En épocas
de crisis, la nuestra es una mayor, donde incluso se ha sostenido que se avizora,
por fin, un cambio de paradigma absolutamente radical, resurgen algunas ideas clave
del proyecto civilizatorio occidental y, a la par, se adelgazan las certezas en
los estados de ánimo que nos ayudan a deambular por el mundo. Una de las ideas que
resurge es la de la felicidad; un sentimiento que se adelgaza es el de alegría.
¿Cuáles son algunos de los rasgos que muestran el tamaño de nuestra crisis?
Vienen a mi mente, en estampida, los siguientes ejemplos: el descontrol, sólo entendido
en términos humanos por la repetición fractálica de los medios de comunicación,
de las fuerzas de la naturaleza a partir del calentamiento global; como en una película
que sólo mantiene la atención del espectador a partir de las notas cursis y heroicas,
cada día tenemos un nuevo evento natural de carácter apocalíptico que sirve de telón
de fondo en la competencia por el rating. La robotización del cuerpo a través, pero
no únicamente, de la uniformidad de sus estándares de belleza; el cuerpo humano
ha dejado, poco a poco, de ser el objeto oscuro del deseo y se ha convertido en
el objeto de la intervención de aparatos, rutinas de ejercitación y nuevas formas
de trabajo que lo subliman en los modelos televisivos de «hermosura» y «fealdad»
o lo postran en la cotidianidad del trabajo virtual frente a los ordenadores o la
máquina de ensamblado. La radicalización de las tecnologías de la guerra y el exterminio;
tecnologías que han esquivado plenamente el problema moral de su aplicación y operan
ya en la región, convertida en realidad, del video juego y la película de temporada.
La intermitencia, ya sin una periodicidad política, de las crisis económicas del
capital y su renovada incapacidad, finalmente rasgo congénito, para eliminar la
pauperización y la muerte; la emergencia de nuevas regiones económicas, fundamental
de la región asiática, le ha dado una nueva y más violenta faceta a la crisis del
capital; parecería que, por fin, el capital se afianzará en su último estadio de
desarrollo, el frenesí del consumo, y dejará atrás, como un recuerdo traumático
pero ya superado, la esfera de la producción. La fusión entre crimen organizado,
estados nacionales y capital desterritorializado; a partir de esta nueva triada
operativa del capital, todo intento de moralizar la política desde los proyectos
de Estado y Nación recae en el cinismo que produce la ganancia y tiene como respuesta
real la solidez de los proyectos gubernamentales y criminales, donde se institucionaliza
la crueldad como forma de comportamiento cotidiano. La refuncionalización de los
roles femeninos y alternativos, por ejemplo, los llamados pueblos indígenas o muchos
de los proyectos de empoderamiento, dentro de una nueva apertura, a la par bizarra
y operativa, de la «sociedad civil». La reformulación del paradigma de cultura,
consolidado por la sesión del campo creativo de la cultura espontánea de las clases
trabajadoras a los medios de comunicación, en términos de neobarbarie e indiferencia
frente a la vieja ecuación del proyecto de la modernidad occidental entre civilización
y barbarie.
En ese contexto, es difícil encontrarse con algún ser alegre; más aún, con
algún acto genuino de tristeza. Por el contrario, los comportamientos cotidianos,
las emociones, las certezas y, en general, las formas espontáneas se encuentran
a tal grado mediadas por las tecnologías de la vida moderna que difícilmente acontecen
como un modo cotidiano y en devenir. Frente a esta mediática situación, tratamos,
una y otra vez, de señalar algún elemento sustancial en el mínimo ejercicio de la
dicha, del desconsuelo, de la tristeza, de la abulia. Animales tristes finalmente,
parece que las posibilidades del mundo nos condenan a algo que ningún animal puede
ser: un ser libre y feliz.
En esta condena es que se da, de una manera quizá no experimentada con anterioridad,
la apertura erótica en el mundo contemporáneo y que se liga de manera suicida con
el anhelo de la felicidad y la huida romántica del mundo real que he descrito.
En sus famosas tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin se refiere,
en la tesis dos, al problema de la felicidad, la envidia y la venganza. Junto con
estas tres ideas, más la idea adorniana de dignidad, podemos entender cuál es el
límite de nuestra sociabilidad erótica hoy.
«A las peculiaridades más notorias del espíritu humano, dice Lotze, pertenece…
junto a tanto egoísmo en lo particular, una falta de envidia general de todo lo
presente respecto de su futuro.» Esta idea «apunta» a la experiencia de la felicidad
a las que nos ha confinado nuestra existencia en el tiempo. «Una felicidad, dice
Benjamin, capaz de despertar envidia en nosotros sólo la hay en el aire que hemos
respirado junto con otros humanos, a los que hubiéramos podido dirigirnos; junto
con las mujeres que se nos hubiesen podido entregar. […] ¿Acaso en las voces a que
prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar? ¿Acaso las
mujeres a las que hoy cortejamos no tienen hermanas que ellas ya no llegaron a conocer?».
Así, «en la idea que nos hacemos de la felicidad late inseparablemente la de la
redención». ¿Por qué? Porque todo nuestro sentido, con esto quiero decir nuestra
experiencia espontánea, de la dicha, de la alegría, y de sus anversos, la desgracia
y la tristeza, tiene que ver con el pasado. El futuro puede acaso suscitar el temor
pero siempre será abatido por la permanencia de nuestro día. Aquél que vive en el
futuro, está muerto. Por esto cada estado de ánimo es un «secreto índice» de redención,
un eco de una sola dicha y de una sola tristeza. ¿Cuándo se rompe ese índice? Cuando
nunca puede acontecer de forma espontánea y sencilla el sentimiento de dolor o placer.
Entonces intentamos reconfigurar la idea de la felicidad y lo hacemos a través de
afianzar un egoísmo invicto y una fe en el presente que todo lo distorsiona. Esta
felicidad sólo puede ser rota por un estado de ánimo y, en su distorsión, este ánimo
se vuelve unívoco, mesiánico, total. Por esto en la felicidad se intuye la envidia
frente aquellos que se muestran dichosos o profundamente tristes, aquellos y aquéllas
que parecen haber encontrado un eco más profundo de la vida y una mujer o un hombre
infinito. Por esto la envidia se revuelve de sí, y nos muestra que en toda idea
de la felicidad, hay un acto de venganza. Este movimiento tiene su mayor electricidad,
su potencia más manifiesta en el acto erótico; en ese fetiche que desafía el mundo
de lo sacro para fundar una nueva comunidad, la de lo humano, a partir de la idea
de la libertad, del desarrollo de la personalidad y del ejercicio de individuación
que fragua el acto erótico: la estupefacción dual e incomunicable frente a nuestros
instintos de entrega y agresión, resueltos de una forma aislada, única y, a la vez,
cósmica, total, redentora. Como señala Bolívar Echeverría: «El texto de la sexualidad
humana se escribe en un código incomprensible para el animal: el código del eros.
En la sexualidad humana, a la que se puede llamar eros o amor pasión, la ley de
la sexualidad animal se encuentra vigente; pero sólo lo está en tanto que penetrada
y sometida por la norma de una relación afectiva interindividual puramente humana,
a la que se puede llamar filia o amor-afición.»
Si bien el índice que conecta al acto erótico con la felicidad tiene entre
sus claves a la venganza y al instinto animal sublimado, al convertirlo en ese comportamiento
social que es la envidia; el hecho de amor o filia que está comprometido en el acto
erótico tiene más que ver con la idea de felicidad que remite al artificio moderno
de la dignidad. Adorno dice en Minima moralia: «Con la felicidad acontece igual
que con la verdad: no se la tiene, sino que se está en ella. Sí, la felicidad no
es más que un estar envuelto, trasunto de la seguridad del seno materno. Por eso
ningún ser feliz puede saber que lo es. Para ver la felicidad tendría que salir
de ella: sería entonces como un recién nacido. El que dice que es feliz miente en
la medida en que lo jura, pecando así contra la felicidad. Sólo le es fiel el que
dice: yo fui feliz. La única relación de la conciencia con la felicidad es el agradecimiento:
ahí radica su incomparable dignidad». Lo que hace Adorno aquí es borrar, a través
de la dignidad del recuerdo, el acto redentor y vengativo de la idea de felicidad.
La manera de salvar nuestra experiencia de la felicidad es reduciéndola a un acto
imperceptible para la conciencia.
«Trasunto de la seguridad del seno materno», la felicidad es un estar envuelto en la dicha, en la alegría triste del que disfruta el acto de comprensión del mundo pero que no lo puede expresar sino al paso del tiempo. Por esto es tan importante decir yo fui feliz. No se trata del acto colectivo y sutilmente ciego, para mí mismo, de la redención. Soy yo el que regresa, como un Edipo, a través del reconocimiento agradecido de la conciencia. Al agradecer el haber participado de un mundo feliz, y esquivar «un mundo raro», despliego la vitalidad del acto de convivir y reafirmo el cuadrante de la dignidad a través del principio del respeto y la creencia en la libertad y dignidad de todos aquellos animales eróticos que pueden vindicar el hecho de la felicidad y su apertura erótica y utópica. El acto erótico aparece así no como el nicho de la venganza, sino como el recuerdo y anhelo de dignidad. Es ahí donde el acto erótico gira sobre sí mismo para eliminar sus rastros de permanencia en el reino animal y su violencia fundacional del mundo social de lo humano, para mostrar un aspecto tan poderoso en el amor como lo es la venganza: el juego. Se abren, alegremente, las cuerdas del ludismo erótico.
«Trasunto de la seguridad del seno materno», la felicidad es un estar envuelto en la dicha, en la alegría triste del que disfruta el acto de comprensión del mundo pero que no lo puede expresar sino al paso del tiempo. Por esto es tan importante decir yo fui feliz. No se trata del acto colectivo y sutilmente ciego, para mí mismo, de la redención. Soy yo el que regresa, como un Edipo, a través del reconocimiento agradecido de la conciencia. Al agradecer el haber participado de un mundo feliz, y esquivar «un mundo raro», despliego la vitalidad del acto de convivir y reafirmo el cuadrante de la dignidad a través del principio del respeto y la creencia en la libertad y dignidad de todos aquellos animales eróticos que pueden vindicar el hecho de la felicidad y su apertura erótica y utópica. El acto erótico aparece así no como el nicho de la venganza, sino como el recuerdo y anhelo de dignidad. Es ahí donde el acto erótico gira sobre sí mismo para eliminar sus rastros de permanencia en el reino animal y su violencia fundacional del mundo social de lo humano, para mostrar un aspecto tan poderoso en el amor como lo es la venganza: el juego. Se abren, alegremente, las cuerdas del ludismo erótico.
Podemos resumir lo dicho de la siguiente forma: el erotismo intenta refundar
el mundo a partir de la sacralización de lo humano y en sus facetas más civiles
apuesta siempre a profanar esa misma sacralización a través del ludismo. El erotismo
tiene que ver con la felicidad de la venganza y de la dignidad. No obstante, existe
un componente que hace que esta primera analítica de lo erótico parezca falsa. Se
trata del componente elemental de la convivencia en las sociedades modernas: el
fetiche mercantil, que al penetrar el comportamiento erótico vuelve anacrónicas
sus prácticas de venganza contra la naturaleza y lo humano y el juego de lo humano
consigo mismo en sus recuerdos y montajes del mundo natural y animal. El fetiche
mercantil y su violenta variante dineraria hacen que el fetiche erótico gire hacia
la pornografía y hacia el erotismo atávico y cruel.
Cuando Coetzee, por ejemplo, relativiza y adelgaza el constructo de la dignidad,
finalmente insiste en que sólo se trata de un artificio y no de una esencia, apunta
a golpear la esencialización del erotismo: «Existe, desde luego, algo llamado arte
erótico (poesía erótica, narrativa erótica, pintura erótica, cine erótico) que pretende
poner en su sitio a la pornografía comercial demostrando que el sexo puede tratarse
con imaginación, inteligencia e incluso buen gusto. No obstante, lo erótico, por
el mismo hecho que recurre a la protección de la ley, (reivindicando un valor estético
que lo justifica) y marca de ese modo distancias con lo pornográfico, parece eludir
la prueba, conformarse con ser atrevido pero en última instancia sólo chic, con
ser escandaloso sin suscitar verdadero escándalo; mientras que lo pornográfico,
aunque sea zafio, conserva por lo menos cierta calidad cruda, salvaje.» Coetzee
nos recuerda por qué la degradación, incluso el olvido, de lo erótico. Término confinado
cada vez más a círculos cultos que creen aún en la sofisticación
iluminista y en el goce y cultivo de su libertad, en este caso sexual y erótica. Al contrario, lo que se observa en el mundo es un resurgimiento de comportamientos atávicos respecto a la vida sexual y erótica y un despliegue absoluto del código de lo pornográfico, que tiene que ver, efectivamente, con la grafía o escritura de aquellos cuerpos esclavizados y prostituidos o vendidos. Por esto no es extraño el resurgimiento de la actitud pornográfica en los códigos elementales de la vida, donde es el dinero el que define y da identidad. No se equivoca Coetzee, por ejemplo, al señalar que la publicidad es más exitosa que la pornografía porque tiene un código de comportamiento más apegado al principio de prostitución: «El anuncio publicitario permanece por completo en el seno de la constitución del signo: es algo que representa otra cosa; en cambio, al ofrecerse como la cosa misma, la pornografía viola su propia constitución. De ahí su frenesí característico y quizá también su creciente violencia, que hay que interpretar como la violencia de la frustración.»
iluminista y en el goce y cultivo de su libertad, en este caso sexual y erótica. Al contrario, lo que se observa en el mundo es un resurgimiento de comportamientos atávicos respecto a la vida sexual y erótica y un despliegue absoluto del código de lo pornográfico, que tiene que ver, efectivamente, con la grafía o escritura de aquellos cuerpos esclavizados y prostituidos o vendidos. Por esto no es extraño el resurgimiento de la actitud pornográfica en los códigos elementales de la vida, donde es el dinero el que define y da identidad. No se equivoca Coetzee, por ejemplo, al señalar que la publicidad es más exitosa que la pornografía porque tiene un código de comportamiento más apegado al principio de prostitución: «El anuncio publicitario permanece por completo en el seno de la constitución del signo: es algo que representa otra cosa; en cambio, al ofrecerse como la cosa misma, la pornografía viola su propia constitución. De ahí su frenesí característico y quizá también su creciente violencia, que hay que interpretar como la violencia de la frustración.»
Lo mismo que acontece con la pornografía, potencia del nuevo siglo que subsume
el código erótico y que incluso ella misma cede frente al código de anhelo, venta
y posesión del consumo, sucede con el resabio lúdico que Adorno intentaba pensar
con el nombre de dignidad. «¿Cuál es la razón de que la presencia del dinero como
fetiche se encuentre permeada —penetrada y ocupada— de erotismo? ¿Por qué el dinero,
al cumplir su función re-socializadora de los individuos como propietarios privados,
adopta en mayor o menor medida la función que es propia del fetiche erótico?», se
pregunta Bolívar Echeverría y anota que esta pregunta que guía a muchos pensadores
y pensadoras es la que los lleva a buscar «la clave del fetichismo dinerario en
el problema del erotismo anal». La respuesta de Bolívar es la siguiente: «Si en
la sociedad humana el contrato de los cuerpos, y con él la posibilidad de la satisfacción
erótica, depende de la existencia del individuo en calidad de persona, es decir,
dotado de una identidad diferencial, entonces el dinero, mediación moderna de la
personalidad, se encuentra sin duda en una complicidad secreta con el fetiche erótico:
absorbe algo del atractivo animal que hay en la ‘hermosura’ del cuerpo del amor,
al mismo tiempo que añade un nuevo encantamiento a esa ‘hermosura’, le contagia
la capacidad de otorgar identidad al amante que la persigue. El dinero aporta una
segunda capa de oscuridad al de por sí ya ‘oscuro objeto del deseo». Esto es, podríamos
decir, lo que queda de la dignidad.
La respuesta de Bolívar es tan terrible como la de Coetzee. No se trata de
un problema sustancial, sino del lógico desarrollo del erotismo: la libertad, piedra
fundamental del comportamiento erótico occidental, necesita renovar y hacer efectivas
sus posibilidades de existencia. Nada es consustancial a esa libertad, sino su invención
permanente; en ese sentido, puede históricamente perder la dignidad y el ludismo
u olvidar la venganza traumática que la redime como un artificio social, limitado
por la propia naturaleza. La sociedad actual es una red de dinero, en esa red el
erotismo es anacrónico y la pornografía periférica. En el centro del sentido está
el índice del dinero, ese milagro de la felicidad humana, significado puro del vacío
y tamaño de la grandeza del proyecto de la humanidad moderna.
CARLOS OLIVA MENDOZA (México, 1972). Traductor y escritor. Doctor en filosofía por la Facultad de
Filosofía y Letras de la UNAM, donde trabaja como profesor de tiempo completo. Entre
otros reconocimientos, ha obtenido el Premio Internacional de Narrativa, Siglo XXI;
el Premio Nacional de Ensayo y el Premio Nacional de Ensayo Joven. Es responsable
del proyecto de investigación Historia
de la Estética y miembro del Sistema
Nacional de Investigadores. Sus más recientes libros publicados son Hotel imperial; El fin del arte y El
artificio de la cultura. Publicado en
Ensayo, No. 30, Erotismo, 2010. Página ilustrada com obras de Tita do Rêgo
Silva (Brasil), artista convidada desta edição.
***
● ÍNDICE # 99
EDITORIAL | A pronúncia esquecida da realidade
ESTER FRIDMAN | Quer a humanidade ser livre?
FLORIANO MARTINS | Valdir Rocha e o mito transfigurado
GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN | Leonora Carrington y surrealismo novelado, por Elena Poniatowska
JORGE ANTHONIO E SILVA | A poética na esquizofrenia
MARIA LÚCIA DAL FARRA | Gilka Machado, a maldita
PEGGY VON MAYER | Volver la mirada a Ninfa Santos
RIMA DE VALLBONA | Indicios matriarcales en las comunidades chorotegas
SOFÍA RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ | Homenaje a Max Rojas
VIVIANE DE SANTANA PAULO | Tita do Rêgo Silva e o mundo fantástico, faceiro e colorido da xilogravura
***
Agulha Revista de Cultura
Número 99 | Junho de 2017
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO
MARTINS | MÁRCIO SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
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