Mis contactos literarios con el poeta constituyen un
capítulo importantísimo en mi quehacer intelectual y literario. Por esta razón,
expreso públicamente mis agradecimientos a tan alto espíritu.
Lo conocí en 1977,
en la Biblioteca Nacional; allí se crearon talleres literarios para “apagar el
apagón”. Grabé una charla que Gómez-Correa ofreció, como introducción al surrealismo,
en una clase de Miguel Arteche. Después, a fin de ese año, Lafourcade, el Chico
Molina, Martín Cerda, Arteche, Braulio Arenas y Enrique Gómez-Correa, integramos
la legión de escritores consagrados y noveles,
que llegó hasta la tumba de Gabriela Mistral, en Montegrande. Dos días de llana
convivencia entre todos. En esos primeros contactos, aprecié que G-C era un
varón de extraordinarias condiciones éticas, además de su inteligencia,
sencillez y caballerosidad.
El hombre que
había sido sorprendido por la violencia extrema de la naturaleza, en su
infancia, estaba recibiendo en esos años el ataque descreído de la dictadura.
El diplomático, el abogado que ganaba grandes causas en defensa de los
trabajadores; como cuando apabulló en un juicio a Codelco, siendo su gerente
Carlos Altamirano (sí, el mismo). Dijo que el monto ganado a favor de obreros y
empleados había sido gigantesco. Pero nadie podía cercenar su brazo poético, su
libertad de pensamiento. ¿Nadie? Salvo la Naturaleza. Marzo de 1985, gran terremoto
en el centro del país (8,5º Richter). Gómez-Correa, corroído por la calamidad
política y por la pérdida injusta de su cargo diplomático, terminó
derrumbándose. De un día a otro, quedó inválido por un cáncer a la médula
central y fue internado en la Clínica Boston. En la ciudad letrada, un viento
huracanado: Enrique se muere. Converso con Wally, su esposa, y expreso mi deseo
de acompañar al poeta. Bajo ciertas restricciones, lo visito varias veces y
allí, grabadora en mano, registro su voluntad de vivir y su perseverancia
poética. Cito algunas preguntas y las palabras suyas, tomadas el 19 de julio:
En el fondo yo soy un anarquista. Un
anarquista muy libre, que no anda poniendo bombas pero que quiere, a lo más,
que el pensamiento no tenga ninguna clase de amarras; incluso en la vida misma.
Yo creo en una plena libertad.
Gómez-Correa había
hecho suya la ambición de conseguir la "solidez compacta del ser",
enunciada por Hegel. Y lo manifiesta con pasión durante esa misma conversación:
"Eso se identifica conmigo mismo.
Esa solidez compacta es una confrontación de mi alma en su conjunto con mi
manera de ser." Esta entrevista se dio a conocer a través de Radio FM,
de la Universidad de Chile, donde yo conducía programas literarios y de artes
visuales.
¿Cómo podía un ser
ordenado y pulcro, adicto a la ley, crear tanta poesía libre? "Yo puedo manejar el pensamiento,
incluso el pensamiento cartesiano, de una manera racionalista y muy calculada;
pero, cuando yo escribo mis textos poéticos, a la primera palabra se me arranca
el lápiz y ya lo que pensaba hacer se me evade y es otro, es un otro el que
escribe."
Enrique, mediante su voluntad, desechó la presencia de esa bellísima dama
blanca que lo invitaba a seguirla, en las noches de la Clínica, y vivió diez
años, lúcido de sus asuntos y en su capacidad creativa. Llegó a caminar trechos
cortos. Pero tanto acervo poético no podía quedar sin registro: los días 4, 11
y 20 de agosto de 1987, en Galvarino Gallardo 2150, grabamos 280 minutos para
la serie “arquitectura del escritor”. Todo este material de audio, más el de la
clínica, está depositado en la Universidad de Talca. También hay copia en la
Biblioteca Nacional. La información que el poeta entregó para el libro es altamente
valiosa, como documental, como brillante lección de anatomía literaria.
Y lo que nunca
había pedido en su vida, llegó solo: la Medalla al Mérito Literario, creada
especialmente por la Municipalidad de Santiago, en abril de 1995. Es el único
gesto amable de la Administración Pública, entregado a este creador. El 28 de
julio se "torna invisible". Un honor inmerecido -a ruego de Wally-, fue
dejar caer sobre su urna, en la Parroquia de San Ramón (Providencia), unas
cuantas palabras de despedida. Un periódico reseñó la acción: “Un poeta del Maule lo despidió, expresando:
Aquí descansas como los volcanes de tu tierra. Gracias, Enrique, por el fuego
que nos diste y por el legado de poesía y de nobleza que nos has entregado con
tanta generosidad”.
¿Hay visiones o
hechos de su infancia que hayan marcado su vida de adulto? Fue una
interrogación en dicha entrevista: "Sí.
Hay un hecho que en la infancia me marcó mucho… Y es el haber presenciado, no
sé si de cerca o de lejos, pero lo presencié, el suicidio de un minero que se
colocó unos cartuchos de dinamita en la boca y los encendió; y, naturalmente,
que se desparramó todo el cuerpo. Es un hecho que no he podido olvidar jamás,
por su violencia. Yo debo haber tenido unos cinco o seis años de edad. Fue en
Talca." También la ciudad natal fue cubierta por una gruesa capa de
cenizas cuando estallaron volcanes aquí cerca, en la cordillera. Y el feroz
terremoto de 1928. Todo eso en correspondencia
ciega con una poesía que se hizo explosiva en el inconsciente del joven. A ese
factor, hay que agregar un carácter voluntarioso natural, pero también
incentivado: tenía detrás de sí el apoyo incondicional de su madre y de su
hermano mayor. Su padre falleció antes de que este adolescente cumpliera los
diez años de edad. El azar va moviendo piezas negras en un tablero de ajedrez
ignoto. Sin embargo este contrincante, con las blancas, posee una lucidez
extraordinaria y tiene, además, un proveedor de sabiduría: es el agudo profesor
Alberto Arenas Carvajal (hermano de Braulio), que enseña castellano y filosofía.
Estamos hablando de una época en que la enseñanza secundaria no estaba asfixiada
como hoy bajo un modelo secreto. Este profesor era amigo y compañero ideológico
de Pablo Neruda, desde la época del Pedagógico (Alameda-Cumming). Cuando Enrique
cursaba Cuarto Año, el profesor Arenas editaba una revista literaria y, para
colaborar en ella, era obligatorio que los muchachos estudiaran la obra de
Nietzsche y de Schopenhanuer. Nuestro poeta –ya lo era- se abocó
apasionadamente a estudiar filosofía superior. Si hasta leyó a Einstein. ¿Cómo
emerge ese trío de jóvenes fabulosos: Arenas, Gómez, Cid? Así recordó G-C el
inicio de esa odisea: “Un curso más
adelante estaban Teófilo y Braulio Arenas. Yo estaba en Cuarto Año de
Humanidades y ellos estaban en Quinto. Pero ya había una selección, digamos
así, que había hecho el propio profesor de castellano, de los tres escritores
en ciernes que producía el Liceo de Talca. Entonces ya éramos conocidos en el
liceo, entre todos los estudiantes. Para las horas de Cívica nosotros teníamos
que dar una conferencia y, a veces, nos daban dos horas y hablábamos: yo del
teatro español –por ejemplo-; Braulio habló sobre Goethe y el romanticismo
alemán. Y Teófilo hablaba bien, era orador y era muy revolucionario.” Y a
diario se juntaban después de clases. Entre las lecturas del romanticismo
alemán, descubrió un texto de Achim von Arnim (1781-1831), la novela “Isabel de
Egipto”, obra donde menciona la maravillosa planta conocida con el nombre de
“mandrágora”. Von Arnim había estudiado Ciencias Naturales, por lo tanto había
manejado textos antiquísimos que hablaban sobre los poderes de la planta que se
había transformado en mito y leyenda. De modo que, cuando en 1938 el grupo de
aguerridos poetas buscó un título para sus publicaciones, Enrique ya lo tenía.
La mandrágora lo había atrapado.
Las actividades literarias de liceo se habían iniciado virtualmente en 1932, con la formación del grupo AGAL, constituido por los estudiantes Julio César Aldana, Enrique Gómez, Fernando Araya y Manuel Luna. Ellos lanzan dos revistas de corta vida: una El Sablazo y la otra, Don Feña. Al año siguiente, como alumnos de Quinto, crean Dirigible, una sólida publicación que felizmente conocemos. Esas tres revistas están dirigidas por Gómez Correa. A la par, Arenas y Cid, de Sexto, publican otra. Un apunte rápido: de El Sablazo, no hay rastros; en cambio, de Don Feña se guarda un ejemplar celosamente en el Museo Paul Getty, de California, en la sección “Enrique Gómez-Correa”. En Dirigible destaca la colaboración literaria de nuestro muchacho. Era tal la efervescencia creativa de G-C, que durante ese año pretendió editar su primer libro. Esta joya, pronto disuelta mágicamente por el tiempo (¿no habrá por ahí un ejemplar guardado?), se llamó “Canciones de Adolescencia”. Para materializar el proyecto, los muchachos se dedicaron a juntar trozos de madera de calidad y restos desechados de una imprenta, como una caja tipográfica y tipos gastados; así construyeron una prensa, absolutamente artesanal. El libro fue impreso a dos colores, en cien ejemplares. Hemos hablado de una épica: allí nació el futuro impresor profesional don Julio César Aldana, fundador del diario El Centro, de Talca.
Los padres de la
Mandrágora, que si bien como grillos del ámbito literario no trascendieron al
grueso público, ellos captaron el nivel intelectual y dieron sentido al
pensamiento puro del surrealismo en Chile; y lo consolidaron. Ese cuarteto
espectacular de nuestra literatura (Gómez-Correa, Braulio Arenas, Teófilo Cid y
Jorge Cáceres), fundó un movimiento literario que impregnó a varias
generaciones. El surrealismo cambiaba las imágenes y el lenguaje; ahora se
entendía que el poema no era un simple sentimiento o un listado de bellas
descripciones: es el producto de fluidos insospechados, y riquísimos, de la conciencia
y del alma. El sentido del arte hace todo lo demás.
El poema es un
objeto de arte. Toda obra de arte tiene una sustentación íntima, invisible. Lo
que hizo Kandinsky –creador de la pintura abstracta- fue entreabrir ese mundo
interior. El amigo de Breton, Magritte, Peret, Brauner, Granell, Caillois,
Hérold, Mayo, Jaguer, y tantos otros poetas, críticos y pintores europeos, portaba,
además, como sello personal, las raíces esotéricas de las más antiguas culturas
de la humanidad. He ahí la gran diferencia con sus congéneres: toda su obra
está estructurada, no por la efervescencia de su magma verbal, sino por las correspondencias
secretas que atan –en la escritura- sus figuras literarias. Es decir, detrás de
sus versos está el pensamiento alquímico y la anciana sabiduría de Oriente. Más
tarde, después de su estadía en la India, de su búsqueda por China y el Tibet,
el peso de estas otras tradiciones lo embargó y, tanto fue así, que dejó de
escribir por diez años. Sobre eso conversamos repetidas veces, con él en su
lecho de enfermo. Pero no fui su discípulo pues yo no estaba iniciado. Hubieran
visto su biblioteca personal: códices y gruesos libros especializados. Y esa
poesía de gran bagaje, de códigos ocultos, no fue entendida con el autor en
vida, digámoslo francamente. Y con él ausente, creo que nunca lo será. Es
cuestión de leer la pobreza de conceptos en las escasas crónicas que se le
dedicaron. Sobre aquella erudición, hablé algunas veces con Humberto
Díaz-Casanueva, en su casa de Hernando de Aguirre 1128: él era ilustrado pero
no tan profundo como Enrique en ese tema. La potencia de esta creación está
viva.
Escribo porque es la manera más natural
que tengo de realizarme, de expresarme… Todo está reafirmado en la realidad e
incluso es una manera de realizar mi fantasía; en todo caso, todo mi ser.
El lenguaje es la
casa del ser, apuntó un filósofo. Con los descubrimientos de la fenomenología
de los sueños, apertura iniciada a fines del s.XIX, fue posible acercarse a las
fuentes mismas de dicha experiencia. Freud dedicó al tema un texto fundamental
en 1900. Karl Jung avanza en pos del alma. Bretón, a través de la psicología y de
la psiquiatría, atiende los trastornos mentales de los que sobreviven a la
Primera Guerra Mundial. Y se le abre el mundo interior como una nuez cascada. Y
proclama abrir el inconsciente como una llave de agua. Para Breton, el ejercicio
automático significa recuperar poderes no corrompidos por la cultura occidental:
está informado del pensamiento primitivo, de los resquicios de las mentes
alteradas y de los alcances de las ciencias herméticas. Pero no mide la
cantidad de voluntad o luz diurna interpuesta en algo tan delicado como un ser
que nace y que viene dotado de sus propios factores de identidad, esto que se
llama obra de arte. La diferencia en el proceso es lo que ha captado el gran
poeta chileno; y crea su propia escuela surrealista. Es decir,
coloca la voz libre del interior para ennoblecer ese espejo de lo cotidiano que
suele atormentar. Allí libera las imágenes que se recubren de palabras. Ese
descubrimiento lo hizo en corto plazo; cuando todavía integra el grupo de
Huidobro.
Digamos que su
madurez literaria coincide con la llegada de su mayoría de edad (21 años) pues
ha publicado el poema en prosa “Declaración”, en1936, entre cuyas líneas –ya
explosivas- expresa: “Yo insisto en hacer
del símbolo una hebra demasiado fina”. Y, más adelante: “Yo salgo de mi interior” y “Por el momento hago de la sangre un surtidor”.
Estas sentencias son expansiones como las rocas que expele un volcán en
erupción. Por lo tanto, tenemos ya el poeta formado, lírico, audaz, desenvuelto
al correr de la imaginación liberada. Su primer libro aparece en 1940 (“Las
hijas de la memoria”, apenas 110 ejemplares).
Al margen: ese
mismo año 1936, al amparo de Vicente Huidobro, comienzan a su vez, a publicar
poesía surrealista: Rosamel del Valle, Eduardo Molina Ventura, Teófilo Cid,
Braulio Arenas, Volodia Teitelboim. Y es llamativo que, entreverado con los
chilenos, aparecen traducciones de poemas de Salvador Dalí, Picasso, René
Daumal, Paul Eluard, André Breton, Roger Gilbert-Lecomte, Hans Arp; es decir,
el corazón del surrealismo francés ya estaba latiendo aquí en Chile. Digamos,
en consecuencia, que Huidobro estuvo entregando información clave –como ser los
manifiestos de Breton- que influyeron en la nueva generación de poetas nacionales.
Pronto se agregarían Eduardo Anguita y Fernando Onfray. Gómez-Correa especifica
en nuestra entrevista de 1987: “Yo no me
oponía –todo lo contrario- al surrealismo; pero quería ir más lejos, era el
manejo de la palabra. Quería que se produjera un equilibrio entre lo irracional
y lo racional. Un equilibrio entre la razón y el inconsciente”. Respecto de
la calidad psicológica de la materia vaciada en un poema, declara: “(Sobre su
propio impulso)… Podría decir que es
temperamental. Sobre todo en la manera de mi poesía, de poema aislado. En el
poema aislado, es temperamental” (…) “El
poema largo, sin argumento no es nada. La Noche al Desnudo (1945), es la noche,
hasta llegar a definirla, disfrutarla, verla en todos los aspectos, y los
defectos que produce la noche. En Pleno Día (1949), es al revés: es ver el
mundo a través del día, la claridad, ver todos los fenómenos, los mismos que se
aparecían de noche pero esta vez con las luces encendidas”. Esta es una
gran lección, corroborada en la “arquitectura” de Raúl Zurita (2014). Se
refiere a que toda gran obra literaria tiene una estructura interior, no
visible por supuesto.
Durante esos años
de contacto con Huidobro, G-C estudiaba Derecho en la Universidad de Chile. No
es aventurado asegurar que si el conocimiento adquirido por Breton provenía de
su interés en la psicología como ciencia, aquí nuestro hombre también se sintió
incentivado a estudiar todo lo relativo a fenómenos mentales del ser humano.
“Sociología de la locura”, su tesis para titularse, es un catálogo del
Entusiasmo, como él mismo tildó a la capacidad de concentrarse, involucrarse y
desarrollar una pasión. Lo expresa en La Idea de Dios y las Vocales, opúsculo
lleno de claves esotéricas, donde escribe: “…
la idea de Dios, naturalmente no del Dios de los cristianos, sino del Dios
Interior o Entusiasmo, y que en último término
–lejos de más de alguna
interesada tendencia metafísica- es la suprema energía del poder creador del
hombre” (1943).
¿Qué tan cercano
está el creacionismo del surrealismo? G-C declara que “Había un abismo entre él y nosotros los de la Mandrágora. Él era un
racionalista a ultranza. Nosotros propiciábamos la extralimitación de los
instintos con el consiguiente reconocimiento de los valores irracionales para
conseguir como meta un equilibrio entre el instinto y la razón” (Baciu).
En efecto, sus
textos pasaban a la imprenta casi sin correcciones, tal como esta confesión: "Así cortadas las amarras / El barco partió sin rumbo conocido." Este
barco, Wally, es el propio Enrique. Él es independiente desde que falleció su
padre y constató, cuando liceano, que con su propia fe y voluntad podría
alcanzar aquello que siempre, a pesar de su pericia y sabiduría, no pudo
alcanzar: la piedra filosofal. Es decir, el total conocimiento de las cosas, no
como utopía, sino como realidad. En los intereses que orientaban su vida:
primero estaba la ansiedad por lo ABSOLUTO. En segundo lugar -quizás en el
tercero-, ese amor –de todas maneras sincero- que él tuvo por ti, querida
amiga.
Bueno, mi libro
“Arquitectura del escritor. Enrique Gómez-Correa” (1999), me transformó en el
biógrafo conocido del poeta (y creo que es el único texto editado que abarca su
vida y su obra).
La relación de
nuestro poeta con los pintores surrealistas europeos es ampliamente conocida.
Explícito es el libro-homenaje “El espectro de René Magritte” (1948). Y este
nombre me trae a la memoria la extraordinaria exposición que presentó el Museo
de Bellas Artes, de Santiago, “Magritte-Nougé” (1999), patrocinado por el
Gobierno Belga. Para el efecto se proyectó un lujoso libro de gran formato y la
Embajada me pidió una colaboración; el capítulo de esa obra se llama “Magritte
y Gómez-Correa: una amistad más allá de lo real” (grandes fotos del grupo
Mandrágora, retrato del pintor al poeta, cartas del belga, etc.).
Existe una fórmula
para entender el complejo poético de cualquier autor. Está conformada por tres
factores esenciales: AUTOR – OBRA – LECTOR (se puede aplicar a otras
disciplinas, como la música). Esos tres factores se conducen entre sí como los
anillos entrelazados del NUDO BORROMEO. En este ejercicio, si suprimimos la
OBRA, se liberan los otros dos anillos. Si eliminamos el AUTOR, no hay Obra ni
Lector. Si suprimen el lector, la OBRA no tiene sentido y el Autor pierde, o se
pierde. En el caso poético que damos hoy, el AUTOR es Enrique Gómez-Correa,
quien al referirse a su obra dice: “Es la búsqueda de lo Absoluto. Creo que
todas las cosas vienen de las esencias” (filosofía pura, entre paréntesis). Esa
ambición está maravillosamente manifestada en el interior de nuestro autor, y
está proyectada a través de la energía de su YO en la creación. El segundo
anillo: la OBRA, a partir de los juicios de Stefan Baciu y de Octavio Paz, se
le reconoce una individualidad propia, con gran prestigio entre iniciados (la poesía,
es producto espiritualmente alquímico, secreto). El tercer anillo, el LECTOR:
si no llega la obra a sus manos o no sabe leerla, este anillo desaparece y, por
lo tanto, el Autor y la Obra están liberados a su suerte. Finalmente, en el
caso G-C, los tres anillos permanecen firmemente unidos. La potencia de esta
poesía, aun sólo bajo el fenómeno de la relación OBRA/LECTOR, está plenamente
activa.
Precursor del
surrealismo hispanoamericano fue, en efecto, Vicente
Huidobro. Y esto lo corrobora Octavio Paz. Hasta podemos afirmar que en las
tertulias del creacionista se estableció una especie de taller literario donde la
poesía francesa se leía en su lengua y también se traducía. Las publicaciones
del anfitrión en revistitas santiaguinas propias, a pesar de formar parte de su
armamento político, dejó a la posteridad ese infinito derroche de imaginación
de jóvenes poetas que a su vez iban a hacer historia en nuestra lengua. La
misma obra vanguardista de Huidobro, crea una poesía libre, pura, de efervescencia
imaginativa en función del arte. De hecho, esta plaga surrealista hizo efecto
inmediato en el Chile de izquierda; máxime si en París sus iconos eran ardientes
admiradores del comunismo en boga. El joven Volodia Teitelboim, concurría a las
tertulias huidobrianas. Como también lo hizo Rosamel del Valle. Nicanor Parra
está en una foto tomada en la Plaza de Armas de Santiago, junto a Braulio
Arenas y G-C, alrededor del año 40. Hay un Neruda contagiado, también Gonzalo
Rojas. Y otros: Pablo de Rokha, Carlos De Rokha, Humberto Díaz-Casanueva,
Eduardo Anguita, Juan Emar en la prosa, Fernando Onfray, y muchos más de
segundo orden tal vez.
Como bien es
conocido de todos, el movimiento surrealista chileno estuvo de la mano con las
artes visuales y célebres son las exposiciones realizadas en Santiago, ya a
partir de 1940.
Un hecho poco
recordado, lo hace luz el exponente actual más conocido en el mundo: Ludwig
Zeller (lejos, merecedor del Premio Nacional de Literatura). Zeller, con
noventa libros de poesía ha llevado su lenguaje poético surrealista a lo
visual, al collage, en una obra
incansable, parte de la cual se exhibe en grandes museos de Norteamérica y
Europa. Por los años 60, fue creador de la Casa de la Luna, en calle
Villavicencio. Su mujer, Susana Wald, la gran pintora rumano-canadiense,
organizó al interior de la Universidad Católica (Casa Central) una gran
exposición surrealista. En el frontis, un lienzo decía “El entierro de la
castidad en la Universidad Católica”; el salón, repleto de pinturas eróticas y
el piso tapizado de pechos de mujer elaborados en goma. Ludwig escribió un
cartel que decía: “La mitad de la población del mundo anda a pie pelado. Cristo
anduvo a pie pelado. Si usted quiere ver esta exposición, sáquese los zapatos”.
Y así lo hicieron el rector, autoridades eclesiásticas y otros mandos que
asistieron a la inauguración. Exponían: Roberto Matta, Nemesio Antúnez, Álvaro
Donoso, Rodolfo Opazo y muchos más. Como se entiende, la apertura del
inconsciente suele ofrecer, en los sueños y en la vigilia, el reclamo de la
libido, la sexualidad.
Me parece innecesario
extenderme aquí sobre la calidad y la profundidad de la creación surrealista en
la plástica chilena. Está al más alto nivel mundial.
En la antigüedad, la
literatura describía formas y hechos; un cambio fundamental fue recoger la
intimidad del poeta, con lo cual entraba la sociedad y la mirada sobre el mundo
y los espíritus; es decir, creencias místicas ante tanto misterio de la vida
(aunque ya Aristóteles hablaba del alma, sin fundar su existencia, e Hipócrates
era más explícito).
En el siglo XIX,
Juan Bosco, el santo, registraba sus sueños; uno de ellos: “Me pareció encontrarme en una extensa llanura, cubierta por un número
incontable de jóvenes. Unos peleando, otros decían groserías. Aquí se robaba,
allí se falta a la modestia. Una nube de piedras, lanzadas por bandos que
hacían la guerra, volaba por los aires. Eran muchachos abandonados por sus
padres y de costumbres corrompidas. Estaba ya a punto de irme de allí, cuando
vi a mi lado a una Señora que me dijo: – Tienes que ir hacia esos jóvenes y
actuar”. ¿Qué es esto? Flujo del inconsciente hacia el verbo y del verbo a
la escritura; es un flujo que mezcla inquietudes sociales con el vapor del
sueño; todo en el interior del cerebro, en ningún lugar esotérico.
Pero, tampoco vamos
a desarrollar aquí un tratado de los sueños. Ni vamos a analizar el puntapié
inicial de Rimbaud ni de Lautréamont. Ya el lenguaje surrealista está crecido
en innumerables rincones del orbe.
Recordemos esa
fantasía hecha cine que se llama “Los sueños”, de Akira Kurosawa. Surrealismo
puro, en lenguaje visual. Maravillas del espíritu que ha jugado con la
realidad.
La obra de G-C está
depositada en el Museo Paul Getty, de California. Su voz está registrada en el
Archivo de la Voz, de la Biblioteca del Congreso de tal país. Sus libros
circularon, no por las librerías, sino como valores de intercambio con los
grandes poetas de todo el mundo. El movimiento surgido en Argentina,
fortalecido en Chile, creó raíces en toda América. Breton y numerosos
surrealistas franceses escaparon de la guerra mundial para refugiarse en países
americanos.
Lo de Brasil y
Portugal, unidos por su lengua, es un capítulo aparte, brillantísimo en estos
días. Entre ellos existe un culto casi desmesurado por la obra de Isidoro
Ducasse, quien escribió:"No estamos
contentos con la vida que tenemos. Queremos vivir en la mente de los demás una
vida imaginaria. Nos esforzamos para que ella aparezca como somos". Es
obvio que Nicanor Parra leyó Los Cantos de Maldoror.
Roland Barthes,
filósofo, ensayista y semiólogo francés, dijo en 1975: "El grupo surrealista es en sí mismo un
espacio textual".
Debo referirme, sin
limitaciones verbales, a Floriano Martins (con quien me complazco en mantener
amistad vía email, a la vez que suele invitarme a colaborar), es un tremendo
surrealista en la poesía, en la pintura y en el arte fotográfico; es, a la vez,
un notable comunicador especializado, respetado en lenguas portuguesa y
castellana. Es el creador de la feérica Agulha
Revista de Cultura, editada en
Fortaleza, (Brasil). Está en contacto directo con todos los surrealistas de
dichas lenguas. Es amigo de Ludwig Zeller y le ha dedicado mucho espacio a la
presentación de la última exposición en Oaxaca (recién hace unas semanas),
porque ella es un acontecimiento artístico de primer orden. Recién el 29 de
junio, Martins presentó el libro “La Vida Imaginaria del Surrealismo” y expresó
en un extenso ensayo su defensa del movimiento: “El Surrealismo se sumergió dentro de la imagen para desentrañar sus
misterios, el espectáculo de su belleza o el revolucionario de sus
predicciones; es decir, para responder a la llamada de sus numerosas conexiones
entre ellos y la relación de amor con los otros polos de la existencia humana
que ha visitado. Los mundos subterráneos son una fuente inagotable de portales
dispuestos a la iluminación. La década de 1920 es magnética. Al reunir en una
gran sala de la naturaleza sugestiva de combate y la subversión, dio amplia
visión de la conducta del hombre con respecto a todo lo que le preocupaba, la composición
política, religiosa cazadora-estética, autoritaria, también agonías de un siglo
que languidecía sin entender para los que vienen. Todos los vicios son de un
hilo. El surrealismo surge como la única intervención quirúrgica posible. En
este sentido, Artaud da en el blanco, "¿Cuál es la razón del área de la
imagen que no puede reducirse y que debe permanecer en la imagen, a excepción
de portar el riesgo de su desaparición?" Pero la imagen surrealista fue
una audacia hasta entonces impensable”. Y la impresionante actividad
surrealista actual en Brasil, Portugal, confirma que no es una moda pasajera
sino una herramienta perdurable para someter a juicio, a través de la belleza,
estos siglos amargos.
Algunos nombres latinoamericanos ya históricos: Aldo Pellegrini, Enrique
Molina y Olga Orozco (Argentina), César Moro, Westphalen y
José María Arguedas (Perú), Álvaro Mutis (Colombia), Octavio Paz (México, Premio
Nobel 1990), Clément Magloire-Saint-Aude (haitiano, escribió: “Fuera de las ínfulas de mi sol anticuado /
¿Soy acaso el que interpreta los siglos, / El viento esculpido del centauro?”);
y tenemos enseguida a Aimé Césaire (martinico) y Cruzeiro Seixas (Brasil). Sólo
por nombrar a los históricos.
De España tenemos poemas surrealistas escritos por Dalí y Picasso. Y
fueron cercanos: Aleixandre, Lorca, Cernuda. No vamos a nombrar a la legión de
poetas surrealistas franceses (ni siquiera a Marcel Duchamp, por razones
obvias), pero sí al croata Radovan Ivsic. Y en Rusia,
goza hoy de reverencias el pintor Boris Indrikov. El surrealismo está vivo en Canadá y en los Estados Unidos. Beatriz
Zeller (hija de Ludwig) continúa traduciendo, editando y asesorando
exposiciones para museos americanos y europeos, en aquella especialidad. Recordemos
que el Museo de Bellas Artes, de Santiago, mantuvo durante tres meses del 2013,
la notable exposición Papeles surrealistas. Dibujos y
pinturas del surrealismo en las Colecciones del MNBA.
En el Chile de hoy, una nueva generación levanta las pancartas del movimiento:
el 2005 sorprendieron con una expo de carácter internacional, organizada por
los pintores de Phases (Jaguer) y los loquillos del Grupo Derrame. Estos
últimos perseveran y generan exposiciones grandes, importantes; y notables revistas
de arte. Nombres: Enrique de Santiago, Aldo Alcota, Rodrigo Verdugo, Rodrigo
Hernández. Todos exhiben un amplio prontuario en las letras y en la pintura.
Alcota expuso en la Casa Granell, de España, y en París, y se ha quedado por
allá. Hay un pintor surrealista, de Macul, que distinguió G-C y que después
Wally premió con una edición de meritorios poemas, me refiero al silencioso
Carlos Delgado.
Pero no vayamos tan lejos, la extraordinaria pintora Susana Wald pintó
para la Universidad de Talca un gran mural surrealista. Su arte, plenamente sugestivo
y libre, es hoy reconocido por la crítica y pares de América y de Europa.
El aporte del surrealismo a diversos formatos del arte, a la publicidad y
al diseño gráfico mundial, es gordo. Pero, lo importante
de estos homenajes a cien años del nacimiento de E.G-C, es que él deseó que
siempre se celebrara su cumpleaños, es decir: su presencia en la vida; jamás su
desaparición física. Durante muchos años, presente o ya ausente Enrique, Wally,
la familia y amigos, celebramos los 15 de agosto; brindábamos por la calidad de
su herencia espiritual, por la integridad moral y social, aunque a veces dejó a
la esposa aislada en un poema sin darse a entender lo suficiente.
Sin que sea una
sorna sin sentido, oigo exclamar hoy: ¡Qué tremendo surrealismo existe en el
mundo! Algo que quizás siempre ha sido así, pues todo está, o ha estado, por
sobre lo real. Antes de la redacción de su primer manifiesto, André Breton
escribe a Philippe Soupault: "La
inmensa tierra sonriente que ya no basta, necesitará de los mayores desiertos,
ciudades y suburbios, sin el mar también muerto". Apocalíptica visión
de hace cien años que estamos viendo hoy, día a día, en imágenes de la tv: la
codicia por la tierra fértil, el saqueo de los océanos, multitudes huyendo por
suburbios bombardeados y ametrallados en los desiertos. La poesía, amigos, no
es ciega ni sorda: es la sensibilidad de ver; tal vez como una ventana a fin de
uno mirarse a sí mismo en un paisaje donde todos nos ocultamos tras los árboles,
evitando la comunicación, el mirarse a los ojos, desconfiando, mintiendo. El
lenguaje poético es un documento que conserva la historia. Esa es una lección
que aprendió desde muy joven, en un liceo de Talca, esa gran personalidad que
fue y que es, Enrique Gómez-Correa.
***
Hernán Ortega-Parada (Chile,
1932). Poeta, narrador y ensayista. Ha publicado Cuentos (1966), La muerte del ruiseñor (poesía, 1992), además de tres obras
de referencia sobre la poesía de Jorge Teillier, Enrique Gómez-Correa y Ludwig
Zeller. Contacto: ortegap1932@gmail.com. Página ilustrada con obras
de Zuca Sardan (Brasil), artista invitado de esta edición de ARC.
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