Un
amigo solía repetir que "los fantasmas son necesarios", pero su
aparición no deja a veces de sorprendernos.
En los últimos nueve años hemos atravesado veinte, veinticinco veces
parte de la Mixteca Alta, por el viejo camino carretero y alguna vez pasamos
por la Costa, sin tener oportunidad de detenernos.
Hace una semana estuve
en Huajuapan y con un poco de más calma pude visitar un museo comunitario en la
localidad de Tequixtepec que me llamó grandemente la atención, ya que tiene la
mayor cantidad de piedras talladas de origen precolombino. Observando la región, uno se percata que
donde hoy se ve en cada montículo una cruz, hay antiguas ruinas mixtecas, y es
una idea extraordinaria que se haya tratado de reunir este material de piedras
talladas.
Todo este continuo pasar
y repasar por pueblos que parecen perdidos en medio de la niebla, lo hace a uno
entender que toda esta zona es mágica, y que su verdadera religión es la
brujería. Tenía esa convicción desde hace
muchos años, pero cuando conocí a Cuauhtemos Peña Vásquez, quien me obsequió
uno de sus libros "Olor de memorias", me di cuenta que no me había
equivocado, que el lugar es mágico y sólo falta quien pueda expresarlo
adecuadamente.
Quizás esta situación ha
llegado. Al leer con atención los diez
cuentos que contiene este "Olor de memorias", uno se da cuenta que
tras el lenguaje directo, como una llovizna que cae sin cesar hay un trabajo
minucioso y muy poético del autor. Los
temas que le preocupan son una suerte de texto casi oral, donde todo puede
suceder. Cada uno de los cuentos esconde
como inmensos caracoles de resonancia donde se espesa la niebla y de improviso
podemos encontrarnos cara a cara con el demonio. Pero es posible también que se narre en forma
casi telegráfica un caso de amor sin remedio de Melesio que muere de amor
cuando Salomé se casa. Pero no es que
muera en una cama, sino que es día de la boda, como en todos los pueblos,
cuando la gente escucha la música y participa en la fiesta. El amante desdichado, en cambio, se enreda en
un alambre de púas del que nadie, ni la mujer que lo acompaña puede
desenredarlo. El lenguaje es simple y
directo:
En otro lado el fandango seguía. En pocas horas casi todos los hombres estaban
borrachos. Varias tinajas se habían
vaciado. Los músicos, aunque
desafinados, todavía tocaban valses y chilenas que levantaban una nube de polvo
rojizo.
Cuauhtémoc Peña Vásquez
sabe escuchar una voz interior que viene de la profundidad y se dan los temas
más extraños, un recuerdo de infancia sobre un maravilloso trompo multicolor o
la oscuridad de mediodía que es un tono que siempre existe en todos sus
relatos, en los que uno nunca sabe si de improviso se va a detener el sol y el
día se va a tornar eterno. Es posible
también que no salga nunca más y sea necesario hacer rogativas a todos los
santos y padecer largas semanas bajo la lluvia, esperando que vuelva la luz que
hace germinar el mundo que nos rodea.
Se diría que a este
cuentista le es necesario tan sólo cerrar los ojos y recordar, y él mismo lo
reconoce en algunos textos como el de "Cerrar los ojos":
Afortunadamente, así como hay dos formas para
llegar a la costa, también hay dos de salir.
Siempre he tomado lo más fácil.
El cuerpo por dentro y fuera me duele.
Resulta sencillo cerrar los ojos y estar fuera de todo aquello; total la vida es así: se cierran los ojos y la realidad desaparece.
No nos dejemos engañar
por esta última frase, quizás es todo lo contrario. Las leyendas y secretos trasmitidos de generación
en generación corren como un torrente por la mente de Cuauhtemoc Peña. Hay uno de ellos que me pareció
particularmente arquetípico, en el sentido junguiano. Se llama "La bocana". En él se narra como un par de parejas hacen
camping junto a un río o el borde del mar y cómo un pescador, don Beto, el
dueño del cayuco a quien todos ven como un hombre amable, tierno y "buena
onda", puede llegar a enfrentar una situación que si no fuera tan
verídica, no nos lograría convencer.
Don Beto se aprovecha de
que todos están durmiendo y trata de hacer el amor con una mujer que está en la
carpa, de nombre Mariana. Siente que
nunca la vida le ha dado algo tan bello, porque no puede ser sino un regalo, y
esa mujer que se deja poseer por él, como soñando, le resulta casi un
sueño. Pero como en casi todos los
cuentos de Cuauhtémoc Peña Vásquez, el final esconde siempre una sorpresa. En medio del goce, y a pesar de su agilidad
felina, don Beto siente que de improviso la vulva de la mujer ha apresado su
miembro y sus testículos, como si fuera una inmensa boca dentada. El placer se torna en horror de verse
mutilado para siempre. El autor trata
esto con gran finura y siempre en él predomina la parte poética ajena al
realismo directo. Así don Beto obtiene
la libertad tras fervientes rezos a Santa María o a Santa Mariana que perdona
los pecados y los sueños de la libido.
Su miembro se contrae y puede librarse de esa atroz pesadilla. Pero el cuento bien podría corresponder a una
aldea griega o del dentro de Africa; es decir a todos los seres humanos nos
preocupan los fantasmas y a veces uno no entiende por qué son necesarios.
Resulta misteriosa la
Mixteca Alta, como la Baja y la de la Costa y se dan todos los climas, desde el
árido entre los matorrales y los montes donde es tan difícil el oficio de
vivir, hasta el de la Costa, habitada por quienes muchas veces no se dan cuenta
que aún no han salido del Paraíso.
Cuauhtémoc Peña Vásquez
nació en Ixcapa y como maestro de primaria le tocó vivir en Huajuapan de
León. Ahora él mismo es maestro de
maestros (es asesor de la Universidad Pedagógica Nacional y de la Escuela
Normal de Huajuapan). Aún no tiene
treinta años y ha publicado anteriormente un libro: "Sueños y realidades" en 1991,
editado por la Casa de la Cultura Oaxaqueña.
Resulta un narrador sin pretensiones, pero que coge desde las primeras
frases, y hay en él un sentido poético que le permite elaborar cuidadosamente
estas historias que él ha titulado "Olor de memorias", perfume,
diríamos nosotros, ya que es un regalo para quien se adentra en las páginas de
este libro.
Tenía razón Elena
Poniatowska que sintió entusiasmo al revisar estos textos, ya que, según ella
misma dice en el prólogo, "nos entregan visiones estremecedoras de la
mixteca, ancestralmente inmersa, por desgracia, en el olvido". Agrega también, el ápice de la esperanza que
está en la frase de uno de los personajes de este libro:
De
todos modos, no hay noche que sea eterna.
Espero que gocen de
estos cuentos de la Costa, escritos por este nuevo narrador que representa una
de los mejores logros de lo que se está escribiendo en el Estado de
Oaxaca. Con ustedes nuestro amigo,
Cuauhtémoc Peña Vásquez.
Es un agrado leer a Ludwig en una especialidad que no le conocía (al menos por mí). ¿Cómo se valora la calidad de un comentario literario? En que es creado en el lector el inmediato deseo de leer dicha obra. Saludo, pues, cordialmente a Cuauhtémoc y a mi amigo.
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