de ondas
que pasan,
de olitas
temblorosas
que
fluyen y se alcanzan.
La vida
tiene hoy el ritmo de los ríos,
la risa
de las aguas
que
entre los verdes junquerales corren
y entre
las verdes cañas.
Antonio Machado
La poesía
de Miguel Márquez conjuga elementos que forman parte de la vida cotidiana y de la
naturaleza, hace de ellos la vía de expresión que le permite establecer un diálogo
nutrido de imágenes. Es una obra dialogante que nos interpela sobre aquellos asuntos
de nuestro tiempo y de lo que constituye nuestra experiencia de vida, nuestro día
a día; nos conduce por recovecos y senderos cuya simbología plasma paisajes y rostros
familiares cargados de historia. En efecto, él es un celoso del lenguaje y lo cultiva
con esmero y paciencia, y lo trabaja con la delicadeza y precisión de un orfebre.
Se trata de una poética donde las palabras se deslizan y caen como catarata de emociones
en el alma reflejando una sensibilidad que caracteriza su mundo interior.
En su producción
poética la ciudad, con sus ruidos y caos, funge de telón de fondo, en el cual surgen
“figuras recurrentes” que entretejen realidades, formas nostálgicas, intimidades
compartidas, maneras de sentir que expresan la relación consigo mismo, con el otro
y con las circunstancias. Estas “figuras recurrentes” como el mar, la madre, el
padre, los pájaros, la habitación, la poesía, la casa, el silencio, la muerte, la
mujer, el amor, entre otras, persisten conformando un magma de significaciones que
nutren una realidad abierta y compleja, son mundos expandidos cargados de hollín,
de violencia, de ritmo, de silencios, de pasiones, de melodías y disonancias. Estas
formas recurrentes pintan situaciones donde las palabras se encuentran en diálogo
con el “espíritu de la época” del poeta, es su manera de afirmar su vocación y compromiso
con su tiempo y con los problemas que plantea: sociales, políticos, amorosos, existenciales.
Miguel Márquez
es un poeta de su tiempo, vive al fragor del acontecimiento y de las circunstancias
sin extraviarse ni perder su vocación, la cual forma parte de su esencia, y ello
nos lo hace saber en cada una de sus creaciones. Esta actitud la percibimos claramente
en su más reciente producción: Campana en
el fondo del río (Mérida, Fundecem, 2015, con ilustración de portada del poeta,
editor, y estudioso de la poesía y el arte, Floriano Martins; quien a su vez tradujo
e hizo para Sol Negro Edições, Natal, Brasil, una pequeña y hermosa edición bilingüe,
portugués-español, en una versión de treinta poemas –en su totalidad está compuesto
por sesenta y dos– y acompañada de un “ensayo fotográfico” a colores del mismo Floriano);
libro este que nos invita a descubrir un mundo íntimo colmado de insinuaciones que
nos sumerge en una plástica vivencial, de la multiplicidad del acontecer, del sentir
que a ratos nos murmura cosas en un lenguaje encriptado. Se trata de un poemario
donde las imágenes se van tejiendo formando un entramado que nos atrapa, nos seduce,
nos invita a conversar en un ambiente cargado de una seriedad no exenta de humor.
En efecto, es un collage de sentimientos
que fluyen, sin el dique del moralismo raquítico y mal habido, y suscita una atmósfera
libre de barreras donde el poeta dialoga consigo mismo, con las “personas poéticas”
y con el lector.
En Campana en el fondo del río, nos encontramos
con algunas expresiones que despliegan una multiplicidad de significados. El río
es un término interesante que evoca una diversidad de sentidos que expande el horizonte
interpretativo. En el poema “16”, el río se erige como totalidad que permea los
otros elementos cohesionándolos, lo cual suscita un paisaje multiforme, elocuente
y desgarrador.
Que la madrugada sea testigo, con su letra menuda,
De lo poco que pude hacer contra el destino,
Lejos, lejos, lejos como una campana en el fondo del río
El hombre desolado
en su vigilia, sumergido en la espesura de la inquietud se mira frente al destino,
y se percibe sin “potencia de ser” para transformarlo, incapaz de cambiar el curso
del acontecer se precipita a lo inevitable. El río corre la misma suerte sin importar
su fortaleza, sus dimensiones, su ferocidad, su poder, él fluye sin mediaciones,
sin detener la marcha. Su existencia radica en el permanente movimiento, el cual
le permite, corriente abajo, cumplir su meta, alcanzar su destino: encontrarse con
el mar y disiparse, integrarse a otra totalidad que lo despoja de toda su naturaleza.
En otras palabras, el río se asemeja a la vida, en su transcurrir no puede eludir
su destino que se considera una realidad más vasta y trascendente. El río al simbolizar
la vida adquiere un sentido metafísico en tanto principio activo, movimiento perpetuo,
el cual se percibe en el permanente fluir. La relación vida- río implica un proceso,
y este comprende el plano temporal (todo proceso implica tiempo); el “tiempo como
primera esencia corpórea” (Heráclito) posibilita intuir el proceso como “concepto
puro”, es decir, el tiempo es concebido como la primera forma del devenir (Hegel),
en el sentido que el tiempo adquiere la “forma del ser”; esto implica que el ser
deviene, y ello en su necesidad comprende la unidad lograda en la oposición. Entonces,
la armonía alcanzada en la contraposición del ser y no- ser en la unidad se convierte
en lo característico del devenir. Pero aún más, la unidad que se alcanza en el movimiento
permanente que genera la oposición entre el ser y el no- ser, es lo que Heráclito
llamó destino: “la unidad en la contraposición”. Ante este panorama es muy poco
lo que el hombre puede hacer contra el destino, porque el ser es presente desprovisto
de pasado y futuro (el ser no fue ni será), en el sentido que lo esencial “es ser
y no- ser en la unidad, sin otra determinación que esta” (Hegel). Desde esta perspectiva,
el hombre, como unidad que contiene el movimiento entre el ser y el no-ser, se encuentra
inevitablemente condicionado por el destino; este en su abstracción es una necesidad
que se satisface permanentemente en el presente perpetuo.
Estas consideraciones
filosóficas no significan que el poeta haya humanizado el río, pues no le atribuye
características humanas ni lo dota de sentidos físicos. En efecto, el vínculo río-vida
abre un compás de interpretaciones que posibilita expandir el horizonte de sentido.
Por ejemplo, el río es un símbolo muy significativo en la obra poética de Antonio
Machado; este poeta se vale de esta figura simbólica para adentrarse en la esencia
de la vida, es por ello que “el río como símbolo de vida” alcanza un carácter humano,
pues, según Machado, el río tiene vida, es humanizado. Asimismo, en la poesía de
Machado la vida se vuelve río, se establece una identificación plena entre estas
dos figuras, lo cual permite reflejar el sentir del poeta. Sin embargo, en la poesía
de Miguel Márquez no se establece este tipo de identificación como en Antonio Machado,
en el primero la relación vida-río es más matizada, pero significativa, porque pretende
penetrar en la esencia de la existencia. Por el contrario, en Machado este vínculo
es determinante en su poesía.
Ahora bien, en
el Poema “16”, el nexo río-vida adquiere una dimensión abarcante cuyo centro cambiante
es la figura de la “campana”; esta se dilata en el espacio-tiempo, se trata de un
distanciamiento: “Lejos, lejos, lejos…”. De un alejamiento sentido, doloroso, cargado
de dramatismo y teatralidad. Esta impresión de movilidad se transfigura en abandono,
en un dejarte marchar:
Fui vencido a pesar del amor, a pesar del cariño,
El tiempo tiene su agenda, su gente, sus preferidos,
Lejos, lejos, lejos como una campana en el fondo del río,
Se acentúa lo inevitable,
la imposibilidad de poder transformar el destino que acompañado del tiempo deja
al hombre vencido, abatido sin contemplaciones, sin importar su sentir. El tiempo
en su proceso elige a los suyos en un vaivén serpentino, marcando el tono y el ritmo
del baile triunfante. La música de la campana se propaga en el fondo, se confunde
con el ruido y el hollín y se hace imperceptible en el silencio espeso de la noche.
Sin embargo, ante tanta tensión y dramatismo hay un giro poético que transfigura
el estado de las cosas, el ánimo se hincha e irrumpe danzante fracturando la agonía
y el desespero:
Que vengan los versos, que vengan los cantos,
Que venga la muerte, que vengan los tragos,
Lejos, lejos, lejos como una campana en el fondo del
río.
Este giro cambia
el ritmo del poema, le imprime “potencia de ser” que enciende el deseo, el goce
y la vida. Este quiebre de cadencia en su teatralidad permite superar la melancolía,
la desdicha y la derrota. El asumir el destino es una fiesta que nos libera de las
ataduras de una determinación unidimensional y autoritaria. Es por esto que nos
dejamos llevar por el impulso festivo y decimos: que venga la vida con su destino
a cuestas; que el repique de la campana viaje sin demora y nos bañe de sonoridades.
Este tono festivo al final del poema deja entrever que más allá del destino manifiesto
existe la posibilidad de afirmar la vida, y de vivirla con goce y plenitud.
En este poemario
lo interesante de la figura del río es que aparece solo una vez, pero su presencia
es marcada y significativa. Pero como esta expresión también encontramos otras con
la misma o con mayor fuerza evocativa y simbólica. Por ejemplo, en Campana en el fondo del río, el mar es una
“figura recurrente” cargada de sentido, su presencia, en algunos casos, es sugerida
a través de elementos asociados al mar. La figura marina se encuentra vinculada
a ciertas realidades y estados íntimos, pero también, en algunas ocasiones le atribuye
características humanas, este proceso del nexo simbólico del mar con el hombre y
con algunas situaciones de la realidad se percibe en distintos poemarios de Miguel
Márquez como, por ejemplo: A Salvo en la Penumbra
(1998), Linaje de Ofrenda (2007), Campana en el fondo del río (2015) y Creyones en el asfalto (2016). En efecto, en la poesía de Miguel Márquez
el mar se muestra en su multiplicidad de sentidos, se encuentra relacionado a distintas
situaciones afectivas, sociales, artísticas, del yo, pero en cada realidad que describe
cumple una función particular. Por ejemplo, en el poema “Sí” del poemario Creyones en el asfalto (2016): “También ha
sido un privilegio/ estar aquí/ en el reino entrañable/ de la intimidad, / en el
mar, / en la desnudez del aire.” (p.49). La figura del mar está referida al sentir
del poeta. El diálogo con el mar se convierte en un privilegio entre dos naturalezas
diferentes, pero conectadas; así como el goce que suscita la intimidad de estar
consigo mismo en el reino de los afectos. Se trata de los sentires que genera estar
en presencia del mar.
En Linaje de Ofrenda (2007), las referencias
al mar son diversas y elocuentes; el poema “Macuto” describe distintas facetas y
cualidades de esta figura simbólica: “El mar que a cada rato reza/ por el destino
de remotos faros que en noches/ tempestuosas/ se mantienen erguidos día tras día”.
Esta imagen humanizada del mar que se preocupa y le pide a algún dios por los faros
para que resistan las fuertes arremetidas de la naturaleza, y reza para que permanezcan
erguidos y puedan proteger a los navegantes, a los barcos para que no sufran ninguna
tragedia. En los diferentes roles que desempeña el mar, en oportunidades se presenta
con rasgos divinos para brindar redención, bondad y esperanzas al desdichado: “El
mar que resucita a la piedad/ entre los peces plateados a los que un milagro anima”;
en ocasiones se muestra con la sabiduría del maestro, la cual le permite proporcionar
orientación y buenos consejos para alejar y disipar las preocupaciones, las penas
para poder comulgar con el amor: “El mar que le da a la inquietud un norte/ donde
perderse y explayar la conjunción copulativa”; “El mar que le da lecho a la desdicha/
y frutas para el desayuno… El mar de los limones y el día blanco/ el mar de los
poemas sin comienzo ni fin/ el mar de siempre de continuo reinventándose/ para que
el sueño prevalezca” (pp.43- 44). En estas distintas facetas la imagen del mar caracteriza
un conjunto de situaciones donde se establecen lazos con el sentir con y el vivir
del hombre.
En Campana en el fondo del río (2015), el mar
se presenta, a ratos, humanizado y presto al diálogo en un contexto íntimo, afable
y lúdico. Esta interacción abre las puertas a realidades abiertas que por su fuerza
evocativa e imaginativa nos sorprenden y seducen, porque pareciera penetrar en nuestra
psique generando estados de ensoñación. En el poema “1”, la figura del mar se humaniza
y se convierte en un anfitrión sutil, delicado y generoso:
El mar va dejando arena, un poco de sal,
Insinuaciones de la luna en un cuaderno,
Palmeras donde la memoria va desnuda,
Blanca lujuria que nos tranquiliza, olas
Del porvenir y del pasado van y vienen
Este anfitrión
nos recibe con gran hospitalidad, con cierta familiaridad y cercanía brindando un
paisaje que aleja la ansiedad, la preocupación, el bullicio, la muchedumbre, la
violencia, el hastío y el hollín; su sola presencia nos libera de esa carga pesada
que joroba la existencia. Los elementos simples que la figura marina ofrece: la
arena y la sal, nos reconcilian con la naturaleza manifiesta del mar: su belleza
y misterio; en este ambiente de fresca brisa nos entregamos a las insinuaciones
de la dama noche para integrarnos a su calidez. Las “Insinuaciones de la luna” nos
sumergen en una dimensión lúdica donde los recuerdos surgen desprovistos de ataduras
y cabalgan desnudos sobre palmeras. La desnudez nos traslada a un encuentro con
los dioses a través de un estado de ensoñación que enciende el espíritu y permite
comulgar con la belleza que surge del mar. Este encuentro mítico con la “Blanca
lujuria” que las olas traen se desvela, se muestra en las líneas onduladas que prefiguran
su imagen de mujer, de la blanca espuma (afrodita) ondeante venida del mar y cargada
de lujuria que tranquiliza el alma. Se establece una relación originaria e inseparable
entre la mujer y el mar, entre el agua y la belleza. Se trata del vínculo pasado-presente
y futuro –representado por el vaivén de las olas– que permite al artista, al poeta,
explicitar un nexo con la belleza a través de la figura del mar, el cual inspira
y enciende la imaginación y la creatividad artística. En efecto, en el Poema “1”,
la figura del mar evoca referencias de carácter mítico donde la “Blanca lujuria”,
más allá de sus múltiples sentidos, semeja la blanca espuma que envolvía a la diosa
del amor y la belleza. Este referente mítico posibilita desplegar un horizonte de
sentido centrado en el hecho de que el mar no solo nos va dejando arena y sal, sino
también, la belleza que encarna la diosa.
En Campana en el fondo del río, el rio arrastra
un ruido de fondo que se expande ondulante arrullando las barcas y acariciando las
orillas. La luz de luna se posa en la cresta ondeante de la corriente iluminando
el largo viaje. La vida se hace torrente de río que proyecta su marcha quebrando
la dura y árida incertidumbre. En efecto, existe un giro poético que suscita una
transfiguración del estado de sentir del poeta, lo cual le permite continuar su
apuesta de vida (“Que vengan
los versos, que vengan los cantos, / Que venga la muerte, que vengan los tragos, / Lejos, lejos, lejos como una campana en
el fondo del río”), pues tanto los versos como los cantos son una verdadera respuesta
a la hora de enfrentar y ver qué hacer cada quien con su existencia, con el estado
de cosas en la que nos encontramos todos.
En el sentido de que los versos, los cantos y la estructura rítmica, musical de su arte; es decir, las formas de
las que el autor se acompaña para vivir, implican, de suyo, la presencia
inapelable e irreductible del arte verbal, de la creatividad,
de la imaginación, ahora visualizados como partes esenciales de un rasgo singular de su estilo, como
asuntos de una política del ser que encuentra en estas manifestaciones, en este
destino elegido, su afirmación y redención. Es decir, una política de la palabra
desde la cual la vida puede y debe efectivamente ser transformada, y
donde el peso doliente se transfigura en ligereza física y metafísica; esto entendido
como una apuesta, en tanto ética, en tanto estética, en tanto vía y destino. En
efecto, estos últimos temas han sido para Miguel Márquez, desde hace bastante, muy
caros y cercanos. Allí están los libros que ha escrito para confirmarlo. Así, también,
este poema “57”:
Quiero este pequeño cuarto,
rodeado de cosas que amo y me aman,
especialmente libros, cuadernos
donde trato de dibujar imágenes,
líneas, trazos donde sea posible
escribir una palabra divisoria
que me permita darme cuenta
de todo aquello que está fuera del poema
o encima de nosotros o muy dentro
de alguien que respira y se escucha
en las largas madrugadas que ha pasado aquí,
concentrado, dándole vueltas a las palabras,
al tono, a las emociones, al timbre, al ritmo,
incluso los días en que la luz del sol entra
a esta casa como si fuera suya, y lo encuentra
despierto, prendido, libre, en su sitio,
él la recibe como una señal de que la trama va bien,
y siempre ha querido dar ese poco de cuenta
donde dibuja el paisaje que le permite vivir mejor,
y es como no querer salir nunca de allí,
conmovido, claro, agradecido.
Página ilustrada com obras de
Benito
Mieses (Venezuela, 1958), artista convidado desta edição.
*****
Agulha Revista de Cultura
Número 110 | Abril de 2018
editor geral | FLORIANO MARTINS | floriano.agulha@gmail.com
editor assistente | MÁRCIO SIMÕES | mxsimoes@hotmail.com
logo & design | FLORIANO MARTINS
revisão de textos & difusão | FLORIANO MARTINS | MÁRCIO
SIMÕES
equipe de tradução
ALLAN VIDIGAL | ECLAIR ANTONIO ALMEIDA FILHO | FEDERICO
RIVERO SCARANI | MILENE MORAES
os artigos assinados não refletem necessariamente o pensamento
da revista
os editores não se responsabilizam pela devolução de material
não solicitado
todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
todos os direitos reservados © triunfo produções ltda.
CNPJ
02.081.443/0001-80
Nenhum comentário:
Postar um comentário