terça-feira, 23 de fevereiro de 2021

MARÍA ANTONIETA FLORES | El agua amarga de Blanca Varela

 


Cuando se leen los poemas de Blanca Varela, la poeta peruana nacida en 1926, se entra en el territorio poético donde sólo a través de un sabor se puede definir la sensación que dejan. Es amarga esta poesía, amarga, muy amarga. De allí su gran belleza y su autenticidad poética, cosa que tiene un alto costo: “la belleza final es cruenta y onerosa.” No se sienten concesiones, sólo la exigencia de lo desnudo. Palabra totalmente expuesta, palabra que huye de lo bello para encontrarlo inesperada o quizás esperadamente en la fealdad, en lo no agradable. Este acto de poetizar una realidad externa que mueve al rechazo por expresar lo más terrible, empuja hacia una realidad interna que reacciona ante todo lo que proviene del afuera, con lo oscuro y el sueño. Lo amargo es tema y centro gravitatorio de la lírica de la poeta y en torno a esto se constelan la desesperación, el fracaso, lo feo, el dolor.

Majestuosa se erige su palabra en el territorio del dolor: “El dolor es una maravillosa cerradura”, porque sólo el dolor profundo y permanente, el dolor enfrentado con honestidad poética, destila una palabra tan amarga y tan potente. No en valde escribe en su poema Ternera acosada por tábanos: “qué horrible dolor en los ojos / qué agua amarga en la boca”. Y también expresa desde una tercera voz: “Sé que estoy enfermo de un pesado mal, lleno de un agua amarga, de una inclemente fiebre que silba y espanta a quien la escucha”. Y así, espantados quedamos antes su poesía que es un agua amarga.

No. La poesía no complace. Está aquí para revelar todo aquello que nos habita. Está aquí para hacernos ver más allá de lo que queremos ver. No es fácil. Es dolorosa y abiertamente esplendorosa. Es ésta su potencia y su fuerza. La poesía, la auténtica, se impone y lleva al silencio que surge cuando topamos con lo sacro. Y lo sagrado yace en lo más profundo, en lo más vivo de nosotros. Siempre allí, por si lo olvidamos, aguarda para manifestarse y una de sus vías es el poema y la experiencia de lo poético. Los poetas vapuleados, fragmentados, debilitados, fortalecidos y arrasados por esta experiencia, se saben del territorio de los sueños, territorio que no es de evasión, sino que afianza a lo exterior con una lucidez intensa y con el desprendimiento de quien es capaz de ver más allá:

 


y que nosotros

los poetas los amnésicos los tristes

los sobrevivientes de la vida

no caemos tan fácilmente en la trampa

y que

pasado presente y futuro

son nuestro cuerpo

una cruz sin el éxtasis gratificante del calvario

y que no hay otra salida

sino la puerta de escape que nos entrega

a la enloquecedora jauría de nuestros sueños

nosotros o ellos

acertijo joker moneda perdida en el aire.

tibios temblorosos nonatos

sin estirpe ni prole

dispuestos siempre.

 

Y esa disposición surge de la lucidez y la desesperación, junto a ellas se halla el fracaso y desde el fracaso y solamente desde él se puede vislumbrar plenamente lo que somos y el olor de humanidad que nos define. La lucidez, la desesperación y el fracaso generan una rara fuerza, una visión amarga, una inexplicable resistencia: “Hemos aprendido a perder conservando una postura sólida y creemos en la eficacia de una desesperación permanente.” Estos estados resultan de la acción de internarse en un mundo al que sólo se llega a través de un viaje descensional hacia las interioridades del yo, un viaje que atraviesa umbrales y franquea puertas hasta revelar sólo una, sólo esa posibilidad: “he dejado la puerta entreabierta / soy un animal que no se resigna a morir”. La lucha frente a la muerte revela la búsqueda de lo vital, búsqueda que pareciera concretarse en lo horrible y amargo de la existencia, en la dualidad luz – oscuridad y en los sueños:

 

El día queda atrás,

apenas consumido y ya inútil.

Comienza la gran luz,

todas las puertas ceden ante un hombre

dormido,

el tiempo es un árbol que no cesa de crecer.

El tiempo,

la gran puerta entreabierta.

 


El desgarramiento y la fragmentación que sufre el yo se condensa en la imagen del “espejo trizado” y de: “el azogue no resiste / se hincha y quiebra la imagen / constelándola de estigmas”. No hay otra posibilidad para quien elige vivir y transcurrir entre la intensa y constante tensión que se establece entre lo interno y lo externo, entre la vigilia y el sueño. Habitar lo poético es desgarrarse, soportar y existir desde esa lucidez amarga que al cuajarse el poema se derrama como agua de manantial. Es, también, vivir una oscuridad luminosa:

 

Voy hacia la ventana,

me asomo al día negro y allí estoy,

al centro de la tiniebla.

Algo roto, substancia herida,

desgarrón luminoso súbitamente borrado.

 

Y la substancia herida, diría lacerada, de esta voz poética hace que su lectura sea indispensable. Actualmente es posible aproximarse a su obra a través de ediciones nacionales: Pequeña Venecia le ha publicado Ejercicios Materiales (1993); Fundarte, Del orden de las cosas (1994) y está presente en la Antología de la poesía hispanoamericana moderna (1993) que ha editado Monte Avila. Justa presencia para una voz como la de Blanca Varela.

 

IDEAS ELEVADAS

 


sobre una escalera

tuve a dios bajo el martillo

combinación divina
el blanco el negro y el rojo de la sangre redentora
recién derramada

el crimen nos salva en estos trances
que nos obligan a trepar hasta el último peldaño

el vértigo nos acerca
la oscuridad nos protege
estamos cada vez más próximos

tenemos la lengua dura los devoradores de dios
de ese dios que crece cada noche
con nuestros pelos y uñas
de ese dios aplastable 
perecible
digerible

iluminación o ceguera

clavar una mosca
con un solo golpe de hierro
en la pared más blanca


***** 

Agulha Revista de Cultura

UMA AGULHA NA MESA O MUNDO NO PRATO

Número 166 | fevereiro de 2021

Fotógrafos convidados: Désiré-Magloire Bourneville (França, 1840-1909) & Paul-Regnard (França, 1850-1927)

editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com

editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com

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revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO SIMÕES

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