Nadie puede sustraerse al encanto terrible que producen los versos de
Alejandra Pizarnik. Son como heridas en la carne memoriosa, dagas que cruzan el
espacio de la niñez, son flagelos en la soledad, disparos que despiertan a los
lectores en medio de la noche y los colocan frente al espejo que, en su poesía,
vuelven a ser tortura y confirmación.
Dijo Machado que el poeta debe tener una
metafísica para andar por la vida, Alejandra la tuvo, fue la metafísica del
caos, contenido en una mente abierta al futuro -pero perversa a causa de la
desolación-, y un cuerpo que percibe todas las sensualidades, que incluso puede
subvertir algunas, en aras de lograr un total entendimiento humano.
Nace en Buenos Aires, Argentina, el 29 de abril
de 1936, en una familia de inmigrantes rusos de ascendencia judía, que
vivieron en la parte sur de Buenos Aires, en un barrio de burguesía media. Si
me atengo a sus escritos puedo concluir que su infancia estuvo habitada por
temores, tristezas, y una falta de afecto que conmueve, así se refleja en su
prosa El viento feroz:
Estaba con sus padres en el teatro esperando el
momento de la función. Cuando se apagaron las luces su cuerpecito vibró
convulso como cuando se introduce por un segundo el dedo en el toma corriente.
Un bicho monstruoso, un alacrán bebedor de sangre se había remontado a su ser e
inauguraba un proceso de devastación que jamás finalizaría.
Y en su poemario Las aventuras perdidas:
Mi infancia sólo comprende
al viento feroz
que me aventó al frío.
Recuerdo mi niñez
Cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
recuerdo las negras
mañanas de sol
cuando era niña.
En 1954 Alejandra ingresa en la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y un año más tarde
publica su primer libro de poesía La tierra más ajena. Pasado
algún tiempo rechaza este libro y prefiere olvidarlo. Pronto abandona los
estudios universitarios y pasa a tomar lecciones de pintura con Juan Batlle
Planas, pintor argentino de origen español que contribuyó a la evolución
de sus conceptos sobre poesía, y a su modo tratar la distribución del texto
sobre la página en blanco como una forma, un dibujo.
En 1956, publica La última inocencia,
dedicado a León Ostrov, su analista de muchos años y de quién, según
testimonios, estuvo enamorada.
Por entonces ya está muy relacionada con poetas
contemporáneos suyos como Rubén Vela y Clara Silva, e inicia su amistad con
Olga Orozco, que durará hasta su muerte.
En 1958 publica Las aventuras perdidas,
que lleva una ilustración de Paul Klee -quien fue, junto a Hyeronimus Bosch, su
pintor favorito-, y muestra a una muchacha con una pluma de pavo real en
las manos, en un paso de baile. En este libro aparecen explícitamente dos
símbolos que más tarde la obsesionarán: la noche como realización y la luz como
negación de vida.
La etapa de París dura cuatro años, de 1960 a
1964, y la sitúa en un escenario internacional, incentivándole nuevas
perspectivas, deudoras de una maduración personal que hará que pertenezcan a
esta época la mayor parte de sus poemas antológicos.
Es en París donde conoce a Vicente Huidobro,
Octavio Paz, Oliverio Girondo y Julio Cortázar, estos dos últimos fueron
amistades mayores. La Pizarnik repite la vivencia que tuvieron tantos poetas de
generaciones anteriores: su viaje a París como Meca, como centro de cultura,
como experiencia necesaria y fundamental a su carrera. Allí desarrolla una
actividad múltiple: es redactora de la revista Cuadernos del congreso
por la libertad de la cultura, pertenece al comité de colaboradores
extranjeros de Les Lettres Nouvelles, y conoce también a escritores
de la importancia de Yves Bonnefoy, André Pieyre de Mandiargues y Henri
Michaux; tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesairé, y estudió
historia de la religión y literatura francesa en La Sorbona. Su pasión por
París duró hasta su muerte. En carta a Juan Liscano, escribe:
Estoy haciendo lo posible —es decir, lo imposible— por volver a París.
Allí, a pesar del desamparo externo, soy más feliz. Quiero decir: puedo
escribir con más libertad. (Esto es tan complejo y tan indecible).
Ir a París representó para ella una liberación
de todo lo ya conocido en Buenos Aires: ambientes, conversaciones,
limitaciones, conservadurismos, etc. Octavio Paz escribirá por entonces el
prólogo a un nuevo libro suyo, Árbol de Diana. Lee
ávidamente. Escucha música rock, puesta a todo volumen, durante horas
enteras, y se apasiona con Janis Joplin, la cantante de rock norteamericana que
se muere en 1970, y a quien Alejandra dedica un poema que se publica en Zona
franca, y que luego incorpora a su obra.
En 1965 regresa a Buenos Aires y aparece un
nuevo libro, Los trabajos y las noches. Con esta obra obtiene el
Primer Premio Municipal. Contiene poemas escritos, en su mayoría, en París.
Cuando en ese mismo año publica La
condesa sangrienta en la revista Testigo, exhibe en
esta prosa un marcado interés por el sadismo y la obscenidad. Edgardo
Cozarinsky, contestando a preguntas sobre Alejandra Pizarnik, escribe desde
París:
En su último tiempo Alejandra estaba muy interesada en la obscenidad. Yo
no podía seguirla en su delirio y la dejé de ver unos dos años, o un año y
medio antes de su muerte. Una de las últimas veces que hablamos por teléfono
fue en una de sus habituales llamadas a las tres o cuatro de la mañana, cuando
estaba haciendo una pausa en su trabajo y tomaba su té de la tarde, digamos.
En el año 2001, el lingüista Tony Thorne, de la
Universidad de Londres, publica un artículo en Bloomsbury, en el que señala
que la poeta argentina escribió un relato sobre las perversidades de
Erzsébet Báthory como un presagio de las desapariciones, los tormentos en los
campos de concentración y las matanzas sin castigo que la Argentina viviría
pocos años después. También acota que la metáfora esbozada por la
Pizarnik sobre la condesa parecía una efusión surrealista en 1971, y tal vez la
propia poeta creyese que lo era porque los escritores no saben a veces cuán
lejos puede llevarlos el instinto, o, como decía Spinoza, hasta dónde puede
llegar un cuerpo. Y recuerda a Borges cuando escribió: Quizá la
historia universal es la historia de unas cuantas metáforas, en La esfera
de Pascal.
En 1969 recibió una beca Guggenheim, y en 1971
una Fullbright.
Sus tendencias obsesivas se agudizan justo en
estos años finales de su vida. Sobreviene una etapa de marcada melancolía, y la
sombra de la locura alteró sus últimos años. Aparecen entonces sus
libros: Extracción de la piedra de locura(1968), y El
infierno musical (1971). Ya todas, o casi todas las imágenes de estos
libros son de desgarramiento y alienación. Es un período de intensa depresión.
En el poema “En la otra Madrugada” dice: Escucho grises, densas voces en
el antiguo lugar del corazón. Es en el año 1970 cuando sufre su primera
gran crisis y casi no publica. En El infierno musical ya hay
imágenes extrañas que indican su profunda perturbación: Risas en el interior
de las paredes. También en este volumen, en un poema titulado “En un
ejemplar de Les Chants de Maldoror” aparece explícita la idea del
suicidio: triste como sí misma / hermosa como el suicidio. Versos
que ella describe con placer, como si el suicidio —el no ser— fuese un triunfo.
El tono de El infierno musical —infierno de la palabra— es de
profundo pesimismo y sumamente inquietante. Se hace evidente la disociación de
la personalidad de Alejandra, las múltiples personalidades y las diferentes
voces que la atormentan: Ya no puedo hablar con mi voz, sino con mis
voces. Este volumen termina en un tono de desesperanza, en una serie de
preguntas ansiosas y desesperadas: Cuándo dejaremos de huir? Cuándo
ocurrirá todo esto? Dónde? Cómo? Cuánto? Por qué? Para quién?
En la progresión de su obra se puede advertir
cómo Alejandra comienza a dejar de creer en las palabras, ya no le parecen ni
solución ni destino, las va dejando solas en las páginas y llega un tiempo en
el que ya no la complacen como al principio. Cree entonces que en esa nueva
aventura de lo escrito debe aportar sufrimiento, debe sufrir ella misma el
rigor de la pérdida de la fe en las palabras, y debe acogerse a un vínculo con
lo grotesco y lo inhumano. Al mismo tiempo sus cartas y papeles comienzan a ser
confusos, desarticulados de aquel cosmos poético en el que ella gobernaba las
rutas de su expresión.
En enero de 1972 sale del hospital luego de una
estadía de cinco meses, y en una carta a Juan Liscano se advierte su
desequilibrio: En Buenos Aires no aceptan que una poeta tan pura tenga
necesidades. Oh, que se vayan a la mierda. En otra carta a Liscano fechada
el 12 de Febrero de 1972, dice:
Estoy mejor, pero sigo con fiebre. No es feo pero te ruego perdonarme
algunos delirios inextricables que se me deslicen (o no). Ando algo animal de
tanto yacer en el hospital (me hacían besar la cruz), esa imposición me daba
rabia; ergo, la chupaba y la lamía curioso: a pocos pasos de la muerte, la
muerte es viva, vívida y vibrante y todos los Paul Claudel y Henri Troyat (por
citar a dos gordos) parecen un chiste.
Ya en 1962 había escrito en su “Diario íntimo”,
publicado en Mito:
El misterio más grande de mi vida: ¿Por qué no me suicido? Es en vano
alegar mi pereza, mi miedo, mi futilidad. Quizás debido a esto, todas las
noches me parece haber olvidado algo.
La búsqueda del poema como única realidad,
existencia hecha real sólo por la poesía, llega, como a Van Gogh, como a
Artaud, y a otros muchos, a destruirla. Julio Cortázar resume bien el precio de
esa búsqueda en un poema que dedica a la muerte de Alejandra.
Puesto que el Hades no existe, seguramente estás allí,
último hotel, último sueño,
pasajera obstinada de la ausencia.
Sin equipaje ni papeles,
dando por óbolo un cuaderno
o un lápiz de color.
-Acéptalos, barquero: nadie pagó más caro
el ingreso a los Grandes Transparentes
al jardín donde Alicia la esperaba.
Cortázar y Orozco no fueron los únicos poetas
que sintieron hondamente el suicidio de Alejandra. Una prueba más de la
admiración que provocaba su obra es la serie de homenajes a su muerte. Desde
Juan Gelman y Raúl Gustavo Aguirre, hasta poetas de las nuevas promociones como
Federico Moreyra y Alicia Bello dejaron testimonio de su pena en poemas
publicados en diarios y revistas.
El examen del fracaso empieza a obsesionarla,
Alejandra se debate entre la desesperación y el rechazo a cualquier tipo de
ayuda por parte de los otros. Su “ayúdame a no pedir nada” es claro en este
sentido. Su plan de desarrollar la vida a través de las palabras ha fracasado,
y ante ese fracaso poco tiene que hacer. No quiere una vida común, la desespera
cumplir el ciclo de nacimiento, maduración, procreación y muerte, le urge
encontrar otro modo de sentir, y ya sabe que las palabras no construyen
precisamente un destino, que no pueden salvarla de ser Alejandra Pizarnik, una
mujer distinta, frágil, siempre alerta ante los otros. Sin embargo, en medio de
ese caos, preserva la lucidez, la guarda incluso hasta el final, hasta el día
en que le dieron un permiso por buena conducta y se fue a casa sabiendo que no
volvería a ninguna parte.
Su obsesión permanente fue traducirse en el
lenguaje. Ella misma lo dijo: Creo que la única morada posible para el
poeta es la palabra. Pero más adelante llega a pensar que sólo puede
trabajar con alusiones, con aproximaciones, no con palabras. Borges, en
conversación con Fernández Moreno, dice que Lugones, que era
esencialmente “verbal” —al igual que Pizarnik— se mató cuando comprendió —por
fin— que la realidad es incomunicable y atroz. En sucesivas cartas a Juan
Liscano hablando de su poesía, Alejandra se refiere a su lucha “cuerpo a
cuerpo” con el poema, como si uno y otro fueran una misma cosa que debiera
fundirse para alcanzar sentido y trascendencia: transformar la vida en poesía,
corporeizarla a través de las palabras. Su amada frase de Rimbaud: “la rebelión
es mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos”, expresa esa fusión donde ya no
hay diferencias entre contemplador y contemplado.
Pero, al final, se rompe el hilo que iba uniendo
toda su obra y se quiebran las secuencias lógicas y las estructuras del
lenguaje. La pérdida de la palabra, de su paraíso particular, implica la
inmovilización sentimental de Alejandra Pizarnik, es su entrada en ese silencio
lo que dejó reflejado en uno de sus últimos poemas:
a H. M.
estoy con pavura
hame sobrevenido lo que
más temía.
No estoy en dificultad:
estoy en no poder más.
No abandoné el vacío y el
desierto.
vivo en peligro.
tu canto no me ayuda
cada vez más tenazas,
más miedos.
Ella había afirmado en un ensayo sobre Antonin
Artaud, al citar a Hölderlin, que la poesía era un juego
peligroso y que contaba ya con sus víctimas: el suicidio del mismo Artaud, el
silencio de Rimbaud, el sufrimiento de Baudelaire. Como aseguraba de estos
poetas, todos tenían en común el haber querido anular la distancia que la sociedad
obliga a establecer entre vida y poesía. Pero la fusión de ambas, si bien lleva
a la plenitud buscada, lleva también al silencio. Ya no hay necesidad alguna de
aludir, de expresar: todo es.
Enrique Molina, que tanto y tan bien la conocía,
escribió sobre ella que “no tenía salvación: no había aprendido a mentirse, a
resignarse, a olvidar”.
Se suicida con una sobredosis de
seconal el 26 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana
fuera de la clínica siquiátrica donde estaba internada. A pesar del cerco
doloroso en el que vivió, de la singularidad de sus experiencias, y del clamor
que escuchamos en cada uno de sus textos, la obra de Alejandra Pizarnik impulsa
hacia un lugar profético y libre: La Palabra.
Ya previendo el fin, declara que su ideal sería
hacer poesía con cada minuto de su diario vivir:
Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis,
haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días
y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de
cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.
A esas ceremonias nos enfrenta y, por supuesto, son ceremonias de amor.
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Organização a cargo de Floriano Martins © 2016 ARC Edições
Artista convidado | Ana Eckell (Argentina, 1947)
Imagens © Acervo Resto do Mundo
Esta edição integra o projeto de séries especiais da Agulha
Revista de Cultura, assim estruturado:
1 PRIMEIRA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
2 VIAGENS DO SURREALISMO, I
3 O RIO DA MEMÓRIA, I
4 VANGUARDAS NO SÉCULO XX
5 VOZES POÉTICAS
6 PROJETO EDITORIAL BANDA HISPÂNICA
7 VIAGENS DO SURREALISMO, II
8 O RIO DA MEMÓRIA, II
9 SEGUNDA ANTOLOGIA ARC FASE I (1999-2009)
10 AGULHA HISPÂNICA (2010-2011)
A Agulha Revista de Cultura teve em sua primeira fase a
coordenação editorial de Floriano Martins e Claudio Willer, tendo sido
hospedada no portal Jornal de Poesia. No biênio 2010-2011 restringiu seu
ambiente ao mundo de língua espanhola, sob o título de Agulha Hispânica, sob a
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