misma: endecasílabos y alejandrinos conjugados con versos
libres eludiendo rimas y asonancias.
Los elementos terrestres es un
canto a la incesante búsqueda del amado que siempre retorna, pero para alejarse
nuevamente. La presencia bíblica es patente, al igual que la presencia de los clásicos
grecolatinos, lo que nos indica la sólida formación literaria de Eunice a temprana
edad –recordemos que este libro lo escribió cuando contaba con veintitres o veinticuatro años–. Se respira un
erotismo delicado y un ansia de posesión ecuménica. La sublimación de la maternidad
en la creación poética potenciará, de alguna manera, la sinfonía y potente cantata
del Tránsito de fuego.
Este libro es un hito en la poesía
americana que algunos, como Juan Liscano, han comparado con El paraíso perdido de John Milton. Su formato dramático y polifónico, que recuerda
en mucho la tragedia griega con sus personajes y el coro, está repleto de historia,
mitología, antropología, magia, esoterismo y metafísica. Es el intento de poetizar
la génesis poética, o la empresa creativa del poeta, en un mundo que al final lo
excluye. El poeta (Ión) se crea a sí mismo al
decirse, mientras crea a los demás con el verbo. De ese modo, el creador es un proyecto
de sí mismo en su propia poesía. Dicho de otra manera, la poesía es el potens que
posibilita la parición del poeta a través de la palabra. Dialéctica de la creación.
Tránsito de fuego es la lucha denodada del creador por arrebatarle el fuego, no ya a los dioses, sino a sí mismo invocándose desde su nacimiento, para entregarlo a los demás. Ese fuego/palabra es la emanación primordial que hace posibles la comunidad y el mundo. La palabra es un objeto, una tecnología diríamos hoy, que objetiviza la realidad en tanto la poetiza. A través de la palabra somos, nos posibilitamos. Sin la palabra dejaremos de ser. Desaparecemos. Por ello la muerte es la ausencia de palabras: el silencio, el vacío.
El mayor legado de un poeta, o artista, es su
obra. Pero esa obra se produce y se construye desde una posición estética y ética,
desde una visión de mundo; desde un conocimiento a fondo del oficio y sus particularidades
de producción. En esa perspectiva, la búsqueda interior y solitaria de Eunice por
el arduo camino de la poesía, nos deja infinitas enseñanzas. La principal es su
acendrada postura ética respecto de la creación artística.
Esa postura ética, que se profundiza
en sus últimos diez años de vida en la soledad de su apartamento de paredes amarillas
en la calle Neva del D.F, en México, nos sugiere y propone que, para llegar a concebirse
como poeta, primero se debe ser humano, y un buen ser humano. Escuchemos su palabra:
“Se puede decir que lo único que quiero en este mundo, es
realizarme humanamente, para lograr realizarme en la poesía tal como la entiendo”
(Liscano:
1975: 87-88).
Dicho con otras palabras: el poeta
solamente puede realizarse imbuido en la humanidad, sabiéndose prójimo de todos
los hombres y padeciendo sus fracasos y sus dolores más profundos, así como sus triunfos y sus días
felices. “El poeta anda buscando a Dios y sólo lo encuentra
en el fondo de todos los hombres. Y sólo es poeta cuando sabe lo de todos los hombres
posibles; y lo sabe sólo cuando los ama inmensa y apasionadamente. ‘El amor es el
perfecto conocimiento’ creo que así dijo Da
Vinci. Pero no puede amarlos desde lejos” (Ibíd.: 84).
La poeta tenía muy clara su misión
como creadora y dadora de vida a través de la palabra. Por eso insiste en la humildad
que ha de tener el poeta ante la egolatría mundana, o la búsqueda de un Nirvana
personal que aísla al creador de su sociedad. “Los poetas
tenemos que ser más humildes y sacrificar eso; detenernos menos en nosotros y mirar
atentamente todo lo que nos circunda… Si el Nirvana está en el camino de la poesía,
el poeta lo halla sin buscarlo” (Ibíd.:90).
Para contagiarnos de humanidad
debemos estar atentos, vigilantes. Convertirnos en un combatiente cotidiano alerta
ante las cosas visibles e invisibles. En un guerrero de la luz. Solamente así podremos
sintonizar la “Gran Balada” del mundo. Y eso exactamente fue Eunice: una guerrera
de amor como su Miguel Arcángel, personaje tutelar del Tránsito
de fuego y del último tramo de su vida. Más aún: una vidente que, como
William Blake, podía percibir el cosmos desde su ventana, la otra luz de su lámpara,
el renacer de la vida en las legumbres y verduras conservadas en su refrigeradora.
Y todo ello con mucho amor, con
apasionado amor por los hombres. Por eso sin saberlo, o tal vez teniendo plena conciencia
de ello, trocó su apellido en su contrario como bien lo saben los gnósticos o los
herméticos: Eunice Amor.
Eunice Odio es la gran poeta de Costa Rica en el siglo XX. (Creo que con Max Jiménez y Jorge Debravo, nuestros otros grandes creadores del siglo, era la persona más “agraciada”, poéticamente hablando, que hemos tenido). Y una de las más importantes voces de Centroamérica y del continente. Tal vez por ello hubo de cargar en vida con la indiferencia y la insidia de la sociedad de su tiempo, especialmente la costarricense que la excluyó, prácticamente, de su memoria hasta años recientes.
Por supuesto Eunice no era una
mujer fácil. Su fuerte personalidad y su carácter, templado en una colectividad
machista y patriarcal donde el asedio masculino –debido a su belleza física, a su
talento natural y a su agudo nivel intelectual– era consuetudinario, la convirtieron
en una mujer contestataria siempre a la defensiva, custodiándose de lo vulgar, lo
intrascendente y lo refractario a la poesía. Se dice que su vocabulario cotidiano
a veces era poderosamente soez e insoportablemente descalificador y desfachatado.
No era para menos, el mundo la arrinconaba y debía defenderse con todas las armas
a su alcance.
Por lo demás, sus opiniones políticas
no siempre fueron del agrado de la mayoría. Algunas eran francamente reaccionarias
y costaría bastante estar de acuerdo con ellas. Sin embargo, la honestidad y la
franqueza puestas en las mismas, le otorgan un rasgo originalísimo que muchas veces
aciertan en términos de diagnóstico y profecía, aunque no las compartamos. Su esencialismo
metafísico y su idealismo filosófico la llevaron a tomar posiciones ideológicas contracorriente.
Pero eso no le resta ningún
valor a su poesía ni a su producción ensayística, narrativa y epistolar; al contrario,
habla muy bien de su insobornable valentía intelectual.
Por todo lo anteriormente esbozado se torna imperioso profundizar en el estudio de su obra poética, obra que aún se lee poco en Costa Rica y Centroamérica, y es casi desconocida en el resto del continente. Eunice Odio es una voz singular e imprescindible en el mosaico literario latinoamericano, una voz que sugiere caminos y que bien nos puede conducir a otros espacios de la palabra con su potencia cósmica y su sed de infinito. Su poesía continúa entre nosotros como insólito paraíso a visitar y como testimonio de intuición primordial y de entrega lúcida a sus imágenes y transfiguraciones.
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Agulha Revista de Cultura
UMA AGULHA NO MUNDO INTEIRO
Número 161 | dezembro de 2020
Artista convidado: Zdzisław Beksiński
(Polônia, 1929-2005)
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Muy buenas tardes y agradecida por los comentarios de nuestra tan olvidada Eunice Amor, biem dicho en torno a su obra poco conocida por el machsmosy misoginia poetril. Gracias por hablar de una gran poeta que amo con tanta pasión literaria el poeta Juan Liscano, a quien tuve la dicha de conocer y compartir en Caracas. Aabrazos
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