Conocí a Ludwig Zeller en 1994, en una visita que él
y su mujer, la pintora Susana Wald, hicieron a Morelia. Pero tenía referencias
de su poesía y sus collages desde
varios años antes, a través de la revista de poesía Gradiva, que
animaba generosamente en Colombia Santiago Mutis. Después, el poeta Francisco
Hernández me regaló el libro de Zeller, Aserrar a la amada cuando es
necesario donde había subrayado versos como "Los pájaros de ayer no
tienen plumas/ arden sólo en el vuelo'' o "Saber que alguna vez seremos sólo
un nombre, en el que arden fugaces superficies''. Supe, entonces, que ahí
asomaba un poeta con una muy singular visión del mundo, idea que corroboré
luego en algunos poemas de Los engranajes del encantamiento, libro
que contiene 40 años del hacer poético de Zeller. Este poeta chileno vivió
durante largos años en Canadá y reside ahora en un rincón de Oaxaca, donde
junto con su mujer construye una casa llena de aire y sueños en los bordes de
San Andrés Huayapan. Allí, en esa casa de tejado amarillo y paredes blancas,
desde donde son visibles las primeras estribaciones de la Sierra de Juárez
cuyas rocas guardan secretos precretácicos, pasamos una tarde memorable
hablando de la infancia, los viajes y la vida, aquellos surtidores
insustituibles de la poesía. Esta conversación que ahora transcribo es una
pequeña porción de esa tarde oaxqueña que quedó impregnada en mi memoria.
Ludwig Zeller ha publicado, entre otros, los libros de poesía Los elementos (1953), Éxodo
y otras soledades (1957), Los placeres de Edipo (1968),Mujer
en sueño (1975), Salvar la poesía quemar las naves (FCE,
1988), Aserrar a la amada cuando es necesario (Joaquín Mortiz,
1994), Los engranajes del encantamiento (Editorial Aldus, 1996). En
1994 esta última editoral publicó su novela Río Loa, estación de los
sueños. Su obra plástica y sus collages se han expuesto en galerías de
diversos países. (J. B. G.)
LZ
| Nací en Río Loa, un poblado al interior del Desierto de Atacama, de alrededor
de 500 o 600 almas. Existía allí una factoría destinada a fabricar dinamita,
para lo cual fue contratado mi padre, un ingeniero alemán que llegó a
principios del siglo a Chile. El lugar resultaba de lo más árido del planeta,
pero para mí la infancia y los años transcurridos en él parecen llenos de magia
y encanto. Mis padres eran muy afectuosos conmigo, así como mis hermanos y la
gente que trabajaba en el lugar, casi todos indios bolivianos con vestimenta
muy colorida. Desde el balcón que rodeaba la casa nos estaba prohibido salir
después de las once de la mañana ya que a esa hora empezaban a rodearnos los
espejismos y como niño uno se sentía encantado por esas enormes mariposas,
selvas y barcos reflejados en el desierto. Al paso del tiempo he desconfiado de
la "realidad palpable''. Creo que de alguna manera nos rodea una vida
paralela e invisible. Creo, como lo sospechaba Rainer Maria Rilke, que es en la
infancia donde está la verdadera patria de los poetas, donde libremente nos es
permitido soñar.
JBG | ¿Qué
significó para ti, en tus lecturas de adolescencia y juventud, la poesía de tu
país, como la de Huidobro, Neruda, Pablo de Rokha y tantos otros?
LZ
| Creo que ha tenido gran importancia. Yo era un devorador de libros, y
naturalmente cuando uno tiene veinte años siempre piensa que puede realizar una
obra más importante que la de los poetas de la generación anterior. He conocido
a Gabriela Mistral, a Neruda, a Pablo de Rokha, y he estado muy cerca de dos
grandes poetas que casi siempre se ignoran, que son Rosamel del Valle y
Humberto Díaz Casanueva. Sus libros prácticamente los conocíamos de memoria.
Diferíamos, querríamos haber hecho las cosas de otra manera, y más de una vez
recibí una golpiza frente a la universidad por las opiniones encontradas sobre
Neruda, por ejemplo.
JBG | El
surrealismo ha sido permanente en el transcurso de tu obra plástica y poética.
Ser surrealista ahora parecería un tanto anacrónico. ¿Qué significa para ti, en
la actualidad, después de tantos ires y venires, esa visión del arte y la
creación artística?
LZ
| Muy joven aún tenía una formación clásica bastante completa. Y he colaborado
con mi primera mujer, Wera Zeller, en traducir a los románticos alemanes al castellano,
especialmente Hšlderlin, Novalis, Achim von Arnin. ¿No estaba entonces dada la
situación para que uno participara de esta prolongación del romanticismo que es
el surrealismo? Siempre me ha molestado un poco este hecho de que le pongan una
etiqueta a alguien, pero no puedo negar que el surrealismo me ha proporcionado
herramientas literarias y plásticas de gran importancia, que siguen vigentes
ahora.
JBG |v Tu
poesía es visual, como tus collages que tienden a ordenar el caos dentro de
cierta armonía. Leer poesía de Ludwig Zeller suscita siempre esas imágenes.
¿Cómo se da en ti ese misterioso enlace entre poema y creación plástica?
LZ
| Mi poesía, ciertamente, está hecha con base en imágenes y es necesario que el
lector sintonice su oído a una serie de representaciones contrastantes. Mareas
y montañas, la luna y la oscuridad, etcétera, pero no hay en mí un afán de
ordenar este mundo. Y tanto los poemas, como los collages,
corresponden a una necesidad interior de crear nuevas formas poéticas y nuevas
imágenes plásticas, un nuevo tipo de lenguaje, ya que siempre estamos
recurriendo a los mismos "patrones'', los modelos que heredamos del
pasado. Hay series completas de poemas que podrían corresponder a descripciones
de distintas situaciones y cuadros. El collage es otra forma
de hacer poesía, sobreponiendo una imagen a otra y, como la vida misma, resulta
mejor mientras más opuestos son los elementos. ¿La vida misma, no es acaso
un collage? No hablo ya del aspecto histórico, que daría para un
largo ensayo, sino de situaciones como las de la pareja en que los seres vienen
de familias distintas, de costumbres muchas veces opuestas, de creencias que no
coinciden y que, sin embargo, conforman un dúo que con amor puede resultar
ideal.
JBG | Leyendo
tu novela Río Loa, estación de los sueños, experimenté el
silencio y el andar a tientas -como dice Alvaro Mutis- de tanto ver el otro
lado de las cosas. En realidad Río Loa... es eso, un regreso a
casa para saber que todo y nada es cierto, un ejercicio de la memoria que todo
lo transforma en ficción, un tránsito por parajes que parecen haber estado ahí
y que el juego, el tiempo y los sueños convierten en una nueva realidad: la de
lenguaje.
LZ
| Creo, como Mutis, que muchos textos son un ejercicio de memoria transformado
en ficción. Corrientemente yo narraba un hecho, una anécdota a mis hijos y
siempre les parecía que era algo un poco sacado de los sueños, de los que soy
un asiduo escriba. Hablé con un par de amigos y cada uno me planteaba que una
novela requería con seguridad uno o dos años para llegar a las letras de molde.
Yo sentí que esto no cuadraba con mi manera de concebir el mundo y mis
recuerdos de Río Loa. Y la novela, en la que se han intercalado algunas notas
sobre el mundo onírico, está realizada en cincuenta y cuatro días. Es algo que
he vivido, que he soñado, que es parte de mi vida. Tengo una segunda novela
cuyo borrador se está terminando, y que lleva por título Dar cuerda a
lo imposible. También allí está lo que uno vive, lo que anhela, lo que
sueña.
JBG | ¿Qué
han representado para tu poesía autores de otras lenguas, como Oskar Wadilas,
Lubicz Milosz, Paul Celan y otros que, de una manera u otra, han influido en tu
obra?
LZ
| Creo que tengo muchas deudas con los poetas que he disfrutado y que me han
abierto un nuevo horizonte en el quehacer de la palabra. Sería muy amplia la
lista: desde Rilke, Holan, Ekelšf, Eliot, Pound y tantos otros, que me han dado
muchas cosas y que he tratado de que fueran conocidos por otros. Se da un hecho
curioso: hace cincuenta años hice una publicación de Milosz en castellano, en
una edición de doscientos ejemplares encuadernados, incluyendo fotos inéditas.
Este año entregué a la editorial Aldus dos tomos, uno de poesía y otro de prosa
de y sobre Milosz, que para mí representan de alguna manera un círculo que se
cierra.
Pero
uno no sólo debe a los poetas, debe también a los seres que lo han acompañado a
diario, que lo han traducido, lo han ilustrado o lo han amado. Es una deuda que
uno nunca acaba de pagar.
JBG | En
una ocasión le pregunté al poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez sobre la
utilidad de la poesía, y él me respondió certero, con su hondo sentido del
humor: "La poesía no sirve para ganarse la vida, sirve para ganarse el
alma." ¿Para qué sirve la poesía, Ludwig?
LZ
| Siempre he creído que la poesía -no sólo en las palabras- es la que da
sentido a la vida. Que ella tenga una resonancia en lo inmediato o no, no tiene
importancia. Yo creo que es una forma de iluminación con que los seres podemos
sobrellevar lo cotidiano, acercarnos a la magia, al mundo paralelo de los
sueños. ¿Qué más se puede pedir?
NOTA
Entrevista originalmente publicada em La
Jornada Semanal, México, 14 de marzo de 1999.
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